Siempre había intuido que este mundo es un estado de Gestación de nuestra alma, que se está desarrollando hacia un estado de belleza o de fealdad, y será cada ser humano el que habrá sido el artífice del aspecto que tendrá para toda la eternidad.
Ciertamente el alma conservará los atributos de inteligencia y de
discernimiento que Dios les ha infundido desde el instante de su creación, pero
esos atributos habrán sido los artífices de su transformación hacia la suma
fealdad o la suma belleza según que hayan sido fieles o hayan rechazado la
Gracia Divina, que como alimento espiritual del alma, fue la que ha propiciado esa
transformación.
Por eso nunca he comprendido ciertos teólogos afirman que Lucifer y
los ángeles caídos son unos seres que conservan la grandeza que el Creador les
ha otorgado, y que por eso son dignos de respecto y de consideración.
A este respeto, en la visión del Infierno que enseñó la Stma Virgen de Fátima a los pastorcillos, estos describieron los demonios que allí se encontraban, como seres repugnantes y en forma de "bichos asquerosos", visión que les dejó marcados para toda su vida.
A este respeto, en la visión del Infierno que enseñó la Stma Virgen de Fátima a los pastorcillos, estos describieron los demonios que allí se encontraban, como seres repugnantes y en forma de "bichos asquerosos", visión que les dejó marcados para toda su vida.
En este relato vemos como a la resurrección de los muertos, los
condenados serán seres repugnantes y monstruosos, y sin embargo los elegidos
serán de una hermosura sublime, y eso tiene una explicación muy sencilla: La
Virtud es Belleza, y el Pecado es suma fealdad, y como lo dice San Juan de
la Cruz, el amor transforma el amador con lo que ama, por eso como lo dice San Juan, seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es.
De los cuadernos de Mª Valtorta
29 de Enero de 1.944
Lo que estoy viendo esta noche:
Veo una
inmensa extensión de tierra; podría llamarle mar, porque no tiene confines. La
defino “tierra” porque hay tierra como en los campos y en los caminos. Pero no
existe un árbol, una rama, una brizna de hierba. Solo hay polvo, polvo y más
polvo.
Todo esto lo
veo a una luz que no es luz. Se trata de un resplandor apenas definido, lívido,
con un matiz verde-violáceo como se advierte cuando se desata un fortísimo
temporal o se produce un eclipse total. Es una luz que da miedo, como de astros
apagados: eso es, no hay astros en el cielo. No hay estrellas, ni luna, ni sol.
El cielo está vacío y así también la Tierra. El uno está despojado de sus
flores de luz; la otra, de su vida vegetal y animal. Son dos inmensos despojos
de lo que ya ha sido.
Tengo todo el
tiempo para contemplar esta desolada visión de la muerte del Universo, que creo
será semejante a la de su primer instante, cuando ya existían el cielo y la
Tierra, pero en el primero no había astros y la segunda estaba despojada de
vida; cuando era un globo solidificado pero aún deshabitado, que surcaba el
espacio a la espera que el dedo del Creador le otorgara hierbas y animales.
¿Por qué
comprendo que se trata de la visión de la muerte del Universo? Por una de esas
“segundas voces”, que no se de quien provienen, pero que obran en mí como el
coro de las tragedias antiguas son las que indican especiales aspectos, que los
protagonistas no ilustran por sí mismos. Precisamente es lo que deseo decirle y
que le diré más tarde...
Mientras mis
ojos recorren esta desolada escena cuya necesidad no comprendo, veo a la Muerte,
salida quien sabe de donde, erguida en medio de la inconmensurable llanura. Es
un esqueleto que ríe con sus dientes descubiertos y sus órbitas vacías, que
reina en ese mundo muerto y va envuelto en su sudario como en un manto. No
lleva la guadaña. Ya lo ha guadañado todo. Gira su mirada hueca sobre su siega
y ríe con sarcasmo.
