Me he quedado sorprendido al leer el relato de la Resurrección de Jesús, en el Evangelio tal como me ha sido revelado de María Valtorta, al analizar este icono pintado por un Cristiano Copto, he observado todas las flores y el resplandor de todo el cuerpo que emana una fulgurante luz, como así está relatado en la visión. Llama igualmente la atención la concordancia entre la visión y la imagen de la actitud de Jesús que sale del sepulcro con un fulgor resplandeciente que emana de las heridas de su Pasión, y de todo su Cuerpo, con la mano levantada bendiciendo.
Este relato del Evangelio como me ha sido revelado de Mª Valtorta, es una maravillosa descripción literaria, en donde se ve como un meteoro paradisiaco, y refulgente, que provocó un terremoto, transportó el Espíritu de Jesús al Sepulcro, rompiendo la puerta sellada, y aterrorizando y paralizando a los soldados que vigilaban la entrada del mismo.
Este relato del Evangelio como me ha sido revelado de Mª Valtorta, es una maravillosa descripción literaria, en donde se ve como un meteoro paradisiaco, y refulgente, que provocó un terremoto, transportó el Espíritu de Jesús al Sepulcro, rompiendo la puerta sellada, y aterrorizando y paralizando a los soldados que vigilaban la entrada del mismo.
Tomo 10. capítulo 617 La Resurrección
(...) Los soldados deben haber encendido un pequeño fuego durante la noche, porque hay en el suelo ceniza y tizones mal quemados; y deben de haber jugado y comido, porque hay todavía restos de comida diseminados, y pequeños huesos limpios, usados, sin duda para algún juego semejante a nuestro dominó, o nuestro infantil juego con canicas, jugados sobre un rudimentario trazado dibujado en el sendero. Luego se han cansado y han abandonado todo para buscar posturas más o menos cómodas, según fuera para dormir o para velar.
En el cielo que ahora presenta en el Oriente un área enteramente rosada, que se va extendiendo cada vez más por el cielo sereno - donde todavía no hay rayos de sol - , aparece procedente de profundidades desconocidas, un meteoro lleno de resplandor. Y el meteoro baja - bola de fuego de irresistible resplandor - seguido de una estela rutilante, que quizás no es más que el recuerdo de su fulgor en nuestra retina.
Baja velocísimo hacia la Tierra, esparciendo una luz tan intensa, fantasmagórica, aterradora dentro de su belleza, que la rosada de la aurora queda anulada, superada por esa incandescencia blanca. Los soldados alzan, estupefactos, la cabeza (porque con la luz llega un estampido potente, armónico, solemne, que llena con su sonido toda la Creación). Viene de profundidades paradisiacas. Es el aleluya, el gloria angélico, que sigue al Espíritu del Cristo en su regreso a su Carne gloriosa.
El meteoro se abate sobre la piedra que inútilmente cierra el Sepulcro. La arranca de cuajo, la echa al suelo. Paraliza, por el terror y el fragor a los soldados puestos como carceleros del Dueño del Universo. Y, a su regreso a la Tierra, al igual que había producido un terremoto cuando huyó de la Tierra, el Espíritu del Señor produce un nuevo terremoto. Entra en el oscuro Sepulcro, el cual, con esta indescriptible Luz, se llena de claridad; y, mientras la Luz queda suspendida en el aire inmóvil, el Espíritu se reinfunde en el inmóvil cuerpo bajo la mortaja.
(...) El "Quiero" del Divino Espíritu a su fría Carne, no tiene sonido. Lo dice la Esencia a la Materia inmóvil. pero ningún oído humano percibe esa palabra. La Carne recibe ese imperativo y obedece con un profundo respiro... Durante unos momentos, nada más. Debajo del sudario y de la sábana, la Carne Gloriosa se recompone vestida de eterna belleza, se despierta del sueño de la muerte, regresa de la "nada" en que estaba, vive después de haber estado muerta. Ciertamente, el corazón se despierta y da su primer latido, impulsa en las venas helada sangre que quedaba e, inmediatamente, crea la medida total de sangre que quedaba en las arteras vaciadas, en los pulmones inmóviles, en el cerebro entenebrecido, y aporta nuevo calor, salud, fuerza, pensamiento.
