Durísimas Palabras de Jesús a los Fariseos, aplicables a los explotadores de hoy que no tienen caridad hacia sus subordinados.
La única posibilidad que existe en este mundo para tratar de convertir a un enemigo, discípulo de Satán, es la infinita fuerza de Dios. Esta fuerza se llama Amor, no siempre consigue su objetivo porque el hombre es libre de aceptar o rechazar esta acción de Dios, ya que Él no obliga a nadie.
El
Ejemplo más claro lo vemos en la figura de Judas, que fue amado por Jesús, más
que a ningún otro Apóstol, con infinitas muestras de cariño y de paciencia, sin
embargo lo más probable es que Judas se condenó, sino Jesús nunca hubiera dicho
que hubiese sido mejor que nunca hubiera nacido.
Pero
una cosa es el Amor que Jesús profesa en este mundo, en el cual aparece como el
Buen Pastor, y donde se ha encarnado para sanar a los enfermos y pecadores, y
otra cosa es su Figura celestial, en donde después de haber desplegado en la
tierra todo su amor; de habernos rescatado con su cruenta pasión y muerte, no
ha encontrado en muchos, compresión alguna y solo le han correspondido con
desamor, burla hacia Él y hacia los suyos.
En este
caso, su Justicia será inexorable, y transformará su bastón de Buen Pastor, en un Cetro Real, e impartirá su Justicia inexorable premiando y castigando,
y subrayo esta palabra porque la teología moderna pregona erróneamente e
incansablemente que Jesús es incapaz de castigar, a pesar de las Palabras del
Evangelio sobre el Juicio final, de la doctrina tradicional de los Santos
Padres, y sobre todo, los comentarios de los Apóstoles en especial de San Pablo, verdadero "faro de la Iglesia", que los
nuevos teólogos que saben griego, hebreo y latín, y que además dominan varias
lenguas actuales, tratan de reinterpretar, siguiendo las directrices de Satán.
LA FALSA AMISTAD DE ISMAEL BEN FABI
EL HIDRÓPIDO CURADO EN SÁBADO
(Del Evangelio tal como me ha sido revelado de Mª Valtorta)
(…) Jesús
camina, como sucede a menudo, dos o tres pasos más delante de los discípulos.
Van todos bien tapados con sus mantos de lana (…)
Encuentran una
pequeña casita de pobres, con dos o tres terrenitos alrededor. Una niña saca
agua de un pozo.
“Paz a ti,
niña” dice Jesús mientras se detiene en el borde del seto, que tiene una
abertura para el que va y viene.
“Paz a ti ¿Qué
quieres?”.
“Una información.
¿Dónde está la casa de Ismael, el fariseo?”.
“Vas mal por
aquí, Señor. Tienes que volver a la bifurcación y tomar el camino que va hacia
donde se pone el Sol. Pero tienes que andar mucho, mucho, porque tienes que
volver allí, a la bifurcación y luego andar y andar. ¿Has comido? Hace frío y
se siente más con el estómago vacío. Entra, si quieres. Somos pobres. Pero tú
tampoco eres rico. Te puedes adaptar. Ven”. Y llama con voz aguda: “¡Mamá!”.
Se asoma a la
puerta una mujer de unos treinta y cinco o cuarenta años. Su cara es honesta aunque
un poco triste. Lleva en brazos a un niño de unos tres años, medio desnudo.
“Entra, el
fuego está encendido. Voy a darte leche y pan”.
“No vengo
sólo. Tengo conmigo a estos amigos”.
“Que entren
todos y que la bendición de Dios descienda sobre los peregrinos, mis
huéspedes”.
Entran en una
cocina baja y obscura alegrada por un fuego vivo. Se sientan acá o allá en
rústicos arquibancos.
“Ahora os
preparo… Es pronto… No he puesto en orden nada todavía… Perdonad”.
“¿Vives sola?”.
Es Jesús el que habla.
“Tengo marido
e hijos. Siete. Los dos mayores están todavía en el mercado de Naím. Tienen que
ir ellos, porqué mi marido está enfermo. ¡Que pena!... Las niñas me ayudan.
Este es el más pequeño. Pero tengo otro muy poco mayor que él”.
El pequeñuelo,
ya vestido con su tuniquita, corre descalzo hacia Jesús y le mira con
curiosidad. Jesús le sonríe. Ya son amigos.
“¿Quién
eres?”, pregunta el niño con confianza.
“Soy Jesús”.
La mujer se
vuelve y le mira atentamente. Se ha quedado ahí, con un pan en las manos, entre
el hogar y la mesa. Abre la boca para hablar, pero calla.
El niño
continúa: “¿A dónde vas?”.
“Voy por los
caminos del mundo”.
“¿Para qué?”.
“Para bendecir
a los niños buenos y a sus casas, donde hay fidelidad a la Ley”.
La mujer hace
otra vez un gesto. Luego hace un gesto a Judas Iscariote, que es el que está
más cerca de ella. Judas se inclina hacia la mujer, y esta pregunta: “¿Pero
quien es tu amigo?”.
