SALMO 67, 15-16
15. Mons Dei, mons pinguis. Mons coagulatis: mons pinguis.
El monte de Dios, es un monte abundante, un monte fertil: Un monte abundante.
Y esto quiere decir que la infinitud de Dios en todos sus atributos, es de tal magnitud que solo se puede explicar con estas palabras del Salmo, no existen palabras para definir y menos llegar a entender la inmensidad de Dios, todos sus atributos, toda su Sabiduría y toda sus riquezas y perfecciones.
La mejor manera para hacerse una idea, es contemplando la Creación, hasta donde podamos alcanzar su magnitud, porque como dice las Escrituras, está hecha a imagen y semejanza suya, lo que antiguamente al carecer de los medios adecuados, no se podía ni imaginar, y que ahora con los radio-telescopios y las antenas parabólicas podemos comprender.
Curiosamente, el conocimiento de esa inmensidad de la Creación, que antiguamente, no se podía ni siquiera imaginar, es ahora un impedimento para reconocer la obra de Dios. La ignorancia de esa inmensidad, no era antiguamente impedimento alguno para creer y honrar al Ser Supremo, es lo que hacían todos los humanos en todas las épocas y de todas las religiones: se veneraba y adoraba a ese Ser, prueba irrefutable de la existencia del alma, ya que nunca se vio animales adorar a un Creador suyo.
Los grandes místicos, que son las almas que estuvieron más cerca de Dios, como S. Juan de la Cruz, han dicho que los ángeles más subidos que son los Querubines y los Serafines, son los que mejor se dan cuenta de lo que les falta para conocer lo infinito de Dios.
El Santo Doctor dijo también que toda la belleza del mundo, comparada con la sublime Belleza de Dios, es suma fealdad, que toda la gracia del mundo, comparada con la Gracia de Dios, es suma desgracia, que toda la riqueza del mundo, comparada con la Riqueza de Dios es suma pobreza.
16. Ut quid suspicamini mons coagulatus? Mons in quid beneplacitus est Deo habitare in es: eternim Dominus habitabit in finem.
¿Quien encontrará los caminos de los montes ubérrimos? Montes en los cuales Dios se complace en habitar: y en donde Dios morará por toda la eternidad.
Sabemos que el camino para llegar a esos montes colmados de riqueza y de Gloria, son las sendas que nos enseñó Jesús: La puerta estrecha y el sendero angosto, cargados con su divina Cruz, que nos servirá para apoyarnos en ella cuando estemos desfallecidos, y como arma para apartar del camino a los saqueadores que quieren impedirnos por todos los medios alcanzar ese Reino.
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