Otro instante, y se produce un repentino movimiento bajo la pesada sábana. Tan repentino que, desde el instante en que Él mueve las manos cruzadas, hasta el momento en que aparece, majestuoso, en pie, lleno de resplendor con su vestido de inmaterial materia, sobrenaturalmente bello y majestuoso, con una gravedad que le transforma y le eleva sin anular su identidad, la vista casi no tiene tiempo de captar los momentos sucesivos. Y ahora la vista le admira. ¡Qué distinto de como la mente recuerda! Pulcro, sin heridas de Sangre; solo resplandeciente, con el resplandor de la Luz que mana a chorros de las cinco llagas y rezuma por todos los poros de su epidermis.
Cuando da el primer paso - y, al moverse, los rayos que irradian las Manos y los Pies, le aureolan de rayos de Luz, desde la Cabeza, nimbada con un halo constituido por las innumerables pequeñas heridas de la corona, que ya no manan sangre sino solo fulgor, hasta el borde del vestido -, cuando, abriendo los brazos que tenía juntos en el pecho, descubre la zona de luminosidad vivísima que pasa a través del vestido encendiéndolo con un sol a la altura del Corazón, entonces realmente, es la "Luz" que ha tomado cuerpo.
No la pobre luz de la Tierra, no la pobre luz de los astros, no la pobre luz del Sol. Es la Luz de Dios: todo el fulgor paradisíaco reunido en un solo Ser, un fulgor que le da sus inconcebibles azules como pupilas, sus fuegos de oro como cabellos, sus candores angélicos como vestido y colorido, y todo lo que constituye - y no es descriptible con palabra humana - el supraeminente ardor de la Santísima Trinidad, que anula con su potencia ardiente todo fuego del Paraíso, absorbiéndolo en sí para generarlo nuevamente en cada momento del tiempo eterno, Corazón del Cielo que atrae y difunde su Sangre, las innumerables gotas de su Sangre incorpórea: los bienaventurados, los ángeles, todo lo que constituye el Paraíso: el amor de Dios, el amor a Dios; todo esto es la Luz que es el Cristo Resucitado, que constituye el Cristo Resucitado.
Cuando se mueve, viniendo hacia la salida, y el ojo puede ver más allá del fulgor, entonces aparecen ante mi vista dos luminosidades hermosísimas (solo como estrellas comparadas con el sol); una hacia adentro y otra hacia afuera de la puerta, postradas en acto de adoración a su Dios que pasa envuelto en su Luz, espirando beatitud con su sonrisa; y sale. Abandona la fúnebre gruta y vuelve a pisar la tierra, la cual se despierta de alegría y resplandece toda en su rocío, en los colores de las hierbas y los rosales, en las infinitas corolas de los manzanos, que se abren por un prodigio al recibir los primeros rayos del Sol, que las besan, y ante la presencia del Sol eterno que bajo ellas domina.
Los soldados se han quedado paralizados donde estaban... Las fuerzas corrompidas del hombre no ven a Dios, mientras que las fuerzas puras del Universo - las flores, las hierbas, los pájaros - admiran y veneran al Todopoderoso, que pasa nimbado con su propia Luz y rodeado de un nimbo de luz solar.
Su sonrisa, la mirada que deposita en las flores, en las frondas, o que se alza al cielo sereno, hace aumentar la belleza de todo: y más suaves y teñido de un esfumado, sedoso colorido rosáceo, aparecen los millones de pétalos que forman una espuma florecida sobre la cabeza del Vencedor; y más vivos aparecen los diamantes del rocío; y más azul el cielo, que refleja sus ojos refulgentes; y más festivo el Sol, que pone pinceladas de alegría en una nubecita movida por una brisa ligera que viene a besar a su Rey con fragancias arrebatadas a los jardines y caricias de pétalos sedosos.
Jesús alza la Mano y bendice. Luego, mientras cantan más fuerte los pájaros, y más intensamente el viento perfuma, desaparece de mi vista, dejándome en un gozo que borra hasta los más leves recuerdos de tristezas y sufrimientos y las más leves vacilaciones sobre el mañana...
