EL ARREPENTIMIENTO ANULA EL PECADO Y ENGRANDECE EL AMOR DE DIOS
Icono Ortodoxo de María de Magdalá |
Todos conocemos las maravillosas palabras de Jesús al Fariseo, que se quejaba porque había aceptado y perdonado el ofrecimiento de María de Magdalá, que había venido a llorar a los pies de Jesús, ungiendo en sus pies un valioso perfume de nardo: El deudor a quien se le había perdonado la mayor cuantía es el que más agradecido está a su acreedor.
Estando trabajando en Barcelona desde el año 1.965 al 1.970, el Director de la Empresa me contó que un imprudente había herido gravemente a un hijo suyo en un accidente de automóvil. El culpable vino a verle y se arrodilló ante él llorando, pidiéndole perdón, naturalmente fue perdonado por su actitud de profundo arrepentimiento.
En el Evangelio como me ha sido revelado de María Valtorta, vemos como Jesús perdona el pecado
espantoso de una persona que mató a su madre y a su hermano, para disponer de toda
la herencia que le correspondía, y así poder disfrutar gastando su fortuna con
las meretrices. Aquí se demuestra como el arrepentimiento profundo y sincero
siempre borra todos los pecados, por lo grandes y horribles que sean. También
se ve aquí como Jesús carga Él mismo, con mucho dolor con los pecados de los
hombres, ya que todo pecado causa en la Naturaleza Humana de Jesús una herida
proporcional a la gravedad del mismo.
Teoría completamente opuesta a la mentalidad relativista de hoy, cuyos
abanderados son los nuevos teólogos progresistas, que pregonan el relativismo,
y que no ven diferencia alguna entre el pecado y la virtud, el bien y el mal, y
que les gusta decir: “Dios te quiere como eres”, lo que es una invitación al
inmovilismo y la petrificación del alma, cuando Jesús dijo claramente:“El que
no está conmigo (que soy inmaculado), está contra Mí; el que no amasa,
dispersa”; “si tu brazo o tu ojo es para ti un estorbo, arráncatelos, más te
vale entrar en el Cielo sin un ojo o si un brazo, que estar echado todo entero
en la Gehena”.
Y por eso, toda esa banda de contestatarios está aullando sin parar
ante los muros de la Iglesia, en contra de las enseñanzas de Jesús,
transmitidas hoy por su Iglesia, la
Embajada que Él ha elegido. Son los renegados, los teólogos de la liberación, los teólogos de la
secularización y de la desacralización, los partidarios del divorcio exprés; los abortistas, los eugenistas, los de la píldora del día después, los educadores para la
ciudadanía, los que quieren imponer saderdotisas, obispas, cardenalas, y hasta
papisas.
Son también los que quieren transformar la Iglesia, de una Jerarquía puesta
por Dios, en una vulgar democracia, en donde el pueblo vota sus querencias y
sus ideales que van constantemente variando según las modas, son también los
que quieren cambiar los mandamientos de la Ley de Dios, grabados sobre la
piedra en el Sinaí, y refrendados en los libros Sagrados, mandamientos inmutables,
Constitución de Dios, que es y permanecerá inmutable hasta el fin del mundo.
Son los que también quieren
suprimir el esplendor de la Liturgia, como la que existe en las Iglesias
Ortodoxas, por una iglesia haraposa y populista en donde los oficiantes y
fieles celebran y participan con pantalones vaqueros, y camisas con la efigie
del asesino Che-Guevara, en una estancia de tipo nave industrial, adornada por
cuadros de cantantes de la categoría de Miguel Bosé, u otros socios de “la ceja”
que estuvieron copiosamente subvencionados por los gobiernos “izquierdistas”.
DISCURSO DE JESÚS: “YO SOY EL SEÑOR TU DIOS”
Del Evangelio tal como me ha sido Revelado de
María Valtorta
Desde ayer, la
gente se ha duplicado al menos. Hay también personas de clases menos comunes.
Algunos han venido en burros y están ingiriendo comida bajo el cobertizo, en
cuyos palos han atado sus asnos, en espera del Maestro.
(…) “¡Pero hombre,
como, ¿cómo piensas que los escribas y fariseos deseen oír sus palabras?! Esos
son víboras e hienas, como los llama el Bautista”.
