MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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jueves, 18 de abril de 2013

SOBRE LA HOMOSEXUALIDAD EN LA BIBLIA




 
LA DESTRUCCION DE SODOMA Y GOMORRA




SOBRE LA HOMOSEXUALIDAD EN LA BIBLIA

Levítico 18, 22

No te ayuntarás con un hombre como con mujer; es una abominación.

Apocalipsis 21, 8


Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.


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Epístola de S. Pablo a los Romanos 1,18-32

LA HUMANIDAD CULPABLE

        En efecto, la ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra la impiedad e injusticia de aquellos hombres que obstaculizan injustamente la verdad. Pues lo que se puede conocer de Dios, lo tienen claro ante sus ojos, por cuanto Dios se lo ha revelado. Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas. Así que no tienen excusa, porque habiendo conocido Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se han oscurecido su insensato corazón.

       Alardeando de sabios, se han hecho necios, y han trocado la Gloria de Dios incorruptible por representaciones de hombres corruptibles, e incluso de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por eso Dios los ha entregado siguiendo el impulso de sus apetitos, a una impureza tal que degrada sus propios cuerpos. Es la consecuencia de haber cambiado la verdad de Dios por la mentira, y de haber adorado y dado culto a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por siempre. Amen.

         Así pues, Dios los ha entregado a pasiones vergonzosas. Sus mujeres han cambiado las relaciones naturales del sexo por unas antinaturales; e igualmente los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han abrasado en deseos de unos por otros. Hombres con hombres cometen acciones ignominiosas y reciben en su propio cuerpo el pago merecido por su extravío. Y por haber rechazado el, verdadero conocimiento de Dios, Dios los ha dejado a merced de su depravada mente, que los impulsa a hacer lo que no deben.

         Están llenos de injusticia, malicia, codicia y perversidad, son envidiosos, homicidas, camorristas, mentirosos, malintencionados, chismosos, calumniadores, impíos, insolentes, soberbios, fanfarrones, inventores de maldades, soberbios a sus padres, inconsiderados, soberbios, desleales, desamorados y despiadados.
Conocen bien el decreto de Dios según el cual los que cometen tales acciones son dignos de muerte, pero no contentos con hacerlo, aplauden incluso a los que lo cometen.

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DE LA EPÍSTOLA DE S. PABLO A
 LOS ROMANOS  (6, 20, 23)
En otro tiempo erais esclavos del pecado y no os obligabais a buscar la Salvación. ¿No os avergüenza ahora el fruto que entonces cosechabais? Porque el resultado de todo aquello fue la muerte. Ahora en cambio, liberados del pecado y convertidos en siervos de Dios, tenéis como fruto la plena consagración a Él y como resultado final, la Vida Eterna. En efecto, el salario del pecado es la muerte; mientras que Dios nos ofrece como don la Vida Eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.



Comentarios y aclaraciones

          Estos pasajes de la Santa Escritura, que para los Cristianos son una Constitución que es inamovible, porque está inspirada por el Espíritu Santo, que es Espíritu de Verdad, solo la puede modificar o mejor dicho, dar pleno cumplimiento a la misma, el mismo Dios, por eso dijo Jesús: “No he venido a abolir la Ley, pero he venido a dar pleno cumplimiento de la misma”.

       Todo lo escrito, explica perfectamente los acontecimientos que se pueden observar en el mundo en que vivimos, en efecto, Dios Creador del mundo, al cual le debemos absolutamente todo lo que tenemos, hasta el aire que respiramos, tiene todo el derecho como Amo y Señor de todo lo creado, de imponernos unas leyes que debemos cumplir, que no solo están revelados en la Biblia, pero que están grabadas  en nuestra Conciencia, y que se pueden resumir en dos imperativos: Amar a Dios sobre todas las cosas (Porque le debemos todo), y amar al prójimo como a uno mismo, (porque está hecho como nosotros a imagen de Dios).   

          Cuando se lee toda la Biblia desde el Antiguo testamento, se puede observar toda la historia de Israel, y del Pueblo de Dios, y se llega siempre a una conclusión siguiente:

         En toda la Historia de los numerosos Reyes de Israel, cuando estos cumplían la Ley de Dios, el Reino vivía en prosperidad, y triunfaba de sus enemigos, en caso contrario, siempre vencían los enemigos y los israelitas se convertían en esclavos y eran deportados, y hasta el Templo era destruido como ocurrió en tiempos de Nabucodonosor. 

         Y toda la historia de Israel, es en cierta medida lo que está ocurriendo hoy día en el Pueblo Cristiano: El Hombre se olvida de Dios y adora los ídolos, Dios lo castiga, y si se arrepiente y vuelve al camino recto, es perdonado, en caso contrario, se convierte en un réprobo.

         En la Epístola de S. Pablo, se ve que los individuos que se dan a todos los vicios, pierden la gracia de Dios, y se comportan peor que animales, llegando a cometer perversiones que van contra la naturaleza humana, y a pesar de tener la certeza de la existencia de Dios, por la visión de todo lo creado, que refleja más que nunca la inmensidad del Universo, y de su misterio cada vez más indescifrable, gracias a la observación de los radiotelescopios de largo alcance.

         Eso mismo es lo que dice S. Juan de la Cruz: que los Ángeles más subidos, y que están más cerca de Dios, que son los Serafines y Querubines, son los que mejor se dan cuenta de todo lo que les falta para comprender de la Divinidad.

  

Del libro del Deuteronomio  (Dt 28-1,68)

Bendiciones de Yahveh

 -Si escuchas atentamente la voz del Señor, tu Dios, procurando poner en práctica todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, entonces, el Señor tu Dios te elevará por encima de todas las Naciones de la tierra. Si obedeces al Señor tu Dios vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas bendiciones:

      -Bendito serás en la ciudad y bendito serás en el campo.

   -Bendito el fruto de tus entrañas, el producto de tu suelo, los partos de tus vacas y las crías de tus ovejas

   -Bendita tu canasta y tu artesa.

   -Bendito serás en tus idas y venidas.

-El Señor bendecirá tus graneros y todos tus trabajos. Te bendecirá en la tierra que el Señor tu Dios te da.

  -El Señor hará de ti un pueblo consagrado a él, según te ha jurado, si guardas los mandamientos del Señor tu Dios y sigues sus caminos. Y todos los Pueblos de la tierra verán que se ha invocado sobre ti el nombre del Señor, y te temerán.

  -Sobre la tierra que te dará, según juró a tus antepasados, el Señor te colmará de bienes: de hijos, de ganados, de frutos de la tierra.

  -El Señor abrirá su rico tesoro, y los cielos descargarán a su tiempo la lluvia sobre tu tierra, para bendecir tu trabajo.

 -Prestarás a muchas naciones y tú no pedirás prestado. El Señor te pondrá a la cabeza y no a la cola, estarás siempre encima y no debajo, si escuchas los mandamientos del Señor tu Dios que yo te prescribo hoy, si procuras ponerlos en práctica y no te apartas a derecha ni a izquierda de las palabras que yo prescribo hoy, si no servís ni dais culto a otros dioses.

       Observamos que los países con mayor P.I.B. y con leyes más justas, son los que tienen menor grado de corrupción.
   Por eso florecieron todos los grandes Imperios, y luego decayeron porqué se hundieron en el vicio, la corrupción y el hedonismo y con su relajación, olvidaron las leyes del sacrificio y de la caridad, que es adorar a dioses extraños.

    En la vida del Santo Cura de Ars, Patrón de todos los Sacerdotes, escrita por Monseñor Trochú, podemos leer que en este pequeño Pueblo de Francia, sin práctica religiosa alguna, el Santo llegó a transformarle en el centro religioso más grande de Francia, habiendo diligencias que venían desde París, y gente esperando día y noche varios días para confesarse con él.

       El autor del libro, relata que durante todo ese tiempo de práctica religiosa, nunca se produjo una mala cosecha, una granizada o cualquier catástrofe que arruinara a la gente del Pueblo.


 Maldiciones de Yahveh

Pero si no escuchas la voz del Señor tu Dios y no pones en práctica todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones:

-Maldito serás en la ciudad y maldito serás en el campo.
-Maldita tu canasta y tu artesa.

-Maldito el fruto  de tus entrañas y el producto de tu tierra, el parto de tus vacas y las crías de tus ovejas.

-Maldito serás en tus idas y venidas.

-El Señor mandará sobre ti la maldición, la angustia y el terror en todo lo que emprendas, hasta que serás destruido y aniquilado inmediatamente, por haberle abandonado en tu mal proceder.

-El Señor hará que se te contagie la peste hasta consumirte en la tierra que va a darte en posesión. El Señor te herirá de agotamiento, fiebre, inflamación, ardor, sequía añublo y tizón, que te perseguirán hasta destruirte. […]

-El Señor te herirá con úlceras como las de Egipto, con tumores, sarna y tiña, que no podrás curar.

-El Señor te herirá de locura, ceguera y delirio, de suerte que en pleno día andarás a tientas, como anda a tientas el ciego en su tiniebla, y no tendrás éxito en tus empresas, sino que estarás siempre oprimido y despojado, sin que nadie te socorra.[…]

- El emigrante que vive en medio de ti, se hará cada vez más numeroso, mientras tu perderás poder cada día; el podrá prestarte, pero tú no podrás prestarle; el estará a la cabeza y tu estarás a la cola. […]

-El Señor hará que se levante contra ti, desde los confines de la tierra, un pueblo lejano; un pueblo que volará como el águila, y cuya lengua no comprendes (…) Comerá las crías de tus ganados y los frutos de tu tierra hasta arruinarte; consumirá tu trigo, tu vino y tu aceite, las crías de tus vacas y los corderos de tus ovejas y los frutos de la tierra hasta arruinarte.

         Nota: Cualquier similitud con la crisis actual; el comentario sobre el emigrante, que se hará cada vez más numeroso y el pueblo chino lejano, cuyo crecimiento económico vuela como el águila, no es pura casualidad.

