MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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martes, 1 de octubre de 2013

LA ESTREMECEDORA MUERTE DE MARÍA MAGDALENA







María Magdalena el alma enamorada de Jesús






          En el mundo de hoy, donde Satanás ha inoculado astutamente el relativismo, y ha introducido en las almas, e incluso en muchos consagrados la doctrina descafeinada,  en donde Dios aparece como un ser bonachón, insensible al pecado y a las aberraciones, aparece la figura de María Magdalena la cual, una vez muerto Jesús, se retiró en una gruta, haciendo penitencia y llorando amargamente sus pecados pasados los cuales, aunque perdonados por Jesús en su vida, seguían atormentándola porque tenía tal presencia de Dios en su alma, que veía con meridiana claridad la diferencia tan abismal que existe entre el pecado y la Virtud, que es la misma que existe entre las tinieblas y la Luz, y entre Satanás y Cristo Jesús.

              A este respeto, dice San Juan de la Cruz en sus obras, que mucha gente cree que con solo su predicación, van a convertir el mundo, y que María de Magdalá, podía haberse dedicado a evangelizar, pero prefirió retirarse en una gruta durante treinta años llorando sus pecados, ya que con este proceder, benefició más a la Humanidad que mucha gente predicando.

Cántico espiritual de San Juan de la Cruz

Que ya solo en Amar es mi ejercicio

Canción 28


                 9.  Aquí es de notar que, cuando el alma llega a este estado, todo el ejercicio de la parte espiritual y de la parte sensitiva, ahora sea en hacer, ahora en padecer, de cualquier manera que sea, siempre le causa más Amor y regalo de Dios, como hemos dicho. Y hasta el mismo ejercicio de oración y trato con Dios, que antes solía tener en otras consideraciones y modos, ya todo es ejercicio de Amor. De manera que ahora sea su trato cerca de lo temporal, ahora sea su ejercicio acerca de lo espiritual, siempre puede decir esta alma, que ya solo en Amar es mi ejercicio.

              10.  Dichosa vida, y dichoso estado, y dichosa el alma que a él llega, donde todo le es ya sustancia de Amor y regalo y deleite de desposorio, en que de veras puede la esposa decir al Divino Esposo, aquellas palabras que de puro Amor le dice en los Cantares, diciendo: “Todas las manzanas nuevas y viejas guardé para Tí (7, 13). Que es como si dijera: Amado mío, todo lo áspero y trabajoso lo quiero por Ti, y todo lo suave y sabroso lo quiero para Ti.
                    Pero el acomodado sentido de este verso es decir que el alma en este estado de desposorio espiritual, ordinariamente anda en unión de Amor de Dios, que es común y ordinaria asistencia de voluntad amorosa en Dios.


Anotación para la canción siguiente


               2.  Donde es de notar que, en tanto que el alma no llega a este estado de unión de Amor, le conviene ejercitar el Amor así en la vida activa como en la Contemplativa.
               Pero cuando ya llegase a él, no le es conveniente ocuparse en otras obras y ejercicios exteriores, que le puedan impedir un punto de aquella asistencia de Amor en Dios, aún que sea de gran servicio de Dios, porque es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro Amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas.

               Que por eso, María Magdalena, aunque con su predicación hacía gran provecho, y lo hiciera muy grande después, por el gran deseo que tenía de agradar a su esposo y aprovechar a la Iglesia, se escondió en el desierto treinta años para entregarse de veras a este Amor.


               3. De donde, cuando alguna alma tuviera algo de este grado de solitario amor, gran agravio se le haría al alma y a la Iglesia si, aunque fuera por poco espacio, la quisiesen ocupar en cosas exteriores o activas, aunque fuesen de mucho caudal, pues Dios conjura que no la molesten en ese Amor. ¿quién se atreverá y quedará sin reprensión? Al fin, para ese fin de Amor fuimos creados.


         Y es que hoy día, más que nunca, sabiendo que las buenas obras solo se pueden hacer con la Gracia de Dios, conviene recordar lo que dijo también el Santo Doctor:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de conciencia, que todas esas obras que quieres hacer".



   De los cuadernos de María Valtorta de 1.944

        Veo una gruta pedregosa en la que hay un jergón formado por hojas secas amontonadas sobre un rústico armazón de ramas entrelazadas y atadas con juncos. ¡Debe de ser tan cómodo como un instrumento de tortura! En la gruta hay además, una piedra grande que sirve como mesa y otra más pequeña como asiento. En la zona más profunda de la gruta hay otra piedra; se trata de un fragmento saliente de la roca, que tiene una superficie bastante lisa, bruñida, no sé si este aspecto es natural o si se es el resultado de una paciente y fatigosa labor humana. En realidad parece un rústico altar, sobre el cual está apoyada una cruz hecha con dos ramas atadas con mimbres.

            Además el habitante de la gruta ha plantado una hiedra en una grieta terrosa del terreno y ha extendido sus ramos hasta abrazar y enmarcar la cruz, mientras que en dos toscos vasos, que parecen modelados en la arcilla por una mano inexperta, hay algunas flores silvestres que ha recogido en las cercanías y, justo al pié de la cruz, en una concha gigantesca, hay una pequeña planta de ciclamen silvestre, con sus hojitas lustradas y dos gemas a punto de florecer. Al pie de este altar hay un haz de ramos espinosos y un flagelo hecho con sogas anudadas. También hay una tosca tinaja con agua y nada más. 

         Por la estrecha y baja abertura se ven al fondo los montes y, dada la oscilante claridad que se entrevé aún más lejos, se diría que desde este punto se divisa el mar, pero no puedo asegurarlo. Sobre dicha abertura cuelgan ramos de yedra, madreselvas y rosales silvestres, es decir, todo el fasto vegetal de los lugares montañosos, y forman como un velo movedizo que separa el interior del exterior.

            Una mujer enjuta, que lleva un rústico vestido oscuro y, sobre este una piel de cabra que le sirve de manto, entra en la gruta apartando los ramos colgantes. Parece exhausta. Su edad es indefinible. A juzgar por su rostro ajado, se le darían muchos años, más de sesenta. A juzgar por la cabellera, aún bella, abundante, dorada, no se le darían más de cuarenta. Lleva el cabello anudado en dos trenzas que caen sobre los hombros curvos y flacos: son lo único que reluce en medio de este ambiente escuálido, habría sido hermosa, por cierto, su frente se conserve aún lisa y erguida, la nariz está bien delineada y el contorno del rostro, a pesar de estar enflaquecido por las penurias, es regular. 

              Pero sus ojos ya no brillan, están profundamente hundidos en las órbitas y cercado por dos cárdenas ojeras: son dos ojos que han vertido muchas lágrimas. Dos arrugas como dos cicatrices esculpidas desde el ángulo de los ojos y al lado de la nariz, se pierden en otra arruga, típica de los que han sufrido mucho, que desciende como un acento circunflejo, desde las fosas nasales hasta la comisura de los labios.

          Las sienes parecen hundidas y en su intensa palidez se diseñan las venas azules. Un pliegue de desaliento curva su boca de un rosa palidísimo: antaño debe de haber sido una boca espléndida, pero ahora es una boca marchita en la que la curva de los labios se asemeja a la de dos alas rotas que penden. Es una boca doliente.

            La mujer se arrastra hasta la roca que sirve de mesa y apoya en ella arándanos y fresas silvestres. Luego va hacia el altar y se arrodilla, pero está tan agotada que, al hacerlo, casi se cae y tiene que sostenerse en la piedra con una mano. Reza mirando la cruz mientras sus lágrimas descienden por el surco de las arrugas hacia los labios, que las beben. Luego deja caer la piel de cabra de modo que queda cubierta solamente con su burda túnica, y coge el flagelo y los espinos. Estrecha en torno a la cabeza y las caderas los ramos espinosos y se flagela con las cuerdas, pero está demasiado débil para lograrlo; deja caer el flagelo y, apoyándose al altar con ambas manos, dice: "¡Oh Rabí, ya no puedo, no puedo sufrir más en recuerdo de tu dolor!".

          Reconozco su voz, es María de Magdalá. Estoy en su gruta de penitente. María llora. Llama a Jesús amorosamente. Ya no puede sufrir más, pero aún puede amar. Su carne, mortificada por la penitencia ya no resiste el agobio de la flagelación, pero su corazón aún experimenta latidos de pasión y consume sus últimas fuerzas amando. Y, por eso, con la frente coronada de espinas y la cintura estrechada por ellas, ama hablándole a su Maestro en una continua profesión de amor y en un renovado acto de dolor.

       Resbala hasta quedar con la frente contra el suelo. Es la misma postura que tenía en el Calvario, frente a Jesús tendido en el regazo de su María; la misma que tenía en la casa de Jerusalén, cuando la Verónica desplegaba su velo; la misma que tenía en el huerto de José de Arimatea cuando Jesús la llamó y ella le reconoció y le adoró. Pero ahora llora porque Jesús no está.

         "Maestro mío, la vida se me escapa. ¿Tendré que morir sin volver a verte? ¿Cuándo podré deleitarme con tu Rostro? Mis pecados están frente a mí y me acusan. Tú me has perdonado y por eso creo que el Infierno no me alcanzará. Más ¡Cuanto tengo que esperar en la expiación antes de vivir en Tí! ¡Oh, buen Maestro, por el amor que me has dado, consuela mi alma! La hora de la muerte ha llegado. ¡Por tu muerte desolada en la Cruz, conforta a tu criatura! Tú me engendraste, no lo ha hecho mi madre. Tú me resucitaste más que a Lázaro, mi hermano porque él ya era bueno y no podía más que esperar la muerte en tu Limbo. Yo estaba muerta en el alma y por eso, morir quería decir morir para la eternidad. ¡Jesús en tus manos encomiendo mi espíritu! Es tuyo porque Tú lo has redimido. Como última expiación, acepto morir como Tú, la dureza de morir abandonada. Pero dame una señal que me demuestre que mi vida ha servido para expiar mi pecado".

        "¡María!". Aparece Jesús. Se diría que aparece de la rústica Cruz, pero ya no está moribundo y cubierto de llagas: ahora está tan hermoso como en la mañana de la Resurrección. Desciende del altar y va hacia la mujer arrodillada. Se inclina hacia ella. Vuelve a llamarla y, dado que ella cree que esa voz resuena porque la percibe en su espíritu y sigue con la frente contra el suelo, sin ver la luz que irradia Cristo. Él la toca posándole una mano sobre la cabeza y tomándola por el brazo para ayudarla a levantarse, como en Betania.

         Cuando ella percibe su roce y reconoce esa mano afilada, exhala un alarido, alza su rostro transfigurada por el júbilo, y vuelve a bajarlo para besar los pies de su Señor.