“Yo quería que
me curase. ¿Ves? Tengo una pierna con gangrena. He sufrido lo indecible para
venir aquí en burro. Pero le he buscado en Sión y ya no estaba…” dice uno.
“Le han
amenazado de muerte…” responde otro.
“¡Perros!”.
“Si. ¿De dónde
vienes?”
“De Lida”.
“¡Un largo
camino!”.
“Yo…yo
quisiera expresarle un pecado mío…Se lo he manifestado al Bautista…pero me ha
recriminado de tal modo, que he huido. Creo que ya no podré ser perdonado…”
dice un tercero”.
¿Pues qué es
lo que has hecho?”.
“Mucho mal. A
Él se lo manifestaré. ¿Qué opináis? ¿Me maldecirá?”
“No. Le he
oído hablar en Betsaida. Casualmente me encontraba allí. ¡¡¡Qué palabras!!!
Hablaba de una pecadora. ¡Ah…, casi habría deseado ser ella para
merecerlas!...” dice un anciano de aspecto grave.
“Ahí viene”,
grita un grupo de personas.
“¡Misericordia!
¡Me da vergüenza!” dice el hombre que se siente culpable, y trata de huir.
“¿A donde huyes, hijo mío? ¿Tanta negrura
tienes en el corazón, que odias la Luz hasta el punto de tener que huir de
ella? ¿Has pecado tanto como para tener miedo de Mí: Perdón? ¿Pero qué pecado
puedes haber cometido? Ni aún en el caso de que hubieras matado a Dios deberías
tener miedo, si en ti hubiera verdadero
arrepentimiento. ¡No llores! O ven, lloremos juntos”.
Jesús, que
alzando una mano había hecho que se detuviera el fugitivo, ahora le tiene
estrechado junto sí, y se vuelve a quienes están esperando y dice: “Un momento
solo, para aliviar a este corazón. Después estoy con vosotros”.
Y se aleja
hasta más allá de la casa, Jesús (…) continúa unos diez pasos y se detiene: “¿Qué has hecho, hijo?”.
El hombre cae
de rodillas. Es un hombre que tiene unos cincuenta años; un rostro quemado por
muchas pasiones y devastado por un tremendo secreto. Tiende los brazos y grita:
“Para gozarme con las mujeres, gastando toda la herencia paterna, he matado a
mi madre y a mi hermano…Desde entonces no he vuelto a tener paz…Mi alimento…
¡sangre! Mi sueño… ¡pesadilla!... Mi placer… ¡Ah! en el seno de las mujeres, en
su grito de lujuria sentía el hielo de mi madre muerta y el jadeo agonizante de
mi hermano envenenado. ¡Malditas las mujeres del placer, áspides, medusas, murenas
insaciables, perdición, perdición, mi perdición!”.
“No maldigas, Yo no maldigo…”
“¿No me maldices?”.
“No, ¡lloro y cargo sobre Mí tu pecado!...
¡Cuanto pesa! Me quiebra los miembros, pero aún así lo abrazo estrechamente
para anularlo por ti…y a ti te concedo el perdón. Si. Yo te perdono tu gran
pecado”. Extiende Jesús las manos sobre la cabeza del hombre, que está
sollozando, y ora: “Padre, mi sangre será derramada también por él. Por ahora,
llanto y oración. Padre, perdona porque está arrepentido. ¡Tu Hijo a cuyo
Juicio todo ha sido remitido, así lo quiere!...”.
Permanece así durante unos minutos, luego
se agacha para levantar al hombre y le dice: “La culpa queda perdonada. Está en
ti ahora el expiar, con una vida de penitencia, cuanto queda de tu delito".
“¿Dios me ha
perdonado? ¿Y mi madre? ¿Y mi hermano?”.
“Lo que Dios
perdona queda perdonado por todos, quienesquiera que sean. Ve y no vuelvas a
pecar nunca”.
El hombre
llora aún con más intensidad y le besa la mano. Jesús le deja con su llanto y
vuelve hacia la casa (…)
Ya está en su
puesto. Empieza a hablar:
“Un alma ha
vuelto al Señor. Bendita sea su omnipotencia, que arranca de las
circunvoluciones de la serpiente demoníaca, a sus almas creadas, y las conduce
de nuevo por el camino de los Cielos.
¿Por qué esa
alma se había perdido? Porque había perdido de vista la Ley. (…) La primera
palabra del Padre y Señor es esta: “Yo soy el Señor, Dios tuyo”.
