MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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domingo, 2 de mayo de 2021

PARÁBOLA DE JESÚS DEL EVANGELIO TAL COMO ME HA SIDO REVELADO DE MARÍA VALTORTA

María Valtorta era con la Biblia las lecturas de la Madre Teresa de Calcuta, y la del Padre Pío de Pietrelcina que la recomendaba a sus fieles, diciéndoles que debían leer sus escritos, según lo relata la "Association française des amis de Maria Valtorta".


Jesús es la viña, y nosotros los sarmientos

Esta parábola de Jesús, no relatada en los Evangelios de la Biblia, se aplica de una manera real a la situación actual de la Iglesia, y explica perfectamente las causas de la situación de crisis, y el remedio necesario para corregirla, es decir, cómo hay que extirpar y sacar hasta las raíces, todos los elementos que han servido para sustentarla, como son los supuestos “teólogos” progresistas, que quieren imponer su doctrina completamente ajena a las enseñanzas del Evangelio, y cierta jerarquía, como el caso del Cardenal romano que dialogó con el Padre Gabriele Amorth,  diciéndole: "¡Pero Ud sabe de sobra que el demonio no existe, es un simple símbolo!", a lo cual el famoso exorcista le dijo: "Eminencia, Ud tiene que leer un libro"; "Ah si, ¿que libro, Padre Amorth?", "¡El Evangelio, Eminencia!".

Es también el caso del Arzobispo que fui a ver por consejo de mi Párroco, para llevarle un libro del famoso exorcista español Padre Fortea, titulado "Summa Daemoniaca", me dijo que no se puede asustar a la gente con esos temas, y que además al ser todos hijos de Dios, un Padre no puede mandar un hijo suyo al Infierno, por eso está vacío. Le argumenté con la famosa parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, me dijo que eran interpretaciones mías, borrando de un plumero todas las interpretaciones de todos los Santos desde el comienzo del Evangelio, las Palabras de Don Bosco, de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa, y el mensaje de las apariciones de Fátima en donde la Stma. Virgen María enseñó el Infierno o unos niños que quedaron marcados para toda su vida.


Lo más grave de esta herejía es el hecho de que si por nuestra creación somos hijos de Dios, la Pasión y muerte de Jesús no tiene sentido, es sin duda por esa razón que el Presidente de la Confederación Episcopal alemana dijo que "¡Jesús no había venido para redimirnos, sino para enseñarnos a morir!"



Del Evangelio como me ha sido revelado de María Valtorta


[…]  Un agricultor tenía en sus campos muchos árboles y vides que daban mucho fruto; entre estas, una de la que se sentía muy orgulloso, de calidad selecta. Un año esta vid dio muchas hojas, pero pocos racimos. Un amigo le dijo al Agricultor: “Es porque la has podado demasiado poco”. Al día siguiente, el hombre la podó mucho: la vid dio pocos sarmientos y de racimos todavía menos. Otro amigo dijo: “es porque la has podado demasiado”. El tercer año el hombre no la tocó: la vid no dio ni un solo racimo, y muy pocas hojas, delgadas acartonadas, orinientas. Un tercer amigo sentenció: Muere porque la tierra no es buena. Quémala”. “Pero ¿por qué, si es la misma tierra de las otras y la cuido como a las demás? ¡Antes iba bien!”. El amigo se encogió de hombros y se fue.

Pasó un desconocido viandante y se detuvo a observar al agricultor que estaba apoyado con tristeza en el tronco de la pobre vid. “¿Qué te pasa?, le preguntó. “¿Algún difunto en tu casa?”
No, pero se me está muriendo esta vid. La apreciaba mucho. Se ha quedado sin savia para dar fruto. Un año, poco; al otro menos; este, nada. He hecho lo que me han aconsejado, pero no ha servido de nada”.
El desconocido entró en el campo y se acercó a la vid. Tocó las hojas, cogió un terrón del suelo, lo olió, lo desmenuzó con sus dedos, alzó la mirada para el tronco del árbol que servía de apoyo a la vid… “Tienes que cortarlo. Esta vid está consumida por causa del tronco”.
“¡Pero si es su apoyo desde hace años!”.
“Respóndeme, hombre: cuando plantaste esta vid, ¿cómo era ella y como era el tronco?”.

“¡Oh, era un hermoso majuelo de tres años! Lo saqué de otra cepa mía. Para traerla aquí hice un agujero profundo, para no dañarle las raíces al sacarla de su terruño natal. También aquí, había hecho un agujero igual; más grande todavía, para que estuviera enseguida a sus anchas. Antes había excavado bien con la azada toda la tierra de alrededor para que estuviera esponjosa, de forma que las raíces pudieran extenderse enseguida sin esfuerzo. Metí en el fondo grato abono y coloqué el majuelo con todo cuidado – como sabes las raíces se fortifican si encuentran inmediatamente algo que las nutra -. Del olmo me ocupé menos. Era un arbolito cuya única función era de servir de apoyo al majuelo. Por eso, le puse, casi superficialmente, al lado del majuelo, lo afiancé y me fui.

 Arraigaron ambos, porque la tierra era buena. De todas maneras, mientras que la viña crecía de un año para otro – estimada, podada, rejacada - , el olmo crecía con dificultad (¡para lo que servía!…)… pero luego se ha hecho recio. ¿Ves qué hermoso está ahora? Cuando vuelvo, de lejos veo destacar alta su copa como una torre, y me parece la enseña de mi pequeño reino. Al principio la vid la tapaba y no se veían sus hermosas frondas. ¡Ahora, mira que hermosa su copa allá arriba bajo el sol! ¡Y qué tronco! Derecho, fuerte. Podía sujetar esta vid durante años y años, aunque hubiera crecido como aquellas que cogieron los exploradores de Israel en el torrente del Racimo. Sin embargo…”.

“Sin embargo… te la ha matado. La ha rendido. Todo favorecía su vida: el terreno, la posición, la luz, el sol, tu forma de cuidarla. Pero este la ha matado. Se ha hecho demasiado fuerte. Ha atenazado sus raíces y las ha ahogado. Le ha quitado todo jugo proveniente del suelo, ha estrangulado su respiración, le ha vedado la luz que necesitaba. Tala inmediatamente este inútil y recio árbol, y tu vid renacerá.
Y renacerá mejor aún sí, con paciencia excavas la tierra para poner al desnudo las raíces del olmo y las siegas, para asegurarte que no echen rebrotes. Se pudrirán en el suelo con sus últimas ramificaciones: de muerte se transformarán en vida, porque se transformarán en substancia fertilizante. Digno castigo a su egoísmo. El tronco lo echarás al fuego, y así te será útil. Una planta inútil y nociva solo sirve para el fuego, y debe ser arrancada, para que todo el bien lo reciba la planta buena y útil. Ten fe en lo que te digo y te sentirás feliz”.
Pero, ¿Quién eres tú? Dímelo para que pueda tener fe”.
“Yo soy el Sapiente. Quien cree en Mí, estará seguro”. Y se marchó.

El hombre tuvo un momento de indecisión. Luego se decidió y echó mano a la sierra; es más, llamó a sus amigos para que le ayudaran.
“¡Qué sandez!, perderás viña y olmo”. Yo me limitaría a podarle la copa para dar aire a la vid. No más”. “En todo caso deberá tener un soporte. Es un trabajo inútil”. “¡Quién sabe quién era! Quizás uno que te odia y tú no lo sabes”. “O quizás es un loco”… y así sucesivamente.
“haré lo que me ha dicho. Tengo fe en él”. Y segó el olmo por la base; y, no contento con ello, en un amplio radio puso al desnudo las raíces de las dos plantas, y segó con paciencia las del olmo, teniendo cuidado de no dañar a las de la vid. Luego volvió a tapar el vasto agujero que había hecho. A la vid, que había quedado sin soporte, le puso al lado una fuerte barra de hierro; luego escribió en una tabla la palabra “Fe” y la ató a la parte alta de la barra.
Los otros se marcharon meneando la cabeza.

Pasó el otoño y el invierno. Vino la primavera, los sarmientos enroscados en el apoyo se adornaron de abundantes gemas (primero apiñadas como en un estuche de terciopelo plateado; luego entreabiertas, sobre la esmeralda de las nacientes hojitas; luego abiertas del todo. Y nuevos sarmientos fuertes a partir del tronco todos ellos un verdadero floreteo de florecillas… y luego todo un fructificar de granos de uva). Más racimos que hojas. Y estas, grandes, verdes, fuertes, tan fuertes como los conjuntos de dos, tres o más racimos. Cada racimo, una densa concentración de granos carnosos, jugosos, espléndidos.

