Si Yo me hubiera bajado de la Cruz, los Fariseos y los Escribas hubieran dicho que lo hacía con el poder de Belcebú. |
Tremendo Juicio de Jesús para ciertos pastores de la Iglesia Católica, que tenían que ser los faros que alumbran a las almas que les confió Jesús, pero que sin embargo están pendientes de otros menesteres, y muchas veces entorpecen el camino de la Salvación, siendo un obstáculo para los fieles. Son los que abandonan, como desertores el combate que tienen que mantener contra los enemigos de las almas y de Dios, ocupándose de satisfacer lo que les gusta y lo que le gusta a la mayoría del pueblo, y alejándose de la Ley de Dios, que siempre, como lo dijo San Pablo, es una locura para el mundo, y al revés, lo más subido para el mundo es una necedad para Dios.
Y así, en el curso de la Historia se ha comprobado, como la cierta Jerarquía, se ha empeñado en adaptarse a las modas de los hombres, pero casi nunca ha tenido la suficiente valentía para insistir en contra de una doctrina que era contraria a la mentalidad mayoritaria de la sociedad hedonista. Y no hablemos de los nuevos teólogos, que trataron de imponer su doctrina, primero con la Teología de la liberación, ya que era la moda, debido a la fascinación de la gente por las ideas marxistas, y una vez que se demostró que eran una falacia, ahora se empeñan en una nueva moda: La teología de la secularización y de la desacralización, con sus nuevos teólogos que son los abanderados de la nueva moda, y siempre, como lo dice Jesús, con sus seguidores sacerdotales, que quieren a toda costa aparecer como los precursores de la “nueva evangelización”.
Cuentan en el libro de la vida del Santo cura de Ars, como transformó un pueblo con una Iglesia prácticamente vacía de fieles, en un lugar de peregrinaje en donde los fieles hacían cola durante varios días para poder confesarse. En cierta ocasión, un sacerdote de una Parroquia vecina le confesó que en su pueblo, la gente no tenía devoción, a lo cual el Santo cura, que se pasaba muchas noches llorando ante el Santísimo para que ninguno de sus feligreses se condenara, como así lo relata Monseñor Trochú en su famoso libro le preguntó: ¿Ha orado, ha ayunado Ud?, ¿ha hecho penitencia?, si no es así, no tiene derecho en quejarse.
Y está claro, que ya que el ministro de Dios no puede dar lo que no tiene, por eso la Evangelización, tiene que empezar por su santificación, en caso contrario, ocurrirá lo que dijo Jesús: “Corréis cielo y tierra para hacer un prosélito, y cuando lo conseguís, hacéis de él un ser más imperfecto que vosotros mismos”
Cuantos ejemplos que he vivido personalmente, podría aquí relatar, pero quiero también aquí destacar a ciertos sacerdotes que me han causado una sublime admiración, y aquí no hay que tener discernimiento de los espíritus, para reconocer su Santidad, basta, como así lo dice San Juan de la Cruz, ver su actitud en la celebración de la Santa Misa, en su manera de comportarse, en el respecto ante el Santísimo, ya que como lo dice el Santo, la humildad es imposible ocultarla aunque se quiera.
Luego están sus palabras en la homilía, que diferencia entre algunos que son capaces de hablar y hablar, para no decir nada, o incluso palabras heréticas, y el verdadero espíritu poseído por la Divinidad, que dice palabras que te llenan de alegría y de admiración, a eso se refería Jesús cuando decía: “Mis ovejas reconocen mi voz; no escuchan la voz de los extraños”.
Dice Jesús:
LAS ALMAS SACERDOTALES: ACERTADA Y GRAVE ACUSACIÓN A LOS SACERDOTES Y OBISPOS NEGLIGENTES Y ALABANZA A LOS SACERDOTES SANTOS.
(De los cuadernos de María Valtorta 27-1-1.944)
Quiero recordar que según lo afirma la Asociación francesa "Les amis de María Valtorta" los escritos de María Valtorta, eran la lectura favorita de la Madre Teresa de Calcuta, y que el Padre Pío de Pietrelcina no recomendaba leerlos, sino que afirmaba tajantemente que había que leerlos.