        "Álzate, María. Soy Yo. La vida huye, es verdad. Más Yo vengo a decirte que Cristo te espera. María no debe esperar. Todo le ha sido perdonado: tu lugar ya está listo en mi Reino. He venido a decírtelo, María. No le ordené al ángel que lo hiciera porque Yo doy cien veces más de lo que recibo y recuerdo todo lo que recibí de ti, María, revivamos juntos esa hora pasada. Acuérdate de Betanía. Era la tarde sucesiva al Sábado. Faltaban seis días para mi muerte. ¿Recuerdas tu casa? Era hermosa, envuelta en la cerca florecida de su huerto. El agua cantaba en la fuente y las primeras rosas perfumaban en torno a sus muros. Lázaro me había invitado a su cena y tú habías despojado el jardín de sus flores más bellas para adornar la mesa en donde tu Maestro iba a tomar su alimento.

        (...) Y luego llegué. Tú, más veloz que una gacela, precediste a los criados y corriste a abrir la cancela con tu grito habitual que parecía siempre el grito de una prisionera liberada. En efecto, yo era tu liberación, y tú una prisionera liberada. Los Apóstoles venían conmigo. Venían todos, también el que ya era como un miembro gangrenado del cuerpo apostólico. Pero allí estabas tú para tomar su puesto, y no sabías que, al mirar tu cabeza inclinada para besar mis pies y tu mirada sincera y llena de amor, al mirar sobre todo tu espíritu, Yo olvidaba el disgusto de tener a mi lado el traidor. Por eso te quise en el Calvario. Por eso te quise en el huerto de José. 

          Porque verte significaba estar seguro de que mi muerte no carecía de objeto y mostrarme a ti era el agradecimiento por tu fiel amor. ¡Oh María, bendita seas tu que no has traicionado nunca, que me has confirmado mi esperanza de Redentor; tu en la que vi a todos los que se salvaron por mi muerte! Mientras todos comían, tu adorabas. Me habías dado agua perfumada para mis pies cansados, besos castos y ardientes para mis manos y, aún no contenta con ello, quisiste romper el último vaso precioso que te quedaba y ungirme y ordenarme el cabello como una madre, y ungirme las manos y los pies para que todo en tu Maestro perfumara como los miembros de un Rey consagrado... Y Judas que te odiaba porque ahora eras honesta, y con tu honestidad rechazabas la avidez de los machos, te reprochó... Más Yo te defendí porque todo eso lo habías hecho por amor, un amor tan grande que su recuerdo me acompañó en la agonía, desde la tarde del Jueves hasta la hora de la nona... Ahora, por ese acto de amor que me distes en los umbrales de mi muerte, Yo vengo a devolverte amor en los umbrales de tu muerte. María, tu Maestro te ama. El está aquí para decírtelo. No temas, no te angusties con la idea de otra muerte. Tu muerte no es diferente del que derrama su sangre por Mí. 

            ¿Qué ofrece el mártir? Ofrece su vida por amor de su Dios. ¿Qué ofrece el penitente? Ofrece su vida por el amor de su Dios. ¿Qué ofrece el que ama? Ofrece su vida por el amor de su Dios. Como ves, no hay diferencia. El martirio, el amor, la penitencia, cumplen el sacrificio y lo cumplen por el mismo fin. Por lo tanto, el martirio se cumple en ti, que eres penitente y amante, como en quien perece en la arena. María, te precedo en la Gloria. Bésame la mano y reposa en paz. Reposa. Ya es tiempo para ti de reposar. Dame tus espinas. Ahora es tiempo de rosas. Reposa y espera. Te bendigo, ¡oh, bienaventurada!"

            Jesús ha obligado a María a echarse en su jergón. Y la Santa, con el rostro lavado por el llanto de su éxtasis, ha obedecido la voluntad de su Dios, y ahora parece dormir con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras las lágrimas siguen brotando, pero su boca ríe.

         Se incorpora cuando la gruta se ilumina por un vivísimo resplandor a la llegada de un ángel; este sostiene un cáliz que apoya en el altar y luego permanece en adoración. También María, que está arrodillada junto a su mísero lecho, está en adoración. Ya no puede moverse. Sus fuerzas van disminuyendo, pero se siente feliz. El ángel coge el cáliz y le da la comunión. Luego sube otra vez al Cielo.

          Como una flor abrasada por el sol excesivo, María se dobla, se dobla con los brazos cruzados aún en el pecho y cae hundiendo el rostro en la hojarasca del jergón. 

Ha muerto. El éxtasis eucarístico ha cortado la última fibra vital.
    







jueves, 26 de septiembre de 2013

LOS DOS ESPÍRITUS DE CRISTO ESTÁN REFLEJADOS EN SU NACIMIENTO Y SU MUERTE, SON LOS QUE DAN LA VIDA ETERNA

El primer Espíritu de Jesús el Pesebre:
La pobreza espiritual



Este comentario sobre las palabras de Jesús a María Valtorta, están relacionados sobre los siete Espíritus o acciones de Dios en misión sobre toda la Tierra, tal como se puede leer en el Apocalipsis.

El primer Espíritu de Jesús proviene por el Espíritu de Pureza y el de Verdad del Padre, y simboliza las infinitas riquezas, tanto materiales, que se ven en toda la Creación, y las maravillas espirituales de Dios, las cuales para poseerlas desde esta Tierra necesitan la pobreza de Belén, pobreza no solo material pero sobre todo espiritual, ya que no es pobre el egoísta, el lujurioso el soberbio, el glotón, así como todos los que se entregan a sus vicios, bajo sus variopintas formas.

El segundo Espíritu, proviene del Espíritu de Justicia y de Bondad de Dios Padre, atributos que Cristo Jesús, se traduce en su Misericordia, que culmina en la Cruz, ya que dijo Jesús que no hay mayor Amor que el que da su Vida por los demás, como Él lo hizo para redimirnos del poder de Satanás; y además, rogó por los que le torturaron diciendo "Perdónales Padre, porque no saben lo que hacen".

Aplicando estos Espíritus, o maneras de ser de Dios, se obtiene la promesa de Jesús, que es la posesión del Espíritu Santo, y se puede poseer el séptimo Espíritu de Dios, que es el descanso de Dios en el séptimo día de la Creación: el fin de la transformación espiritual del alma, que permite alcanzar la metamorfosis al transformarnos de hijos de la carne en Hijos de Dios, es el séptimo día de la Creación: el Descanso de Dios, que es la Vida Eterna.

Es la meta soñada por toda la Humanidad desde el principio de su existencia: la inmortalidad y la dicha eternas, un lugar en donde no existe el odio, las envidias, los vicios, y donde reina solo el amor, la verdadera riqueza, la salud, la eterna juventud, y la satisfacción infinita del alma en la contemplación del Dios, siempre nuevo, e inaccesible en todas sus obras porque es infinito en sabiduría, esplendor, gloria, poder, belleza, inteligencia, justicia, bondad, y tantos otros atributos conocidos y desconocidos, que nos asombrarán a lo largo de la Eternidad, y que nos parecerá por eso paradojicamente corta.


  El segundo Espíritu de Jesús la Cruz: 
el perdón y el Sacrificio 



De los cuadernos de María Valtorta
25 de Diciembre de 1.946


    Dice Jesús:

    "Vengo y os tiendo mis brazos como a mis pastores, que fueron los primeros a quien amé en la Tierra y que seguí amando, porque ellos siguieron amándome con el corazón sencillo de aquella noche. 

      Os les doy como modelo porque quiero que me améis siguiendo el camino más fácil y seguro, el camino de la sencillez. Es también el camino de "nuestra" Teresa del Niño Jesús. Es el camino de quienes, dado que poseen la Sabiduría, intuyen que los caminos abruptos son peligrosos aún para los fuertes, mientras que los caminos sencillos son los más seguros. Nunca debe el hombre fiarse de sus fuerzas.

       Hoy puede ser muy fuerte; mañana más frágil que un junco, y hasta más frágil que un junco quebrado. El peso que puede quebrarle es precisamente el deseo de cosas grandes, complicadas, llenas de fórmulas y de programas, los métodos hiperbólicos de una escalada difícil que el hombre, por si mismo no puede emprender.

    No, este no es el modo para salvarse fácilmente. Para lograrlo, hay que tener simplemente la voluntad de amar. Es lo que sabe hacer hasta un niño. Es lo que sabe hacer hasta un pastor. Es muy fácil para Mí precipitarme y apresar a uno que me ama de modo simple, elevándole a las vertiginosas alturas de maravillosos heroísmos. Mas, ¿creéis que el júbilo de este, el paradisíaco júbilo de poseerme en el Cielo, es mayor del júbilo del que se ha santificado humildemente en la sencillez de las acciones realizadas totalmente por amor a Mí?

    ¿Creéis acaso que mis humildes pastores, aún los que murieron antes de que Yo fuera el Maestro - y que, por lo tanto, solo me adoraron en esta noche en que todos ellos estaban arrodillados ante mi pesebre, ante mi cuna, y que siguieron haciéndolo con todo su espíritu por pocos días, o quizás por años, hasta la muerte después que la saña de Herodes me separó de ellos, creéis, os digo, que mis humildes pastores, que todos ellos, tienen gloria en el Cielo y dichas menores de la que tienen los tres Sabios de Oriente, arquetipo de los sabios y de los potentes, que luego, a lo largo de los siglos, me iban a amar con ciencia? No es así. 

        Es más, os digo que, mientras muchos doctos, tras haberme amado, se perdieron por haber querido conocerme con demasiada ciencia o están purgando aún en el fuego purgativo (que les enseña a amar sin pretender analizar el amor y el Objeto del Amor) su científico y complicado culto de Mí, ese culto investido por las gélidas ráfagas de la ciencia, de todos mis pastores, los que me sirvieron como discípulos pasaron de la muerte a la Vida, y los que se extinguieron antes de que Yo subiera al Padre, pasaron de la muerte a una serena espera de Mí en el Limbo.

       Es más, os digo que, mientras entre los doce Apóstoles se perdió uno, entre los doce pastores ni siquiera uno fue privado de la aureola de los Bienaventurados. Y fue así porque, siendo simples, se saciaron y se compenetraron de mi simplicidad de Niño. Vieron y amaron solo al Hijo que le había nacido al Pueblo de Israel, amaron solo al Niño Salvador, envuelto en pañales y puesto en un pesebre; el Niño que luego vieron mamar y crecer, semejante a todos los niños, y ni la pobreza, ni las limitaciones de la infancia hicieron vacilar la fe de ellos acerca del origen divino de la Criaturita nacida en Belén de Judea, ni tampoco calcularon los beneficios que habrían podido obtener de Él, a quien la mayoría en Israel soñaba como rey y vengador en lugar de espiritual Salvador de su pueblo y del mundo. 