En cada
instante del día, la Voz de Dios pronuncia esta palabra y su dedo la escribe.
¿Dónde? Por todas partes. Todo lo dice continuamente: desde la hierba a la
estrella, desde el agua al fuego, desde la lana al alimento, desde la luz a las
tinieblas, desde el estar sano hasta la enfermedad, desde la riqueza hasta la
pobreza.”Todo dice : “Yo soy el Señor. Por Mí, tienes esto. Un
pensamiento Mío te lo da, otro te lo quita y no hay fuerza de ejercito ni de
defensas que te pueda preservar de Mi
voluntad”. Grita en la voz del viento, canta en la risa del agua, perfuma en la
fragancia de la flor, se incide sobre las cúspides montanas, y susurra, habla,
llama, grita en las conciencias:
Yo
soy el Señor Dios tuyo”.
¡No os
olvidéis nunca de ello! No cerréis los ojos, los oídos, no estranguléis la
conciencia para no oír esta palabra. Es inútil, ella es; y llegará el momento
en que la pared de la sala del banquete, o en la agitada ola del mar, o en el
labio del niño que ríe, o en la palidez del anciano que se muere, en la
fragante rosa o en la fétida tumba, será escrita por el dedo de fuego de Dios.
Es inútil, llega el momento en que, en medio de las embriagueces del vino y del
placer, en medio del torbellino de los negocios, durante el descanso de la
noche, en un solitario paseo…ella alza su voz y dice:
“Yo soy el Señor Dios tuyo”, y no esta
carne que besas ávido, y no este alimento que, glotón, engulles, y no este oro
que, avaro, acumulas, y no este lecho sobre el que te huelgas, y de nada sirve
el silencio, o el estar solo, o durmiendo, para hacerla callar.
“Yo soy el Señor Dios tuyo”,
Soy el
compañero que no te abandona, el Huésped que no puedes echar. ¿Eres bueno? Pues
el huésped y compañero es el Amigo bueno. ¿Eres perverso y culpable? Pues el
huésped y compañero pasa a ser el Rey airado, y no concede tregua, Mas no deja, no deja, no deja. Solo a los
réprobos les es concedido el separarse de Dios. Pero la separación es el
tormento insaciable y eterno.
“Yo soy el Señor Dios tuyo”, y añade: “que
te saqué de la Tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud”. ¡Oh, con que
verdad ahora lo dice! ¿De que Egipto,
de qué Egipto te saca, hacia la Tierra prometida, que no es este lugar, sino el
Cielo, el Eterno Reino del Señor en que no habrá ya hambre y sed, frío ni
muerte, sino que todo rezumará Alegría y Paz, y de paz y Alegría, se verá
saciado todo espíritu!
De la esclavitud
verdadera ahora os saca. He aquí el Libertador. Yo soy. Vengo a romper vuestras
cadenas. Cualquier dominador humano puede conocer la muerte, y por su muerte,
quedar libres los pueblos esclavos. Pero Satanás no muere. Es eterno. Y es él
el dominador que os ha puesto grilletes para arrastraros hacia donde desea. El
Pecado está en vosotros, y el Pecado es la cadena con que Satanás os tiene
cogidos. Yo vengo a romper la cadena. En nombre del Padre vengo, y por deseo
Mío.
He aquí que, por tanto se cumple la
incomprendida promesa: “Te saqué de Egipto y de la esclavitud”.
Ahora esto tiene espiritual cumplimento. El
Señor Dios vuestro, os saca de la tierra del ídolo que sedujo a vuestros
Progenitores, os arranca de la esclavitud de la Culpa, os reviste de Gracia, os
admite en su Reino. En verdad os digo que quienes vengan a Mí podrán con
dulzura de Paternal voz, oír al Altísimo decir en su corazón Bienaventurado:
“Yo soy el Señor Dios tuyo y te traigo
hacia Mí, libre y feliz”. Venid. Volved al Señor corazón y rostro,
oración y voluntad. La hora de la Gracia ha llegado”.
Jesús ha
terminado. Pasa bendiciendo y acariciando a una viejecita y a una niñita
morenilla y toda risueña.
“Cúrame,
Maestro. ¡Me aflige un mal grave!” dice el enfermo de gangrena.
