LA IGLESIA MILITANTE
(AHORA LLAMADA IGLESIA PEREGRINA)
Sed, Oh Jesús presente en la Eucaristía, la alegría, la felicidad, de toda mi vida (Padre Lerreyve) |
El mejor seguro contra las asechanzas de Satanás: la Sagrada Eucaristía
En el mundo actual, he encontrado toda una serie
de personas, y lo más grave, consagrados, que no creen ni en las posesiones,
(que dicen que son enfermedades mentales), ni en los exorcismos (que dicen que ¡son
debidos al efecto placebo!). No hay duda alguna de que estos individuos nunca sufrieron
persecuciones como son ataques indirectos,
situaciones en las cuales, el demonio aterroriza a los que aman a Dios, porque son las voces que predican su Doctrina con Santo temor, sin hablar de los ataques directos
como los que sufrieron los grandes Santos como S. Pablo, S. Juan de la Cruz,
Santa Teresa de Jesús, el Santo cura de Ars, el Padre San Pío de Pietrelcino, y tantos más.
Son individuos pues, sin emitir juicio alguno,
solo por pura lógica, que no solo no han recibido ningún ataque indirecto, ni
directo, pero que además, tampoco han estado sometidos a grandes tentaciones,
ya que para ser Santos, hay que sufrir la persecución de Satanás, y aún así,
mantenerse fieles. Como está escrito al final de este escrito de los Cuadernos
de Mª Valtorta de 1.944.
Lo que sí es de sobra conocido, es que el
enemigo ataca a los Santos porque no los tiene a su alcance, queriendo apoderarse de ellos para apenar a Dios, y deja tranquilo a
los mediocres porque los tiene a su merced, por eso los primeros creen
firmemente en la acción del demonio, y los otros no.
De
los cuadernos de Mª Valtorta
(Dictado del 19-9-1.944)
Dice Jesús
respondiendo a ciertas reflexiones mías:
“Lucifer es inteligentísimo,
además de ser astuto, emplea la astucia para urdir asechanzas, pero emplea la
inteligencia para pensar si puede arruinar a una criatura y cuándo y cómo puede
hacerlo y por lo tanto apenarme. Puedes estar segura que jamás derrocha su
tiempo.
Y como tiene mucho que hacer en
la numerosa población del globo, por más que sea omnipresente en la Tierra y por más que la
exigua atención del hombre y su escasa voluntad hacia el bien conviertan la ya
enorme potencia de Lucifer en casi omnipotencia sobre las criaturas, tiene que
calcular bien su tiempo, y no perder un minuto para trabajar con provecho. Con
el nefasto provecho de colmar sus cofres infernales con los tesoros que le roba
a Dios, es decir, las almas.
En verdad, es un incansable
trabajador. En lo alto, el Incansable obra el bien para vosotros. En las
profundidades, el incansable obra el mal para vosotros. Y en verdad te digo que
este es más afortunado que Dios. Sus conquistas son más numerosas que las mías.
Más como puedes comprender bien por la premisa, aun siendo astuto e
inteligente, estando tan atareado no puede concederse el lujo de ocuparse de
todos en igual medida. Y no se lo concede.
¡Oh, aunque lo sea en el ámbito
del mal, es un asceta de la idea que persigue, está entregado por completo a
ella, no se distrae, no se aviene a transacciones ni a desfallecimientos ni a
postergaciones! ¡Oh, hombres, si vosotros fuerais en cuanto al bien lo que es Satanás en cuanto al mal! Más no lo sois.
Cuando una criatura nace a la inteligencia,
Lucifer se ocupa poco de ella; se limita a observarla escudriñándola como a un
probable chivo de su rebaño infernal en el futuro. Pero a medida que la
criatura comienza a saber pensar, a saber emplear su voluntad, es decir cuando
ya ha pasado los siete años, Lucifer aumenta sus atenciones y empieza su
adoctrinamiento.
El
ministerio angélico instruye y conduce a los espíritus con palabras de
luz. El ministerio satánico instruye e instiga a los espíritus con palabras de
tinieblas. Es una lucha interminable. Que venza o pierda el uno, que venza o
pierda el otro, el ángel de la luz y el ángel de las tinieblas combaten en
torno a un espíritu hasta el último minuto de su vida mortal, para arrebatarse
recíprocamente la presa, el uno para devolvérsela a su Señor, en la Luz, luego
de haberla tutelado por todo su día terrena; el otro para arrastrarla en las
tinieblas si, por último la victoria fue suya.
Mas entre esos dos que combaten, hay otro ser
que, en el fondo es el personaje más
importante: está el hombre por el cual los dos combaten. Está el hombre libre de seguir su voluntad y
dotado de inteligencia y razón, munido de la fuerza incalculable de la Gracia , que le han
concedido en el Bautismo y que los Sacramentos le mantienen y le aumentan.
