MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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lunes, 25 de abril de 2022

(III de III) LA TERRIBLE CRUCIFIXIÓN DE JESÚS QUE FUE NECESARIA PARA RESCATAR A LOS SERES DE BUENA VOLUNTAD

María Valtorta era con la Biblia la lectura de la Madre Teresa de Calcuta, y la del Padre Pío de Pietrelcina que la recomendaba a sus fieles, diciéndoles que debían leer sus escritos






En los escritos anteriores y en este, vemos la importancia de la Santísima Virgen María, y por esa razón es inútil hablar con la multitud de sectas Protestantes que la menosprecian, creyendo que es una mujer cualquiera, Igualmente como lo veremos en este escrito, los Judíos actuales que no creen en Jesús como Mesías, y siguen esperando a un conquistador terreno que va a destruir a todos sus enemigos en esta Tierra, esperarán en vano hasta el fin de los tiempos, Yahvé los ha abandonando al romper la cortina del Templo donde moraba el Santo de los Santos, y los Judíos que eran nuestros hermanos mayores, ahora se han transformado en un Pueblo deicida.
Jesús ha venido además de Redimirnos, también para aprendernos a morir. Los que nos han herido y han destrozado nuestra vida, es conveniente dejar el Juicio en manos de Dios, de lo contrario si no lo hacemos así, Dios tendría, por razones de Justicia, que juzgarlos a ellos y también a nosotros, que por muy buenos que hayamos sido, también somos pecadores, y como Dios es Justicia, tendría que castigar ciertas culpas nuestras, ya que también lo hace con los que nos han maltratado. Por eso los mártires perdonaban a sus verdugos, pero una vez en el Cielo, piden su castigo, como está escrito en el Apocalipsis (6, 9-10): 

"Cuando el Cordero rompió el quinto sello, vi debajo del altar, con vida, a los degollados por anunciar la Palabra de Dios y por haber dado el testimonio debido. Y estaban con voz potente diciendo: "Señor Santo y Veraz, cuando nos harás Justicia y vengarás la muerte sangrienta que nos dieron los habitantes de la Tierra?" 

Es lo que hizo Jesús cuando afirmó: "Padre perdónales porque no saben lo que hacen".

Creo que es erróneo el razonamiento de los que dicen que Cristo perdonó a los que lo mataron. Prueba de ello es lo que veremos en este escrito, ya fulminó a los peores blasfemadores, y se cumplió lo que predijo a las mujeres de Jerusalen cuando lloraban al verlo subir al Calvario con la Cruz a cuestas: Fue destruido el Templo, y todos los Judíos fueron asesinados, esclavizados o dispersados por todo el mundo con la díáspora. Y el Templo no se puede reconstruir porque está lindando con la mezquita musulmana, el segundo Santuario más importante del Islam.



TERRORÍFICA RESPUESTA DE DIOS A LA MUERTE DE JESÚS 

La Tierra responde al grito del Sacrificado con un estampido terrorífico. Parece como si de mil bocinas de gigantes provenga ese único sonido, y acompañado a ese tremendo azote, óyense las notas aísladas, lacerantes de los rayos que cruzan el cielo en todos los sentidos y caen sobre la Ciudad, el Templo, sobre la muchedumbre... Creo que alguno habrá sido alcanzado por rayos, porque estos inciden directamente sobre la multitud, y son la única luz discontinua que permite ver. Y luego, inmediatamente, mientras aún continúan las descargas de los rayos, la tierra tiembla en medio de los torbellinos ciclónicos. El torbellino y la onda ciclónica se funden para infligir un apocalíptico castigo a los blasfemos. Como un plato en las manos de un loco, la cima del Gólgota ondea y baila, sacudida por movimientos verticales y horizontales que tanto zarandean las tres cruces que parece que van a tumbarse.

