MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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martes, 3 de febrero de 2015

SAN PABLO ES EL FARO DE LA IGLESIA, PERMANECE FIRME ANTE LAS EMBESTIDAS DEL MAR, AL CUAL DIOS LE PUSO UN LÍMITE, Y LE DIJO. "HASTA AQUÍ SE ROMPERÁ EL ORGULLO DE TUS OLAS"


SAN PABLO ESTÁ PUESTO POR DIOS COMO FARO QUE
 ILUMINA LA IGLESIA PASADA, PRESENTE Y FUTURA


Un gran Teólogo, que escribió muchos libros, profesor en la Facultad de Teología de Granada, hoy fallecido (R.I.P), decía en una revista editada por la Compañía a la que pertenecía, que San Pablo tenía una visión "vetero-testamentaria" de la Religión, es decir que ese gran Teólogo predicaba lo que está tan de moda en nuestros días: El Relativismo, que hace que no haya diferencia entre el pecado, que es una nueva ofensa a Dios, y que reiterado, y  sin arrepentimiento, hace que Dios retire su divina Gracia.

Le escribí una larga carta, que no tuvo repuesta, con una pregunta: "Entre la visión de San Pablo, puesto por Dios como Faro de la Iglesia pasada, presente y futura, y la interpretación personal suya, fruto de la mentalidad actual, ¿Con cual hay que quedarse?

De la llama de Amor viva de 
San Juan de la Cruz


         Dios está como el sol sobre las almas para comunicarse con ellas. Conténtense los que las guían a disponerlas para esto según la perfección evangélica, que es la desnudez y vacío del sentido y espíritu; y no quieran entrometerse en edificar, que este oficio es solo del Padre de las lumbres, de donde desciende toda dávida buena y perfecta (Iac 1, 17). Porque si el Señor, como dice David, no edifica la casa, en vano trabaja el que la edifica (Ps 125, 11). 





LECCIONES SOBRE LA EPÍSTOLA DE S. PABLO 
A LOS ROMANOS (7, 1-13)

(Dictado a María Valtorta del 28/2/1.948)



               Dice el Autor Divinísimo:

        “Es verdad firme que los primeros Padres, además de la Gracia santificante y de la inocencia, recibieron otros dones de su Creador al tiempo de su creación, y eran estos: La integridad, esto es, la perfecta subordinación del sentido a la razón, la ciencia proporcionada a su estado, la inmortalidad y la inmunidad de todo dolor y miseria.
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         Este don de ciencia, del modo que regula el amor de la criatura con su Creador, regula también el de la criatura con la criatura, con la esposa, su semejante en primer lugar, teniendo para ella un amor sin desorden de lujuria, ese amor ardiente de los inocentes con el que solo los lujuriosos y corrompidos se creen incapaces de amar.

          ¡Oh, ceguera causada por los fermentos de la corrupción! Los inocentes, los castos, esos son los que saben amar y amar de verdad. Amar los tres órdenes que hay en el hombre y con los tres órdenes que hay en él; pero comenzando del más alto y dando al más bajo – el natural – esa ternura virginal que se refleja en el más ardiente amor materno y en el más ardiente amor filial. 

           Esto es, en esos dos únicos amores desprovistos de atractivo sensual; amor del alma, amor de criatura-hijo hacia el vivo tabernáculo que le llevó; amor de criatura-madre hacia el testimonio vivo de su cualidad de procreadora, gloria de la mujer, que por las penas y el sacrificio de la maternidad, se eleva de mujer a cooperadora de Dios, “obteniendo un hombre con el concurso de Dios”. (Génesis cap. 4, v. 1).

         Debería haber regulado también el amor del hombre hacia las criaturas nacidas de su amor santo con Eva. Más Adán y Eva no llegaron a ese amor santo, porqué – aún antes de que “el hueso de los huesos de Adán y la carne de su carne, por la que el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”, les floreciese un hijo del modo como una planta besada por el sol, y no por otro alguno, nacen flores y fruto – el desorden había corrompido con su veneno el amor santo de los Progenitores que quisieron conocer más de cuanto erales justo y suficiente que conociesen, por lo que dijo la Justicia: “Tengamos cuenta de que no vaya el hombre ahora a extender la mano y coja también del árbol de la Vida, coma de él y viva eternamente”.

          Esta frase deja perplejos a muchos y a otros muchos, sírveles para presentar al Buenísimo y Generoso como un avaro cruel. Sírveles también para negar una de las verdades religiosas: la correspondencia a uno de los dones de Dios a los primeros padres esto es, la inmortalidad.

      El don, para que sea don, ha de ser dado. Dios había dado inmortalidad al igual de los otros dones entre los que estaba el de una ciencia proporcionada a la condición del hombre. No toda la ciencia, puesto que solo Dios es sapientísimo. E igualmente había dado inmortalidad, más no eternidad, puesto que solo Dios es eterno.

         El hombre había de nacer, ser procreado por el hombre creado por Dios y ya no morir, sino pasar del paraíso terrenal al celestial y gozar allí de perfecto conocimiento de Dios.

       Más el hombre abusó. Prefirió no haber recibido don alguno gratuito. Quiso toda la Ciencia sin reflexionar que hasta de las cosas buenas, se ha de usar con medida proporcionada a la propia capacidad y que únicamente el Inmenso y Perfectísimo puede conocer todo sin peligro, puesto que su Infinita Perfección puede conocer todo el mal, sin recibir de él turbación alguna corruptora.

         Dios sufre por el mal que ve, más el sufrimiento es por lo que el mismo produce en vosotros, no por Él, ya que se encuentra muy por encima de cuanto pueda el mal intentar, y ni aún el obstinado y astuto poder que tiene por nombre Satán puede causar menoscabo a su Perfección.

       Es en vosotros como Satán ofende a Dios. Más si vosotros os mantuvierais fuertes, no habría manera de que Satán ofendiese a Dios por medio vuestro. Si pensáis en esto, vosotros que amáis a Dios más o menos intensamente, no pecaríais jamás, porque ninguno de cuantos os gloriáis de cristianos-católicos querríais sentiros cómplices de Satanás en ofender a Dios.

      Y sin embargo, lo hacéis. Es que jamás reflexionáis en lo astuto que es Satanás y tan rapaz que no se contenta con tentaros y venceros, sino que más que a vosotros, mira a mofarse de Dios, a arrebatarle las almas, a ridiculizar y destruir el Sacrificio de Cristo, haciéndolo inútil para muchos de vosotros y para otros muchos, capaz a penas de evitarles la condenación.

       Satán lo sabe muy bien, tiene contadas todas las lágrimas, todas las gotas de sangre del Hijo del Hombre, en cada lágrima, en cada gota ha visto el verdadero nombre, el verdadero motivo de las mismas: la indiferencia inerte de un católico por esas lágrimas, la perdición de un católico por las gotas de la Sangre divina. Sabe cuál fue la causa del dolor que arrancó lágrimas y sudor purpúreo a Cristo, su Adversario Divino, Adversario desde el momento de su rebelión, Adversario eterno y vencedor eterno para millones de espíritus, a los que Cristo dona y donó el Cielo.
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       El Decálogo con su parte positiva: “harás” y su parte negativa: “No harás”, crea el pecado con todas sus consecuencias. Porque se peca al saber que se peca, y así, el hombre, después de la Ley, ya no tuvo excusa para decirse a sí mismo: “No sabía que pecaba”.

      El Decálogo es Piedad, castigo y prueba. Como “prueba” era también el árbol que se erguía en medio del Edén. Sin prueba no se puede formar juicio del hombre y está dicho que Dios prueba al hombre como el orfebre prueba el oro en el crisol”.

       Solo las virtudes fuertes y sobre todo la caridad, se acomodan a las disposiciones negativas de la Ley. Porqué, generalmente, el hombre, por insinuación satánica y por estímulos latentes, apetece lo que está prohibido. Por lo que son verdaderos héroes los que aplastan el sentido y las tentaciones bajo el peso de su fuerte amor y no alargan con avidez sus manos al fruto prohibido.

           Y estos son los verdaderos cristianos que no hacen mal uso de los infinitos méritos de Cristo, de la Gracia obtenida por su medio, y sarmientos silvestres injertados a la verdadera Vid, dan para Dios frutos copiosos de virtudes activas y están ciertos por ello, de alcanzar la Vida Eterna.

