Jesús pide para la hora de la muerte, un perdón total hacia nuestro
prójimo con el cual hemos convivido, el Divino Maestro reconoce que es
dificilísimo perdonar en ciertas ocasiones, porque una persona que ha sido
engañada, traicionada, explotada por sus semejantes, destrozándole la vida a
ella y a sus seres queridos, siempre, aunque diga “perdono”, tendrá un
resentimiento más o menos profundo según la gravedad de la ofensa. Para estos
casos, Jesús tiene una solución que me ha impresionado: Dice, como lo veremos:
[…] Pasamos al Padre el cometido de perdonar
en lugar nuestro, le damos nuestro perdón a Él, que no es hombre, que es
perfecto, que es bueno, que es Padre, para que Él lo depure en su fuego, y, ya
convertido en auténtico perdón, se lo dé al que merece perdón.
Personalmente, al darme cuenta de que los
grandes pecadores, son los que más corren
el riesgo de condenarse, habiéndome Dios hecho el favor de comprender el horror
de las tinieblas y los terribles sufrimientos de los condenados, mi
razonamiento era el siguiente: Esos individuos son unos desgraciados, porque se dirigen hacia un abismo de horror
eterno, y mientras están aún en esta Tierra, tienen la posibilidad de salvarse,
hay pues que rezar por ellos, y para eso la mejor manera de evitarles ese
horror, es con el perdón y la oración, pero seguía teniendo resentimiento.
Ahora he comprendido que eso no era perfecto, hay que olvidar ese
resentimiento hacia las personas que nos han hecho mucho daño, pero solo se
puede ofreciendo a Dios el perdón. Eso es, para que Dios nos perdone a nosotros
también, ya que en el Padre Nuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, como
nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” y, por eso un resentimiento hacia alguien, hace que
Dios, al que hemos ofendido con más o menos gravedad, también se encontrará
entonces resentido con nosotros, es pues una razón de Justicia, y Bondad que se
llama Misericordia, que es el Espíritu de Jesús en la Cruz, que se inmoló, para
darnos a entender cómo tiene que ser nuestro comportamiento, y que nos dio el
ejemplo de cómo tenemos que comportarnos, cuando dijo: “Padre, perdónales
porque no saben lo que hacen”.
Están pues muy equivocados los numerosos individuos que dicen: “Perdono,
pero no olvido” por la sencilla razón, de
que Dios hará lo mismo con ellos.
II/ PADRE, PERDÓNALES
“Padre, perdónales”.
Es el momento de despojarse de todo
lo que pesa para volar a Dios más seguros. Solo podéis llevar con vosotros los
afectos y las riquezas espirituales benignas. No hay hombre que muera sin tener
que perdonar algo o mucho a uno de sus semejantes, por muchas cosas, por muchos
motivos. ¿Cuál es el hombre que llega a la muerte sin haber padecido la
amargura de una traición, de un desamor, de una mentira, de una usura, de un
daño cualquiera, de parte de parientes, de camaradas o de amigos?
Pues bien, ha llegado la hora de perdonar para ser perdonados, de perdonar totalmente, dejando de lado no solo el rencor, no solo el recuerdo, pero también nuestra persuasión de que el motivo de nuestro rencor era justo. Es la hora de la muerte. El tiempo, el mundo, los negocios, los afectos terminan, se convierten en “nada”. Ahora existe una sola verdad: Dios. Por lo tanto ¿Para qué llevar más allá del umbral lo que está más acá del umbral?
Pues bien, ha llegado la hora de perdonar para ser perdonados, de perdonar totalmente, dejando de lado no solo el rencor, no solo el recuerdo, pero también nuestra persuasión de que el motivo de nuestro rencor era justo. Es la hora de la muerte. El tiempo, el mundo, los negocios, los afectos terminan, se convierten en “nada”. Ahora existe una sola verdad: Dios. Por lo tanto ¿Para qué llevar más allá del umbral lo que está más acá del umbral?
Hay que perdonar. Y, dado que para el
hombre es muy difícil, demasiado difícil, alcanzar la perfección de amor y de
perdón, que significa no decir ni siquiera: “Sin embargo, yo tenía razón”,
pasamos al Padre el cometido de perdonar en lugar nuestro, le damos nuestro
perdón a Él, que no es hombre, que es perfecto, que es bueno, que es Padre,
para que Él lo depure en su Fuego, y, ya convertido en perfecto perdón, se lo
dé al que merece el perdón.
Hay que perdonar a los vivos y a los
muertos. Sí, hay que perdonar también a los muertos que causaron dolor. La
muerte de estos, limó muchas puntas del resentimiento de los ofendidos, a veces
las limó todas. Más el recuerdo perdura. Hicieron sufrir y no puede olvidarse
que hicieron sufrir. Este recuerdo pone siempre un límite a nuestro perdón. No,
ahora ya no lo pone. Ahora la muerte está a punto de quitar todo límite al
espíritu. Se penetra en el infinito. Por lo tanto, hay que quitar también este
recuerdo que limita el perdón. Hay que perdonar, perdonar para que el alma no
sobrelleve el peso y el tormento de los recuerdos y pueda estar en paz con
todos los hermanos que viven o sufren, antes de encontrarse con el Pacífico.
“Padre,
perdónales”. Santa humildad, dulce amor del perdón concedido, que implica el perdón solicitado a Dios por las
deudas hacia Dios y hacia el prójimo, que tiene el que pide perdón por los
hermanos. ¡Acto de amor! Morir es un acto de amor, es tener la indulgencia del
Amor. ¡Felices los que saben perdonar como expiación de toda la impiedad de su
corazón y de las culpas de su ira!
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