     Todos estos comentarios y palabras de Yahveh, se pueden comprobar en la Biblia, cuando se lee la historia del Pueblo de Israel, cuando recién salido de Egipto, el Pueblo desobedecía la Ley, aparecían los castigos como las serpientes venenosas, cuando Moisés tardó en bajar del Monte Sinaí, y que el Pueblo se entregó a las orgías, el castigo fue el hundimiento de los culpables en un precipicio que se abrió en la tierra.

    



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viernes, 12 de abril de 2013

DRAMAS Y TRAGEDIAS DE LA HISTORIA DE FRANCIA: EL ASESINATO DEL REY DE FRANCIA HENRI III EN PARIS

El Rey Henri III


Extraordinario relato del Reinado de Henri III de Francia, de tendencias homosexuales, rodeado por los famosas "mignons", (mignon, palabra que ha quedado en el vocabulario francés y que significa bonito), relatado por el historiador francés André Castelot, en donde se ve con todo detalle la lucha encarnizada entre los hugonotes Protestantes y la liga Católica, cuyo representante era el famoso Duque de Guise, vilmente asesinado por el Rey, en una emboscada en su propio palacio, crimen que el Rey pagó, cuando intentaba entrar en París, tomada por la liga católica, un fraile dominico le entregó un documento, y aprovechó esa ocasión para acuchillarle.

Como dijo el famoso escritor francés Voltaire, anticlerical convencido, la Inquisición española evitó las terribles guerras de Religión como la masacre de la Saint Barthelemy en Francia.


Hoy día es imposible una Inquisición como en el pasado, para evitar  tantos desmanes de muchos que se llaman católicos, y que predican solo con la palabra, pero llevan una vida disoluta,  sería necesario que se apartara de la viña todas las ramas gangrenadas, como ya se está haciendo, aunque tarde, con los casos de pederastia, pero que no se hace con toda una serie de supuestos "teólogos", que son los abanderados de una nueva teología de la secularizacion, que se oponen abiertamente al sucesor de Cristo, que quieren renegar de la tradición de los Santos Padres, o que predican al "dios caramelo", insensible al pecado y a las aberraciones humanas.


Siguen predicando puna doctrina "descafeinada", diciendo que Dios perdona absolutamente a todo el mundo, sin especificar que tiene que haber primero un profundo arrepentimiento proporcional a la culpa, como en el caso del hijo pródigo y además una lucha constante y penosa contra el pecado y el vicio, ya que los que quieren seguir la Sagrada Doctrina de Cristo, tienen a la fuerza de enfrentarse abiertamente contra Satanás, el cual se interpone siempre, y que saldrá al encuentro de los que intentan seguir por la senda estrecha que conduce a la Vida Eterna.


He puesto intencionadamente en negrita en el relato, lo que dice el Rey, que había preparado en su residencia una emboscada para asesinar a su primo el Duque de Guise. 


 [...] Acaso ¿Puede llegar Vd. a creer que tengo una alma tan dañina para que pueda llegar a conspirar en contra suyo? Bien al contrario, os declaro que a nadie en mi Reino, he llegado a amar tanto como a Vos, y que a nadie le debo tanto, y así lo haré saber  dentro de poco.


          Guise lo observa algo escéptico. El Rey presiente que hay que ir aún más lejos. Con lágrimas que le apagan la voz, exclama:

            -Todo lo que os he dicho lo digo con gran juramento. Lo juro por el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que voy a recibir dentro de poco, en la misa.

     ¡El Rey se desquitará más tarde con una buena confesión!...

Y es que aún hoy hay mucha gente se cree, que con la confesión, se borran todos los pecados, aunque no exista arrepentimiento, es una creencia absurda.


Muchos Santos como el Santo Cura de Ars y el Padre San Pio de Pietrelcina, que tenían el don de discernimiento de los espíritus, negaban la absolución a muchos, porque no apreciaban el arrepentimiento necesario para merecerla. 


HENRI III Y PARIS


De la jornada de las barricadas…
…Al cuchillo de Jacques Clément
  
         En la primavera de 1.588, la Liga, la terrible liga Católica parisina que juró la muerte de los hugonotes, tiene sitiada a la Monarquía. En su cubil del Louvre, el rey Enrique III, un fantasma repintado, con sombra de ojos, parece esperar a la muerte… o la tonsura que la duquesa de Montpensier ha prometido hacerle ella mismo, para sepultar al Rey en algún claustro y colocar en su lugar el ídolo de los parisinos, su hermano el seductor Duque de Guise. Además, a la duquesa no le basta con amenazar el de la dinastía de los Valois con sus tijeras de oro colgadas de su cintura, ha colocado asesinos fuera de la puerta Saint-Antoine. Tienen la orden de secuestrar al rey cuando vaya a Vincennes; se esconden en un jardín lleno de roquetas, esas bonitas flores amarillas que crecen entre las rocas, y que le dieron el nombre a una casa que el rey Henri acaba de vender a un tal Huraut de Cheverny, esa morada que un día se llamará la Roqueta. Henri III, avisado de las intenciones de Madame de Montpensier, no se atreva a salir. De noche como una coqueta perfumada, las manos enguantadas y el rostro untado con crema, extendido en su lecho de raso, entre sus perritos y sus amuletos, busca en vano el sueño.

         Paris se burla de Henri. Paris lo odia, Paris lo amenaza, pero se olvida que ese rey graso, erizado de plumas de egretas, que se asemeja hoy a un anciano listo para ser tonsurado es capaz de montar a caballo y de transformarse en un guerrero de treinta y siete años. Haciendo como si solo tuviera un solo deseo en la vida: tirar al aire la bola de madera inventada por el carpintero de Paris, llamado Boquet, sufre “mil agonías” al ver el odio ciego de Paris y la triste situación de su Reino desmembrado por la guerra de religión fraticida.

        ¡Como odia Paris! ¡Y sin embargo, como la amó! Durante tantos años ha estado como en su casa en las calles de su capital. ¿Cuantas veces no lo vieron los parisinos en el carnaval corriendo “a rienda suelta” y divertirse con los burgueses? ¿Acaso no lo vieron también, arrepentido, en procesión con los penitentes, vestido del hábito de tela de Holanda, con cinturón de cuerda donde colgaba la disciplina? ¿Acaso no lo vieron recién casado, feliz, paseando por las calles con su mujer, la rubia, dulce y humilde reina Louise de Lorraine, toda maravillada de haber sido escogida para reinar al lado del hombre que ama? Emocionado por ese amor, había querido hacerle visitar Paris. 

¿No era acaso la cosa más hermosa de su Reino que quería ofrecerle? No le había ocultado nada, ni las más altas torres redondas de la Bastilla, ni las ciento cuarenta tiendas, los títeres y los que se dedican a mostrar animales y la feria de Saint-Germain. Además la feria era para él el lugar adonde le gustaba más perderse, a pesar de las bromas y de las burlas de los escolares. Estos no habían tenido temor alguno, un día que se paseaba con sus favoritos afeminados, apodados “Mignons”,  mostrarle grandes fresas de papel plegado y de hacer un coro alrededor del rey, gritando “¡Adelante con las fresas, ya conocemos la ternera!”


           Henri odiaba sobre todo a Paris por burlarse de sus queridos amigos, “esas flores de muguete rizados, rimados, coloreados, espolvoreados con polvos violáceos, de perfumes olorosos”. Paris se olvidaba de que esos Mignons eran también recios espadachines, mostrando un total desprecio a su vida – y a las de los demás – cuando había que luchar para su rey. Henri en esas horas sombrías de 1.588 estando agonizando la realeza, necesitaba de los mejores de entre ellos: Quelus y Maugeron que los puñales de los partidarios del duque de Guise habían clavado hace diez años en la arena del mercado de caballos, en el lugar del castillo des Tournelles.

            El mismo día que el rey había enterrado a sus dos amigos en la iglesia de Saint-Paul, el sábado 31 de Mayo de 1.578, tuvo que colocar la primera piedra del Pont-neuf, el primer puente de Paris encima del cual no se construirán casas. Vestido enteramente de negro, la espada de duelo a su costado, con perlas de plomo a sus orejas, el rosario con calavera en la mano, había atravesado el río en barca, bajo una copiosa lluvia. Henri lloraba. Grandes lágrimas corrían por su cara mientras que, paleta de plata en la mano, sellaba la piedra grabada con sus armas y las de la ciudad. Y Paris se había reído de su pena, bautizando la futura vía “el puente de los llantos” y afirmando, encogiéndose de hombros, que era una locura construir un puente “ en ese lugar”…¡Casi en pleno campo! ¡Solo a algunos insensatos del lugar podía ocurrirle edificar del lado del Prè aux Clercs!

             Paris se había también destornillado al ver las lágrimas que el rey había derramado para otro de sus amigos: Saint-Magrin que los Guisardos – ¡otra vez ellos!- habían traspasado de treinta y tres espadazazos, casi enfrente al Louvre, en la esquina de la calle Saint-Honoré. No importándole lo que dirán. Henri III había mandado levantar, en memoria de las víctimas tres estatuas de mármol – lo que había permitido a los parisinos poder afirmar, señalando a los favoritos que quedaban:
             “¡Los haremos de mármol como a los demás!”      
  
            Hoy se rebaja el rey más que nunca, Todo son burlas y narigotadas.

            ¡Henri por la gracia de su madre, bromean sin descanso los parisinos, cierto rey de Francia y de la imaginaria Polonia, portero del Louvre, registrador de Saint-Germain-l´Auxerrois y de todas las iglesias de Paris!

            ¿Portero del Louvre? ¡Ya veremos! Y Henri ante esa maldita liga – ese estado en el Estado – trata de defenderse. Como así lo hará más tarde Louis XVI, la víspera de la toma de la Bastilla, llama a Paris a sus tropas que le son fieles. Pero las cosas se torcerán tanto para uno como para el otro rey…

           Dos mil gardes-françaises y cuatro mil suizos van a acampar en el barrio Saint-Denis. Si Paris se mueve, ¡Si Paris quiere obligar al Rey a que ordene un nuevo masacre de los parpaillots, el rey hará entrar a sus tropas en la ciudad!