          Estos son los verdaderos cristianos en los que se encuentran vivos los dones del Espíritu Santo, al que completa Jesús comunicando a los hombres en gracia de Dios la Ciencia, ese gran don perdido con el pecado de Adán, la Ciencia sin la cual, la Ley dada para ser “Vida”, puede resultar “muerte”.

         Porque el hombre que no posee la Ciencia proporcionada a su estado, no ama ordenadamente a Dios ni a las criaturas, cualesquiera que ellas sean; cae en las diferentes idolatrías, en la triple concupiscencia; desfigura la misma religión con un conjunto híbrido de prácticas pecaminosas cuando no – siendo así que el cristiano recibe con el Bautismo el don infinito de la Gracia – de prácticas farisaicas condenadas por el Verbo Divino; no se conoce a si mismo y por eso hace de su placer un obsequio al querer divino; altera en sí la imagen y semejanza de Dios, los dones recibidos para su bien, los vuelve a emplear para hacer y hacerse el mal; si hace limosnas, no las hace por misericordia con los pobres sino para ser alabado por ellas; si escruta los misterios de la creación, lo hace por recibir gloria de los hombres, más no por dar gloria al Creador. 

De esta suerte, sus acciones pierden su perfume que las hace santas a los ojos de Dios y él tiene en la Tierra su bien fugaz, mientras que el “hielo y rechinar de dientes”, como decía el Verbo le aguardan allí donde no cuentan las apariencias sino la verdad de las acciones humanas.

         Y, si no obstante de haber hecho mal aquel bien que podía llevar a cabo, elude por la misericordia de Dios el hielo y la tortura del infierno, larga permanencia le aguarda en la escuela del Purgatorio, en donde aprenderá la verdadera caridad que no es “herejía de las obras”, el azote de vuestros días, pues son muchos los que se afanan a servir a Cristo con un bullir de prácticas y actos exteriores tan sólo, que dejan a los buenos como estaban o escandalizados tal vez, y no sirven para mejorar a los malos ni convertirlos.

       La verdadera caridad es, por tanto, el ejemplo de una vida profunda y conscientemente cristiana en todo. La verdadera caridad es aquella que Jesús quería de Marta, afanada con exceso en tributar honores externos al Hijo de Dios. (Luc 10, 38-42)

        El vivir de este siglo no admite la contemplación del modo que muchos lo entienden. Más Dios no bendice la sola acción. El quiere que se complementen la vida activa y la contemplativa y que las obras no se reduzcan a simple fragor, agitación y aún a discusión con los enemigos, que no sean “herejía” sino religión, esto es, trabajo que equivale a plegaria por el continuo ofrecimiento de los propios actos a Dios, realizándolos todos únicamente a su Gloria y así, la plegaria sea trabajo. Trabajo continuo sobre si mismo, tallándose cada vez más conforme al Modelo Jesucristo y modelando a los demás con el ejemplo.

           En vano se afanan los hombres si Dios no bendice sus actos. Y ¿Cómo queréis que Dios esté con vosotros bendiciéndoos y triunféis en vuestras empresas si en ellas no actúa el don de Ciencia por el que el hombre se conduce en todos sus actos guiado por un fin santo y no por la propia gloria?”.



lunes, 2 de febrero de 2015

EL NIÑO NECESITA A SU MADRE, COMO EL ALMA NECESITA A LA IGLESIA CATÓLICA

DEL LIBRO DEL ÁNGEL AZARÍAS
Dictado a Mª Valtorta del 29/12/1.946


LA IGLESIA CATÓLICA, CON SUS SACRAMENTOS
 ES LA QUE  LLEVA  LAS ALMAS  AL CIELO

         


 Dice el Angel Azarías:

    “La palabra de Dios es siempre Juicio y está puesta permanentemente como piedra de contraste ante los hombres. Según sea su metal, así son diversas las reacciones y según sean las reacciones, así es también el Juicio de Dios.

         La palabra de Dios, que bajó por primera vez a medianoche en tiempo de la ira, para ser castigo inexorable contra los conculcadores de los siervos de Dios y por segunda vez, a media noche, en el tiempo de la misericordia para ser potentísimo Amor salvífico, continua siendo a través de los siglos, juicio y piedra de contraste de los hombres. Castigo inexorable para quienes se burlan de ella y por su causa persiguen a los que permanecen fieles a la misma. Y por lo contrario, Amor potentísimo que salva y amaestra para los que, con buena voluntad, van en busca de esta palabra y la aman como a esposa muy querida de su espíritu, de la que jamás se apartan por encontrar en ella todas sus delicias.

       El descenso de la Palabra sobreviene generalmente en el silencio de las horas íntimas, cuando el hombre se encuentra dentro de si mismo, recordando sus actos, estos actos que realizó durante el día con el deseo humilde de obedecer al Señor en sus preceptos de santidad y de doble amor, o con descarado desprecio de Dios, de la moral y del Amor.

           Con dulce y prolongado coloquio del Espíritu Divino con el espíritu del hombre, o con un fulgurante grito de Dios al pecador, la Palabra de Dios, desciende a las horas más impensables eligiendo el momento en que el yo se encuentra solo consigo mismo. Y canta el Amor o ruge la ira, dulce como caricia o temerosa cual chasquido de saeta, promesa de una más grande beatitud o advertencia de un rayo tremendo de Dios, Y, por más que amenace, por más que aterre, es siempre misericordia. Aterra queriendo levantar de nuevo. Fulmina para purificar y ciega para dar visión.

       Los caminos de Damasco se repiten para infinidad de criaturas. Y dichosos aquellos que supieron alzarse sobre si mismos con la materia reducida a cenizas por la misericordia de Dios, con sus ojos cerrados a las vanidades del mundo, dispuesto a transformarse de enemigos en siervos de Dios y tanto más dispuestos cuanto más les hace Dios ver lo que han de sufrir por su Nombre.

     Y dichosos igualmente aquellos que, habiendo sido siempre amigos de Dios, no se ensoberbecen por la palabra que les ama, antes, con humildad, la obedecen en cuanto les ordena y aconseja y, sin cálculo alguno ni avaricia, la ponen en práctica y la difunden movidos únicamente por el amor, el honor y la gloria de Dios.

    Son dichosos todos ellos, los mismos que caminan hacia la perfección siguiendo la marcha constante de su buena voluntad que aquellos que lo hacen mediante una intervención milagrosa de Dios que les anonada, cuando van por el camino del mal a fin de hacerlos retornar por el camino del Bien, mediante la Palabra, cambiándoles de niños que eran a adultos, dispuestos a recibir la herencia paterna cual corresponde a hijos inteligentes, dignos de llevar tal nombre.

      El estar bautizados y ser cristianos por la virtud del Santo Bautismo, habiendo nacido por el a la Luz y perteneciendo a la gran Sociedad de los “vivientes”, es una gran cosa. Más no basta. Bastaría, es cierto si en la infancia espiritual el alma se presentase a Dios reclamada por Él. Nada más se requeriría entonces para formar parte del gozoso Reino de los Cielos. Pero, como todo aquel que nace de mujer, crece en edad, debe asimismo, a semejanza del Primogénito de todos los nacidos y de todos los “vivientes”,crecer igualmente en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres.

        La Santa Iglesia, Esposa de Cristo y Madre por tanto, Madre fecunda de sus nacidos, vela y administra los tesoros de su Esposo. Los infinitos tesoros que Cristo acumuló y que con su sacrificio hízolos fuente perenne de Gracia y de Salvación. Y, de esta suerte, las almas pueden crecer y nutrirse, crecer y robustecerse, crecer y alcanzar la edad adulta en la que, de niños que aún no pueden hacerse cargo de la herencia paterna, llegan a ser herederos que toman posesión de los Bienes del Padre.

        La Iglesia ofrece al lactante y al chiquitín el alimento que debe tomar. Ahora bien, si este lo rechaza o lo recibe con náuseas, si prefiere mezclarlo con otros alimentos o sustituirlo sin más, en vano la Madre Iglesia, le ofrecerá los alimentos que hacen del chiquitín un adulto espiritual, uno que “vive y que “ve”, ya que tiene en si la Vida y la Luz como amigas. El niño en tal caso no crecerá sino que morirá o, cuanto menos, quedará estancado en el infantilismo que, si bien no es culpa, tampoco es santidad heroica y así, mediante una larga expiación, deberá alcanzar la edad perfecta en medio de los fuegos purgativos y misericordiosos. El niño, entonces, el espíritu perezoso, apático y desganado no pasará, a la hora de su muerte, de niño a heredero sino que deberá sufrir por largo tiempo para reparar sus tibiezas, egoísmos y ligerezas hasta alcanzar la edad perfecta.