Y Judas, todo
presumido (parece como si el Mesías fuera tal por su mérito y bondad): “Es el
Rabí de Galilea, Jesús de Nazaret. ¿No lo sabes, mujer?”.
“¡Esta vía es
apartada y yo tengo muchas penas!... Pero… ¿Podría hablarle?”.
“Puedes” dice
con entono Judas. Me parece como una persona importante del mundo concediendo
audiencia…
Jesús sigue
hablando con el niño, que le pregunta si tiene también Él, niños.
Mientras la
niña vista antes y otra más mayorcita traen leche, y avíos de mesa, la mujer se
acerca a Jesús. Un momento de pausa, y luego, un grito ahogado: “¡Jesús, piedad
de mi marido!”.
Jesús se
levanta. La domina con su estatura, pero la mira con tanta bondad, que ella
recobra la seguridad. “¿Qué quieres que haga?”.
Está muy
enfermo. Hinchado como un odre. No puede ya agacharse y trabajar. No puede
descansar porqué se ahoga, y se agita…Y nuestros hijos son todavía
pequeñitos…”.
“¿Quieres que
le cure? ¿Pero por qué lo quieres de Mí?”.
“Porque Tú
eres Tú. No te conocía, pero había oído hablar de Ti. La fortuna te ha
conducido a mi casa después de haberte buscado yo en Naím y Caná. Dos veces
estaba también mi marido. Ir en carro le hace sufrir mucho, y, no obstante, te
buscaba… Está también fuera ahora, con su hermano… Nos habían comunicado que el
Rabí, dejada Tiberiades, iba hacia Cesárea de Filipo. Ha ido allí a
esperarte…”.
“No he ido a
Cesárea. Voy a casa del fariseo Ismael y luego hacia el Jordán…”.
“¡Tu que eres
bueno!, ¿Dónde Ismael?”.
“Sí.
¿Porqué?”.
“Porque…
porque… Señor, sé que dices que no hay que juzgar, que
hay que perdonar y que tenemos que amarnos. No te había visto nunca. Pero he
tratado de saber de Ti lo más que podía, y rogaba al Eterno poderte escuchar al
menos una vez. No quiero hacer nada que te desagrade… Pero, ¿cómo se puede no
juzgar a Ismael, y amarle? No tengo nada en común con él. Nos sacudimos las
insolencias que nos lanza cuando encuentra nuestra pobreza en su camino, con la
misma paciencia con la que nos sacudimos el barro y el polvo que nos echa
cuando pasa rápido con sus carruajes. Pero amarle y no juzgarle es demasiado
difícil… ¡Es muy malo!”.
“¿Es muy malo?
¿Con quién?”.
“Con todos.
Subyuga a sus siervos, presta con usura, y es exigente hasta la crueldad. Solo
se ama a si mismo. Es el más cruel de la comarca. No lo merece, Señor”.
“Lo sé. Dices
la verdad”.
“¿Y Tú vas
allí?”.
“Me ha
invitado”.
“Desconfía,
Señor. No lo habrá hecho por amor. No te
puede amar. Y Tú… no le puedes amar”.
“Yo amo
también a los pecadores, mujer. He venido para salvar a quien está perdido… “.
“Pero a este,
no lo salvarás. ¡Oh, perdón por haber juzgado! Tú eres sabio… Todo lo que haces
está bien hecho. Perdona a mi necia lengua y no me castigues”.
“No te castigo. Pero no lo vuelvas a hacer.
Ama a los malvados también. No por su maldad, sino porque con el amor es como
se obtiene para ellos la Misericordia que convierte.
Tú eres buena
y tienes deseo de serlo más todavía. Amas la Verdad. Y la Verdad que te está
hablando te dice que te ama porque eres compasiva para con el huésped y el
peregrino, según la Ley, y así has educado a tus hijos. Dios será tu recompensa.
Yo tengo que ir a casa de Ismael, que me ha invitado para presentarme a muchos
amigos suyos que me quieren conocer. No puedo esperar más a tu marido. Has de
saber que está regresando. Pero exhórtalo a sufrir todavía un poco y dile que
venga en seguida a casa de Ismael. Ven tú también. Le curaré”.
“¡Oh, Señor…”
la mujer está de rodillas a los pies de Jesús, y le mira con sonrisa y llanto.
Luego dice: “¡Pero hoy es sábado!...”.
“Lo sé.
Necesito que sea sábado para decirle a Ismael algo al respecto. Todo lo que
hago lo hago con una finalidad clara y sin error. Sabedlo todos, también
vosotros, amigos míos que tenéis miedo y querríais que me comportara según las
conveniencias humanas, para no recibir de lo contrario, daño. Os guía el amor.
Lo sé. Pero tenéis que saber amar mejor a quien amáis.
No posponiendo nunca el interés divino al interés de vuestro amado. Mujer, voy y te espero. La paz será perenne en esta casa en donde se ama a Dios y a su Ley, se respeta el vínculo matrimonial, se educa santamente a la prole, se ama al prójimo y se busca la Verdad. Adiós”.
