MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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domingo, 9 de febrero de 2014

LOS CIEN MIL HIJOS DE SAN LUIS

LA GUERRA DEL SEÑOR CHATEAUBRIAND

O LOS CIEN MIL HIJOS DE SAN LUIS
De André Castelot

Según documentos inéditos




EL VIZCONDE DE CHATEAUBRIAND


          El 21 de Octubre de 1.822, se abría en Verona, un congreso europeo, antepasado de la O.N.U. de nuestros días.
              Era una pintoresca mezcla de emperadores, de ministros, de consejeros reales, de oficiales acompañados de una nube de secretarios. Para que los soberanos se acordaran que diez años antes, estaban a los pies de Francia, Louis XVIII había mandado a Verona una imponente delegación. El ministro de asuntos exteriores, Mathieu de Montmorency, dirigía un grupo de diplomáticos, entre los cuales se hallaba Chateaubriand, embajador en Londres.
             Chateaubriand se imaginaba que iba a ser recibido por los soberanos como un gran Estadista. ¡Había incluso tomado a un duque por secretario! Esa pompa dejó indiferente a los miembros del congreso. El golpe de gracia le fue asestado por la reina de Cerdeña que preguntó al autor de Martyrs “si era pariente de ese señor de Chateaubriand que editaba libretos”.
       Molesto, el escritor-diplomático despreció entonces el congreso, que se ocupaba de un asunto que le interesaba muy particularmente: la intervención armada en España.
           España estaba entonces gobernada por el pésimo Fernando VII de Borbón. Cuando se derrumbó el puzzle de Napoleón, Fernando, antaño destronado por Napoleón volvió a España. La península fue entonces el teatro de un verdadero terror blanco.
          El resultado de esa política no se hizo esperar. A los ocho años de la vuelta de Fernando, el reino de España se encontraba en plena anarquía. Empezó a derramarse la sangre entre realistas absolutistas y los exaltados. Fernando jugaba con dos barajas. Haciéndose el sumiso, conspiraba en contra de su ministerio y suplicaba a los países aliados – la Santa Alianza – de liberarlo de su cautiverio. Esa súplica estaba dirigida principalmente a Francia, ya que en ella reinaba un Borbón.
           Louis XVIII y Villèle parecían algo reticentes. No querían de ninguna manera enemistar a Inglaterra, que estaba totalmente opuesta a una intervención militar en España. Prusia no se pronunciaba, pero Rusia era ardientemente partidaria de la guerra. En cuanto al señor de Metternich, inquieto al ver una hoguera jacobina ardiendo en el lado del Mediterráneo, temía que Francia se volviese demasiado influyente, al jugar en Europa el papel de gendarme. El ministro del emperador de Austria, Francisco, habría deseado “ver el gabinete de las Tuilleries, decidirse a seguir por vías pacificas”.
          El señor de Villèle compartía esa opinión, pero en la correspondencia dirigida al señor de Montmorency, no abandonaba sus modales evasivos y además, parecía no estar al tanto de la situación. Como así lo escribía el señor de La Ferronnays, embajador de Francia en San Petersburgo, con cierta ironía a su colega Caraman, representante de Francia en Viena: “Considero que el señor de Villèle ignora completamente los asuntos de la política; las cartas que nos mandó a Verona, nos lo han confirmado, y no nos permiten albergar la menor ilusión”.
          Encontrándose aislado, animado por el zar, Montmorency acabó prometiendo que Francia introduciría un ejército en España. A su vuelta a Paris, criticado por Villèle por su excesiva prisa, algo desautorizado por Louis XVIII, que temía una reacción de parte de Inglaterra, el ministro presentó su dimisión.
             ¿Quién lo iba a sustituir?
           Chateaubriand, se dirigía a Londres, volviendo de Verona, en donde, debido a la ausencia de su jefe, había tenido la ocasión de hacerse notar, de conversar casi afectuosamente con el zar y de apaciguar los temores de Metternich.
          El señor de Villèle, está lejos de querer decidirse por una intervención armada, había confesado al poderoso ministro austriaco.
           Villèle, a quien el vizconde de Chateaubriand comunicó esos pareceres, llegó a pensar que este compartía su opinión… y le nombró ministro de Asuntos exteriores. Pero – hecho imprevisto – Chateaubriand, una vez que tomó posesión, ¡Se volvió más partidario de la guerra de España que su predecesor! Según él, las “ideas subversivas” de más allá de los Pirineos “amenazaban con reavivar en Francia los excesos que habían sido reprimidos por el despotismo de Bonaparte”. Además, siempre según el nuevo ministro, “la legitimidad – es decir la monarquía de Louis XVIII – estaba falta de victorias desde los triunfos de Napoleón”.
           Louis XVIII acabó por contagiarse por esa fiebre guerrera y, el 28 de enero de 1.823, a pesar de los suspiros de Villèle, pronunció en la Cámara un discurso de matamoros, anunciando que “cien mil franceses estaban listos para ponerse en camino para conservar el trono de España a un nieto de Henri IV y para proteger ese hermoso reino de la ruina y para reconciliarlo con Europa”.
         Pero para “poner en camino cien mil franceses”, hacía falta dinero: mil francos por cabeza, o sean cien millones. Enseguida, la renta del cinco por ciento cayó a setenta y seis francos, los diputados, tuvieron que votar créditos suficientes. El 25 de Febrero, Chateaubriand, tomaba él también la palabra, para justificar su guerra y para demostrar que no era “solo un títere” de la Santa Alianza”. Según él, Francia obraba “por propia iniciativa”: A Metternich le pareció la declaración algo exagerada. ¿Iba Francia a emprender una guerra de conquista? Mandó enseguida que acudiera a Hofburg el marqués de Caraman para comunicarle su temor por ver aparecer, como consecuencia del discurso del ministro de Asuntos exteriores francés, serias dificultades, en el concierto europeo.
          “Las serias dificultades, a las que hace referencia el señor de Metternich , contestó Chateaubriand, desaparecerán, a medida que vaya sorteando las dificultades de toda clase que encuentre por mi camino. Es lo bastante buen político, por haberlas entrevisto… Le ruego que haga saber al señor de Metternich que me hallará siempre firme con la Alianza, siempre sincero en la política. Solo le pido que confíe en mi y que no juzgue demasiado pronto, cualquier frase, que me vea obligado a decir, debido a los intereses y las dificultades del momento. Mi discurso estaba dirigido a Francia y a Inglaterra. El eco ha sido inmenso en ambos países. ¿Acaso no se enteró que yo sabía exactamente que me iba a ocurrir, en lo de la diplomacia, en lo referente al  contenido? No lo ignoraba, pero para mi, era importantísimo aplastar a nuestros enemigos, bajo el peso de una inmensa autoridad, en Francia y en Inglaterra.”
          Esa “inmensa autoridad” impresionó sin duda alguna al ministro austriaco que acabó serenándose, e incluso le comunicó a Chateaubriand que el discurso que pronunció unos días más tarde a la Cámara de los pares, le había gustado infinitamente. “Es un buen juez, contestó el vizconde a Caraman, y su aprobación me produce un gran honor”
                La guerra podía dar comienzo.
           A la cabeza de sus tropas, el rey colocó a su sobrino, el duque de Angulema, hijo de Monsieur, conde de Artois. Con sus anteojos y su buena voluntad, el marido de madame Royale tomó el camino del ejército, el cual, desde hacía varios meses, montaba guardia a lo largo de la frontera para impedir… que la fiebre amarilla entrara en Francia. El cordón sanitario, transformado en cuerpo expedicionario, fue inspeccionado por el duque, el cual a pesar de su miopía, se apercibió de que los cien mil hombres estaban sin duda alguna, “listos para caminar”, ¡Pero que no disponían ni de víveres ni de carromatos! Ocho años de paz, habían completamente trastornado la maquinaria de guerra imperial. Se recurrió al banquero Ouvrard, el antiguo suministrador de munición de Napoleón, el cual, al cabo de diez días abasteció al ejército y lo hizo nadar en “la opulencia”. La factura fue alta: - noventa y tres millones – y Villèle se quejó una vez más por esos cuantiosos gastos, las cuales, según él, solo traerían a Francia un dudoso prestigio. Chateaubriand, como era de suponer, tomó el asunto más a la ligera: “Solo tendremos que deplorar la pérdida de algún dinero”, escribía al Señor de Caraman.
