La mujer Adúltera a los pies de Jesús |
EL PERDÓN DE JESÚS ESTÁ SIEMPRE CONDICIONADO AL ARREPENTIMIENTO
Este pasaje del Evangelio como me ha sido Revelado de María Valtorta, lectura preferida de la Madre Teresa de Calcuta y del Padre Pío de Pietrelcina, contemporáneos suyos, que publiqué en el año 2.003, es un relato detallado, maravilloso y estremecedor del episodio de la mujer adúltera relatado en el Evangelio de hoy.
Las palabras de Jesús, "yo tampoco te condeno", significan: te doy aún una oportunidad para que cambies de vida, si te arrepientes y te enmiendas, serás perdonada, y eso es porque Dios da toda una vida al pecador para cambiar, el perdonar o condenar definitivo, solo se producirán al comparecer el alma ante su Hacedor, el día de la muerte del cuerpo.
En este importante pasaje del Evangelio sobre la mujer adúltera, todo el mundo piensa que esta mujer salió perdonada, porque la mayoría, por no decir toda la gente, tiene una noción falsa de como tiene que ser la conducta de las almas después del perdón: Es necesario que haya siempre un sincero y profundo arrepentimiento proporcional a la culpa. Según este escrito del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta, parece que este no fue el caso de esta mujer .
Jesús-Dios que ve el fondo de los corazones, es el único que puede juzgar al final de los tiempos, porque ve claramente el corazón de cada persona, por eso no le fue agradable la ofrenda de Caín, y si le agradó la de Abel. Los ateos, que no comprenden esta visión de Dios, se atreven a blasfemar criticando a Yahveh, diciendo que es incomprensible que aceptara la Ofrenda de Abel y no le agradara la de Caín.
El Juicio de Dios en el otro mundo será incomprensible para algunos, que se quedarán atónitos, y a este respeto recuerdo las palabras de Jesús que dijo a los Fariseos: "Las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos".
LA MUJER ADÚLTERA Y LA HIPOCRESÍA
DE SUS ACUSADORES
[...] "Maestro, ésta ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Su marido le amaba y no ha permitido que nada le faltara. Ella era reina en su casa, y ha traicionado a su marido porque es una pecadora, una viciosa, una ingrata, una profanadora. Adúltera es, y como tal tiene que ser lapidada. Moisés lo dijo. En su ley manda que las que son como esta, sean lapidadas como animales inmundos. Y son inmundas, porque traicionaron la fidelidad y al hombre que las ama y las cuida, porque como tierra nunca saciada siempre están hambrientas de lujuria. Son peores que las meretrices, porque sin el aguijón de la necesidad se entregan para alimentar su impudicia. Están corrompidas, son contaminadoras. Deben de ser condenadas a muerte. Moisés lo dijo. Y Tú, Maestro, ¿qué dices?".
Jesús - que había dejado de hablar al llegar tumultuosos los fariseos, y que había mirado a la jauría aviesa con mirada penetrante y luego había bajado su mirada hacia la mujer humillada, arrojada a sus pies - calla. Se ha agachado, quedando en posición de sentado, y escribe con un dedo en las piedras del pórtico, que el polvo levantado por el viento cubre de tierrecilla. Ellos hablan, y Él escribe.
"¡Maestro! Hablamos contigo. Escúchanos. Respóndenos. ¿No has comprendido? Esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. En su casa. En el lecho de su marido. Ella lo ha manchado con su libídine".
Jesús escribe.
"¡Pero este hombre es un deficiente! ¿No veis que no entiende nada y que está trazando signos en la tierra como un pobre demente?".
"Maestro, por tu buena reputación, habla. Que tu sabiduría responda a nuestra pregunta. Te repetimos: a esta mujer no le faltaba nada; tenía vestidos, comida, amor; y ha traicionado".
Jesús escribe.
"Ha mentido al hombre que confiaba en ella. Con boca mendaz lo ha saludado y con la sonrisa lo ha acompañado a la puerta, y luego ha abierto la puerta secreta y ha admitido a su amante. Y, mientras su marido estaba ausente para trabajar para ella, ella como un animal inmundo, se ha revolcado en su lujuria".
"Maestro, es una profanadora, no solo del tálamo sino también de la Ley; una rebelde, una sacrílega, una blasfema".
Jesús escribe. Escribe, y borra, con el pie calzado con sandalia, lo escrito, y escrito más allá, volviéndose despacio en torno a sí, buscando espacio nuevo. Parece un niño jugando. Pero lo que escribe no son palabras de juego; ha ido escribiendo: "Usurero", "Falso", Hijo irreverente", "Fornicador", "Asesino", "Profanador de la Ley", "Ladrón", "Lujurioso", "Usurpador", "Marido y padre indigno", "Blasfemo", "Rebelde contra Dios", "Adúltero". Escrito una y otra vez mientras nuevos acusadores siguen hablando.
"¡Pero en fin, Maestro! Tu juicio. Esta mujer debe de ser juzgada. No puede con su peso contaminar la Tierra. Su aliento es veneno que turba los corazones".