Dice Jesús:
Es doloroso dictar, escribir, leer estas páginas. Pero es la Verdad y hay que decirla. Escribe. Es para los sacerdotes.
Se acusa mucho a los fieles de ser poco fieles y muy tibios, se acusa mucho a los hombres de no tener caridad, ni pureza, ni despego de las riquezas, ni espíritu de fe. Más así como los hijos, salvo raras excepciones, son como los padres (no tanto por las enseñanzas sino por el ejemplo), también los fieles son, salvo las excepciones siempre presentes. Tal como los forman los sacerdotes, no tanto con las palabras sino por el ejemplo. Las iglesias, esparcidas en medio de las casas de los hombres deberían ser como un faro y un centro de purificación, de ellas debería emanar una luz dulce y potente, penetrante y atrayente, que como sucede con la luz del día, penetrara a pesar de todas las barreras en los corazones.
[...] Del mismo modo, si de las iglesias esparcidas entre las casas se difundiera una “luz” igual a la que Yo os he indicado con vuestro signo ¡oh sacerdotes, a quienes denomino “luz del mundo” (Mt. 5-14,16) (¡os llamé así cuando os creé !), aún en los corazones más cerrados penetraría una hebra, un punto, un polvillo de luz, lo suficiente para engendrar en los corazones hambre de luz, de “esa Luz”. Más ¿cuántas son las iglesias de las que emana una luz tan viva que es capaz de forzar las puertas cerradas de los corazones y penetrar en ellos para llevarlos a Dios, a Dios que es Luz?, más cuantos sois vosotros, los párrocos y clérigos; vosotros los sacerdotes y monjes; vosotros, todos los que Yo he designado para que fuerais portadores de Mí hasta los corazones, cuántos de vosotros, las almas de la Iglesia, estáis inflamados por la Caridad hasta tal punto que lográis romper el hielo de las almas y llevar al corazón de los hombres el amor de Dios y el amor a Dios, que es Caridad?
Los dolores de los hombres son diversos de los vuestros. O al menos, los vuestros deberían ser diversos, porque tendrían que consistir en las penas provocadas por el celo hacia vuestro Señor Dios, que no es amado lo bastante; provocadas por los fieles que se pierden; por los pecadores que no se convierten. Solo estos, no otros, deberían ser vuestros dolores porque al llamaros, no os asigné una mansión, una mesa, una fortuna, una familia, sino una cruz, mi Cruz, ésa en la que perecí desnudo, ésa en la que expiré solo, esa en la que subí despojado de todo, despojado hasta de mi pobreza, que era riqueza comparada con mi miseria de ajusticiado al que solo le queda el patíbulo hecho con poca madera y tres clavos, y un puñado de espinas entrelazadas formando una corona. Esto lo recuerdo para decirles a todos – y a vosotros en particular – que las almas se salvan con el sacrificio, con la generosidad en el sacrificio llevado hasta el despojo total, absoluto de los afectos, de las comodidades, de lo necesario de la vida.
En cambio, los hombres acosados por sus dolores - ¡Y sólo Yo sé cuántos son! -, tendrían que poder mirar hacia su Iglesia como una madre en cuyo regazo se va a llorar y a escuchar palabras de consuelo, tras haberle narrado las propias angustias, con la certeza de ser escuchados y comprendidos. En los momentos en que los envuelven las tinieblas - provocadas por tantas cosas no siempre originadas en su voluntad, sino impuestas por voluntad ajena, por un complejo de circunstancias que les inducen a creer en el error o a dudar de Dios – los hombres tendrían que encontraros a vosotros, los portadores de luz, de mi Luz; a vosotros los piadosos como el samaritano; a vosotros que sois maestros como vuestro Maestro; a vosotros que sois padres como vuestro Padre.
La Tierra, corrompida por tantas cosas, fermenta como un cuerpo que se pudre y contamina las almas con su hedor de pecado. Mas si las Iglesias esparcidas por las casas fueran incensarios en los que un sacerdote vive ardiendo y se inflama amando, el hedor del mundo quedaría equilibrado por el perfume de Dios, que emana del corazón de los sacerdotes que viven en total “fusión” con Dios, anulados en Dios hasta ser únicamente semejantes a Mí. Dios, que estoy en el Sacramento a disposición del hombre en todo momento, sin desfallecimientos, sin soberbias; entonces, los corazones se purificarían.