             El 7 de Abril de 1.823, la campaña militar comenzó de una forma imprevista. Al cruzar la frontera, las tropas del duque de Angulema no se enfrentaron con españoles, pero sí con un puñado de Bonapartistas franceses, partidarios de Napoleón II. Estaban agrupados alrededor de una gran bandera tricolor cantando la Marsellesa. Un oficial del duque – el general Vallin – después de haber pronunciado un fuerte grito: “¡Viva el rey!”, mandó apuntar el cañón hacia la bandera tricolor que se desplomó. Los bonapartistas se esfumaron… y el general Vallin fue ascendido a teniente general, mientras que Chateaubriand, que se envalentonó por esa victoria, escribía con orgullo al marqués de Caraman: “Europa, de común acuerdo, acabará con esa terrible revolución de España, que nuestro primer cañonazo sobre la bandera tricolor, ha aplastado a medias.”
         Después de ese magnífico hecho de armas, el duque de Angulema con sus cien mil hombres – que solo eran ochenta mil – penetraron en España, no sin algún recelo, los más ancianos se acordaban aún de esa atroz contienda de guerrillas, que los había acogido antaño. Pero los que habían combatido a Napoleón acogían esta vez a los franceses como liberadores. Monjes, aldeanos, realistas ultras, aclamaron a las tropas reales, mientras que los regimientos gubernamentales solo opusieron una resistencia insignificante. Como lo decía Chateaubriand a Caraman. “El Sr. duque de Angulema, no encuentra a nadie a su paso y se pasea de pueblo en pueblo sin quemar un solo cartucho.”
           Este paseo militar prosiguió sin más historia y, el 24 de mayo, los franceses hacían su entrada en Madrid. El rey Fernando, verdadero prisionero de las Cortes, se encontraba en Sevilla, el duque de Angulema se volvió pues a poner en marcha.
             Fernando VII pagaba caro su absolutismo. La situación se volvía para el, cada vez más comparable a la de Luís XVI, a la víspera del 10 de agosto de 1.792. Los franceses  acercándose  a Sevilla, el gobierno español decidió refugiarse en Cádiz… y, como el rey  parecía resistirse, a la entrada del Alcázar, Riego – el presidente de las cortes – mandó traer el carruaje real, compuesto de seis mulas, gritando:
          -¡Agarren a ese imbécil y métanlo en el coche!
         Así se hizo, y el desgraciado Fernando fue conducido a Cádiz, seguido por el embajador de Inglaterra que no había roto sus relaciones con el gobierno sublevado. Unos días mas tarde, el duque de Angulema no encontrando a nadie en Sevilla, se dirigía a su vez por la misma carretera… para perseguir al que estaba encargado de rescatar.
         El paseo no ofrecía ninguna dificultad, pero esos éxitos inquietaban a los aliados. ¿Acaso Luís XVIII no podría estar tentado de querer gobernar el país conquistado? Por eso, y para apaciguar a los espíritus, Chateaubriand va a estimar indispensable, a la espera del rescate de Fernando, de crear en Madrid un gobierno provisional y nacional.
           ¿Pero bajo que forma?
      “Como Vd. se lo puede imaginar, señor marqués, escribía Chateaubriand al Sr. de Caraman, en un asunto de tal gravedad y tan complejo para España, iba a ser imposible prever, desde el primer momento y por adelantado, lo que podría haberse hecho en Madrid. Por eso la primera idea, fue convocar el Consejo de Castilla, que a su vez convocaría las viejas Cortes – la  Asamblea  real – la cual nombraría una regencia… He aquí a donde nos han llevado los acontecimientos y las necesidades. Hace falta una regencia, sencillamente “administrativa”. Después de esto, reconoceremos y aceptaremos, esta regencia restaurada, hasta que el rey sea liberado. Este proceder está clarísimo y es muy sencillo y tiene que ser del agrado del Sr. príncipe de Metternich.”
            La creación de esta “regencia administrativa” consiguió una feliz tranquilidad. Se colocó al frente de ella el duque del Infantado y, para dar a ese gobierno fantasma, una apariencia de legalidad, Chateaubriand solicito a las potencias, el poder enviar un embajador acerca del presidente de la regencia. “Roma, Nápoles y Cerdeña se unirán a las cortes aliadas, anunció el ministro de los Asuntos Exteriores al marqués de Caraman, y tengo la esperanza de que Austria, animara a los pequeños Estados de Alemania para imitar su ejemplo. Más importante será el cuerpo diplomático, más  importante será la impresión que causará a las naciones, y será imposible que Inglaterra aguante mucho tiempo aislada, con Fernando y sus carceleros; “¡Existe una fuerza moral que lo arrastra todo y que tiene mas fuerza que los ejércitos!”
            El punto negro era evidentemente la actitud de Inglaterra, que se obstinaba al considerar a Fernando, como un soberano libre de sus movimientos  y de sus decisiones. “Nuestro cometido,  indicaba Chateaubriand en Viena, debe ser, aislar todo lo que se pueda a Inglaterra, para obligarla a volverse con nosotros y para dejar de sostener los principios revolucionarios, que acabarían por causar su perdición, sin posible vuelta atrás…”.
         Mientras tanto, el duque de Angulema continuaba progresando.” Veinte pequeños militares ponen en fuga a cuatrocientos o quinientos hombres”, podía anunciar Chateaubriand. Muy pronto, el sobrino de Luís XVIII, llegaba frente a Cádiz, en donde, el desgraciado de Fernando, corría el riesgo de ser asesinado por su gobierno y sus diputados. El asunto no podía prolongarse más y la situación de sir William A‘Court, embajador de Inglaterra, que seguía acreditado acerca del rey de España, se volvía cada vez más ridícula, ya que las Cortes, según les parecía, se dedicaban a deponer o a  reponer en su trono el rey fantoche. “Es un asunto deplorable, decía Chateaubriand, el ver a una importante monarquía, prestarse a todos los caprichos que una asamblea de demagogos, medio regicida, se complace en inventar: ahora declarando al rey loco y deponiéndolo, ahora devolviéndole la razón, de la misma manera que le quitó el sentido, reponiéndolo de nuevo en el trono, ¡Y un representante Inglés, volviendo a tomar y a dejar sus funciones de embajador, según que Fernando ahora sea rey, o deje de serlo! ¿Dónde está la orgullosa Inglaterra? ¿La reina de los mares? ¡He ahí adonde llevan las falsas doctrinas y el amor propio herido, de los gobernantes!
            Había sin embargo, que tratar de salir del atolladero y “Hacer que Inglaterra se adhiera a la Alianza”. ¿De que manera? “No lo sé, escribe aún Chateaubriand, si una gestión oficial podrá alcanzar este resultado… Soy el único ministro del continente que tiene lazos con el Sr. Canning – el ministro Inglés – pero una larga estancia en Londres me ha enseñado que, la mejor manera de tratar con Inglaterra, es mostrándole que se puede muy bien prescindir de ella… “
            Así se hizo.
           Tenemos que decir, para descarga de la diplomacia británica, que la situación del país ocupado por los Franceses -  o, para ser mas exactos, gobernado por la regencia – no era mejor que en los territorios en donde reinaba Fernando. Los realistas españoles se vengaban, contra los demagogos y medio regicidas: Detenciones y ejecuciones se sucedían a un ritmo endiablado. Comparando las atrocidades, el Sr. Canning, respetuoso de la legitimidad, daba preferencia a la sangre vertida en nombre de la legalidad.
