"En verdad os digo que la muerte es un don cuando sirve para impedir
nuevos pecados y coge al hombre mientras está reconciliado con su Señor”.
Esta afirmación, para los que niegan la existencia de la Vida Eterna, y de un Juicio de Dios a la muerte de cada ser humano, que lo puede transformar en Hijos de la Luz, y herederos del Cielo, o en hijos de las Tinieblas, y herederos del Infierno para toda la Eternidad, son como lo dice San Pablo una locura, ya que como lo afirma, las cosas de Dios cuanto más subidas, son para ellos más locura, así como las cosas del mundo, cuanto más subidas, son más locura e insensatez para los hijos de Dios.
En la vida del Santo Cura de Ars, Patrono de todos los Sacerdotes del mundo, relatada por Monseñor Trochú, se puede leer que todos los milagros que hacía los atribuía a Santa Filomena, una mártir del Imperio Romano, cuya existencia parece dudosa, ya que solo se encontró en una catacumba una inscripción con su nombre.
Cuentan que vino a verle de muy lejos, creo que desde París, una Señorita ciega para implorar su curación, atraída por otros milagros que había hecho el Santo, este le dijo: “Dios puede curarla de su ceguera, pero su Salvación Eterna no sería segura, sin embargo si permanece ciega, tiene asegurada la Vida Eterna”. Naturalmente, la Señorita volvió a París ciega, pero con gran resignación.
Siendo yo aún escolar en los Maristas, cuando vivía en Francia, contaba un hermano que había venido de Brasil, un hecho ocurrido en ese País: Un avión de pasajeros aterrizó envuelto en llamas, bajaron todos los pasajeros a tiempo, solo se quedó una mujer que estaba de rodillas dando gracias a Dios, por haber salido indemne del accidente.
En ese momento estalló el avión y murió la mujer. Como era de esperar, toda la prensa de izquierdas que relataba el suceso, aprovechó el incidente para burlarse de los creyentes y negar a Dios. Pero creo sinceramente que, morir alabando a Dios, es en realidad una de las mayores gracias para una persona, porque tiene asegurada la Vida Eterna, este hecho recuerda la promesa hecha por Jesús a San Dimas, personalmente creo que es un seguro de Salvación Eterna.
Se puede pues afirmar que muchas desgracias o muertes están permitidas por Dios, para asegurar la Salvación a ciertas personas, ya que una vida más larga lo expondría a una condenación eterna. Y así en el otro mundo cuando se descubra la verdad de todos los acontecimientos veremos que las desgracias ocurridas a ciertas personas, que en la Tierra nos parecieron injusticias y abandono de la Providencia Divinas, fueron en realidad una gran misericordia de Dios y una acción de esa divina Providencia. Naturalmente todas estas reflexiones solo se pueden comprender a través de la Fe en Dios, de lo contrario estos acontecimientos son incomprensibles.
Cuando estudiaba en Francia el Reino de San Luis, se contaba que su madre Blanca de Castilla, le decía a su hijo: “¡Prefiero verte muerto, antes que verte cometer un pecado mortal!”
¡Bienaventurados los que ven a Dios en todas las cosas, creo que de ellos es el Reino de los Cielos!
Del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta
(16
de Julio de 1946)
Una curación espiritual en Guerguesa y
lección
sobre los dones de Dios.
sobre los dones de Dios.
Llegan a los
bordes del lago, en los aledaños de Guerguesa, cuando el ocaso rojo se
transforma en crepúsculo violáceo y sereno. La ribera está llena de gente que
prepara las barcas para la pesca nocturna o que se baña con gusto en las
orillas del lago, un poco picado por el viento que lo surca.
Pronto es
visto Jesús y reconocido, de forma que antes de que pueda entrar en la Ciudad,
ya se sabe que ha venido, y se produce la afluencia de gente que acude a
escucharle.
(…) Una mujer
llorando, le llama de entre la multitud, mientras que suplica que le dejen
pasar, para ir donde el Maestro.
“Es Arria,
la gentil que se ha hecho hebrea por amor. Una vez curaste a su marido, pero…”.
“Me acuerdo.
¡dejadla pasar!”.
La mujer se
acerca. Se arroja a los pies de Jesús. Llora.
“¿Qué te
pasa, mujer?”.
“¡Rabí!
¡Rabí! ¡Piedad por mí!, Simeón…”.
Uno de Guerguesa
le ayuda a hablar: “Maestro, usa mal la salud que le diste. Se ha hecho duro de
corazón, rapiñador, y ya ni siquiera parece israelita. La verdad es que la
mujer es mucho mejor que él, a pesar de haber nacido en tierras paganas. Y su
dureza y rapacidad le acarrean peleas y odios. Y por una pelea ahora está muy
mal herido en la cabeza, y el médico dice que casi es seguro que se queda
ciego”.