Amaron siempre. Amaron también a los que luego me vieron y sirvieron en medio de las aclamaciones de la multitud. Supieron amar únicamente al Salvador, Supieron seguir únicamente al Salvador. Supieron seguir a Jesús únicamente para poseer el Reino de los Cielos. No soñaron ni se desilusionaron, ni cayeron en la incredulidad, en el odio, en la venganza, como Judas de Keriot que, decepcionado en su sueño de poder, llegó al deicidio.

Sed simples. Hay dos libros que puede leer y entender todo el mundo que tenga buena voluntad, aunque sea analfabeto. Es suficiente que tenga los ojos simples de mis pastores. El pesebre de Belén, la Cruz del Gólgota: esos dos libros hablan. Dicen palabras eternas. Expresan enseñanzas frente a las cuales son algo muy limitado la sabiduría de los sabios, desde Salomón hasta el último que llegue.

Es mi nacimiento en la miseria para enseñaros el desinterés por la riqueza y los honores, para apagar en vosotros la sed de esos honores humanos tan inútiles; es mi Muerte en el dolor para enseñaros que con ello se conquista mi Reino para sí y para el prójimo y que se debe amar siempre.

Amaos y amadme y que mi Paz sea con vosotros.







    

viernes, 20 de septiembre de 2013

ORACIÓN PARA LOS SACERDOTES

He encontrado esta magnífica oración de  mi madre
Con máquina de escribir
PRIÈRE POUR LES PRÊTRES
         Mon Dieu, je vous prie pour vos Prêtres, pour tous vos Prêtres -  Je vous demande pour eux la Sainteté – Je vous demande qu´ils aiment profondément leur Sacrifice et qu´ils le vivent avec amour – Je vous demande pour eux l´obéissance, l´esprit de détachement, une inaltérable et limpide chasteté et aussi l´abnégation et l´humilité, la douceur, le zèle, le dévouement.
       Je Vous demande qu´aucune âme ne les approche sans vous aimer d´avantage Je vous demande, mon Dieu, de semer par eux, dans le monde, des grâces mariales qui révèlent à quel point Marie est notre Mère. Et pour qu´il en soit ainsi, pour que votre Règne s´etende et s´affermisse par eux sur la Terre, je vous promets, ô Jésus, de m´immoler avec Vous de tout mon coeur.
        Ainsi - soit – il.  

ESCRITO DE SU MANO


Tacere et Pati


      “Ce n´est pas un esprit de crainte que Dieu nous a donné, mais un esprit de force” (…)” Ne craignons pas les souffrances et restons fidèles jusqu´à la mort.” (Ap 2,10)


    



sábado, 7 de septiembre de 2013

REFLEXIONES DE S. JUAN DE LA CRUZ SOBRE EL COMPORTAMIENTO DEL ALMA PARA LA UNIÓN MÍSTICA CON LA DIVINIDAD

DICHOS DE LUZ Y AMOR DE SAN JUAN DE LA CRUZ


San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia

    Las palabras "místico" y "estático", que se aplican a San Juan de la Cruz, y a los eremitas en general, son palabras que significan "enamorado de Dios" y "contemplativo", es decir que son almas que tienen un impaciente deseo de ver la esencia de Dios, y que ven y admiran a Dios en todas las obras de la Creación, obras que a los que no tienen presencia de Dios, les pasan inadvertidas y uno de los ejemplos más sublimes que ha tenido la Santa Iglesia de Dios, se puede aplicar a ese Santo, Doctor de la Iglesia y Patrón de los Poetas españoles.
    Traeremos aquí algunos de los dichos de Luz y Amor de sus escritos, que reflejan este criterio.


Introducción 

    ¡También, oh Dios y deleite mío! en estos dichos de Luz y Amor de Tí se quiso mi alma emplear por amor de Tí, porque yo teniendo la lengua de ellos no tengo la obra y virtud de ellos, que es con lo que, Señor mío te agradas más que con el lenguaje y sabiduría de ellos, otras personas provocados por ellos, por ventura aprovechen en tu servicio y amor lo que yo falto, y tenga mi alma en que se consolar de que haya sido ocasión que lo que falta en ella se halle en otras.

     Amas tú, Señor la discreción, amas la luz, amas el amor sobre las demás operaciones del alma. Por eso estos dichos serán de discreción para el caminar, de luz para el camino y de amor para el caminar, quédese pues la retórica del mundo, quédense las parlerías y elocuencia seca de la humana sabiduría, flaca e ingeniosa, de que nunca tú gustas, y hablemos palabras al corazón bañadas en dulzor y amor de que tú bien gustas, quitando por ventura delante ofendículos y tropiezos a muchas almas que tropiezan no sabiendo, y no sabiendo van errando, pensando que aciertan en lo que es seguir a tu dulcísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, y hacerse semejantes a él en vida, condiciones y virtudes, y en la forma de la desnudez y pureza de su Espíritu. Más, dala Tú, Padre de las misericordias, porque sin ti, no se hará nada, Señor.

    Maravillosas, humildes y profundísimas palabras del Santo, que vivió en el Tiempo de Lutero, y toda la retahíla de contestatarios, que querían imponer su punto de vista en los asuntos religiosos, apartándose con odio de la Santa Iglesia.

Individuos que volvemos a encontrar en nuestros días, son todos los que se creen los elegidos, los teólogos de la Liberación y de la desacralización, los que pintan un dios hecho a su gusto y medida, completamente alejado de las enseñanzas del Evangelio y de la Tradición de los Santos Padres. 

Son verdaderos discípulos de Satanás, son los que se corrompen ellos, y a todos sus seguidores, que no quieren saber nada del sacrificio, de la renuncia y de la Cruz, doctrina predicada por Jesús con su Vida, sus palabras y su ejemplo.

    El alma sola, sin Maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo.

     Estas palabras se aplican perfectamente a estos siniestros teólogos que han abandonado la Doctrina tradicional y las enseñanzas del Evangelio.

    Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de conciencia, que cuantas obras quieres hacer.

    ¡Cuanto se podría aquí escribir y meditar sobre esta frase del Santo Doctor!, cuantos individuos que, como dice el refrán castellano:"Son como el Maestro Ciruela que no sabía escribir y montó una escuela".

Y esto se comprende perfectamente, porque ya que la Conversión es un don de Dios, los ministros tienen que ser parecidos al Maestro, para que el Espíritu Santo pueda intervenir, en caso contrario, nunca ocurrirá la conversión, o si ocurre, serán discípulos del mismo talante que el Maestro, que es un ciego que guía a otro ciego, como lo dice Jesús en el Evangelio, caerán ambos en la fosa. 

    Más quiere Dios en ti el menor grado de obediencia y sujeción, que todos esos servicios que le piensas hacer.

    Otro pensamiento que se aplica a tantos consagrados y consagradas que se rebelan contra la Jerarquía, contra las constituciones de su Orden, contra la fidelidad que han prometido en sus votos, para prevalecer soberbiamente con una nueva doctrina hecha a su forma y medida.

    Más estima Dios en ti el inclinarte a la sequedad y al padecer por su amor, que todas las consolaciones y visiones espirituales y meditaciones que puedes tener.

    Y para las personas que cumplen con estas recomendaciones, que son los pobres de Espíritu de las Bienaventuranzas del Sermón de la montaña de Jesús, son las bendiciones de Dios que le aseguran su filiación espiritual y la confirmación de su herencia Eterna. 

    Niega tus deseos, y hallarás lo que desea tu corazón. ¿Qué sabes tú si tu apetito es según Dios?
   Pues si te ha de seguir doblada amargura de cumplir tu voluntad, no la quieras cumplir, aunque quedes en amargura.
   
 Y aquí están retratados todos los herejes, que han cumplido con sus apetitos y voluntades, y que por su soberbia o su ignorancia, se han apartado poco a poco de Dios, azuzados por Satanás, que les ha hecho creer que son los elegidos, y con su soberbia, se han juzgado dignos de predicar una nueva doctrina.

    Más agrada a Dios una obra, por pequeña que sea, hecha en escondido, no teniendo voluntad de que se sepa, que mil hechas con ganas de que las sepan los hombres; porque el que con purísimo amor obra por Dios, no solamente no se le da nada que lo sepan los hombres, pero ni lo hace para que lo sepa el mismo Dios; el cual aunque nunca lo hubiere de saber, no cesaría de hacerle los mismos servicios con la misma alegría y pureza de amor.

     Palabras increíbles que explican como tiene que ser el alma para Dios: ausencia total de soberbia, transformación total de una persona, cuya huella dejada por el pecado Original, que en el fondo era un pecado de orgullo, que sigue haciendo aún en el género humano, un deseo irrefrenable de admiración hacia la propia persona, es el renacer del alma como lo explicó tan bien Jesús a Nicodemo.

    Es la herencia de Lucifer, que se apartó de Dios por ese motivo: Ser reverenciado y admirado por encima del mismo Dios. Muy pocas personas han llegado a ese total estado de humildad. Solo la Santísima Virgen María, y los grandes Santos han llegado a este grado tan elevado de perfección: Hacer el bien por lo que es y no por lo que uno es, la condición necesaria y suficiente para ello, es una pobreza espiritual y un desapego total hacia su persona, que solo se obtiene por una presencia muy grande de Dios, cuya Luz ilumina la razón y permite ver la gran diferencia que existe entre Dios y la Criatura.

    Las personas que no tienen presencia alguna de Dios son incapaces de ver esta situación, y de ese estado de cosas, nace la herejía, y todos los pecados que son consecuencia de la soberbia, como pueden ser el odio, la venganza, la avaricia, la glotonería, la lujuria, ya que como lo dice la Biblia, un abismo llama a otro abismo, es la muerte del alma.

Oración del alma enamorada: ¡Señor Dios, amado mío!, si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si esperas a mis obras para  por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas y las penas que tu quisieras aceptar, y hágase. Y si a las obras mías no esperas, ¿Qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿Por qué te tardas?Porque, si en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi calderilla, pues, le quieres y dame ese bien, pues que tú también le quieres.

     ¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío? ¿Como se levantará a tí el hombre engendrado y criado en bajezas si no lo levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste? No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me distes en tu único Hijo Jesucristo, en que me distes todo lo que yo quiero. Por eso me holgaré que no tardarás si yo espero. ¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón?

    Míos son los cielos y mía es la tierra. Mías son las gentes. Los justos son míos, y míos los pecadores. Los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías. Y el mismo Dios es mío y para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo esto es para ti.

    No te pongas en menos y repares en migajas que se caen de la mesa de tu padre. Sal fuera y gloríate en tu Gloria. Escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón. 