No posponiendo nunca el interés divino al interés de vuestro amado. Mujer, voy y te espero. La paz será perenne en esta casa en donde se ama a Dios y a su Ley, se respeta el vínculo matrimonial, se educa santamente a la prole, se ama al prójimo y se busca la Verdad. Adiós”.
Jesús pone la
mano en la cabeza de la mujer y de las dos mocitas y luego se agacha para besar
a los niños más pequeños, y sale.
Ahora un
solecillo de invierno templa el aire crudo. Un muchacho de unos quince años
espera con un rústico carro muy desvencijado.
“Solo tengo
esto, Señor. Pero, en todo caso, llegarás antes y con más comodidad”.
“No, mujer.
Conserva fresco tu caballo para venir a casa de Ismael. Indícame solo el camino
más corto”.
El muchacho se
pone a su lado y por campos y prados, van hacia una ondulación del terreno,
tras el cual hay una depresión de algunas hectáreas, bien cultivada, en cuyo
centro hay una hermosa casa ancha y baja, circundada por una faja de jardín
bien cultivado.
“La casa es
aquella, Señor” dice el muchacho. “Si no te hago más falta, vuelvo a casa para
ayudar a mi madre”.
“Ve, y sé
siempre un hijo bueno. Dios está contigo”…
Parte segunda: El Milagro; duro enfrentamiento de Jesús con los Fariseos
Jesús, el Cordero manso y humilde, no tiene reparo en enfrentarse con
los fariseos, que son los que anteponen su interés a la doctrina de Yahvé,
creyéndose los Santos de Israel, y careciendo de la más elemental de las
consideraciones hacia los pobres y los humildes. Jesús sabía que este abierto enfrentamiento le iba a traer
consecuencias fatales de la Jerarquía, sin embargo no dudó decir la Verdad.
Hay que notar siempre como Jesús dice la verdad por dura que sea, sin odio, con el firme propósito de que los pecadores se arrepientan. Pero pasada esta Vida, si estos no han logrado el arrepentimiento, resplandecerá el Dios del Sinaí: “No seáis ilusos, cuando venga como supremo Juez, vendré con poder y Gloria, cambiaré mi cayado de Pastor por el cetro Real, y entonces mi Justicia será inexorable”.
Hay que notar siempre como Jesús dice la verdad por dura que sea, sin odio, con el firme propósito de que los pecadores se arrepientan. Pero pasada esta Vida, si estos no han logrado el arrepentimiento, resplandecerá el Dios del Sinaí: “No seáis ilusos, cuando venga como supremo Juez, vendré con poder y Gloria, cambiaré mi cayado de Pastor por el cetro Real, y entonces mi Justicia será inexorable”.
Desgraciadamente, hay aún muchísimos que
siguen con la mentalidad de creer que el Cordero manso y humilde será el que les
juzgará, y lo peor es que los que no piensan como ellos son tachados de “talibanes”
y fanáticos retrógrados. ¡Así nos van las cosas!.
¡Menuda
sorpresa se van a llevar el día del Juicio!
… Jesús entra
en la suntuosa casa de campo de Ismael. Gran número de siervos acuden al
encuentro del Huésped, ciertamente esperado. Otros van a avisar al amo, y este
sale al encuentro de Jesús haciendo profundas reverencias.
“¡Bienvenido,
Maestro, a mi casa!”.
“Paz a ti,
Ismael Ben Fabí. Deseabas mi presencia. Vengo. ¿Para qué querías verme?”.
“Para ser
honrado con tu presencia y para presentarte a mis amigos. Quiero que lo sean
también tuyos. De la misma forma que Tú también seas amigo Mío”.
“Yo soy amigo
de todos, Ismael”.
“Lo sé, pero
ya sabes… conviene tener amistades en las altas esferas. Y la mía y las de mis
amigos son de ésas. Tú, y perdona que te lo diga – pasas por alto demasiado a
quienes te pueden apoyar…”.
“¿Y tú eres de
esos? ¿Por qué?”.
“Yo soy de
esos. ¿Por qué? Porque te admiro y quiero tenerte como amigo”.
“¡Amigo! ¿Pero
sabes, Ismael el significado que le doy Yo a esta palabra? Para muchos, “amigo”
quiere decir “conocido”; para otros, “cómplice”; para otros, “siervo”. Para Mí,
quiere decir: “fiel a la Palabra del Padre”. Quien no es tal, no puede ser
amigo Mío, ni Yo suyo”.
“Pero sí,
quiero tu amistad precisamente porque quiero ser fiel, Maestro. ¿No lo crees?
Mira: ahí llega Eleazar. Pregúntale como te he defendido ante los Ancianos.
Eleazar, te saludo. Ven, que el Rabí quiere preguntarte una cosa”.
Grandes
saludos y recíprocas ojeadas indagadoras.
“Dí tú,
Eleazar, lo que dije del Maestro la última vez que nos reunimos”.