“¿Y Yo, que
puedo en ese caso?”.
“Tu…curas…Ella,
ya lo ves, se desespera…Tiene muchos hijos, y pequeños todavía. La ceguera de
su marido significaría miseria para la casa…Es verdad que es dinero mal
ganado…Pero la muerte sería una desventura, porque un marido es siempre un
marido, y un padre es siempre un padre, aunque en vez de amor y pan dé
traiciones y palos…”.
“Le curé una
vez, y le dije: “No peques más”. Él ha pecado más. ¿No había prometido acaso,
que no iba a pecar más? ¿No había hecho voto de no volver a ser usurero y
ladrón, si Yo le curara, es más, de devolver a quien pudiera lo mal adquirido,
y de usar el mal adquirido – en el caso de no poder devolverlo – en favor de
los pobres?”.
“Maestro, es
verdad. Yo estaba presente. Pero… el hombre no es firme en sus propósitos”.
“Es como
dices. Y no solo Simeón. Muchos son los que, como dice Salomón, tienen dos pesos
y balanza falsa, y no solo en el sentido material, sino también cuando juzgan y
actúan y en su comportamiento para con Dios. Y es también Salomón el que dice:
“Desastroso para el hombre el fervor ligero por lo santo y, tras hacer el voto,
volverse atrás”. Y, sin embargo son demasiados los que esto hacen… Mujer, no
llores.
Pero
escucha y sé justa, pues que has elegido Religión de Justicia: ¿Qué elegirías,
si te propusiera dos cosas, estas: curar a tu marido y dejarle vivir para que
siga burlándose de Dios y acumulando pecados sobre su alma, o convertirle,
perdonarle, y luego dejarle morir? Elige. Haré lo que elijas”.
La pobre
mujer se encuentra en una lucha muy acerba. El amor natural, la necesidad de un
hombre que bien o mal gane para los hijos la moverían a pedir “vida”; su amor
sobrenatural hacia su marido la mueve a pedir “perdón y muerte”. La gente
calla, atenta, conmovida en espera de la decisión.
Al fin, la
pobre mujer, arrojándose de nuevo al suelo, abrazándose a la túnica de Jesús
como buscando fuerzas, gime: “La vida eterna…Pero ayúdame Señor…” y languidece,
rostro en tierra, que parece que muere.
“Has elegido
la parte mejor. Bendita seas. Pocos en Israel te igualarían en temor de
Dios y justicia. Levántate. Vamos donde
él”.
“¿Pero
realmente le vas a hacer morir, Señor? ¿Y yo, que voy a hacer?”. La criatura
humana renace del fuego del espíritu como el fénix mitológico; y sufre y
zozobra humanamente…
“No temas,
mujer. Yo, tú, todos confiamos al Padre de los Cielos todas las cosas, y Él
obrará con su amor. ¿Eres capaz de creer esto?”.
“Sí, mi
Señor…”.
“Entonces
vamos, diciendo la oración de todas las peticiones y de todos los consuelos”.
Y mientras
anda, circundado de un enjambre de personas y seguido de un séquito de gente,
dice lentamente el Pater. El grupo apostólico hace lo mismo, y con un coro bien
ordenado, las frases de la oración se elevan por encima del murmullo de la
muchedumbre, la cual, sintiendo el deseo de oír orar al Maestro, poco a poco va
guardando silencio, de forma que las últimas peticiones se oyen
maravillosamente en medio de un silencio solemne.
“El Padre te
dará el pan cotidiano. Lo aseguro en su Nombre” dice Jesús a la mujer, y añade,
dirigiéndose no solo a ella sino a todos:
“Y os serán perdonadas las culpas si
perdonáis al que os haya ofendido o perjudicado: Esa persona necesita vuestro
perdón para obtener el de Dios. Y todos tienen necesidad de la protección de
Dios para no caer en pecado como Simeón. Recordad esto”.
Ya han
llegado a la casa y Jesús entra en ella con la mujer, con Pedro, Bartolomé y el
Zelote.
El hombre
echado en la yacija, en la cara vendas y paños mojados gesticula desasosegado y
delira. Pero la voz, o la voluntad de Jesús, le hacen volver en sí y grita:
“¡Perdón! ¡Perdón! No volveré a caer en el pecado. ¡Tu perdón como la otra vez!
Pero también la salud como la otra vez. ¡Arria! ¡Arria! Te juro que seré bueno.