Longino, Juan y los soldados, se asen a donde pueden, como pueden para no caer al suelo, pero Juan, mientras con un brazo agarra la Cruz, con el potro sujeta a María, la cual por el dolor y el temblor de la tierra, se ha reclinado en su corazón. Los otros soldados, especialmente los del lateral escarpado, han tenido que refugiarse en el centro para no caer por el barranco. Los ladrones gritan de terror. El gentío grita aún más. Quisieran huir, pero no pueden. Enloquecidos caen unos encima de otros, se pisan, se hunden en las grietas del suelo, se hieren, ruedan ladera abajo.
Tres veces se repite el terremoto y el huracán. Luego, la inmovilidad absoluta de un mundo muerto. Solo relámpagos, pero sin truenos, surcan el cielo, iluminan la escena de los Judíos que huyen en todas las direcciones, con las manos en el pelo o extendidas hacia delante, o alzadas al cielo (ese cielo injuriado hasta ese momento y del que ahora tienen miedo) la oscuridad se atenúa con un inicio de luz  que, ayudado por el relámpago silencioso y magnético, permite ver que muchos han quedado en el suelo. muertos o desvanecidos, no lo sé. Una casa arde al otro lado de las murallas y sus llamas se alzan derechas en el cielo detenido. poniendo así una pincelada de fuego rojo en la ceniza de la atmósfera.

María separa la cabeza del cuerpo de Juan, la alza, mira a su Jesús. Le llama pero mal le ve con la escasa luz y con sus pobres ojos llenos de lágrimas. Tres veces les llama: "¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!". Es la primera vez que le llama por el nombre desde que está en el Calvario, hasta qué, a la luz de un relámpago que forma como una corona sobre la cima del Gólgota, lo ve inmóvil, pendiente todo Él hacia fuera, con la cabeza tan reclinada hacia delante, hacia la derecha, que con la mejilla toca el hombro y con el mentón las costillas. Entonces comprende, entonces tiende los brazos temblorosos en el ambiente oscuro, y grita: "¡Hijo Mío! ¡Hijo mío! ¡Hijo mío!". Luego escucha... Tiene la boca abierta, con la que parece querer escuchar también; e igualmente tiene dilatados los ojos, para ver, para ver... No puede creer que su Hijo ya no esté...
Juan, también él ha mirado y escuchado, y ha comprendido que todo ha terminado, abraza a María y trata de alejarla de ahí, mientras dice: "Ya no sufre".
Pero antes de que el Apóstol termine la frase, María, que ha comprendido, se desata de sus brazos, se vuelve, se pliega curvándose hasta el suelo, se lleva las manos a los ojos y grita: "¡Ya no tengo Hijo!"
Luego se  tambalea. Y se caería, si Juan no la recogiera, si no la recibiera por entero en su corazón. Luego él se sienta en el suelo, para sujetarle mejor en su pecho, hasta que las Marías  - que ya no tienen impedido el paso por el círculo superior de soldados, ya que ahora los Judíos han huido, los romanos se han agrupado en el rellano abajo y comentan lo sucedido - substituyen el Apóstol junto a la Madre. 
La Magdalena se sienta donde estaba Juan, y casi coloca a María encima de sus rodillas, mientras la sostiene entre sus brazos y su pecho, besándola en la cara exangüe vuelta hasta arriba, reclinada sobre el hombro compasivo. Marta y Susana, con la esponja y un paño empapado con el vinagre lo mojan las sienes y los orificios nasales, mientras la cuñada María le besa las manos, llamándola con gran aflicción y, en cuanto María vuelve a abrir los ojos y mira a su alrededor con una mirada casi atónita por el dolor, le dice:"Hija, hija amada, escucha... dime que me ves... soy tu María... ¡No me mires así!... ". Y puesto que el primer sollozo abre la garganta de María y caen las primeras lágrimas, ella la buena María de Alfeo, dice: "Sí, si, llora...  aquí conmigo como ante una mamá, pobre, santa hija mía"; y cuando oye que María le dice: "¿Oh, María María ¿has visto?", ella gime:" ¡Sí!, si ... pero,,, hija ¡Oh, hija!... ". No encuentra más palabras y se echa a llorar la anciana María: es un llanto desolado al que hacen de eco el de todas las otras (o sea Marta y María, la madre de Juan y Susana). 