          “En tanto que el heredero es niño, por más que sea dueño de todo, en nada difiere del siervo y permanece bajo tutores y cuidadores hasta el tiempo fijado por el padre”. He aquí contenida en las palabras precedentes la advertencia de que el hombre, siempre niño en la perfección, respeto a la Infinita Perfección, está obligado a permanecer en la tutela y en la obediencia de su Madre la Santa Iglesia, la cual como es, perfecta en las cosas del Espíritu, sabe como conducirle, con que alimentos nutrirle y con que medicamentos curarle para defenderlo de los venenos del pecado original, de la carne, del Mundo y de Satanás. Por más que se borre la mancha, el fomes no desaparece y Satanás sopla en el fuego rastrero del fomes para que, además de serpentear causando quemaduras molestas, se avive produciendo llama que abrase y destruya. 

         La Santa Iglesia esparce sus bálsamos, sus crismas, sus aguas y la Sangre Divina de Cristo para calmar las tempestades, apagar las llamas, medicinar las quemaduras, hacer incombustible el espíritu para que no sea pasto de las llamas y reconforta con el Cuerpo y la Sangre vivificantes de Jesús Santísimo, al que se ve exhausto de fuerzas por su lucha contra los repetidos asaltos de Satanás y de la carne.

         Por eso, al tomar el alimento que ofrece la Santa Iglesia Romana. Única, católica y Universal, es, si se quiere vivir y llegar a ser herederos del Reino del Padre, un deber más que una necesidad. Por lo que así no lo hace, acudiendo de continuo a sus tesoros, se expone imprudentemente a los desfallecimientos y a la muerte. Y, asimismo el que asegura no ser necesario todo esto y que la Santa Iglesia es una institución inútil de la que no necesitaron las almas que supieron hacerse espirituales, se expresa de un modo satánico y por su boca habla aquel que odia a la Iglesia en la misma medida que a Cristo, al que, aún antes de que existiese el hombre, se negó a rendirle adoración.

         No podéis, os es imposible llegar a ser espirituales sin los auxilios del Espíritu de Dios que os vienen a través de los Sacramentos de la Iglesia.

      No podéis, no podéis en manera alguna conservaros espirituales, si es que por la Gracia de Dios y mediante los alimentos que la Madre Iglesia os ofrece llegasteis a serlo, si no continuáis viviendo en Ella, con Ella y de lo que la misma os proporciona.

          ¡Ojala pudieseis permanecer sumergidos como están los peces en la pecera, en la fuente de siete brazos, sin jamás salir de ella, para que así os vierais libres del mordisco de Satanás! Aquel que dice: “Dios está conmigo y, por tanto, ya no tengo necesidad de la Iglesia”, por este solo pensamiento soberbio, se aparta de la Iglesia y de la Vida y a los ojos de Dios aparece manchado con la baba de la infernal Serpiente.

         Tanto más creceréis en Sabiduría y en Gracia, cuanto más viváis obedeciendo y amando a la Santa Iglesia de Cristo. Tanta mayor robustez viril de los fuertes alcanzaréis cuanto más succionéis la Vida de sus santos pechos. Y tanto más estaréis en Dios y con Dios, y tanto más estará Dios con vosotros, cuanto más estéis en la Santa Iglesia Romana, Católica y Apostólica por cuyo cuerpo circula la Sangre Santísima de Jesús, Señor mío y vuestro. 

          ¡Ay de quien de Ella se aparta! ¡Ay, tres veces ay, de quien hace que otros se aparten de la Iglesia! ¡Ay de quien, poniendo a prueba las almas o seduciéndolas, las tienta para que se aparten o relajen sus contactos con ella diciendo: “No acudáis a la fuente ni al granero porque, si es verdad que estáis con Dios y Dios con vosotras, nada importa que dejéis de nutriros con los alimentos eclesiásticos”; o bien: “Mientras Dios esté con vosotras, podéis muy bien dejar de hacer eso”!

         Nunca hasta ahora llegó la orden ni el consejo, procedente de la Palabra de prescindir de la Iglesia ni de sus Jerarquías. Y nunca tal sucederá, pues es una Institución eterna contra la que ni Satanás podrá conseguir la victoria. Y por más que ahora, la violencia del Infierno y la avalancha de las herejías y de los pecados del mundo parezcan quererla atropellar, todo ello no pasará de ser un rudo golpe que la hará tambalear y sufrir, pero del que saldrá más hermosa, resultando de biso brillante sus vestidos a los que tantas cosas empolvaron y de púrpura su manto de perseguida. Lágrimas y sangre son necesarias para blanquear el biso y empurpurar el manto de la excelsa Esposa de Cristo que no ha de morir.

        Tras la oscuridad viene la Luz. Siempre es así: en la creación del mundo, en el despuntar del día, pasada la noche, y en el sucederse de las épocas y de las eras. La propia corrupción produce de la muerte elementos de vida. De las oscuras fosas de los comentarios se desprenden llamitas danzantes, recogidas, pudiendo suministrar luz y calor. Hasta en los periodos espirituales más tristes en los que, al parecer, la Muerte haya de apagar la Vida, las Tinieblas vencer a la Luz y la materia aniquilar al espíritu, la Vida, la Luz y el Espíritu vienen a quedar vencedores. 

         Resultan atropellados y quedan ocultos, como sucede con el grano lanzado al surco y cubierto de estiércol durante los tristes meses del invierno. Parece quedar despreciado ese grano sepultado bajo capas de polvo y entre el hedor del estiércol. Parece perdido para el sol y el sol para él. Más, precisamente por estar allá abajo mortificado, apretado y oprimido por el polvo, puede echar raíces y no ser ya granito ligero que el viandante puede triturar con el pie, el viento desplazar a cualquier lugar y el pajarillo engullir, antes llegar a ser una planta estable, galana, útil, prospera, multiplicada de valor y de poder, benéfica y triunfante, bajo el sol de los meses más bellos.

         La Luz parece oscurecerse y llegar la Muerte. La corrupción inunda y anega con sus densas ondas. No temáis. Es lo que se necesita para despertar a los adormecidos y hacerles desear las voces de lo alto. La lucha es útil para mantener fuerte el atleta. Las náuseas de la corrupción hacen desear lo que es puro. Las tinieblas impelen a buscar la Luz y el materialismo, llevado a límites pavorosos, engendra impulsos hacia la espiritualidad.

         La humanidad, prendida como una pelota por Satanás, pues habíase adormilado en la neblina de épocas sin luchas religiosas y lanzada con escarnio al fango, por la propia reacción del golpe saldrá rebotada a lo alto. Llegará la era del Espíritu tras esta de materialismo. La era de la Luz retornará después del materialismo actual. La era de la Vida retornará después del oscurantismo actual. La era de la Vida sucederá a la casi mortal agonía. Surgirá la era de Dios para prestar fortaleza en la lucha postrera. Y, por último, la era de Dios reinará después de la de Satanás.

         ¡En pié, Cristianos, con la plenitud de vuestra caridad por Dios, por la Iglesia, por el prójimo y por vosotros! Dios Padre os envió a su Hijo, y Hermano vuestro por la Madre, a fin de que fuera vuestro Maestro y Redentor y vosotros fueseis hijos de Dios. Y, al ser hijos, Dios infundió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones y así El grita por vosotros:” ¡Abba! ¡Padre!

        El hombre, aún el más perfecto, nunca sabría rogar con esa amorosa violencia que obtiene el milagro, todos los milagros. Y entonces, he aquí que el Espíritu de Dios ruega en vosotros para vosotros a fin de obtener cuanto os es útil y necesario, y que por santo, sirve para santificaros. Es siempre el Espíritu del señor el que, encerrado en los corazones de los fieles, suplica y grita con gemidos inenarrables: “¡Abba! ¡Padre!”.

         Y lo dice por vosotros: ¿De que teméis, pues, cuando podéis llamar “Padre” a Dios? ¿Cuándo el mismo espíritu de Dios lo dice por vosotros, confesando que podéis llamaros hijos del Padre y que sois hijos de Dios? ¿Cuándo el mismo Espíritu al que Dios ama infinitamente, siendo una misma cosa con Él, ruega y clama por vosotros?