“¿Y ahora qué decís? ¿Era o no el árbol la razón por la cual mi vid moría? ¿Era acertado o no lo que dijo el Sapiente? ¿Tuve o no razón cuando escribí en una tabla la palabra “Fe”? dijo el hombre a sus amigos incrédulos.
“Has tenido razón. ¡Dichoso tú que has sabido tener fe y has sido capaz de destruir el pasado y lo que de nocivo se te dijo”.
Esta es la parábola.
[...] Pasado este momento, Jesús continua:
"De todas formas, la parábola tiene un sentido más amplio del pequeño episodio de una fe premiada. El sentido es este:

Dios había plantado su vid, su pueblo, en un lugar apropiado, y le había procurado todo lo que necesitaba para crecer y dar frutos cada vez mayores; y había apoyado a su pueblo en los maestros, para que pudiera comprender más fácilmente la Ley y para que fueran su fuerza. Pero los maestros quisieron ser más que su Legislador, crecieron, crecieron, crecieron... hasta hacerse valer por encima de la eterna Palabra. Y así Israel ha quedado estéril. El Señor ha enviado entonces al Sapiente, para que los israelitas que, con recto corazón, sienten el dolor de esta infecundidad y prueban los remedios que les vienen de los dictámenes o consejos de los maestros - muy doctos humanamente, pero indoctos sobrenaturalmente y por tanto, lejanos del conocimiento de lo que se debe hacer para devolver la vida al espíritu de Israel - puedan disponer de un consejo verdaderamente beneficioso.

Ahora bien, ¿Qué sucede? ¿Porqué no recupera las fuerzas Israel y vuelve a ser vigoroso como en los tiempos áureos de su felicidad al Señor? Porque el consejo es: eliminar todas las cosas parasitarias que han crecido en detrimento de la Cosa santa - la Ley del Decálogo - tal y como fue dada, eliminarlas para dejar aire, espacio, alimento a la Vid, al Pueblo de Dios, y darle un apoyo recio, derecho, que no pueda ser plegado, soporte único, de nombre luminoso: la Fe.


Pues bien, este consejo no se acepta. Por eso os digo que Israel caerá, siendo así que podría renacer y ganar el Reino de Dios, si supiera creer y generosamente corregirse y modificarse substancialmente.

Podéis marcharos en paz. Que el Señor esté con vosotros.

Explicación actual de la Parábola:


-La Vid: El Pueblo de Dios
-El Dueño de la Vid: Dios, el sublime Creador.
-El Sapiente: Jesús y su Doctrina.
-El Olmo: los teólogos progresistas y rebeldes como son todos los parásitos eclesiásticos, con sus abanderados tipo Hans Kung, Massiá; Queiruga, Pagola, y tantos teólogos humanamente doctos y sobrenaturalmente necios.
-La destrucción del olmo y sus raíces: La eliminación de esta plaga, que con su soberbia quieren cambiar el Evangelio a su antojo.
-La barra de hierro: La nueva evangelización, basada en la auténtica Fe, transmitida por la Tradición y los Santos Padres, inmutable e imperecedera.















sábado, 1 de mayo de 2021

LA LUCHA CONTRA LOS ENEMIGOS TENEBROSOS DEL MUNDO Y LOS ESPÍRITUS DEL MAL QUE ESTÁN EN LAS ALTURAS. DE LA CARTA DE SAN PABLO A LOS EFESIOS (Ef 6-12)

Los animales nos enseñan a permanecer vigilantes ante los enemigos
que desean su muerte, y que se encuentran
 tanto en la tierra, como en los aires.





DE LA CARTA DE SAN PABLO A LOS EFESIOS (Ef. 6-12)



"Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del mal, que están en las alturas".

Los perritos de las praderas, también llamados surricatos, para sobrevivir, tienen que estar muy atentos hacia todos los peligros que les pueden sobrevenir, tanto de la tierra, como pueden ser las serpientes, y los animales carnívoros como los chacales, así como los enemigos de los aires, como las aves de presa. Los animales que están en campo abierto, lejos de sus madrigueras, y que no tienen vigilantes para hacer sonar las alarmas, tienen la vida perdida.

Estos graciosos y prudentes animales, nos enseñan como hay que enfrentarse a sus enemigos, mientras la mayoría buscan comida, siempre hay algunos, situados en promontorios elevados, que vigilan atentamente por si se acerca algún peligro, para eso tienen varias llamadas de alarma, para que los demás sepan si se trata de un ave de presa, un reptil o un chacal. A su aviso, los demás corren a refugiarse en sus guaridas subterráneas, salvo cuando se trata de serpientes, que se pueden introducir en sus moradas.

En ese caso, se reúnen todos y hacen frente al reptil, son animales de sangre caliente es decir más rápidos que la serpiente de sangre fría, reunidos en grupo alrededor del enemigo, tratan de disuadirle, y al final logran que se aleje. Se ha visto en los documentales que alguna vez alguna de ellas es alcanzada por la mordedura venenosa de la serpiente. Parece que se mueren, y permanecen inertes durante un largo tiempo, pero luego reviven porque Dios las ha hecho inmunes al veneno.

Lo mismo ocurre con los seres humanos, el enemigo de Dios, ronda incansablemente alrededor de las almas para llevar a su maldito reino del horror, que es la muerte del alma, a las almas creadas por Dios, nuestro sublime Redentor, nos ha dado unas leyes que debemos cumplir si no queremos caer en las garras de nuestros enemigos naturales que son en esta tierra el mundo, el demonio y la carne, y nos ha dicho que debemos de estar vigilantes para no dejarnos sorprender, siendo el enemigo más peligroso Satanás que es para nosotros la serpiente venenosa, y que solo se puede vencer haciéndole frente en grupo, unidos con oración, que pone en fuga a ese terrible enemigo. 

Otros enemigos muy peligrosos, son las aves rapaces que con su vuelo rapidísimo pueden sorprender a alguien alejado de su madriguera, cuando se encuentra en campo abierto, es decir lejos de su refugio que es la Santa Madre Iglesia, son los alejados de Dios, los que se exponen a los peligros y en cierta manera no siguen sus mandamientos y tientan a Dios, porque se creen que no necesitan ayuda alguna, son los soberbios. 

Los que atacan a las serpientes, y son mordidos y envenenados, son los que caen en pecado mortal combatiendo al mal, pero no mueren, con los Sacramentos pueden ser absueltos de su culpa y volver a la Vida.






DESCRIPCIÓN DETALLADA DE LA NATURALEZA DE LOS HIJOS DE DIOS Y DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.



Cuadro sinóptico de la Santísima Trinidad





María Valtorta era con la Biblia la lectura de la Madre Teresa de Calcuta, y la del Padre Pío de Pietrelcina que la recomendaba a sus fieles, diciéndoles que debían leer sus escritos.

Aquí, en este dictado de Jesús a María Valtorta, que transcribimos a continuación, queda perfectamente retratado lo que predica la Iglesia Católica, desde el principio de su fundación hasta la hora actual, esta perspectiva solo puede ser definida y explicada por el mismo Dios, el cual, ve con meridiana claridad todos los acontecimientos pasados, presentes y futuros, porque para Dios no existe nada oculto, ni pasado, ni presente ni futuro, todo es conocido, y para Él, ya ha ocurrido.


CURIOSIDADES MATEMÁTICAS SOBRE
LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Dios está en todas partes, y su poder es infinito, si se puede explicar matemáticamente, habría que aplicar la teoría de la relatividad de Dios que sería una fórmula muy sencilla, que explica que Dios está en toda la Creación infinita intergaláctica:
                                 
                                                                   
                                                 V= e/T

Siendo V, la velocidad
eel espacio
Tel tiempo.

Es una regla  elemental, que dice que  la velocidad es la distancia recorrida dividida por el tiempo, pero si para Dios, el tiempo es nulo ya que dijo textualmente: "Yo soy el que soy", lo que quiere decir, que para Él no existe el tiempo, entonces T=0, y por consiguiente la velocidad V es infinita, ya que en matemáticas sabemos que un número dividido por cero, da un resultado infinito.