Tiene los
brazos cruzados sobre el pecho. Luego abre esos brazos esqueléticos y también
las manos que son un puñado de huesos descarnados y esta figura, gigantesca y
omnipresente – o mejor dicho, omnicercana - , me apoya un dedo, el índice de su
diestra, sobre la frente. Siento el frío glacial del hueso puntiagudo, que
parece perforarme la frente y entrarme como una aguja de hielo en la cabeza.
Pero comprendo que el único significado de este gesto es el de llamar la
atención sobre lo que está sucediendo.
En efecto, con
un gesto del brazo izquierdo me indica la desolada extensión sobre la que
estamos de pie, ella como reina y yo como único ser viviente. Ante la tácita
orden de los dedos esqueléticos de su mano izquierda y con el rítmico girar de derecha a izquierda de su cabeza, la tierra
se abre en mil y una grieta y en el fondo de estos surcos oscuros veo blanquear
cosas esparcidas, sin comprender que son.
Mientras me
esfuerzo en pensar que son, la mirada y el mando imperioso de la Muerte siguen
surcando, como un arado, los terrones – que van abriéndose cada vez más hacia
el horizonte lejano -, hienden las olas del mar sin velas y las aguas se abren
formando vórtices líquidos.
Y luego, de
los surcos de tierra y de los surcos de mar surgen y se ordenan esos objetos
blancos que he visto antes esparcidos y mezclados. Son millones y millones,
infinitos millones de esqueletos que afloran de los océanos y que se alzan de
la tierra. Son esqueletos de las más variadas estaturas, desde los minúsculos
de los niños con las manos semejantes a pequeñas arañas polvorientas, hasta los
de hombres adultos, y a veces gigantescos, cuya mole hace imaginar algún ser
antediluviano. Y están estupefactos, como si temblaran, semejantes a quien se
despierta bruscamente de un sueño profundo y no logra comprender donde se
encuentra.
La vista de
todos estos cuerpos esqueléticos, que parecen blancuzcos en medio de esa “no
luz” apocalíptica es tremenda.
Luego, en
torno a esos esqueletos va condensándose lentamente como una cerrazón, una
niebla que surge del suelo agrietado, de los mares hendidos, y toma fuerza y
opacidad, se hace carne, se transforma en un cuerpo semejante al nuestro de
seres vivos; en las órbitas vuelven a formarse los ojos y brillan los matizados
iris, los pómulos se cubren formando las mejillas, sobre las mandíbulas
descubiertas se extienden las encías y los labios vuelven a delinearse y los
cráneos se pueblan de cabellos y los brazos vuelven a ser torneados y los dedos
ágiles y todo el cuerpo es ya un cuerpo vivo, igual que el nuestro.
Son cuerpos
vivos, igual que el nuestro, pero ostentan diferentes aspectos. Hay cuerpos
bellísimos, tan perfectos en las formas y en los colores que son semejantes a
obras de arte. Hay otros horrendos, que no lo son debidos a verdaderas cojeras
o deformaciones, sino porque su aspecto general les avecina más al bruto que al
hombre. Tienen ojos torvos, el rostro contraído, un aspecto feroz, y lo que más
me impresiona es la tenebrosidad que emana del cuerpo y que aumenta la lividez
del aire que les circunda. Sin embargo, los más bellos tienen la mirada
risueña, el rostro sereno, un aspecto dulce y emanan una luminosidad que forma
una aureola en torno a ellos, de la cabeza a los pies, y que se irradia también
alrededor
.
.
Si todos
fueran como los primeros, la oscuridad se haría total, hasta el punto que lo
ocultaría todo. Pero gracias a los segundos, no solo aumenta la luminosidad
sino que la aumenta tanto, que puedo ver todo perfectamente.
