Santa Teresa de Jesús: veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que lleva a Vos (Mt 7, 14). Camino real veo que es, que no senda; camino que quien de verdad se pone en él va más seguro. |
Este extraordinario relato solo lo comprenderán los que se han apartado del mundo para consagrarse a Dios, no solo en los monasterios, pero también en el mundo. Estas personas saben por experiencia y por Santa Doctrina que los bienes del mundo y de la carne, cuando se disfrutan sin mesura y de una manera viciosa son impedimentos para alcanzar su meta. por eso se desprenden de esos problemas de una manera prudente.
Estas almas y sus vecinos hablan un lenguaje distinto, uno pone el más allá como meta de su vida y los otros, ponen los bienes de este mundo como prioridad absoluta. El problema es que como la felicidad terrenal es un bien escaso. el que la busca tendrá siempre que apartar a los más débiles de esos bienes, para poder disfrutarlos ellos, por eso esas personas son siempre pecadoras contra su prójimo, y contra Dios que está siempre en los seres más débiles.
Estas almas y sus vecinos hablan un lenguaje distinto, uno pone el más allá como meta de su vida y los otros, ponen los bienes de este mundo como prioridad absoluta. El problema es que como la felicidad terrenal es un bien escaso. el que la busca tendrá siempre que apartar a los más débiles de esos bienes, para poder disfrutarlos ellos, por eso esas personas son siempre pecadoras contra su prójimo, y contra Dios que está siempre en los seres más débiles.
Hechos 7, 3.
Dice Jesús:
“Las almas por las que tengo predilección, reciben la orden que recibió Abrahán: “Vete de tu patria y de junto a tus parientes y ven a la tierra que te mostraré”.
Es una afirmación real y a la vez metafórica. Es real porque en verdad, el que se consagra a Mí se convierte en un extranjero y en un desconocido para sus mismos parientes.
Es un desconocido, debido a su nueva personalidad. Es un extranjero porque entre él y sus parientes es como si surgiera un diafragma, como si creara una singular Babel, porque él va más allá, hacia la tierra que Dios le indica y los demás se quedan dónde estaban, y aunque aún estén cerca, ya no pueden entenderse porque él ahora habla la lengua de esa tierra y ha adquirido sus costumbres, mientras los otros siguen pensando, actuando, hablando de modo habitual. Esto no provoca burlas, pero causa en cambio un gran dolor, un gran estupor.
El que Dios ha llamado a la nueva tierra es el que siente particularmente ese dolor. Él quisiera que los que aman le siguiesen, porque ha comprendido que esa tierra es un lugar de elevación. Quisiera que los demás lo comprendieran así, para poder hacerles enamorar las bellezas que va descubriendo.
Pero los otros se sorprenden de su cambio, y lo definen “manía”, o bien egoísmo, desamor, extrañezas. No es nada de eso, es un Amor perfecto, tanto hacia sí mismo como hacia sus seres queridos, amor que da e intenta dar para los demás el bien que recibe para sí mismo. No es extrañeza, sino por el contrario, es una regla perfecta, pues él, por su excepcional conducta, se encuentra precisamente en la regla del Hijo de Dios: Obediencia absoluta a la voz de Dios, superior a cualquier voz de la sangre, de intereses, de respeto humanos.
La herida no se sana ni puede sanarse, porque el elegido para la “nueva tierra” conserva en su lado más material la sensibilidad común a los hijos del hombre y por eso, sufre continuamente al ver que los que más tendrían que entenderlo le acusan de desamor, y al tener que rechazarles, aunque se le destroce el corazón, para encaminarse por el camino que Dios le señala. Por eso su herida está siempre abierta y en ella está clavado el amor de los suyos que, por amarle le torturan; su propio amor, que al no ser comprendido, se retuerce en la llaga con la imperiosa voluntad de Aquel a quien ama con todo su ser. Por lo tanto, es una herida de Amor, en la que está Dios, ya que Dios está donde hay caridad.
“Ven a la Tierra que te mostraré”: Dios no se la muestra antes. Le dice “Ven”. El premio que consiste en la vista de esta Tierra será concedido al que obedezca sin proponerse conocer lo que le espera. Dios dice solamente: “Ven”. Y él va, sin preguntar nada.
En la Tierra bendita, el sol no se pone nunca, no reinan los áspides y los escorpiones ni los animales salvajes, no se conocen tormentas ni escarchas y la primavera es eterna, todos los seres tienen abundante alimento sobrenatural, los troncos destilan miel y brota leche de las fuentes, la armonía es luz y la luz armonía, sus habitantes son felices como las flores en una serena mañana de Abril y ríen con júbilo perenne, que refleja la serena risa de su Señor. Pero el ingreso en esta tierra bendita es muy enmarañado y espinoso: en su entrada hay guijarros y zarzas, lianas y estrechos pasajes por precipicios y torrentes tumultuosos, tenebrosos virajes y zonas azotadas por vientos borrascosos.
En lo alto hay una sola estrella: Yo; Yo que debo ser Luz, calor, voz, esperanza, consuelo, fe, guía para el heroico caminante, Yo solo. ¡Ay de aquel que no mira continuamente hacia Mí!
En cambio, el que persevera ve que, tras los guijarros y zarzas, sigue un camino más llano, a cuyas orillas se asoman algunas flores; ve que, más allá de las lianas que en la entrada desgarraban como cables de hierro erizados de espinas, hay bordes suaves, que no son un estorbo sino una ayuda; ve que se hacen más anchos los pasajes, menos pavorosos los senderos, más seguro, más amplio, más luminoso, más cálido, más sereno el camino en su incesante ascensión. Hacia el final, el alma no camina, vuela. Vuela. Penetra como un dardo de amor en la Tierra que ha conquistado. El Cielo es suyo.
Me permito aquí hacer un inciso con las palabras de Santa Teresa de Jesús que decía: "veo, Señor, ni sé cómo es estrecho el camino que lleva a Vos (Mt 7, 14). Camino real veo que es, que no senda; camino que quien de verdad se pone en él va más seguro".
Más, ¡cuánta generosidad se necesita! Hay que darlo todo, María; hay que darlo sin recibir nada, “ni siquiera donde posar el pie” (Gen 8,9). No hay que pretender nada, porque no prometo nada cuando digo: “Ven”. No prometo nada humano. Prometo la eternidad sobrehumana.
Esto es lo que debes esforzarte en entender y aceptar y junto contigo, deben hacerlo todos los que son iguales a ti, porque mi elección os ha consagrado en el claustro o en el mundo. También deben hacerlo los que, por ser mejores – aunque no han sido llamados a un camino de perfección especial, aunque no sean soldados de la perfección aconsejada y no impuesta – se preguntan porque su vida no transcurre plácidamente también en el bienestar terrenal.
Yo no miento ni he mentido jamás, He prometido y prometo claros la Vida y lo que es inherente a la Vida. Es lo necesario y os lo doy. El resto es lo superfluo porque está destinado a lo perecedero. Os lo doy porque soy bueno, tan bueno que hasta lo soy con la abeja a la que concedo por lecho el cáliz de una flor montana y por alimento la microscópica gota de polen contenida en esta. Del mismo modo, os doy a vosotros, los que pereceréis lo que necesita lo perecedero: alimento, vestidos, morada. Más os invito a tender hacia lo más alto: al espíritu y a lo que es propio del espíritu.
Que el que me ama más, intente comprenderme más. Que proceda desnudo, hambriento, carente de lo que pertenece a esta jornada terrena, pero saciado, rico, ataviado con realeza por lo que se refiere al Día eterno.
Ve en paz”