          Afortunadamente, el duque de Guise no se encuentra ahí. Viene de triunfar sobre los traidores alemanes y Henri III le niega la entrada en la capital. Su sola presencia envenenaría la situación y llevaría a los parisinos a los extremos…
               Pero el rey de Paris va a desafiar al rey de Francia.
           El Lunes 9 de mayo, hacia las doce y media, se abre la puerta de la estancia real. Es un compañero fiel.
           -¡Monsieur de Guise ha llegado!

            El Rey - con un gesto habitual – recorre su rostro con sus largas manos blancas y casi llega a gritar:
            -¿Se ha atrevido? ¡Por Dios vivo, morirá por eso!
            Hace media hora, a pesar de las órdenes del rey, el duque penetró en Paris por la puerta de Saint-Martín. Solo entraron con él ocho gentilhombres, pero se le ha reconocido y muy pronto treinta mil parisinos, locos de alegría, le acompañan por las calles. ¡Se pelean para tocarle la ropa y las botas! “Francia estaba loca por ese hombre, decía un cronista, ya que “enamorada era decir poco.”   
    
            Así aclamado, adulado, incensado  el duque llega a casa de Catherine de Medicis, a su mansión de Soissons. La gota, el reuma y un catarro crónico han aplastado el cuerpo de la viuda de Henri II. La edad ha cargado y empastado sus rasgos. ¡Ha trabajado tanto con cuatro hijos pequeños y con un reino en sus brazos! Hoy es solo una figura a la sombra del trono, pero cree poder siempre tender su telaraña. Es ella que le pidió al Balafré de entrar y de venir a verla. Se levanta, pide su litera y acompaña al duque de Guise a la casa del Rey.

            -No me da miedo, decía, refiriéndose al Guisardo; ¡lo conozco muy bien es demasiado miedoso!
            Madame Catherine se equivoca: “Nunca hubo miedosos en esa valiente raza”, decía Montluc.
            A penas el Loreno entra en la habitación, que Henri, los ojos alterados, el rostro descompuesto, le dice:
            - ¿Por qué ha venido?
            Con esos modales, la conversación no puede llegar a buen término. Toda reconciliación está dirigida al fracaso. El Rey quiere primero, mandar matar al rebelde por los córcegos de Monsieur  de Ornano, pero desiste de ello  acordándose lo que sería el asalto popular al Louvre y prefiere hacer proclamar una llamada a las armas.
  
            El 12 de Mayo, los parisinos son despertados al alba por las flautas y los tamborines de los Suizos que entran en la ciudad como victoriosos. Los gardes-françaises desfilan detrás de sus compañeros, con las mechas de sus arcabuces encendidas. En la puerta Saint-Honoré, el rey radiante de alegría, acoge personalmente a sus tropas y los emplaza en lugares estratégicos: Los puentes, el cementerio des Innocents, la plaza de Grève y la isla de la Ciudad.
           ¡Paris, que no se encuentra amordazada, parece enseguida una ciudad sitiada! Ninguna tienda abre sus puertas. Por todas partes se oyen gritos: “¡Alarma! ¡Alarma!” Los burgueses abandonan apresuradamente sus casas, se reúnen ante el cuerpo de guardia de vigía y se acaloran entre ellos. Con toda seguridad, se rumorea y luego se proclama: ya que las tropas reales ocupan Paris, “el hermano Henri” ¡ha decidido asesinar a los jefes de la Liga!
            ¡Es la Saint Barthélemy de los católicos que se está preparando!
            Las campanas suenan a rebato en todos los campanarios de la ciudad, y por la primera vez en la historia de Paris, cada cincuenta pasos, las calles estrechas se bloquean con cadenas, contenedores llenos de tierra y de escombros, de vigas, de piedras y hasta de muebles. Los parisinos – en este día de las Barricadas – descubren un medio para defenderse de la autoridad, cuyo procedimiento va a ser copiado durante muchos años, y que dará casi siempre la victoria a esos sempiternos agitadores – por lo menos hasta Junio de 1.848. El poder tardará dos siglos y medio para darse cuenta, de que ante todo hay que evitar “la guerra en una escupidera”. Y que hay que dejar en ciertos arrabales formarse el motín, madurar y reventar, luego llevar el bisturí en esos abscesos para fijarlos: Esa es la única estrategia que hay que aplicar.
          Este 12 de mayo, apretujadas por todas partes, las tropas reales no pueden ni avanzar, ni retroceder, ni reunirse para poder maniobrar. Un poco antes de medio día, los moradores del puente Saint-Michel dejan caer piedras y tejas sobre los soldados que ocupan el puente. Se oyen disparos y los soldados, tiroteados desde lo alto de los edificios, se refugian en donde pueden. Los parisinos ordenan a los Suizos acampados en el Marché-Neuf de apagar sus mechas. Agitando sus rosarios y gimiendo: “Buena Francia, buenos católicos”, los Suizos se repliegan hacia la explanada de Notre-Dame. Solo, algunas compañías han podido mantenerse delante del Louvre. Aconsejado por su madre, Henri vuelve a envainar su espada y ordena a todos los suyos, nos dice Pierre de l´Estoile, a desenvainar sus espadas a medias, respondiendo de ello con la vida, “con la esperanza de que el tiempo, la dulzura y las buenas palabras amainarían el furor de los amotinados y desarmaría poco a poco a ese idiota de pueblo”.

           El Viernes 12 de mayo, con una rebeca blanca, con una vara en la mano, Guise se pasea de una barricada a otra. ¡Es un verdadero delirio! Aprieta las manos que se dirigen hacia él. Ese “idiota de pueblo” solo tiene en la boca dos palabras: “¡Que viva Guise!”.
           Amigos míos, ¡basta ya!, contesta el duque, caballeros, gritad “¡Viva el rey!”
           Nadie obedece. Guise sería capaz de todo, pero no se atreve. Obedeciendo a la solicitud de Madame Catherine, acepta de aplacar el motín. Con dificultad, apacigua a los parisinos  "verdaderos toros furiosos” y se muestra feliz de humillar al Rey al dignarse perdonar la vida de los Suizos y de los Gardes. Las barricadas se abren por orden suya y las tropas reales vuelven cabizbajas al Louvre.
           Por la tarde los buenos "barricaderos” no quieren acostarse. Ya que el Loreno no actúa, le obligarán a hacer renunciar al de la dinastía de los Valois.
           -¡Mañana, iremos a detener el hermano Henri en su Louvre!
        Pero, a la mañana siguiente, hacia las cinco de la tarde, mientras que Catherine “el rostro sonriente y seguro”, inmensamente feliz de volver a desempeñar su papel, va a visitar el duque de Guise para traicionarlo, el rey sale del Louvre por la puerta  Porte-Neuve del recinto de Carlos V, y hace como si se paseara por el jardín de las Tuileries. Hace como si se interesara por el nuevo edificio que aún está sin terminar. En realidad, presta el oído, oye las campanas que tocan a rebato aquí y allá, percibe, por el rumor sordo que proviene de la ladera izquierda, que una tropa avanza por el río. ¡Son los alumnos y los monjes de la Sorbonne, con el casco en la cabeza, y los mosquetes en la mano! ¿Se atreverán a cruzar el Sena, lanzando tableros en voladizo sobre las pilas del Pont-Neuf que solas, emergen del río?
           Henri, siempre tranquilo, de dirige hacia las cuadras de las Tuileries y da la señal de partida. Seguido por los ministros, por los Suizos, los Gardes-Françaises y de sus fieles Cuarenta y cinco, va galopando hacia Chaillot. Al llegar a lo alto de la colina “ Se vuelve hacia la ciudad para maldecirla, echándole en cara su perfidia y su ingratitud en contra de todo el bien que recibió de su mano y jura que solo entrará por la grieta de la muralla”.
  
           Solo una hora después, el duque de Guise se enterará de la fuga del rey.
          -¡Ah, Madame, ya estoy muerto, dice a Catherine. Mientras que vuestra Majestad me tiene aquí retenido, el Rey se ha ido para mi perdición!
           Poco tiempo después, La Armada de Felipe II de España – esta flota “bendecida por el papa, pedro maldecida por Dios” – desfila lentamente delante de las costas francesas. Este ejército flotante de la Inquisición, esas terribles fortalezas erizadas de mástiles, de velas y de cañones, van sin duda alguna atacar a la reina Elisabeth, pero amenazan también a Francia. Si el rey Felipe sale victorioso, el duque de Guise y Paris lo llamarán para ayudarles y el reino de Henri de Valois será tratado por España, como viene de serlo Italia. Por ese peligro, Henri prefiere obedecer a los requerimientos de su madre. Llega a un acuerdo con el duque de Guise y firma el lamentable Pacto de Unión.

            Solicitándolo los habitantes de Lorena, Henri III acepta la convocación de los Estados Generales, pero no será en Paris que el barón de Oignon alineará a los diputados según una clasificación tan diestra que pasará a ser histórica, no será en Paris, pero en Blois, en donde los de la Liga van a dar el asalto final a la monarquía a la deriva.
            Ya vendrá el día del puñal, había predicho el 1º de Julio el Mantuano Felipe de Cavriana.
       El puñal se acercaba.
            El 17 de Diciembre en una cena ofrecida en casa de  los lorenos, Madame de Montpensier le dice a su hermano:
            Lo agarraréis mientras que yo con las tijeras, le haré una corona.
            Destronar  al “hermano Henri”  les parece muy sencillo, y el Cardenal de Lorena brinda mirando el duque de Guise:
            -Bebo a la salud del rey de Francia.
            Al otro lado de la misa, perdido entre los gentilhombres de Guise, está el italiano Venetianelli; afecta gritar más fuerte que los otros convidados:
           ¡Viva Henri el balafré! ¡Viva el heredero de Carlomagno!
           Pero, a la mañana siguiente, fue a referírselo todo a su amo Henri III. El rey empalideció y toma una decisión: decide tomar el camino de la violencia que va a conducirle al crimen. No se trata en realidad de un asesinato, pero si de una ejecución. ¡Si el soberano no mata al Balafré, Francia estará perdida!
            Los de Guise que ellos también, tienen espías entre el personal del rey, sospechan que el “hermano Henri” está maquinando algo. ¡Con toda seguridad, el hijo de la Medicis no dejará tonsurarse tan fácilmente como así lo imagina Madame de Montpensier! El Balafré quiere salir de dudas: Pide audiencia al Rey. La escena se desarrolla en el jardín del castillo. Un vientecillo fresco hace girar algunos raros copos de nieve.