Los sacerdotes que son así, es decir perfectos, son como el sol. Aspiran las almas hacia el cielo como si fueran gotas de agua y las purifican en la atmósfera celeste para ser luego como nubes que se disuelven lentamente en benéfico rocío, de noche, recatadamente, para llevar refrigerio a las heridas y las quemazones de los corazones, pobres flores heridas por tantas cosas.
Aspiran, atraen a sí: para ello es necesario tener una fuerza muy grande. Solo el amor vivísimo hacia el Señor y hacia los hermanos puede dárosla. Si lo queréis, permaneciendo firmes en Dios y en lo alto, muy en lo alto respeto a la Tierra, vosotros podéis atraer las almas hacia vosotros, o sea a Dios, en quien vivís. Es una operación que requiere generosidad y constancia. Hasta un parpadear puede servir para este fin.
Todas vuestras acciones deben proponerse esta meta. Hay miradas que pueden convertir un corazón, si en tales miradas resplandece Dios. Disolverse: sacrificarse, de todas las maneras, recatadamente, llevando a las almas abrasadas al refrigerio celeste, que se difunde tan dulcemente que ellas no saben cuando les ha llegado, aunque se encuentran regadas por él. Tal como lo hace el rocío que, silencioso y púdico, desciende mientras que todo reposa: los hombres, los animales y las flores; limpia el aire de las impurezas del día, sacia la sed de los tallos y las frondas y los cubre de perlas.
Todas vuestras acciones deben proponerse esta meta. Hay miradas que pueden convertir un corazón, si en tales miradas resplandece Dios. Disolverse: sacrificarse, de todas las maneras, recatadamente, llevando a las almas abrasadas al refrigerio celeste, que se difunde tan dulcemente que ellas no saben cuando les ha llegado, aunque se encuentran regadas por él. Tal como lo hace el rocío que, silencioso y púdico, desciende mientras que todo reposa: los hombres, los animales y las flores; limpia el aire de las impurezas del día, sacia la sed de los tallos y las frondas y los cubre de perlas.
Sacrificio, más y más sacrificio, ¡oh, sacerdotes! Plegaria, más y más plegaria, ¡oh, pastores!
Os he llamado pastores. No os he llamado “solitarios” ni tampoco “capitanes”. El solitario vive por su cuenta. El capitán marcha a la cabeza de los suyos. En cambio, el “pastor” está en medio de su rebaño y lo guarda. No se aísla porque el rebaño se dispersaría. No camina a la cabeza de él, porque las ovejas distraídas quedarían rezagadas en el camino y a la merced de los lobos y los ladrones.
Si no es un enajenado, el pastor vive en medio de su rebaño, lo llama, lo reúne, va incansablemente de un extremo al otro del mismo, lo precede en los puntos difíciles, es el primero en tantear las dificultades, las allana en lo posible, se afana en hacer seguros los tramos dificultosos, luego permanece en el punto más arduo para controlar el paso de sus ovejillas y si ve alguna temerosa o débil, se la pone sobre los hombros y la lleva más allá del punto peligroso; si aparece el lobo, no huye; al contrario, se arroja sobre él, poniéndose delante de sus ovejas, y las defiende, aún a costa de morir para salvarlas. Se inmola por ellas, para saciar el hambre de la fiera, de tal modo que esta no sienta la necesidad de devorar. ¡Cuántas fieras acechan a las almas! El Pastor no pierde tiempo en inútiles diálogos con los que pasan, no se distrae con cosas que no le competen. Se ocupa de su rebaño y nada más.
Ahora poned atención. ¿No parece estar leyendo el capítulo 8º de Ezequiel?
Primer ídolo: los celos.
Tendríais que ser caridad, ¿no es verdad? Tendríais que ser caridad para inducir a otros a la caridad. Y en cambio, ¿qué sois? Tenéis celos el uno del otro. Os ofendéis si un laico os critica. Más, ¿no os criticáis recíprocamente, y a menudo injustamente? El superior critica a los inferiores. El inferior critica a los superiores. Tenéis celos si uno de vosotros se destaca, si uno de vosotros tiene éxito, si uno de vosotros se enriquece. Es más, esto, que tendría que horrorizaros, es lo que más os apetece. ¿Acaso era rico Yo, el Sacerdote eterno? Sed perfectos y os notarán y alabarán, aún cuando tendría que interesaros solo la alabanza de vuestro Dios. Sed perfectos y alcanzaréis el único fin digno de vuestro hábito: el de llevar almas a Dios.