           El Duque de Angulema no tenia la misma opinión… por eso, tomó la decisión de firmar en Andujar, un bando que autorizaba a los comandantes franceses “a liberar cualquier prisionero español, indebidamente detenido en el nombre de la regencia”. La medida era prudente pero, el duque se entrometía así en un asunto que no era de su incumbencia…  el zar se turbó enseguida, acusando a los franceses de “imprudencias y precipitaciones” en su despacho de la Hofburg, el Sr. de Metternich dejo otra vez caer de  sus finos  labios, la palabra dificultades… y empujado por Chateaubriand, el Consejo real anuló el bando, promulgado por el duque de Angulema, el cual estuvo obligado de retractarse. Chateaubriand, para no herir el orgullo del marido de Madame Royale, situó el asunto de Andujar, en su correspondencia con el marqués de Caraman, en la cuenta del carácter del generalísimo.
         “Monseñor el duque de Angulema, explicó en una carta fechada el 6 de Septiembre, se ha retractado lealmente de su bando; reconoció que era demasiado precipitado, pero que había que hacer la vista gorda, debido a las dificultades en las que se desenvolvía.”
           Esos modales paternalistas, molestaron en algo al hijo del futuro Charles X, pero Chateaubriand no pareció preocuparse demasiado por ello. Estuvo como deslumbrado por la victoria, que sentía ahora certera y próxima. “Francia, escribió a Caraman, recoge ya el fruto de su noble empresa. Nuestra deuda de veintitrés millones, acaba de venderse a los Hermanos Rothschild al precio de ochenta y nueve francos con cincuenta y cinco céntimos (la acción de cien francos), lo que es prodigioso; esa es la confianza que inspiramos en medio de una guerra. Si Vd. considera que hacen falta veinte meses  para saldar esa deuda, tendrá que llegar a la conclusión, de que las gentes con dinero, no son nada temerosas, en lo que se refiere a nuestro porvenir. Tienen razón: con un ejercito ligado al trono legitimo y con esas finanzas, podremos liquidar todas las revoluciones que podrían surgir alrededor nuestro…”
            ¿Estuvo el  príncipe de Metternich  algo asustado, al ver a Chateaubriand cogerle gusto a su papel de cancerbero? El caso es que acusó al ministro francés, de haber conspirado con el emperador Alejandro “Sin consultar a la Santa Alianza”. Chateaubriand se defendió todo lo que pudo: “Soy muy sincero con la Alianza y lo soy con mucho animo. Mi manera de ser, no es obrar con picardía, tapujos, finuras; lo que pienso, lo digo. Siendo amigo sincero, soy enemigo sin ocultarme. No obro bajo cuerda; ataco cara a cara y no temo a nadie. Si hubiera querido dividir a la Alianza y ponerme del lado de Inglaterra, estaba en mi derecho y me era muy fácil. Estoy por encima de toda sospecha y solo me basta obrar bien, sin pedir que se me haga justicia. Yo tendría muchas razones para quejarme, pero sacrifico todo para la paz y para la necesidad de acabar con las revoluciones.”
             Entre tanto, Angulema había desplegado su ejército frente a Cádiz. Antes de lanzar sus tropas al asalto de la península del Trocadero el cual, como un dedo índice, señalaba el puerto, el príncipe trató de usar la diplomacia y envió una carta al rey Fernando, es decir a sus carceleros.”Esta carta, según explico Chateaubriand a Camaran, el 29 de agosto, pide en resumidas cuentas, que el rey, sea primero liberado y que después el rey de Francia había ideado que, estando libre Fernando, podría a lo mejor conceder una amnistía y convocar a las antiguas cortes del reino para restablecer las finanzas el ejército y la justicia. En el caso en que Fernando, estando libre, creyera, en su magnanimidad, conceder estas gracias a sus subordinados, el duque de Angulema seria, si fuese necesario, garante de esas promesas, si esta prudente y generosa carta no produce ningún efecto, monseñor comenzará el ataque enseguida que el plazo acordado haya expirado.”
            La tarde del 30 de Agosto – habiendo terminado el plazo – las tropas francesas empezaron el asalto… Pero dejemos la palabra a Chateaubriand, el cual, tras la victoria, la tarde del 6 de septiembre, anunciaba al marqués de Camaran:
          “Un mensaje telegráfico, nos hace saber esta tarde, que el Trocadero ha sido tomado el día treinta y uno, a las dos y media, con el mayor ardor el enemigo perdió mil doscientos hombres entre muertos heridos o prisioneros y se han tomado cincuenta cañones en batería, eso nos hace dueños del puerto interior y causará una gran impresión en Cádiz. Está claro que, una ciudad que pide la capitulación por medio de sir W. A’Court, que hombres que consienten ya, en abandonar su constitución, estarán aún más dispuestos a oír la voz de la razón, después de la toma del Trocadero. No me extrañaría que volviesen a aceptar la propuesta que habían rechazado al principio, es decir la amnistía y las viejas Cortes.”
             El ministro y poeta se hacia ilusiones…
           A la mañana siguiente, Chateaubriand añadía a su carta estas palabras: "Hemos sabido que el fuerte de Matagorda, en la punta de la península del Trocadero está en ruinas y que por eso nuestra labor es aún mas fácil de lo que creíamos.”
            En efecto Angulema había instalado fuertes baterías de sitio y Cádiz comenzó a soportar un intenso bombardeo. La rendición de la ciudad era solo cuestión de tiempo. A medida que se acercaba el desenlace los realistas españoles, rebosantes de venganza multiplicaban las dificultades, según decían, ¡Querer tratar con los carceleros del rey Fernando era un crimen! “El gobierno francés, según explicaba Chateaubriand, al embajador de Viena, contestó a todas las declaraciones, a todas las sospechas con la firmeza, la sencillez, la regularidad de su camino… Las iras de los realistas españoles han comprometido cien veces a nuestro ejército y nuestro ejército derramó su sangre, sin quejarse y sin faltar a la disciplina. Los que Monseñor el duque de Angulema ha venido a rescatar, lo han insultado, amenazado; y por toda respuesta, Monseñor el duque de Angulema, entró por la brecha del Trocadero. ¡No se puede negar el mérito que entraña esta conducta!...”
            El 20 de septiembre, el fuerte de Santipietri capitula y la flota francesa puede entrar en la rada. Los bombardeos se incrementan y, por fin, Cádiz se rinde. El 28 de septiembre, las Cortes permiten a Fernando y a los suyos, subirse a una gabarra y dirigirse al puerto en donde le espera el duque de Angulema. El sobrino del rey de Francia se arrodilla ante su real primo y le ofrece su espada… pero Fernando, poco agradecido, deja al duque levantarse “sin brindarle su apoyo”.
                 ¡El rey de España se acordaba de Andujar!
         Fernando, dolido por las vejaciones que no le habían ahorrado, aprueba, en efecto, el terror blanco que deseaba la regencia. Angulema trata de arrancarle la promesa de una amnistía, pero sin ningún éxito. “Os aseguro, escribió el duque a Villèle, ¡Que todas las tonterías que se pueden hacer, él las hará!”
              Con un decreto, Fernando anula efectivamente, todos los acuerdos que le fueron arrancados a la fuerza y con amenazas. Las detenciones y ejecuciones vuelven con más brío. Es el “terror apostólico”. Angulema, descorazonado, después de haber rechazado el título de príncipe del Trocadero que le quiere otorgar Fernando, solo tiene un deseo: volverse a Francia.
               Para la vuelta del “vencedor”, Chateaubriand desplegó una pompa que recordaba los triunfos de la antigua Roma. El 2 de diciembre - ¡Aniversario de la batalla de Austerlitz! – el duque de Angulema hizo su entrada por la puerta Maillot. Estaba de un humor de perros y, al subir a su caballo, confió a su escudero, el duque de Guiche:
            Heme aquí a caballo, para la mas grande fanfarronada, desde Don Quijote!
                 Por la tarde, en el transcurso de la representación de gala que tenía lugar en el teatro de la Comedie Française – se representaba El Cid – el príncipe se desesperó al oír a los presentes prorrumpir en alaridos frenéticos cuando el actor dirigió hacia la logia real esos dos versos:

