El Pecador es un hermano enfermo que puede morir, hay que arroparlo con amor, para que el Espíritu Santo pueda curarlo |
Dijo Jesús: “Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldigan”, esos mandamientos de la Ley de Dios, son para
mucha gente espiritual, sobre todo para los poquísimos que tienen
discernimiento de los espíritus, como lo tuvieron los grandes Santos, uno de
los mandamientos más difíciles de entender y practicar. Jesús explica aquí a la
vidente como Él, que era la sublima pureza y Perfección, no tuvo reparo en
entregar su vida para poder salvar a esos pecadores, y pide que a ejemplo suyo
intentemos amarlos como Él lo hizo, tanto si lo conseguimos como si no lo
logramos, tendremos un gran júbilo si lo logramos y un gran mérito incluso si no lo logramos.
Personalmente, he logrado rezar por
los pecadores, y tenerles un amor de compasión, cuando leí la descripción que
hizo Jesús a María Valtorta de los horribles sufrimientos que padecen los
condenados, sufrimientos eternos tan atroces, que no deseo ni a los peores
pecadores.
Comprendo fácilmente como los
relativistas, cegados por Satanás, y que no ven diferencia alguna entre la
sublimidad de la Virtud y el horror del pecado, dicen que no existe ni el
Infierno, ni el Demonio, sobre todo para así “camuflar” todos sus vicios y
pecados.
DE LOS CUADERNOS
DE MARÍA VALTORTA
(13 de julio de 1.944)
Salmo 33, 22
Dice Jesús:
“No
solo es horrible la muerte del pecador. También lo es su vida. No hay que
dejarse llevar por su aspecto exterior. Es como un barniz, un velo puesto allí
para cubrir la verdad. Es verdad te digo que una hora, una sola hora de la paz
del justo es rico en felicidad de un modo incalculablemente mayor que la vida
del pecador, aún la más larga. Y digo una hora del justo; ni siquiera hablo de
la hora del gozo del predilecto que se apoya en mi pecho.
¿La
apariencia es diferente? Sí, la apariencia es diferente. Más del mismo modo que
a los ojos del mundo no se advierte la riqueza en alegría de un santo que me
pertenece, tampoco aparece a los ojos del mundo el abismo de inquietud y de
descontento que se oculta en el corazón del injusto y que, como el cráter de un
volcán en erupción, eructa sin cesar vapores acres, corrosivos, venenosos, que
intoxican cada vez más al desventurado. En efecto, intentando sofocar la
inquietud, el que no obra por buen camino trata de procurarse las
satisfacciones que puedan sosegar a su ánimo descarriado que, por lo tanto, son
satisfacciones orientadas hacia el mal, porque de su naturaleza puede provenir
solo veneno.
He
aquí la clave que explica ciertas vidas tan sombrías, en las que la oscuridad
aumenta día a día, como su fueran cayendo día a día en los abismos más
profundos. Lo que les arrastra cada vez más en las profundidades es el peso
mismo de sus actos de seres fuera de la Ley: hablo de mi Ley, en la que se
apoyan todas las leyes humanas dirigidas a contener a los hombres dentro de las
reglas de la moral.
Los
que ven – porque habiéndose elevado a Dios, ya pueden ver lo que no es visible
a los ojos de los demás seres vivos – se horrorizan al contemplar el
refinamiento del mal en los pecadores obstinados y empedernidos. Como dice el
salmo, la muerte de los mismos es algo horrible, es un horror que los arroja a
la otra vida solo para sepultarlos en un horror aún mayor.
Existen
los gigantes del pecado también por el hecho de que, por su posición social, ya
son gigantes en la Sociedad. Pero existen también gigantes del pecado que están
confundidos entre la multitud y que no
se distinguen por acciones notables, pero que por dentro están corrompidos por todas esas culpas que claman
contra Dios y contra el prójimo.
¡Cuántas
son esas culpas! Cuando los buenos, por una gracia especial, logran conocer
espiritualmente, ante los mismos experimentan un horror, como si fueran algo
putrefacto. Y, en realidad, se trata de una putrefacción que afecta los colores
y los rasgos, que infecta con su hedor, en el que se advierte sensiblemente el
olor de Satanás y del Infierno.
Más,
¡oh vosotros, todos los que sois buenos!, acordaos de vuestro Maestro. ¿A vosotros
os causan repugnancia las culpas? ¿Os la causan a vosotros? ¿Qué tendrían que
producirme en Mí, que soy Puro y Santo? Tendrían que producir solo asco. ¡Y,
sin embargo los he amado hasta morir para intentar salvarlos!
Por lo tanto, amadlos con el amor
más grande: el amor que lo supera todo para salvar. ¿No lográis salvarlos? No
importa. Amad lo mismo esa alma porque es obra de Dios. ¿Ahora está ensuciada
por los excrementos de Satanás? Limpiadla con el constante rocío de un amor
sobrenatural, de un amor verdadero, porque está despojado de toda atracción
humana; más aún, de un amor heroico, porque resiste a pesar de que vuestro
organismo y también vuestra alma, sienten la náusea provocada por su fétida
podredumbre gusanera.
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