    Aquí se demuestra como el único camino para alcanzar el Reino de Dios, es la humildad y la pobreza espiritual, y la renuncia a todas las cosas por amor a Cristo Jesús: Esta pobreza que está bendecida en el sublime sermón de la Montaña en las Bienaventuranzas, más que a una pobreza material, se refiere sin lugar a dudas a la pobreza espiritual.

    Es pobre espiritual el humilde, el que se da cuenta de que los bienes perecederos son un estorbo para alcanzar la Vida Eterna, si el corazón se apega en ellos, porque nos hacen olvidar a Dios, que dijo que no se pueden servir a la vez a Dios y al dinero, porque al amar a uno despreciarás al otro.

    Y se comprende como la pobreza espiritual, que vacía y limpia el corazón de todos los impedimentos para dar cabida a Dios, es la que nos da la suma e infinita riqueza, que es la posesión del mismo Dios, que no puede vivir en un corazón en donde se idolatra a los otros dioses: Soberbia, poder, hedonismo y afán de riquezas.

    En efecto, el alma en donde habita Dios es dueña del Universo, porque al tener la presencia de Dios, el cual como amante perfecto, da en herencia todos sus bienes, es dueña de todo lo creado visible e invisible, por eso dice el santo Doctor:

"Míos son los cielos y mía es la tierra. Mías son las gentes. Los justos son míos, y míos los pecadores. Los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías. Y el mismo Dios es mío y para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo esto es para ti".


Tú, Señor, vuelves con alegría y amor a levantar al que te ofende, y yo no vuelvo a levantar y a honrar al que me enoja a mí.

Y aquí está la increíble diferencia entre la bondad de Dios y la imperfección del alma: El Señor Dios, mientras esté en este mundo, da la posibilidad al alma de arrepentirse y volver al camino recto, y hace caer la lluvia sobre los malos y los buenos, todos los hombres pecadores y arrepentidos, que han ofendido a Dios, en algún momento de su vida, han sentido su mano que le apartaba del camino que lleva al abismo, y con firmeza llevarte, casi siempre con sufrimiento y pena por el camino recto.

Muy al contrario, el hombre perdona difícilmente al que le ofende, y en vez de tratar de llevarlo al camino recto con el amor y la amistad, le da odio y desprecio, y desea un castigo por su falta, porque el hombre se siente herido por su falta de humildad.


    No es de voluntad de Dios que el alma se turbe de nada ni que padezca trabajos, que si los padece en los adversos casos del mundo, es por la flaqueza de su virtud, porque el alma del perfecto se goza en lo que pena la imperfecta.

    Profundas palabras del Santo que toda la gente ha experimentado a lo largo de su vida: cuantos sufrimientos y preocupaciones por olvidarse que todas las cosas, tanto las buenas como las malas, están enviadas por Dios para nuestro bien.
     ¡Cuantas veces hemos tenido hondas preocupaciones por cosas que nos parecieron adversas, y luego se solucionaron solas!, todo por falta de confianza en Dios. El alma perfecta es inmune a esas adversidades porque confía siempre en Dios, y solo le preocupa en saber si está obrando de manera adecuada a la voluntad de Dios, con el santo temor de haberle ofendido: por eso dice el Santo: 


    No sabe el hombre gozarse bien ni dolerse bien, porque no sabe la distancia que hay entre el bien y el mal. 

    Frase importantísima, que muy poca gente comprendo hoy día, ya que es profundamente espiritual, y certifica la gran diferencia que hay entre el pecado y la virtud, sobre todo en este mundo en donde Satanás ha logrado implantar la teología del relativismo, que tanta gente ha abrazado, tanto laicos como consagrados.

Esa distancia es la que existe entre Satán y Cristo; entre las tinieblas y la luz, entre el amor y el odio, el alma que no comprende esto, está ciega y muerta, porque nunca salvo un milagro de Dios, podrá acceder al amor verdadero de Dios, y alcanzar la Vida Eterna.
     














sábado, 31 de agosto de 2013

COMENTARIOS DE JESÚS SOBRE EL EPISODIO DE LA MUJER ADÚLTERA




El hombre, con las enseñanzas de la Iglesia, de su razón y de su conciencia,
 está preparando un examen que tendrá lugar al final de su vida.



EL JUICIO DE DIOS ES DISTINTO AL JUICIO HUMANO



         Este comentario de Jesús después del relato de la Visión de María Valtorta sobre el episodio de la mujer adúltera, será sorprendente para algunos, porque demuestra claramente que Dios no perdona al impío que nunca se arrepiente y se mantiene en el vicio hasta su muerte. 

        De este comentario se deduce que la mujer adúltera no está en el Cielo, porque a pesar de haber sido salvada por Jesús de la lapidación, siguió en sus pecados y no se arrepintió.

      Y se me ocurre aquí una explicación lógica a la marca de Caín después de haber matado a su hermano: ese homicidio, tenía que estar marcado con sangre en la frente de Caín, la marca de Yahveh, no tiene lugar: es una acción de Dios que oculta esa acusación, para así poder aún borrar el pecado de su alma, aprovechando el tiempo que Dios le da, para arrepentirse durante la vida que le queda en la tierra, antes de comparecer en el Juicio, cuando entonces será ya muy tarde para rectificar .  

       Aquí hay también una declaración muy importante sobre la homosexualidad: no tiene la misma gravedad el que comete el pecado por vicio y para probar sensaciones lujuriosas nuevas, como el que está inclinado a estos actos por deformación psíquica o física.



DEL POEMA DEL HOMBRE-DIOS


            Dice Jesús:

         "Lo que me hería era la falta de caridad y de sinceridad en los acusadores. No que acusaran con falsedad. La mujer era realmente culpable. Pero eran insinceros al escandalizarse de algo que ellos habían cometido mil veces y que solo una mayor astucia y una mayor suerte había permitido que quedase oculto. La mujer, en su primer pecado, había sido menos astuta y había tenido menos suerte. Pero ninguno de sus acusadores y acusadoras - porque también las mujeres la acusaban en el fondo de su corazón, aunque no alzaran su palabra - estaba libre de culpa.

             Adúltero es el que pasa al acto y el que a él se inclina y lo desea con todas sus fuerzas. La lujuria está tanto en el que peca como en el que desea pecar. Recuerda, María, la primera palabra de tu Maestro, cuando te llamé desde el borde del precipicio en que estabas: "No basta no hacer el mal, también hay que desear no hacerlo".

          El que acaricia pensamientos de sensualidad y suscita con lecturas y espectáculos buscados de propósito y con hábitos malsanos sensaciones de la carne es tan impuro como el que comete materialmente la culpa. Digo incluso: es mayormente culpable. Porque va con el pensamiento contra la naturaleza, además de contra la moral. 

          Y no hablo siquiera de aquel que pasa a verdaderos actos contrarios a la naturaleza. El único atenuante de éste es una enfermedad orgánica o psíquica. El que no tiene este atenuante es diez veces inferior al animal más sucio.

             Para condenar con justicia se requeriría la ausencia de toda culpa. Os remito a dictados anteriores, cuando hablo de las condiciones esenciales para ser juez. No me eran desconocidos los corazones de aquellos fariseos y de aquellos escribas; ni de los que se habían unido a ellos en el ataque contra la culpable.

         Pecadores contra Dios y contra el prójimo, había en ellos culpa contra el culto, culpas contra los padres, culpas contra el prójimo, culpas, especialmente numerosas contra sus esposas. Si, por un milagro, hubiera ordenado a su sangre escribir en su frente su pecado, entre las muchas acusaciones habría imperado la de "adúlteros" de hecho y de deseo.

              Yo dije: "Lo que contamina al hombre es lo que viene del corazón, no había ninguno entre los jueces que tuviera el corazón incontaminado. Sin sinceridad ni caridad. Ni siquiera el hecho de ser semejantes a ella en el hambre concupiscente los inducía a la caridad. Yo era el que tenía caridad con la humillada. Yo, el Único que habría debido sentir asco. Pero recordad esto: que cuanto más bueno es uno, más compasivo es para los culpables. No es indulgente con la culpa en sí misma. Eso no. Pero se compadece de los débiles que a la culpa no han sabido resistir.

           ¡El hombre! ¡Oh!, fácil de ser plegado - más que una frágil caña y que un delgado convólvulo - por la tentación y ser movido y abrazarse a aquello en que espera hallar confortación. Porque muchas veces la culpa se produce, especialmente en el sexo más débil, por esta búsqueda de confortación. 

           Por eso Yo digo que el que carece de afecto hacia su mujer, y también hacia la propia hija, es un noventa por ciento responsable de la culpa de su mujer o de su hija, por quienes responderá. Tanto el afecto estúpido - que es solo estúpida esclavitud de un hombre para con una mujer o de un padre con una hija -, como el desatender los afectos - o, peor por culpa de propia libídine que lleva a un marido a otros amores y unos padres a otros cuidados que no son los hijos - con fómite para adulterio y prostitución. Y, como tales, Yo los condeno.

             Sois seres dotados de razón y guiados por una ley divina y por una ley moral. Rebajarse, por tanto, a una conducta de salvajes o de animales debería causar horror a vuestra gran soberbia. Pero la soberbia, que en este caso sería incluso útil, vosotros la tenéis para cosas muy distintas.

          Miré a Pedro y a Juan de forma distinta, porque el primero, hombre, quise decirle: "Pedro, no carezcas tú también de caridad y de sinceridad", y decirle también como futuro Pontífice Mío: "Recuerda esta hora y juzga en el futuro, como tu Maestro"; mientras que al segundo, joven de alma de niño, quise decirle: "Tú puedes juzgar y no juzgas, porque tienes mi mismo corazón. Gracias amado, porque eres tan mío que eres mi segundo Yo.

        Alejé a los dos antes de llamar a la mujer para no aumentar su mortificación con la presencia de dos testigos. Aprended, hombres sin piedad. Aunque uno sea culpable, ha de ser tratado con respeto y caridad. No alegrarse de su aniquilamiento. No ensañarse contra él, ni siquiera con miradas curiosas. ¡Piedad, piedad para el que cae!

        A la culpable le indico el camino que debe seguir para redimirse. Volver a su casa, humildemente pedir perdón y obtenerlo con una vida recta, no volver a ceder a la carne, no abusar de la bondad divina y de la bondad humana, para no pagar más duramente que entonces la dúplice o múltiple culpa. Dios perdona, y perdona porque es la Bondad. Pero el hombre, a pesar de haber dicho Yo: "Perdona a tu hermano setenta veces siete", no sabe perdonar dos veces.

              No le di paz y bendición porque no había en ella aquella completa separación de su pecado, y ello se requiere para ser perdonados. En su carne, y por desgracia, en su corazón, no había náusea por el pecado, y ello se requiere para ser perdonados. 