Se argumentará que la distancia también es nula ya que en el Cielo, no hay distancias y Dios no tiene tamaño alguno, y las leyes matemáticas dicen que el número 0, dividido 0, da un número indeterminado, por eso se puede decir igualmente que no se puede afirmar que Dios tenga una velocidad infinita, sino que está en todos los sitios del Universo visible e invisible, en la cual las reglas matemáticas, aún que de cierta manera pueden aclararlo, son impropias para el mundo espiritual, que sin embargo también está regido por Leyes puestas por ese Ser fabuloso que es infinito, y que por eso está en todas partes.

Lo que sí se puede saber, para demostrar esa teoría, es que muchos Santos, han tenido el don de la bilocación, que es estar en varios sitios a la vez, es decir que se han sustraído a las leyes de la naturaleza, y Dios les ha permitido aplicar unas leyes espirituales que nada tienen que ver con las leyes naturales. Por esa razón aludida, Dios puede estar en todas partes, y Satanás que también es un espíritu, puede encontrarse en todas partes si Dios se lo permite.

Otra ley matemática que explica de cierta manera el poder infinito de Dios es la fórmula de la energía:

                                               E = 1/2. m. v2

Siendo E la energía cinética; m la masa,  y v la velocidad.

Pero como (2.g.h) 0,5

Tenemos pues:                       E = m. g. h

    Y por eso, a Dios a quien se le denomina en la Biblia el Altísimo, por ser más alto en todos sus atributos que todo lo creado, por esa razón el término h, que es la altura en la fórmula matemática, tiene un valor infinito; la masa espiritual m que representa la suma de todas sus virtudes y perfecciones; y la fuerza de la gravedad g, que espiritualmente hablando es el Amor o sea el Espíritu Santo,  la energía E, o sea la Fuerza de Dios, también es infinita por tres razones que simbolizan las tres personas de la Santísima Trinidad: El Padre: la altura h; el Hijo la masa m, que es su infinita perfección, y la gravedad g que simboliza la fuerza infinita de atracción del Amor, que es el que mueve todas las cosas creadas por Dios.

   Este relato da igualmente una explicación precisa y contundente sobre la recreación del alma, que es el volver a nacer por la Gracia de Dios, para poder entrar en su Reino, según así lo explicó Jesús a Nicodemo.


     Y aquí quiero subrayar una falsa doctrina, inspirada por Satanás, que se está predicando insistentemente: "todos somos hijos de Dios", habría que precisar que hay que considerar a todos los hombres como Hijos de Dios, porque no se puede juzgar a nadie por la sencilla razón de que un gran pecador puede arrepentirse, y un gran religioso puede llegar a volverse un gran pecador y renegar de su Fe, por eso habría que decir en vez de todos somos Hijos de Dios, todos estamos llamados a ser Hijos de Dios. 

Error grave que anula toda la tradición Cristiana, le quita el significado al Nacimiento, Vida, Doctrina, Pasión, Muerte y gloriosa Resurrección de Jesucristo; favorece el quietismo y la muerte por inanición del alma, que se está desarrollando y deificando en su vida mortal, y que es necesario que se regenere de las secuelas del pecado Original, renaciendo a la Vida Nueva, el Reino, como lo explica Jesús más abajo. 



De los cuadernos de María Valtorta
(De Septiembre a Octubre de 1.950)

     Dice Jesús:
     Apocalipsis. (Ap 1, 4)


    "Aquel que es" es el antiguo Nombre de Dios, el nombre con el que Dios se presentó a Moisés en el monte, el nombre que Moisés le enseñó a su pueblo para que de ese modo pudiera invocar a Dios. En ese nombre se refleja toda la eternidad, la potencia, la sabiduría de Dios.

     Aquel que es: la eternidad. 

     Dios no tuvo un pasado. No tendrá un futuro. El es: el presente eterno. [...] Y entonces, nace la humildad, nace la adoración adecuada al Ser Divino que debe de ser adorado, nace la confianza, porque el hombre, la nada, el granito de polvo respeto al Todo y a todo lo creado por el Todo, se siente bajo el rayo de la protección del que, perteneciendo a la eternidad, quiso que los hombres existieran para darles su infinito amor.

     Aquel que es: la Potencia infinita.

     ¿Cuál es la persona o cosa que podría existir por sí misma? Ninguna: sin combustiones o fusión de partículas esparcidas por el firmamento no se forma un nuevo astro. [...]
Él existe por Sí mismo. No debe su existencia a cosa o persona alguna. Él existe. No tuvo necesidad de otro ser para existir [...] y si todo lo que existe - en el Cielo espiritual, en la Creación sensible, en los Infiernos - ya es testimonio de su inmenso poder, su ser que no tuvo principio de otro ser o cosa, es el inmenso testimonio de su inmenso poder.

     Aquel que es: la Sabiduría perfectísima.

     No creada, es decir, no tuvo necesidad de autoformacion ni de la formación de los maestros. Es esa Sabiduría que, cuando creó el todo, que no existía, no cometió ni siquiera un error, creando y queriendo hacerlo perfectamente. (...)

Más El que es, y que es la Sabiduría perfectísima, no cometió errores ni los comete y no debe decirse nunca que el mal y el dolor que han vuelto imperfecto lo que fue creado de modo perfecto proviene del Omnisciente, sino de los que quisieron y quieren salir de esa Ley de orden que Dios les dio a todas las cosas y a los seres vivientes. Es un orden perfecto espiritual, moral y físico, y que, si hubiera sido respetado, habría mantenido en la Tierra el estado de Paraíso terrestre y habría mantenido a los hombres que la habitan en la feliz condición de Adán y Eva antes de la culpa.

      Aquel que es:

     (...) Y para aquel que sabe leer y comprender, hay un eco de ese nombre en el nombre del Hijo de Dios hecho Hombre, en el nombre que Dios mismo impuso a su Hijo encarnado, y que el Ángel del anuncio feliz había comunicado a la Virgen Inmaculada. Y la Palabra que llevó ese Nombre a los suyos, enseñó de nuevo la Palabra verdadera: Jehová, para nombrar a Dios, para nombrar a su Santísimo Padre del cual es generado el Hijo y de los cuales procede el Espíritu Santo, que procede para generar, en el momento debido, al Cristo Salvador en el seno de la Virgen.

     Es Jesús el hijo de Dios y de la Mujer; El que, además de ser el Mesías prometido, el Redentor, es el testimonio más verdadero del Padre y de su voluntad, el testimonio de la Verdad, de la Caridad, del Reino de Dios. (...)

     El Hijo por su parte, revela al Padre; se lo revela al mundo que lo ignora y también al pequeño mundo de Israel que, aunque no le ignoraba, no conocía la verdad de amor, de misericordia, de Justicia mitigada por la caridad, que constituía su Naturaleza. Quien me ve a Mí, ve al Padre, mi Doctrina no es Mía sino del que me ha enviado, no conocéis su Palabra, más la conozco Yo, porque me ha generado. El Padre que me ha enviado no ha dejado solo a su Hijo; Él está Conmigo. Yo y el Padre somos una sola cosa".

El Hijo revela también al Espíritu Santo, mutuo Amor, beso y abrazo eterno del Padre y del Hijo, Espíritu del Espíritu de Dios. Espíritu de Verdad, Espíritu de Consuelo, Espíritu de Sabiduría, que confirmará en la fe a los creyentes y les enseñará la Sabiduría porque Él es el Teólogo de los teólogos, la Luz de los místicos, el Ojo de los contempladores, el Fuego de los que aman a Dios.

   Todas las enseñanzas y todas las obras de Cristo son testimonios del Padre y revelación del incomprensible Misterio de la Santísima Trinidad, de esa Santísima Trinidad, que hizo posible la Creación, la Redención, la Santificación del hombre, de esa Santísima Trinidad por la cual fue posible - sin destruir la primera creación, que se había corrompido - lograr recreación o nueva creación de una pareja sin mancha, de una nueva Eva, de un nuevo Adán, como medio para recrear para la Gracia y para restablecer por lo tanto, el orden violado y el fin último entre los hombres y para los hombres provenientes de Adán.