           Los que quieren igualarme por segunda vez, no se dan a conocer, Y  para sus novatadas quieren golpes maestros.

         Querían darle al arco de triunfo de l´Etoile, el nombre de Trocadero, que se terminó de construir para honrar la “campaña”. Angulema, encogiéndose de hombros se opuso… Y los halagadores se volcaron sobre los lazos, los colores que estaban de moda y hasta un juguete del pequeño duque de Bordeaux. ¡Todo se bautizó al Trocadero! 
           Chateaubriand había asistido a la revista de las tropas al lado del sillón del rey colocado en el balcón del palacio de las Tuilleries. Se pavoneaba. El zar Alejandro no ahorraba elogios para el ministro francés. “La más grande confianza se otorga al jefe de nuestro departamento, escribía La Ferronnays a Caraman, nunca se ha estado más dispuesto, en concederle las pruebas más certeras de ello. Sus talentos, la pureza de sus intenciones le han otorgado para siempre, la confianza del emperador…”
         Chateaubriand empezó a soñar… Gracias al apoyo ruso, se vio ya el dueño de la diplomacia europea y empezó a enfrentarse con Villèle. No escatimó críticas al proyecto financiero de su jefe, que quería rebajar un uno por ciento, la tasa de interés bancaria de la renta del cinco por ciento, que se había incrementado después de la guerra de España hasta ciento cuatro francos. El Tesoro habría obtenido un beneficio de treinta y cuatro millones. La reducción era legítima, ya que el tipo de interés del dinero en los negocios no superaba el cuatro por ciento, pero Chateaubriand protestó, clamando que los rentistas iban a estar perjudicados por el proyecto, y la Cámara de los Pares, habiendo rechazado la propuesta de Villèle, el ministro de los Asuntos exteriores, consideró la derrota del ministerio que era el suyo, como una victoria personal.
        ¡Pardiez!, exclamó Louis XVIII, ¡Se cree que ha llegado su hora, para hacerse con la presidencia!
          Pero el rey quería permanecer fiel a su primer ministro… y el 6 de Junio de 1.824, al volver a su ministerio, Chateaubriand se encontró con una comunicación real, acompañada por esta carta de Villèle:
          “Señor vizconde.
         “Obedezco las órdenes del rey y le transmito la comunicación adjunta.”
          La comunicación real estaba redactada en estos términos:
       “El señor conde de Villèle, presidente de nuestro Consejo de ministros y ministro secretario de Estado del departamento de Hacienda, se hará cargo por interim de la cartera de los Asuntos exteriores, para sustituir el Señor vizconde de Chateaubriand.”
       Una hora más tarde, el Señor vizconde había abandonado el ministerio.
          -Me han echado como a un lacayo, declaró herido.
         Y al anunciar su cese al marques de Caraman, añadió con fina ironía: “Es probable que mi destitución alegrará al Señor de Metternich, por lo menos durante quince días.”
     Diez años más tarde, volvía a pasar por Viena “vuelta al silencio”. “Atravesé la ciudad con emoción, escribía con modestia; ahí empezó mi carrera política activa. ¡Se me venía a la mente, lo que el mundo hubiera sido, si mi carrera no se hubiera visto interrumpida por unos celos miserables! ”.