“¡Oh, un
verdadero elogio! ¡Una defensa apasionada! Ismael habló de Ti tanto (Como del
Profeta más grande que haya venido al Pueblo de Israel), Maestro, que sentí
apetencia de escucharte. Recuerdo que dijo que ninguno tenía palabra más
profunda que la Tuya, ni atractivo mayor que el Tuyo, y que, si como sabes hablar,
sabes sujetar la espada, no habrá ningún Rey más grande que Tú en Israel”.
“¡Mi Reino!...
Este Reino no es humano, Eleazar”.
“¡¿Pero, el
Rey de Israel?!”.
“Ábranse vuestras mentes para comprender el
sentido de las palabras arcanas. Vendrá el Reino del Rey de los reyes. Pero no
en la medida humana. No respeto a lo perecedero, sino a lo eterno. A él se
accede no por florida vía de triunfos ni sobre púrpura alfombra de sangre
enemiga, sino por empinado sendero de sacrificio y por benigna escalera de
perdón y amor.
Las victorias sobre nosotros mismos nos darán este Reino. Y quiera Dios que la mayor parte de Israel pueda entenderme. Mas no será así. Vosotros pensáis lo que no es. En mi mano habrá un cetro puesto por el Pueblo de Israel. Regio y Eterno. Ningún rey podrá ya arrebatárselo a Mí Casa. Pero muchos en Israel no podrán verlo sin estremecerse de horror, porque tendrá un nombre atroz para ellos”.
Las victorias sobre nosotros mismos nos darán este Reino. Y quiera Dios que la mayor parte de Israel pueda entenderme. Mas no será así. Vosotros pensáis lo que no es. En mi mano habrá un cetro puesto por el Pueblo de Israel. Regio y Eterno. Ningún rey podrá ya arrebatárselo a Mí Casa. Pero muchos en Israel no podrán verlo sin estremecerse de horror, porque tendrá un nombre atroz para ellos”.
“¿No nos crees
capaz de seguirte?”.
“Si
quisierais, podríais. Pero no queréis. ¿Por qué no queréis? Sois ya ancianos.
La edad debería haceros comprender y ser justos. Justos incluso con vosotros
mismos. Los jóvenes… podrán errar y luego arrepentirse. ¡Pero vosotros! La
muerte está siempre muy cerca de los ancianos. Eleazár, tú estás menos envuelto
en las teorías de muchos de tus iguales. Abre tu corazón a la Luz…”.
Vuelve Ismael
con otros cinco pomposos fariseos: “Venid, pues adentro” dice el amo de la
casa. Y, dejado el atrio, rico de sillas y alfombras, entran en una estancia.
Traen ánforas y palanganas para las abluciones. Luego pasan al comedor, muy
ricamente preparado.
“Jesús a mi
lado, entre yo y Eleazar” ordena el amo. Y Jesús que había permanecido en el
fondo de la sala, junto a los discípulos, un poco arredrados y olvidados, debe
sentarse en el sitio de honor.
Empieza el
banquete, con numerosos servicios de carnes y pescados asados. Vinos, y según
me parece, jarabes, o por lo menos agua-mieles, pasan una y otra vez.
Todos tratan
de hacer hablar a Jesús. Uno, un viejo todo tembloroso, pregunta con voz ronca
de decrépito: “Maestro, ¿es verdad lo que se dice que pretendes modificar la
Ley?”.
“No cambiaré
ni una jota de la Ley. Es más – y Jesús recalca las palabras - , he venido
realmente para devolverle su integridad, como cuando le fue dada a Moisés”.
“¿Insinúas que
ha sido modificada?”.
“De ninguna
manera, ha sufrido la suerte de todas las cosas excelsas que han sido puestas
en las manos del hombre, nada más”.
“¿Qué quieres
decir? Especifica”.
“Quiero decir
que el hombre, por la antigua soberbia o por el antiguo fomes de la triple
lujuria, quiso retocar la palabra clara, e hizo de ella una cosa opresiva para
los fieles; mientras que para los autores de los retoques no es más que un
cúmulo de frases que… bueno, que es para los demás”.
“¡Pero
Maestro! Nuestros Rabíes…”.
“¡Esto es una
acusación!”.
“¡No frustres
nuestro deseo de favorecerte!...”.
“¡Ah, ya!
¡Tienen razón cuando te llaman rebelde!”.
“¡Silencio!
Jesús es mi invitado, que hable libremente”.
“Nuestros
rabíes comenzaron su esfuerzo con la santa finalidad de facilitar la aplicación
de la Ley. Dios mismo dio comienzo a esta escuela cuando a las palabras de los
diez mandamientos añadió explicaciones más detalladas. Para que el hombre no
haya tenido la excusa de no haber sabido comprender. Obra santa, pues para los
maestros que desmenuzan para los pequeñuelos de Dios el pan que Dios ha dado al
espíritu: santa si persigue dicho fin.