       Arriba, pues, y no temáis por las cosas que suceden. No temáis. No sois siervos que pueden ser desposeídos de un momento a otro y carecen del derecho a los bienes del Padre de familia sino que sois hijos, nacidos a la verdadera Vida por los méritos de Cristo y conservados en ella por estos mismos méritos que la Esposa de Cristo maternalmente os ofrece. 

      Sois hijos, y por ello, no puede seros arrebatada la herencia paterna que, igualmente tampoco puede ser desbaratada, ya que el Reino de Los Cielos es intangible a los elementos disgregadores que en la Tierra, a falta de coraza, dañan y menoscaban. Los rayos de Satanás y las desencadenadas hordas de los ensatanados, las lúgubres hordas del negro Príncipe rebelde, no alcanzan las luminosas playas en las que es completo el gozo de los Santos, donde la Paz se perfecciona y donde es tan sublime la Caridad que solo más allá de la Vida conoceréis su magnitud y su super beatífica dulzura.

       Este gozar, este permanecer en paz, esta posesión de la Caridad es ya dicha de los verdaderos siervos de Dios aquí donde os encontráis y que yo, Ángel del Señor, os la auguro cada vez más perfecta; dicha que allí os aguarda. Vuestra es. Es de quienes, contra todo y contra todos, saben llegar a ser y continuar siendo hijos de Dios.




Gloria al Padre; al Hijo y al Espíritu Santo”.



domingo, 1 de febrero de 2015

II/II A LA TARDE SEREMOS JUZGADOS POR NUESTRAS OBRAS DE MISERICORDIA, NO POR LA JERARQUÍA O POR LA CATEGORÍA DE PRELATURA.

COMENTARIOS SOBRE LA EPÍSTOLA DE SAN PABLO

(CONTINUACIÓN DEL MENSAJE ANTERIOR)




EL JUICIO FINAL DEPARARÁ MUCHAS SORPRESAS



Increíble discurso de San Pablo que compara un creyente católico con otro de cualquier otra religión, razonamiento que será una herejía para los católicos fundamentalistas que se creen que fuera de la Iglesia católica no hay salvación, lo que era una convicción del tiempo del Papa Pio X.
Ese tipo de personas obedecen a razonamientos fanáticos y son semejantes a los Fariseos y Escribas del tiempo de Jesús, que no podían comprender que el Mesías prometido iba a nacer para ser Rey y Salvador de todos los pueblos del mundo que sean de buena fe, e incluso el día del Juicio serán juzgados más dignos que muchos católicos que a pesar de las Gracias de los Sacramentos, han tenido una vida más pésima que muchos creyentes de otras religiones.

Ese tipo de personas no pueden comprender que el Juicio de Dios se hará sin tener en cuenta la Religión de cada persona, pero Dios se fijará en su comportamiento y sus obras de misericordia, el ejemplo lo tenemos en el Buen Samaritano, personaje considerado infiel para los ortodoxos Judíos, que socorrió al que había caído en mano de los bandidos y tuvo compasión de él, lo que no tuvieron ni el Sacerdote ni el Escriba que dieron un rodeo para no molestarse a socorrerlo.

Dice San Pablo: Para Dios no hay acepción de personas. Él juzgará por los actos realizados, no por el origen humano de los hombres. Y habrá muchos que, creyéndose elegidos por ser Católicos, se verán precedidos por otros muchos que, al practicar justicia, sirvieron al Dios verdadero en el suyo desconocido”.  


Dice el autor Santísimo:


          “La tribulación y la angustia son siempre las compañeras del alma del hombre que obra mal por más que no aparezca así a los ojos de los hombres.
         El que es culpable no goza de esa paz que es fruto de la buena conciencia. Las satisfacciones de la vida, cualesquiera que sean, no son bastantes a dar paz. El monstruo del remordimiento acomete a los culpables con asaltos imprevistos, a horas que menos lo esperan y les tortura. A veces sirve para hacerles arrepentirse, otras para hacerles mayormente culpables moviéndoles a desconfiar de Dios y a arrojarlo totalmente de sí. Porque el remordimiento viene de Dios y de Satanás. El primero les estimula a salvarse. El segundo a terminar de perderse, por odio, por desprecio.
    Ahora bien, el hombre culpable, que es ya pertenencia de Satanás, no considera que sea su tenebroso rey el que le tortura tras haberle seducido para que fuera su esclavo. Y culpa a Dios únicamente del remordimiento que siente agitarse dentro de sí e intenta demostrar que no teme a Dios, que lo da por inexistente al aumentar sus culpas sin temor alguno, con la misma avidez malsana con que el bebedor, aún sabiendo que le perjudica el vino, bebe más y más; con el mismo frenesí con que el lujurioso no acaba de saciarse del sórdido placer; y el que se habitúa a drogas tóxicas aumenta las dosis de las mismas a fin de gozar aún más de la carne y de las drogas estupefacientes. 
          Todo ello con la intención de aturdirse, de embriagarse de vino, de drogas, de lujuria, hasta el extremo de idiotizarse y no sentir ya el remordimiento ni la culpabilidad de querer ahogar en sí la voz que le hablaba de triunfos más o menos grandes y temporales.
          Pero, queda la angustia, queda la tribulación. Son estas las confesiones que ni a si mismo se hace un culpable o espera a hacerlas en el último momento, cuando, caídas las bambalinas del escenario, el hombre se ve desnudo, solo ante el misterio de la muerte y de su encuentro con Dios. Y estos últimos son ya los casos buenos, los que alcanzan la paz más allá de la vida tras la justa expiación. Y a veces, como en el caso del buen ladrón, junto a la contrición perfecta está la paz inmediata.
        Más es harto difícil que los grandes ladrones – todo gran culpable es un gran ladrón puesto que le roba a Dios un alma: la suya de culpable, y otras muchas más: las arrastradas a la culpa por el gran culpable que será llamado a responder de estas almas, buenas tal vez e inocentes antes de su encuentro con el culpable y por él hechas pecadoras, con mucha mayor severidad que la suya; y es un gran ladrón así mismo por robar al alma propia su bien eterno y a la vez que a la suya, a las almas de aquellos a quien indujo al mal – es difícil, digo, que un ladrón grande y obstinado alcance en su último momento el arrepentimiento perfecto. De ordinario no alcanza ni el arrepentimiento parcial, bien porque la muerte lo cogió de improviso o porqué rechazó hasta el último instante su salvación.
           Más la tribulación y la angustia de esta vida, apenas si son una muestra insignificante de la tribulación y de la angustia de la otra vida, ya que el infierno y la condenación son horrores cuya exacta descripción dada por el mismo Dios es siempre inferior a lo que en si son. No podéis vosotros, ni aún a través de una descripción divina, concebir exactamente que son la condenación y el infierno. 
          Porque, del mismo modo que la visión y descripción divina de lo que es Dios no puede proporcionaros aún el gozo infinito del exacto conocimiento del día eterno de los justos en el Paraíso, así tampoco la visión y descripción divina del infierno puede daros una idea de aquel horror infinito. Vosotros, vivientes, tenéis establecidas fronteras en el conocimiento del éxtasis paradisíaco lo mismo que de la angustia del infierno, porque si los conocieseis tal cual son, moriríais de amor o de horror.
         Y castigo y premio se darán con justa medida tanto al judío como al griego, es decir, tanto al que cree en el verdadero Dios como al que es cristiano pero está desgajado del tronco de la eterna Vid, como al hereje, como al que siga otras religiones reveladas o la suya propia si se trata de persona que ignora toda religión.
        Premio a quien siga la Justicia. Castigo a quien hace el mal. Porque todo hombre hallase dotado de alma y de razón y con ellas tiene en si lo bastante para exigirle norma y ley. Y Dios, en su Justicia, premiará o castigará en la medida que el espíritu fue consciente, mas severamente, por tanto, en la medida que el espíritu y la razón son de individuos civilizados en contacto con sacerdotes o ministros cristianos o de religiones reveladas y según la fe de cada espíritu
           Porque si uno, aunque de iglesia cismática o separada tal vez, cree firmemente hallarse en la verdadera fe, su fe le justifica, y si obra el bien para conseguir a Dios, Bien supremo, recibirá un día el premio de su fe y de la rectitud de sus obras con mayor benignidad divina que la concedida a los católicos. Porque Dios ponderará cuánto mayor esfuerzo habrán tenido que realizar para ser justos los separados del Cuerpo místico, los mahometanos, Brahmánicos, Budistas, Paganos, esos en los que no se hayan la Gracia ni la Vida y con ellas mis dones y las virtudes que de dichos dones se derivan.