[...] Los soldados cuchichean unos con otros.
"¿Has visto los Judíos? Ahora tenían miedo".
"Y se daban golpes de pecho".
"Los más aterrorizados eran los sacerdotes".
"¡Qué miedo! he sentido otros terremotos, pero como este nunca, Mira la tierra está llena de fisuras".
"Y allí se ha desprendido un trozo de todo el camino largo".
"Y debajo hay cuerpos".
"¡Déjalos!, menos serpientes".
"¡Otro incendio! en la campiña...".
"¿Pero está muerto del todo?".
"¿Pero es que no lo ves? ¿Lo dudas?".
[...] Es entonces cuando Longino se acerca a Juan, y le dice unas palabras que no oigo. Luego pide a un soldado una lanza . Mira a las mujeres centradas únicamente en María que lentamente va recuperando sus fuerzas. Todas dan la espalda a la cruz.
Longino se pone en frente del Crucificado, estudia bien el golpe y luego lo descarga. La larga lanza penetra profundamente de abajo arriba, de derecha a la izquierda.
Juan, atenazado entre el deseo de ver y el horror de ver, aparta un momento la cara.
"Ya está, amigo dice Longino y termina: "Mejor así como a un caballero. Y sin romper huesos... "¡Era verdaderamente un justo!".
De la herida mana mucha agua y un hilito sútil de sangre que ya tiende a coagularse. Mana he dicho, Sale solamente filtrándose por el corte neto que permanece inmóvil, mientras que si hubiera habido respiración, este se habría abierto y cerrado con el movimiento torácico-abdominal...

[...] Por la campiña entre el monte y las murallas, y más allá, vagan, en un ambiente todavía colaginoso, personas con aspecto desquiciado... Gritos, llantos, quejidos... Dicen: "Su Sangre ha hecho llover fuego!" o: "Entre los rayos Yeohveh se ha aparecido para maldecir al Templo!" o gimen: "¡Los sepulcros! ¡Los sepulcros!"
[...] El terror se ha apoderado de la Ciudad. Gente que vaga dándose golpes de pecho. Gente que al oír por detrás una voz , o un paso, da un salto hacia atrás o se vuelve asustada.
En muchos de los espacios abovedados oscuros, la aparición de Nicodemo, vestido de lana blanca(...) hace dar un grito de terror a un Fariseo que huye. Luego este se da cuenta de que es Nicodemo y se lanza a su cuello con un extraño gesto efusivo, gritando:"No me maldigas! Mi madre se me ha aparecido y me ha dicho:"¡Maldito seas eternamente!", y luego de derrumba gimiendo: "¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!" (...)
Llegan al Pretorio. Y solo aquí, mientras esperan que el Procónsul les reciba José y Nicodemo logran conocer el por qué de tanto terror: muchos sepulcros se habían abierto con la sacudida telúrica y había quien juraba que  habían visto salir de ellos a los esqueletos, los cuales, en un instante se habían recompuesto  con apariencia humana, y andaban acusando de deicidio a los culpables.

