MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

**
****************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************

rep

domingo, 21 de abril de 2013

DRAMAS Y TRAGEDIAS DE LA HISTORIA DE FRANCIA: LA HORRIBLE MUERTE DEL REY HENRI II


Enrique II, Rey de Francia



        Estamos en presencia de los Reyes de Francia que reinaron en el terrible periodo de las guerras de Religión, el Pueblo en ese momento, estaba imbuido por la mentalidad religiosa que dominaba el pensamiento de todos los habitantes de Europa.

         Y la gran división de la Cristiandad, afectó profundamente no solo a Francia, pero también a Alemania con Lutero, que expandió su Doctrina en casi toda Europa con Calvino en Ginebra, y en Inglaterra con el Anglicanismo cuyo origen fue la depravación de un Rey asesino y sanguinario, que ejecutó en unos años mucho más católicos que la Inquisición en varios siglos.
             Mientras en España, florecía el Imperio más importante de Europa, y del mundo de aquel tiempo, los Reyes de Francia como este Rey Henri II, que de católico firmó el tratado con los Calvinistas, y se alió con el Imperio turco, que era una terrible amenaza para la Civilización Cristiana, tuvo un Reino siempre vencido por los ejércitos españoles, y una muerte atroz.

        Lo mismo ocurrió con Henri III, homosexual y protestante, que fue acuchillado por un fraile católico, cuando intentaba apoderarse de París, defendido por la Liga católica.
       Y también el famoso Henri IV, que dijo "Paris bien vale una misa", y de protestante se hizo católico para ocupar el trono.
       A su vez, este Rey murió asesinado por el celebre Ravaillac cuando se paseaba por París en una carroza descubierta.
     Sin olvidar el Rey francés Francisco I, que se había aliado también con los turcos, que amenazaban a toda la cristiandad, Rey contemporáneo de Carlos V, el Emperador Invicto que lo derrotó en Pavía, y lo llevó prisionero a Madrid.

          El celebre Escritor anticlerical Voltaire, afirmó que la Inquisición española, tan criticada en nuestros días, fue la que evitó las terribles masacres de las guerras de Religión, como la masacre se la Saint Barthélemy en Francia.

      

Del historiador francés André Castelot






En el mes de Junio de 1.559, los vecinos de la Calle Saint Antoine, que moraban entre la calle Saint Paul y en la entrada de la Bastille, suspiraron profundamente: su calle bajo el pretexto de que era, de la Bastille a la calle Saint Paul, la más grande avenida de todo Paris, iba una vez más y durante varias semanas, a servir de marco a los torneos de la corte que moraba a dos pasos de ahí: En el castillo de La Tournelle. Hasta ahora, para los vecinos de la calle Saint-Antoine, los asuntos no se habían torcido demasiado. Sin duda alguna, en el transcurso de los alegres recibimientos, solo se habían contentado de colgar en la fachada de sus casas tapicerías y telas, pero algunas ventanas quedaban libres, y es así como – espectáculo poco corriente – habían podido asistir, en el mes de Enero de 1.540, a la entrada del Emperador Carlos V, al cual, el rey François había autorizado a atravesar por Francia.

 Sin embargo, esta vez, se tomaban demasiadas libertades: se quitaban los adoquines de las calles, se transformaba la calzada en pista de arena, se tapiaba la salida de las calles, se quitaba la cruz delante de la iglesia, se arrancaba el viejo olmo que tenía más de doscientos años, y por fin se levantaban adosadas a las casas, las altas tribunas que taponaban el aire y la luz: La calle Saint-Antoine iba a servir durante varias semanas de marco, para los torneos reales.

Ya antes, se había producido la misma operación, al comienzo del año para una kazozelle, fiesta dada en honor de la pequeña María Stuart que se había desposado con el delfín François. ¡Que pesadilla de murga! El kazozelle que estaba censado representar un combate entre turcos y moros, otorgaba la facultad de tocar los tambores "¡a la moda otomana!", Las tribunas habían impedido a los vecinos ver cualquier acontecimiento…¡El barrio carecía de agrado!

 Entre ellos y el río Sena, se encontraba el cementerio de Saint-Paul en donde se enterraba desde el año 632 y, las tardes de verano, una densa niebla malsana se levantaba del recinto y venía a juntarse con los vapores pestilentes que subían del alcantarillado. Este ultimo drenaba en la calle Saint-Antoine, hasta la iglesia, todas las aguas del barrio, y naturalmente al descubierto, transcurría, - es una manera de decir - cruzando la cultura Sainte-Catherine hacia los fosos del recinto de Carlos V.

 Y hoy, en ese cálido mes de Junio de 1.559, las tribunas volvían a ocultar - y para un largo periodo - las ventanas de las casas. Había un único consuelo: las fiestas que iban a celebrarse, festejaban la paz con los Españoles.
 “Por orden del Rey, habían proclamado los heraldos de la ciudad a cada encrucijada, después de una larga y cruenta guerra, donde hablaron las armas con gran efusión de sangre humana, obedece a razón que cada uno tenga a bien de alabar y celebrar un bien tan grande con grandísima muestra de gozo, placer y alegría.”

A decir verdad, los parisinos estimaban que se pagaba muy caro un “bien tan grande” a cambio de pocas compensaciones. Francia perdía la Saboya, el Piemonte y el Milanés, Córcega, Bresse y Bugey. Como lo decía un cronista, “en una hora y de un  plumazo, se tuvo que devolver todo, y ensuciar y ennegrecer todas nuestras hermosas victorias pasadas, con tres o cuatro gotas de tinta”. Las “tres o cuatro gotas de tinta”, habían también previsto las bodas de Felipe II con Elisabeth de Francia, hija de Enrique II y que tenía trece años, y también el matrimonio de Marguerite, hermana del rey, con el duque de Saboya, Felipe-Emmanuel. El Saboyardo se había personado para la ceremonia, pero el español había enviado para sustituirle, al duque de Alba. Una mañana de Junio de 1.559, entró en la alcoba de su futura reina y con su pierna izquierda desnuda, tocó la pierna desnuda de la jovencita. El matrimonio se declaró entonces “consumado”, Y el duque de Alba se retiró de la cama no sin algún pesar. Es lo que los franceses llamaban:
“Un asunto que cojeaba de una pierna…”
  
A la mañana siguiente, comenzaban los torneos, “y mostraron bien los franceses a los españoles, que son más diestros que ellos en lo que se refiere a la caballería”. Nuestros invitados “mostráronse tan torpes, e hicieron carreras tan renqueantes, que parecía a todo momento que iban a descabalgarse”.
Antes de la boda con el de Saboya, las lides vuelven a comenzar. El rey Henri está entre los concursantes y el martes 28, así como el miércoles 29, y se clasifica entre los vencedores.