         Para Dios no hay acepción de personas. Él juzgará por los actos realizados, no por el origen humano de los hombres. Y habrá muchos que, creyéndose elegidos por ser Católicos, se verán precedidos por otros muchos que, al practicar justicia, sirvieron al Dios verdadero en el suyo desconocido”.  



EXTRAORDINARIA EXPLICACIÓN DEL TEMOR DE DIOS Y DEL QUIETISMO.


LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO







     Clarísimas explicaciones de San Pablo sobre lo que significa el Santo temor de Dios, sobre lo que es la verdadera Virtud que justificará a los hombres de cualquier Religión el día del Juicio, y de lo que es imposible para el hombre entender en este mundo: La maravilla y el horror infinitos del Cielo y del Infierno, que escapan a nuestra capacidad de entender: Si viéramos el Cielo, nos moriríamos de Amor, y si viéramos lo que es el Infierno nos moriríamos de horror. 


     Ambas percepciones tienen que permanecer ocultas en la Tierra, porque sino, desaparecería el libre albedrío que es la libertad para escoger entre el bien y el mal, es decir entre Dios y Satán.

   Perfecta descripción del mal que afecta a la Sociedad actual: quedan perfectamente retratados los Quietistas, que tanto abundan en nuestra Sagrada Religión Católica, llama la atención la descripción tan acertada de sus actos y sus razonamientos, que solo puede provenir del ojo escudriñador de Dios.


        

LECCIONES SOBRE LA EPÍSTOLA DE SAN PABLO 

A los Romanos Cap. 3º, del v.1 al 20.


LOS QUIETISTAS
Dictado a María Valtorta del 22/1/1.944



       Dice el Autor Santísimo:
         “El temor de Dios no está delante de sus ojos” dice el Apóstol. Y con esta breve sentencia explica las depravaciones del espíritu incircunciso.
            La mayoría de los hombres católicos – hablo a estos y de estos porque estos hombres han recibido los siete dones maravillosos del Paráclito y deberán por esto conocer al menos la fortaleza, la paz, la luz que irradia de ellos y la realidad de su naturaleza – la mayoría de los católicos no sabe exactamente qué sea el temor de Dios ni como se practique.
            También aquí hay tres categorías. La de los escrupulosos, la de los quietistas o indiferentes y las de los justos. Más antes de hablar de ellas, hablaré del don.
       ¿Qué es el temor de Dios? ¿Miedo de Él, cual si fuera un justiciero insobornable que se complace en castigar, un inquisidor que no deja de anotar las imperfecciones más menudas, para mandar a las torturas eternas? No. Dios es caridad y no se le debe tener miedo. Ciertamente, su ojo divino ve todas las acciones de los hombres, aún las más insignificantes. Cierto también que su Justicia es perfecta. Más, por lo mismo que es así, Él sabe valorar la buena voluntad de los hombres y las circunstancias en las que el hombre se encuentra, circunstancias que son frecuentemente otras tantas tentaciones de pecar de soberbia y por tanto, de desobediencia, de ira, de avaricia, de gula, de lujuria de envidia y de pereza.
          Dios castigó duramente a Adán y Eva, más a su castigo siguió de inmediato la misericordia: la promesa de un Redentor que habríales de librar de la prisión consiguiente a la culpa, a ellos, a sus hijos y a los hijos de sus hijos. A Adán y Eva, llenos de inocencia y de gracia, dotados de integridad y de una ciencia proporcionada a su excelso estado y a su aún mayor excelso fin –pasar del Paraíso de la Tierra al del Cielo y gozar eternamente de su Dios – Dios habría podido muy bien condenarlos para siempre, porque habían tenido cuanto necesitaban para santificarse y ser perfectos en contra de todas las tentaciones y habiánlo tenido sin sentir en sí los incentivos del pecado.
            Vosotros, hombres, tenéis esos incentivos, el Bautismo y los Sacramentos borran en vosotros la mancha original, os devuelven la Gracia y os infunden las virtudes principales, os borran los pecados cometidos después del uso de razón, os fortifican con la fuerza misma de Cristo alimentándoos de Él y os sostienen en la Gracia de estado. 

Más queda la herencia del pecado Original con sus incentivos, y sobre esta herencia y estas secuelas del contagio traído del Progenitor, trabaja Satanás con más facilidad de éxito que sobre Adán y Eva.
          Dado que uno de los axiomas de la Divina Justicia es que: “A quien más recibió, más se le exige, a Adán y a Eva, que habían recibido todo, y no tenían en sí taras hereditarias, antes, únicamente la perfección de haber salido formados de la mano de Dios, del pensamiento de Dios – porque Dios con solo su pensamiento, ordenó al barro que se formara conforme a su diseño, y las moléculas del barro, materia inerte e insensible obedecieron, porque todo obedece al mandato de Dios, todo, a excepción de Satanás y del hombre más o menos rebelde -, a Adán y a Eva, salidos ya formados del Pensamiento de Dios y animados con su aliento, a Adán y a Eva todo debía serles exigido y reclamado y en caso de pecar, todo debía serles quitado y ser condenados a castigo sin término.
         Ellos conocían a Dios. Conversaban con Él al céfiro de la tarde. Además de su Autor, Él era para ellos su Maestro y ellos eran las primeras “voces” destinados a revelar a los venideros las verdades aprendidas de Dios. Y a pesar de todo, no obstante haber tenido conocimiento de la Perfección, tuvieron curiosidad del horror al que prestaron oídos desatendiendo la Palabra de Dios.    

           Ofendieron gravemente al Padre Creador, al Hijo, Verbo que les instruía acerca del Bien y del Mal, sobre las cosas, animales y plantas creados y al Amor, porque, ingratos, olvidaron por un lúbrico seductor que les tentaba con un fruto, solo con uno, todo cuanto la Caridad les había dado para que fueran felices.
         Más Dios no les amenazó con el Infierno. ¿Acaso no podía fulminarlos allí mismo, al pie del árbol de la Prueba que había resultado para ellos árbol de la concupiscencia? Ellos, de su voluntad, habiánlo hecho tal y hubiera sido justo que perecieran ellos, planta maligna nacida de una semilla perfecta – el Pensamiento Divino – maleada por el veneno de la baba infernal. 
         ¿No podía ordenar Dios a su Arcángel que los hiriese con su espada de fuego allí, en los umbrales del Paraíso terrenal, para que sus despojos inmundos no contaminasen la Tierra y precipitarlos desde aquel límite al abismo, del que saliera aquel a quien ellos habían preferido en contraposición a Dios?
         Claro que lo podía y hubiera estado en su perfecto derecho. Más la Misericordia y el Amor amortiguaron la condena con la promesa de la Redención y por ello, del Premio eterno.
          Aquellos, todos aquellos que mueren en medio de escrúpulos y que ofenden con ello la Paternidad de Dios, su Amor, su Esencia, teniéndolo por un Dios terrible, intransigente, que no tolera debilidad alguna en sus pequeños hijos a los que aplica la medida de su Perfección infinita, deberían reflexionar sobre eso. ¿Quién se salvaría jamás si Dios fuese como ellos se lo forjan? Si la medida de la perfección humana hubiera de ser la perfección Divina, ¿Quién de los hijos de Adán habitaría los Cielos? Una sola: María.
        Más con todo, está dicho: “Sed perfectos como mi Padre y vuestro”, no para asustaros sino para animaros a hacer la más que podáis. Seréis juzgados – no me canso de repetirlo – no por la perfección conseguida en medida perfecta tomando como norma la de Dios sino por el amor con que hayáis procurado obrar. 
       Dícese en el mandamiento del Amor: “ama con todo tú mismo”. Y ese “tú mismo” cambia de una persona a otra. Hay quien ama como un Serafín y quien tan solo sabe amar como un niño, muy embrionariamente. Pero el Maestro, puesto que la mayoría sabe amar como niños – muy embrionariamente - , mientras que tan solo criaturas de excepción saben amar seráficamente, he aquí que os ha puesto por modelo a un niño, no a Sí mismo, ni a su Madre, ni tampoco a su Padre putativo. 