       En el primer plano de esos ensueños gloriosos, se colocaba, evidentemente, esa guerra de España, “esa guerra que es la mía”, escribirá con amor propio, y que hubiera podido transformarse en una horrible catástrofe. Afortunadamente, el único combate que clausuró el paseo del duque de Angulema, había causado solo treinta y cinco muertos del lado francés, y esa cifra nos indica la amplitud de la Don Quijotería… Pero, para Chateaubriand – el mismo se lo llegó a creer – ¡Las tropas de Louis XVIII habían conducido una guerra en España, digna de los ejércitos de “Monsieur de Buonaparte”!  
      Monsieur de Chateaubriand se escuchaba demasiado a si mismo, para haber podido oír al Mariscal Oudinot, el soldado de Austerlitz y de Friedland, suspirar:

        ¡Lo que hay de deplorable en este asunto, es que “esa gente” está convencida de que han hecho una guerra!

sábado, 8 de febrero de 2014

CARTA A UN CURA PROGRESISTA (8 de Noviembre de 1.994)






DEL PROFETA ZACARÍAS
(Zac 11-15,17)

El Señor me dijo:Toma los arreos de un pastor necio. Porque voy a suscitar en esta tierra un pastor que no se preocupará de las ovejas perdidas, ni buscará las extraviadas, ni curará a las heridas, ni sostendrá a las sanas; sino que comerá la carne de las gordas, y las arrancará hasta las pezuñas.

¡Ay del mal pastor
que abandona a las ovejas!
¡Qué la espada hiera su brazo
y le salte el ojo derecho!
¡Que su brazo se seque por completo, 
y su ojo derechos quede del todo ciego!



Significado espiritual de las palabras de Dios dirigidas a los malos pastores:
El brazo del pastor: Su Apostolado.
El ojo derecho: El conocimiento de los mandamientos de Dios.


DEL PROFETA MALAQUÍAS:
(Mal 1- 7,9)

            Al sacerdote corresponde atesorar la ciencia, y a él se acude en busca de instrucción, porque él es el mensajero del Señor Todopoderoso. Pero vosotros os habéis desviado del camino; con vuestra enseñanza habéis servido de tropiezo a muchos y habéis invalidado la alianza de Leví, dice el Señor Todopoderoso. Por eso también Yo os he hecho despreciables y viles ante todo el pueblo, porque vosotros no me habéis obedecido, ni en vuestras decisiones habéis tratado a todos por igual.


Estimado Padre……… 


         He dudado mucho en remitirle este escrito, después de consultarlo con un Sacerdote de reconocida espiritualidad, y con una Comunidad de Religiosas Contemplativas, las cuales me han aconsejado, me he decidido a hacerlo. 

             Con la esperanza de que este escrito sea de algún provecho para Ud. lo que veo muy difícil pero no imposible, sobre todo a largo plazo y teniendo cuenta de que la Verdad es poderosa y penetrante, ya que es palabra de Jesús, me he movido a dirigirme a Ud. 

            Jesús en algunas ocasiones nos invita a emitir un juicio de valores sobre el comportamiento de algunas personas: “A sus frutos los reconoceréis” (Mat 7- 16), Él mismo nos dio sobrado ejemplo con sus juicios severos a los fariseos, a los doctores y a los letrados que pretendían enseñar al pueblo de Israel con su propia doctrina, por motivos de orgullo, buscando únicamente su gloria y no la Gloria de Dios. 

        Es seguro que dichos falsos pastores tenían siempre por costumbre emitir doctrina parcialmente adulterada por ser la doctrina que más gustaba al pueblo en un momento determinado de la historia y querían aparecer como precursores de lo que era una moda pasajera y que en ese momento fascinaba a la gente. 

       “Dejando de lado el precepto de Dios, os aferráis a la tradición humana” (Mc 7-8). 

            Hace unos cuarenta años, todo el pueblo, incluso muchos de los no creyentes, estaban obsesionados por los pecados que hacían referencia al noveno mandamiento, y por eso, era el tema favorito de los predicadores de nuestra Religión, se complacían en calificar de pecados gravísimos contra Dios lo que simplemente era una forma de vestir, un mero pensamiento o una mirada, no tenían ningún reparo en amenazar con las penas del Infierno a los transgresores de sus leyes y los que no estaban de acuerdo con esa doctrina, se les trataba con odio y desprecio, incluso se pedía el anatema o la excomunión. 

         Hace siglos, la Santa Inquisición, a pesar de lo que nos quieren hacer creer los eternos enemigos de la Iglesia, no era mas que el reflejo de la mentalidad del pueblo, que veía completamente normal que a un renegado se le torturara y hasta se le quemara vivo ya que eso era bueno para su alma, para evitarle los eternos suplicios del infierno. Era frecuente, en las procesiones de los Sambenitos que la gente exaltada prendiera fuego a las barbas de los condenados. Naturalmente, los Doctores y los letrados de esa época, buscando su propia gloria y no la Gloria de Dios, eran los líderes de esa corriente. 

                 Esto lo acredita muy bien Daniel Rops en su “Histoire de
 l´Église”. De sobra sabemos las consecuencias que tuvo este proceder para la Iglesia católica en España con la famosa “Leyenda Negra”, a pesar de que las condenas en la hoguera fueron mucho menores que las del sanguinario monstruo Enrique VIII, y de su déspota hija Isabel II en Inglaterra. 

           En la época actual, con las nuevas modas, todo ha cambiado, lo del pecado contra el noveno mandamiento ha desaparecido, la Inquisición fue una barbarie inexplicable e intolerable, fruto de una época oscurantista y todo se quiere atribuir a un grupo de seguidores de Torquemada, unos fanáticos exaltados que tenían atemorizados al sano Pueblo de Dios. 

            Han surgido nuevos líderes y nuevos pastores, en los cuales me permito incluirle a Ud. Ya nada es pecado, el Dios que antes mandaba al Infierno, ya aparece como un dios asomado detrás de una nube blanca, con una calva pronunciada, una voluminosa barba blanca, con aspecto bonachón, una sonrisa beata en su cara y los brazos abiertos. 

            Ese dios es el dios de nuestra época, el dios de la moda, fruto de la mentalidad actual de la Sociedad, que hace y deshace dioses a su medida, para la cual, como ya lo había advertido el gran Papa Benedicto XVI, ha desaparecido por completo el sentido del pecado, es el relativismo que ha invadido a la Sociedad. Ud, mi querido amigo ha querido liderar esa corriente para ser el gran teólogo que es punto de referencia de las masas que Ud. quiere adoctrinar para su vanagloria. 