“Primero el
alma, primero el alma, haz penitencia…”
“Dame el
Bautismo como Juan, no puedo ir a él. Estoy enfermo”.
“Ven”. Jesús
baja hacia el río que se encuentra pasados dos grandísimos prados y el bosque
que le oculta. Se descalza, como también lo hace el hombre que hasta allí se ha
arrastrado con las muletas. Descienden hacia la orilla, y Jesús, haciendo copa
con las dos manos unidas, esparce el agua sobre la cabeza del hombre, que está
dentro del agua hasta la mitad de las espinillas.
“Ahora quítate
las vendas” ordena Jesús mientras vuelve a subir el sendero.
El hombre
obedece. La pierna está curada. La multitud grita de estupor.
“¡Yo
también!”; “¡Yo también!”; “¡Yo también el Bautismo dado por Ti!” gritan
muchos.
Jesús, que ya está a
medio camino, se vuelve: “Mañana. Ahora marchaos y sed buenos. La Paz sea con
vosotros”
Todo termina y Jesús
vuelve a casa, a la cocina que está a oscuras a pesar que sean todavía las
primeras horas de la tarde.
Los discípulos se le
arremolinan en torno. Y Pedro pregunta: “Ese hombre al que has llevado detrás
de la casa, ¿Qué tenía?”
“Necesidad de
purificación”
“No ha vuelto, de
todas formas, y no estaba entre los que pedían el bautismo”
“Ha ido a donde lo he mandado”
“¿A dónde?”
“A expiar, Pedro”
“¿A la cárcel?”
“No. A hacer penitencia todo el
resto de su vida”.
“¿No se purifica entonces con el
agua?”
“Es agua también el llanto”.
(…)
“¿Y cuando nos vas a
habilitar para hacer milagros?” sigue preguntando Judas.
“¿Nosotros hacer
milagros?, ¿nosotros? ¡Misericordia eterna! ¡Y eso que bebemos agua pura!
¿Nosotros, milagros? Pero muchacho, ¿estás delirando? Pedro está escandalizado,
asustado, fuera de sí.
“Él nos lo dijo en
Judea. ¿O acaso, no es verdad?”.
“Si, es verdad, lo
dije. Y lo haréis. Más mientras en vosotros haya demasiado carne, no tendréis
milagros”.
“Haremos ayunos”
dice Judas Iscariote.
“No se requieren
ayunos. Cuando digo carne, quiero decir las pasiones corrompidas, la triple
hambre, y tras esa pérfida trinidad, el séquito de sus vicios…Como hijos de una
inmunda, bígama unión, la soberbia de la mente engendra, con la avidez de la
carne y del poder, todo lo malo que hay en el hombre y en el mundo”.
“Nosotros lo hemos
dejado todo por Ti, replica Judas.
“Pero no a vosotros
mismos”.
“¿Entonces, tenemos
que morir”, con tal de estar contigo, lo haríamos; yo al menos…”.
“No.No pido vuestra
muerte natural. Pido la muerte de la animalidad y el satanismo en vosotros, y
este no muere mientras se siga satisfaciendo el hambre de la carne y mientras
haya en vosotros mentira, orgullo, ira, soberbia, gula, avaricia, acidia”.
“¡Somos muy humanos,
junto a Ti, muy Santo!” dice sumisamente Bartolomé.
“Y siempre fue tan
Santo. Nosotros lo podemos decir” afirma el primo Santiago.
“Él sabe como somos…
Y no debemos desanimarnos, sino decirle solo: “Danos día a día la fuerza de
servirte. Si nosotros dijéramos: “No tenemos pecado”, resultaríamos engañados y
engañadores. ¿Y de quién al final? ¿De nosotros mismos que sabemos lo que
somos, aunque no queramos decirlo? ¿De Dios, al cual no se le puede engañar?
Pero si decimos:
“Somos débiles y pecadores. Ayúdanos con tu fuerza y tu perdón”, entonces Dios
no nos defraudará, y en su bondad y justicia nos perdonará y nos purificará de
las iniquidades de nuestros pobres corazones”.
“Dichoso tú, Juan,
porque la Verdad habla en tus labios, que tienen perfume de inocencia y solo
besan el adorable Amor” dice Jesús levantándose, y atrae hacia su corazón el
predilecto, que ha hablado desde su rincón oscuro.
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