               María de Magdalá, saboreado mi Verbo, había sentido repulsa por el pecado y había venido a Mí con la voluntad total de ser otra. En esta había todavía vacilación entre las voces de la carne y las del espíritu. Y además, en la turbación del momento, no había podido poner todavía la sierra con el tronco de la carne y cortarlo para ir, mutilado su peso de avidez, al Reino de Dios; mutilado, lo que quiere decir destrucción, para así haber crecido en ella lo que significa Salvación.

      ¿Quieres saber si luego se salvó? No para todos fui Salvador. Para todos lo quise ser, pero no lo fui, porque no todos tuvieron la voluntad de ser salvados. Y esto fue uno de los más penetrantes dardos de mi agonía de Getsemaní.

        Ve en paz tú, María de María, y no quieras ya pecar ni siquiera en las cosas insignificantes. Bajo el manto de María está sólo lo puro, recuérdalo".

       Estas sublimes palabras de Jesús son un ataque directo y fulminante a la mentalidad actual: El relativismo, el quietismo, para los cuales Dios es impasible ante el pecado, y no ve diferencia entre el Bien y el Mal. Como me dijo cierto Prelado, "¡Y por eso el Infierno está vacío!" (Sic).
     

jueves, 29 de agosto de 2013

EL EPISODIO DE LA MUJER ADÚLTERA. HAY UNA DIFERENCIA ENORME ENTRE YO TAMPOCO TE CONDENO, Y YO TE PERDONO


La mujer Adúltera a los pies de Jesús






EL PERDÓN DE JESÚS ESTÁ SIEMPRE CONDICIONADO AL ARREPENTIMIENTO



Este pasaje del Evangelio como me ha sido Revelado de María Valtorta, lectura preferida de la Madre Teresa de Calcuta y del Padre Pío de Pietrelcina, contemporáneos suyos, que publiqué en el año 2.003, es un relato detallado, maravilloso y estremecedor del episodio de la mujer adúltera relatado en el Evangelio de hoy.
Las palabras de Jesús, "yo tampoco te condeno", significan: te doy aún una oportunidad para que cambies de vida, si te arrepientes y te enmiendas, serás perdonada, y eso es porque Dios da toda una vida al pecador para cambiar, el perdonar o condenar definitivo, solo se producirán al comparecer el alma ante su Hacedor, el día de la muerte del cuerpo.

En este importante pasaje del Evangelio sobre la mujer adúltera, todo el mundo piensa que esta mujer salió perdonada, porque la mayoría, por no decir toda la gente, tiene una noción falsa de como tiene que ser la conducta de las almas después del perdón: Es necesario que haya siempre un sincero y profundo arrepentimiento proporcional a la culpa. Según este escrito del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta, parece que este no fue el caso de esta mujer .

       Jesús-Dios que ve el fondo de los corazones, es el único que puede juzgar al final de los tiempos, porque ve claramente el corazón de cada persona, por eso no le fue agradable la ofrenda de Caín, y si le agradó la de Abel. Los ateos, que no comprenden esta visión de Dios, se atreven a blasfemar criticando a Yahveh, diciendo que es incomprensible que aceptara la Ofrenda de Abel y no le agradara la de Caín.

        El Juicio de Dios en el otro mundo será incomprensible para algunos, que se quedarán atónitos, y a este respeto recuerdo las palabras de Jesús que dijo a los Fariseos: "Las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos".



LA MUJER ADÚLTERA Y LA HIPOCRESÍA
 DE SUS ACUSADORES


          [...] "Maestro, ésta ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Su marido le amaba y no ha permitido que nada le faltara. Ella era reina en su casa, y ha traicionado a su marido porque es una pecadora, una viciosa, una ingrata, una profanadora. Adúltera es, y como tal tiene que ser lapidada. Moisés lo dijo. En su ley manda que las que son como esta, sean lapidadas como animales inmundos. Y son inmundas, porque traicionaron la fidelidad y al hombre que las ama y las cuida, porque como tierra nunca saciada siempre están hambrientas de lujuria. Son peores que las meretrices, porque sin el aguijón de la necesidad se entregan para alimentar su impudicia. Están corrompidas, son contaminadoras. Deben de ser condenadas a muerte. Moisés lo dijo. Y Tú, Maestro, ¿qué dices?".

            Jesús - que había dejado de hablar al llegar tumultuosos los fariseos, y que había mirado a la jauría aviesa con mirada penetrante y luego había bajado su mirada hacia la mujer humillada, arrojada a sus pies - calla. Se ha agachado, quedando en posición de sentado, y escribe con un dedo en las piedras del pórtico, que el polvo levantado por el viento cubre de tierrecilla. Ellos hablan, y Él escribe.

       "¡Maestro! Hablamos contigo. Escúchanos. Respóndenos. ¿No has comprendido? Esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. En su casa. En el lecho de su marido. Ella lo ha manchado con su libídine".
         Jesús escribe.
        "¡Pero este hombre es un deficiente! ¿No veis que no entiende nada y que está trazando signos en la tierra como un pobre demente?".
      "Maestro, por tu buena reputación, habla. Que tu sabiduría responda a nuestra pregunta. Te repetimos: a esta mujer no le faltaba nada; tenía vestidos, comida, amor; y ha traicionado".

         Jesús escribe.
       "Ha mentido al hombre que confiaba en ella. Con boca mendaz lo ha saludado y con la sonrisa lo ha acompañado a la puerta, y luego ha abierto la puerta secreta y ha admitido a su amante. Y, mientras su marido estaba ausente para trabajar para ella, ella como un animal inmundo, se ha revolcado en su lujuria".
      "Maestro, es una profanadora, no solo del tálamo sino también de la Ley; una rebelde, una sacrílega, una blasfema".

       Jesús escribe. Escribe, y borra, con el pie calzado con sandalia, lo escrito, y escrito más allá, volviéndose despacio en torno a sí, buscando espacio nuevo. Parece un niño jugando. Pero lo que escribe no son palabras de juego; ha ido escribiendo: "Usurero", "Falso", Hijo irreverente", "Fornicador", "Asesino", "Profanador de la Ley", "Ladrón", "Lujurioso", "Usurpador", "Marido y padre indigno", "Blasfemo", "Rebelde contra Dios", "Adúltero". Escrito una y otra vez mientras nuevos acusadores siguen hablando.
       "¡Pero en fin, Maestro! Tu juicio. Esta mujer debe de ser juzgada. No puede con su peso contaminar la Tierra. Su aliento es veneno que turba los corazones".

          Jesús se alza. ¡Misericordia! ¡Qué rostro! Es todo un fulgir de lampos lanzados contra los acusadores. Tiene tan erguida la cabeza, que parece aún más alto. Tan severo y solemne se manifiesta, que parece un Rey en su trono. El manto se le ha descolgado de un hombro y forma una ligera cola tras Él; pero Él no se preocupa de ello. Serio el rostro, sin la más ligera huella de sonrisa en la boca y en los ojos, planta estos en la cara de la gente, que retrocede como frente a dos puñales puntiagudos. Mira fijamente a cada uno, con una intensidad de escudriñamiento que produce miedo. Los mirados tratan de retroceder entre la gente para esconderse entre ella. El círculo, así, se ensancha y se disgrega como minado por una fuerza oculta.

        Hasta que habla:  "Quien de vosotros esté sin pecado que tire contra la mujer la primera piedra". Y la voz es un trueno, acompañado de un más vivo centelleo de la mirada. Jesús ha recogido los brazos sobre el pecho, y está así, erguido como un juez, esperando. su mirada no da paz; hurga, penetra, acusa.

          Esta descripción refleja perfectamente, la visión que tendrá Jesús el día del Juicio final, su fuerza y su Majestad que hará enmudecer y aterrar a los condenados, los cuales verán entonces todas sus fechorías y sus pecados que creían escondidos.

        Me hacen recordar igualmente las palabras de la Biblia que cita San Juan de la Cruz "Dios escudriñará a Jerusalén con lámparas encendidas", esas lámparas, son los ojos de Jesús que hacen retroceder a los acusadores.

     Primero uno, luego dos, luego cinco, luego en grupos, los presentes se alejan cabizbajos. No solo los escribas y los fariseos, sino también los que estaban antes en torno a Jesús y otros que se habían acercado para oír el juicio y la condena y que, tanto aquellos como estos, se habían unido para injuriar a la culpable y pedir la lapidación.

         Se queda solo con Pedro y Juan. No veo a los otros Apóstoles.
      Jesús se ha vuelto a poner a escribir, mientras se produce la fuga de los acusadores; ahora escribe: "Embusteros", "Traidores", "Enemigos de Dios", "Insultadores de su Verbo"...

            Una vez que todo el patio se ha vaciado y se ha hecho un gran silencio - quedando solo el frufrú del viento y el susurro de una pequeña fuente en un ángulo -, Jesús alza la cabeza y mira. Ahora su rostro se ha calmado. Es un rostro triste, pero ya no está airado. Mira un momento a Pedro, que se ha alejado ligeramente y se ha apoyado en una columna; y también a Juan, que, casi detrás de Jesús, le mira con su mirada enamorada. Hay en Jesús un asomo de sonrisa al mirar a Pedro, y una sonrisa más marcada al mirar a Juan. Dos sonrisas distintas.

           Luego mira a la mujer, todavía postrada y llorosa, a sus pies. La observa. Se alza, se coloca el manto, como si fuera a ponerse en camino. Hace una señal a los dos Apóstoles para que se encaminen hacia la salida.
     Cuando está solo, llama a la mujer: "Mujer, escúchame. Mírame", Repite la orden, porque ella no se atreve a alzar la cara. "Mujer, estamos solos; mírame".
       La desdichada alza la cara, en que el llanto y la tierra han creado una máscara de abatimiento.

       "¿Dónde están, mujer, los que ye acusaban?". Jesús habla en tono bajo, con seriedad compasiva; tiene el rostro y el cuerpo levemente inclinados hacia el suelo, hacia esa miseria. Una expresión indulgente y sanadora llena su mirada. "¿Ninguno te ha condenado?"

   La mujer entre un sollozo y otro responde: "Ninguno, Maestro".
   "Y tampoco Yo te condenaré. Ve. Y no peques más. Ve a tu casa. Y gánate el perdón. El de Dios y el del ofendido. No abuses de la benignidad del Señor. Ve".

   Y la ayuda a levantarse tomándola de una mano. Pero no la bendice ni le da la paz. La mira mientras se pone en camino, cabizbaja, levemente tambaleante bajo el peso de su vergüenza; y luego, cuando ya no se la ve, se pone a su vez en camino con sus discípulos.