No volveré a ser violento ni ladrón, no …”. El hombre está dispuesto a todas
las promesas por miedo a morir…
“¿Por qué
quieres todo esto?” pregunta Jesús, “¿Por expiar o porque temes el juicio de
Dios?”.
“¡Eso, eso!
¡Morir ahora no! ¡El infierno!... ¡He robado, he robado el dinero del pobre! He
usado la mentira. He sido violento con mi prójimo y he hecho sufrir a los
familiares. ¡Oh!...”.
“No miedo,
se requiere arrepentimiento, verdadero, firme”.
“¡La muerte
o la ceguera! ¡Qué castigo! ¡No volver a ver! ¡Tinieblas! ¡Tinieblas! ¿No!...”.
“Si es adversa la tiniebla en los ojos, ¿no
te es horrenda la del corazón? ¿Y no temes la del Infierno, eterna, horrenda?,
¿la privación continua de Dios?, ¿los remordimientos continuos?, ¿la congoja de
haberte matado a ti mismo para siempre, en tu espíritu? ¿No amas a esta? ¿Y no
quieres a tus hijos? ¿Y no quieres a tu padre, a tu madre, a tus hermanos? ¿Y
no piensas que no vas a tenerlos nunca más contigo si mueres condenado?”.
“¡No! ¡No!
¡Perdón! ¡Perdón! Expiar, aquí, sí, aquí… Incluso la ceguera, Señor… Pero el
Infierno no… ¡Que no me maldiga Dios! ¡Señor! ¡Señor! Tú arrojas los demonios y
perdonas las culpas. No alces tu mano para curarme, pero sí para perdonarme y
liberarme del demonio que me tiene sujeto… Ponme una mano en el corazón, en la
cabeza… Libérame Señor…”.
“No puedo
hacer dos milagros. Reflexiona. Si te libero del demonio te dejaré la
enfermedad…”.
“¡No
importa! Sé Salvador”.
“Sea como tú
quieres. Te digo que sepas aprovechar mi milagro, que es el último que te hago.
Adiós”.
“¡No me has
tocado! ¡Tu mano! ¡Tu mano!”.
Jesús le
complace y pone su mano sobre la cabeza y sobre el pecho del hombre, el cual,
estando vendado, cegado por las vendas y la herida, palpa convulsivamente para
agarrar la mano de Jesús, y una vez que la encuentra, llora sobre ella, y no
quiere separarse de ella; hasta qué, como un niño cansado, se adormece,
teniendo todavía la mano de Jesús apretada contra su carrillo febril.
Jesús saca
cautelosamente la mano y sale de la habitación sin hacer ruido, seguido por la
mujer y los tres Apóstoles.
“Que Dios te
lo pague, Señor. Ora por tu sierva”.
“Sigue
creciendo en la Justicia, mujer, y Dios estará siempre contigo”. Alza la mano
para bendecir la casa y a la mujer, y sale a la calle.
[…] Pedro,
que estaba preparado, hinca el remo, y la barca se separa de la orilla,
empezando así la navegación, seguida por otras dos. El lago, un poco agitado,
imprime oscilación a las barcas, pero nadie se asusta por ello, porque el
trayecto es breve. Los faroles rojos ponen manchas de rubí en las oscuras
aguas, o tiñen de color sangre las espumas blancas.
Pregunta
Pedro, sin dejar el timón, después de un rato: “Maestro, ¿pero aquel hombre se
va a curar o no? No he comprendido nada”.
Jesús no
contesta. Pedro hace una muestra a Juan, que está sentado en el fondo de la
barca a los pies del Maestro, con la cabeza relajada encima de las rodillas de
Jesús. Y Juan repite en voz baja la pregunta.
“No se va a
curar”.
“¿Por qué,
Señor? Yo creía, por lo que he oído, que tuviera que curarse para expiar”.
“No Juan.
Pecaría nuevamente, porque es un espíritu débil”.
Juan vuelve
a apoyar la cabeza en las rodillas y dice: “Pero Tú le podías hacer fuerte…” y
parece manifestar un dulce reproche.
Jesús
sonríe, mientras introduce los dedos entre los cabellos de su Juan y, alzando
la voz de forma que todos oigan, da la última lección del día:
“En verdad os digo que en la concesión de
la gracia hay que saber también tener en cuenta su oportunidad. No siempre la
vida es un don, no siempre la prosperidad es un don, no siempre un hijo es un
don, no siempre un lujo es un don, no siempre – si también esto – una elección
es un don. Vienen a ser dones y permanecen como tales cuando el que los recibe sabe hacer un buen uso de ellos, y
para fines naturales de santificación.