Como tú sabes, la Gracia es la unión del alma
con Dios. Por este motivo tendría que daros una fuerza tal que os hiciera
inaferrables e incorruptibles ante las insidias y corrupciones satánicas,
puesto que la unión con Dios tendría que convertiros en semidioses. Más para
permanecer siendo tales hay que quererlo; hay que decirle a Satanás y a sí mismos: “Yo pertenezco a Dios y quiero ser solo de Dios”. Por eso es necesario
obedecer los preceptos y consejos; por eso es necesario un esfuerzo continuo
para seguir, perseguir, conquistar el bien, un bien cada vez mayor; por eso es
necesario observar absoluta fidelidad y constante vigilancia; por eso es
necesario heroísmo para vencerse a sí
mismos y vencer lo exterior, frente a las seducciones de la
concupiscencia trina y en sus múltiples aspectos.
Pocos, muy pocos, excesivamente
pocos, saben hacer estas cosas. Entonces, ¿qué pasa? Entonces, Satanás se ocupa
poco de ellos, que pueden ser capturados fácilmente, cuando él lo quiera y que,
una vez capturados, se encuentran inertes, sin intentar huir. Actúa con ellos
como el gato con el ratón. Les coge, les
aprieta un poco, les aturde y luego los deja, limitándose a propinarles un
nuevo zarpazo, un nuevo mordisco, si advierte la señal de una tímida fuga. Pero
hace sólo eso. Sabe que son “suyos” y no pierde mucho tiempo por ellos ni usa
mucha inteligencia.
¡En cambio con los “míos”, con los
“míos” es otra cosa! Los “míos” son la presa que aguijonea sobremanera su hambre
maligna. Son los “inaferrables”. Y Satanás, como un cazador experto, sabe que
es meritorio capturar la presa difícil. Son la “dicha” de Dios y Satanás
festeja mucho cuando puede darle un dolor a Dios, cuando puede ofenderle y
desilusionarle. Vive de odio. Del mismo modo que Dios vive de Amor. Él es el
Odio así como Dios es el Amor El odio es
su sangre así como el Amor es la mía. He aquí por qué multiplica los cuidados y
la vigilancia en torno a uno que es “mío”.
Entrar en una fortaleza desmantelada
es un juego de niños. No le interesa al cruel
rey del Infierno. Le interesan las fortalezas de Dios, las rocas puras y
lisas, límpidas como el cristal, resistentes como el acero, que llevan
esculpido en todas partes, aún en las honduras más profundas, el Nombre más Santo: el nombre de Dios. Es más propio de esas profundidades, el nombre filtra
como un fluido que emana desde lo íntimo hacia el exterior. Es el nombre que
aman, que sirven, que pronuncian, con el espíritu en adoración, a cada latido
de su corazón. Por eso el gozo de Satanás consiste en cogerles, en cogeros, en
arrebataros a Mí, en borrar ese Nombre de vuestro ser Trino, hecho de espíritu,
carne y razón, y hacer de vosotros que sois las flores de mi jardín, inmundicia
para su infierno y luego reír, arrojando su risa blasfema contra el trono divino, reír por su victoria sobre el
hombre y sobre Dios.
Cuanto más sois “míos”, más se
empecina en haceros suyos. Y como en vosotros existe una voluntad y una
vigilancia asiduas, él, el Astuto, no os sigue y persigue con el método que
emplea para los demás. Por el contrario, os ataca a traición, manteniendo
distancias cada vez más largas, en los momentos más imprevisibles y con los
motivos más inesperados. Se aprovecha del dolor, de la necesidad, del abandono,
de las desilusiones y se abalanza como una pantera sobre vuestra desconsolada
debilidad, sobre vuestra atónita debilidad de ese momento, con la esperanza de
venceros esta vez, para rehacerse de todas las veces que le habéis vencido.
¿Cuáles son sus medios? Son
infinitos. ¿Cuál es su método? Es uno solo: la dulzura benévola, engañosa, la
palabra meditada y calma, la apariencia de un amigo que ayuda, que está
dispuesto a ayudar.
¿Ya has sufrido estos asaltos?
Los sufrirás aún, serán numerosos y cada vez más astutos. ¡Oh, qué rencor hacia
Mí y hacia ti! Cada vez más sufrirás estos asaltos y serán tan sutiles que
lograrán engañar hasta el más listo. Quiero decir “listo” desde un punto de
vista humano pues, ¡sonríe, oh alma
que amo!, la sencillez que está
impregnada totalmente de Dios, y que así se conserva, es impenetrable a
cualquier sutileza.
Los asaltos
herirán tu carne. Mas la cicatriz que marca la carne representa el honor del soldado y afirma: “Esta señal es la
prueba de una batalla viril”. Y cuanto más la carne del soldado está marcada
por estas señales, tanto mas el mundo se inclina ante ese valiente. En las
batallas espirituales sucede lo mismo. Y vuestras heridas, que no dañan el
espíritu sino que cubren de livor solamente la envoltura del espíritu-rey,
constituyen vuestro honor. Y por ellas seréis honrados en el Cielo.
En verdad te digo que llamáis
“mártires” sólo a los que perecieron por obra de los tiranos. Pero lo son todos mis santos, porque para
ser santos debieron sufrir la persecución de Satanás y aún así, mantenerse
fieles. ¡Gloria a los que vencen! Las palmas celestes son para vosotros”.
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