Apareció una en el cielo una señal grande: Una mujer envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y coronada con doce estrellas. (Ap. 12-1) |
Dios que es la sublimación del Amor, está creando constantemente nuevos seres y nuevos mundos, ya que la característica del Amor es entregarse y darse a los demás.
Extraordinario espectáculo del cosmos,
con la visión de las estrellas y los planetas, y la explicación de cómo nacen y
mueren, de cómo se forman los cometas
y los
planetas, en su recorrido por el firmamento, alimentándose del polvo
estelar. Se compara con el Universo
celestial, y se comprueba como el más pequeño ángel, tiene mayor esplendor. Es
verdaderamente increíble que en el año 1.944, se revelara como se crean y
desplazan las estrellas, se observe la vibración de los pulsares que liberan
rayos gamma, y como se forman y mueren los astros, hecho completamente
desconocido por la Ciencia humana en esos años, ya que no había aún radiotelescopios
capaces de observar esos fenómenos estelares.
Y aquí me viene a la mente lo que
dice la escritura: El Espiritual y humilde, todo lo abarca, llega a entrever
los misterios de Dios y de la Creación, y alcanza a entrever no solo el
Universo invisible, al comunicarle Dios una ciencia infusa que le hace penetrar
en el mundo celestial, y comprender su belleza, infinidad, armonía, y también
el mundo material, porque está hecho a imagen y semejanza de Dios, ya que se
puede juzgar a alguien, como lo dice Jesús, por sus hechos: “A sus frutos los
conoceréis”.
Y eso ocurre a los místicos, que
quiere decir a los enamorados y a los humildes, porque como lo dice San Juan de
la Cruz, místico significa enamorado de Dios, y solo se enamoran de Dios los humildes, ya que el enamorado, como lo
explica tan bien el Santo Doctor, se iguala con el Amado y ambos se funden en
una misma cosa, fusión que será perfecta en la otra vida con la visión directa
de Dios, y entonces, como lo dice el Apóstol, seremos semejantes a Él porque le
veremos tal cual es, ya que la visión espiritual transforma el alma en lo que
ve, el alma adquiere entonces la dimensión infinita de Dios, ya que será Dios por
participación. Por eso los réprobos
serán también semejantes a su padre Lucifer.
Ya en este mundo, Dios quiere favorecer, no a los Científicos soberbios
que son capaces de ver la Creación, de una forma muy limitada, pero que nunca
llegarán a conocer el infinito, ya que algo finito es incapaz de acceder a lo
infinito. Y por eso, por culpa de su soberbia, son incapaces de ver al Creador. Y esa es la
gran diferencia que existe entre la Sabiduría que viene de Dios, y que por eso
es eterna, e infinita, y la Ciencia humana, que terminará con el fin del Universo,
y que por eso es perecedera, y será siempre incompleta y finita.
JESÚS ENSEÑA COMO SE MUEVEN Y SE GENERAN
LAS ESTRELLAS Y LOS PLANETAS
Dictado del 8-8-1.944
Dice Jesús:
[…] ¡Oh, que luminosos horizontes de
ciencia divina puede alumbraros con una sola palabra de mi Evangelio! ¡Qué gran
misterio de perfecto amor y perfecta Justicia está encerrado en esas palabras
del Evangelio de mi infancia: se fortalecía, crecía! Leéis y proseguís. O bien
leéis y meditáis, pero lo hacéis embebidos en substancia humana lo que es
sobrenatural. En vosotros la carne es tan fuerte que sobrepasa las fuerzas
intelectivas del espíritu. De lo que se desprende que solo a los que han matado
la carne en cuanto a sus reclamos y sus prepotencias, y han hecho de estos
restos la base del trono para el espíritu-rey, se les conceden los
conocimientos, sea a través de la palabra divina, como por la divina infusión
de una inteligencia que raya lo perfecto porque proviene del Paráclito. Este,
por una espiritual encarnación del Verbo en vosotros, ¡oh, espíritus vírgenes
deseosos únicamente de bodas eternas!, os impregna de Sí y os impregna en
vosotros la Palabra que os hace “portadores de Cristo”, como lo era la Esposa
Virginal en sus ardores septiformes.
He
dicho de la inteligencia “que raya lo perfecto”. Es perfecta porque proviene de
Dios, más una criatura humana no podría poseer la Perfección tal como es. Se
disolvería, porque el corazón y la mente de un ser terrenal no pueden contener
la cognición total de lo que es Dios. Lo
infinito no cabe en lo finito.
Para el espíritu separado de la
carne, conocer a Dios es vida y es júbilo. Para una criatura en el exilio,
sería una fulguración. El éxtasis demasiado sublime destruiría su inteligencia
y su vida al despedir la chispa proveniente de la Verdad. Por eso la Verdad –
que es buena – siempre se reviste con un velo de carne, de modo que vuestra
debilidad pueda soportarla,
de modo que vuestra limitación pueda conocer a Dios, y vivir en su
conocimiento, llevando el Cielo en vosotros sin que por eso tengáis que morir
antes de que llegue la hora.
DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA
(18-10-1.944)
[…]
Hete aquí: te veo, oh mi Dios encarnado, deslumbrante y majestuoso, erguido en
el éter más puro. Estás solo. Te veo solamente a Ti, con el glorioso aspecto de
Rey de la Creación. Tu atavío de etéreo y perlífera materia resplandece y aún
más resplandece tu Carne glorificada, que es carne y luz a la vez. ¡Oh, Belleza
desconocida a los muchos que no se ocupan de obrar de modo tal que puedan
conocerte un día! ¡Oh, Belleza mía, que borras todas mis penas solo con
mostrarte!
Jesús no habla, pero me invita con la mirada a ir hacia Él. Y yo voy. Alentada
por su deseo, impulsada por el mío, mi espíritu asciende hacia mi Rey.
Y Él
dice: “Mira. Conoce. Compara”, Y con su luminosa mano, en la que resalta el
rubí de la llaga, indica un ilimitado horizonte celeste. Pues, en efecto, estoy
en lo alto, más allá de la atmósfera, más allá de la estratosfera, en la zona donde hay solamente astros y éter. No hay nubes, ni polvo, ni vientos. Aunque en
realidad, un viento queda, es el viento musical, armónico, creado por el
movimiento de los astros.
Comprendo que Jesús quiere mostrarme, sin palabras, la verdad de este
signo estelar. ¡Oh, cuán diferente es del pobre concepto enunciado hace poco y
de todos los que hasta hoy he conocido! Me esfuerzo por explicarlo.
Transitan nítidos astros, unos en línea recta como una bala de cañón,
otros, deslizándose como serpientes en el azul; unos girando en su eje mientras
recorren la propia órbita, otros, danzando como infantes gozosos en el prado
del éter. A cada movimiento, la luz palpita como si, el gozo del movimiento y
de la obediencia a las leyes del Creador aumentara la incandescencia de su
cuerpo ardiente, solo el sol está fijo e irradia su luz uniforme como un enorme
globo de oro fundido con ardientes topacios y ese metal y esas gemas son tales
que nuestras joyas más bellas son como sucios guijarros o sucio latón. Ese sol
parece una enorme lámpara votiva que adora la majestad de Dios.
¡Cuántos astros hay! Mi mirada gira, gira, gira… y por doquier ve astros
y planetas… ¡Cuántas vidas estelares desconocidas hay aquí arriba y cuantos
ignorados fulgores! ¡Qué lenguajes misteriosos y qué vidas misteriosas se
hallan aquí!
Hay astros que, en su fulmíneo recorrido,
se purifican, perdiendo efluvios y escorias, que se funden con las de otras
estrellas y crean el núcleo de nuevas vidas; así el polvo de los astros forma
una senda de innumerables y pequeñas vidas que, en realidad, son pequeñas
respeto a los planetas, pero incalculablemente grandes respeto a la nada que es
el cuerpo humano. Y esta senda, completamente luminosa, que es como un
verdadero vivero de estrellas, deja escapar cada tanto una de sus relucientes
vidas que, como una flor, se abandona en el viento del firmamento, se aparta
del cuadro natal y, por un proceso que no sé explicar, nutriéndose de las
sustancias que atrapa en su camino, va a plasmarse definitivamente… así ha
nacido una nueva estrella. O mejor dicho: esta estrella se ha aislado para
decirle al hombre que la descubra: “Yo también existo”. Y aún hay otras
estrellas que están en proceso de formación y transitan con la estela de su
combustión y solidificación como un manto llameante o una cabellera suelta,
desplegada por el aura de su mismo recorrido. Todo esto sucede en un prado de
etéreo azul que hace perder el valor a la turquesa más pura y al más precioso
zafiro pues, si se compara con él, se muestran pálidos y opacos.
¡Oh,
luz de los campos celestes!, ¿Por qué no sé explicar mejor estas conjunciones,
estas formaciones, estas disgregaciones, este inexplicable fermentar de vidas,
esta obediencia, belleza y majestad del mundo estelar?
Jesús hace un movimiento: su mirada se aparta de las estrellas y se
vuelve hacia atrás y hacia la izquierda. Probablemente, de su Pensamiento parte
una orden, un deseo, aunque no oigo palabra alguna. Un ángel llega velozmente, y
se postra adorandole, a los pies del Salvador. Jesús me dice: “compara esta luz
con esas luces”. No dice nada más. En efecto, por más que la luz de este
ilimitado jardín de astros, que es el firmamento sea tal que no hay mente de
poeta o de científico que pueda imaginarla ni siquiera lejanamente, el ángel,
ese único ángel, resplandece más que todos los astros juntos…
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