Catherine de Medecis

Es Jueves 30 de Junio de 1.559. Desde las nueve de la mañana, los invitados  ocupan las tribunas. La reina Catherine se acomoda en su logia situada a la altura del actual 62, de la calle Saint-Antoine. Cerca de ella se coloca Diane de Poitiers, duquesa de Valentinois, amante del rey. Henri la ama con locura…A pesar de que Diane tenía entonces sesenta años. Presentaba además un caso sorprendente de eterna juventud. “He visto a la duquesa de Valentinois con la edad de setenta años, escribirá Brantôme, tan hermosa de cara, tan fresca y tan amable como si tuviera treinta años.”

El rey, como siempre, lleva sus colores: el negro y el blanco, ya que esos    son los colores de su amante, que lleva el luto de Monsieur de Brézé…es con esos colores que había combatido en la guerra y bajo los cuales hoy, va a encontrarse con la muerte. Firmaba sus cartas con un H en donde se apoyaba una doble luna creciente: la luna creciente que era, sin duda alguna el emblema personal de Henri, pero que personificaba sobre todo – en la mente de todos – el astro que la bella Diana encarnaba. Este H y sus dos lunas crecientes formaban dos D que se entrelazaban. Se las encuentra en todas las armaduras, encima de las chimeneas y de las puertas de todos los castillos. ¡Hasta en el vestido de la consagración del rey! Así en la mismísima catedral de Reims, lugar de la consagración, declaraba su adulterio.

Catherine odia a su rival, pero la soporta, porque le debe ciertos favores. Dio a luz a diez hijos – de los cuales tres serán reyes de Francia – y debe ese resultado a Diane que había obligado a su amante a retomar la alcoba de su mujer. Henri tenía por ello algún mérito, porque se decía que Catherine era el vivo retrato del papa León X que tenía dos grandes ojos blancos muy poco atractivos.
        Me portaba muy bien con Madame de Valentinois, reconocía un día la reina…
Pero añadía:
Pero además, le daba a entender que era muy a pesar mío, ya que ninguna mujer que amó a su marido, pudo también amar a su puta.
              Ruego a mis lectores que me perdonen esa palabrota. Estamos en el siglo XVI, y el famoso escritor Rabelais acaba de ser enterrado a dos pasos, en el cementerio de Saint-Paul. Su cadáver – digámoslo de paso – se encuentra quizás bajo la acera de la calle Neuve-Saint-Pierre, cerca de los restos del hombre de la máscara de hierro y de Jean Nicot, de los cuales, tampoco se encontraron sus tumbas.
             Al otro lado de Catherine de Medicis, toman asiento Maria Estuardo y el Delfín. La pequeña reina de escocia solo tiene catorce años, pero su belleza “empieza a deslumbrar como la luz del medio día”. Parece cansada y de desmaya al más mínimo de los pretextos. Los cronistas llaman a la enfermedad de la pequeña infanta “el pálido color”. ¿De donde le viene ese mal? Algunos afirman que François – solo tiene quince años – aún no logró hacer mujer a su esposa. Ese adolescente, craso y lleno de granos es solo un pobre enfermo. “Tiene las partes genitales estreñidas”, nos dice con crudeza un cronista.
            
              Los clarines resuenan alto y claro. El torneo va a dar comienzo. Catherine alza los ojos al cielo. Tiembla, porque un astrólogo avisó al rey “de evitar un combate singular en campo cerrado, sobre todo en los alrededores de su cuarenta y un años”…

              Justo en el medio de la rue Saint-Antoine, una barrera larga, de una altura de la grupa  de un caballo, separa a los contendientes. Estos, en un pasillo bastante estrecho, tienen que abalanzarse el uno hacia el otro, con toda la velocidad de sus caballos. Sujetan con sus manos una gran lanza de madera con la punta de hierro, con la cual tratarán de derribar a su adversario, apuntando la armadura. El duque de Saboya es el primero en estar armado y en un gran crujido de hierros, se dirige pesadamente hacia el rey a quien Monsieur de Vieilleville le está colocando “el yelmo en la cabeza”.

              -Apretad bien las rodillas, dice el rey riendo, dirigiéndose a su futuro cuñado, porqué quiero derribaros muy bien, sin reparar ni en la alianza ni en la fraternidad.
             - Ayudados por sus escuderos, ambos suben en sus caballos pertrechados. Henri lleva en su casco – y su corcel en la cabeza – un pesado penacho de plumas negras y blancas, que son los colores de Diana. Los contendientes se lanzan el uno contra el otro. El duque de Saboya está alcanzado por la lanza. A pesar de apretar las rodillas, está obligado, para no caer, a agarrarse de una manera poco elegante al estribo de su silla…Ahora le toca al duque de Guise. Es gigantesco. En las batallas, “hiendo siempre a guerrear a cara descubierta”, recibió una tremenda herida que le valió el sobrenombre de “el Balafré”. Henri no logra derribarlo: no hay vencedor.
              El tercer combate va a comenzar. El rey monta un caballo que pertenece a Filiberto de Saboya. Está encantado con “el alegre vigor” que le muestra su montura y se lo hace saber a su futuro cuñado, que le contesta, suplicándole en nombre de la reina “de dejar la tarea”, estando ya “la hora avanzada, y el tiempo caluroso en extremo”. En efecto, medio día acaba ya de sonar, pero Henri contesta que es el retador y,  que según lo piden las leyes de la caballería, tiene que sortear tres carreras. Su adversario está ya ensillado. Es el comandante de la guardia escocesa: Gabriel de Montgomery, conde de Lorges. “Cornetas y clarines tocan y suenan a todo tren, ensordeciendo los oídos” Ambos contendientes toman carrera y embisten,  el encontronazo es terrible, ambas lanzas se parten, pero los combatientes no caen a tierra. El rey podía detenerse pero quiere romper otra lanza.

Gabriel de Montgomery
 - Sire, implora Vieilleville, juro por el Dios vivo, que hace más de tres noches que no paro de soñar que os tiene que ocurrir hoy alguna desgracia, y que este último mes de Junio os va a ser fatal. ¡Hacer lo que os plazca! Montgomery insiste, él también, para detener el combate, pero el rey quiere proseguir. El retador y el asaltante embisten el uno contra el otro. Otra vez, el choque es terrible, ambas lanzan se parten, jinetes y monturas tienen dificultades en volver a encontrar el equilibrio. Al llegar al final del pasillo ambos contendientes se dan la vuelta. Henri II coge una nueva lanza, pero Montgomery se olvida de tirar el trozo que tiene en la mano. Contraviniendo la regla y no se sabe el motivo, las trompetas se han callado. Los jinetes revestidos de hierro vuelven a arrancar al galope, y solo se oye un gran crujido de hierro y el martilleo de las pezuñas en la arena de la calzada. Los espectadores dejan de respirar: todos se dan cuenta de que el comandante de la guardia escocesa ha olvidado de tirar su arma quebrada, la sigue alardeando ante él. Ambos contendientes chocan otra vez, el pedazo de lanza de Montgomery resbala sobre la armadura, levanta la visera del yelmo y penetra en la cabeza del rey. Un gran clamor se eleva de la asamblea. Catherine y Diane se han levantado. Henri se tambalea, se abraza al cuello de su caballo, las plumas negras y blancas se mezclan con las de su corcel, pero aún tiene fuerzas para perseguir su carrera hasta el final del pasillo. Ahí se deja caer en los brazos de sus escuderos que se dan prisa para quitarle su armadura.