            Después de unas pocas palabras banales, el Balafré pasa al ataque y ofrece el rey su dimisión de teniente general.
           Me doy perfectamente cuenta, aclara, que el honor que su Majestad me ha otorgado en esta ocasión, me ha aparejado grandes enemigos. A pesar de mi deseo que fue el de serviros lo mejor posible, se han apoyado en estos favores para acusarme de importantes calumnias…

            A Henri le cuesta mantener la calma. En un segundo, se imagina el precipicio de la guerra civil abrirse bajo sus pies. Si el Balafré se marcha, habrá de ahora en adelante tres Francias: La Francia de los hugonotes, con Henri de Navarra, La Francia de la Liga con Henri de Guise, y entre esas dos fuerzas, la Francia real con Henri de Valois, el más pobre, el más débil de los tres Henris.
              Pero el duque de Guise prosigue:
           -Sire, ¿porqué no habré de decirle que en estos tiempos, me han avisado en reiteradas ocasiones, que me deseáis ahora mucho mal?
             El Rey logra mantenerse sereno, por algo es el hijo de la Medecis. Hay que ser astuto. Cogiendo el brazo del Balafré, enarbola una dulce sonrisa:
             -Querido primo, ¿Acaso cree Vd. de verdad todo lo que se puede llegar a decir en una corte? Si os imitara, os tendría que decir que algunas veces, me han puesto en guardia en contra de vuestras acciones. Dejemos todo eso, ¡Quiere Vd.!, Acaso ¿Puede llegar Vd. a creer que tengo una alma tan dañina para que pueda llegar a conspirar en contra suyo? Bien al contrario, os declaro que a nadie en mi reino, he llegado a amar tanto como a Vos, y que a nadie le debo tanto, y así lo haré saber  dentro de poco.

             Guise lo observa algo escéptico. El de Valois presiente que hay que ir aún más lejos. Con lágrimas que le apagan la voz, exclama:
            -Todo lo que os he dicho lo digo con gran juramento. Lo juro por el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que voy a recibir dentro de poco, en la misa.
     ¡El Rey se desquitará más tarde con una buena confesión!...Pero cuando se encuentra solo en su habitación, tira al suelo su tocado lleno de rabia. La cólera pasada, se rehace:

         -¡Vamos, piensa, no sirve para nada la desesperación, cuando la prudencia puede aún apartar el peligro.
           Laugnac, el jefe de los cuarenta y cinco – la famosa guardia privada del rey, en contra de la cual, raja tanto el Balafré – Laugnac está agazapado detrás de una tapicería. Hace su aparición y observa atentamente a su amo.

             -Es para pasado mañana, dice Henri de una voz apagada. ¡Sí!...la trampa está lista, pero el muelle es tan fuerte, que tendremos que juntarnos varios para poder tensarlo.

             Y pasados dos días, mientras amanece poco a poco un día gris y lleno de niebla, los Cuarenta y cinco embisten al “condenado” que el rey ha llamado a su estancia. Es una verdadera escena de carnicería. Todos hieren sin descanso, pero el de Guise no se derrumba. Como un animal herido que lleva consigo la jauría, va y viene de la habitación del rey al Despacho viejo, manchando de sangre paredes y tapicerías. Pronto está atravesado por seis heridas.
              - ¡Ah, Señores, que traición! ¡Que traición!
             Los asesinos se apartan: el duque se ha detenido en medio de la  habitación. ¿Va a derrumbarse? No, se queda ahí, titubeando, buscando el equilibrio…Du Gast se acerca y lo remata. Angustiados, los asesinos se echan para atrás, el duque, con los brazos extendidos, los ojos apagados, la boca abierta, se acerca titubeante hacia Laugnac que se apoya en un baúl. El capitán de los cuarenta y cinco, no se molesta ni siquiera en desenvainar la espada. Con la vaina de su espada, rechaza el moribundo. El duque retrocede, pierde el equilibrio, busca donde apoyarse, por un momento se agarra al saliente de una pared que marca con su sangre, por fin se derrumba.

              ¡Se acabó!
              Una tapicería se abre. Henri aparece.
     -¿Ha muerto ya? Pregunta con voz angustiosa.
              -Sire, contesta uno de los verdugos, aún tiembla un poco, pero solo es un estremecimiento de la carne. El alma ya no está.
              El rey respira profundamente. Mira a los comparecientes lleno de alegría. Luego, dando una vuelta alrededor de si mismo, ordena:
             -¡Registrad sus bolsillos!
              En la bolsa, se encuentra una nota escrita por el duque de Guise:”Para poder mantener la guerra en Francia, hacen falta setecientas mil libras mensuales.”
              El Loreno, más allá de la muerte, justificada el asesinato del Rey.
              Una sonrisa alumbra el rostro de Henri.

     -Heme aquí, Rey de Francia… ¡he matado al Rey de Paris!
          ¡Luego, con sus capellanes, mientras que el cuerpo del duque y el de su hermano, el cardenal, asesinado en su prisión, son despedazados, quemados y sus cenizas tiradas en el río Loire, entra en oración recitando el De Profundis en memoria de los señores de Lorena!.
  
               El 30 de Abril de 1.589, el rey se reconcilia con el futuro Henri IV, rey de Navarra y se puede ver en las orillas del río Loire, en las orillas del más francés de los ríos, los dos reyes, de rodillas, abrazados, mientras que de sus ojos caen pesadas lágrimas de alegría. Ya no hay hugonotes, ni católicos, solo hay franceses.

             Queda Paris, aún ocupado por la Liga, esa Liga que se había atrevido, hace poco tiempo, ¡A nombrar rey de Francia al cardenal de Bourbon, con el nombre de Charles X!
              Por eso los dos soberanos han ido a poner sitio a la ciudad.
    -Solo entraré por la brecha de la pared, repite Henri III.

             Se halla en Saint-Cloud, el 2 de Agosto de 1.589, sentado en su silla agujereada, el calzado bajado, cuando se le anuncia un emisario que viene de Paris. Es un hermano Dominico del monasterio de la rue Saint-Jacques; Henri no lo sabe: el monje ha sido encargado por su prior de realizar un “sacrificio místico” y la duquesa de Montpensier, para darle en esta tierra un ante gusto de las alegrías celestiales, le ha besado…

                  Que pase, ordena el Rey.

           Paris, esa ciudad del Diablo ¿accedería a abrir sus puertas? El Dominico se inclina, entrega una carta, y mientras que el Rey empieza a leerla, el enviado de Paris saca despacio un cuchillo de su hábito y lo hunde en el vientre del rey.
                -¡Ah!  ¡Maldito monje, me ha matado!...
          Henri III no entrará pues en Paris “por la brecha de la muralla”; es el primer Borbón que cumplirá el juramento del último Valois.

jueves, 4 de abril de 2013

LAS CLOACAS DEL PALACIO DE VERSALLES BAJO EL REINO DE LUIS XIV


           
      

El Rey-Sol en todo su esplendor el día de su coronación




Madame de Montespan,  amante del Rey, y madre de siete de sus hijos




Louise de Lavallière, Sor Luisa de la Misericordia en el Carmelo




           Extraordinario relato del famoso historiador francés André Castelot, de las "cloacas" del Reino de Louis XIV, en donde se mueve todo un mundo de seres demoníacos como el cura Guilbourg, que se dedicaba a realizar misas negras, con sacrificios de niños, sobre el cuerpo de la amante del Rey Sol.

          Juicio extraordinario de la Inquisición, "llamada la cámara ardiente" con numerosas condenas a muerte, entre otras la bruja La Voisin, quemada viva en la hoguera, y encarcelamientos de muchos acusados atados con una cadena con una argolla en su cuerpo y otra en la pared de la celda de por vida frente a frente, seis por celda (¡Algunos esperaron la muerte más de 40 años!).

           hay que añadir que en aquella época, a pesar de todas las series de envenenamientos, brujerías, misas negras, aún existía el sentido del pecado y aún no existía el relativismo actual: la amante del Rey, Louise de Lavallière, se encerró en el Carmelo, y la otra, Madame de Montespan re retiró de la corte y con una vida de Sacrificios y de Penitencia, pasó los últimos momentos de su vida recluida en su residencia, pidiendo perdón al morir hasta a sus más humildes servidores, por su escándalo en la corte y sus pecados.

       Bajo mi punto de vista, todas esas aberraciones ocurridas bajo el Reinado de Luis XIV, fueron la causa de la desaparición de la Monarquía en Francia, y la víctima expiatoria fue su nieto Luis XVI, que fue ejecutado en la Guillotina por el pueblo, cuando en realidad era un Rey, que como lo indica la historia, nunca tuvo ninguna amante, y siempre fue fiel a su esposa la Reina Marie Antoinette, cuando ella sí tuvo como amante el Conde sueco Axel de Fersen.



LA MARQUESA  DE MONTESPAN Y EL DRAMA DE LOS ENVENENAMIENTOS

                 En el mes de Junio de 1.667, el jovencísimo Rey-Sol se fue a guerrear en Flandes. Todo le sonreía: A penas se veían llegar a las tropas francesas, los españoles se apresuraban en abrir las puertas de sus ciudades.

