LOS SIETE ÁNGELES CON LAS COPAS DE LA IRA DE DIOS |
Apocalipsis 21, 9-14.
Luego se acercó uno de los siete Ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete últimas plagas, y me dijo: "Ven que te mostraré a la novia, a la esposa del Cordero".
Los siete Espíritus de Dios, que están en misión sobre toda la Tierra, y que representan la acción benéfica de Dios a través de toda la Creación, tienen ahora siete copas, traídos por siete Ángeles, que simbolizan el castigo de Dios por la perversidad de la Humanidad.
La novia del Cordero son todas las almas que han alcanzado la Santidad, que consiste en la unión mística del alma esposa con Jesús el Divino Esposo.
Me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios. La gloria de Dios estaba en ella y resplandecía como la más preciosa de las perlas, como una piedra de jaspe cristalino.
Esta es la visión simbólica del Reino de Dios, la Jerusalen celestial, morada eterna de Dios, de sus Ángeles y de sus Santos, donde está erradicada todo pecado, resentimiento, odio, egoísmo y donde reina el verdadero Amor.
Estaba rodeada por una muralla de gran altura que tenía doce puertas: sobre ellas había doce ángeles y estaban escritos los nombres de las doce tríbus de Israel. Tres puertas miraban al este, otras tres al norte, tres al sur, y tres al oeste.
Esta muralla significa que es una ciudad fortificada e inaccesible para los enemigos de Dios, tiene doce puertas guardadas por ángeles con el poder de Dios para dejar entrar solo a los elegidos, que pertenecen a las doce tríbus de Israel, que son los israelitas que han reconocido la Divinidad de Jesús el Mesías, profetizado en todos los libros del Antiguo Testamento.
Las puertas estaban orientadas en los cuatro puntos cardinales, es decir que entrarán en la Ciudad los elegidos del mundo entero, y no solo el Pueblo de Israel, como creían los Fariseos y los Escribas.
La muralla de la Ciudad se asentaba sobre doce cimientos, y cada uno de ellos tenía el nombre de uno de los doce Apóstoles del Cordero.
Esa Ciudad Santa, que es el Reino de Dios, está asentada sobre doce cimientos que son los mandamientos de la Ley de Dios, completados y perfeccionados por el Mesías, que es el que ha extendido el Pueblo de Dios de Israel a toda la Humanidad, con el Evangelio predicado al mundo entero por sus doce Apóstoles.
Salmo 145,10-11.12-13
Que todas tus obras te den gracias, Señor,
y tus fieles te bendigan;
que anuncien la gloria de tu reino
y proclamen tu poder.
Así manifestarán a los hombres tu fuerza
y el glorioso esplendor de tu Reino:
tu Reino es un Reino eterno,
y tu dominio permanece para siempre.
El Señor es justo en todos sus caminos
y bondadoso en todas sus acciones;
está cerca de aquellos que lo invocan,
de aquellos que lo invocan de verdad.
Estas preciosas alabanzas, los elegidos de Dios las oirán retumbando salmodiadas por ellos mismos y con todos los coros angélicos por toda la eternidad, y ya se oyen en esta Tierra por los elegidos, cuando han llegado a un grado de unión mística con Dios. Estarán cantadas con suma alegría y felicidad, acompañadas por una música celestial, y serán testigos de conocimientos y visiones que como dice San Pablo, no se pueden relatar con palabras humanas.
Evangelio según San Juan 1,45-51.
Felipe encontró a Natanael y le dijo: "Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret".
Natanael le preguntó: "¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?". "Ven y verás", le dijo Felipe.
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: "Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez".
"¿De dónde me conoces?", le preguntó Natanael. Jesús le respondió: "Yo te vi antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera".
Natanael le respondió: "Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".
Jesús continuó: "Porque te dije: 'Te vi debajo de la higuera', crees. Verás cosas más grandes todavía".
Y agregó: "Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."
Como lo decía Santa Bernardita, la humilde vidente de Lourdes, para el que cree, no se necesitan milagros, y para el que no cree, los milagros no lo convertirán.
Es lo que ocurre con Felipe y Natanael, creyeron el primero al ver y oír a Jesús, y el segundo, porque Jesús lo vio debajo de una higuera, y también porque Jesús vio su alma y le dijo que era un verdadero israelita y un hombre sin doblez, lo contrario de los Fariseos y los Escribas, que no creyeron ni viendo milagros extraordinarios del Redentor.
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