            Se lleva el rey a las Tournelles. La herida es espantosa. La lanza penetró por el ojo derecho y salió por la oreja. Montgomery llorizquea al pié del lecho. En el castillo solo se oyen lloros y lamentos. Catherine y Diane están con las lágrimas. Francisco -  muy pronto el rey Francisco II – está de pié, aterrido al lado de la hermosa María. ¡Van a reinar y solo tienen quince años! Los otros hijos – los futuros Charles IX y Henri III, la pequeña Margot que se desposará con Henri IV, el pequeño Alençon – deambulan por el castillo, abandonados…

            Ambroise Paré acude a la cabecera del herido. Se queda paralizado, no atreviéndose a obrar como lo hizo con el Balafré: Se había entonces apoderado de las tenazas de un herrero, y apoyándose con un pié sobre la cabeza del paciente, había arrancado el pedazo de lanza de la herida. Esta vez, tiene miedo y se contenta de tratar de sacar por la nariz unos fragmentos del arma de Montgomery. Ya se derrama pus… se decapitan algunos condenados del Chatelet y se llevan las cabezas a casa de Ambroise Paré, que hunde por cada ojo derecho un “tronzón” de lanza partido. Pero esas espantosas autopsias no aportan ninguna aclaración.

             El rey sabe que está perdido. Exige, el 9 de Julio, que se celebre la boda de su hermana, que “parecía más un desfile fúnebre y funerales que cualquier otra cosa, ya que en vez de oboes y violines, solo había llantos, suspiros, tristeza y pesares; y para mejor representar un entierro, se desposaron poco después de media noche, en la iglesia de Saint-Paul, con antorchas y velones…”

Diane de Poitiers

            Mientras que Henri II estaba agonizando, Diane estaba enclaustrada en su casa. Catherine había prohibido la entrada en la cámara real a su rival y la tarde del 8 de Julio, le había enviado un mensajero:
            -Madame, me envía Madame Catherine. La Reina desea que devolváis las joyas de la corona.
     Muy noblemente, Diane preguntó:
            -¿Ha muerto el rey?
            -No, Madame, pero se cree que Su Majestad no pasará de esta noche.
            -¡Pues aún no tengo amo!

            Tendrá un nuevo amo el 10 de Julio. Esa mañana, el rey murió. Diana observó el cortejo que llevaba el cuerpo de su amante a Saint-Denis. Sobre el carro fúnebre, el H de Henri II seguía abrazado por las medias lunas crecientes…
            Tuvo que devolver las alhajas. Tuvo que devolver fuertes sumas de dinero, y sobre todo tuvo que devolver su querido castillo de Chenonceaux.
           ¡Cuánto echará de menos Diane, el no poder oír de su cama el dulce murmullo del río Cher envolviendo las pilas del puente nuevo!
             Por no tener que pasar por la rue Saint-Antoine, la regente Catherine ordenará un día arrasar les Tournelles. Más tarde en su lugar, se edificará una plaza franqueada de edificios azules por sus pizarras, rojos por los ladrillos, blancos por las piedras.
             Como así lo escribirá un día Victor Hugo: “Fue la lanzada de Montgomery la que ha creado la Plaza des Vosges.”

Gabriel de Montgomery, tomó el partido de los protestantes, fué derrotado por los católicos, y murió decapitado.



jueves, 18 de abril de 2013

SOBRE LA HOMOSEXUALIDAD EN LA BIBLIA




 
LA DESTRUCCION DE SODOMA Y GOMORRA




SOBRE LA HOMOSEXUALIDAD EN LA BIBLIA

Levítico 18, 22

No te ayuntarás con un hombre como con mujer; es una abominación.

Apocalipsis 21, 8


Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.


****************************************************************

Epístola de S. Pablo a los Romanos 1,18-32

LA HUMANIDAD CULPABLE

        En efecto, la ira de Dios se manifiesta desde el cielo contra la impiedad e injusticia de aquellos hombres que obstaculizan injustamente la verdad. Pues lo que se puede conocer de Dios, lo tienen claro ante sus ojos, por cuanto Dios se lo ha revelado. Y es que lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se ha hecho visible desde la creación del mundo, a través de las cosas creadas. Así que no tienen excusa, porque habiendo conocido Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se han oscurecido su insensato corazón.

       Alardeando de sabios, se han hecho necios, y han trocado la Gloria de Dios incorruptible por representaciones de hombres corruptibles, e incluso de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por eso Dios los ha entregado siguiendo el impulso de sus apetitos, a una impureza tal que degrada sus propios cuerpos. Es la consecuencia de haber cambiado la verdad de Dios por la mentira, y de haber adorado y dado culto a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por siempre. Amen.

         Así pues, Dios los ha entregado a pasiones vergonzosas. Sus mujeres han cambiado las relaciones naturales del sexo por unas antinaturales; e igualmente los hombres, dejando la relación natural con la mujer, se han abrasado en deseos de unos por otros. Hombres con hombres cometen acciones ignominiosas y reciben en su propio cuerpo el pago merecido por su extravío. Y por haber rechazado el, verdadero conocimiento de Dios, Dios los ha dejado a merced de su depravada mente, que los impulsa a hacer lo que no deben.

         Están llenos de injusticia, malicia, codicia y perversidad, son envidiosos, homicidas, camorristas, mentirosos, malintencionados, chismosos, calumniadores, impíos, insolentes, soberbios, fanfarrones, inventores de maldades, soberbios a sus padres, inconsiderados, soberbios, desleales, desamorados y despiadados.
Conocen bien el decreto de Dios según el cual los que cometen tales acciones son dignos de muerte, pero no contentos con hacerlo, aplauden incluso a los que lo cometen.

***********************************************************************

DE LA EPÍSTOLA DE S. PABLO A
 LOS ROMANOS  (6, 20, 23)
En otro tiempo erais esclavos del pecado y no os obligabais a buscar la Salvación. ¿No os avergüenza ahora el fruto que entonces cosechabais? Porque el resultado de todo aquello fue la muerte. Ahora en cambio, liberados del pecado y convertidos en siervos de Dios, tenéis como fruto la plena consagración a Él y como resultado final, la Vida Eterna. En efecto, el salario del pecado es la muerte; mientras que Dios nos ofrece como don la Vida Eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor.



Comentarios y aclaraciones

          Estos pasajes de la Santa Escritura, que para los Cristianos son una Constitución que es inamovible, porque está inspirada por el Espíritu Santo, que es Espíritu de Verdad, solo la puede modificar o mejor dicho, dar pleno cumplimiento a la misma, el mismo Dios, por eso dijo Jesús: “No he venido a abolir la Ley, pero he venido a dar pleno cumplimiento de la misma”.

