VOLVER A MARÍA
Escrito de fecha Abril de 1.972 de procedencia y de autor desconocidos, aparecido en un libro
María es el último baluarte de nuestra fe. Cuando las fuerzas del mal lo desmantelen, habrá muerto nuestro catolicismo decadente.
Sin tregua, sin descanso, se aparta a las almas de aquella que sin dejar de ser Virgen, alumbró para nosotros a Cristo-Jesús, Salvador del mundo. Con refinada maldad, se perfila por días el plan diabólico y preconcebido, de anular definitivamente la misión corredentora de la Madre de Dios.
Se apaga su culto, se ignoran sus prerrogativas excelsas, se olvida su amor, para que, cuando el hombre naufrague, no pueda asirse siquiera a esta “tabla de salvación”. Cristo en la cruz nos legó su mejor tesoro, vinculándonos como hijos auténticos a la maternidad entrañable y tierna de su propia madre.
María es el puente tendido entre dos orillas de distancia infinita: la divinidad de Jesús y nuestra miseria humana. Es el talismán prodigioso que nos defiende de dos fuerzas terribles: el poder de las tinieblas y la ira de Dios. El camino más corto y más fácil para retornar a la casa del Padre. Nuestra fe vacilante se extingue a medida que nos alejamos del influjo amoroso de esta Madre Celestial y del calor de su regazo.
Los enemigos de Dios apremian para apartarla de nuestras vidas, para proscribirla, para ofenderla, para olvidarla. La más bella tradición de la Iglesia, la devoción fervorosa a la Virgen María, se eclipsa con la complicidad culpable de muchos de sus ministros, que la conceptúan como algo arcaico y fuera de lugar en nuestra “actualización” religiosa.
No pocos recordamos con nostalgia una época en que nuestra espiritualidad se identificaba con nuestro amor a la Virgen María. Cuando la salutación angélica llenaba nuestros hogares, nuestras escuelas nuestros hospitales y nuestros templos, cuando a nuestra infancia no se le “anticipaba” el conocimiento del origen de la vida, pero se le prolongaba su inocencia bajo el manto de la más pura de las madres.
Volvamos a María como recurso supremo en este trance tan grave para la Iglesia y para la humanidad, en esta bancarrota de los valores del espíritu, en estos momentos inciertos y temibles para todos.
La llegada del mes de Mayo con el derroche ornamental de sus flores, símbolo de nueva vida, debería inducirnos a rehabilitar con fervor y entusiasmo aquellos “meses de María” de nuestra niñez, llenos no solo de ofrendas florales y de ingenuas poesías, sino de la fragancia inmarcesible de la oración.
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