No siempre fue así. Y ahora menos que nunca. Pero, ¿por qué me queréis hacer
hablar, vosotros que os ofendéis si enumero las culpas de los poderosos?”.
“¿Culpas?
¿Culpas? ¿No tenemos sino culpas?”.
“¡Quisiera que
tuvierais sólo méritos!”.
“Pero no los
tenemos: eso es lo que piensas, y tu mirada lo delata. Jesús, no se logra la
amistad de los poderosos criticando. No reinarás, no conoces el arte de
reinar”.
“No pido
reinar a la manera que vosotros creéis. Ni mendigo amistades. Quiero amor. Pero
un amor honesto y santo. Un amor que vaya de Mí a aquellos a quien amo, y que
se demuestre usando con los pobres aquello que predico: que se use:
Misericordia”.
“Yo, desde que
te oí hablar, no he vuelto a prestar con usura” dice uno.
“Dios te
recompensará”.
“El Señor me
es testigo de que no he vuelto a pegar a los siervos que merecían azotes, desde
que me refirieron una palabra tuya” dice otro.
“¿Y yo? ¡He
dejado en los campos, para los pobres más de diez moyos de cebada!” dice un
tercero.
Los fariseos
se alaban excelsamente.
Ismael no ha
hablado. Jesús pregunta: “¿Y tú, Ismael?”.
“¡Oh, ¿yo?! Siempre he usado misericordia. Solo debo
seguir actuando como siempre”.
“¡Bien para
ti! Si eres realmente así, eres el hombre que no conoce remordimientos”.
“¡Ciertamente
no!”.
Jesús le
perfora con su mirada de zafiro.
Eleazar le
toca en el brazo: “Maestro, escúchame. Tengo especial que someter a tu
consideración. Recientemente he adquirido de un pobre desdichado una propiedad;
este hombre se ha echado a perder por una mujer. Me ha vendido la propiedad,
pero sin decirme que en ella hay una sierva anciana, su nodriza, ya ciega y
medio chiflada. El vendedor no la quiere. Yo… no la querría. Pero, ponerla en
la calle… ¿Qué harías tú, Maestro?”.
“¿Tú, que
harías, si tuvieras que dar a otro un consejo?”.
“Diría:
“Quédate con ella, que no va a ser un pan que te arruine”.
“¿Y por qué
dirías eso?”.
“Bueno, pues…
porque creo que yo actuaría así y querría que hicieran eso conmigo…”.
“Estás muy
cerca de la Justicia, Eleazar. Haz como aconsejarías, y el Dios de Jacob estará
siempre contigo”.
“Gracias,
Maestro”.
“¿Qué tenéis
que criticar?” pregunta Jesús. “¿No he hablado rectamente? ¿Y este?, ¿no ha
hablado también rectamente? Ismael, defiende a tus invitados, tú que siempre
has usado misericordia”.
“Maestro,
hablas bien, pero… ¡si se actuara siempre así!... Seríamos víctimas de los
demás”.
“Y es mejor,
según tú, que sean los demás víctimas nuestras, ¿no?”.
“No digo eso.
Pero hay casos…”.
“La Ley dice
que hay que tener misericordia…”.
“Sí, hacia el
hermano pobre, hacia el forastero, el peregrino, la viuda y el huérfano. Pero
esta vieja que ha venido a parar a los brazos de Eleazar no es su hermana, ni
peregrina, forastera, huérfana o viuda. Para él no es nada; ni menos ni más que
un objeto viejo del ajuar – no suyo - , olvidado en la propiedad vendida por
quien es su verdadero dueño. Por eso Eleazar podría incluso echarla sin escrúpulos
de ningún tipo. A fin de cuentas, la culpa de la muerte de la vieja no sería
suya, sino de su verdadero amo…”.
“… El cual,
siendo también pobre, no la puede seguir manteniendo, de forma que también está
exento de obligaciones. Así que, si la anciana se muere de hambre, la culpa es
de la anciana. ¿No es así?”.
“Así, Maestro.
Es la suerte de los que… ya no sirven. Enfermos, viejos, incapaces, están
condenados a la miseria, a la mendicidad. Y la muerte es lo mejor para ellos…
Así es desde que el mundo existe, y así será…”.
“¡Jesús, ten
piedad de mí!”. Un lamento entra a través de las ventanas trancadas (porque la
sala está cerrada y las lámparas encendidas; quizás por el frío).
“¿Quién me
llama?”.
“Algún
importuno. Haré que le manden afuera. O algún mendigo. Diré que le den un pan”.
“Jesús, estoy
enfermo. ¡Sálvame!”.
“Ya decía yo.
Un importuno. Castigaré a los siervos por haberle dejado pasar”. Y se levanta
Ismael.
Pero Jesús, al
menos veinte años más joven que él y todo el cuello y la cabeza más alto, le
sienta de nuevo poniéndole la mano en el hombro, mientras ordena: “Quédate
aquí, Ismael. Quiero ver a este que me busca. Que entre”.
