Sublime
diálogo entre Jesús y el alma, se demuestra como tenemos que comportarnos ante el prójimo cuando tiene su alma
atrofiada, para que con el amor de compasión hacia él, podamos revestirlo con
un velo que oculta su deformidad espiritual al mismo Dios. El poder del
verdadero amor es tan grande, que puede transformar a un ser humano,
permitiendo que Dios pueda acometer en él el milagro de la resurrección, si el
alma se arrepiente.
Este
gran misterio de la posible conversión de un alma completamente descarriada,
solo se puede entender si se considera la interacción que existe entre todos
los seres humanos, que está propiciada por el cuerpo místico de Cristo, la comunión de todos los Santos, que es
el ejército de Dios, que tiene el arma que siempre es victoriosa en la lucha
contra Satán: El Amor.
Este portaaviones simboliza alegoricamente, la Comunión de todos los Santos: un buque invencible, repleto de armas defensivas (como son toda clase de sonares y radares, conectados con los satélites, lo que simboliza el Temor y la Gracia de Dios), y ofensivas como son una poderosa fuerza aérea, y toda clase de misiles; (lo que espiritualmente hablando, simboliza a la oración y a los ángeles de Dios, que defienden a la Santa Iglesia); detección de ataques, con equipos de localización de submarinos, equipos de radares ultra sensibles, para localizar y prevenir los ataques de enemigos submarinos y aéreos (lo que simboliza la Providencia divina, que espiritualmente hablando, es la Gracia de Dios que advierte de los sigilosos ataques de las fuerzas del mal).
En caso de ataque enemigo, está dotado de una poderosa defensa de misiles tierra-aire, de aviones supersónicos, capaces de destruir los aviones enemigos antes de que los alcance la vista (que simboliza la fuerza de la oración que, como lo pedimos en el Padre Nuestro implora: "y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del Maligno, Amen").
Tiene motores movidos por energía atómica, que le confiere una autonomía ilimitada (lo que espiritualmente hablando simboliza la fuerza del Amor).
Este portaaviones simboliza alegoricamente, la Comunión de todos los Santos: un buque invencible, repleto de armas defensivas (como son toda clase de sonares y radares, conectados con los satélites, lo que simboliza el Temor y la Gracia de Dios), y ofensivas como son una poderosa fuerza aérea, y toda clase de misiles; (lo que espiritualmente hablando, simboliza a la oración y a los ángeles de Dios, que defienden a la Santa Iglesia); detección de ataques, con equipos de localización de submarinos, equipos de radares ultra sensibles, para localizar y prevenir los ataques de enemigos submarinos y aéreos (lo que simboliza la Providencia divina, que espiritualmente hablando, es la Gracia de Dios que advierte de los sigilosos ataques de las fuerzas del mal).
En caso de ataque enemigo, está dotado de una poderosa defensa de misiles tierra-aire, de aviones supersónicos, capaces de destruir los aviones enemigos antes de que los alcance la vista (que simboliza la fuerza de la oración que, como lo pedimos en el Padre Nuestro implora: "y no nos dejes caer en la tentación, más líbranos del Maligno, Amen").
Tiene motores movidos por energía atómica, que le confiere una autonomía ilimitada (lo que espiritualmente hablando simboliza la fuerza del Amor).
De los cuadernos de María Valtorta
(Dictado del 11 de Septiembre de 1.949)
(Diálogo de Jesús con María Valtorta)
(Diálogo de Jesús con María Valtorta)
Dice Jesús:
“Para poder amar a todos tus prójimos,
veme en cada uno de ellos”
“¡Es muy difícil que en algunos pueda verte
a Ti, que eres verdadera caridad, fiel y constante caridad; a Ti que eres
verdad: a Ti que eres justicia, misericordia, paciencia, templanza y todas,
todas las virtudes!”
“Es verdad, Demasiado de ellos, aunque
sean cristianos exteriormente, son los opuesto, en todo o en parte, de lo que
Yo soy. Más tú esfuérzate en verme a Mí en cada uno. Cumple un acto de fe que
pueda provocarte un acto de amor hacia los que, en verdad no merecen tu amor.
Ámame en su alma. El alma proviene de Dios; por lo tanto, proviene, una vez
más, de Mí.
