VISTA DEL IMPONENTE MACIZO DE SIERRA NEVADA CERCA DE GRANADA |
Hace poco desde el 14 de Diciembre, se ha celebrado la fiesta del místico Doctor de la Iglesia San Juan de la Cruz, venerado por los Luteranos y Anglicanos, según he leído en Wikipedia, hemos recogido en este escrito parte de su Vida como Padre Prior del convento de Granada, concretamente en lo que es hoy el Carmen de los mártires, llamado así porque allí los musulmanes encerraban a los cristianos perseguidos, dentro de estrechas jaulas de barro bajo tierra antes de la reconquista de Granada por los Reyes Católicos.
Vida del Santo por fray Crisógono de Jesús O.C.D.
[...] Comienza el Santo por hacer procurador del convento del Carmen de los mártires a Fray Evangelista. El convento en plena reconstrucción estaba falto de medios económicos. Un día no hay en casa nada que comer sino algo de verdura de la huerta, Fray Juan Evangelista va al Santo que es el Prelado y le expone la necesidad, pidiéndole licencia para salir a buscar dinero para comprar comida, el padre Prior le responde: "Válgame Dios hijo, un día que nos falta, ¿no tendremos paciencia, y más si nos quiere Dios probar la virtud que tenemos? Ande, déjelo y vaya a su celda y encomiende esa necesidad a Nuestro Señor". El procurador se retira. Pero piensa que hay enfermos, y acude de nuevo a San Juan de la Cruz, insistiendo en la necesidad de salir. El Prior le arguye la falta de confianza en Dios. Si la tuviera, le dice desde la celda negociaría con el Señor el remedio de estas necesidades. Fray Juan Evangelista se retira confuso. Pero no está convencido. Le duele lo que van a sentir los frailes cuando vayan al refectorio y se encuentren con las manos vacías. No puede contenerse y va otra vez a la celda del Prelado, diciéndole: "Padre Prior, eso es tentar a Nuestro Señor, que quiere que hagamos lo que podamos. Deme vuestra reverencia licencia, que yo les daré de comer hoy".
San Juan de la Cruz le sonríe paternalmente y le dice: "Vaya, tome un compañero y verá que pronto le confunde Dios en esa poca fe que ha tenido". Apenas traspone la puerta del convento el procurador, se da de cara con el licenciado Bravo, relator de la Audiencia, que le pregunta a dónde va. "A buscar de comer", responde Juan Evangelista. "Pues aguarde vuestra reverencia, le daré esta consideración - una donación - que han aplicado en favor del convento los oidores" y le entrega doce monedas de oro de trescientos reales de valor, el santo Prelado le dice amorosamente en presencia del Padre Baltasar de Jesús: "¡Cuánto más gloria suya hubiera sido estarse en su celda y allí le hubiese dado Dios lo necesario, que no hacer tanta solicitación! Aprenda hijo, a fiar de Dios".
Una noche han llamado al Padre Prior de los Mártires para que vaya a conjurar a una posesa. Toma por compañero a fray Juan Evangelista y baja desde el cerrillo de la Alhambra a la ciudad. El padre Prior habla un rato con la joven y luego se retira solo a una habitación. Mientras tanto, fray Juan Evangelista se queda solo con la posesa y con los familiares que la acompañan. El diablo habla furioso por boca de la infeliz endemoniada: “¡Que no puedo vencer a este frailecillo y ni le puedo entrar por parte alguna para hacerle caer; que me anda persiguiendo muchos años ha en Ávila, en Torafe y aquí!”
Cuando el padre Juan de la Cruz sale del aposento, el padre fray Evangelista le cuenta lo que ha dicho el diablo por boca de la joven, todo en alabanza del propio Prior, y este replica rápido. “¡Calle, hijo, no crea a este demonio, que son mentiras cuanto dice!”.
Es el Padre fray Juan de la Cruz confesor de las Descalzas. Pero un día no puede bajar, y recomienda el oficio al padre Pedro de la Encarnación y al padre Evangelista. Viven las monjas aún en la Calle Elvira, trasladadas allí desde la casa de Doña Ana de Peñalosa. El convento está junto al Pilar del Toro. Al entrar los dos descalzos por la Plaza Nueva se les hace encontradizo un hombre. Es de buen talle, tez blanca y sonrosada y tiene el cabello cano. Aparenta unos cincuenta años de edad. Viste de traje negro y es de aspecto venerable.
Se acerca a los descalzos, los separa, y colocándose en medio de ellos, les pregunta de donde vienen. “De las monjas descalzas”, contesta el padre Pedro. “Muy bien hacen vuestras reverencias – replica el hombre misterioso – de acudirlas, porque en esta Religión se agrada mucho a Nuestro Señor y la estima su Majestad en mucho, e irá muy en aumento”, y les pregunta de nuevo: “Padres: ¿Qué es la causa que en su orden tienen tanta devoción con San José?”
“Nuestra santa madre Teresa de Jesús – responde el padre Pedro – le era muy devota por razón que le había ayudado mucho en sus fundaciones, y le había alcanzado del Señor muchas cosas, y por esta causa, las casas que ha fundado las ha titulado de San José”.
Y hay otro favor – replica el personaje -; mírenme vuestras reverencias a la cara y tengan mucha devoción con este Santo, que no le pedirán cosa que no la alcancen de él”. Los descalzos no lo ven más. Cuando suben al montecillo de la Alhambra y llegan al Convento de los Mártires, cuentan al Prior lo que les ha pasado. Fray Juan de la Cruz no muestra extrañeza alguna, y les dice: “Callen, que no le conocieron; sepan que era San José, habían se de arrodillar al Santo. Y no se les apareció por ellos, sino por mí, que no le era tan devoto como debía, pero lo seré de aquí adelante”.