                La reina, las princesas, toda la corte, seguían al rey. Sin embargo a la amante oficial, Louise de Lavallière, se le había rogado de permanecer en su morada de la Rue de la Pompe en Versalles.  Comenzaba su caída en desgracia y el título de Duquesa que acababa de serle concedido - el 8 de Mayo de 1.667 - parecía más bien una compensación por el abandono… además Louis XIV acababa de hacer su retiro espiritual de Pascua - lo que tenía un profundo significado. Con toda seguridad su Majestad muy cristiana se arrepentía. Luisa con las lágrimas en los ojos, había remitido a Luis un soneto, que terminaba con esos versos:



Todos esos defectos, gran Rey, se unen a 
vuestras virtudes, 
vos me amabais antaño y ya no me amáis; 
¡Ah! ¡Cuán diferentes son mis sentimientos 
de los vuestros, amor, a quien debo 
todo mi mal 
y todo mi bien,
             ¿Por qué no os otorgáis un corazón como el mío,
             O por qué no me dais un corazón semejante
 al de los demás?

 El Rey, invocando las exigencias de Marte, había contestado de la misma manera y con las mismas rimas:

            
Renuncio al amor que apaga mis virtudes,
No alegad ya sus leyes, ya no las conozco,
La gloria tiene unos atractivos
que triunfan sobre los vuestros
Además, bello Lirio, ¿Acaso no sabe Vd muy bien
que un héroe cuyo corazón es semejante al mío,
da al amor leyes, que el amor dicta a los demás?
              

      Naturalmente ni el “héroe” ni el “bello lirio”, habían compuesto ellos mismos sus sonetos; había para ese tipo de cosas, poetas a sueldo – siendo a menudo el mismo que componía demanda y respuesta…- Las explicaciones de Louis no convencieron de modo alguno a Louise y esta tomó, a su vez el camino de Flandes en donde su real amante la recibió fríamente.

               Todos enseguida imitaron al amo.
             Y se pudo ver en La Fère, a la pobre duquesa permanecer de píe a la puerta de la carroza de la reina, sin que María Teresa le ofreciera la limosna de una mirada. Toda la carroza imitó enseguida a su dueña. Se encontraban ahí la Sta. de Montpensier, la princesa de Bade, las Sras de Montausier y de Montespan.

               Mientras que el carruaje, dejando plantada ahí a Mme de La Vallière, se encaminaba por la carretera de Guise, esas damas chismorrean. Françoise-Athenaïs de Montespán, amiga de la que cayó en desgracia, no es la última en hundir a la que desea tanto sustituir.
              -Admiro su osadía por atreverse a presentarse ante la reina, exclama; y acudir con tanta diligencia sin tener la certeza de si ella lo iba a encontrar conveniente; con toda seguridad, el Rey no le pidió que viniese.

              Y cuando a la reina se le caen las lágrimas, Madame de Montespán tiene la osadía de añadir, mirando a la Reina María Teresa con compasión:
              "Dios me guarde de ser la amante del Rey. Pero si lo fuera me avergonzaría ante la reina"…
             Pero en la contienda, es en Avesnes que Louis XIV empezó a fijarse en la bella Françoise-Athenaïs.

                 ¡Y se entiende el por qué!
              No se podía soñar con una belleza más deslumbrante que la que tenía esa rubia criatura de buen cuerpo y con unos ojos “de color azul celeste”. “Siempre estuvo rodeada de una selecta compañía, decía Saint Simón, que era un experto en esa materia, dotada de una gracia de lo mas subida, que estaba a su altura y que se adaptada a las circunstancias. Era imposible tener más gracia, más fina cortesía, más expresiones singulares, elocuencia, precisión natural, lo que le otorgaba un lenguaje único, pero que era delicioso.”

             Por otro lado, Primi Visconti precisaba: “Su mayor encanto era una gracia, un espíritu y cierta manera de bromear.” Es por esa alegría que agradó a la Sta de Lavallière hasta tal punto que no podía estar sin ella”. Louise cometió la imprudencia de hablar de su nueva amiga al rey, el cual al principio estaba molesto por los esfuerzos desplegados por Françoise- Athenaís para agradarle.

                Hace lo que puede, pero yo no quiero, decía con soberbia.
           Pero, como lo dice Madame de Sevigné, “su tocado era digno de su belleza” y “su alegría era como su tocado”…Por esa razón Luis capituló y se encontró muy a gusto. Tan a gusto, que el rey volvía a sus aposentos conyugales solo a las cuatro de la madrugada.
               -Leía los informes y los despachaba, le aclaraba a María Teresa que se extrañaba.
         -Pero podríais hacerlo en otro momento, suspiraba la abandonada.
             Como era de suponer, el marido fue menos ciego y Monsieur de Montespán no ocultó su desgracia. “Se desencadenó con furia” y se le declaró “más loco que nunca”. No se calmó de ninguna manera al asistir el 13 de enero de 1.668, a la representación del Amphytrión de Molière, y al escuchar los dos versos que se aplicaban tan bien a su caso:


                                

Un compartir con Júpiter 
No tiene nada de indecoroso….
       
                Se agitó tanto que lo detuvieron, pero una estancia en la cárcel de Fort-l´Evêque no llegó a sosegarle. Retornado a su casa, en Guyenne, revistió su carroza de crespón negro y rogó a sus parientes y amigos que asistieran a los funerales de su esposa. Avisándoles que haría su entrada en la iglesia por la puerta grande:
               -Mis cuernos son tan grandes, indicó que no puedo entrar por la pequeña.

               Al principio – antes de que Louise se refugiara en el Carmelo - Louis XIV ofreció al mundo el escándalo - según lo declaraba Saint-Simón - de exhibir dos amantes juntas:  "El rey las paseó por las fronteras, por los campamentos provisionales de los ejércitos, en la carroza de la reina.” Naturalmente, la bella Françoise-Athénaïs, a pesar de lo que había declarado, estaba al lado de María Teresa, sin sentir la menor vergüenza. Y sin embargo, pronto ocupó, en el primer piso del palacio, una estancia de veinte habitaciones, cuando la reina solo poseía once, en el segundo. Nada era demasiado hermoso y deslumbrante para ella. Los siete hijos que el rey le hizo, fueron legitimados por el Parlamento y recibieron cargos y títulos para quedarse atónitos. Es así como veremos al duque de Maine, coronel con cinco años, gobernador del Languedoc con doce, y general de las galeras con dieciocho.

              En Versalles, solo se hablaba del esplendor de la marquesa “radiante y triunfante”, de su lujo, de su inconmesurable orgullo, de sus “mil rizos” de sus “pendientes de ríos de diamantes”, de sus vestidos de “punto de Francia” o de oro. Sobre todo de oro “de oro sobre oro rebordado de oro, y encima, un oro rizado, encastrado de un oro mezclado con cierto oro”…

              Algunas veces, se encaraba con su amante-sol, cuando este condescendía a alumbrar con uno de sus rallos a alguna belleza que se cruzaba en su camino. Así fue con Madame de Ludres. Cuando el rey abandonó esa conquista pasajera, toda la corte vino a felicitar a Madame de Montespán. “ ¡Ah, hija mía, escribía Madame de Sevigné, que triunfo en Versalles! Que redoblado orgullo, que retoma de posesión! Estuve una hora en esa habitación. Estaba tumbada en la cama, ataviada, peinada: descansaba para el medianoche (sic). Estuvo discurriendo sin parar sobre la pobre Madame de Ludres…”

               Y un poco más adelante:
              “Madame de Montespán estaba el otro día toda cubierta de diamantes; no se podía soportar el resplandor de una divinidad tan grande. El atractivo parece más sólido que nunca, están  cruzándose las miradas: “nunca se vio un amor rebrotar de esa manera.”
               Sin embargo, un día de 1.679, todos los temas de las conversaciones de la corte tomaron un nuevo rumbo. Se le dio menos importancia a los ojos derrotados o no de la favorita, o a la intensidad de la llama del Rey-Sol.” Se vive con gran agitación, decía Madame de Sevigné a su hija, se manda gente para recabar noticias, se envían mensajeros en las moradas para estar al tanto, la gente se ha vuelto curiosa…”
                
   El asunto de los envenenamientos comenzaba, 
¡Y que asunto !

             El drama comenzó con una alegre cena ofrecida por una tal Mme Vigoureux, esposa de un sastre de señoras. Una de las invitadas, viuda de un tratante de caballos, a la presente echadora de cartas, parecía, con la ayuda de la bebida, muy excitada. Marie Bosse, ese era su nombre, se asfixiaba de risa, exclamando entre dos tragos:
          -¡Que oficio tan hermoso!  ¡Que clientela tan selecta! ¡Todo son duquesas, marquesas, príncipes y señorías. Aún tres envenenamientos más y me retiro forrada!

             - Un abogado - Maître Perrín – que estaba presente, relató el extraño propósito de la adivinadora a su amigo el capitán  Desgrez, este, envió a la mujer de uno de sus subordinados a casa de Marie Bosse con la misión de quejarse de su marido. La echadora de cartas cayó en la trampa. Esta no se limitó a sacar de su cajón las cartas del tarot, pero entregó a su nueva clienta un frasco de veneno, lo que le permitiría deshacerse de su incomodo esposo.
             Se la detuvo y se encarceló igualmente a la dama Vigoureux que se dedicaba al mismo oficio. Al día siguiente se interpeló igualmente a la señora Montvoisin, también conocida como la famosa Le Voisin, cuando salía de misa. Se encontró en las casas de esas damas arsénico, toda clase de venenos y otros productos como polvo de cangrejos de río, limaduras de uñas, sangre menstrual y la inevitable afrodisíaca cantárida.

             Solo se tuvo que tirar de la madeja, para encerrar bajo llave toda una banda de envenenadoras, de abortistas, de magas y de pitonisas. Vinieron a añadirse a ellas, toda clase de brujos, alquimistas, buscadores de piedras filosófales, y oficiantes de misas negras.
             Las ceremonias que practicaban esos horribles personajes nos dejan consternados. Como lo dirá La Reynie, encargado de instruir la causa: “Ya es dificultoso, solo el poder imaginar que se puedan cometer esos crímenes: a duras penas se puede dedicar a considerarlos. Sin embargo son los mismos autores que los confiesan, y esos truhanes los cuentan con tanto lujo de detalles, que es difícil ponerlos en duda”.

