Cuentan que una persona llamó por error a una empresa mortuoria, preguntado si había llegado un tal D. Juan Sánchez. El enterrador le dijo: "¡No ha llegado todavía, pero no tenga cuidado, ya llegará tarde o temprano!".
Existe también una analogía entre el mundo material y el mundo espiritual, esta analogía que puede ser de muy diversas maneras, trataremos aquí de verla con lo que ocurre en el mundo vegetal, sometido a las acciones de la naturaleza.
Los árboles y las plantas fueron creadas por Dios en el tercer día de la creación, para servir de sustento a los hombres, y así ser la imagen perfecta de los atributos del Creador, que son la Justicia y la Misericordia, ya que los árboles dan fruto según su semilla, y los vegetales sirven para alimento de toda criatura animal y humana.
Ahora bien, para que los árboles y los vegetales puedan desarrollarse, necesitan unas condiciones climáticas adecuadas: la lluvia y el sol, en caso contrario, no pueden llegar a término, y si logran sobrevivir, sería en unas condiciones raquíticas y miserables. De la misma manera, el alma necesita unas condiciones adecuadas para desarrollarse, la similitud con el reino vegetal, es evidente: la lluvia, representa las pruebas que manda Dios a cada alma que quiere salvar, pruebas que como dice el San Juan de la Cruz, son proporcionales a su grado de imperfección, y también al grado de gloria hacia donde Dios la quiere llevar.
Pero esas pruebas, que son necesarias para la salud del alma, y para que esta nunca se olvide de su Creador, tienen también que ser complementadas por las alegrías, que están simbolizadas por el sol, que son la Sagrada Eucaristía, y la divina Gracia, que le infunde calor y alegría. En efecto, las plantas, sometidas a una lluvia constante, y a un frío prolongado, acabarán por ahogarse y pudrirse, de la misma manera las almas sometidas a pruebas y sufrimientos constantes, acabarían por decaer y alejarse del camino trazado por Dios.
Por otra parte, una planta sometida a una exposición continua de un sol implacable, acabaría marchitándose, quemándose y muriendo. Igualmente el alma sometida a un placer constante acabaría engolfándose en el vicio y la perdición, y huyendo de todo sacrificio, se olvidaría de su Creador y de sus hermanos, pecando contra el primer mandamiento del Amor.
Por esa razón, Dios alterna las penas con las alegrías, en la dosis que su soberana inteligencia cree conveniente, y así, el alma, que siempre es libre, si acepta todas esas pruebas sin acritud, viendo en todo la mano de Dios, que solo llaga para curar, y alegra para reconfortar, podrá crecer en la Virtud, hasta alcanzar la purificación y el renacer a la vida de Dios, y ser heredera de su fabuloso Reino Eterno, como así lo explica tan bien San Juan de la Cruz en sus escritos místicos.
Sabiendo esto, Satán y sus siniestros ministros, los enemigos de Dios, intentan por todos los medios, o bien aumentar las penas, infundiéndole rencor y odio, para que el alma caiga en la desesperación y se aleje definitivamente de Dios, o bien que se engolfe en los placeres del mundo, para olvidar a su Sublime Redentor y a su prójimo, incumpliendo así el primer mandamiento de la Ley de Dios, para que se le cierren las puertas del Cielo.
DICE EL QUE ATESTIGUA TODO ESTO: SI, ESTOY A PUNTO DE LLEGAR ¡AMÉN! ¡VEN, SEÑOR JESÚS! QUE LA GRACIA DE JESÚS EL SEÑOR, ESTÉ CON TODOS. (Ap. 22-20,21).
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