     Por voluntad del Padre, en consideración de los méritos del Hijo, y por obra del Espíritu Santo, el Hijo pudo asumir una carne humana en la Mujer Inmaculada, nueva y fiel Eva, pues el Espíritu de Dios cubrió con su sombra el Arca no realizada por manos humanas, y así se tuvo el nuevo Adán, el Vencedor, el Redentor, el Rey del Reino de los Cielos, el Reino al que son llamados los que merecen convertirse en Hijos de Dios y Co-herederos del Cielo, por haberle acogido con amor y haberle seguido en la Doctrina.






martes, 27 de abril de 2021

ES NECESARIO QUE DIOS SEA UN SER ESCONDIDO PARA PODER SEPARAR EL GRANO DE LA CIZAÑA.


Todo lo creado relata la infinitud, la sabiduría, la riqueza y la  Gloria inmensa de Dios, pero solo lo pueden apreciar los
bienaventurados que poseen la Gracia.  



Afortunadamente, conociendo la mentalidad de la gran mayoría de las personas, me alegro sobremanera de que Dios esté escondido, y que para hallarlo, haya que buscarlo afanosamente, siguiendo unos criterios bien determinados, marcados por las leyes de Dios que son inmutables, y transmitidos por su Santa Iglesia Católica, y no por el criterio de cada persona, interpretando el mensaje de las Escrituras según su parecer. 

Leyes que son inaccesibles para toda la jauría de vividores hedonistas, con su gran abanico de variantes de lo más variopintas: ateos, agnósticos, progresistas que quieren adaptar las leyes del Sinaí a nuestros tiempos, y someterlas a la aprobación de la mayoría "democrática", anarquistas que huyen de toda Jerarquía, libre-pensadores, abortistas, teólogos de la liberación, marxistas, socialistas, y un sinfín de contestatarios a toda obediencia. 

Una vez que se siguen esas leyes impuestas por Dios, que se pueden resumir en entrar por la puerta estrecha que es Cristo, y seguir caminando por el angosto y empinado camino, con un cayado que es la Cruz, con la fuerza que da el saber que en la meta, se encuentra lo que anhela el alma enamorada, y loca de amor por encontrar al Ser supremo, fuente de todas las virtudes y de toda belleza infinita, se puede entonces acceder al lugar en donde está escondido el Sublime Rey de Reyes del Universo. 

Pero cuando el alma encuentra lo que busca, que está escondido, se encuentra en ese momento, como lo dice San Juan de la Cruz, ella misma escondida. Del punto de vista espiritual, esta ocultación del alma, significa que está ella también alejada al mundo, es decir retirada de lo que da el mundo: Las riquezas, los honores y la admiración de los hombres, el alma que tiene la dicha infinita de llegar a la meta y de encontrarse con su Creador, se hallará escondida, sin saberlo, fuera del mundo, y esa unión mística solo se producirá traspasando la puerta final, en donde con toda su esencia, mora el objeto de su deseo, se trata de la puerta de la muerte, que accede a la vida Eterna, que ella también está escondida, pero que por fin nos permitirá admirar cara a cara a ese Dios, que ya no estará nunca más escondido.

El hecho de que Dios se halle escondido, tiene también la gran ventaja de que la persona que lo busque, y lo encuentre por el camino que se ha indicado, será un verdadero merecedor del fabuloso premio, el tesoro escondido, y si Dios no estuviese escondido, y la gente viese su Gloria, todo el mundo se apuntaría a la opción del más allá, y ya no se podría distinguir el trigo de la cizaña que estaba escondida entre el trigo. 

Y el gran mérito y la gran victoria de la Fe, será precisamente en haber creído en ese Dios escondido, y de haber apostado por Él, estando escondido, rechazando todo los honores y los placeres de un mundo hedonista que no estaba escondido. Por esa razón se dice que la Fe es un don de Dios, que se da escondido, porqué sin ese don, sería imposible creer en un Dios escondido, y rechazar todas los atributos del mundo no escondido.










lunes, 26 de abril de 2021

EMOCIONANTES PALABRAS DE JESÚS, QUE LLORA PORQUE SE SIENTE INCOMPRENDIDO



LA ROSA DE JERICÓ LA PLANTA QUE RESUCITA



       Discusión y malhumor de los Apóstoles que se encuentran perdidos en un barrizal, palabras amargas contra Jesús, paciencia infinita del Maestro, que en su humildad, guarda silencio.

        Encuentro con un individuo que odia a Jesús, al cual se ofrece como víctima. Refugio en una gruta en donde Jesús queda toda la noche despierto mientras los Apóstoles duermen, ocupándose de calentarlos con una hoguera y llevándoles paja caliente. Recuerdos de la gruta de Belén.


         Discurso de Jesús con sus discípulos, en donde se puede apreciar la insondable profundidad del abismo de su amor hacia los hombres. 

            Encuentro en el camino a una mujer tirada en el suelo, la Rosa de Jericó, con el vestido de leprosa, enferma y desechada, y que tenía una enfermedad venérea provocada por su lujurioso marido que la había repudiado, Jesús le pide el perdón hacia él.

      Ejemplos asombrosos de sublima Paciencia, Bondad y Caridad de Jesús-Dios para enemigos y discípulos.




JESÚS MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN
LA ROSA DE JERICÓ

(Del Poema del Hombre-Dios de Mª Valtorta)


          La llanura del lado oriental del Jordán, debido a las continuas lluvias, parece haberse convertido en una laguna, especialmente en el lugar en que se encuentran ahora Jesús y los Apóstoles.

     (...) El grupo apostólico está ahora entre los dos últimos torrentes, que además se han desbordado y han ocupado las zonas contiguas a sus orillas, ampliando así su lecho; especialmente el que está al sur, imponente por la masa de agua que trae de las montañas, que rumorea, turbia, en dirección al Jordán, cuyo rumor a su vez, se oye fuerte, especialmente en las zonas en que los meandros naturales – podría decir, los estrechamientos que presenta continuamente – o la desembocadura de un afluente producen una excesiva acumulación de aguas. Pues bien, Jesús está dentro de este triángulo truncado, formado por tres cursos de agua crecidos, y salir de ese pantano, no es cosa fácil.

        El humor apostólico está más turbio que el día. Con eso está todo dicho. Todos quieren dar su opinión. Dicen todas las cosas que se les ocurre, bajo la apariencia de un consejo, pero es una crítica. Es la hora de los: “Ya lo había dicho yo”, “si se hubiera hecho como lo aconsejaba”… palabras que tanto hieren para una persona que haya cometido un error, y que por esa razón, ya se encuentra muy abatido.

      Aquí se oye: “Habría sido mejor cruzar el río a la altura de Pel.la y luego ir por la otra parte, que es menos dificultosa”, o: “¡Hubiera convenido tomar aquel carro! Si, hemos cumplido, ¿pero luego?...”, y también: “¡Si nos hubiéramos quedado en los montes, no habría este barro!”.

       Juan dice: “Sois los profetas de las cosas realizadas. ¿Quién podía prever esta lluvia insistente?”.

        “En su tiempo. Era natural” sentencia Bartolomé.

       “Los otros años, no ha sido así antes de la Pascua. Cuando fui donde vosotros, el Cedrón no estaba crecido, y el año pasado hemos tenido incluso tiempo seco. Vosotros que os quejáis, ¿no os acordáis de la sed que pasamos en la llanura filistea?” dice el Zelote.

      “¡Claro! ¡Natural! ¡Hablan los dos sabios y nos contradicen!” dice con ironía Judas de Keriot.

      “Tú, cállate por favor, solo sabes llevar la critica. Pero, en los momentos importantes, cuando hay que hablar con algún Fariseo o similar, te quedas callado como si tuvieras trabada la lengua” le dice, inquieto, Judas Tadeo.

      “Sí. Tienes razón. ¿Por qué no has replicado ni una palabra a esas tres serpientes en el último pueblo? Sabías que habíamos estado también en Yiscala y en Meirón, respetuosos y obsequiosos; y que allí quiso ir Él, justamente Él, que honra a los grandes rabíes difuntos. ¡Pero no has hablado! Sabes como exige de nosotros respeto a la Ley y a los Sacerdotes. ¡Pero no has hablado! Hablas ahora. Ahora, porque hay alguna ironía que hacer sobre los mejores de entre nosotros, y críticas por hacer a las acciones del Maestro” dice, en tono apremiante, Andrés que normalmente es paciente, pero que hoy se manifiesta muy nervioso.

        “Calla tú. Judas está equivocado. Él, que es amigo de muchos, demasiados, samaritanos…” dice Pedro.

        “¡Yo! ¿Quiénes son? Dime sus nombres, si puedes”.

