En esta foto se puede observar la similitud que existe entre esa mariposa, y la flor, que tiene los pétalos del mismo color y textura que las alas de la mariposa, que está posada en el centro de la misma, pareciendo libar el néctar que curiosamente aparece de color oscuro, que recuerda la Gracia de Dios que es oscura para nuestro entendimiento. Al meditar esta imagen, vienen a la mente las palabras del Apostol San Juan que dice:
Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que habemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es (1 Juan 3, 2).
Y también la Doctrina del Doctor místico San Juan de la Cruz, en donde explica tan bien, como el amor iguala el enamorado con lo que ama, y así el que ama una cosa hermosa se hace el mismo hermoso, y el que ama una cosa horrible y pecaminosa, se hace él mismo horrible como el pecado. Todo esto ocurre porque el Amor es la fuerza de Dios, que es el Espíritu Santo, que infundiendo en la persona que ama, la transforma en el mismo Dios, divinizando el alma de manera tal que todo lo que obra el alma, es como si lo hiciera el mismo Dios. Eso es lo que dijo San Pablo a los Gálatas:
Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aún que al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20).
Es pues el Amor de Cristo, que se entregó hasta la muerte por nosotros, el que, gracias al Espíritu Santo transforma el alma de humana a Divina, es lo que se llama el renacer del alma, que por culpa de la herencia de Adán estaba aletargada, e indigna de la filiación divina. Eso es lo que quiso decir Jesús cuando afirmó:
Por esto el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy de mi mismo. Tengo poder para darla, y poder para volver a tomarla. Tal es el mandato que del Padre he recibido (Juan 10, 17-18).
Hablando con el Padre Agustino, que me casó en Granada, hace más de 50 años, me dijo que San Agustín era el que mejor había interpretado las Escrituras, le contesté que era verdad, y que el mismo San Juan de la Cruz lo citaba numerosas veces en sus escritos, pero que nadie como él había, descrito lo que sentía el alma al entrar en contacto con la Divinidad.
Meditando sobre la imagen en donde se ve la mariposa amarilla posada en la parte oscura de la flor, alimentándose de su néctar lo que simboliza el misterio insondable de Dios, con el color de sus alas, semejante a los pétalos de oro, he recordado las palabras de San Pablo, y también la explicación de San Juan de la Cruz sobre lo que siente el alma en contacto directo con la Divinidad, en su magistral escrito místico titulado "Llama de amor viva", escrito cuando era Prior del Convento de los Descalzos de Granada en el año 1.585.
Y así, habiéndose aquí el Rey del cielo, amigable con el alma, como su igual y hermano, desde luego el alma no teme; porque mostrándole Dios mansedumbre y no el furor de la fortaleza de su poder, le da el amor de su bondad, y le comunica fortaleza y amor de su pecho, saliendo a ella de su trono del alma, como Esposo de su tálamo (Sal 19, 6), donde estaba escondido, inclinado a ella y tocándola con el cetro de su Majestad, y abrazándola como hermano.
Y allí las vestiduras reales y fragancias de ellas, que son las virtudes admirables de Dios, allí el resplandor del oro, que es la Caridad; allí lucir las piedras preciosas de las noticias de las sustancias superiores e inferiores; allí el Rostro del Verbo lleno de gracias, que embisten y visten a la reina del alma, de manera que, transformada ella en estas virtudes del Rey del Cielo, se vea hecha reina, y que se pueda con verdad decir de ella lo que dice David de ella en el Salmo, es a saber: La Reina estuvo a tu diestra en vestidura de oro, y cercada de variedad (45, 10)
Y también la Doctrina del Doctor místico San Juan de la Cruz, en donde explica tan bien, como el amor iguala el enamorado con lo que ama, y así el que ama una cosa hermosa se hace el mismo hermoso, y el que ama una cosa horrible y pecaminosa, se hace él mismo horrible como el pecado. Todo esto ocurre porque el Amor es la fuerza de Dios, que es el Espíritu Santo, que infundiendo en la persona que ama, la transforma en el mismo Dios, divinizando el alma de manera tal que todo lo que obra el alma, es como si lo hiciera el mismo Dios. Eso es lo que dijo San Pablo a los Gálatas:
Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Y aún que al presente vivo en carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20).
Es pues el Amor de Cristo, que se entregó hasta la muerte por nosotros, el que, gracias al Espíritu Santo transforma el alma de humana a Divina, es lo que se llama el renacer del alma, que por culpa de la herencia de Adán estaba aletargada, e indigna de la filiación divina. Eso es lo que quiso decir Jesús cuando afirmó:
Por esto el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy de mi mismo. Tengo poder para darla, y poder para volver a tomarla. Tal es el mandato que del Padre he recibido (Juan 10, 17-18).
Hablando con el Padre Agustino, que me casó en Granada, hace más de 50 años, me dijo que San Agustín era el que mejor había interpretado las Escrituras, le contesté que era verdad, y que el mismo San Juan de la Cruz lo citaba numerosas veces en sus escritos, pero que nadie como él había, descrito lo que sentía el alma al entrar en contacto con la Divinidad.
Meditando sobre la imagen en donde se ve la mariposa amarilla posada en la parte oscura de la flor, alimentándose de su néctar lo que simboliza el misterio insondable de Dios, con el color de sus alas, semejante a los pétalos de oro, he recordado las palabras de San Pablo, y también la explicación de San Juan de la Cruz sobre lo que siente el alma en contacto directo con la Divinidad, en su magistral escrito místico titulado "Llama de amor viva", escrito cuando era Prior del Convento de los Descalzos de Granada en el año 1.585.
Y así, habiéndose aquí el Rey del cielo, amigable con el alma, como su igual y hermano, desde luego el alma no teme; porque mostrándole Dios mansedumbre y no el furor de la fortaleza de su poder, le da el amor de su bondad, y le comunica fortaleza y amor de su pecho, saliendo a ella de su trono del alma, como Esposo de su tálamo (Sal 19, 6), donde estaba escondido, inclinado a ella y tocándola con el cetro de su Majestad, y abrazándola como hermano.
Y allí las vestiduras reales y fragancias de ellas, que son las virtudes admirables de Dios, allí el resplandor del oro, que es la Caridad; allí lucir las piedras preciosas de las noticias de las sustancias superiores e inferiores; allí el Rostro del Verbo lleno de gracias, que embisten y visten a la reina del alma, de manera que, transformada ella en estas virtudes del Rey del Cielo, se vea hecha reina, y que se pueda con verdad decir de ella lo que dice David de ella en el Salmo, es a saber: La Reina estuvo a tu diestra en vestidura de oro, y cercada de variedad (45, 10)
No hay comentarios:
Publicar un comentario