Pero cuando de la salud, de la
prosperidad, afectos, misión se hace la ruina del propio espíritu, mejor sería
no tenerlos nunca. Y a veces Dios ofrece el mayor don que podría dar, no dando
lo que los hombres desearían o lo que considerarían justo tener como cosa
buena. El padre de familia o el médico bueno saben que es lo que hay que dar a
los hijos o a los enfermos para no ponerlos más enfermos o para evitar que
enfermen. Lo mismo Dios, sabe lo que tiene que dar para el bien de un espíritu”.
“¿Entonces aquel hombre morirá? ¡Qué casa
más infeliz!”.
“¿Sería acaso, más feliz viviendo en ella
un réprobo? ¿Y él sería más feliz si, viviendo, siguiera pecando? En verdad os
digo que la muerte es un don cuando sirve para impedir nuevos pecados y coge al
hombre mientras está reconciliado con su Señor”.
Maravillosas palabras de Jesús, con las cuales se aclara una serie de dudas sobre las miserias humanas, que muchas veces son necesarias para la salvación eterna de las almas.
Como así tiene que ser para un creyente, es mucho más importante la Vida Eterna que la vida material, cuya duración, comparada con la Eternidad, es un breve suspiro.
Unos de los mayores males de la mentalidad actual, es la pérdida absoluta del sentido del pecado, y la negación absoluta de un más allá, donde habrá un Juicio y un castigo eterno y horrendo, que es la ausencia de Dios y la muerte del alma por el pecado que es la desobediencia a la Ley de Dios.
Satán ha logrado hacer creer a la Sociedad, que Dios es un padre bonachón, indiferente al pecado, e incapaz de mandar a nadie al Infierno, porque todos somos hijos suyos, ignorando que la filiación divina se obtiene por la obediencia a las Leyes, y por un profundo arrepentimiento y temor de Dios, cuando se han transgredido sus mandatos. En este relato, Simeón se salvó por tener bien claros estos conceptos: Todo pecado es una ofensa a Dios, y existe un Juicio y un castigo que es el Infierno eterno.
Es también muy importante y trascendente, lo que explica Jesús sobre la correspondencia a la Gracia de Dios, cuando no se hace un buen uso de los dones para la Salvación eterna.
Es lo que ocurre hoy día con los Sacramentos de la Iglesia que exigen una correspondencia a los mismos, con unos deberes y unas obligaciones, que si no se cumplen, anulan la Gracia santificante.
Del poema del Hombre-Dios de Mª Valtorta (3-3-1.945)
Palabras de Jesús a sus Apóstoles sobre la muerte
[...] Estamos frente a la muerte. Yo lo estoy. Otros también lo están ¿Quienes? ¿Quieres saber quien, Pedro? Todos. La muerte avanza hora a hora y aferra a quien menos se lo espera. Pero es que incluso aquellos que tienen mucha vida que tejer, hora a hora están frente a la muerte, pues que el tiempo es un relámpago frente a la eternidad y en la hora de la muerte hasta la vida más larga se reduce a nada, y las acciones de lejanos decenios, hasta los de la primera edad, vuelven en masa para decir: "Mira: ayer hacías esto".
¡Ayer! ¡Siempre es ayer cuando uno se muere! ¡Y siempre es polvo el honor y el oro que tanto anheló la criatura! ¡Pierde todo sabor el fruto por el que se perdió el juicio! ¿La mujer? ¿La bolsa? ¿El poder? ¿La ciencia? ¿Qué queda? ¡Nada! Solo la conciencia y el juicio de Dios, juicio al que la conciencia va pobre de riquezas, desnuda de humanas protecciones, cargada solo de sus obras.
"Tomen su sangre y tiñan con ella las jambas y arquitrabe y el Ángel no arremeterá a su paso, contra las casas en que esté el signo de la sangre". Tomad mi Sangre. Ponedla no en las piedras muertas sino en el corazón muerto. Es la nueva circuncisión. Y Yo me circuncido por todo el mundo.
No sacrifico la parte inútil, sino que quebranto mi magnífica, pura, sana virilidad, completamente la sacrifico y de los miembros mutilados, de las venas abiertas, tomo mi Sangre y trazo sobre la Humanidad anillos de salvación, anillos de eterno desposorio con el Dios que está en los Cielos, con el Padre que espera, y digo: Mira, ahora no puedes rechazarlos porque rechazarías tu Sangre".
"Y Moisés dijo: "...y luego sumergid un manojo en la sangre y asperjad con sangre las jambas´". ¿No basta entonces la Sangre? No basta. A mi Sangre debe unirse vuestro arrepentimiento. Sin el arrepentimiento, amargo y saludable, inútilmente Yo para vosotros moriré.
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