Profundísima reflexión sobre los padecimientos en la Cruz, que solo pueden ser descritos por una persona que padeció todas esas torturas, es decir por el mismo Jesús, de este relato se deducen múltiples enseñanzas teológicas: la más importante es que Dios había creado a Adán en el jardín del Edén en una naturaleza que carecía de venenos, espinas y abrojos; toda la naturaleza estaba hecha por Dios para dar alegrías y bienestar al ser humano.
El hombre nacido sin pecado original, al no tener culpa alguna, tampoco podía tener sufrimiento alguno, ya que es el pecado el que genera todos los males y las desgracias de la Humanidad, el pecado como la Virtud, tiene la característica de transformar todo lo que rodea al hombre, esto recuerda la famosa película de Walt Disney la Bella y la Bestia, en donde por el pecado del príncipe, todo el castillo quedó embrujado, y toda su arquitectura, todas sus esculturas, y hasta los habitantes fueron hechizados y transformados de humanos en seres extravagantes.
Solo el beso de la Bella a la Bestia, que simboliza el amor Redentor de Jesús a la humanidad, devuelve al Príncipe y a los habitantes del castillo a su estado primitivo, y al castillo que es el mundo, su estado anterior. De la misma manera que la Redención, devuelve al ser humano su belleza espiritual primitiva, borrando el pecado original y renueva la naturaleza, antes hostil, para ayudar, alimentar y distraer al hombre.
En el caso de Jesús el beso a la Bestia y la renovación de la naturaleza, se produjo por el tremendo suplicio de su Pasión causada por el hombre, aliado con esa misma naturaleza, que al obtener el perdón condicional a la sumisión a su Doctrina, que es como el beso de la Bella a la Bestia, renueva al hombre y a la misma naturaleza.Y es que Jesús murió por toda la Humanidad, pero su sacrificio sería vano para millones de hombres que no han querido acatar su Doctrina, por eso siguen los sufrimientos de los hombres con las guerras y los asesinatos, y la rebelión de la naturaleza, y las epidemias que se acentúan cada vez más, de una manera proporcional al grado de pecado.
DEL POEMA DEL HOMBRE-DIOS DE MARÍA VALTORTA
(16-2-1.944)
Dice Jesús:
"Ya has conocido todos los dolores que precedieron a la Pasión propiamente dicha. Ahora te daré a conocer todos los dolores concretos de la Pasión. Los dolores que más impresionan a vuestra mente cuando meditáis en ellos.
Pero meditáis en ellos muy poco, demasiado poco. No reflexionáis cuanto me costasteis, ni en la tortura de que está hecha vuestra salvación. Vosotros que os quejáis de una escoriación, de un golpe contra un saliente, de un dolor de cabeza, no pensáis que Yo era por entero una llaga, que esas llagas estaban sulfuradas por muchas cosas, que las cosas mismas servían de tormento para su Creador, porque torturaban al ya torturado Dios-Hijo, sin respeto a Aquel que, siendo Padre de la Creación, las había formado.
Pero las cosas no tenían culpa. El culpable era siempre el de siempre: el hombre; culpable desde el día que prestó oídos a Satanás en el Paraíso terrenal. Hasta ese momento, las cosas de la Creación no le reservaban al hombre, criatura elegida, ni espinas, ni venenos, ni saña. Dios había constituido rey a ese hombre, hecho a su imagen y semejanza y, en su paternal amor, no había querido que las cosas pudieran causar insidias al hombre. Satanás introdujo la insidia. Primero, en el corazón del hombre, luego, esta parió para el hombre, con el castigo del pecado, tríbulos y espinas.
Y he aquí que Yo, el Hombre, tuve que sufrir no solo de mano de las personas, sino también de las cosas, y recibir sufrimiento de ellas. Las personas me propinaron insultos y vejaciones; estas fueron el arma usada.
La mano que Dios había hecho al hombre para distinguirle de los animales, esa mano que Dios enseñó al hombre a usar, esa mano, que Dios había puesto en relación con la mente, esa mano a la que Dios había hecho ejecutora de las órdenes de la mente, esa parte vuestra que es tan perfecta y que hubiera debido ofrecer solamente caricias al hijo de Dios - de quien había recibido solo caricias y salud si estaba enferma - se volvió contra Él, y le propinó bofetones y puñetazos, y se armó de azote y se transformó en tenaza para arrancar el pelo y la barba, o se armó de maza para hincar los clavos.