No. A un niño. A sus Apóstoles, a Pedro, cabeza de la Iglesia, les propuso por modelo a un niño.
        Amad con la perfección de un niño que, para explicarse los misterios, cree sin elucubraciones científicas; espera sin temor paralizante, fruto del excesivo racionalismo y de ociosas cavilaciones; ama tranquilamente a Dios al que tiene por un buen papá, un buen amigo, un buen hermano, un buen amigo que le protege y hace su pequeño bien para dar gusto a Jesús. Y así seréis perfectos en vuestra medida perfecta, perfectos en vuestra bondad relativa, del modo que es perfecto Dios en su bondad infinita.
        Temor de Dios no es pues, terror de Dios. Recuerden esto los aquejados de escrúpulos, los cuales ofenden a Dios en su amor y se paralizan a si mismos en su continuo sobresalto. Recuerden que una acción no buena viene a ser más o menos pecado en la medida de que uno se haya convencido de que lo sea o no esté seguro de que lo sea o no crea que lo sea del todo.
           Por eso, si uno llega a hacer un acto que ciertamente no es pecaminoso, pero está convencido de que lo es, obra injustamente porque su intención es hacer una cosa injusta, mientras que si uno hace algo que no es justo ignorando que lo sea, pero ignorando de verdad que sea así, Dios no le imputa dicha acción como culpa.
         Así también, cuando circunstancias especiales obligan a un hombre a llevar a cabo acciones que el decálogo u otra ley evangélica prohíben (verdugos que han de cumplir con la justicia, soldados que deben combatir y matar, conjurados que, por no llevar al patíbulo a sus compañeros y dañar intereses superiores, juran ser ellos solos, los culpables y mueren por salvar a los otros), Dios juzgará con Justicia el obligado homicidio o el heroico perjurio. Basta que el fin de la acción sea recto y ésta realizada con justicia.
      Temor no es terror, pero tampoco el temor de Dios es quietismo. Los quietistas son el polo opuesto de los escrupulosos. Son aquellos, que por un exceso de confianza, pero confianza desordenada, no se aprestan a hacer el bien porque están seguros de que Dios es tan bueno que con todo está siempre contento. Y con el mayor empeño, seducidos por su estática somnolencia, procuran quedarse inmóviles, cerrando sus mentes a las verdades que les desagrada saber, esto es: las que hablan de castigo, de purgatorio, de infierno, de obligación de hacer penitencia y de trabajar en perfeccionarse.

          Son almas ofuscadas y soberbias. Si porque los quietistas son soberbios. Soberbios, por creerse ya perfectos hasta el punto de estar seguros de que no pecan nunca. Soberbios porque, si bien llevan a cabo actos de piedad y de penitencia, son actos externos para ser tenidos por “santos” y alabados como tales. Al ser egoístas, se hallan desprovistos de caridad. Sobre su altar está su yo y no Dios. Son embusteros y a menudo, se fingen contemplativos y predilectos de Dios con dones extraordinarios.
        Más no es Dios el que los hace Predilectos, sino Satanás que les seduce para extraviarlos cada vez más. Se creen pobres de espíritu porque no tienen santa urgencia de realizar actos buenos para merecer el Cielo, más no son pobres de espíritu, antes se encuentran llenos de la envidia y avaricia más sórdidas y profundas y son perezosos.
         Son intemperantes porque nada niegan a la materia y si uno les dice: “No es lícito lo que haces”, responden: “Dios lo quiere para probarnos, pero nosotros sabemos salir de lo ilícito con la misma facilidad con que entramos en él, ya que estamos asentados en Dios”. Son verdaderos herejes y Dios los aborrece.
         Por último están los justos. Ellos tienen el dulce y reverencial temor de Dios. Temen causar dolor a Dios y por eso procuran con todas sus fuerzas hacer el mayor número de actos buenos y del modo mejor que le es posible. Si caen en alguna imperfección o pecado tienen un ardiente arrepentimiento apresurándose a depositarlo a los pies de Dios y una no menos ardiente voluntad de reparación.
       La culpa involuntaria no les paraliza, pues saben que Dios es Padre y se compadece de ellos. Lavan, reparan, reedifican lo que la insidia múltiple y salteadora alevosamente manchó, deterioró y derribó; y hácenlo con amor invocando cada vez con más fuerza al divino Amor: “Infunde tu Amor en mi corazón”. Estos son los que tienen el verdadero temor de Dios.
      ¿Qué es pues, el verdadero temor de Dios, vivo siempre en su espíritu? El temor de Dios es amor, humildad, obediencia, fortaleza, dulzura, mansedumbre, templanza, actividad, pureza, sabiduría y elevación. Y el verdadero Modelo de perfecto temor de Dios fue dado por Cristo que amó a Dios con un amor que se plegó alegre y de buena gana a todos los deseos del Padre hasta la obediencia de cruz, que fue humilde hasta abajarse a los pies del traidor y besárselos; que fue fuerte contra todas las insidias, dulce como un niño, sobrio como un asceta, manso como un cordero, puro como un ángel, y más que un ángel, sabio por ser el hombre uno con Dios, contemplativo que ascendía con su Espíritu arrobado a las adoraciones perfectas que hacían que exultasen los Cielos a los que, por fin, subía desde la Tierra del hombre, una adoración que saciaba el deseo de Dios.
        También María fue un ejemplo de temor perfecto. Más Ella, fue lo que fue en atención a los méritos de su Hijo. Y por eso hay que seguir diciendo que Quien desde toda la Eternidad poseyó el temor Perfecto fue el Verbo de Dios por el que todo fue hecho, hasta la maravilla del Cielo y de La Tierra: La Virgen Inmaculada, Hija, Madre y Esposa de Dios.
       De entre tantos versículos, uno tan solo ha sido comentado. Más su importancia es tal que la Sabiduría hase detenido en él. Si poseéis el perfecto temor de Dios poseeréis el amor perfecto y con él, poseeréis a Dios y seréis por Él poseídos. Y esto eternamente.







viernes, 30 de enero de 2015

INTERPRETACIÓN MÍSTICA DEL ÁNGEL DEL APOCALIPSIS CON UN PIE EN EL MAR Y EL OTRO EN LA TIERRA


EL ÁNGEL DEL APOCALIPSIS






Libro del Apocalipsis (Ap. 10, 1-11)

Vi otro ángel poderoso que descendía del cielo envuelto en una nube; tenía sobre su cabeza el arco iris, y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego, y en su mano tenía un librito abierto.

Y poniendo el pié derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, gritó con poderosa voz como león que ruge: Cuando gritó hablaron los siete truenos con sus propias voces. Cuando hablaron los siete truenos iba yo a escribir; pero oí una voz del Cielo que me decía: "Sella las cosas que han hablado los siete truenos y no las escribas"(...)

La voz que yo había oído del cielo de nuevo me habló y me dijo: "Ve, toma el librito abierto de mano del ángel que está sobre el mar y sobre la Tierra. Fuime hasta el ángel diciendo que me diese el librito. Él me respondió y me dijo: "Toma y cómelo, y amargará tu vientre, más en tu boca será dulce como la miel. Tomé el librito de mano del ángel y me puse a comerlo, pero cuando lo hube comido sentí amarga mis entrañas. Me dijeron: Es preciso que de nuevo profetices a los pueblos, a las naciones y a los reyes numerosos.



REFLEXIÓN PERSONAL

Yahveh, después del grave pecado de desobediencia, de irreverencia y de orgullo, cometido por nuestros primeros padres, Eva y Adán, procreadores materiales del género humano, fueron culpables de una gravísima afrenta a su Creador, ya que obedecieron al eterno enemigo de Dios, que les ofrecía "ser como dioses". A pesar de ello, Yahveh fue compasivo y se apiadó de ellos y de su descendencia, al fallar su plan A, aplicó entonces el único plan que podría rescatar a la humanidad en poder de Satán: el doloroso y costosísimo plan B.

Este consistía en la aparición de un nuevo Adán y una nueva Eva, Creadores espirituales de la nueva Humanidad, un nuevo Padre, que sería Jesús y una nueva Madre, la Virgen María, que anularían la culpa original, pagando el rescate que consistía nada menos que en entregar sus vidas de pobreza, humillaciones y Pasión, para la Redención del ser humano. 