      “¡Sí, si, amigo! Todos los Fariseos, Saduceos y gente influyente de cuya amistad te jactas. ¡Se ve que te conocen! A mi no me saludan nunca. A ti, sí”.

        “¡Estás celoso! Bueno, yo pertenezco al Templo y tú no”.

        “Por gracia de Dios soy un pescador. Sí, y me glorío de ello”.

      “Un pescador tan necio, que no ha sabido ni siquiera prever este tiempo”.

       “¿No? Ya lo dije: “Luna de Nisán mojada, agua a cantaradas” sentencia Pedro.

       “¡Ah! ¡Aquí te quería ver! ¿Y tú que opinas, Judas de Alfeo? ¿Y tú, Andrés? ¡También Pedro, el Jefe, critica al Maestro!”.

     “Yo no critico absolutamente a ninguno. Estoy diciendo un proverbio”.

        “Que, para quien lo oye, significa crítica y reproche”.

       “Sí… pero todo esto no sirve para secar la tierra, me parece. Ya estamos aquí, y aquí debemos estar. Vamos a reservar el aliento para desencajar los pies de este barrizal” dice Tomás.

   ¿Y Jesús? Jesús guarda silencio. Va un poco adelantado, chapoteando en el lodo, o buscando pedazos de tierra con hierba no sumergidos. Pero también al pisarlos, salpican agua hasta la mitad de las espinillas, como si el pie hubiera pisado una charca, en vez de una mata de hierba. Guarda silencio, les deja hablar descontentos, enteramente humanos, nada más que hombres a quienes la mínima molestia vuelve irascibles e injustos.

      Ya está cerca el río más meridional. Jesús, viendo pasar a lo largo del ribazo inundado, a un hombre a lomos de un mulo, pregunta: “¿Dónde está el puente?”.

    “Más arriba. Yo también tengo que cruzarlo. El otro, aguas abajo, el romano está ya anegado”.

      Otro coro de quejas… Pero se apresuran a seguir al hombre, que habla con Jesús.

       “De todas formas, te conviene subir hacia las colinas” dice. Y termina: “Vuelve al llano cuando encuentres el tercer arroyo después del Yaloc. Tendrás ya cerca el vado. Pero apresúrate. No te detengas. Porque el río crece cada vez más. ¡Qué estación más horrible! Primero el hielo, luego el agua. Y fuerte como ahora. Un castigo de Dios. ¡Pero es justo! Cuando no se apedrea a los blasfemos de la Ley, Dios castiga.

     ¡Y tenemos ese tipo de blasfemos! ¿Tú eres Galileo, no es verdad? Entonces, tú conocerás a ese de Nazaret del que todos los buenos se separan porque provoca todos los males. ¡Atrae a las potencias destructoras con su palabra! ¡Los castigos! Hay que oír lo que cuentan de Él los que le seguían.

       Tienen razón los Fariseos en perseguirle. ¡Qué gran ladrón tiene que ser! Debe de dar miedo como Belcebú. Me vinieron ganas de ir a escucharle, porque antes me habían hablado muy bien de Él. Pero… eran discursos de los de su banda. Todos gente sin escrúpulos como Él. Los buenos le abandonan. Y hacen bien. Yo, por mi parte, no trataré nunca más de verle. Y si coincide en mi camino, le apedreo, como así se debe hacer con los blasfemos”.

        Apedréame entonces. Soy Yo, Jesús de Nazaret. No huyo ni te maldigo. He venido para redimir el mundo derramando mi Sangre. Aquí me tienes. Sacrifícame, pero hazte justo”.

      Jesús dice esto abriendo un poco los brazos, hacia abajo; lo dice lentamente, mansamente, con tristeza. Pero, si hubiera maldecido al hombre, no le habría impresionado más. Éste, tira tan bruscamente de los ramales, que el mulo pega una reparada que, por poco si no se cae por el ribazo al río crecido. Jesús agarra el bocado y sujeta el animal, a tiempo de salvar hombre y mulo.

     El hombre no hace sino repetir: “¡Tú! ¡Tú!...” y, viendo el movimiento que le ha salvado, grita: “Pero si te he dicho que te apedrearía… ¿No comprendes?”.

       “Y Yo te digo que te perdono y que sufriré también por ti para redimirte. Esto es el Salvador”.

      El hombre le mira todavía; luego da un golpe de talón en el costado del mulo y se marcha veloz… Huye… Jesús agacha la cabeza…

      Los Apóstoles sienten la necesidad de olvidarse del barro, la lluvia y todas las otras miserias, para consolarle. Le circundan y dicen: “¡No te aflijas! No tenemos necesidad de bandidos. Y ese lo es. Porque solo una persona mala puede creer que son verdaderas las calumnias que dicen de Ti, y tener miedo de Ti”.

       “De todas formas” dicen también: “¡que imprudencia, Maestro! ¿Y si te hubiera agredido? ¿Por qué decir que eras Tú Jesús de Nazaret?”.

     “Porque es la verdad… Vamos hacia las colinas, como ha aconsejado. Perderemos un día, pero vosotros saldréis del pantano”.

         “También Tú” objetan.

      “¡Para Mí no cuenta! El pantano que me cansa es el de las almas muertas” y dos lágrimas gotean de sus ojos.
“No llores, Maestro. Nosotros nos quejamos, pero te queremos. ¡Si encontramos a los que te difaman!... Nos vengaremos”.
“Vosotros perdonaréis como perdono Yo. Pero dejadme llorar. ¡Al fin y al cabo, soy el Hombre! Y que me traicionen, que renieguen de Mí, que me abandonen, me causa dolor”.

     “Míranos a nosotros, a nosotros. Pocos pero buenos. Ninguno de nosotros te traicionará ni te abandonará. Créelo, Maestro”.
“¡Ciertas cosas no hay ni que decirlas! ¡Pensar que podamos cometer una traición es una ofensa a nuestra alma!” exclama Judas Iscariote.

      Pero Jesús está afligido. Guarda silencio. Y ruedan lentas lágrimas por las pálidas mejillas de un rostro cansado y enflaquecido.

     Se acercan a los montes. “¿Vamos a subir allá arriba, o solo vamos a ir por las faldas de los montes? Hay pueblos a mitad de la ladera. Mira. De esta parte del río y de la otra” le indican.

      “Está cayendo la tarde. Vamos a tratar de llegar a un pueblo. Da lo mismo el que sea”.

      Judas Tadeo, que tiene muy buenos ojos, escruta las laderas. Se acerca a Jesús. Dice: “En caso de necesidad, hay grietas en el monte. ¿Las ves allí? Nos podemos refugiar en ellas. Siempre será mejor que el barro”.

       “Encenderemos fuego” dice Andrés queriendo consolar.

       “¿Con la leña húmeda?” pregunta con ironía Judas de Keriot.

      Ninguno le responde. Pedro susurra: “Bendito el Eterno porque no están con nosotros ni las mujeres ni Margziam”.

       Pasan el puente – verdaderamente prehistórico - , qué está justo en los límites del valle. Toman el lado meridional de éste, por un camino de herradura que lleva a un pueblo. Las sombras descienden rápidamente; tanto que deciden refugiarse en una amplia gruta para huir de un violento chaparrón. Quizás es una gruta que sirve de refugio a los pastores, porque hay paja, suciedad y un tosco hogar.

      “Como cama no sirve. Pero para hacer fuego…” dice Tomás, señalando los ramajes sucios y desmenuzados que hay por el suelo desperdigados; y helechos secos y ramas de enebro de otra planta similar. Y los arrima al hogar ayudándose de un palo. Los amontona. Prende fuego.

       Humo y hedor, junto a olor de resina y enebro, se desprenden del fuego. Y, no obstante se agradece ese calor; todos hacen un semicírculo y comen pan y queso a la luz móvil de las llamas.

     “De todas formas se podía haber intentado en el pueblo” dice Mateo, que está ronco y resfriado.

      “¡Sí, ya! ¿Para repetir la historia de hace tres noches? De aquí no nos echa nadie. Estamos sentados en aquella leña y hacemos fuego hasta que podamos. Ahora que se ve, ¡Hay leña en cantidad!, ¿eh? ¡Mira, mira también paja!... Es un redil. Para verano o para cuando trashuman. ¿Y por aquí, a donde se va? “Coge una rama encendida, Andrés, que quiero ver” ordena Pedro, mientras se mueve buscando hacer algún descubrimiento.