Otro instante, y se produce un repentino movimiento bajo la pesada sábana. Tan repentino que, desde el instante en que Él mueve las manos cruzadas, hasta el momento en que aparece, majestuoso, en pie, lleno de resplendor con su vestido de inmaterial materia, sobrenaturalmente bello y majestuoso, con una gravedad que le transforma y le eleva sin anular su identidad, la vista casi no tiene tiempo de captar los momentos sucesivos. Y ahora la vista le admira. ¡Qué distinto de como la mente recuerda! Pulcro, sin heridas de Sangre; solo resplandeciente, con el resplandor de la Luz que mana a chorros de las cinco llagas y rezuma por todos los poros de su epidermis.
Cuando da el primer paso - y, al moverse, los rayos que irradian las Manos y los Pies, le aureolan de rayos de Luz, desde la Cabeza, nimbada con un halo constituido por las innumerables pequeñas heridas de la corona, que ya no manan sangre sino solo fulgor, hasta el borde del vestido -, cuando, abriendo los brazos que tenía juntos en el pecho, descubre la zona de luminosidad vivísima que pasa a través del vestido encendiéndolo con un sol a la altura del Corazón, entonces realmente, es la "Luz" que ha tomado cuerpo.
No la pobre luz de la Tierra, no la pobre luz de los astros, no la pobre luz del Sol. Es la Luz de Dios: todo el fulgor paradisíaco reunido en un solo Ser, un fulgor que le da sus inconcebibles azules como pupilas, sus fuegos de oro como cabellos, sus candores angélicos como vestido y colorido, y todo lo que constituye - y no es descriptible con palabra humana - el supraeminente ardor de la Santísima Trinidad, que anula con su potencia ardiente todo fuego del Paraíso, absorbiéndolo en sí para generarlo nuevamente en cada momento del tiempo eterno, Corazón del Cielo que atrae y difunde su Sangre, las innumerables gotas de su Sangre incorpórea: los bienaventurados, los ángeles, todo lo que constituye el Paraíso: el amor de Dios, el amor a Dios; todo esto es la Luz que es el Cristo Resucitado, que constituye el Cristo Resucitado.
Cuando se mueve, viniendo hacia la salida, y el ojo puede ver más allá del fulgor, entonces aparecen ante mi vista dos luminosidades hermosísimas (solo como estrellas comparadas con el sol); una hacia adentro y otra hacia afuera de la puerta, postradas en acto de adoración a su Dios que pasa envuelto en su Luz, espirando beatitud con su sonrisa; y sale. Abandona la fúnebre gruta y vuelve a pisar la tierra, la cual se despierta de alegría y resplandece toda en su rocío, en los colores de las hierbas y los rosales, en las infinitas corolas de los manzanos, que se abren por un prodigio al recibir los primeros rayos del Sol, que las besan, y ante la presencia del Sol eterno que bajo ellas domina.
Los soldados se han quedado paralizados donde estaban... Las fuerzas corrompidas del hombre no ven a Dios, mientras que las fuerzas puras del Universo - las flores, las hierbas, los pájaros - admiran y veneran al Todopoderoso, que pasa nimbado con su propia Luz y rodeado de un nimbo de luz solar.
Su sonrisa, la mirada que deposita en las flores, en las frondas, o que se alza al cielo sereno, hace aumentar la belleza de todo: y más suaves y teñido de un esfumado, sedoso colorido rosáceo, aparecen los millones de pétalos que forman una espuma florecida sobre la cabeza del Vencedor; y más vivos aparecen los diamantes del rocío; y más azul el cielo, que refleja sus ojos refulgentes; y más festivo el Sol, que pone pinceladas de alegría en una nubecita movida por una brisa ligera que viene a besar a su Rey con fragancias arrebatadas a los jardines y caricias de pétalos sedosos.
Jesús alza la Mano y bendice. Luego, mientras cantan más fuerte los pájaros, y más intensamente el viento perfuma, desaparece de mi vista, dejándome en un gozo que borra hasta los más leves recuerdos de tristezas y sufrimientos y las más leves vacilaciones sobre el mañana...
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