Dios tenía que invertir todo el mecanismo de Lucifer, para poder restablecer el orden de las cosas: Adán y Eva desobedecieron para disfrutar materialmente de la vida, se entregaron pues al egoísmo que dice: "Quiero lo bueno para mí y lo malo para tí", de ahí nacieron todas las envidias, las guerras, los odios y los crímenes como el de Caín hacia su hermano Abel. Al contrario, nuestros divinos Redentores vivieron para libéranos del egoísmo con el Amor que dice: "Quiero lo malo para Mí y lo bueno para ti".

La naturaleza creada por Dios para deleite del hombre, se rebeló, nacieron las malas hierbas, las fieras, las tempestades, las sequías, las inundaciones y toda las calamidades que azotan y seguirán azotando la humanidad hasta el fin del mundo. Y el hombre pasó de tener la naturaleza a su servicio, a tener que ganar el pan con el sudor de su frente, y conoció el sufrimiento, las penas y la muerte.

Y esta condición de la Humanidad está simbolizada alegoricamente con una visión simbólica del libro del Apocalipsis, en donde se lee que Juan vio un Ángel que es el símbolo de la Humanidad, queestá a caballo con un pié en el mar que simboliza la mentira y el abismo, por eso se dice en el Apocalipsis que en la nueva Creación, el mar no existía ya, y un pié en la tierra que simboliza la Salvación. Ese Ángel tenía también un libro abierto en la mano, que es el conocimiento del bien y del mal, que ofreció Satán a nuestros primeros padres.

Le dijo el Ángel a San Juan: come el libro, y te sabrá dulce en la boca y amargo en las entrañas, Eso es lo que se ha explicado más arriba, lo que inoculó Satanás a través del fruto prohibido: el disfrute inicial del pecado, y las amargas consecuencias del mismo.

Ese veneno inoculado por la ingestión de la fruta prohibida, y que conduce a la muerte del cuerpo y del alma, tiene un antídoto que si bien no evita la muerte del cuerpo, por lo menos evita la segunda muerte que es la muerte eterna del Alma, es el plan B de Dios, que Satán a pesar de su inteligencia de Arcángel más subido, nunca pudo ni imaginar.

Ahora bien, para que ese antídoto, que no es otro que Jesús, el fruto del Árbol de la Cruz, que es la Stma. Virgen María, sea eficaz, hay que tomarlo, y eso quiere decir asimilarlo, y entonces como solo actúa en el alma, la persona que lo asimila de verdad, vuelve a renacer como lo dijo Jesús a Nicodemo, y se transforma otra vez de hombre degradado en el pecado, en un ser nuevo, casi idéntico a Adán y Eva antes de la caída, es decir que pueda recobrar otra vez la inocencia y el Paraíso perdidos. Y digo casi idéntico porqué Adán y Eva no tenían que morir.

Y eso de que el hombre recobra la Inocencia y el Paraíso perdidos, lo explica muy bien San Juan de la Cruz, cuando describe los grados de amor del Alma, que son los peldaños de la escala mística que nos conducen a Dios, y por los que se sube después de terribles pruebas de purificación, que son necesarias para restablecer la salud del alma.

En los últimos grados de esa escala, dice el Santo Doctor que aún en presencia del más horrendo de los crímenes, el alma no es capaz de ver ahí pecado, porque ha recobrado la Inocencia, y además arde suavemente de amor, que es dulzura constante porque en ese estado de desposorio espiritual tiene ya presencia íntima con Dios, es decir ha recobrado el Paraíso perdido, purificado por las espadas llameantes de los Querubines que guardan su entrada.

No somos pues todos Hijos de Dios por el Espíritu hasta que no hayamos asimilado en esas condiciones ese antídoto, y ese es el error de los famosos “quietistas”, que se creen que por la muerte de Jesús todos somos hijos suyos y estamos a salvo porqué un Padre no puede condenar a sus hijos al suplicio eterno, como me dijo cierto Obispo.

Y ese es el mayor triunfo de Satán, que quiere hacer creer que ese divino antídoto no es necesario, y no es necesaria tampoco ninguna transformación de nuestra parte, ya que como lo dicen muchos teólogos en nuestros días: “Hay que estar a gusto, Dios te quiere como eres, con tus pecados”, en vez de decir: “A pesar de nuestros pecados, que todos tenemos, Dios nos quiere, y hasta la muerte del pecador, lo sigue amando, porqué con el amor y no con el odio, es como se puede obtener el cambio, esperando ver en él una conversión que lo lleve por el camino recto. 

El Santo temor de Dios, que produce el arrepentimiento cuando hemos caído, provoca el firme deseo de no volver a caer, lo que exige de nosotros una lucha continua contra el mal, es decir contra el mundo, el Demonio y la Carne, los tres enemigos del alma”.








sábado, 24 de enero de 2015

ESTREMECEDOR RELATO DEL MARTIRIO DE SANTAS. PERPETUA Y FELICITAS




Evangelio según San Lucas (14, 25-27):

Como le seguía mucha gente, se volvió y les dijo: "Si alguno viene a Mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo Mío. El que no carga con su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser discípulo Mío".



Dictado 1º de Marzo de 1.944 de los Cuadernos 
de María Valtorta

Están las mártires para entrar en la arena para ser inmoladas. Perpetua, después de escuchar a su padre, que le suplica para que reniegue de su Fe para salvarse ella y su hijo que tenía en brazos, dice:

“Permanezco fiel a mi Señor por el amor que siento por ti y por él. Ninguna gloria terrena otorgará a tu cabeza blanca y a este inocente tanta dignidad como mi muerte. Vosotros alcanzaréis la Fe ¿Entonces, que diríais de mí si, por la vileza de un momento, hubiera renunciado a la Fe? Para triunfar, mi Dios no tiene necesidad de mi sangre ni de tus lágrimas. Pero en cambio, tú tienes necesidad de la sangre y el llanto para alcanzar la Vida. Y también ese inocente los necesita para permanecer en ella. Por la vida que me diste por el júbilo que mi hijo me ha dado, obtengo para vosotros la Vida verdadera, eterna, bienaventurada.

No, mi Dios no enseña el desamor hacia los padres y hacia os hijos. Enseña el amor verdadero. Padre, en este momento el dolor te hace delirar. Pero, luego la Luz se hará en ti y me bendecirás. Desde el Cielo, yo te la enviaré. En cuanto a este inocente, no es que le ame menos ahora que le he dado mi sangre para nutrirle. Si la crueldad pagana no se hubiera ensañado contra nosotros, los cristianos, habría sido para él una madre amantísima y él habría sido la finalidad de mi vida.

Pero Dios es más grande que la carne que ha nacido de mí y el amor que hay que consagrarle es infinitamente mayor. Ni siquiera en nombre de la maternidad puedo posponer el amor hacia Él por el amor de una criatura. No. No eres el esclavo de tu hija. sigo siendo, siempre tu hija, que te obedece en todo menos en esto: en renunciar por ti al verdadero Dios. Deja que se cumpla la voluntad humana. Y, si me amas, sígueme en la Fe. En ella encontrarás a tu hija, y será para siempre, porque la verdadera Fe concede el Paraíso y mi Pastor Santo ya me ha dado la bienvenida en su Reino”.

Aquí cambia la visión, porque veo entrar en la celda a otros personajes: son tres hombres y una mujer muy joven. Se besan y abrazan recíprocamente. También entran los carceleros para llevarse al hijo de Perpetua. Esta vacila como si hubiera recibido un golpe. Pero reacciona...

Su compañera la consuela, le dice: “Yo también he perdido a mi criatura. Pero no está perdida. Dios ha sido bueno conmigo. Me ha concedido que le engendrase para El y su bautismo se engalana con mi sangre como con piedras preciosas. Era una niña… hermosa como una flor. También tu niño es hermoso, Perpetua. Pero para hacerles vivir en Cristo, estas flores necesitan nuestra sangre. De este modo les daremos doblemente la vida”.

Perpetua coge al pequeñuelo, que había acostado en el jergón y que ahora duerme contento y saciado, y se lo da al padre, tras haberle besado levemente para no despertarlo. Luego le bendice, baña sus dedos en las lágrimas que brotan de sus ojos y traza una cruz sobre la frente y otra sobre las manecítas, sobre los piececítos, sobre el pecho. Hace todo esto con tal dulzura, que el niño sonríe en el sueño como si recibiera una caricia.

Luego los condenados salen, los soldados les rodean y les acompañan a una oscura cavea de un anfiteatro a la espera del martirio. Transcurren las horas rezando y cantando himnos sacros y exhortándose recíprocamente al heroísmo.