       Andrés obedece. Se meten por una estrecha hendidura que hay en una pared de la gruta.

    “¡Tened cuidado, no vaya a haber algún animal peligroso!” gritan los otros. “O leprosos” dice Judas Tadeo.

      Al cabo de poco, llega la voz de Pedro. “¡Venid! ¡Venid! Aquí se está mejor. Está limpio y seco, y hay bancos de madera, y leña para el fuego. ¡Es un palacio para nosotros! Traed ramas encendidas, que hacemos fuego inmediatamente”.

     Debe ser, si, un refugio de pastores: esta es la gruta donde duermen los que están de descanso, mientras que en la otra velan los que, por turno, vigilan el rebaño. Es una excavación en el monte, mucho más pequeña, quizás hecha por el hombre, o por lo menos ampliada y reforzada con palos, colocados para sujetar la bóveda. Una campana de chimenea primitiva se pliega en forma de gancho hacia la primera gruta, para aspirar el humo, que sino, no tendría salida. Contra las paredes toscos bancos y paja; en éstas hay clavados unos ganchos para colocar lámparas y la paja y dice. “Y ahora, un poco cada uno, dormimos y nos turnamos para mantener el fuego vivo. Para ver y estar calientes. ¡Que gracia de Dios!”.

     Judas barbota entre dientes. Pedro se vuelve resentido: “Respecto a la gruta de Belén, donde nació el Señor, esto es un palacio; si Él nació allí, nosotros podremos estar una noche aquí”.

        “También es más bonita que las grutas de Arbela. Allí lo único hermoso que había era nuestro corazón, que era mejor que ahora” dice Juan, internándose en un místico recuerdo suyo.

       “También es mucho mejor que la que hospedó al Maestro para prepararse a la predicación” dice en tono severo el Zelote, mirando a Judas Iscariote como diciéndole: “¡Ya está bien, ¿no?!.

        Jesús, por último, abre su boca y dice. “Y es, sin comparación, más caliente y cómoda que en la que hice penitencia por ti, Judas de Simón, el pasado Tébet”.

        “¿Penitencia por mí? ¿Por qué? ¡No hacía falta!”.

    “Verdaderamente, deberíamos tú y Yo pasar la vida en penitencia para liberarte de todo lo que te grava. Y no sería suficiente todavía”.

    La sentencia, muy decidida aunque haya sido dada con serenidad, cae como un rayo en el grupo atónito… Judas baja la cara y se retira a un rincón. No tiene la audacia de reaccionar.

     “Yo me quedo despierto. Me encargo del fuego. Dormid vosotros” ordena Jesús pasado un rato.

     Y, poco después, a los chasquidos de la leña se une la respiración pesada de los doce, cansados, echados entre paja encima de los toscos bancos.

         Y Jesús, si la paja se cae y los deja descubiertos, se levanta y vuelve a extenderla encima de los durmientes, amoroso como una madre. Y llora incluso mientras contempla los rostros herméticos de algunos en el sueño, o plácidos o contrariados. Mira a Judas Iscariote, que parece sonreír maliciosamente incluso en el sueño, torvo, con los puños cerrados… Mira a Juan, que duerme con una mano debajo de la cara, velado el rostro con sus rubios cabellos, róseo, sereno como un niño en la cuna. Mira el rostro honesto de Pedro y el grave de Natanael, el virolento del Zelote, el rostro aristocrático de su primo Judas, y se detiene largamente a mirar a Santiago de Alfeo, que es un José de Nazaret muy joven.

       Sonríe al oír los monólogos de Tomás y Andrés, que parecen hablar al Maestro. Tapa muy bien a Mateo, que respira con dificultad, cogiendo más paja para que esté caliente; paja que extiende encima de sus pies después de haberla calentado al fuego. Sonríe al oír a Santiago proclamar: “Creed en el Maestro y tendréis la Vida”… y continuar predicando a personajes de sueño. Y se inclina a recoger una bolsa donde Felipe conserva entrañables recuerdos, y se la coloca despacio debajo de la cabeza. En los intervalos medita y ora…

        El primero en despertarse es el Zelote. Ve a Jesús todavía cerca del fuego encendido en la gruta ya bien caliente. Y por el montón de la leña, reducido a una miseria, comprende que han pasado muchas horas. Baja de su yacija y se acerca de puntillas a Jesús. “¿Maestro, no vienes a dormir? Velo yo”.

        “Ya amanece, Simón. Hace poco he ido allí y he visto que el Cielo se está aclarando”.

    “Pero, ¿por qué no nos has llamado? ¡Tú también estás cansado!”.

      “Simón, tenía mucha necesidad de pensar… y de orar” y le apoya la cabeza sobre el pecho.

        El Zelote, en pie, junto a Él, sentado, le acaricia, y suspira. Pregunta: “¿Pensar en qué, Maestro? Tú no tienes necesidad de pensar. Tú sabes todo”.

       “Pensar no en lo que debo decir, sino en lo que debo hacer. Estoy desarmado frente al mundo astuto, porque no tengo ni la malicia del mundo, ni la astucia de Satanás. Y el mundo me vence… Y estoy muy cansado…”.

     “Y apenado. Y nosotros contribuimos a ello, Maestro bueno inmerecido por nuestra parte. Perdóname a mí y a mis compañeros. Lo digo por todos”.

      “Os amo mucho… Sufro mucho… ¿Por qué tantas veces no me comprendéis?”.

       El bisbiseo de los dos despierta a Juan, que es el que está más cerca. Abre sus ojos zarcos, mira a su alrededor extrañado, luego recuerda y, enseguida, se pone de pie, y se acerca por detrás a los dos que están hablando.

      Por este motivo, oye las palabras de Jesús: “Para que todo el odio y las incomprensiones se transformaran en una insignificancia soportable, me bastaría vuestro amor, vuestra comprensión… Pero vosotros no me comprendéis… Y esta es mi primera tortura. ¡Es dura! ¡Dura! Pero no tenéis culpa de ella. Sois hombres… Será vuestro dolor el no haberme comprendido, cuándo ya no podáis repararlo… Por eso, y porque entonces expiaréis las superficialidades de ahora, las mezquindades de ahora, las cerrazones de ahora.

        Yo os perdono y digo anticipadamente: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, ni el dolor que me causan”.

        Juan cae delante y de rodillas, y abraza las rodillas de su Jesús afligido, y ya está para llorar, cuando susurra: “¡Oh, Maestro mío!”.
El Zelote, que sigue teniendo en su pecho la cabeza de Jesús, se inclina a besarle en los cabellos y dice: “¡Y, a pesar de todo, te queremos mucho! Solo que pretenderíamos de Ti una capacidad de defenderte, de defendernos, de triunfar. Nos deprime de verte hombre, sujeto a los hombres, a las inclemencias, a la miseria, a la maldad, a las necesidades de la vida… Somos unos necios. Pero así es. Para nosotros eres el Rey, el Triunfador, al Dios. No logramos comprender la sublimidad de tu renuncia a tanto por amor nuestro. Porque Tú sabes solo amar. Nosotros no sabemos…”.

       “Sí, Maestro: Simón ha hablado bien. No sabemos amar como ama Dios: Tú. Y lo que es infinita bondad, infinito amor, lo interpretamos como debilidad y nos aprovechamos de ello… Aumenta nuestro amor; aumenta tu amor, Tú que eres su fuente; hazle desbordarse como ahora se desbordan los ríos; empápanos, satúranos de amor, como están los prados en todo el valle. No son necesarios la sabiduría, el coraje, la austeridad, para ser perfectos como Tú quieres. Basta con tener amor… Señor, yo me acuso por todos: no sabemos amar”.

       Vosotros, los dos que más comprenden, os acusáis. Sois la humildad. Y la humildad es amor. Pero también los otros tienen solo una barrera para ser como vosotros. Y Yo la abatiré. Porque, efectivamente soy Rey, Triunfador y Dios. Eternamente. Pero ahora soy el Hombre. Mi frente pesa ya bajo el suplicio de mi corona. Siempre ha sido una corona torturadora el ser Hombre… Gracias, amigos. Me habéis consolado. Porque esto tiene de bueno el ser hombres: tener una madre que ama y amigos sinceros. Ahora vamos a despertar a los compañeros. Ya no llueve. Los mantos están secos. Los cuerpos descansados. Comed y nos ponemos en marcha”.