Jesús se alza. ¡Misericordia! ¡Qué rostro! Es todo un fulgir de lampos lanzados contra los acusadores. Tiene tan erguida la cabeza, que parece aún más alto. Tan severo y solemne se manifiesta, que parece un Rey en su trono. El manto se le ha descolgado de un hombro y forma una ligera cola tras Él; pero Él no se preocupa de ello. Serio el rostro, sin la más ligera huella de sonrisa en la boca y en los ojos, planta estos en la cara de la gente, que retrocede como frente a dos puñales puntiagudos. Mira fijamente a cada uno, con una intensidad de escudriñamiento que produce miedo. Los mirados tratan de retroceder entre la gente para esconderse entre ella. El círculo, así, se ensancha y se disgrega como minado por una fuerza oculta.
Hasta que habla: "Quien de vosotros esté sin pecado que tire contra la mujer la primera piedra". Y la voz es un trueno, acompañado de un más vivo centelleo de la mirada. Jesús ha recogido los brazos sobre el pecho, y está así, erguido como un juez, esperando. su mirada no da paz; hurga, penetra, acusa.
Esta descripción refleja perfectamente, la visión que tendrá Jesús el día del Juicio final, su fuerza y su Majestad que hará enmudecer y aterrar a los condenados, los cuales verán entonces todas sus fechorías y sus pecados que creían escondidos.
Me hacen recordar igualmente las palabras de la Biblia que cita San Juan de la Cruz "Dios escudriñará a Jerusalén con lámparas encendidas", esas lámparas, son los ojos de Jesús que hacen retroceder a los acusadores.
Primero uno, luego dos, luego cinco, luego en grupos, los presentes se alejan cabizbajos. No solo los escribas y los fariseos, sino también los que estaban antes en torno a Jesús y otros que se habían acercado para oír el juicio y la condena y que, tanto aquellos como estos, se habían unido para injuriar a la culpable y pedir la lapidación.
Se queda solo con Pedro y Juan. No veo a los otros Apóstoles.
Jesús se ha vuelto a poner a escribir, mientras se produce la fuga de los acusadores; ahora escribe: "Embusteros", "Traidores", "Enemigos de Dios", "Insultadores de su Verbo"...
Una vez que todo el patio se ha vaciado y se ha hecho un gran silencio - quedando solo el frufrú del viento y el susurro de una pequeña fuente en un ángulo -, Jesús alza la cabeza y mira. Ahora su rostro se ha calmado. Es un rostro triste, pero ya no está airado. Mira un momento a Pedro, que se ha alejado ligeramente y se ha apoyado en una columna; y también a Juan, que, casi detrás de Jesús, le mira con su mirada enamorada. Hay en Jesús un asomo de sonrisa al mirar a Pedro, y una sonrisa más marcada al mirar a Juan. Dos sonrisas distintas.
Luego mira a la mujer, todavía postrada y llorosa, a sus pies. La observa. Se alza, se coloca el manto, como si fuera a ponerse en camino. Hace una señal a los dos Apóstoles para que se encaminen hacia la salida.
Cuando está solo, llama a la mujer: "Mujer, escúchame. Mírame", Repite la orden, porque ella no se atreve a alzar la cara. "Mujer, estamos solos; mírame".
La desdichada alza la cara, en que el llanto y la tierra han creado una máscara de abatimiento.
"¿Dónde están, mujer, los que ye acusaban?". Jesús habla en tono bajo, con seriedad compasiva; tiene el rostro y el cuerpo levemente inclinados hacia el suelo, hacia esa miseria. Una expresión indulgente y sanadora llena su mirada. "¿Ninguno te ha condenado?"
La mujer entre un sollozo y otro responde: "Ninguno, Maestro".
"Y tampoco Yo te condenaré. Ve. Y no peques más. Ve a tu casa. Y gánate el perdón. El de Dios y el del ofendido. No abuses de la benignidad del Señor. Ve".
Y la ayuda a levantarse tomándola de una mano. Pero no la bendice ni le da la paz. La mira mientras se pone en camino, cabizbaja, levemente tambaleante bajo el peso de su vergüenza; y luego, cuando ya no se la ve, se pone a su vez en camino con sus discípulos.
Recuerdo que en otro pasaje de los extensos y numerosos tomos de las obras de María Valtorta, le preguntaron si esa mujer se había salvado, Jesús dijo: "No he sido Salvador para todos", dando a entender que esa mujer había vuelto a sus andadas, como el proverbio que dice que la cabra siempre vuelve al monte, y que por lo tanto se condenó.
Recuerdo que en otro pasaje de los extensos y numerosos tomos de las obras de María Valtorta, le preguntaron si esa mujer se había salvado, Jesús dijo: "No he sido Salvador para todos", dando a entender que esa mujer había vuelto a sus andadas, como el proverbio que dice que la cabra siempre vuelve al monte, y que por lo tanto se condenó.
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