          Para argumentar esa falsedad, y para ser el centro de atención y de admiración de todo el mundo, Ud no ha tenido ningún reparo en cambiar lo inamovible: Las Escrituras y la Tradición de los Santos Padres: El Infierno ya no existe: ¿Cómo un dios padre puede mandar allí a sus hijos, si ya no hay pecado, si todos los crímenes, las violaciones, incluso a las criaturas inocentes, como es el caso de la pederastia, son fruto de una infancia desgraciada, de una incomprensión y de una falta de amor de la Sociedad hacia esos pobres individuos? 

            Otra cosa: Ud. ni tiene reparo en argumentar insensateces, para querer aparecer como un gran místico a los ojos de los hombres (Otra cosa que está de moda y que gusta a la gente): Así a la objeción que le he hecho, citándole la Palabra indestructible de Jesús:


“Si tu ojo o tu brazo es objeto de escándalo para ti, arráncate el ojo o el brazo: más te vale entrar en el reino de Dios sin un ojo o sin un brazo que ser arrojado todo entero en el Infierno” (Mt 5, 29-30; Mc. 9, 43-47). 


A esa objeción tan clara e irrefutable Ud. me contesta: “¡¡¡Por amor, por amor hay que arrancarse el ojo o el brazo!!!”. 

          Cuando le dije que el Santo Cura de Ars, Patrono de todos los Sacerdotes del mundo, se pasaba muchas noches llorando delante del Santísimo, para que ninguno de los feligreses que Dios le había encomendado, se condenase, Ud. argumenta que ya que si existe el infierno, tendría que estar vacío por la gran Misericordia de Dios (Lo que equivale a decir que no existe), el Santo Cura ¡Lloraba por amor! Hay pues que creer que el Santo se pasaba la noche llorando por nada, o que había perdido el Juicio. O lo más probable: Ud. cree que la gente no tiene sentido común, o que sus detractores son todos idiotas. 

       ¿Qué tiene Ud. que argumentar a las palabras que Jesús pronunciará el día del Juicio?:


“Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer…” ? (Mt 25, 41-46). 


          Con toda seguridad, Ud. contestaría la misma insensatez: ¡El suplicio eterno lo preparó Dios con espíritu de “encendido” amor hacia sus hijos! 

            Ud, mi querido amigo, tiene todas las características de un buen Inquisidor, en la Edad Media, le habría hecho sombra al mismísimo Torquemada, o hace 50 años habría encajado en un púlpito clamando contra la inmoralidad y amenazando con el Infierno a los transgresores. 

            Me permito también relatarle lo ocurrido en cierta Parroquia francesa, País en donde he vivido 20 años de mi vida: Unos jóvenes curas llenos de “celo ecuménico” hacia nuestros hermanos protestantes separados (Celo que Ud. dijo que, afortunadamente hoy día se había conseguido gracias al espíritu de renovación carismática que había surgido en la Iglesia), no tuvieron ningún reparo en hacerle la vida imposible al anciano Párroco, solo porqué quería conservar sus tradiciones y seguir diciendo la misa en latín, y le obligaron a marcharse con tristeza de su amada Parroquia. 

          Otra anécdota no menos elocuente: Cierto Sacerdote muy abierto al amor al prójimo y olvidando la recomendación de Jesús:

“Os mando como corderos en medio de los lobos: Ser sencillos como palomas, pero prudentes como serpientes”…(Mt 10,16).
O bien: 
“No tiréis vuestras perlas a los cerdos, porque las pisotearán y se revolverán contra vosotros” (Mt 7,6).

            También con toda seguridad, para querer aparecer como un paladín de la moda, recomienda encarecidamente a una familia católica, de acoger en su seno a un reo que había redimido su pena en la cárcel, por ser un gran acto de caridad. El resultado fue el siguiente: El huésped violó a la hija y mató a la madre que se quiso interponer. 

            Querido amigo: si yo, como Ingeniero de Caminos; Canales y Puertos, calculo un puente, pero me equivoco en el análisis de estabilidad de sus elementos constructivos como son los estribos, la pilas o el tablero, prescindo de las normas constructivas de obligado cumplimiento, y ocurre una desgracia, la Sociedad por medio de los Tribunales me exigirá responsabilidades y me hará pagar los daños. 

         Igualmente, Ud. es responsable como Sacerdote de lo que dice, y tiene que conocer su oficio y aplicar las normas de la Iglesia Católica a la cual pertenece, sobre todo sabiendo que se trata de un asunto tan grave como el de la Salvación eterna de las almas, por eso Dios le pedirá cuentas de toda la doctrina que Ud, con tanto empeño predica para aparecer como un gran Teólogo y Místico a los ojos de la gente, que es lo único que parece importarle. Le recuerdo que cuando le dije que yo no estaba de acuerdo con sus opiniones pero que las respetaba, ¡¡Llegó a decirme que Ud. no respetaba las mías!! 

“La lámpara de tu cuerpo es el ojo, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso, pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras, y si la luz que hay en ti es tinieblas, ¡Que oscuridad habrá!” (Mt 6, 22-23) 

Traducción: Lo que guía tu manera de ser es tu manera de ver las cosas: si esa manera de ver es correcta, toda tu conducta será recta, en caso contrario, toda tu conducta será torcida, y si tu no logras acertar, ¡En que errores caerás! 

           Por fin, déjeme hacer un breve comentario acerca de la tan actual y tan cacareada recomendación de los “modernos Teólogos” que Ud. ha recogido y abanderado: “La Evangelización de los indígenas ha de hacerse integrándose en esa Sociedad y cultura”. 

           Y me pregunto: ¿Qué significado tiene esa afirmación, quiere acaso esto decir que el Misionero en la Sociedad que nos ha tocado vivir tiene que adaptarse a la sociedad de consumo, acaso dirá que hay que mirar las señales de los tiempos y por consiguiente, aparcando la Cruz, abrazar el materialismo y entregarse a todos los vicios, como así lo pregona esa Cultura de la muerte del alma? 
¡¡ Seguramente estará plenamente convencido de que “China se ha perdido al Cristianismo porque los Misioneros no iban disfrazados con kimonos, como así lo afirman ciertos teólogos modernos!!" 

          Querido amigo: Recapacite Ud. y haga prueba de alguna humildad y de sentido común, no tenga una visión tan miope de los acontecimientos: Las modas de ayer, mañana parecerán y serán absurdas y ridículas, más bien siga y predique una doctrina sana, independiente de las modas cambiantes de los hombres y en acorde con la Doctrina tradicional de la Iglesia que sin duda alguna es la única verdadera, ya que como lo dice San Pablo:


“Las cosas del mundo, cuanto más subidas, más absurdas son a los ojos de Dios, y al revés las cosas de Dios, cuando más subidas, mas absurdas son a los ojos del mundo" (1 Cor 1, 20-25). 