         Alza la voz lentamente, hasta que “nos ponemos en marcha” es una orden firme. Todos se levantan y manifiestan su contrariedad por haber dormido todo el tiempo, mientras Jesús velaba. Se arreglan un poco, comen, cogen los mantos, apagan el fuego y salen al sendero húmedo, y empiezan a bajar hasta el camino de herradura, que tiene el suficiente desnivel como para no ser un mar de lodo. La luz todavía es poca, porque no hay sol ni el cielo está claro. Suficiente de todas formas para ver.

       Andrés y los dos hijos de Alfeo van delante de todos. Llegados a un punto del camino, se inclinan, miran y rápidamente vuelven. “¡Hay una mujer! ¡Parece muerta! Tapa el sendero”.

    “¡Que lata! Ya empezamos mal. ¿Cómo es posible? ¡Ahora vamos a tener que purificarnos incluso!”. Las primeras quejas del día.
     “Vamos a ver nosotros si está muerta” dice Tomás a Judas Iscariote.

        “Voy yo contigo, Tomás” dice el Zelote, y va adelante.

        Llegan donde la mujer, se agachan, y Tomás regresa corriendo y gritando.

         “Quizás la han asesinado” dice Santiago de Zebedeo.

         “O ha muerto de frío” responde Felipe.

         Pero Tomás se llega a ellos y grita: “Lleva la túnica descosida de los leprosos…” (Está tan desconcertado, que parece como si hubiera visto el diablo).

         “¿Pero está muerta?” preguntan.

         “¿Yo que sé?, he salido corriendo”.

       El Zelote se levanta y, a buen paso, viene hacia Jesús. Dice: “Maestro, una hermana leprosa. No sé si está muerta. Creo que no. Creo que el corazón todavía late”.

          “¿La has tocado?” gritan bastantes separándose.

      “Sí. Desde que soy de Jesús, no tengo miedo de la lepra. Y siento compasión, porque sé lo que es ser leproso, Quizás le han dado un golpe, porque está “¿sangrando por la cabeza. Quizás había bajado buscando algo que comer. Es tremendo, ¿sabéis?, morirse de hambre y tener que hacer frente a los hombres para conseguir un pan”.

         “¿Está muy maltrecha?”

      “No. Es más, no sé como está con los leprosos. No tiene ni escamas, ni llagas ni gangrenas. Quizás es leprosa desde hace poco. Ven, Maestro. Te lo ruego. ¡Como de mí, ten piedad de esta hermana leprosa!”.

       “Vamos, dadme pan, queso y un poco de vino que tenemos todavía”.

        “¿No le irás a dar de beber de donde bebemos nosotros?” grita aterrorizado Judas Iscariote.

        “No temas, Beberá en mi mano. Ven, Simón”.

      Van hacia delante… pero la curiosidad manda también adelante a los demás. Sin sentir ya molestias por el agua de las ramas, (Que cae de los árboles encima de las cabezas cuando las menean) ni por el musgo empapado, suben por la ladera para ver a la mujer sin acercarse, sin acercarse. Y ven que Jesús se agacha, la toma por las axilas, la arrastra sentada y la apoya contra una roca. La cabeza pende como si estuviera muerta.

     “Simón, vuélvele la cabeza, para que pueda echarle en la garganta un poco de vino”.

        El Zelote obedece sin miedo, y Jesús, manteniendo en alto el calabacino, deja caer unas gotas de vino dentro de los labios entreabiertos y lívidos. Y dice: “¡Está helada esta infeliz, y empapada!”.

       “Si no fuera leprosa, la podíamos llevar adonde hemos estado nosotros” dice Andrés compadecido.

        “¡Sí! Responde Judas “¡Lo que faltaba!”.

        “¡Pero si no está leprosa! No tiene señales de lepra”.

        “Tiene la túnica y es suficiente”.

        Mientras tanto el vino ha actuado. La mujer emite un suspiro de cansancio. Jesús, viendo que traga, le vierte un chorro en la boca. La mujer abre los ojos obnubilados y asustados. Ve a algunos hombres. Trata de alzarse y de huir, mientras grita: “¡Estoy contaminada! ¡Estoy contaminada!”. Pero las fuerzas no la ayudan. Se tapa el rostro con las manos y gime: “¡No me apedreéis! He bajado porque tengo hambre… Hace tres días que nadie me echaba nada de comer…”.

       “Aquí hay pan y queso. Come. No tengas miedo. Bebe un poco de vino en mi mano” dice Jesús, echando en el cuenco de su mano un poco de vino y dándoselo.

      “¿Pero no tienes miedo?” dice, asombrada, la infeliz.

     “No tengo miedo” responde Jesús. Y, poniéndose en pié, sonríe; se queda, de todas formas con la mujer, que come con avidez el pan y el queso.

    Parece una fiera hambrienta. Incluso jadea, por el ansia de alimentarse. Luego, sedada el hambre del estómago vacío, mira alrededor suyo… cuenta en voz alta: “Uno… dos… tres… trece… ¿Pero entonces?... ¿Quién es el Nazareno? ¿Tú, no? ¡Solo Tú puedes tener compasión como has tenido de una leprosa!...”.

       La mujer se pone de rodillas con dificultad por la debilidad.

      “Soy Yo, sí. ¿Qué quieres? ¿Curarte?”.

    “Eso también… Pero antes debo decirte una cosa… Yo tenía noticias de Ti. Me habían hablado hace mucho unos que pasaban… ¿Mucho? No. El otoño pasado. Pero para un leproso… cada día es un año… Hubiera deseado verte. Pero ¿cómo podía ir a Judea o a Galilea? Me llaman “leprosa”. Pero lo único que tengo es una llaga en el pecho, que me ha transmitido mi marido, que me tomó virgen y sana, y él no estaba sano. Pero es una persona importante… y puede todo. Incluso decir que le había traicionado yendo a él ya enferma, y así repudiarme, para tomar a otra mujer de la que estaba prendado.

    Me denunció como leprosa. Por pretender justificarme, empezaron a pedradas conmigo. ¿Era justo, Señor? Ayer tarde, un hombre ha pasado de Bet-Yaboc, avisando que venías, y exhortando a salir a tu encuentro para echarte de aquí. Yo estaba… Había bajado hasta las casas porque tenía hambre. Habría hurgado incluso en los estercoleros para matar mi hambre… Yo, que era la “señora”, habría querido quitarles a los pollos un poco de su frangollo agriado…”.

       Llora… Luego continúa: “La ansiedad por encontrarte – por Ti, para decirte: “¡Huye!”; por mí para decirte: “¡Piedad!” – me ha hecho olvidarme de que, infringiendo nuestra Ley, perros, cerdos y pollos viven junto a las casas de Israel, pero que el leproso no puede bajar a pedir un pan, ni siquiera cuando es una que de leprosa sólo tiene el nombre. Y he venido, preguntando dónde estabas. No me vieron en ese momento, por la oscuridad, y me dijeron: “Sube por el ribazo del río”.

      Pero luego, me vieron, y en vez de pan me dieron piedras. Salí corriendo en la noche para ir a tu encuentro, para evitar los perros. Tenía hambre, tenía frío, tenía miedo. Caí donde me has encontrado. Aquí. Creía que moría. Sin embargo, te he encontrado a Ti. Señor, no estoy leprosa. Pero esta llaga que tengo aquí, en el pecho me impide volver con los vivos.

No pido volver a ser la Rosa de Jericó de los tiempos de mi padre; pero por lo menos vivir con los demás hombres y seguirte a Ti. Los que me hablaron en Octubre me dijeron que tenías discípulas y que estabas con ellas… Pero primero, sálvate Tú. ¡No mueras, Tú que eres bueno!”.
  
        “No moriré hasta que no llegue mi hora. Ve allí, a aquella peña, hay una gruta segura. Descansa, luego ve al Sacerdote”.

         “¿Para qué, Señor?”. La mujer tiembla de ansiedad.

         Jesús sonríe: “Vuelve a ser la Rosa de Jericó que florece en el desierto y que siempre está viva aunque parezca muerta. Tu fe te ha curado”.

        La mujer alza ligeramente la parte de su vestido que cubre el pecho, mira… y grita: “¡Ya no hay nada! ¡Oh, Señor, mi Dios!” y cae rostro en tierra.