             Para “conjurar al espíritu”, es decir al Demonio, y poder predecir el futuro, esa turba vomitada del infierno se entregaba a sortilegios, imprecaciones y misas negras para los cuales se exigía sacrificios de niños. “Una mujer, lo más a menudo una prostituta a punto de dar a luz, como así lo explica Ravaissón, era llevada en medio de un círculo trazado en el suelo y rodeado de velas negras: cuando el alumbramiento ocurría, la madre entregaba a su hijo, para ofrecerlo al demonio.

          Después de haber pronunciado inmundas conjuraciones, el sacerdote degollaba a la víctima, algunas veces bajo los ojos de su madre; pero, más a menudo, era llevado para sacrificarlo a parte, ya que en el último momento, la naturaleza ultrajada retomaba sus derechos, y se había visto a esas desgraciadas arrancar a sus hijos de la muerte. Otras veces, bastaba con sacrificar a un niño abandonado, las adivinadoras siempre tenían alguno a mano: las jovencitas imprudentes, las mujeres de costumbres ligeras, dejaban el encargo de exponer los frutos de un amor ilegítimo…los niños, después de haber sido bautizados, eran asesinados y llevados acto seguido al cementerio, o más a menudo enterrados en cualquier esquina del bosque o incinerados en un horno.”

              Para poder gozar del amor perfecto con su amante, la bonita señora de Polaillón, cliente de La Vigoureux, quiso eliminar a su riquísimo - y a sus ojos, demasiado viejo - marido.  Siendo cliente de Marie Bosse y de La Vigoureux, la dama empezó por lavar las camisas de su esposo con arsénico. A pesar de su edad, Monsieur de Polaillón resistió el tratamiento. Su mujer, dudó en administrar al recalcitrante un lavado con arsénico y  - finalmente – se decidió por un procedimiento más expeditivo: la emboscada en una esquina del bosque. Pero, prevenido a tiempo, el marido pudo hacer detener a su envenenadora esposa.

               Si La Voisín manejaba el veneno bajo todas sus formas, se dedicaba también a los abortos practicados al por mayor. La terrible mujer confesó “ haber  incinerado en un horno, o enterrado en su jardín, los cuerpos de más de dos mil quinientos niños nacidos antes de término”. Tenía también que ofrecer víctimas al horrible sacerdote Guilbourg. Faltan palabras, para describir a ese espantoso sacerdote, con su rostro de pesadilla, a ese sacristán de la Iglesia de Saint-Marcel de Saint-Denis, que decía misa encima del cuerpo desnudo de las mujeres, que querían obtener del Demonio alguna gracia especial. En el Ofertorio se degollaba a un niño.

             Enterado del asunto, Louis XIV horrorizado, instituyó en el mes de Abril de 1.679, una comisión especial denominada la Cámara ardiente, ya que ese tipo de juridisción cuya finalidad era juzgar a los crímenes “fuera de serie”, tenía su sede, en la Edad Media, bajo la luz de las antorchas, en habitaciones forradas de negro, En el “Arsenal” la comisión tuvo que juzgar a trescientas sesenta y siete personas y tuvo que condenar a muerte a treinta y seis acusados. Los otros indicaron como clientes personajes tan importantes, que escaparon al último suplicio. “ No se habla de otra cosa en las compañías, indicaba Madame de Sevigné a su hija; en efecto, no existe ningún caso similar en una corte cristiana.”

             La duquesa de Bouillón compareció en el Arsenal, en la Cámara ardiente, acompañada, no solo de toda su familia, pero también de su marido y de su amante, que vinieron cada uno, cogiéndola de la mano hasta las puertas del tribunal. Contestó a las preguntas “de una manera burlona y con desdén”;

- ¿Conoce Vd. a La Voisín?
- Sí.
- Porqué quiere Vd. deshacerse de su marido?
- Yo, ¡deshacerme de él! Pregúntele, si está convencido de ello; me trajo de la  mano hasta esta puerta.
- Pero ¿Por qué iba Vd. tan a menudo a casa de La Voisín?
- Es que quería consultar a las Sibiles que me había prometido; esa visión merecía llevar a cabo todos esas visitas.

          La Duquesa parecía inocente - lo que no impidió que fuese exiliada – Pero, personajes cada vez más importantes, se hallaban poco a poco cada vez más involucrados. Y el ministro Louvois podía decir a Louis XIV:- La Voisín empieza a hablar demasiado, afirmó ayer que Madame de Vivonne (cuñada de Mme de Montespán) y Mme de La Mothe, ambas, le solicitaron los medios para poder deshacerse de sus maridos.

         El entorno del Rey y de su amante empezaba a ser invadido por la ola de corrupción. Las primeras en ser alcanzadas fueron las Stas des Oeillets y Cato, ambas damas de compañía de Madame de Montespán: - La primera había llamado la atención del Rey el cual, según se dice, le habría dado una hija.
         El brujo Le Sage, acusaba sin descanso. Según lo que decía, su colega La Voisín habría ido a la corte, no a Versalles pero sí a Saint- Germain, y habría entregado pócimas y drogas a sus dos clientes.

         Louis XIV decidió con valentía vaciar el tumor. “Su Majestad, decía La Reynie, nos ha ordenado, ejercer la justicia y cumplir con nuestro deber, en términos de extremo rigor y equidad, y recalcándonos que deseaba de nosotros para el bien público, que indagásemos todo lo que pudiéramos, en ese desgraciado asunto de los venenos, para así poder cortarlo de raíz, en la medida de lo posible. Nos mandó igualmente ejercer una justicia absoluta sin distinciones de personas, condiciones y sexo…”

         Se instruyó pues el proceso de La Voisín y la bruja fue condenada. Antes de ser quemada viva, fue sometida a las preguntas ordinarias y extraordinarias y reconoció haber cometido los crímenes que le fueron atribuidos, pero, parecía tener un buey en la lengua cuando se trataba de la corte.
           Sin embargo, reconoció haber tenido trato con la Cato:
        - Pero el único contacto que tuve con ella fue para leerle las líneas de la mano; y la verdad es que al mirarle la mano en el Palacio real y decirle que sería amada por personas de calidad, Cato me rogó, que hiciera algo, para que pudiera entrar en casa de Madame de Montespán; habiéndole pedido para ello una camisa, Cato me la envió por su tía y ¡Comencé una novena al Espíritu Santo que todavía no he terminado!

         Antes de emprender el camino de la hoguera, reconoció aún, para descarga de su conciencia, que un numeroso grupo de personas de toda clase de condiciones y de posiciones, se dirigieron a ella para solicitar dar muerte y los medios para matar a muchas personas, y que la depravación es la principal causa de todos esos desórdenes”.
         Luego la llevaron a  la hoguera.

         “La vimos pasar por la estancia de Sully, Madame de Chaulnes y Madame de Sully, la condesa de Fiesque y muchas otras, escribe Madame de Sevigné.

         En Notre-Dame, se negó a pronunciar la enmienda honorable, y en La Grève luchó con todas sus fuerzas, para no salir de la carreta: Se la sacó a la fuerza, y se la colocó en la hoguera, sentada y atada con cadenas; se la cubrió de paja; blasfemó mucho; rechazó la paja cinco o seis veces; pero al final el fuego se incrementó, y se la perdió de vista, sus cenizas están ahora en el aire. Esa fue la muerte de Mme Voisin, que fue famosa por sus crímenes y su impiedad. Se cree que habrá grandes acontecimientos que saldrán a la luz y que nos sorprenderán. Un juez, a quien mi hijo dijo que era un acto cruel eso de quemarla a fuego lento, le dijo:

           “- ¡Ah, Señor! existen pequeños alivios por la debilidad del sexo.
           “- ¿De que se trata, Señor, se las estrangula?
           “- No pero se les tira trozos de leña a la cabeza, ¡ y los ayudantes del verdugo le arrancan la cabeza con garfios de hierro!
           “Ya lo veis, hija mía, concluía la Marquesa, eso no es tan terrible como se cree: ¿Como os sentís, después de ese pequeño relato?”

         A decir verdad, La Reynie, el 20 de Agosto de 1.680, nunca pensó imitar el tono burlón empleado por Madame de Sevigné. Ese día, tenía enfrente de él a Marguerite Mauvoisin, hija de La Voisin que le declaraba:
        - Mi madre ha sido juzgada, ya no tengo nada que ocultar, y quiero que se sepa toda la verdad.
         Las palabras que pronunció acto seguido la hija de la bruja, dejaron al teniente de policía espantado. ¡Juzguen Vds.! Marguerite reconocía haber asistido a las misas negras que se celebraron en casa de su madre, por el horroroso sacerdote Guibourg, misas negras, que siempre estaban obligatoriamiento acompañadas por degollamientos de niños.

       -He visto a la dama puesta completamente desnuda sobre el colchón, con la cabeza colgando, un mantel en el vientre y sobre el mantel una cruz encima del estómago, el cáliz en el vientre. Era hace tres años sobre las diez de la noche.
       Y La Reynie, con un escalofrío en su frente, oyó pronunciar el nombre de “la dama”:
       -Madame de Montespan.
       No era la primera vez que el teniente de policía oía el nombre de la amante del Rey-sol en el transcurso de la instrucción de ese abominable asunto. Ya, en su primer interrogatorio, Marguerite Mauvoisin había afirmado:
       - Siempre que le ocurría algo nuevo a Mme de Montespan, y que temía por la disminución de las mercedes del rey, avisaba a mi madre, para que aportara algún remedio, y mi madre, recurría siempre a sacerdotes, para que dijeran misas, y entregaba pócimas para dárselas al rey.

       - Pero nunca aún la hija de la bruja había afirmado que las misas negras se habían celebrado sobre el vientre de la amante Real.
        Una pregunta era trascendental: ¿Marguerite Mauvoisin había tenido algún contacto con la marquesa de Montespan?