Segundo ídolo o mejor, numerosos ídolos: Las diversas herejías que en vosotros sustituyen el culto que deberíais practicar
También vosotros, como los setenta ancianos que nombra Ezequiel, incensáis a los ídolos, cada uno al que prefiere. Y lo hacéis en la oscuridad, esperando que el ojo de los hombres no os vea. Pero os ven. Y los escandalizáis. Porque los fieles, y los hombres en general, son como los niños, que aunque parezca que no os observan, no pierden nunca de vista ni de oídos a los mayores. Más, ¿es que no sabéis que, aun cuando el hombre no os viera, Dios os ve? Y entonces ¿Por qué esparcís vuestro incienso ante el poder del oro o ante el poder del hombre?¿Es que acaso no veo desde lo alto de mi Trono que demasiados sacerdotes míos ocupan el tiempo – ese tiempo que Yo les otorgo para que lo empleen en la propia misión sacerdotal – dedicándose a tratos humanos, aptos para aumentar su bienestar? Si, lo veo ¿Es que acaso no observo – y, al hacerlo, mi corazón siente un profundo disgusto – que demasiados sacerdotes míos abjuran mi Ley para obedecer a la ley de los hombres desgraciados, porque así esperan obtener honores y ganancias? Sí, lo veo.
¡Oh, sacerdotes politicastros! ¡Sois los miembros del Sanedrín de hoy! Mas, recordad cual fue el final del Sanedrín, precisamente por obra de aquéllos a cuyos pies habían prosternado su conciencia y violado mi Ley. Y no os digo nada más. Todo esto acaeció por parte de los hombres. Lo demás os llegará después, por el Juez Eterno y Justo.
Tercer ídolo: la sensualidad.
Sí, veo también esto. Y no agrego nada más por respeto hacia mi “portavoz”. Mas, que cada uno de vosotros se examine para comprobar si en lugar de las únicas criaturas femeninas que le es permitido a un sacerdote recordar con amor – es decir, mi Madre y la propia -, no existe una diosa pagana. Recordad que me tocáis, que me recibís. Nada más. No pongáis al purísimo en contacto con una carne manchada por la lujuria.
Cuarto ídolo: la adoración de Oriente.
Las sectas. Sí, también veo esto ¿Y no tendría que mirar con desdén a muchos de vosotros y dirigir a muchos las invectivas que dirigí a los fariseos y a los doctores de mi época? ¿Y no tendría que suscitar “luces” entre los laicos que me aman como muchos de vosotros no me aman, por piedad hacia las almas que dejáis en el hielo, en la oscuridad, en la impureza, hacia las almas para las que no sois un camino hacia Dios, sino un sendero que lleva hacia abajo? ¿Cómo osáis repetir mi Palabra y predicar mi Ley cuando dicha Palabra y dicha Ley son una condena para vosotros? El que es puro que sea aún más puro y el que no es puro, que se purifique.
La humanidad se encuentra ante una gran encrucijada. De allí parten dos caminos: uno sube y llega a Dios; el otro baja y conduce a Satanás. En la encrucijada hay una piedra. Sois vosotros. Si hacéis de vosotros un baluarte y un estímulo hacia el primer camino, Satanás no irrumpirá y las almas serán impulsadas hacia Dios. Más si sois vosotros los primeros en rodar por la pendiente de Satanás, arrastraréis a la humanidad, con anticipación, hacia los horrores del Anticristo.
Y si este debe venir, ¡ay de los que anticipan su venida y la prolongan! Porque él dejará de existir a la hora eterna fijada y cuanto más largo será el tiempo de su permanencia, mayor será el número de las almas que se perderán. Más recordáoslo: ni siquiera una de ellas dejará de ser vengada, pues si vuestro Dios ve hasta el pájaro que muere, ¿Cómo puede no ver un alma que muere? A sus asesinos, quienes quiera que sean, exigiré la razón y decretaré mi condena”.
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