Al menos por un momento, el alma fue templo del Espíritu de Dios; por lo tanto, tiene aún mi sabor. La mala voluntad de la criatura, el desprecio hacia el primer mandamiento y por lo tanto, hacia los otros del Decálogo, el vicio que se prefiere a la virtud, el pecado, o mejor los pecados, siempre han deteriorado y hasta borrado, mancillado y ofuscado la señal divina en los espíritus humanos y a veces, han llegado a anularla. Mas esa señal puede resurgir siempre, porque solo la impenitencia final la borra total e inexorablemente. En ese caso y por la eternidad, Jesús ya no estará en ese espíritu”.
Al menos por un momento, el alma fue templo del Espíritu de Dios; por lo tanto, tiene aún mi sabor. La mala voluntad de la criatura, el desprecio hacia el primer mandamiento y por lo tanto, hacia los otros del Decálogo, el vicio que se prefiere a la virtud, el pecado, o mejor los pecados, siempre han deteriorado y hasta borrado, mancillado y ofuscado la señal divina en los espíritus humanos y a veces, han llegado a anularla. Mas esa señal puede resurgir siempre, porque solo la impenitencia final la borra total e inexorablemente. En ese caso y por la eternidad, Jesús ya no estará en ese espíritu”.
“Más, ¿como se puede hacer para
creer que Tú estás en las personas (mejor dicho en ciertas personas) si se ve
que estas cumplen acciones que Tú condenas, acciones que Tú – que por ser Jesús
eres perfectísima santidad y por ser Verbo, eres infinita santidad – no habrías
cometido nunca cuando eras el Verbo encarnado y vivías entre nosotros?”, le
pregunto”.
Me responde:
“¡Logras creer que estoy Yo con
todo mi cuerpo, mi Sangre, mi Alma y mi Divinidad bajo la apariencia de un
puñado de harina reducido a hostia sutil! Pues entonces, cree del mismo modo
que estoy oculto bajo la imperfecta materia de muchos.
En algunos, estoy como en un
sepulcro…me llevan dentro de ellos pero me llevan muerto, mientras espero
resucitar ante un impulso suyo de arrepentimiento y de amor.
En otros estoy escondido
precisamente como el Santísimo Sacramento que está en el templo más no se ve
porque está oculto detrás del velo, del oro y la piedra del tabernáculo y
dentro del receptáculo metálico de la píxide, oculta a su vez. Más estoy allí,
listo para aparecer y donarme, tan pronto como la criatura, fiel y sacerdote al
mismo tiempo, empiece el rito de la comunión con su Jesús y amándole, quite
todos los obstáculos materiales que me ocultan y apartan del hombre,
impidiéndome fundirme con él y vivir en él, vivir en lugar de él,
para que su vida sea santa.
En otros estoy como el sol en una
estación variable. Sus nubes, las nubes de su inconstancia, son tales que
algunas veces Yo brillo en ellos y que otras veces parece que el sol ya no
está. Por lo general estos inconstantes no son místicos ni contemplativos ni
adoradores que se han formado a través de muchos años de voluntad fiel y de
constante elevación, tanto más rápida cuanto más el dolor les oprime, todo el
dolor que es la herencia de todos los que me aman y me imitan verdaderamente.
¡Son las paradojas de la vida mística: cuanto
más oprime el dolor, tanto más el alma asciende, vuela, se eleva, se una a Mí,
que le tiendo los brazos desde el radiante Abismo del Paraíso!
Estos son los …“sentimentales”
de la religión, o sea los que, tras una prédica, una ceremonia religiosa, un
retiro, una lectura, querrían emular a Pablo en la evangelización de las
gentes, a Juan el virgen en la castidad, a Lorenzo en el martirio, a Jerónimo
en la penitencia, más, en cuanto pasa la emoción, vuelven a caer en el “goce de
la vida”. Quieren convertir en un incendio la débil llama que arde en ellos…y
en la llamarada pasajera, forzada que les acomete, terminan por destruir
también la débil llama…
Quieren ser atletas, quieren ser
los primeros en todas las manifestaciones religiosas, actuar, persuadir, ser
valuarte, faro voz y oprimen y fuerzan tanto que se convierten para los demás
en un temible telón a través del cual se me representa como no soy, en una luz
engañadora porque me ilumina a Mí e ilumina a la religión de un modo irreal que
desconcierta a las pobres almas (que son las mas numerosas además de muy
temerosas). Constituyen así una cadena que asfixia a la religión, amiga y
sostén de los espíritus y la convierte en una némesis armada con flagelos y
castigos.