       “Dadle pan y otras cosas de comer. Y tú, Mateo, dale un par de sandalias tuyas. Yo doy un manto. Para que pueda ir, después de reponer fuerzas, al Sacerdote. Dale también el óbolo, Judas. Para los gastos de purificación. La esperamos en Getsemaní para dársela a Elisa, que me pidió una hija”.

     “No, Señor, no descanso, me pongo en marcha ya. En seguida, en seguida”.

       “Baja entonces al río, lávate, ponte encima el manto…”.

     “Señor, se lo doy yo a una hermana leprosa. Deja que lo haga. Yo la guío adonde Elisa. Me curo otra vez, viéndome a mí en ella, así, dichosa” dice el Zelote.

     “Sea como quieras. Dale todo lo necesario. Mujer, escucha bien. Iras a purificarte. Luego irás a Betania y preguntarás por Lázaro. Le dices que te de hospedaje hasta que llegue Yo. Ve en paz”.
“¡Señor! ¿Cuándo voy a poder besarte los pies?”.

     “Pronto. Ve. Más has de saber que solo el pecado me produce horror. Y perdona a tu marido, porque por medio suyo, me has encontrado a Mí”.

       “Es verdad. Le perdono. Me voy… ¡Oh, Señor! No te detengas aquí, que te odian. Piensa que he caminado exhausta, durante una noche, para venir a decírtelo, y que si en vez de encontrarte a ti hubiera encontrado a otros, me podían haber matado a pedradas como a una serpiente”.

     “Lo recordaré. Vete, mujer. Quema la túnica. Acompáñala, Simon. Nosotros os seguiremos. En el puente os alcanzaremos”.

        Se separan.

  “Pero ahora tenemos que purificarnos. Todos estamos contaminados”.

      “No era lepra, Judas de Simón. Yo te lo digo”.

   “Bueno, pues de todas formas me voy a purificar. No quiero cargar con impuridades”.

   “¡Qué cándida azucena!” exclama Pedro. “¡No se siente impuro el Señor, y tú te sientes impuro!”.

     “¿Y por una que Él dice que no está leprosa? Pero, ¿qué tenía Maestro? ¿Has visto la llaga?”.

      “Si. Un fruto de la lujuria masculina. Pero no era lepra. Y si el hombre hubiera sido honesto no la habría repudiado, porque estaba más enfermo que ella. Pero todo les sirve a los lujuriosos para saciar su alma. Tú, Judas, si quieres, vete también. Nos encontraremos en el Getsemaní. ¡Y purifícate, Purifícate! Pero la primera purificación es la sinceridad. Tú, eres hipócrita. No lo olvides. Vete, vete, si quieres”.

      ¡No, no, que me quedo! Si Tú lo dices, creo. No estoy, por tanto contaminado y me quedo contigo. Tú quieres decir que soy lujurioso y que aprovechaba la ocasión para… Te demuestro que mi amor eres Tú”.

     Y caminan raudo hasta abajo.



viernes, 23 de abril de 2021

LA FLOR DE LA PASIÓN EN LA SELVA SE ELEVA HASTA LOS ÁRBOLES MÁS ALTOS, Y COMO LA ORACIÓN SE ABRE EN LOS CIELOS




LA FLOR DE LA PASIÓN, SÍMBOLO DE CRISTO




En esta maravillosa flor de la Pasión, se ven las cinco llagas de Cristo, y los tres clavos de las manos y los pies, ella simboliza el Sacrificio de la Cruz, con la irradiación de las gracias que se desprenden de él que es la acción purificadora y redentora del Sacrificio de Jesús, que se expande en todas las direcciones del orbe y que rescata a toda la Humanidad que era esclava de Satán. 

Este es el precio del rescate que tuvo que pagar Jesús - por culpa de la desobediencia de Adán y Eva, al comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, con la soberbia intención de ser iguales a Dios - para reparar la ofensa hecha a Dios, y así poder arrancar a la Humanidad de las garras de Satán, que por ese pecado, suscitado por él, se había adueñado de la Condición humana. Esta ofensa al Creador, es de una gravedad tal, que solo podía ser reparada por el mismo Dios, y esto es un razonamiento de Ciencias físicas, ya que la ley dice que para mover una masa determinada, hay que aplicar una fuerza proporcional a esa masa, y así, una ofensa hecha a Dios solo puede ser borrada por el mismo Dios, por una fuerza también divina que es la acción del Espíritu Santo.

Esta agonía de Jesús, estuvo agravada, como lo narra este relato, por la certeza de que esta dolorosa Pasión y muerte, iba a ser inútil para millones de seres, y que además se iba a producir en nuestros tiempos la destrucción espiritual de más de dos tercios de la humanidad, debido a la soberbia, la ira y la lujuria de los seres humanos.

Esta amarga realidad, era la que Satán recordaba insistentemente desde la agonía en el Huerto de los Olivos, que solo podía ser contrarrestada por Gabriel, el Ángel Consolador, cuando dio de beber a Jesús el Cáliz del  recuerdo de la cantidad de almas que serían salvadas por su tremendo Sacrificio, y que se lo iban a agradecer por toda la eternidad, con un júbilo indescriptible.





DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA (24-8-1943)


Dice Jesús:

Ánimo, María. Piensa que sufres los dolores de mi agonía. También Yo tenía muy mal los pulmones y el diafragma, y cada respiro, cada movimiento, cada latido, era un dolor añadido al dolor. Y no estaba como tú sobre una cama, sino cargado de un peso y por calles en cuesta. Y después suspendido, bajo el sol, con tanta fiebre que me golpeaba en las venas como si fueran infinitos martillos.

Pero no eran estos los dolores más graves. Lo que me eran más espantosos era la agonía del Corazón y del Espíritu. Y mucho más tormentosa después, la certeza de que para millones de hombres, mi sufrimiento era inútil. No obstante, esa certeza no ha disminuido en un átomo mi voluntad de sufrir por vosotros.

¡Oh! ¡Dulce sufrir, María porque ofrecido para reparación del Padre y por vuestra salvación! Saber que aquel signo que había quedado sobre vosotros, ofensa que hubiera sido eterna, de la raza humana a Dios, era lavada con mi Sangre, y que por morir os daba de nuevo la Vida. Saber que, pasada la hora de la Justicia, el Amor os hubiera mirado a través de Mí, inmolado con Amor. Todo esto injertaba una vena de bálsamo en el océano de la amargura tal que a su lado es poco menos que nada la mayor de las amarguras padecidas sobre la tierra desde que el hombre existe, porque sobre Mí, pesaban las culpas de toda una humanidad y la ira divina.

He dicho: “Sed semejantes a Mi que soy manso y humilde de corazón”. Lo he dicho a todos porque sabía que en esta imitación estaba la llave de vuestra felicidad sobre esta Tierra y en el Cielo.

Tenéis todas las calamidades que tenéis, porque no sois mansos y no sois humildes. Ni en las familias, ni en vuestras ocupaciones y profesiones, ni en el ámbito más grande de las Naciones. La soberbia y la ira os dominan y generan tantos de vuestros delitos.

El tercer agente de delitos es vuestra lujuria; esto os parece individual, pero este y los dos primeros implican a muchos, muchos y muchos individuos, continentes enteros, tales que trastocan la Tierra, solo con haber alcanzado la perfección del mal en el alma en unos pocos hijos de Satanás, que le obedecen para colmar de mieses malditas los graneros de su padre.

 Y en verdad, os digo que ahora es un momento en el que, por orden del padre de la mentira, sus hijos siembran entre las almas, que estaban creadas por Mí y que inútilmente he fertilizado con mi Sangre. Mieses más abundantes de cuanto pudiera concebir toda diabólica esperanza, y los Cielos se estremecen por el llanto del Redentor que ve la destrucción de los dos tercios del mundo de los cristianos. Y decir dos tercios es todavía poco.

He dicho a todos: “Sed mansos y humildes de corazón para ser semejantes a Mí”. Pero a mis benditos, amadísimos hijos, a los predilectos de mi corazón, a mis pequeños redentores, cuyo sacrificio que mana gota a gota da continuidad al fluir del manantial redentor que brota de mi Cuerpo desangrado, Yo digo, y lo digo estrechándoles al Corazón y besándolos en la frente: “Sed semejantes a Mí que fui generoso en el sufrimiento por el gran amor que todo me infundía”.

Más se ama y más se es generoso, María. Sube. Toca la cumbre. Yo te espero en la cima para llevarte conmigo al Reino del Amor.

Gloria al Padre; al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amen.