MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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sábado, 31 de agosto de 2013

COMENTARIOS DE JESÚS SOBRE EL EPISODIO DE LA MUJER ADÚLTERA




El hombre, con las enseñanzas de la Iglesia, de su razón y de su conciencia,
 está preparando un examen que tendrá lugar al final de su vida.



EL JUICIO DE DIOS ES DISTINTO AL JUICIO HUMANO



         Este comentario de Jesús después del relato de la Visión de María Valtorta sobre el episodio de la mujer adúltera, será sorprendente para algunos, porque demuestra claramente que Dios no perdona al impío que nunca se arrepiente y se mantiene en el vicio hasta su muerte. 

        De este comentario se deduce que la mujer adúltera no está en el Cielo, porque a pesar de haber sido salvada por Jesús de la lapidación, siguió en sus pecados y no se arrepintió.

      Y se me ocurre aquí una explicación lógica a la marca de Caín después de haber matado a su hermano: ese homicidio, tenía que estar marcado con sangre en la frente de Caín, la marca de Yahveh, no tiene lugar: es una acción de Dios que oculta esa acusación, para así poder aún borrar el pecado de su alma, aprovechando el tiempo que Dios le da, para arrepentirse durante la vida que le queda en la tierra, antes de comparecer en el Juicio, cuando entonces será ya muy tarde para rectificar .  

       Aquí hay también una declaración muy importante sobre la homosexualidad: no tiene la misma gravedad el que comete el pecado por vicio y para probar sensaciones lujuriosas nuevas, como el que está inclinado a estos actos por deformación psíquica o física.



DEL POEMA DEL HOMBRE-DIOS


            Dice Jesús:

         "Lo que me hería era la falta de caridad y de sinceridad en los acusadores. No que acusaran con falsedad. La mujer era realmente culpable. Pero eran insinceros al escandalizarse de algo que ellos habían cometido mil veces y que solo una mayor astucia y una mayor suerte había permitido que quedase oculto. La mujer, en su primer pecado, había sido menos astuta y había tenido menos suerte. Pero ninguno de sus acusadores y acusadoras - porque también las mujeres la acusaban en el fondo de su corazón, aunque no alzaran su palabra - estaba libre de culpa.

             Adúltero es el que pasa al acto y el que a él se inclina y lo desea con todas sus fuerzas. La lujuria está tanto en el que peca como en el que desea pecar. Recuerda, María, la primera palabra de tu Maestro, cuando te llamé desde el borde del precipicio en que estabas: "No basta no hacer el mal, también hay que desear no hacerlo".

          El que acaricia pensamientos de sensualidad y suscita con lecturas y espectáculos buscados de propósito y con hábitos malsanos sensaciones de la carne es tan impuro como el que comete materialmente la culpa. Digo incluso: es mayormente culpable. Porque va con el pensamiento contra la naturaleza, además de contra la moral. 

          Y no hablo siquiera de aquel que pasa a verdaderos actos contrarios a la naturaleza. El único atenuante de éste es una enfermedad orgánica o psíquica. El que no tiene este atenuante es diez veces inferior al animal más sucio.

             Para condenar con justicia se requeriría la ausencia de toda culpa. Os remito a dictados anteriores, cuando hablo de las condiciones esenciales para ser juez. No me eran desconocidos los corazones de aquellos fariseos y de aquellos escribas; ni de los que se habían unido a ellos en el ataque contra la culpable.

         Pecadores contra Dios y contra el prójimo, había en ellos culpa contra el culto, culpas contra los padres, culpas contra el prójimo, culpas, especialmente numerosas contra sus esposas. Si, por un milagro, hubiera ordenado a su sangre escribir en su frente su pecado, entre las muchas acusaciones habría imperado la de "adúlteros" de hecho y de deseo.

              Yo dije: "Lo que contamina al hombre es lo que viene del corazón, no había ninguno entre los jueces que tuviera el corazón incontaminado. Sin sinceridad ni caridad. Ni siquiera el hecho de ser semejantes a ella en el hambre concupiscente los inducía a la caridad. Yo era el que tenía caridad con la humillada. Yo, el Único que habría debido sentir asco. Pero recordad esto: que cuanto más bueno es uno, más compasivo es para los culpables. No es indulgente con la culpa en sí misma. Eso no. Pero se compadece de los débiles que a la culpa no han sabido resistir.