          Recuerdo que en otro pasaje de los extensos y numerosos tomos de las obras de María Valtorta, le preguntaron si esa mujer se había salvado, Jesús dijo: "No he sido Salvador para todos", dando a entender que esa mujer había vuelto a sus andadas, como el proverbio que dice que la cabra siempre vuelve al monte, y que por lo tanto se condenó.





sábado, 17 de agosto de 2013

LOS 10 GRADOS DE LA ESCALA MÍSTICA PARA ACCEDER A DIOS DE SAN JUAN DE LA CRUZ


LA ESCALERA MÍSTICA DEL SUEÑO DE JACOB




           Bonita imagen de la escalera mística, en donde se ve que para subir hasta Dios, se necesitan las alas de la fe, que es un don de Dios, y se ve como unos suben y otros bajan, porque como lo dice San Juan de la Cruz, unos ponen un pié en el escalón superior, y luego bajan por las circunstancias de la Vida y por la acción de Satanás que siempre sale al encuentro de los que quieren acercarse a Dios, el cual, aliado con la carne y el mundo, los tres enemigos del alma, son unos enemigos formidables e invencibles sin la ayuda de Dios, la cual se consigue gracias a la oración y el santo temor que es hijo del Amor.

         La vida que es un sueño, pensando en la Eternidad, está muy bien representada por Jacob tumbado al comienzo de la escalera, por eso pertenecemos a una Iglesia Militante, y no solo peregrina como se la quiere llamar ahora, ya que cuanto más se sube por la escalera, más crecen las dificultades, y más aumenta la Gracia de Dios para los que son fieles, como dice el Apocalipsis:

" Sed fieles hasta la muerte y os daré la corona de la Vida"
  
       Para que se produzca una conversión a la Fe Católica, que nos conduzca a la Vida Eterna, se necesita un proceso de involución de una persona, es decir abandonar la mentalidad del "hombre viejo", y volver a renacer como "Hombre Nuevo", como lo dijo Jesús a Nicodemo.

      Pero para poder producirse ese cambio, es necesario que intervenga una Luz especial  que solo puede provenir del Espíritu de Pureza de Dios, que está simbolizado en el Génesis por el primer día de la Creación: 

"Y dijo Dios:

Que exista la Luz. Y la Luz existió Vio Dios que la Luz era buena y la separó de las tinieblas. A la Luz la llamó día y a las tinieblas noche: Pasó una tarde, pasó una mañana, el día primero." (Gn 1-3,5)

      Y entonces apareció el primer elemento que permitió distinguir la diferencia entre la mentira, que es el mundo material en que vivimos, que está en agonía, ya que el hombre y el Universo se están consumiendo poco a poca, cada día, y por eso, son un puro espejismo, que está representado por la noche, y el día que es la verdad, el mundo de la Eternidad, que está representada por la Luz del día.

 Dice San Pablo:
     "Os digo pues y os recomiendo encarecidamente en el nombre del Señor, que no viváis como viven los no creyentes: vacíos de pensamiento, entenebrecida la mente y alejados de la vista de Dios a causa de su ignorancia y su obstinación. Perdido el sentido moral, se han entregado al vicio y se dedican a todo género de impureza y de codicia. ¡No es eso lo que vosotros habéis aprendido sobre Cristo! Porque supongo que habréis oído hablar de Él y que, en conformidad con la auténtica doctrina de Jesús, se os enseñó como Cristianos a renunciar a vuestra conducta anterior y al hombre viejo, corrompido por apetencias engañosas. De este modo os renováis espiritualmente y os revestís del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa" (Ef 4-17,24).


            A este efecto, describiendo en la Noche pasiva del espíritu, la escala mística de Amor divino, compuesta de 10 grados, que es el camino que conduce a Dios, San Juan de la Cruz describe lo que ocurre cuando el alma sube el primer peldaño, que es mudar el apetito de todas las cosas humanas y ponerlas en Dios Creador, cumpliendo así el primer mandamiento de la Ley de Dios que es amar a Dios sobre todas las cosas:




LA ESCALA MÍSTICA PARA LLEGAR A DIOS

El primer grado de la escala mística
(El enamoramiento del alma con el Hijo de Dios)


     "Decimos pues que los grados de esta escala por donde el alma va subiendo a Dios de uno al otro, son diez. El primer grado de Amor hace enfermar al alma provechosamente. En este grado de Amor habla la Esposa en el Cantar de los Cantares cuando dice: Os conjuro, hijas de Jerusalén que si encontráis a mi Amado, le digáis que estoy enferma de Amores (Cant 5,8).

       Pero esta enfermedad no es para muerte, sino para Gloria de Dios (Io 11,44), porque en esta enfermedad desfallece el alma al pecado y a todas las cosas que no son de Dios por el mismo Dios, como David testifica diciendo: "Desfalleció mi alma, esto es, acerca de todas las cosas a tu salud" (Ps 142,7); porque así como el enfermo pierde el apetito y el gusto en todos los manjares, y muda el color primero, así también en este grado de amor pierde el alma el gusto y el apetito en todas las cosas, y muda, como amante, el color y accidente de la vida pasada. 


          Esta enfermedad no cae en el alma si de arriba no le envían el exceso de calor, según se da a entender por este verso de David que dice: "Pluviam voluntariam segregabis, Deus haereditati tuae, et infirmata est" (Ps 67,10). Esta enfermedad o desfallecimiento a todas las cosas, que es el principio y primer paso para ir a Dios, bien lo hemos dado a entender arriba cuando dijimos la aniquilación en que se ve el alma cuando comienza a entrar en en esta escala de purgación contemplativa, cuando en ninguna cosa puede hallar gusto, arrimo, ni consuelo ni asiento. Por lo cual de este grado luego va comenzando a subir al segundo grado (...)


      Está clarísimo que la nueva Evangelización de la que tanto se habla ahora, es imposible que se produzca sin aclarar de una manera fehaciente estas evidencias: que el alma necesita abandonar la mentalidad del hombre viejo, que es darse a todos los apetitos, y revestirse de la mentalidad del hombre nuevo, para eso, ha de verse pecadora, y enferma, "enamorarse" y tener un profundo deseo de transformarse en un hombre virtuoso y sano a imagen de Jesús el supremo Redentor.
Y de la misma manera que el enamorado de su pareja está atraído por su belleza tanto física como por su manera de ser, el alma se enamora de Cristo por su manera de ser, por su ejemplo, por su Virtud, porque existe una similitud entre todo lo material y lo espiritual, ya que el mundo está hecho a la imagen de Dios que es Espíritu.

El alma que conoce la fealdad del pecado, el horror de sus consecuencias, que son desasosiego, odio y maldad, sabe por eso apreciar la belleza de la Virtud, y la maravilla de sus consecuencias, que son paz, amor y bondad, puede entonces enamorarse de Jesús, que es la fuente de todas las virtudes.

Y el relativismo es el gran enemigo de Dios, el arma más poderosa de Satanás, que impide ver diferencia entre el pecado y la Virtud, y por eso imposibilita amar a Dios y al prójimo, que es el pecado más grave, ya que es faltar al primer mandamiento.

No favorece para nada la predicación "descafeínada" actual del tipo: "Dios te quiere como eres", que solo conduce al inmovilismo, o al "quietismo" y a la parálisis espiritual del alma, ya que si Dios me quiere como soy, ¿Para qué voy a cambiar?

Y ese es el gran triunfo de Satanás, que afirma que ya nada es pecado, y que Dios quiere por igual a todas las personas, cuando en realidad según el Santo Doctor, Dios quiere a cada cual según su grado de Virtud, es decir desde el primer grado que hemos leído más arriba, hasta el décimo grado en donde el alma muere por Amor, que es lo que le ocurrió a Santa Teresa de Jesús, que tenía el corazón traspasado por el dardo del Serafín, cuando ocurrió el fenómeno místico de la Transverberación, lo que se comprobó una vez muerta, cuando se vio la llaga en su corazón.

En realidad entre el pecado y la Virtud existe una diferencia abismal, ya que el primero es una alabanza y sumisión a Satanás, y en el segundo caso es también una alabanza y sumisión a Dios.

Con el pecado se agrada y alaba al Príncipe Negro, y se hiere a Dios y a la Santísima Virgen, los Sublimes Redentores, por esto se representan los Sagrados Corazones rodeados de espinas. Con la Virtud, al contrario, se agrada y alaba a Jesús, el Príncipe de la Paz, y se hiere a Satanás, el supremo esclavajista del Género humano.

Por definición el Príncipe es el que ocupará, cuando llegue el momento el trono de Rey y será dueño de un Reino. El Príncipe negro heredará en el otro mundo el Reino del odio y del horror. El Príncipe de la Paz, heredará el Reino del Amor y de la felicidad, someterá a todos sus enemigos con vara de hierro como lo dice la Escritura, y encadenará a Satanás y a toda la cohorte y sus hijos, engendrados por él en la Tierra, para toda la Eternidad.





El segundo grado de la escalera mística
(la búsqueda afanosa de Dios)



          El segundo grado hace al alma buscar sin cesar. De donde cuando la esposa dice que buscándole de noche en su lecho (cuando según el primer grado de amor estaba desfallecida) y no le halló dijo: Levantarme he y buscaré al que ama mi alma (Cant 3,2). Lo cual, como decimos el alma hace sin cesar, como lo aconseja David diciendo: Buscad siempre la cara de Dios (Ps 104,4) y, buscándola en todas las cosas, en ninguna reparar hasta hallarla; como la Esposa, que preguntándole por él a las guardas, luego pasó y las dejó (Cant 3,4). María Magdalena ni aún en los ángeles del sepulcro reparó. (Jn 20,14).


         Aquí en este estado, tan solícita anda el alma, que en todas las cosas busca al Amado; en todo cuanto piensa, luego piensa en el Amado; en cuanto habla, en cuantos negocios se ofrecen, luego es hablar y tratar del Amado, cuando come, cuando duerme, cuando vela, cuando hace cualquier cosa, todo su cuidado es en el Amado, según arriba queda dicho en las ansias de Amor. Aquí, como va el alma convaleciendo y cobrando fuerzas en el amor de este segundo grado, luego comienza a subir al tercero por medio de algún grado de nueva purgación en la noche, después diremos lo que hace en el alma los ejercicios siguientes.


        Y la imagen más compresible, es el amor humano entre un hombre y una mujer en el Gran Sacramento del matrimonio, que como lo dice San Pablo es la imagen del Amor de Jesús con su Santa Iglesia, en donde se refleja perfectamente todo lo que dice el Santo Doctor del carmelo. Este amor humano que es necesario para que una pareja se una para toda la vida terrestre, con la finalidad de procrear y cumplir la voluntad de Dios, es una imagen de lo que le ocurre al alma enamorada de Dios.
Y de la misma manera que ese amor humano, antes de convertirse en una pareja, comienza siempre por una luz que ilumina a la persona, y que también lo "hace enfermar" a todas las otras compañías, y ver solo en su enamorado la criatura perfecta en todos sus aspectos, viendo solo cualidades y siendo incapaz de ver defecto alguno en esa persona.