Los feos,
acerca de cuyo destino maldito no albergo dudas, puesto que llevan esa
maldición grabada en la frente, callan mientras echan alrededor miradas
aterrorizadas y siniestras, de lo bajo a lo alto, y se agrupan de un lado
obedeciendo a una orden que no oigo, pero que alguien debe de haberles dado y
que los resucitados han percibido. También los muy bellos se reúnen sonriéndose
y mirando a los feos con una mezcla de piedad y de horror. Y además cantan,
entonan un coro, lento y suave, de bendición a Dios.
No veo nada
más. Comprendo que he contemplado la resurrección final.
(…) Del mismo
modo, hoy mi indicador interior me ha hecho comprender que estaba viendo el
Universo cuando ya toda había muerto en él. Me sucedió así muchas veces en las
visiones. Es la indicación que me permite entender ciertos detalles que hay que
entender y que no lograría comprender por mí misma.
No se si me
explicado bien. Pero debo interrumpirme porque empieza a hablar Jesús.
Dice Jesús:
“Cuando el
tiempo haya terminado y la vida sea únicamente la Vida del Cielo, antes de ser
disuelto completamente, el universo volverá a ser – como has pensado – lo que
era al principio. Esto acontecerá cuando Yo haya juzgado.
Muchos creen
que desde el momento postrero hasta el Juicio universal transcurrirá solo un
instante. Mas ¡Oh, hija!, Dios será bueno hasta el fin. Dios será bueno y
justo
.
.
No todos los
seres vivientes de la hora extrema serán santos, ni todos serán réprobos. Entre
los primeros habrá algunos que ya están destinados al Cielo, pero que tienen
algo que expiar. Yo sería injusto si les privara de la expiación que ordené para todos los que
les precedieron y que, en la hora de la muerte, se encontrarán en sus mismas
condiciones.
Por eso,
mientras llegarán para otros planetas la Justicia y el momento final y uno a
uno se irán apagando los astros del cielo como antorchas sobre las que se
sopla, y la oscuridad y el hielo irán aumentando, en mis horas, que son
vuestros siglos, (y ya ha comenzado la
hora de la oscuridad, tanto en el cielo como en los corazones), los seres
vivientes del último instante, los que hayan muerto en el último instante, que
sean merecedores del Cielo pero que necesiten aún una purificación, serán
destinados al fuego purificador. Aumentaré el calor de dicho fuego para que sea
más rápida la purificación y los bienaventurados no esperen demasiado para
llevar a la glorificación su carne santa y hacerla gozar para ver a su Dios, a
su Jesús, en su perfección y su triunfo.
Es por eso que
has visto la Tierra sin prados ni árboles, ni animales ni hombres, ni vida y
los océanos sin velas, como una llanura de árboles inmóviles, porque el
movimiento ya no les será necesario para dar la vida a los peces, así como a la
tierra no necesitará el calor para dar la vida a las mieses y a los hombres. Es
por eso que has visto el firmamento vacío de luces, sin sus fuegos y sus
resplandores. La Luz y el calor ya no le harán falta a la Tierra, que será ya
como un enorme cadáver que en si encierra a
los cadáveres de todos los seres vivientes desde Adán hasta el último
hijo de Adán.
La muerte, mi
última servidora en la Tierra, cumplirá su última tarea y luego también ella
dejará de existir. Ya no habrá más muerte. Habrá solo Vida en la beatitud o en
el horror. Habrá Vida en Dios o vida en Satanás para vuestro yo, que se habrá
vuelto a componer en cuerpo y alma
.
.
Ahora basta.
Descansa y piensa en Mí.
1 comentario:
IMPRESIONANTE VISIÒN DE MARÌA VALTORTA, QUE ES DE INTERPRETACIÒN PRIVADA Y NADIE ESTÀ OBLIGADO A CREER, YA QUE NO SE OPONE PARA NADA EN LA DESCRIPCIÒN DEL FINAL DE LOS TIEMPOS QUE SEÑALA LA SANTA BIBLIA.. GRACIAS, +ANDRÈS LUACES MERCADO, POR COMPARTIR..
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