Entra un
hombre de cabellos todavía negros. Puede tener unos cuarenta años. Pero está
hinchado como una cuba y amarillo como un limón; los labios violáceos en una
boca jadeante. Le acompaña la mujer de la primera parte de la visión. El hombre
avanza con dificultad, por la enfermedad y por el temor. ¡Se ve tan mal
mirado!...
Pero ya Jesús
ha dejado su sitio y ha ido hacia el infeliz. Luego le ha tomado la mano y le
ha llevado al centro de la sala, al espacio vacío que hay entre las mesas,
colocadas en forma de “U”, justo debajo de la lámpara.
“¿Qué quieres
de Mí?”.
“Maestro… te
he buscado mucho… desde hace mucho… Nada quiero aparte de salud… por mis hijos
y mi mujer… Tú puedes todo… Ya ves mi mísero estado…”.
“¿Y crees que
te puedo curar?”
“¡Vaya que si
lo creo!… Cada paso que doy me hace sufrir… cada movimiento brusco es un dolor
para mí… y, no obstante, he recorrido kilómetros para buscarte… y luego, con el
carro, te he seguido aún… pero no te alcanzaba nunca… ¡Vaya que si lo creo! Me
extraña no estar ya curado desde que mi mano está en la Tuya, porqué todo en Ti
es santo. ¡Oh, santo de Dios!”.
El pobrecito
resopla como un fuelle por el esfuerzo de tantas palabras. La mujer mira a su
marido y a Jesús, y llora.
Jesús los mira
y sonríe. Luego se vuelve y pregunta: “Tú, anciano escriba (Habla al viejo
tembloroso que ha hablado el primero), respóndeme: ¿Es lícito curar en sábado?”.
“En sábado no
es lícito hacer obra alguna”.
“¿Ni siquiera
salvar a uno de la desesperación? No es trabajo manual”.
“El sábado
está consagrado al Señor”.
“¡¿Cuál obra
más digna de un día sagrado de hacer que un hijo de Dios diga al Padre: “Te amo
y te alabo porqué me has curado”?!”.
“Debe hacerlo
aunque sea infeliz”.
“Cananías,
¿sabes que en este momento tu bosque más hermoso está ardiendo y toda la ladera
del Hermón resplandece, envuelta en purpúreas llamas?”.
El viejecillo
pega un salto como si le hubiera mordido un áspid: “Maestro, “¿dices la verdad
o estás bromeando?”.
“Digo la
verdad, Yo veo y sé”
“¡Oh, pobre de mí! ¡Mi más hermoso bosque! ¡Miles de siclos reducidos a cenizas! ¡Maldición! ¡Malditos sean los perros que me le han prendido fuego! ¡Que ardan sus entrañas como mi madera!”. El viejecillo está desesperado.
“¡No es más que un bosque, Cananías, y te lamentas!
¿Por qué no alabas a Dios en esta desventura? Este no pierde madera, que renace, sino la vida y el pan para los hijos, y debería dar a Dios esa alabanza que tú
no le das. Entonces, Escriba, ¿no me es lícito curar en sábado a este?”.
“¡Maldito Tú, el y el sábado! Tengo otras cosas mucho
más graves en que pensar…” y, dando un empujón a Jesús, que le había puesto una
mano en un brazo, sale enfurecido, y se le oye dar gritos con su voz ronca para
que le traigan su carro.
“¿Y ahora?” pregunta Jesús, mirando a los que tiene
alrededor. “Y ahora, decidme, ¿es lícito o no?”.
Ninguna respuesta. Eleazár agacha la cabeza. Antes
había entreabierto los labios, pero vuelve a cerrarlos, sobrecogido por el
hielo que reina en la sala.
“Bien, pues voy a hablar Yo” dice Jesús, con
majestuoso aspecto y voz tronante, como siempre cuando está para hacer un
milagro.
“Voy a hablar Yo. Hablo. Digo: hombre, hágase en ti
según crees. Estás curado. Alaba al Eterno. Ve en paz”.
El hombre se queda desorientado. Quizás pensaba que
iba a volverse de golpe esbelto, como tiempo atrás. Y le da la impresión de no
estar curado. Pero… a saber lo que siente… emite un grito de alegría, se arroja
a los pies de Jesús y se los besa.
“¡Ve, ve! Sé siempre bueno. ¡Adiós!”.
El hombre sale, seguido de la mujer, la cual hasta el
último momento se vuelve a saludar a Jesús.
“Pero
Maestro, en mi casa… En sábado…”.
“¿No das tu
aprobación? Ya lo sé. Por esto he venido. ¿Tú, amigo? No. Enemigo Mío. No eres
sincero ni conmigo ni con Dios”.
“¿Ofendes
ahora?”.
“No, digo la
verdad. Has dicho que Eleazar no está obligado a socorrer a esa anciana porqué
no es de su propiedad. Pero tú tenías a dos huérfanos en tu propiedad. Eran
hijos de dos de tus siervos fieles, que se han muerto trabajando, uno de ellos
con la hoz en el puño, la otra matada por la excesiva fatiga por haber tenido
que servir – como le exigías para no despedirla - , servirte por ella, y por su
marido.