Dios así lo ha hecho, pero este aspecto de perfección que solo es verdad en cuanto se refiere a Dios, es incierto en lo que se refiere a las personas, después aparecen las imperfecciones, por eso hay tantos divorcios y tantas separaciones, en las personas que no aceptan el sacrificio que Dios exige para el bien de las almas, ya que como lo dice tan bien San Juan de la Cruz, Dios manda a cada persona las pruebas y los sufrimientos proporcionalmente a su grado de imperfección, y también al grado de Gloria a la cual Él la quiere llevar, en los conventos y en la vida matrimonial, se cumple esa necesidad: el alma tiene que dejarse entallar, modelar, sufrir y debe soportar todo, para poder así transformarse en criatura capaz de alcanzar la Vida Eterna.




El tercer grado de la escalera mística
(El alma recibe la fortaleza para buscar a Dios)



         Nácele aquí otro efecto admirable y es que se tiene más mala averiguadamente para con sigo que todas las otras almas, lo uno porque le va enseñando el Amor lo que merece Dios, y lo otro porque como las obras que hace aquí por Dios son muchas todas las conoce por faltas e imperfectas, de todas saca confusión y pena, conociendo tan baja manera de obrar por un tan alto Señor. En este tercer grado muy lejos va el alma de tener vanaglorias y presunción y de condenar a los otros.

      Estos solícitos afectos causa en el alma - y otros muchos de este talle - este tercer grado, y por eso en él cobra ánimo y fuerzas para subir hasta el cuarto, que es el que se sigue.

Me permito aquí añadir que en este tercer grado de la escala mística, el alma empieza a padecer el sufrimiento de las almas del Purgatorio, porqué aún que no haya visto a Dios en su Majestad y Gloria, como lo han visto las almas ya muertas y que vieron el esplendor de Dios en el Juicio particular, Dios comunica a esas almas, de una manera infusa el conocimiento de su suma belleza y perfección, y la Luz que ilumina el alma le hace ver sus miserias, de ahí el sufrimiento de verse tan miserable y el pesar de no haber aprovechado el tiempo que Dios le ha dado para alcanzar la santidad, y el arrepentimiento de haber ofendido a la infinita perfección, no habiendo correspondido a todas las numerosas gracias que le han concedido.



El cuarto grado de la escala mística
(El alma rodea la Ciudad Santa como canes hambrientos)

         El cuarto grado de esta escala de Amor es en el cual se causa en el alma, por razón del Amado, un ordinario sufrir sin fatigarse; porque, como lo dice San Agustín, ninguna de las cosas grandes, graves y pesadas, casi ninguna las hace el Amor.  En este grado hablaba la esposa, cuando deseándose ya verse en el último, dijo al Esposo: "Ponme como señal en tu brazo, porque la dilección (esto es, el acto y obra de Amor) es fuerte como la muerte y dura emulación y porfía como el infierno" (Cant 8,6)


      El espíritu tiene aquí tanta fuerza y tiene tan sujeta a la carne y la tiene tan en poco como un árbol a una de sus hojas.

 (El Santo cura de Ars llamaba a su cuerpo mi cadáver, que por cierto sigue incorrupto en la Basílica de Ars).

        En ninguna manera el alma busca aquí su consuelo y gusto ni en Dios, ni en otra cosa, ni anda deseando ni pretendiendo pedir mercedes a Dios, porque ve claro que hartas las tiene hechas, y queda todo su cuidado en como podrá dar algún gusto a Dios y servirle algo por lo que Él merece y de Él tiene recibido, aunque fuese muy a su costa. Dice en su corazón y espíritu:

      ¡Ay, Dios y Señor mío, cuantos hay que andan en buscar en Tí consuelo y gusto y a que les concedas mercedes y dones; más los que a Tí pretenden dar gusto y darte algo a su costa, pospuesto su particular, son pocos! Porque no está la falta Dios mío, en no nos querer Tú hacer mercedes de nuevo, sino en no emplear nosotros las recibidas sólo en tu servicio, para obligarte a que nos las hagas de continuo.

         Harto levantado es este estado de Amor, porque como aquí el alma con tan verdadero Amor se anda tras Dios con espíritu de padecer por Él, dale su Majestad muchas veces y muy de ordinario el gozar, visitándole en espíritu sabrosa y deleitadamente; porqué el inmenso Amor del Verbo Cristo no puede sufrir penas de su amante sin acudirle. 


        Lo cual por Jeremías lo afirma diciendo: "Acordádome he de ti, apiadándome de tu adolescencia y ternura cuando me seguiste en el desierto"(2, 2). Hablando espiritualmente el desierto es el desarrimo que aquí interiormente trae el alma de toda criatura, no parándose ni quietándose en nada. Este cuarto grado inflama de manera el alma y la enciende de tal deseo de Dios, que la hace subir al quinto, el cual es el que se sigue.


   Y aquí es cuando el alma descubre el don más grande que Dios le ha podido hacer: El don de la fe, y dándose perfectamente cuenta, aunque sea de una manera infusa, porque se lo ha comunicado el Espíritu Santo, de la importancia de ese don, encontrado en este mundo, que es el campo donde el hombre encuentra el tesoro de la parábola, vende entonces todo lo que tiene para comprar el terreno y así ser entonces dueño del tesoro, es exactamente lo que ocurre en la Vida espiritual: el alma se da entonces cuenta de que hay que renunciar a todo lo que tiene para alcanzar la Vida Eterna.



EL QUINTO GRADO DE LA ESCALA
(El sufrimiento del alma que no puede ver a Dios)


       El quinto grado de esta escala de amor hace al alma apetecer y codiciar impacientemente a Dios. En ese grado del amante es tanta la vehemencia que tiene por comprender al Amado y unirse con Él, que toda dilación por mínima que sea, se le hace muy larga, molesta y pesada, y siempre piensa que halla al Amado. 


       Y cuando se ve frustrado su deseo (lo cual es casi a cada paso), desfallece en su codicia, según hablando en esa grado, lo dice el Salmista diciendo: Codicia y desfallece mi alma a las moradas del Señor (Ps 83,2). En este grado el amante no puede dejar de ver lo que ama o morir. En el cual Raquel, por la gran codicia que tenía a los hijos dijo a Jacob, su esposo: "Dame hijos, si no yo moriré (Gen 30,1).


       Padecen aquí hambre como canes y rodean la Ciudad de Dios (Ps 58,7). En este hambriento grado se ceba el alma en amor, porque según el hambre es la hartura, de manera que de aquí puede subir al sexto grado que hace los efectos que se siguen.

Y aún que este escrito místico fue escrito por San Juan de la Cruz para las almas de Vida Contemplativa, alejados del mundo, también sin duda alguna hay muchas almas que viven en el mundo ocultando como pueden este deseo ardiente de ver a Dios, son los que ven a Dios en todas las cosas, en la naturaleza y en todo lo que les rodea, admirando la obra de Dios, y también sufriendo por el reverso de la medalla que es ver como hay gente que peca abiertamente, vanagloriándose de ello, porque al descubrir la sublime belleza de Dios y poder apreciarla, es cuando entonces conoce la horrible fealdad del pecado y la monstruosidad del Padre de todos los pecados: Satanás y sus tenebrosos ministros, que se hayan inmersos y mezclados en el mundo como el trigo con la cizaña. 

Y es que además ese conocimiento del Bien y del mal, les hace merecedores del don de discernimiento de los espíritus, y de la misma manera que la ausencia de Dios les pena y desespera, la presencia del mal les causa daño y dolor.

Y lo contrario, es lo que les ocurre a los que no tienen presencia de Dios: que no ven diferencia alguna entre el pecado y la virtud: Son los relativistas, que no solo están entre los ateos y los laicos, pero desgraciadamente en muchos consagrados y cierta Jerarquía, lo que es una gran desgracia, porque cierran la puerta a las almas que tienen sed de Dios, y les impide el paso a la verdadera Santidad.




LOS CINCO ÚLTIMOS GRADOS DE AMOR PARA 
ASCENDER A LA FUSIÓN CON LA DIVINIDAD


Extraordinaria es la imagen que simboliza el alma que ha abandonado todos los atractivos del mundo, como San Francisco pisando el globo terráqueo, y ha dirigido su amor a Cristo Jesús a quien le debemos nuestra primera creación, por la cual, como dice San Juan de la Cruz, le debemos profundo agradecimiento, y sobre todo nuestra recreación espiritual, que es el segundo renacer que dijo Jesús a Nicodemo, conseguido gracias al rescate de Jesús en la Cruz, para así poder entrar en el Reino de los Cielos, por lo cual le debemos Amor infinito y Eterno.

Estos últimos grados de la escala mística, ya que mística quiere decir Amor, son de solo unos pocos: Los que han renunciado al mundo, y solo viven por y para Dios, el cual los dirige por la acción infusa del Espíritu Santo, que les instruye al contemplar y seguir los pasos de Cristo, es lo que dijo el Sublime Redentor: Os conviene que Yo me vaya, porque entonces vendrá el Espíritu que os enseñará la Verdad completa, y cuando al que le preguntaba que había que hacer para alcanzar la Vida Eterna, le dijo: "Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, y sígueme".

Estos, hace tiempo que ya lo han vendido todo, y a ellos se les aplica la Bienaventuranza de Cristo en su discurso de las bienaventuranzas:

"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque alcanzarán la Vida Eterna, y han llegado por la presencia y el Amor de Dios, que ya arde vehementemente en su alma, a tener la noción de lo que es Dios y de su Santo Reino, que San Juan de la Cruz dice que si llegáramos a verlo aunque sea un momento, pasaríamos por grandes agonías y sufrimientos solo para poder verlo otra v
ez.



El sexto grado de Amor
(La visita de la Divinidad en las almas)


          El sexto grado, hace correr ligeramente el alma a Dios y dar toques en Él, y sin desfallecer corre por la esperanza, que aquí el amor que la ha fortalecido le hace volar ligero. En el cual grado también Isaías dice aquello: Las almas que esperan en Dios mudarán su fortaleza, tomarán alas como de águila y volarán y no desfallecerán (40, 31), como hacían en el grado quinto. 

         A este grado pertenece también aquello del Salmo: Así como el ciervo desea las aguas, mi alma desea a Tí, Dios (41, 2). Porque el ciervo en la sed con gran ligereza corre a las aguas. La causa de esta ligereza en Amor que tiene el alma en este grado es por estar ya muy dilatada la caridad en ella, por estar el alma poco menos que purificada del todo, como se dice en el Salmo, es a saber Sine iniquitate cucurrí (58, 5), y en otro salmo: El camino de tus mandamientos corrí cuando dilataste mi corazón (118, 32), y aquí desde este sexto grado se pone luego en el séptimo que es el que se sigue.