       - Ciertamente, contestó Marguerite, en varias ocasiones mi madre entregó varias pociones a Madame de Montespan, pero yo no he tenido nada que ver. La primera vez que se las entregué a la dama fue hace dos años y medio…la dama vino a ver a mi madre y después de haber conversado juntas, mi madre me hizo comparecer ante la dama y le dijo: ” Madame ¿seréis capaz de reconocer a esta joven? La dama dijo que si, pero tendría que llevar alguna señal. Se convino ese día, jueves que la dama vendría el lunes a los “Petits-Pères” y que tendría un antifaz que me quitaría y que haría como si escupiera cuando vería a la dama, así se hizo, y al pasar, sin detenerme, le entregué en la mano un pequeño paquete lacrado, con la pócima y que mi madre me había dado.

        La Mauvoisin añadiría aún:
       - Otra vez, entre Ville-d´Avray y Clagny, en el llano, abajo, en el pavimento, se me ordenó acudir a una determinada hora, y la dama detuvo su carroza al verme. Estaba tan pegada a la puerta, que le dije con solo dos palabras lo que tenía que entregarle en mano; era la pócima confeccionada por Laporte y pasada debajo del cáliz.
- Cuando Mme de Montespán no podía desplazarse, habría enviado a la bruja a la Sta des Oeillets “que estaba encargada de llevar y traer para esos menesteres”.

       Pero aún se iba a ahondar más en el horror. El 9 de Octubre, la hija de la bruja le habló a la Reynie sobre el sacerdote Guilbourg:
      - Guilbourg ofreció, en la misa de Madame de Montespan, mandado por mi madre, a un niño que parecía haber nacido antes de término. Lo colocó en la tinaja, lo degolló, vertió en el cáliz y consagró la sangre con la hostia, y terminó su misa, luego mandó tomar las vísceras del niño; la madre Voisin llevó a la mañana siguiente, en casa de la Dumesnil, para destilarlo, la sangre y la hostia en un frasco de cristal que se llevó Madame de Montespan.

            Y Marguerite añadió.
        - Creo que la Dumesnil había traído el niño a la misa de la Montespan. En la consagración, Guilbourg pronunció los nombres del Rey y de Madame de Montespan.
        A la mañana siguiente, el teniente de policía tenía la confirmación de las acusaciones de la hija de Voisin: Por el sacerdote Guilbourg, que confesó haber leído esta conjuración en el momento de degollar a esa pobre pequeña víctima:

        “ Astaroth, Asmodeo, príncipes de la Amistad, os conjuro que aceptéis el sacrificio que os presento de este niño,  para las cosas que solicito, a saber, que la amistad del Rey, de Monseñor el Delfín me sea perpetuada y el ser honrada por los príncipes y princesas de la Corte, que nada de todo lo que le solicite al Rey  me sea denegado, tanto para mis parientes como para mis sirvientes.”

         El sacerdote renegado, “había comprado el niño que fue sacrificado en esta misa, por el precio de un escudo, escribe La Reynie. Habiendo extraído sangre del niño que pinchó en la garganta con una navaja, lo vertió en el cáliz, luego el niño fue llevado a otro lugar, y a continuación, se le entregó el corazón y las vísceras, para decir una segunda misa”.

            En efecto, dos misas más se habrían de decir sobre el cuerpo desnudo de la altanera favorita, pero la Marquesa tenía siempre el tocado bajado “que le tapaba la cara y la mitad del seno”.
              Sigamos con la lectura de las anotaciones de La Reynie.

         “Dijo la segunda misa en una choza sobre las murallas de Saint - Denis, sobre la misma mujer, con el mismo ceremonial, encontrándose ahí La Pelletier. Dijo la tercera en Paris, en casa de La Voisin, sobre la misma mujer, pudo ser hace ocho o nueve años, y luego, dijo trece o catorce años. Declara también, que hace cinco años, dijo una misa semejante en casa de La Voisin, sobre la misma persona, que siempre le dijeron que se trataba de Madame de Montespan, para las mismas intenciones.”

            Es imposible poder reproducir la composición del inmundo “potingue” que luego compuso Guilbourg en un cáliz, mezcla que el Rey tragó sin darse cuenta, mezclada con sus alimentos, gracias a  la complicidad de un oficial cocinero. El corazón se estremece al leer el texto de La Reynie y se entiende que Louis XIV, después de absorber esa mezcla de inmundicias, sufrió numerosas molestias, que los médicos fueron naturalmente incapaces de descubrir la causa. 
         Al terminar la “misa”, Guilbourg encontró en una silla el texto del “pacto” que Mme de Montespan había leído por su parte:

          “Solicito la amistad del rey y la de Monseñor el Delfín, y que me sea perpetuada, que la reina sea estéril, que el rey deje su lecho, y su mesa por mí, que obtenga de él todo lo que le pida para mí, y para mis parientes, que mi servidumbre y mis criados le sean agradables; que sea querida y respetada por las grandes señorías, que pueda ser llamada a los consejos reales, y saber lo que ahí ocurre, y que esa amistad aumentando más que en el pasado, haga que el rey abandone y no vuelva a mirar a La Vallière, y que, siendo repudiada la reina, pueda casarme con el rey.”

        Esos acontecimientos relatados por la hija Voisin y Guilbourg, se habían conocido hace ya varios años. Sin embargo, Madame de Montespan, por esa razón incrementó su confianza hacia la bruja, ya que Mademoiselle de La Vallière había sido definitivamente abandonada por Louis XIV y que la nueva favorita le había dado 7 hijos al rey. Según las deposiciones de los acusados, la orgullosa Montespan había pues continuado a ser una excelente cliente de La Voisin. Cuando el rey comenzó a echarle el ojo a Mademoiselle de Fontanges, la marquesa se dirigió entonces de inmediato a casa de la bruja y, gracias a los potingues entregadas por La Voisin, la Marquesa habría tratado de envenenar a su rival, entregándole para ello un par de guantes.

        Con toda seguridad, la bella Fontanges, “que era más tonta que los patos blancos” entregó su alma en 1.681, pero no parece que Madame de Montespán tenga algo que ver. Testigo de ello, este extracto de la autopsia de la que fue “la bella Fontanges”:
        “Hidropesía del pecho conteniendo más de tres pintas de agua, con muchas materias purulentas en los lóbulos del pulmón derecho, cuya sustancia estaba enteramente corrompida y gangrenada, adherida por todas partes…”

        La hija Voisin y sus compañeros afirmaron aún que La Montespán habría querido envenenar al mismísimo Rey, remitiéndole un placebo. Pero, ¿Puede ser eso verdad? ¿No era el Rey-Sol la única salvaguardia de la Marquesa? A ese respeto, Marguerite había puntualizado:

       - Lo que conocí sobre los malos designios sobre la persona del Rey, proviene del hecho de lo que le oí decir a mi madre, ya que hubo un momento en que Madame de Montespan, se había dado cuenta de que todo lo que había hecho para ella, desde hace varios años, ya no servía para nada. Mi madre me dijo, que la dama quería llevar todo a sus últimas consecuencias y que por eso quería involucrarla en asuntos que le provocaban rechazo.

       Otra bruja, la Trianon - “a quien mi madre le comunicaba todo” - confesará la hija Voisin, habría llevado el potingue envenenado a Versalles.
      - ¿Cómo pudo Vd. creer, exclamó La Reynie, que un tal potingue podría envenenar el rey al meterlo sobre un papel?

       Pregunta pueril. En aquella época, los conocimientos acerca de los venenos, se limitaban a una ingenuidad que, afortunadamente ha desaparecido. Se envenenaba – o se creía poder envenenar – con perfumes. ¡Había que ver lo que se inventaba para alcanzar esos fines! Se ofrecía media fruta, cortada en presencia del sujeto, por un cuchillo, el cual había sido untado de veneno por un solo lado. Guilbourg había ideado cierta llaguita en la boca que hacía morirse se risa. También existían llaves, cuyas puntas - envenenadas - surgían de golpe, cuando se colocaban en la cerradura. Igualmente el contacto con un placebo leído con las manos desnudas, podía ser muy peligroso.

        La segunda objeción de Monsieur de La Reynie parecía más juiciosa:
       ¿Cómo podría Vd. suponer que, le sería fácil a una mujer como Trianon, poder aproximarse al Rey, para echar los polvos en su bolsillo en donde tiene el pañuelo?
        - Trianon no creía que eso fuera difícil; decía que al echarse de rodillas para implorar algunos favores, en la capilla o en otra parte, ya se las arreglaría…

         El historiador no debe aceptar sin ningún recelo las terribles acusaciones llevadas a cabo en contra de la madre de los príncipes legitimados. Así como lo ha escrito en su libro sobre El asunto de los venenos, nuestro excelente colega Georges Mongredien, “Hay que reconocer que la personalidad de esos criminales no inspira ninguna confianza a primera vista y que por lo menos es imprudente el aceptar sus declaraciones sin ninguna reserva. Y además se observan graves contradicciones en sus declaraciones”.

           Otra bruja - La Filastre - que acusaba, ella también a Madame de Montespan, se retractó en el momento de ir al suplicio. Hay otro hecho en contra: los acusados para librarse de la muerte, tenían el mayor interés en involucrar a los más altos personajes y, por supuesto, a la amante del rey. Y todo eso con la finalidad de “transformar ese sencillo proceso criminal en asunto de Estado y hacer prácticamente imposible la continuación del procedimiento judicial. No era en verdad posible hacer comparecer a Madame de Montespan en la Cámara ardiente, y ellos lo sabían perfectamente. Colocarla “en el baño” según la expresión popular, tanto a ella como a algunos otros, era molestar el poder civil y judicial, retrasar la instrucción y la hora del castigo, y quizás hacerlo para siempre imposible.”

          El ministro Colbert cuya tercera hija se había casado con el sobrino de Madame de Montespan - Louis de Rochechouart - tenía el sumo interés en salvar a la Marquesa y, para él se trataba de execrables calumnias. Si se le puede creer, Marguerite Mauvoisin, gracias a sus deposiciones, daba crédito a “su proceso transformándolo, como consecuencia de ello y dándole el título de crimen de Estado y hacía de ello un asunto sumamente importante”.