       Todo lo escrito, explica perfectamente los acontecimientos que se pueden observar en el mundo en que vivimos, en efecto, Dios Creador del mundo, al cual le debemos absolutamente todo lo que tenemos, hasta el aire que respiramos, tiene todo el derecho como Amo y Señor de todo lo creado, de imponernos unas leyes que debemos cumplir, que no solo están revelados en la Biblia, pero que están grabadas  en nuestra Conciencia, y que se pueden resumir en dos imperativos: Amar a Dios sobre todas las cosas (Porque le debemos todo), y amar al prójimo como a uno mismo, (porque está hecho como nosotros a imagen de Dios).   

          Cuando se lee toda la Biblia desde el Antiguo testamento, se puede observar toda la historia de Israel, y del Pueblo de Dios, y se llega siempre a una conclusión siguiente:

         En toda la Historia de los numerosos Reyes de Israel, cuando estos cumplían la Ley de Dios, el Reino vivía en prosperidad, y triunfaba de sus enemigos, en caso contrario, siempre vencían los enemigos y los israelitas se convertían en esclavos y eran deportados, y hasta el Templo era destruido como ocurrió en tiempos de Nabucodonosor. 

         Y toda la historia de Israel, es en cierta medida lo que está ocurriendo hoy día en el Pueblo Cristiano: El Hombre se olvida de Dios y adora los ídolos, Dios lo castiga, y si se arrepiente y vuelve al camino recto, es perdonado, en caso contrario, se convierte en un réprobo.

         En la Epístola de S. Pablo, se ve que los individuos que se dan a todos los vicios, pierden la gracia de Dios, y se comportan peor que animales, llegando a cometer perversiones que van contra la naturaleza humana, y a pesar de tener la certeza de la existencia de Dios, por la visión de todo lo creado, que refleja más que nunca la inmensidad del Universo, y de su misterio cada vez más indescifrable, gracias a la observación de los radiotelescopios de largo alcance.

         Eso mismo es lo que dice S. Juan de la Cruz: que los Ángeles más subidos, y que están más cerca de Dios, que son los Serafines y Querubines, son los que mejor se dan cuenta de todo lo que les falta para comprender de la Divinidad.

  

Del libro del Deuteronomio  (Dt 28-1,68)

Bendiciones de Yahveh

 -Si escuchas atentamente la voz del Señor, tu Dios, procurando poner en práctica todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, entonces, el Señor tu Dios te elevará por encima de todas las Naciones de la tierra. Si obedeces al Señor tu Dios vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas bendiciones:

      -Bendito serás en la ciudad y bendito serás en el campo.

   -Bendito el fruto de tus entrañas, el producto de tu suelo, los partos de tus vacas y las crías de tus ovejas

   -Bendita tu canasta y tu artesa.

   -Bendito serás en tus idas y venidas.

-El Señor bendecirá tus graneros y todos tus trabajos. Te bendecirá en la tierra que el Señor tu Dios te da.

  -El Señor hará de ti un pueblo consagrado a él, según te ha jurado, si guardas los mandamientos del Señor tu Dios y sigues sus caminos. Y todos los Pueblos de la tierra verán que se ha invocado sobre ti el nombre del Señor, y te temerán.

  -Sobre la tierra que te dará, según juró a tus antepasados, el Señor te colmará de bienes: de hijos, de ganados, de frutos de la tierra.

  -El Señor abrirá su rico tesoro, y los cielos descargarán a su tiempo la lluvia sobre tu tierra, para bendecir tu trabajo.

 -Prestarás a muchas naciones y tú no pedirás prestado. El Señor te pondrá a la cabeza y no a la cola, estarás siempre encima y no debajo, si escuchas los mandamientos del Señor tu Dios que yo te prescribo hoy, si procuras ponerlos en práctica y no te apartas a derecha ni a izquierda de las palabras que yo prescribo hoy, si no servís ni dais culto a otros dioses.

       Observamos que los países con mayor P.I.B. y con leyes más justas, son los que tienen menor grado de corrupción.
   Por eso florecieron todos los grandes Imperios, y luego decayeron porqué se hundieron en el vicio, la corrupción y el hedonismo y con su relajación, olvidaron las leyes del sacrificio y de la caridad, que es adorar a dioses extraños.

    En la vida del Santo Cura de Ars, Patrón de todos los Sacerdotes, escrita por Monseñor Trochú, podemos leer que en este pequeño Pueblo de Francia, sin práctica religiosa alguna, el Santo llegó a transformarle en el centro religioso más grande de Francia, habiendo diligencias que venían desde París, y gente esperando día y noche varios días para confesarse con él.

       El autor del libro, relata que durante todo ese tiempo de práctica religiosa, nunca se produjo una mala cosecha, una granizada o cualquier catástrofe que arruinara a la gente del Pueblo.


 Maldiciones de Yahveh

Pero si no escuchas la voz del Señor tu Dios y no pones en práctica todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones:

-Maldito serás en la ciudad y maldito serás en el campo.
-Maldita tu canasta y tu artesa.

-Maldito el fruto  de tus entrañas y el producto de tu tierra, el parto de tus vacas y las crías de tus ovejas.

-Maldito serás en tus idas y venidas.

-El Señor mandará sobre ti la maldición, la angustia y el terror en todo lo que emprendas, hasta que serás destruido y aniquilado inmediatamente, por haberle abandonado en tu mal proceder.

-El Señor hará que se te contagie la peste hasta consumirte en la tierra que va a darte en posesión. El Señor te herirá de agotamiento, fiebre, inflamación, ardor, sequía añublo y tizón, que te perseguirán hasta destruirte. […]

-El Señor te herirá con úlceras como las de Egipto, con tumores, sarna y tiña, que no podrás curar.

-El Señor te herirá de locura, ceguera y delirio, de suerte que en pleno día andarás a tientas, como anda a tientas el ciego en su tiniebla, y no tendrás éxito en tus empresas, sino que estarás siempre oprimido y despojado, sin que nadie te socorra.[…]

- El emigrante que vive en medio de ti, se hará cada vez más numeroso, mientras tu perderás poder cada día; el podrá prestarte, pero tú no podrás prestarle; el estará a la cabeza y tu estarás a la cola. […]

-El Señor hará que se levante contra ti, desde los confines de la tierra, un pueblo lejano; un pueblo que volará como el águila, y cuya lengua no comprendes (…) Comerá las crías de tus ganados y los frutos de tu tierra hasta arruinarte; consumirá tu trigo, tu vino y tu aceite, las crías de tus vacas y los corderos de tus ovejas y los frutos de la tierra hasta arruinarte.

         Nota: Cualquier similitud con la crisis actual; el comentario sobre el emigrante, que se hará cada vez más numeroso y el pueblo chino lejano, cuyo crecimiento económico vuela como el águila, no es pura casualidad.