A pesar de su oficio y calidad de Prelado, fray Juan de la Cruz, ha elegido para sí la celda más pobre y estrecha del convento. La ha preferido a otras de nueva construcción que hay en una de las recientes ampliaciones hechas en la casa. En la celdilla no hay, aparte de la pobre tarima en que duerme, más que una cruz de palo, una estampa de Nuestra Señora, una Biblia, y el breviario.
Y como ambientándolo todo, este versillo del salmo: Quid mihi est in Caelo et a te quid volui super terram? Tiene la celda un ventanillo que da al jardín. Fray Juan se pasa muchos ratos en oración, recostado en la ventana. Así lo sorprendo fray Luis de San Ángelo que vive cerca de la celda del Prior, y le ha visto en la misma actitud tanto el día contemplando las flores, como durante la noche, antes de amanecer, “En par de los levantes de la aurora”, contemplando las estrellas.
Desde esta celdilla humilde gobierna su convento de los Mártires. Es un gobierno paternal. “Siempre trata a los Religiosos con gran caridad y amor”, dice uno de sus súbditos, pero no les disimula las faltas: corrige hasta las más menudas. A veces, cuando la culpa cometida lo exige, hasta imponiéndoles penitencias. La más dura, muy corriente en esta época, es una disciplina de varillas, que es exigida por las mismas Constituciones.
Pero fray Juan sabe dulcificarla. Una vez que el culpado ha cumplido la Penitencia, el mismo Prior le cubre la espalda, componiéndole el hábito, y cuando se pone de rodillas delante de él para besarle el escapulario y pedirle la bendición, el Padre Juan le echa los brazos al cuello, le ayuda cariñosamente a levantarse y le dice con voz dulce: “Dios le perdone. ¿Por qué se descuida?”
(…) No le importa humillarse cuando ve que con ello va a ganar el súbdito rebelde o encolerizado. Un día reprende a un religioso mozo, ya sacerdote. Está presente el padre Jerónimo de la Cruz. El reprendido se encoleriza, responde agriamente al Prior y le dice que es un ignorante. Fray Juan se quita humildemente la capilla, se postra, pone la boca en el suelo y permanece así hasta que el exaltado jovenzuelo deja de hablar. Cuando el Prior se levanta del suelo y besa su escapulario, diciendo: “Sea por amor de Dios”, el religioso está ya confuso, avergonzado y arrepentido.
Diríase que le duelen los castigos que impone. Quisiera que los demás le pidiesen clemencia para el penitenciado, al mismo tiempo que, como una prueba de caridad, como un pretexto que él necesita para levantar el castigo. Estaba una vez en recuerdo con sus frailes, y ante la falta cometida por un hermano, le dice el Prior: “Váyase a la celda”. El religioso se fue y estuvo en ella cumpliendo su castigo.
Cuando por la noche, después de la cena, se celebró el capítulo de culpas, el padre Juan se lamentó de que no hubiera habido quien intercediese por aquel hermano pidiendo le fuese levantado el castigo, y lo ponderó como una gran falta de caridad.
(…) Como en el convento del Calvario, fray Juan, siempre amigo de la soledad del campo ameno, gusta de sacar a sus religiosos al aire libre. (…) Ahora les lleva al montecillo que está a espalda de los Mártires y los sube hasta las estribaciones de sierra Nevada. Los acompaña él mismo. Va también el padre fray Evangelista. Una vez en la Sierra, donde van a pasar todo el día, se entretiene un rato con ellos en alegre conversación al pié de aquel ingente macizo coronado de nieve, y después les dice: “Hoy cada uno se ha de ir a solas por los montes, y a solas cada uno ha de gastar este día en oración y hacer exclamaciones a Nuestro Señor”.
Otras veces les deja que se entretengan en honesta recreación, mientras él se retira a orar, y no vuelve con ellos hasta la hora de comer, si es por la mañana, o hasta al anochecer, si es por la tarde. Hay ocasiones en que van ellos a buscarle, y lo encuentran en éxtasis, levantado un codo sobre las hierbas y tomillos.
Otras veces los lleva a una huerta, a orillas del Genil y del Darro. Mientras ellos se recrean y divierten, fray Juan, sentado a la orilla del río contempla entusiasmado a los pececillos que se entrecruzan debajo del agua. “Vengan acá, hermanos – les dice, y verán como esos animalicos y criaturas de Dios le están alabando…”.
Y en medio de la conversación se queda suspenso. Los religiosos lo advierten y se retiran silenciosamente a continuar sus recreos, mientras el Prior sigue en aquel regusto de su extática contemplación de los diminutos pececillos.
(…) Hay veces que les hace preguntas aisladas y luego comenta él la respuesta. Le gusta preguntar, sobre todo a fray Francisco, lego simple y virtuoso, a quien el Prior quiere por el espíritu candoroso que se transparenta en sus ojos y en sus palabras: “Fray Francisco – le dice un día el Prior durante el recreo - , ¿Qué cosa es Dios? “Dios es lo que él se quiere”, responde el leguito.
Y fray Juan, que penetra la sublime sencillez de aquella definición, dice cosas maravillosas a propósito de la respuesta de fray Francisco.
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