           ¡El hombre! ¡Oh!, fácil de ser plegado - más que una frágil caña y que un delgado convólvulo - por la tentación y ser movido y abrazarse a aquello en que espera hallar confortación. Porque muchas veces la culpa se produce, especialmente en el sexo más débil, por esta búsqueda de confortación. 

           Por eso Yo digo que el que carece de afecto hacia su mujer, y también hacia la propia hija, es un noventa por ciento responsable de la culpa de su mujer o de su hija, por quienes responderá. Tanto el afecto estúpido - que es solo estúpida esclavitud de un hombre para con una mujer o de un padre con una hija -, como el desatender los afectos - o, peor por culpa de propia libídine que lleva a un marido a otros amores y unos padres a otros cuidados que no son los hijos - con fómite para adulterio y prostitución. Y, como tales, Yo los condeno.

             Sois seres dotados de razón y guiados por una ley divina y por una ley moral. Rebajarse, por tanto, a una conducta de salvajes o de animales debería causar horror a vuestra gran soberbia. Pero la soberbia, que en este caso sería incluso útil, vosotros la tenéis para cosas muy distintas.

          Miré a Pedro y a Juan de forma distinta, porque el primero, hombre, quise decirle: "Pedro, no carezcas tú también de caridad y de sinceridad", y decirle también como futuro Pontífice Mío: "Recuerda esta hora y juzga en el futuro, como tu Maestro"; mientras que al segundo, joven de alma de niño, quise decirle: "Tú puedes juzgar y no juzgas, porque tienes mi mismo corazón. Gracias amado, porque eres tan mío que eres mi segundo Yo.

        Alejé a los dos antes de llamar a la mujer para no aumentar su mortificación con la presencia de dos testigos. Aprended, hombres sin piedad. Aunque uno sea culpable, ha de ser tratado con respeto y caridad. No alegrarse de su aniquilamiento. No ensañarse contra él, ni siquiera con miradas curiosas. ¡Piedad, piedad para el que cae!

        A la culpable le indico el camino que debe seguir para redimirse. Volver a su casa, humildemente pedir perdón y obtenerlo con una vida recta, no volver a ceder a la carne, no abusar de la bondad divina y de la bondad humana, para no pagar más duramente que entonces la dúplice o múltiple culpa. Dios perdona, y perdona porque es la Bondad. Pero el hombre, a pesar de haber dicho Yo: "Perdona a tu hermano setenta veces siete", no sabe perdonar dos veces.

              No le di paz y bendición porque no había en ella aquella completa separación de su pecado, y ello se requiere para ser perdonados. En su carne, y por desgracia, en su corazón, no había náusea por el pecado, y ello se requiere para ser perdonados. 

               María de Magdalá, saboreado mi Verbo, había sentido repulsa por el pecado y había venido a Mí con la voluntad total de ser otra. En esta había todavía vacilación entre las voces de la carne y las del espíritu. Y además, en la turbación del momento, no había podido poner todavía la sierra con el tronco de la carne y cortarlo para ir, mutilado su peso de avidez, al Reino de Dios; mutilado, lo que quiere decir destrucción, para así haber crecido en ella lo que significa Salvación.

      ¿Quieres saber si luego se salvó? No para todos fui Salvador. Para todos lo quise ser, pero no lo fui, porque no todos tuvieron la voluntad de ser salvados. Y esto fue uno de los más penetrantes dardos de mi agonía de Getsemaní.

        Ve en paz tú, María de María, y no quieras ya pecar ni siquiera en las cosas insignificantes. Bajo el manto de María está sólo lo puro, recuérdalo".

       Estas sublimes palabras de Jesús son un ataque directo y fulminante a la mentalidad actual: El relativismo, el quietismo, para los cuales Dios es impasible ante el pecado, y no ve diferencia entre el Bien y el Mal. Como me dijo cierto Prelado, "¡Y por eso el Infierno está vacío!" (Sic).
     

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