     Todos estos comentarios y palabras de Yahveh, se pueden comprobar en la Biblia, cuando se lee la historia del Pueblo de Israel, cuando recién salido de Egipto, el Pueblo desobedecía la Ley, aparecían los castigos como las serpientes venenosas, cuando Moisés tardó en bajar del Monte Sinaí, y que el Pueblo se entregó a las orgías, el castigo fue el hundimiento de los culpables en un precipicio que se abrió en la tierra.

    



 *********************************************************************************





viernes, 12 de abril de 2013

DRAMAS Y TRAGEDIAS DE LA HISTORIA DE FRANCIA: EL ASESINATO DEL REY DE FRANCIA HENRI III EN PARIS

El Rey Henri III


Extraordinario relato del Reinado de Henri III de Francia, de tendencias homosexuales, rodeado por los famosas "mignons", (mignon, palabra que ha quedado en el vocabulario francés y que significa bonito), relatado por el historiador francés André Castelot, en donde se ve con todo detalle la lucha encarnizada entre los hugonotes Protestantes y la liga Católica, cuyo representante era el famoso Duque de Guise, vilmente asesinado por el Rey, en una emboscada en su propio palacio, crimen que el Rey pagó, cuando intentaba entrar en París, tomada por la liga católica, un fraile dominico le entregó un documento, y aprovechó esa ocasión para acuchillarle.

Como dijo el famoso escritor francés Voltaire, anticlerical convencido, la Inquisición española evitó las terribles guerras de Religión como la masacre de la Saint Barthelemy en Francia.


Hoy día es imposible una Inquisición como en el pasado, para evitar  tantos desmanes de muchos que se llaman católicos, y que predican solo con la palabra, pero llevan una vida disoluta,  sería necesario que se apartara de la viña todas las ramas gangrenadas, como ya se está haciendo, aunque tarde, con los casos de pederastia, pero que no se hace con toda una serie de supuestos "teólogos", que son los abanderados de una nueva teología de la secularizacion, que se oponen abiertamente al sucesor de Cristo, que quieren renegar de la tradición de los Santos Padres, o que predican al "dios caramelo", insensible al pecado y a las aberraciones humanas.


Siguen predicando puna doctrina "descafeinada", diciendo que Dios perdona absolutamente a todo el mundo, sin especificar que tiene que haber primero un profundo arrepentimiento proporcional a la culpa, como en el caso del hijo pródigo y además una lucha constante y penosa contra el pecado y el vicio, ya que los que quieren seguir la Sagrada Doctrina de Cristo, tienen a la fuerza de enfrentarse abiertamente contra Satanás, el cual se interpone siempre, y que saldrá al encuentro de los que intentan seguir por la senda estrecha que conduce a la Vida Eterna.


He puesto intencionadamente en negrita en el relato, lo que dice el Rey, que había preparado en su residencia una emboscada para asesinar a su primo el Duque de Guise. 


 [...] Acaso ¿Puede llegar Vd. a creer que tengo una alma tan dañina para que pueda llegar a conspirar en contra suyo? Bien al contrario, os declaro que a nadie en mi Reino, he llegado a amar tanto como a Vos, y que a nadie le debo tanto, y así lo haré saber  dentro de poco.


          Guise lo observa algo escéptico. El Rey presiente que hay que ir aún más lejos. Con lágrimas que le apagan la voz, exclama:

            -Todo lo que os he dicho lo digo con gran juramento. Lo juro por el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que voy a recibir dentro de poco, en la misa.

     ¡El Rey se desquitará más tarde con una buena confesión!...

Y es que aún hoy hay mucha gente se cree, que con la confesión, se borran todos los pecados, aunque no exista arrepentimiento, es una creencia absurda.


Muchos Santos como el Santo Cura de Ars y el Padre San Pio de Pietrelcina, que tenían el don de discernimiento de los espíritus, negaban la absolución a muchos, porque no apreciaban el arrepentimiento necesario para merecerla. 


HENRI III Y PARIS


De la jornada de las barricadas…
…Al cuchillo de Jacques Clément
  
         En la primavera de 1.588, la Liga, la terrible liga Católica parisina que juró la muerte de los hugonotes, tiene sitiada a la Monarquía. En su cubil del Louvre, el rey Enrique III, un fantasma repintado, con sombra de ojos, parece esperar a la muerte… o la tonsura que la duquesa de Montpensier ha prometido hacerle ella mismo, para sepultar al Rey en algún claustro y colocar en su lugar el ídolo de los parisinos, su hermano el seductor Duque de Guise. Además, a la duquesa no le basta con amenazar el de la dinastía de los Valois con sus tijeras de oro colgadas de su cintura, ha colocado asesinos fuera de la puerta Saint-Antoine. Tienen la orden de secuestrar al rey cuando vaya a Vincennes; se esconden en un jardín lleno de roquetas, esas bonitas flores amarillas que crecen entre las rocas, y que le dieron el nombre a una casa que el rey Henri acaba de vender a un tal Huraut de Cheverny, esa morada que un día se llamará la Roqueta. Henri III, avisado de las intenciones de Madame de Montpensier, no se atreva a salir. De noche como una coqueta perfumada, las manos enguantadas y el rostro untado con crema, extendido en su lecho de raso, entre sus perritos y sus amuletos, busca en vano el sueño.

         Paris se burla de Henri. Paris lo odia, Paris lo amenaza, pero se olvida que ese rey graso, erizado de plumas de egretas, que se asemeja hoy a un anciano listo para ser tonsurado es capaz de montar a caballo y de transformarse en un guerrero de treinta y siete años. Haciendo como si solo tuviera un solo deseo en la vida: tirar al aire la bola de madera inventada por el carpintero de Paris, llamado Boquet, sufre “mil agonías” al ver el odio ciego de Paris y la triste situación de su Reino desmembrado por la guerra de religión fraticida.

        ¡Como odia Paris! ¡Y sin embargo, como la amó! Durante tantos años ha estado como en su casa en las calles de su capital. ¿Cuantas veces no lo vieron los parisinos en el carnaval corriendo “a rienda suelta” y divertirse con los burgueses? ¿Acaso no lo vieron también, arrepentido, en procesión con los penitentes, vestido del hábito de tela de Holanda, con cinturón de cuerda donde colgaba la disciplina? ¿Acaso no lo vieron recién casado, feliz, paseando por las calles con su mujer, la rubia, dulce y humilde reina Louise de Lorraine, toda maravillada de haber sido escogida para reinar al lado del hombre que ama? Emocionado por ese amor, había querido hacerle visitar Paris. 