Ahora me parece que también yo estoy en ese anfiteatro, que ya he visto antes. Está abarrotado de gente de piel oscura, aunque también hay muchos romanos. La multitud rumorea sobre las gradas, se agita. A pesar del velario que han tendido de la parte que da al sol, la luz es intensa.

Me parece que en la arena ya ha habido juegos crueles porque está manchada de sangre; hacen entrar en ella a los seis mártires, van en fila. La multitud silba e increpa. Perpetua está a la cabeza de los seis mártires, que avanzan cantando. Se detienen en medio de la arena y uno de ellos se dirige a la multitud.

“Sería mejor que demostraríais vuestro coraje siguiéndonos en la Fe, en vez de insultar a gente inerme que devuelve vuestro odio rezando por vosotros y amándoos. ¡Oh, embusteros que pretendéis ser civilizados y aguardáis que una mujer dé a luz para matarla luego tanto en el cuerpo como en el alma, porque la separáis de su criatura! ¡Oh, crueles que mentís para matar, porque sabéis que ninguno de nosotros os hace daño y que menos que nadie os lo hará una madre, pues piensa solo en su criatura!

Las varas con las que nos habéis azotado, la prisión, la tortura, el haber arrebatado dos hijos a sus madres, no mudarán nuestro corazón; no lo cambiarán en cuanto al amor a Dios y tampoco en cuanto al amor al prójimo. Tres veces, siete veces, cien veces daríamos la vida por nuestro Dios y por vosotros; la ofreceríamos para que llegarais a amarle. Por eso rezamos por vosotros mientras el Cielo ya se abre sobre nuestras cabezas; Padre nuestro que estás en los cielos…”. Los seis santos mártires rezan de rodillas.

Se abre la puerta baja e irrumpen las fieras; creo que son toros o búfalos salvajes por lo impetuoso de su carrera que les hace asemejar a bólidos. Embisten al grupo inerme como si fuera una catapulta adornada por puntiagudos cuernos. Levantan los cuerpos con sus cuernos, los arrojan por el aire como si fueran harapos, vuelven a estrellarse contra el suelo, los pisotean. Como ebrios por la luz y el clamor, huyen y luego vuelven a embestir.

Con una cornada, un toro alza a Perpetua como si fuera una pajuela y la arroja a muchos metros de distancia. Pero, a pesar de estar herida, se levanta y su primer gesto es de ajustarse las ropas, desgarradas a la altura del seno. Sosteniendo la túnica con su mano derecha, se arrastra hacia Felicitas, que está tendida cara al cielo, con el cuerpo desgarrado, y la cubre, la sostiene haciendo escudo a la herida con su cuerpo. Las fieras vuelven a herir hasta que los seis agonizantes quedan tendidos en la arena. Entonces los bestiarios hacen volver a las fieras a sus cubiles y los gladiadores rematan la obra.

Pero el que le toca a Perpetua no sabe matar; no se comprende si es por piedad o inexperiencia. La hiere, pero no en el punto justo. Con un hilo de voz y una sonrisa dulcísima, Perpetua le dice: “Ven aquí, hermano a que te ayude “. Luego apoya la punta de la espada contra la carótida derecha, dice: “¡Jesús, me encomiendo a Ti! Empuja, hermano, yo te bendigo” y vuelve la cabeza hacia la espada para ayudar al inexperto y turbado gladiador.


Dice Jesús:

“Este es el martirio de mi mártir Perpetua, de su amiga Felicitas y de sus compañeros. Solo era rea de ser cristiana, aunque aún era catecúmena. Más, ¡Cuán intrépido era su amor por Mí! Al martirio de la carne unió el del corazón y así también Felicitas. Si sabían amar a sus verdugos, ¿Cómo habrán sabido amar a sus propios hijos?

Eran jóvenes y felices con el amor del esposo y de los padres, en el amor de su criatura. Más hay que amar a Dios sobre todas las cosas. Y ellas le aman así. Se desgarran las entrañas al separarse de su pequeñuelo, mas la Fe no muere. Ellas creen, creen firmemente, en la otra vida. Saben que solo la logrará quien fue fiel y vivió según la Ley de Dios.

El amor es ley en la ley, ya sea el amor a Dios o el amor al prójimo. ¿Qué amor puede ser mas grande que el de dar la vida por quienes se ama, así como la dio el Salvador por la humanidad que amaba? Ellas ofrecen su vida porque me aman y para llevar a otros a amarme y a poseer, de este modo, la Vida eterna. Ellas quieren que alcancen la vida de mi Reino los hijos, los padres, los esposos, los hermanos y todos aquellos a quien aman - por amor vinculado a la sangre o por amor vinculado al espíritu – y, entre ellos, también los verdugos, pues Yo he dicho: “Amad a quienes os persiguen “. Y para guiarles a mi Reino, trazan con su sangre un signo que va de la Tierra al Cielo, un signo que resplandece, un signo que llama.

¿Qué es sufrir? ¿Qué es morir? Es solo un instante fugaz. En cambio la vida eterna no acaba. Ese instante de dolor no es nada respecto al futuro de gozo que les espera. ¿Qué son las fieras? ¿Qué son las espadas? ¡Son algo bendito, porque dan la Vida!

La única preocupación que les inquieta - pues el que es santo debe de serlo en todo – es de conservar la pudicia. Es el momento del martirio, no se cuidan de la herida sino de las ropas desordenadas pues, aunque no son vírgenes no por eso dejan de ser púdicas. El verdadero Cristianismo lleva siempre a la virginidad del espíritu. Por eso esta sublime pureza se mantiene aun donde el matrimonio y la prole han quitado ese sello que hace ángeles a los vírgenes.

El cuerpo humano lavado por el Bautismo, es un templo del Espíritu Santo. Por lo tanto no debe ser violado con modas inverecundas, con inverecundos uso. Sobre todo de la mujer que no se respeta a sí misma, no puede engendrar sino una prole viciosa y una sociedad corrupta; de ella se aparta Dios y en ella Satanás ara y siembra sus tormentos, que os llevan a la desesperación”.







lunes, 19 de enero de 2015

PROVERBIO FRANCÉS: L'AMOUR FAIT PASSER LE TEMPS, ET LE TEMPS FAIT PASSER L'AMOUR.





Yo creo, Señor, pero aumentad mi fe. Ella es firme y sincera: volvedla
viva y penetrante. Ella somete  mi espíritu: haced que golpée
 y toque mi corazón (Padre Griffet)



TRADUCCIÓN DEL PROVERBIO:

  El amor hace pasar el tiempo, y el tiempo hace pasar el amor. 


  
Pero sin embargo, el Amor de Dios, hace pasar el tiempo, pero el tiempo no hace pasar ese Amor, muy al contrario, lo incrementa cada vez más hasta el infinito. 

Gloria al Padre; al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amen. 



COMENTARIO: 

             El alma del hombre ha sido creada para amar, y así transformarse en el mismo Dios, ya que, como lo dice San Juan de la Cruz, el amor iguala el alma enamorada con el Objeto de su amor, según su capacidad, por eso dice Jesús que en el Cielo habrá varias mansiones, y cada elegido, como cada Ángel brillará y brilla con el fulgor correspondiente a su propia capacidad. 

             El mismo San Juan de la Cruz explica que el hombre tiene unas "Profundas cavernas del sentido", que están concebidas y capacitadas para contener la Grandeza Divina, por eso la felicidad de los elegidos será indescriptible, como lo es la misma Divinidad, y por eso también la desgracia de los condenados, es también indescriptible porqué esas inmensas cavernas no solo estarán vacías de Dios, pero estarán llenas de padecimientos y de odio. 

             Y la Majestad infinita de Dios, y todos sus atributos, son de una inmensidad tan inconmesurables, que los Ángeles más subidos, que son los que más cerca están de Dios, los Querubines y los Serafines, son los que más se dan cuenta de lo mucho que aún les falta para conocerle, como así lo afirma el Santo Doctor de la Iglesia. Y también como de cierta manera también lo afirma San Agustín cuando hablando de Dios dice: "Belleza antigua y siempre nueva". 


              POR ESA RAZÓN, SE PUEDE AFIRMAR QUE LA ETERNIDAD NO SOLO NUNCA PODRÁ HACER PASAR EL AMOR, PERO MUY AL CONTRARIO LO ACRECENTARÁ CADA VEZ MÁS.