         Según el ministro, eso era el medio infalible, para obligar a los jueces al silencio y para desviarlos hacia largas investigaciones”. Y, recordando que la Voisin siempre había negado haber encontrado a Mademoiselle des Oeillets, Colbert notaba muy acertadamente:
         -¿Por qué se admite que la madre, que tuvo el último y más sensible de los intereses en decir la verdad, no la dijo y que al contrario la hija, que tuvo la mayor necesidad de mentir, no lo haya hecho?

        Sin embargo, la defensa de Madame de Montespán se derrumba, cuando nos fijamos, con el tan objetivo Georges Mongredien, sobre un asunto mucho más antiguo que demuestra que ya, desde 1.667, cuando Madame de Montespan esperaba ocupar el puesto de su amiga La Vallière, Françoise-Athénaïs había tenido también contactos estrechos con dos otros acusados del drama de los Venenos: el brujo Lesage y el sacerdote Mariette. Este último, había sido detenido en 1.668, e interrogado en estos términos:

     - ¿A quien leyó Vd. los evangelios sobre su cabeza?  
     - Los he leído sobre la cabeza de Madame de Baugy, sobre la de Madame de Montespan, la de Duverger, la de Monsieur de Ravetot, todas esas personas que Lesage trajo a mi casa.
       - ¿Porqué leía Vd. los evangelios en su habitación?
    - Dubuisson me había dado a entender que era inútil ir a la Iglesia para ello, y que el evangelio, leído por un sacerdote tenía el mismo efecto en cualquier lugar.
     - ¿Tenía Vd. una estola y una casulla?
     - Sí

      Lesage confesó, por su parte, que había encontrado a Madame de Montespan en casa de Mme de Thianges “y que pedía ser la amante del rey, y que era para eso que se leían los evangelios y las conjuraciones en la misa del rey”.
      Sin duda alguna no se trata aquí de conjuraciones y de degollamientos de niños, pero ya se hablaba en 1.667 de pócimas “para provocar un hechizo amoroso destinado  al rey”.
      Mariette solo será condenado a 9 años de destierro. El presidente de la cámara de la Tournelle en donde compareció, resultó ser M. de Mesme, padre de la cuñada de Mme de Montespán. Y esto explica lo otro…

      La Reynie, que había pedido los informes del proceso, de 1.668, opinó, después de haberlas leído – Lo sabemos gracias a una noticia que permaneció oculta hasta nuestra época, y que ha sido desvelada por Georges Mongredien – “que esos datos eran perfectamente fiables porque habían sido referidos en una época fuera de toda sospecha”.

      Y el honrado teniente de policía, concluía subrayando este texto: ”El uno y el otro conocen a Madame de Montespan; la vieron y trataron con ella varias veces, y, a ese respeto se puede afirmar que entre todos los hechos acontecidos, no existe ningún otro que tenga más apariencia de verdad, y si se comprueban estos hechos, esto sería la mayor confirmación oficial y la mayor presunción de la verdad, en lo referente a Madame de Montespan en cuanto a los hechos anteriores y los posteriores”.

          Luis XIV opinó de la misma manera. Espantado, detuvo la instrucción del asunto. El teniente de policía se desesperó:
       -Hay cuarenta y siete prisioneros en la Bastille y en Vincennes, se lamentaba. En ese número no hay ni uno que no tenga cargos importantes por envenenamientos, o por tráfico de venenos, y además cargos en su contra por actos sacrílegos e impiedosos. La mayor parte de esos proscritos van a quedar impunes…

       Para satisfacer a la opinión pública y tener la conciencia tranquila, se juzgó y se condenó a muerte a dos inculpados, escogidos, para colmo, entre los menos culpables y que no habían ni siquiera pronunciado el nombre de Madame de Montespan. Luego una carta sellada – del 21 de Julio de 1.682 – cerró la Cámara ardiente. Los acusados que sabían demasiado fueron trasladados a varias fortalezas. El ministro Louvois dio la orden, de que cada uno de ellos fuera atado con una cadena de hierro, que tuviese un anillo empotrado a la pared de su celda y el otro enganchado a su cuerpo.

        ¡Permanecieron de esa manera, seis por celda, hasta la muerte! ¡Algunos la esperaron durante más de cuarenta años! Louvois prohibió a los intendentes y gobernadores “El prestar oído a cualquier cosa referente a las calumnias que esos pillos podrían llevar a imaginar”. Y Louvois añadía además: “Y por encima de todo, recomendad a esos señores, el prohibir de que se oigan tonterías que podrían decir a voces, habiendo ocurrido oírlas referente a Mme de Montespan y que no tienen fundamento alguno, y que les amenacen de castigarles tan cruelmente cuando oigan el menor ruido, que ninguno se atreva a murmurar”.

       ¡Cuales serían los propósitos de toda esa turba vomitada del infierno, de esos envenenadores y oficiantes de misas negras condenados a morir encadenados y a ver morir enfrente de ellos a sus cómplices! ¡Que escena para un dramaturgo!

         Cuando Mme de Villedieu fue detenida, exclamó:
      -Es extraño que se me encarcele, a mí, que solo estuve dos veces en casa de La Voisin, mientras que se deja en libertad a Mademoiselle des Oeillets que fue a verla mas de cincuenta veces.
      - El rey no permitirá que se le encarcele, había dicho esta última a Mme deVilledieu.

     Mlle des Oeillets fue sin embargo sometida al careo con los principales acusados del asunto y fue reconocida por ellos. Luis XIV, se contentó sin embargo de encerrarla de por vida en el hospital general de Tours en donde murió el 8 de Septiembre de 1.686.

     ¿Pero, qué ocurrió con Mme de Montespán? Si la acusación de envenenamiento podría estar, al parecer descartada, permanecía sin embargo la acusación por su participación en las misas negras y en los degollamientos de niños. Luis XIV le había ahorrado la humillación del reconocimiento público de  sus relaciones con las brujas.

     Louvois, Colbert y Mme de Maintenon habían aunado sus esfuerzos para “amortiguar una caída demasiado brusca”.
     La madre de los hijos del rey no fue expulsada de la corte, solo debió abandonar sus extensas estancias en el primer piso para otro más alejado. El rey seguía recibiéndola en público y la visitaba oficialmente, pero los espectadores de la tragi-comedia de Versalles notaron el profundo cambio acaecido en la actitud del Rey.

        Madame de Sevigné escribía a su hija, que Louis XIV, trataba a Madame de Montespan con aspereza. Bussy-Rabutin aseveraba que la miraba con desdén. En 1.691 la antigua favorita se retiró a la Comunidad de Saint-Joseph. Ya no pudo regresar a la corte para asistir a la boda de sus hijos. Como así nos lo dice Saint-Simon, “paseó su ocio y sus inquietudes en Bourbon, en Fontevrault, en las tierras de Antón, y estuvo muchos años sin poder encontrarse”.

      La Marquesa fue a pedir consejo a Louise de Lavallière –Sor Louise de la Misericordia- siempre recluida en las Carmelitas, la cual le aprendió como la penitencia puede aportar fortaleza para el espíritu. Poco a poco, entregó casi todo lo que poseía a los pobres, trabajando para ellos en labores humildes. Apenas comía, multiplicando ayunos y privaciones, y llevaba bajo su ropa camisas, de tejido basto y un cinturón de hierro que “le producían llagas”.

      Su miedo a la muerte era espantoso. “Se acostaba con todas las cortinas abiertas, con muchas velas en su habitación, nos dice Saint-Simon, sus acompañantes velándola alrededor suyo, queriendo, cada vez que se despertaba, verlas charlando, divirtiéndose o comiendo, para asegurarse que no se adormecieran”.

      Por fin el 27 de Mayo de 1.707, en Bourbon-l´Archambault, la marquesa notó que se moría. Mandó entonces llamar a todos sus sirvientes  “hasta los más humildes” e hizo pública confesión de todos sus pecados, pidiendo perdón por el escándalo que había dado durante tanto tiempo. Se la oyó aún dar gracias a Dios” por haber permitido que muriera en un lugar que se encontraba alejado de los hijos de su pecado”.
      Louis XIV se mostró tan indiferente, que la duquesa de Bourgogne se extrañó.
      -Desde que la despedí, explicaba el viejo Rey, he querido no volver a verla nunca más. Desde ese momento, ya había muerto para mí.
     
      Aún se acordó de ella el 13 de julio de 1.709. La Reynie había fallecido el 14 de Junio. Un mes más tarde, Luis XIV mandó traer un cofre de cuero negro, el cual según el secretario judicial Sagot, el secretario Gaudion estaba encargado de su custodia y en el cual estaban “varios pliegos de actas redactados durante los años 1.679-1.680 y otros años hasta la separación de la Cámara del Arsenal, que se habían conservado por orden expresa de su Majestad”.

      Se trataba de los “actos personales” que se referían a Mme de Montespan.

      Ante el rey y en presencia del canciller, se quemó el contenido. Pero los actos de La Reynie, con los análisis detallados de la instrucción, mucho más importantes que las declaraciones escaparon al autodafé. Luis XIV desconocía su existencia y estaba seguro de que las llamas habían destruido para siempre las denuncias que habían hecho de su amante -de la madre de los Hijos de Francia- la cómplice de los más horrorosos personajes de los anales del crimen.
     
         No se puede dejar de evocar una paradoja poco común: ¿Como puede ser que en ese siglo XVII, en donde todo era medida, orden y belleza, en la época en que Mansard y Lebrun terminaban la Galería de los Espejos, esa época en la cual los príncipes de Europa se humillaban ante el Rey-Sol, como ha podido ser posible, que en  esos años, resplandecientes de gloria, hayan podido brotar y desarrollarse bajo la mayor gloria de Francia, a dos pasos, ese mundo subterráneo, rebosante de ignominia, que no  puede recordarse sin harta repugnancia.