¿No era acaso la cosa más hermosa de su Reino que quería ofrecerle? No le había ocultado nada, ni las más altas torres redondas de la Bastilla, ni las ciento cuarenta tiendas, los títeres y los que se dedican a mostrar animales y la feria de Saint-Germain. Además la feria era para él el lugar adonde le gustaba más perderse, a pesar de las bromas y de las burlas de los escolares. Estos no habían tenido temor alguno, un día que se paseaba con sus favoritos afeminados, apodados “Mignons”,  mostrarle grandes fresas de papel plegado y de hacer un coro alrededor del rey, gritando “¡Adelante con las fresas, ya conocemos la ternera!”


           Henri odiaba sobre todo a Paris por burlarse de sus queridos amigos, “esas flores de muguete rizados, rimados, coloreados, espolvoreados con polvos violáceos, de perfumes olorosos”. Paris se olvidaba de que esos Mignons eran también recios espadachines, mostrando un total desprecio a su vida – y a las de los demás – cuando había que luchar para su rey. Henri en esas horas sombrías de 1.588 estando agonizando la realeza, necesitaba de los mejores de entre ellos: Quelus y Maugeron que los puñales de los partidarios del duque de Guise habían clavado hace diez años en la arena del mercado de caballos, en el lugar del castillo des Tournelles.

            El mismo día que el rey había enterrado a sus dos amigos en la iglesia de Saint-Paul, el sábado 31 de Mayo de 1.578, tuvo que colocar la primera piedra del Pont-neuf, el primer puente de Paris encima del cual no se construirán casas. Vestido enteramente de negro, la espada de duelo a su costado, con perlas de plomo a sus orejas, el rosario con calavera en la mano, había atravesado el río en barca, bajo una copiosa lluvia. Henri lloraba. Grandes lágrimas corrían por su cara mientras que, paleta de plata en la mano, sellaba la piedra grabada con sus armas y las de la ciudad. Y Paris se había reído de su pena, bautizando la futura vía “el puente de los llantos” y afirmando, encogiéndose de hombros, que era una locura construir un puente “ en ese lugar”…¡Casi en pleno campo! ¡Solo a algunos insensatos del lugar podía ocurrirle edificar del lado del Prè aux Clercs!

             Paris se había también destornillado al ver las lágrimas que el rey había derramado para otro de sus amigos: Saint-Magrin que los Guisardos – ¡otra vez ellos!- habían traspasado de treinta y tres espadazazos, casi enfrente al Louvre, en la esquina de la calle Saint-Honoré. No importándole lo que dirán. Henri III había mandado levantar, en memoria de las víctimas tres estatuas de mármol – lo que había permitido a los parisinos poder afirmar, señalando a los favoritos que quedaban:
             “¡Los haremos de mármol como a los demás!”      
  
            Hoy se rebaja el rey más que nunca, Todo son burlas y narigotadas.

            ¡Henri por la gracia de su madre, bromean sin descanso los parisinos, cierto rey de Francia y de la imaginaria Polonia, portero del Louvre, registrador de Saint-Germain-l´Auxerrois y de todas las iglesias de Paris!

            ¿Portero del Louvre? ¡Ya veremos! Y Henri ante esa maldita liga – ese estado en el Estado – trata de defenderse. Como así lo hará más tarde Louis XVI, la víspera de la toma de la Bastilla, llama a Paris a sus tropas que le son fieles. Pero las cosas se torcerán tanto para uno como para el otro rey…

           Dos mil gardes-françaises y cuatro mil suizos van a acampar en el barrio Saint-Denis. Si Paris se mueve, ¡Si Paris quiere obligar al Rey a que ordene un nuevo masacre de los parpaillots, el rey hará entrar a sus tropas en la ciudad!

          Afortunadamente, el duque de Guise no se encuentra ahí. Viene de triunfar sobre los traidores alemanes y Henri III le niega la entrada en la capital. Su sola presencia envenenaría la situación y llevaría a los parisinos a los extremos…
               Pero el rey de Paris va a desafiar al rey de Francia.
           El Lunes 9 de mayo, hacia las doce y media, se abre la puerta de la estancia real. Es un compañero fiel.
           -¡Monsieur de Guise ha llegado!

            El Rey - con un gesto habitual – recorre su rostro con sus largas manos blancas y casi llega a gritar:
            -¿Se ha atrevido? ¡Por Dios vivo, morirá por eso!
            Hace media hora, a pesar de las órdenes del rey, el duque penetró en Paris por la puerta de Saint-Martín. Solo entraron con él ocho gentilhombres, pero se le ha reconocido y muy pronto treinta mil parisinos, locos de alegría, le acompañan por las calles. ¡Se pelean para tocarle la ropa y las botas! “Francia estaba loca por ese hombre, decía un cronista, ya que “enamorada era decir poco.”   
    
            Así aclamado, adulado, incensado  el duque llega a casa de Catherine de Medicis, a su mansión de Soissons. La gota, el reuma y un catarro crónico han aplastado el cuerpo de la viuda de Henri II. La edad ha cargado y empastado sus rasgos. ¡Ha trabajado tanto con cuatro hijos pequeños y con un reino en sus brazos! Hoy es solo una figura a la sombra del trono, pero cree poder siempre tender su telaraña. Es ella que le pidió al Balafré de entrar y de venir a verla. Se levanta, pide su litera y acompaña al duque de Guise a la casa del Rey.

            -No me da miedo, decía, refiriéndose al Guisardo; ¡lo conozco muy bien es demasiado miedoso!
            Madame Catherine se equivoca: “Nunca hubo miedosos en esa valiente raza”, decía Montluc.
            A penas el Loreno entra en la habitación, que Henri, los ojos alterados, el rostro descompuesto, le dice:
            - ¿Por qué ha venido?
            Con esos modales, la conversación no puede llegar a buen término. Toda reconciliación está dirigida al fracaso. El Rey quiere primero, mandar matar al rebelde por los córcegos de Monsieur  de Ornano, pero desiste de ello  acordándose lo que sería el asalto popular al Louvre y prefiere hacer proclamar una llamada a las armas.
  