          Una última observación: Ud, como muchísima gente, por no querer estar sujeto a la Doctrina Tradicional de la Iglesia, se ha dejado engañar por Satán, como así lo afirma S. Juan de la Cruz, que dijo: 

“Si no te sometes a la Santa Obediencia, aunque más te parezca que aciertas, no dejarás de estar engañado por el Demonio”.

       El cual ha conseguido sus logros más valiosos: La desaparición del sentido del pecado en el mundo, y lograr fabricar un dios a medida de esa idea: El dios de la barba blanca, que todo lo perdona, incluso a los que no se arrepienten, un dios que como consecuencia de todo ello, es incapaz de mandar nadie al Infierno, sencillamente porque no existe. 

            Con su mentalidad ha contribuido a ese triunfo, propagando con insistencia y gran intransigencia esa falsa doctrina, con una postura de gran desprecio hacia los que no comparten sus ideas, lo que denota la presencia de Satán, llegando a decir desde el púlpito que mis ideas son de una consistencia “granítica”. 

        Por eso ha contribuido sin saberlo quizás, pero con entera responsabilidad al clima de relajación que impera en la Sociedad actual, y lo que es más grave: Ud. es cómplice de la muerte de Dios en esa Sociedad, la muerte del Dios verdadero, del de los grandes Santos y Místicos y la de los Mártires que han derramado su sangre por la Fe. 

         En contrapartida, Ud. ha creado un nuevo dios, un ídolo hecho a medida de esta sociedad que no
s ha tocado vivir, y se ha convertido sin saberlo en un auténtico Testigo de Jehová, secta que comparte plenamente casi todas las ideas tan absurdas que predica de una manera tan inexorable. 






sábado, 1 de febrero de 2014

DURÍSIMO ENFRENTAMIENTO ENTRE JESÚS, PRÍNCIPE DE LA PAZ CON EL PRÍNCIPE NEGRO, QUE HABÍA POSEÍDO A UN "ESPÍRITU COMPLETO"











Durísimo enfrentamiento entre Jesús el Príncipe de la Paz, y Belcebú, el Príncipe negro, que había poseído un hombre porque se había entregado a todos los vicios de una manera "completa", es decir que se había entregado a los siete pecados capitales, por eso al liberarle, Jesús le dice: "Sé continente", en este episodio Jesús ha querido demostrar la dificultad que se presenta para exorcizar ese tipo de almas, ese hombre se había llevado a Jerusalén para presentarlo a los sacerdotes del Templo, que no habían lograr exorcizarlo, y que volvió aún peor que antes.

Jesús explica a Judas que María Magdalena, había conseguido librarse de los siete demonios, con mucha más facilidad porque ella había querido liberarse, personalmente, habiendo asistido con el Padre Fortea a muchos exorcismos, me he dado cuenta de como el demonio se resiste, el mismo Padre Fortea afirma en su libro "Summa Daemoniaca", qu un mal Sacerdote logrará exorcizar por el poder que ha conferido Jesús a su Iglesia, pero que le costará más trabajo que a un sacerdote Santo.  

A este respeto, he leído en algunos libros de Teología que un Santo puede quedar poseído, creo sinceramente que es un grave error, Jesús explica aquí que la fuerza de la posesión diabólica es proporcional a la gravedad de los pecados, y que tres son los caminos para dar entrada al Demonio: la carne, que nunca falta, el dinero y la soberbia. San Juan de la Cruz dice en sus dichos de luz y amor que "El alma que está unida con Dios, el demonio la teme como al mismo Dios". 

Habiendo citado este texto a un exorcista que creía que un Santo podía quedar poseído, me contestó que Santa Catalina de Siena, en algunos momentos, tenía muestras de estar poseída. Creo que es un grave error, San Juan de la Cruz explica que muchos Santos, tienen ataques terribles del Demonio por razones de Justicia de Dios, ya que al tener grandes éxtasis y arrobamientos, Dios permite al maligno que se desquite atacando a esos Santos, como le pasó a él mismo, a Santa Teresa, al Padre Pío, y a muchos otros que tienen contactos místicos con Dios. 








LUCHA DIRECTA ENTRE LA LUZ Y LAS TINIEBLAS
(Del Evangelio como me ha sido revelado de María Valtorta 29-9-1.945)


            Jesús y los suyos siguen estando en los campos. Aquí la siega de los cereales está ya terminada y los campos muestran los rastrojos resecos. Jesús camina por el margen de un sendero umbroso. Va hablando con unos hombres que se han unido al grupo de Apóstoles.

          "Sí", dice uno, "Nada le cura. Está más que desquiciado. Mira, es el terror de todos, especialmente de las mujeres, porque las sigue con gestos o palabras obscenos. ¡Y ay si les echara mano!".
          "Nunca se sabe donde está", dice otro. "En los montes, en los bosques, en los surcos de los prados... aparece de improviso como una serpiente... las mujeres tienen mucho miedo de él. Una, jovencita, murió a causa de él en pocos días por una fuerte fiebre".

          El otro día, mi cuñado había ido al lugar donde había preparado para sí y los suyos el sepulcro, porque se le había muerto el padre de su mujer, para aprestar todo para la sepultura, pero tuvo que huir, porque dentro estaba el poseso, desnudo y gritando, como siempre, y le amenazaba lanzándole piedras... Le siguió hasta el pueblo y luego volvió al sepulcro, y ha tenido que sepultar al muerto en mi sepulcro".

              (...)"¿Pero, no le mostrasteis a los sacerdotes?".
           "Sí. Atado como una carga de mercancía le llevaron hasta Jerusalén... ¡Qué viaje! ¡Qué viaje!... Te digo - yo estaba - que no necesito bajar al infierno para ver lo que sucede y se dice allí. Pero no sirvió de nada... ".
            "¿Como antes?".
            "¡Peor!".
            "¡Y, sin embargo... el sacerdote!... ".
            "Sí, ya,, pero... Se necesitaría... ".
            "¿Qué?, continua... ".

            Silencio.
             "Habla, pues. No temas. No te voy a acusar".
        "Bien... Estaba diciendo.... pero no quiero pecar... estaba diciendo... pero no quiero pecar... estaba diciendo... que sí... el sacerdote lo podía conseguir si... si... ".
            "Si fuese santo, quieres decir, y no te atreves a decirlo. Yo te digo: evita el juzgar. Pero es verdad cuanto dices. ¡Es dolorosamente verdadero!... " dice Pedro.
            Jesús calla y suspira. Un breve silencio embarazoso.