Y
oprimen y fuerzan hasta desfallecer y luego yacen agotadas, incapaces de luchar
contra Satanás, que espera ese agotamiento para asaltarles y postrarles; o, por
pura reacción humana comparable a la que sucede en ciertas máquinas que han
sido forzadas en exceso, se destruyen, precipitan en bestiales sensualidades
por haber querido convertirse demasiado rápidamente en ángeles sin estar
llamados a esa vocación y, sobretodo por haber querido hacerlo por sí mismos, amontonando
filacterias y orlas, más olvidándose de que el camino para subir adonde se
vuelve ángeles está en el Evangelio vivido.
¡Y es un largo camino! El Evangelio enseña: caridad y renuncia, caridad
y sacrificio. He dicho caridad, no limosna, ni a Dios ni al prójimo.
¿Sabes cuando el hombre da limosnas a Dios? Pues, cuando practica sus
devociones exteriormente en las horas de las devociones y
luego, en las restantes se da al mundo. ¿Sabes, en cambio cuando el hombre le da
caridad a Dios? Se la da cuando reduce a lo estrictamente necesario las
devociones y las plegarias orales y ora y reza con todo si mismo, sin
interrupciones, como obré y recé Yo. Y procede lo mismo con el prójimo. Le ama
de verdad cuando le da el corazón, no la limosna; cuando le da una ayuda, no
una limosna.
¿Y sabes cuando el hombre renuncia de verdad y cumple sacrificios? No lo
hace solamente cuando renuncia a platos de carne porque es día de abstinencia;
lo hace cuando renuncia sobre todo al apetito de su carne. Y se sacrifica
cuando renuncia a su yo para servir a la caridad y la justicia hacia Dios y hacia el
prójimo.
Más tú has de verme en todos para acercarte también a los
demonios-hombre, a los leprosos-hombre, a los delincuentes-hombre. Y Yo te
premiaré por ello viniendo a ti para consolarme de la vida disgustosa de ellos,
más repelente que un sepulcro colmo de podredumbre, más triste que una iglesia
abandonada, más espantoso que una cueva de ladrones.
Y allí, donde estoy como en un sepulcro,
llámame a la resurrección con tu amor seráfico.
Y allí donde estoy escondido en un tabernáculo que han olvidado,
requiere al olvidadizo para que honre al Huésped oculto, y hazlo con tu amor intrépido.
Y allí donde Yo, divino sol, no puedo difundir mis rayos porque las
nieblas de la humanidad son tan densas que a menudo me ocultan, disipa con tu
amor vigoroso las nieblas enemigas.
¡Amor,
María!, se necesita amor. Tú tienes muchísimo amor: todo el que te di y que no
has disipado sino que, por el contrario lo has unido al tuyo, que ya era tanto,
como la vid al sarmiento se abraza a la cepa. Dona ese amor a tu prójimo. Cuanto
más des, más tendrás. Más, que tu amor sea fuerte, que esté libre de
debilidades, que hasta sea rudo como una cizalla que corta los zarcillos de los
vacíos sentimentalismos, y que sea purificador como un incendio. La llama muda
la materia en luz. La llama, al elevarse, eleva hacia lo alto lo que yace en lo
bajo. La llama da voz y calor también a las cosas sin voz ni calor.
En
verdad, muchos entre los hombres son más mudos que las piedras y más helados
que un metal expuesto a la escarcha nocturna. Ámales porque no me aman. Que Yo
encuentre únicamente en ti el amor que tenía que albergarse en éstos que no
aman o que aman mal y sólo a veces.
Sé un abismo de fuego y un mar de amor en
que se hundan las criaturas que son un dolor para Mí, y que Yo ya no las vea,
que te vea solamente a ti, y que vea a través de ti, a esas criaturas que,
entonces, serán soportables para Mí porqué estarán envueltas en tu fuego y
cubiertas con las ondas de tu amor.
Las
cosas que se echan al fuego se purifican y las que se arrojan al mar se lavan y
se salan. Con tu amor por el prójimo, pensando que en dicho amor estoy Yo (todo
está en Cristo), purifícales, lávales, sálales, para que nunca más estén
sucios, para que nunca más sean inútiles como cosas sin sabor”.
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