            El 12 de Mayo, los parisinos son despertados al alba por las flautas y los tamborines de los Suizos que entran en la ciudad como victoriosos. Los gardes-françaises desfilan detrás de sus compañeros, con las mechas de sus arcabuces encendidas. En la puerta Saint-Honoré, el rey radiante de alegría, acoge personalmente a sus tropas y los emplaza en lugares estratégicos: Los puentes, el cementerio des Innocents, la plaza de Grève y la isla de la Ciudad.
           ¡Paris, que no se encuentra amordazada, parece enseguida una ciudad sitiada! Ninguna tienda abre sus puertas. Por todas partes se oyen gritos: “¡Alarma! ¡Alarma!” Los burgueses abandonan apresuradamente sus casas, se reúnen ante el cuerpo de guardia de vigía y se acaloran entre ellos. Con toda seguridad, se rumorea y luego se proclama: ya que las tropas reales ocupan Paris, “el hermano Henri” ¡ha decidido asesinar a los jefes de la Liga!
            ¡Es la Saint Barthélemy de los católicos que se está preparando!
            Las campanas suenan a rebato en todos los campanarios de la ciudad, y por la primera vez en la historia de Paris, cada cincuenta pasos, las calles estrechas se bloquean con cadenas, contenedores llenos de tierra y de escombros, de vigas, de piedras y hasta de muebles. Los parisinos – en este día de las Barricadas – descubren un medio para defenderse de la autoridad, cuyo procedimiento va a ser copiado durante muchos años, y que dará casi siempre la victoria a esos sempiternos agitadores – por lo menos hasta Junio de 1.848. El poder tardará dos siglos y medio para darse cuenta, de que ante todo hay que evitar “la guerra en una escupidera”. Y que hay que dejar en ciertos arrabales formarse el motín, madurar y reventar, luego llevar el bisturí en esos abscesos para fijarlos: Esa es la única estrategia que hay que aplicar.
          Este 12 de mayo, apretujadas por todas partes, las tropas reales no pueden ni avanzar, ni retroceder, ni reunirse para poder maniobrar. Un poco antes de medio día, los moradores del puente Saint-Michel dejan caer piedras y tejas sobre los soldados que ocupan el puente. Se oyen disparos y los soldados, tiroteados desde lo alto de los edificios, se refugian en donde pueden. Los parisinos ordenan a los Suizos acampados en el Marché-Neuf de apagar sus mechas. Agitando sus rosarios y gimiendo: “Buena Francia, buenos católicos”, los Suizos se repliegan hacia la explanada de Notre-Dame. Solo, algunas compañías han podido mantenerse delante del Louvre. Aconsejado por su madre, Henri vuelve a envainar su espada y ordena a todos los suyos, nos dice Pierre de l´Estoile, a desenvainar sus espadas a medias, respondiendo de ello con la vida, “con la esperanza de que el tiempo, la dulzura y las buenas palabras amainarían el furor de los amotinados y desarmaría poco a poco a ese idiota de pueblo”.

           El Viernes 12 de mayo, con una rebeca blanca, con una vara en la mano, Guise se pasea de una barricada a otra. ¡Es un verdadero delirio! Aprieta las manos que se dirigen hacia él. Ese “idiota de pueblo” solo tiene en la boca dos palabras: “¡Que viva Guise!”.
           Amigos míos, ¡basta ya!, contesta el duque, caballeros, gritad “¡Viva el rey!”
           Nadie obedece. Guise sería capaz de todo, pero no se atreve. Obedeciendo a la solicitud de Madame Catherine, acepta de aplacar el motín. Con dificultad, apacigua a los parisinos  "verdaderos toros furiosos” y se muestra feliz de humillar al Rey al dignarse perdonar la vida de los Suizos y de los Gardes. Las barricadas se abren por orden suya y las tropas reales vuelven cabizbajas al Louvre.
           Por la tarde los buenos "barricaderos” no quieren acostarse. Ya que el Loreno no actúa, le obligarán a hacer renunciar al de la dinastía de los Valois.
           -¡Mañana, iremos a detener el hermano Henri en su Louvre!
        Pero, a la mañana siguiente, hacia las cinco de la tarde, mientras que Catherine “el rostro sonriente y seguro”, inmensamente feliz de volver a desempeñar su papel, va a visitar el duque de Guise para traicionarlo, el rey sale del Louvre por la puerta  Porte-Neuve del recinto de Carlos V, y hace como si se paseara por el jardín de las Tuileries. Hace como si se interesara por el nuevo edificio que aún está sin terminar. En realidad, presta el oído, oye las campanas que tocan a rebato aquí y allá, percibe, por el rumor sordo que proviene de la ladera izquierda, que una tropa avanza por el río. ¡Son los alumnos y los monjes de la Sorbonne, con el casco en la cabeza, y los mosquetes en la mano! ¿Se atreverán a cruzar el Sena, lanzando tableros en voladizo sobre las pilas del Pont-Neuf que solas, emergen del río?
           Henri, siempre tranquilo, de dirige hacia las cuadras de las Tuileries y da la señal de partida. Seguido por los ministros, por los Suizos, los Gardes-Françaises y de sus fieles Cuarenta y cinco, va galopando hacia Chaillot. Al llegar a lo alto de la colina “ Se vuelve hacia la ciudad para maldecirla, echándole en cara su perfidia y su ingratitud en contra de todo el bien que recibió de su mano y jura que solo entrará por la grieta de la muralla”.
  
           Solo una hora después, el duque de Guise se enterará de la fuga del rey.
          -¡Ah, Madame, ya estoy muerto, dice a Catherine. Mientras que vuestra Majestad me tiene aquí retenido, el Rey se ha ido para mi perdición!
           Poco tiempo después, La Armada de Felipe II de España – esta flota “bendecida por el papa, pedro maldecida por Dios” – desfila lentamente delante de las costas francesas. Este ejército flotante de la Inquisición, esas terribles fortalezas erizadas de mástiles, de velas y de cañones, van sin duda alguna atacar a la reina Elisabeth, pero amenazan también a Francia. Si el rey Felipe sale victorioso, el duque de Guise y Paris lo llamarán para ayudarles y el reino de Henri de Valois será tratado por España, como viene de serlo Italia. Por ese peligro, Henri prefiere obedecer a los requerimientos de su madre. Llega a un acuerdo con el duque de Guise y firma el lamentable Pacto de Unión.

            Solicitándolo los habitantes de Lorena, Henri III acepta la convocación de los Estados Generales, pero no será en Paris que el barón de Oignon alineará a los diputados según una clasificación tan diestra que pasará a ser histórica, no será en Paris, pero en Blois, en donde los de la Liga van a dar el asalto final a la monarquía a la deriva.
            Ya vendrá el día del puñal, había predicho el 1º de Julio el Mantuano Felipe de Cavriana.
       El puñal se acercaba.
            El 17 de Diciembre en una cena ofrecida en casa de  los lorenos, Madame de Montpensier le dice a su hermano:
            Lo agarraréis mientras que yo con las tijeras, le haré una corona.
            Destronar  al “hermano Henri”  les parece muy sencillo, y el Cardenal de Lorena brinda mirando el duque de Guise:
            -Bebo a la salud del rey de Francia.
            Al otro lado de la misa, perdido entre los gentilhombres de Guise, está el italiano Venetianelli; afecta gritar más fuerte que los otros convidados:
           ¡Viva Henri el balafré! ¡Viva el heredero de Carlomagno!
           Pero, a la mañana siguiente, fue a referírselo todo a su amo Henri III. El rey empalideció y toma una decisión: decide tomar el camino de la violencia que va a conducirle al crimen. No se trata en realidad de un asesinato, pero si de una ejecución. ¡Si el soberano no mata al Balafré, Francia estará perdida!
            Los de Guise que ellos también, tienen espías entre el personal del rey, sospechan que el “hermano Henri” está maquinando algo. ¡Con toda seguridad, el hijo de la Medicis no dejará tonsurarse tan fácilmente como así lo imagina Madame de Montpensier! El Balafré quiere salir de dudas: Pide audiencia al Rey. La escena se desarrolla en el jardín del castillo. Un vientecillo fresco hace girar algunos raros copos de nieve.

