A Dios le debemos profundo agradecimiento por habernos creado y Amor eterno por habernos redimido (San Juan de la Cruz) |
En este pasaje de los Cuadernos de María Valtorta, Jesús emite un discurso teológico inaudito, ya que ningún místico ha sido capaz de describir la Santidad, el poder y la Perfección de Dios a los hombres, así como la extraordinaria fuerza del amor de un alma de fe amorosa hacia su Creador, que mueve montañas como dijo Jesús en el Evangelio, y que estremece al Cielo entero cuando ese amor es profundo y verdadero. Y aquí se comprende lo importante que es el primer mandamiento de la Ley de Dios: Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo.
"Cada acto de Amor verdadero, hace resplandecer con abundantes fulgores la divina vorágine de fuego y de luz en que vivimos amándonos, conmueve los Cielos de alegría, por la alegría de Dios Uno y Trino, que hace descender como de una nube celeste la gracia y el perdón, incluso sobre el que no sabe amar, por piedad hacia quien sabe amar".
Esta frase dictada por Jesús a Mª Valtorta, descubre de una manera meridianamente clara, la transcendencia del verdadero Amor a Dios, que provoca la fuerza indescriptible que puede salvar hasta el pecador más empedernido, semejante a los milagros de Jesús con los leprosos, que restablecía la carne corrompida y la sustituía por una carne sana y limpia.
Esta fuerza, que se obtiene por el Amor al pecador está indicada por la Santísima Virgen María a los pastorcillos de Fátima cuando afirmó: "¡Cuanta gente se condena porque no hay nadie que rece por ellos!".
Dice Jesús:
“El
hombre se cree que puede criticar a Dios y sus obras. ¿Por qué lo hace? ¿Sólo
por inconsciencia? No, siempre por soberbia. Siempre actúa en él el veneno, uno
de los tres venenos de Lucifer. En su soberbia no ha admitido la diferencia entre
Dios y él, y lo trata a su nivel.
Cierto
es que Dios os trata como a hijos suyos, hechos a su imagen y semejanza, pero
decidme, hombres entre las relaciones entre padre e hijo, aún que sigan la ley
de una recta conciencia, ¿un hijo trata a su padre al mismo nivel? No, el amor
del padre no exime al hijo de ser respetuoso hacia él. Y el gran amor del hijo,
incluso por el mejor de los padres, siempre está vestido de reverencia como el
del padre de autoridad. Será autoridad hecha de sonrisas y buenas palabras,
pero siempre será de autoridad que aconseja y guía.
Y,
¿debería de ser distinto para el Padre Santo? Porque si un padre de la tierra
merece vuestra reverencia, amor agradecido porque os viste y nutre con su
trabajo, si merece vuestro respeto porque su experiencia os guía, si merece
vuestra obediencia porque es la mayor autoridad que tenéis como sujetos – y así
fue desde Adán – Dios, el Padre que os ha creado, que os ha amado, que ha
provisto a vuestras necesidades, que os ha salvado a través de su Hijo en lo
que no muere, el Padre que ordena todo el Universo – pensad: todo el Universo –
para que esté al servicio del hombre y le dé lluvia y rocío, luz y calor, guía
y camino, alimento y vestido, voz y consuelo, fuego y bebida mediante el curso
de los vientos y de las evaporaciones de las aguas que forman las nubes que
rocían la Tierra, mediante el sol que las seca y fecunda y con sus torrentes de
luz esteriliza de las enfermedades y consuela la vida, mediante los astros, que
semejantes a eternos relojes y a brújulas sin defecto, os señalan la hora y la
dirección de vuestro camino por tierras y desiertos, por montes y océanos,
mediante las cosechas, los frutos, los animales y las hierbas, mediante los
cánticos y los lenguajes de los animales, vuestros servidores, mediante las
plantas vivas y sepultadas desde hace milenios y las fuentes que no solo sacían
la sed, sino que curan vuestros males porque ha disuelto en ellas sustancias
saludables, este Padre vuestro, ¿no debe ser amado, respetado, obedecido,
servido? Servido, no porque seáis siervos, sino porque es dulce y justo dar lo
poco que podéis dar en vuestra pequeñez a quien hace tanto por vosotros.