Tú decías: “He hecho contrato para dos personas que trabajaran y, para seguir teniéndote, quiero el trabajo tuyo y el del muerto”. Y ella te lo ha dado, y ha muerto con el fruto de su concebimiento; porqué esa mujer era madre. Y no hubo para ella la piedad que se tiene con la bestia encinta. ¿Dónde están ahora esos dos niños?”.
Tú decías: “He hecho contrato para dos personas que trabajaran y, para seguir teniéndote, quiero el trabajo tuyo y el del muerto”. Y ella te lo ha dado, y ha muerto con el fruto de su concebimiento; porqué esa mujer era madre. Y no hubo para ella la piedad que se tiene con la bestia encinta. ¿Dónde están ahora esos dos niños?”.
“No lo
sé… desaparecieron un día”.
“No mientas
ahora. Basta haber sido cruel. No es necesario añadir el embuste para que Dios
aborrezca tus sábados, a pesar de su total carencia de obras serviles. ¿Dónde
están esos niños?”.
“No lo
sé, Ya no lo sé. Créelo”.
“Yo lo sé.
Los encontré una noche de noviembre, fría, lluviosa, oscura. Los encontré
hambrientos y temblando, cerca de una casa, como dos perrillos en busca de un
pedazo de pan para llevarse a la boca… Maldecidos y despedidos por quien tenía
entrañas de perro, más que un perro verdadero.
Porqué un perro habría tenido piedad de esos dos huerfanillos. Y ni tú, ni aquel hombre la habéis tenido. ¿Ya no te servían sus padres, verdad? Estaban muertos. Los muertos sólo lloran, en sus sepulcros, al oír los sollozos de esos hijos infelices de los que los demás no se ocupan. Pero los muertos, con su espíritu, elevan los llantos y los de sus huérfanos a Dios y dicen: “Señor, vénganos Tú, porqué el mundo aplasta cuando ya no le es posible seguir explotando.
Porqué un perro habría tenido piedad de esos dos huerfanillos. Y ni tú, ni aquel hombre la habéis tenido. ¿Ya no te servían sus padres, verdad? Estaban muertos. Los muertos sólo lloran, en sus sepulcros, al oír los sollozos de esos hijos infelices de los que los demás no se ocupan. Pero los muertos, con su espíritu, elevan los llantos y los de sus huérfanos a Dios y dicen: “Señor, vénganos Tú, porqué el mundo aplasta cuando ya no le es posible seguir explotando.
¿No te
servían todavía los dos pequeñuelos, verdad? Apenas si la niña podía servir
para espigar… Y tú los despediste negándoles incluso aquellos pocos bienes que
pertenecían a su padre y a su madre. Podían morir de hambre y de frío como dos
perros en un camino de carros. Podían vivir y hacerse él un ladrón, y ella una
prostituta. Porqué el hambre lleva al pecado. Pero a ti ¿qué te importaba?
Hace un rato
citabas a la Ley como apoyo a tus teorías. ¿Es que la Ley no dice: “No vejéis a
la viuda y al huérfano, porqué si lo hacéis y elevan su voz hacia Mí, escucharé
su grito y mi furor se desencadenará y os exterminaré y vuestras mujeres se
quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos”? ¿No dice eso la Ley? Y entonces
¿Por qué no la observas? ¿Me defiendes ante los demás? ¿Y porqué no defiendes a
Mi doctrina en ti mismo? ¿Quieres ser amigo Mío? ¿Y porqué haces lo opuesto a
lo que Yo digo?
Uno de
vosotros va corriendo a más no poder, arrancándose los pelos por la destrucción
de su bosque. ¡Y no se los arranca ante la ruina de su corazón! ¿Y tú a qué
esperas a hacerlo?
¿Por qué
queréis siempre creeros perfectos, vosotros a quien la suerte ha hecho subir?
Y, suponiendo que lo fuerais en algo, ¿por qué no tratáis de serlo en todo?
¿Por qué me odiáis porqué os destapo las llagas?
Yo soy el Médico de vuestro espíritu. ¿Puede un médico curar si no destapa y limpia las llagas? ¿No sabéis que muchos – y esa mujer que ha salido es uno de ellos – merecen a pesar de su pobre apariencia, el primer puesto en el banquete de Dios? No es lo externo, es el corazón, es el espíritu, lo que vale. Dios os ve desde lo alto de su trono. Y os juzga. ¡Cuántos ve mejores que vosotros! Por tanto, escuchad.
Como regla comportaos así, siempre: cuando os inviten a un banquete de bodas, elegid siempre el último puesto. Recibiréis doble honor cuando el amo de la casa os diga: “Amigo, ven adelante”. Honor de méritos y honor de humildad. Mientras… ¡Oh, triste hora para un soberbio, ser puesto en evidencia y oír que le dicen: “Ve allá, al final, que aquí hay uno que es más que tú”! Y haced lo mismo en el banquete secreto del desposorio de vuestro espíritu con Dios. Quien se humilla, será ensalzado y quien se ensalza será humillado.