            Después de unas pocas palabras banales, el Balafré pasa al ataque y ofrece el rey su dimisión de teniente general.
           Me doy perfectamente cuenta, aclara, que el honor que su Majestad me ha otorgado en esta ocasión, me ha aparejado grandes enemigos. A pesar de mi deseo que fue el de serviros lo mejor posible, se han apoyado en estos favores para acusarme de importantes calumnias…

            A Henri le cuesta mantener la calma. En un segundo, se imagina el precipicio de la guerra civil abrirse bajo sus pies. Si el Balafré se marcha, habrá de ahora en adelante tres Francias: La Francia de los hugonotes, con Henri de Navarra, La Francia de la Liga con Henri de Guise, y entre esas dos fuerzas, la Francia real con Henri de Valois, el más pobre, el más débil de los tres Henris.
              Pero el duque de Guise prosigue:
           -Sire, ¿porqué no habré de decirle que en estos tiempos, me han avisado en reiteradas ocasiones, que me deseáis ahora mucho mal?
             El Rey logra mantenerse sereno, por algo es el hijo de la Medecis. Hay que ser astuto. Cogiendo el brazo del Balafré, enarbola una dulce sonrisa:
             -Querido primo, ¿Acaso cree Vd. de verdad todo lo que se puede llegar a decir en una corte? Si os imitara, os tendría que decir que algunas veces, me han puesto en guardia en contra de vuestras acciones. Dejemos todo eso, ¡Quiere Vd.!, Acaso ¿Puede llegar Vd. a creer que tengo una alma tan dañina para que pueda llegar a conspirar en contra suyo? Bien al contrario, os declaro que a nadie en mi reino, he llegado a amar tanto como a Vos, y que a nadie le debo tanto, y así lo haré saber  dentro de poco.

             Guise lo observa algo escéptico. El de Valois presiente que hay que ir aún más lejos. Con lágrimas que le apagan la voz, exclama:
            -Todo lo que os he dicho lo digo con gran juramento. Lo juro por el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo que voy a recibir dentro de poco, en la misa.
     ¡El Rey se desquitará más tarde con una buena confesión!...Pero cuando se encuentra solo en su habitación, tira al suelo su tocado lleno de rabia. La cólera pasada, se rehace:

         -¡Vamos, piensa, no sirve para nada la desesperación, cuando la prudencia puede aún apartar el peligro.
           Laugnac, el jefe de los cuarenta y cinco – la famosa guardia privada del rey, en contra de la cual, raja tanto el Balafré – Laugnac está agazapado detrás de una tapicería. Hace su aparición y observa atentamente a su amo.

             -Es para pasado mañana, dice Henri de una voz apagada. ¡Sí!...la trampa está lista, pero el muelle es tan fuerte, que tendremos que juntarnos varios para poder tensarlo.

             Y pasados dos días, mientras amanece poco a poco un día gris y lleno de niebla, los Cuarenta y cinco embisten al “condenado” que el rey ha llamado a su estancia. Es una verdadera escena de carnicería. Todos hieren sin descanso, pero el de Guise no se derrumba. Como un animal herido que lleva consigo la jauría, va y viene de la habitación del rey al Despacho viejo, manchando de sangre paredes y tapicerías. Pronto está atravesado por seis heridas.
              - ¡Ah, Señores, que traición! ¡Que traición!
             Los asesinos se apartan: el duque se ha detenido en medio de la  habitación. ¿Va a derrumbarse? No, se queda ahí, titubeando, buscando el equilibrio…Du Gast se acerca y lo remata. Angustiados, los asesinos se echan para atrás, el duque, con los brazos extendidos, los ojos apagados, la boca abierta, se acerca titubeante hacia Laugnac que se apoya en un baúl. El capitán de los cuarenta y cinco, no se molesta ni siquiera en desenvainar la espada. Con la vaina de su espada, rechaza el moribundo. El duque retrocede, pierde el equilibrio, busca donde apoyarse, por un momento se agarra al saliente de una pared que marca con su sangre, por fin se derrumba.

              ¡Se acabó!
              Una tapicería se abre. Henri aparece.
     -¿Ha muerto ya? Pregunta con voz angustiosa.
              -Sire, contesta uno de los verdugos, aún tiembla un poco, pero solo es un estremecimiento de la carne. El alma ya no está.
              El rey respira profundamente. Mira a los comparecientes lleno de alegría. Luego, dando una vuelta alrededor de si mismo, ordena:
             -¡Registrad sus bolsillos!
              En la bolsa, se encuentra una nota escrita por el duque de Guise:”Para poder mantener la guerra en Francia, hacen falta setecientas mil libras mensuales.”
              El Loreno, más allá de la muerte, justificada el asesinato del Rey.
              Una sonrisa alumbra el rostro de Henri.

     -Heme aquí, Rey de Francia… ¡he matado al Rey de Paris!
          ¡Luego, con sus capellanes, mientras que el cuerpo del duque y el de su hermano, el cardenal, asesinado en su prisión, son despedazados, quemados y sus cenizas tiradas en el río Loire, entra en oración recitando el De Profundis en memoria de los señores de Lorena!.
  
               El 30 de Abril de 1.589, el rey se reconcilia con el futuro Henri IV, rey de Navarra y se puede ver en las orillas del río Loire, en las orillas del más francés de los ríos, los dos reyes, de rodillas, abrazados, mientras que de sus ojos caen pesadas lágrimas de alegría. Ya no hay hugonotes, ni católicos, solo hay franceses.

             Queda Paris, aún ocupado por la Liga, esa Liga que se había atrevido, hace poco tiempo, ¡A nombrar rey de Francia al cardenal de Bourbon, con el nombre de Charles X!
              Por eso los dos soberanos han ido a poner sitio a la ciudad.
    -Solo entraré por la brecha de la pared, repite Henri III.

             Se halla en Saint-Cloud, el 2 de Agosto de 1.589, sentado en su silla agujereada, el calzado bajado, cuando se le anuncia un emisario que viene de Paris. Es un hermano Dominico del monasterio de la rue Saint-Jacques; Henri no lo sabe: el monje ha sido encargado por su prior de realizar un “sacrificio místico” y la duquesa de Montpensier, para darle en esta tierra un ante gusto de las alegrías celestiales, le ha besado…

                  Que pase, ordena el Rey.

           Paris, esa ciudad del Diablo ¿accedería a abrir sus puertas? El Dominico se inclina, entrega una carta, y mientras que el Rey empieza a leerla, el enviado de Paris saca despacio un cuchillo de su hábito y lo hunde en el vientre del rey.
                -¡Ah!  ¡Maldito monje, me ha matado!...
          Henri III no entrará pues en Paris “por la brecha de la muralla”; es el primer Borbón que cumplirá el juramento del último Valois.