Y
vosotros, hijos de Dios y hermanos de Cristo que os habla para enseñaros a
amar, solo tenéis que dar a vuestro Padre, santo y admirable – porque Él no
necesita nada, como Señor que es del Universo que le obedece como vosotros no
sabéis ni queréis – solo tenéis que darle amor porque Él quiere de vosotros
este amor como Yo. Dios como Él e Hijo santísimo, le di y le doy.
Este
es vuestro deber. Y ya os he enseñado cómo se expresa este deber. Amadlo
obedeciendole y cumpliréis con vuestro deber, Y, después de haberle amado con
la obediencia a sus palabras de amor, no os arroguéis el derecho de quejaros si
Él no os recompensa con creces.
¿Qué
derecho tenéis? Decíoslo siempre: “Sólo hemos cumplido con nuestro deber”.
Decíoslo siempre: “La aparente falta de premio solo es para los sentidos. Dios
no deja sin premio a quien le ama y obedece”.
¿Acaso
conocéis vosotros, polvo desparramado por la tierra, los secretos del Altísimo?
¿Podéis decir que leéis los decretos de Dios, escritos en los libros del divino
amor? Vosotros veis el momento presente. Pero, ¿Qué sabéis del minuto que sigue?
¿No os dais cuenta de que puede pareceros un bien en el instante presente es un
mal en el futuro, y que si Dios no os lo concede es para evitaros un dolor, un
cansancio superior al que vivís? Pero, aún que lo fuera ¿Os es lícito imponeros
a Dios? ¿Qué habéis hecho de más de cuanto debíais? ¿No pensáis que no solo
vosotros, sino Dios quien siempre está en ventaja sobre vosotros, porque Él os
da infinitamente más de cuanto le dais?
¡Uh
Justicia que eres bondad! ¡Oh Justicia sublime y santa que eres justa sólo
contigo y misericordiosa hacia tus hijos! ¡Oh Justicia, río que no se desborda
para castigar sino para difundir sus olas hechas con la santa Sangre de mis
venas, fluida hasta la última gota, hecho con las lágrimas de María, hecho con
el heroísmo de los mártires y de los sacrificios de los santos, río cuya
corriente es Piedad y que prefiere volver a la fuente con un milagro de poder,
porque tu dique es la Misericordia que es más fuerte que tu indignación, y el
otro dique es el Amor de un Dios, que ha hecho baluarte de Sí mismo para
proteger al hombre del castigo y conquistarle para la Vida!
Amad
esta Justicia que se aflige por castigaros, amad a este Padre que cumple con su
deber de padre, y es benigno al no exigiros la precisión en el cumplimiento del
vuestro.
Lo
he dicho y lo repito: Por un verdadero acto de Amor, Dios detiene hasta el
movimiento de los astros, revoca el decreto del Cielo. Si la fe puede mover árboles y
montañas, el Amor conquista a Dios. Cada acto de Amor verdadero, hace
resplandecer con abundantes fulgores la divina vorágine de fuego y de luz en
que vivimos amándonos, conmueve los Cielos de alegría, por la alegría de Dios
Uno y Trino, que hace descender como de una nube celeste la gracia y el perdón,
incluso sobre el que no sabe amar, por piedad hacia quien sabe amar.
Amad
y bendecid al Señor. Sabed dar gracias del mismo modo que sabéis pedir y exigir
que se os escuche. Os olvidáis demasiadas veces. La Gracia de Dios se retira
también porque sois tierras estériles que no saben expresar una flor de
reconocimiento hacia el Padre que os cuida.
A
quienes saben recordarse de que son hijos, también en la alegría, les digo
bendiciéndoles: “Id en paz. Vuestra fe amorosa os salva ahora y siempre”.
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