Yo soy el Médico de vuestro espíritu. ¿Puede un médico curar si no destapa y limpia las llagas? ¿No sabéis que muchos – y esa mujer que ha salido es uno de ellos – merecen a pesar de su pobre apariencia, el primer puesto en el banquete de Dios? No es lo externo, es el corazón, es el espíritu, lo que vale. Dios os ve desde lo alto de su trono. Y os juzga. ¡Cuántos ve mejores que vosotros! Por tanto, escuchad.
Como regla comportaos así, siempre: cuando os inviten a un banquete de bodas, elegid siempre el último puesto. Recibiréis doble honor cuando el amo de la casa os diga: “Amigo, ven adelante”. Honor de méritos y honor de humildad. Mientras… ¡Oh, triste hora para un soberbio, ser puesto en evidencia y oír que le dicen: “Ve allá, al final, que aquí hay uno que es más que tú”! Y haced lo mismo en el banquete secreto del desposorio de vuestro espíritu con Dios. Quien se humilla, será ensalzado y quien se ensalza será humillado.
Ismael, no
me odies porqué te medico. Yo no te odio. He venido para curarte. Estás más
enfermo que aquel hombre. Tú me has invitado para darte lustro a ti mismo y
satisfacción a tus amigos. Invitas a menudo, pero es por soberbia y gusto. No
lo hagas. No invites a ricos, a parientes y amigos. Abre más bien la casa, abre
el corazón a los pobres, mendigos, lisiados, cojos, huérfanos y viudas. La
única compensación que te darán serán bendiciones. Pero Dios las transformará
para ti en gracias.
Y al final… ¡Oh, al final, que beata ventura para todos los misericordiosos, que serán retribuidos por Dios en la resurrección de los muertos! ¡Ay de aquellos que acarician solamente una esperanza de ganancia y luego cierran el corazón al hermano que ya no puede ser útil! ¡Ay de ellos! Yo vengaré a los abandonados”.
Y al final… ¡Oh, al final, que beata ventura para todos los misericordiosos, que serán retribuidos por Dios en la resurrección de los muertos! ¡Ay de aquellos que acarician solamente una esperanza de ganancia y luego cierran el corazón al hermano que ya no puede ser útil! ¡Ay de ellos! Yo vengaré a los abandonados”.
“Maestro…
yo… quiero complacerte. Tomaré de nuevo a esos niños”.
“No”.
“¿Por qué?”.
“¡¿Ismael?!...”.
Ismael
agacha la cabeza. Quiere aparentar humildad. Pero es una víbora a la que se le
ha hecho soltar el veneno, y no muerde porqué sabe que no lo tiene, pero espera
la ocasión para morder…
Eleazar
trata de instaurar de nuevo la paz diciendo: “Dichosos los que participan en el
banquete con Dios, en su Espíritu y en el Reino eterno. Pero, créelo, Maestro a
veces es la vida la que supone un obstáculo. Los cargos… las ocupaciones…”.
Jesús dice aquí la Parábola
del banquete, y termina: “Has dicho los cargos… las ocupaciones. Es verdad.
Pero por eso te he dicho al principio de este convite que mi Reino se conquista
con victorias sobre si mismo y no con victorias de armas en el campo de
batalla. El puesto en la gran Cena, es para estos humildes de corazón que saben
ser grandes con su amor fiel que no mide el sacrificio y que todo lo supera
para venir a Mí.
Una hora basta para transformar un corazón. Si ese corazón quiere. Y basta una palabra. Yo os he dicho muchas. Y miro… En un corazón está naciendo una planta santa. En los otros, espinos para Mí, y dentro de los espinos hay áspides y escorpiones. No importa. Yo voy por mi camino recto. El que me ame que me siga. Yo paso llamando. Los que sean rectos, que vengan a Mí. Paso instruyendo. Los buscadores de Justicia acérquense a la Fuente. Respecto a los otros… respecto a los otros, juzgará el Padre Santo.
Una hora basta para transformar un corazón. Si ese corazón quiere. Y basta una palabra. Yo os he dicho muchas. Y miro… En un corazón está naciendo una planta santa. En los otros, espinos para Mí, y dentro de los espinos hay áspides y escorpiones. No importa. Yo voy por mi camino recto. El que me ame que me siga. Yo paso llamando. Los que sean rectos, que vengan a Mí. Paso instruyendo. Los buscadores de Justicia acérquense a la Fuente. Respecto a los otros… respecto a los otros, juzgará el Padre Santo.
Ismael me despido de ti. No
me odies. Medita. Siente que fui severo por amor, no por odio. Paz a esta casa
y a sus habitantes. Paz a todos, si merecéis paz”.
2 comentarios:
Que GRANDE es JESUS !!!!!
PRECIOSO TODO,PALABRAS,OBRAS, ENSEÑANZAS , TE ADORO QUERIDO JESUS
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