[...] Vuelven corriendo Nicodemo y José diciendo que tienen el permiso de Pilatos (...)  
Longino llama a los cuatro verdugos que están cobardemente acurrucados al amparo de la roca, todavía aterrorizados por lo que ha sucedido, y ordena que se ponga fin a la vida de los ladrones a golpe de clava: Y así se lleva a cabo sin protestas por parte de Dimas, al que el golpe de clava asestado en el corazón después de haber roto las rodillas quiebra en la mitad en los labios el nombre de Jesús por el estertor. por parte del otro ladrón maldiciones horrendas, siendo el estertor de ambos lúgubre.
Los cuatro verdugos hacen ademán de querer desclavar de la cruz a Jesús, pero José y Nicodemo no lo permiten.
José también se quita el manto, y le dice a Juan que haga lo mismo, y que sujete las escaleras mientras suben con barras (para hacer palanca) y tenazas.
maría se levanta temblorosa sujetada por las mujeres. Se acerca a la cruz.
[...] La palma izquierda está ya desenclavada. el brazo cae al lado del cuerpo, que ahora pende semi-separado.
Le dicen a Juan que deje las escaleras a las mujeres  y suba también. Y Juan, subido a la escalera donde antes estaba Nicodemo, se pasa el brazo de Jesús alrededor del cuello y lo sostiene inerte sobre el hombro, Luego ciñe a Jesús por la cintura mientras sujeta la punta de los dedos de la mano izquierda  - casi abierta - para no golpear la horrenda fisura. Una vez desclavados los pies, Juan a duras penas logra sujetar y sostener el cuerpo de su Maestro entre la cruz y su cuerpo.
María se pone ya a los pies de la cruz, sentada de espaldas a Ella.preparada para recibir a Jesús en su regazo.
Pero desclavar el brazo derecho es la operación más difícil. A pesr de todo el esfuerzo de Juan, el cuerpo todo pende hacia delante  y la cabeza del clavo está hundida en la carne. Y, dado que no quisiera herirle más los dos compasivos deben esforzarse mucho. Por fin la tenaza aferra el clavo, y este es extraído lentamente.
Juan sigue sujetando a Jesús por las axilas; la cabeza reclinada y vuelta sobre su hombro. Al mismo tiempo, Nicodemo y José lo aferran, uno por los hombros, el otro por las rodillas. Así, cautamente, bajan por las escaleras.
Llegados abajo, su intención es colocarlo en la sábana que han extendido sobre sus mantos. pero María quiere tenerle; Ya ha abierto su manto, dejandole prender de un lado , y está con las rodillas más bien abiertas para hacer cuna a su Jesús.
[...] Ya está en el regazo de su Madre... Y parece un niño grande cansado durmiendo. María tiene a su Hijo con el brazo derecho pasado por debajo de sus hombros, y el izquierdo por encima del abdomen para sujetarle también por las caderas,
La cabeza está reclinada en el hombro materno. Y Ella le llama... Le llama con voz lacerada. Luego, le separa de su hombro y le acaricia con la mano izquierda; luego recoge las manos de Jesús y las extiende y antes de cruzarlas sobre el abdomen inmovil, las besa; y llora sobre las heridas. Luego acaricia la mejilla, especialmente en el lugar del cardenal y la hinchazón. Besa los ojos hundidos y la boca, que ha quedado levemente torcida hacia la derecha y entreabierta.
Querría poner en órden sus cabellos - como ya ha hecho con la barba apelmazada por grumos de sangre - pero al intentarlo encuentra las espinas. Se pincha quitando esa corona y quiere hacerlo solo Ella, Con la única mano que tiene libre, y rechaza la ayuda de todos diciendo: "¡No, no ¡Yo! "yo!". Lo va haciendo con tanta delicadeza, que parece tener en sus manos la tierna cabeza de un recién nacido. Una vez que ha logrado retirar esta torturante corona, se inclina para medicar con sus besos todos los arañazos de las espinas.
Con la mano temblorosa, separa los cabellos desordenados y los ordena. Y llora y habla en tono muy bajo. Seca con los dedos las lágrimas que caen en las pobres carnes heladas y ensangretadas. Y quiere limpiarlas con el llanto y su velo, que todavía está puesto en las caderas de Jesús. Se acerca uno de sus extremos y con él se pone a limpiar y secar los miembros Santos. Una y otra vez acaricia la cara de Jesús y las manos y las contusas rodillas, y otra vez sube a secar el Cuerpo sobre el que caen lágrimas y más lágrimas.
Haciendo esto es cuando su mano encuentra el desgarro del costado. La pequeña mano, cubierta por el lienzo sutil, entra casi entera en la amplia boca de la herida. Ella se inclina para ver en la semiluz que se ha formado, y ve el pecho abierto y el corazón de su Hijo. Entonces grita. Es como si una espada abriera su propio corazón. Grita y se desploma sobre su Hijo. Parece muerta Ella también.
La ayudan, la consuelan. Quieren separarle el Muerto Divino y dado que Ella grita: "¿Donde te pondré que sea un lugar seguro y digno de Tí?", José inclinado todo con gesto reverente, abierta la mano y apoyada en su pecho, dice: "¡Consuelate, Mujer! mi sepulcro es nuevo y digno de un Grande. Se lo doy a Él. Y este, Nicodemo amigo, ha llevado ya los aromas al Sepulcro, porque por su parte quiere ofrecer eso. Pero te lo ruego, pues el atardecer se acerca, déjanos hacer esto... ¡Condeciende, Oh Mujer Santa!".
También Juan y las mujeres hacen el mismo ruego. Entonces María se deja quitar del regazo a su Criatura, y mientras lo envuelven en la sábana, se pone de pie, jadeante. Ruega; "¡Oh, ir despacio, con cuidado!".
Nicodemo y Juan por la parte de los hombros, José por los piés, elevan el Cadáver, envuelto en la sábana, pero también sujetado con los mantos, que hacen de angarillas, y toman el sendero hacia abajo.
María,sujetada por su cuñada y la Magdalena, seguida por Marta, María de Zebedeo y Susana - que han recogido los clavos, las tenazas, la corona, la esponja y la caña - bajan hacia el sepulcro.

En el Calvario quedan las tres cruces, de las cuales la del centro está desnuda y las otras dos tienen aún su vivo trofeo muribundo.









   







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