Y aquí el alma recibe constantemente toques de Dios, que consiste en ver a Dios en todo lo que ve: el alma se extasía, viendo a Dios en todo lo creado, lo que a un alma animal le deja completamente indiferente, aquí el alma ve y aprecia a Dios en todo lo que ve: en un animal, en una flor, en un paisaje, y Dios se comunica con ella viendo maravillas de perfección y belleza en donde los otros no ven nada, porque están cegados por las tinieblas, que inundan su alma, ya que como lo dijo San Juan en su Evangelio: Dios ha mandado su luz a este mundo, que es su Divino Hijo, pero el mundo ha preferido las tinieblas, para que no sean manifiestas sus malas obras. 

Y aquí abro un inciso personal, para desmontar a la mentalidad actual que dice que Dios ama a todos por igual, cuando en realidad el Amor de Dios es proporcional al grado de purificación del alma, es decir a su grado de Virtud, y también a los abanderados de la predicación del "Dios te quiere como eres", el dios que se han inventado desde su mediocridad.



El séptimo grado de Amor
(El alma siente el favor de Dios y se vuelve atrevida)

Aquí el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Fuerza y de Amor de Dios, ha poseído de tal manera el alma, que esta, sintiendo y empujada por esta acción, se atreve a pedir a Dios de una manera vehemente, lo que antes le era imposible ni soñar. 

Y Dios, que ante una alma imperfecta y enviciada, estando engolfada en sus apetitos terrenos que son los ídolos que le apartaban de Él, viendo el alma preparada y purificada, ya que fue probada adecuadamente y hallada digna, porque está hermanada en el Amor con Cristo Jesús, no solo no se indigna por esta acción atrevida, pero además se complace en esta osadía.

Pero aquí ocurre un hecho transcendental y que parece contradictorio: El alma conserva su humildad, porque es el deseo de poseer al Amado Cristo, la que le empuja siempre a ese atrevimiento, y el Amor aquí, que siempre va ligado a la fuerza que son los atributos del Espíritu Santo, han alcanzado un grado tan elevado, que es lo que le empuja a ese atrevimiento, y nunca es la soberbia la que le hace comportarse de esa manera.

      El séptimo grado hace al alma atrever al alma con vehemencia. Aquí el Amor ni se aprovecha el juicio para esperar, ni usa de consejo para retirarse, ni con vergüenza se puede refrenar, porque el favor que ya hace Dios aquí al alma, le hace atrever con vehemencia. De donde se dice lo que dice el Apóstol, y es que la caridad todo lo cree, todo lo espera y todo lo puede  (1 Cor 13, 7).

       Desde este grado habló Moisés a Dios cuando le dijo a Dios que perdonase al Pueblo, y si no, que le borrase a él del libro de la Vida en que le había escrito (Ex 32, 31-32). Estos alcanzan de Dios lo que con gusto le piden ; de donde dice David: Deléitate en Dios, y te dará las peticiones de tu corazón (Ps 36,4).


    En este grado se atrevió la Esposa en los cantares y dijo: Osculetur me osculo oris sui (Cant 1,1). A este grado no le es lícito al alma atreverse, si no sintiese el favor interior del cetro del Rey inclinado hacia ella (Esth 8,4), porque por ventura no caiga a los demás grados que hasta allí ha subido, en los cuales siempre se ha de conservar en humildad. De esta osadía y mano que Dios le da al alma en este séptimo grado para atreverse a Dios con vehemencia de Amor, se sigue al octavo, que es hacer ella presa en el Amado y unirse con Él según se sigue. 



El octavo grado de la Escala mística
(El alma se une solo por momentos con el Amado)



       El octavo grado de Amor es hacer ya presa en el Amado, pero no de continuo como hará en el noveno grado, y aquí, para que el alma sea capaz de unirse continuamente con la Divinidad, el alma se le ejercita poco a poco a esta divina unión, dándole por bocados lo que más desea.

Este entrenamiento del alma que ahora posee y luego deja de poseer, le causa al alma un deseo irrefrenable que le hace comprender que pasaría mil horribles tormentos y agonías para volver a poseer a Dios aunque sea por un momento.

       El octavo grado de amor hace al alma asir y apretar sin soltar según la Esposa dice de esta manera: Hallé el que ama mi corazón y ánima y túvele y no lo soltaré (Cant 3,4). En este grado de unión satisface el Alma su deseo; más no de continuo, porque algunos llegan a poner el pié y luego lo vuelven a quitar, porque si durase sería cierta Gloria en este mundo; y así, muy pocos espacios pausa el alma en él. 

         Al Profeta Daniel, por ser varón de deseos, se le mandó por parte de Dios, que permaneciese en ese grado, diciéndole: "Daniel, estate sobre tu grado, porque eres varón de deseos" (10,11). De este grado se sigue al noveno, que es ya el de los perfectos, como diremos después que es el que se sigue.



El noveno grado de Amor
(La Unión mística con La Santísima Trinidad)



Por fin después de un largo tiempo de purgación y de sufrimientos, ya que Dios da una vida entera para prepararse a la entrada en la Vida Eterna, el alma preparada y fortalecida por la acción de los sufrimientos y de la lucha victoriosa que fue continua y cada vez más acérrima contra Satanás, aliado con los otros dos enemigos del Alma: El Mundo y la Carne, y después de haber sorteado todos los tropiezos y las pruebas, el alma tiene ya a su alcance lo que más anhelaba: La posesión del Amado, el Tesoro tan deseado que había entrevisto.

Aquí el alma obtiene todo lo que quiere de Dios, ya que su deseo no es ya un deseo humano, pero es un deseo divino. Los milagros están a su alcance, pero la humildad es inmensa porque sabe que es solo un instrumento de Dios, que le hace ver de una manera meridiana la realidad de las cosas, aquí el Demonio ya ni se atreve a tentar, porqué como lo dice San Juan de la Cruz, el demonio que ve el estado en que se encuentra el Alma, la teme como al mismo Dios.

En este noveno grado, el alma ha recobrado otra vez la inocencia perdida en el Jardín del Edén, y así como "El ladrón cree que todos son de su condición", como dice el proverbio castellano, el alma cree que todo el mundo es bueno, y al ver con sus ojos cometer un crimen, no vería en ella maldad alguna, se ha cumplido pues otra vez muy penosamente no solo el perdón por el pecado Original de Adán y Eva, que se obtuvo por el Bautismo, pero se han desarraigado todas las raíces de ese pecado que han quedado en el alma, purificada por los querubines que guardan la entrada del Edén con espadas de fuego.


         El noveno grado de Amor hace arder el Alma con suavidad. Este grado es el ce los perfectos, los cuales arden ya en Dios suavemente, porque este Amor suave y deleitoso les causa el Espíritu Santo por razón de la unión que tienen con Dios. Por eso dice San Gregorio de los Apóstoles que, cuando el Espíritu Santo vino visiblemente sobre ellos, que interiormente ardieron de Amor suavemente.

            De los bienes y riquezas de Dios que el alma goza en este grado, no se puede hablar, porque si se escribieran muchos libros, quedaría lo más por decir, del cual por esto y porque después diremos alguna cosa, aquí no digo más sino que de este se sigue al décimo y último grado de esta escala de Amor, que ya no es de esta vida.




El décimo y último grado de Amor
(La fusión del Alma con Dios)


Aquí el alma ha alcanzado ya su meta, es semejante a la paloma que soltó Noé desde el Arca, ha vuelto a la casa del Padre, después de divisar el diluvio Universal, y comprobar que su lugar no era en este mundo, pero estaba con la barca que simboliza el Reino de Dios.

Pero el alma completamente purificada no es ya de este mundo, las pocas que lo consiguen, ya han cumplido su misión en la Tierra, y si Dios permite que vivan, es para algún bien que pueden aportar a las almas. Es el caso de Santa Teresa, que murió de Amor de Dios, o de San Juan de la Cruz que fue el que sustentó con su sacrificio y Amor, una de las mayores obras de Dios: La fundación del Carmelo que dio tantos y tan grandes Santos a la Iglesia.


         El décimo y último grado de Amor de esta escala secreta de Amor hace al alma asimilarse totalmente a Dios, por razón de la clara visión de Dios, que luego posee inmediatamente el alma que, habiendo llegado en esta vida al noveno grado, sale de la carne. Porque estos (pocos que son), por cuanto ya por el Amor están purgadísimos, no entran en el Purgatorio. 


        De donde San Mateo dice: Beati mundo corde, quoniam ipsi Deum videbunt (5,8). Y , como decimos esta visión es la causa de la similitud total del Alma con Dios, porque así lo dice San Juan, diciendo: Sabemos que seremos semejante a Él (1 Jn 3, 2), no porque el alma se hará tan capaz como Dios, porque eso es imposible, sino porque todo lo que ella es se hará semejante a Dios, por lo cual se llamará y será Dios por participación.

         Esta es la escala secreta que aquí dice el alma; porque ya en estos grados de arriba no es muy secreta para el alma, porque mucho se le descubre el Amor por los grandes efectos que en ello hace. Mas, en este grado de clara visión, que es el último de la escala donde estriba Dios, como ya dijimos, ya no hay cosa para el alma encubierta, por razón de la total asimilación. 


        De donde nuestro Salvador dice: En aquel día ninguna cosa me preguntaréis, etc  (Jn 16, 23); pero hasta este día, todavía aunque el alma más alta vaya, le queda algo encubierto y tanto cuanto le falta para la asimilación total con la Divina Sabiduría. De esta manera por esta Teología mística y Amor secreto, se va el alma saliendo de todas las cosas y de si misma y subiendo a Dios; porque el Amor es similar al fuego, que siempre sube hacia arriba, con deseo de engolfarse en el centro de su esfera.

Y aquí me permito, a la Luz de la Doctrina de San Juan de la Cruz hacer dos observaciones a los teólogos progresistas modernos, que creen haber redescubierto la interpretación de las Escrituras, gracias a su extraordinaria inteligencia, y anulan de un plumazo no solo le herencia de todos los Santos Padres, pero mutilando las mismísimas escrituras, escogiendo solo lo que les gusta, y desechando lo que no ven conforme con su manera de ser, que es una manera mediocre, que siempre usan los heréticos para justificar sus apetitos desordenados y su desprecio hacia todo lo Sagrado.


Son los líderes de la Nueva Teología de la desacralización, y los de la Doctrina relativista, predicando la nueva doctrina "descafeínada" en donde ya no existe ni el Infierno ni el Demonio, que son inventos de la Edad Media.