Los pies del hombre, que hubieran debido solo correr diligentes para ir a adorar el Hijo de Dios, se movieron veloces para venir a capturarme y llevarme por las calles hasta mis verdugos, a empujones y tirones, fueron veloces para darme patadas de un modo que no es lícito usar con un mulo terco.
La boca del hombre, que hubiera debido usar la palabra, esa palabra que es cualidad otorgada únicamente al hombre y a ningún animal creado, para alabar y bendecir al Hijo de Dios, se llenó de blasfemias y mentiras, y arrojó éstas, junto a su baba, contra mi persona.
la mente del hombre, que es la prueba de su origen celeste, se fatigó en inventar tormentos de un refinado rigor.
El hombre, el hombre entero hizo uso de todos y de cada uno de sus elementos para torturar al Hijo de Dios. y llamó a la tierra, bajo sus formas como ayuda en la tortura. Hizo de las piedras de los torrentes, proyectiles para herirme, de las ramas de los árboles, palos para golpearme; del trenzado cáñamo, lazo para arrastrárme, serrándome las carnes, de las espinas, una corona de punzante fuego para mi cabeza cansada; de los minerales, un exasperante azote; de la caña, un instrumento de tortura; de las piedras de las calles, obstáculo para el pie vacilante de Aquel que subía, muriendo, para morir crucificado.
Y a las cosas de la tierra se unieron las del cielo. El frío del alba para mi cuerpo ya exhausto por la agonía del huerto, el viento que encrudecía las heridas, el sol que aumentaba la comezón y la fiebre y traía moscas y polvo, y cegaba los ojos cansados que no podían ser protegidos por las manos apresadas.
Y a las cosas del cielo se unieron las fibras concedidas al hombre para revestir su desnudez: el cuero que se transformó en látigo, la lana de la túnica, que se pegaba a las llagas abiertas por los azotes y producía la confricación y laceración en cada movimiento.
Todo, todo, todo sirvió para atormentar al Hijo de Dios. Él, por quien todas las cosas fueron creadas, en la hora que era la Hostia ofrecida a Dios, tuvo como enemigas a todas las cosas. María, tu Jesús no halló alivio en ninguna cosa. Como víboras enfurecidas, todo lo que existía se volvió a morderme las carnes y aumentar el padecimiento.
Esto sería necesario pensar, cuando sufrís, y comparando vuestras imperfecciones con mi perfección y mi dolor con el vuestro, reconocer que el Padre os ama como no me amó a Mí en aquella hora; y amarle, por tanto con todo vuestro ser, como Yo lo amé a pesar de su rigor".
Y a las cosas de la tierra se unieron las del cielo. El frío del alba para mi cuerpo ya exhausto por la agonía del huerto, el viento que encrudecía las heridas, el sol que aumentaba la comezón y la fiebre y traía moscas y polvo, y cegaba los ojos cansados que no podían ser protegidos por las manos apresadas.
Y a las cosas del cielo se unieron las fibras concedidas al hombre para revestir su desnudez: el cuero que se transformó en látigo, la lana de la túnica, que se pegaba a las llagas abiertas por los azotes y producía la confricación y laceración en cada movimiento.
Todo, todo, todo sirvió para atormentar al Hijo de Dios. Él, por quien todas las cosas fueron creadas, en la hora que era la Hostia ofrecida a Dios, tuvo como enemigas a todas las cosas. María, tu Jesús no halló alivio en ninguna cosa. Como víboras enfurecidas, todo lo que existía se volvió a morderme las carnes y aumentar el padecimiento.
Esto sería necesario pensar, cuando sufrís, y comparando vuestras imperfecciones con mi perfección y mi dolor con el vuestro, reconocer que el Padre os ama como no me amó a Mí en aquella hora; y amarle, por tanto con todo vuestro ser, como Yo lo amé a pesar de su rigor".
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