           Luego uno se atreve a hablar de nuevo. "Si le encontramos, ¿le curas? ¿Liberas estas comarcas?".
            "¿Esperas que pueda hacerlo? ¿Por qué?".
            "Porque eres Santo".
            "Santo es Dios".
            "Y Tú, que eres Hijo suyo".
            "¿Cómo puedes saberlo?".
           "¡Hombre, corre la voz! Y además somos del río y sabemos lo que hiciste hace tres lunas. ¿Quién para una crecida, si no es el Hijo de Dios?"
             "¿Y Moisés? ¿Y Josué?".
        "Obraban en nombre de Dios y para su gloria. Y podían porque eran santos. Tú los superas".
              "¿Lo vas a hacer, Maestro?".
              "Lo haré, si lo encontramos".

          Prosiguen. El calor, que aumenta, los induce a dejar el camino y a buscar alivio en una espesura de árboles que hay en la orilla del río, que ya no está agitado como cuando la crecida, sino que, aunque todavía baje rico en aguas, las tiene quietas y azules, llenas de resplandor bajo el sol.
             El sendero se ensancha y muestra en el fondo una blancura de casas. Debe de ser un pueblo que se va haciendo cada vez más cercano. En las márgenes, construcciones pequeñas, blanquísimas y sin más aberturas que en una pared. Parte están abiertas; la mayoría, sin embargo, cerradas herméticamente. En los alrededores de ellas, no hay nadie. Están diseminadas en un terreno yermo y agreste; parece abandonado. Solo yerbajos y pedruscos.

             "¡Vete! ¡Vete! ¡Retrocede o te mato!".
             "¡Ahí está el poseso y nos ha visto! Yo me marcho".
             "Yo también".
             "Y yo os sigo".
             "No temáis. Quedaos y ved".
          Jesús se muestra tan seguro que los... valientes obedecen, aunque, eso sí,  se ponen detrás de Jesús. También se quedan atrás los discípulos. Jesús va adelante solo y solemne, como si nada viera ni oyera..
          "¡Vete!". El grito de la voz es desgarrador, tiene componentes de gruñido y aullido. Parece imposible que pueda salir de garganta humana.
            "¡Vete! ¡Atrás! ¡Te mato! ¿Por qué me persigues? ¡No quiero verte!".

             El poseso pega saltos, completamente desnudo, moreno, pelo y barba largos y enredados. Los mechones negros e hirsutos, llenos de hojas secas y polvo, le caen por encima de los ojos torvos, inyectados de sangre, móviles alrededor de sus órbitas; y llegan hasta la boca abierta, mientras grita y mientras emite demenciales carcajadas que parecen una pesadilla, hasta la boca que emite espuma y que sangra, porque el desquiciado se golpea la boca con una piedra puntiaguda y dice: "¿Por qué no te puedo matar? ¿Quién me ata la fuerza? ¿Tú? ¿Tú?".

                 Jesús le mira y sigue adelante.
            El poseso se revuelca por el suelo, se muerde, echa más espuma todavía, se golpea con su piedra, se pone de nuevo en pie bruscamente, apunta el índice hacia Jesús, mirándole fuera de sí, y dice: ¡Oíd! ¡Oíd! Este que viene es.... ".
               "¡Calla, demonio del hombre! Te lo ordeno".

            "¡No! ¡No! ¡No! No me callo, no, no me callo. ¿Qué hay entre nosotros y Tú? ¿Por qué no nos dejas tranquilos? ¿No te ha bastado encerrarnos en el reino del infierno? ¿no te basta venir, haber venido para arrebatarnos al hombre? ¿Por qué nos impeles hasta allá abajo? ¡Déjanos vivir en nuestras presas! Tú, Grande y Poderoso pasa, y conquista si puedes. Pero déjanos a nosotros gozar y hacer daño. Para eso estamos. ¡Oh!  ¡Mal...! ¡No! ¡No puedo decirlo! ¡No te lo dejes decir! ¡No puedo maldecirte! ¡Te odio! ¡ Te persigo! ¡Te espero para torturarte! Te odio a Ti y a Aquel de quien procedes, y odio aquel que es vuestro Espíritu. ¡Odio al Amor, ya que soy Odio! ¡Quiero maldecirte! ¡Quiero matarte! Pero no puedo ¡No puedo! ¡No puedo todavía! Pero te espero, Cristo te espero. ¡Muerto te veré! ¡Oh, hora de felicidad! ¡No! ¡No felicidad! ¿Muerto Tú? No. No muerto. ¡Y yo vencido! ¡Vencido! ¡Siempre vencido!... ¡¡¡Ah!!!...". El paroxismo toca su culmen.

            Jesús sigue andando hacia el poseso, teniéndole bajo el rayo de sus ojos magnéticos. Ahora Jesús está completamente solo. Apóstoles y lugareños, se han quedado atrás. Estos, detrás de los Apóstoles; los Apóstoles, separados de Jesús unos treinta metros al menos.
            Algunos habitantes del pueblo que parece muy poblado y también rico, han salido, atraídos por los gritos; están observando la escena, preparados también para huir como el otro grupo. Así, la escena se desarrolla de esta manera: en el centro el poseso y Jesús, ya a pocos metros uno del otro; detrás de Jesús, a la izquierda, apóstoles y lugareños, a la derecha, detrás del poseso, los habitantes del pueblo.

            Jesús, después de la orden de callar, no ha vuelto a hablar, solamente mira fijo al poseso. pero ahora Jesús se detiene y alza los brazos, los extiende hacia el endemoniado, está para hablar. Los gritos se hacen verdaderamente infernales. el poseso se retuerce, da saltos a la derecha, a la izquierda, hacia arriba. Parece como si quisiera huir o arremeter, pero no puede. Está clavado allí y aparte de sus contorsiones no se le permite ningún otro movimiento. Cuando Jesús estira los brazos, con las manos extendidas como quien jura, el demente grita más fuerte, y después de haber increpado, reído y blasfemado, se pone a llorar y a suplicar.

           "¡En el infierno, no! ¡no en el infierno! ¡no me mandes allí!. Horrenda es mi vida ya aquí, en esta cárcel de hombre, porque quiero recorrer el mundo y despedazar a tus criaturas. Pero ¡allí! ¡allí! ¡allí! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Déjame fuera!...".
            "Sal de este, te lo mando"
            "¡No!".
            "¡Sal!".
            "¡No!".
            "¡Sal!".
            "¡No!".
            "¡En el nombre del Dios Verdadero, sal!".
        "¡Oh! ¿Por qué me vences? Pero no salgo, no. Tu eres el Cristo, Hijo de Dios, pero yo soy... ".
             "¿Quien eres?".
            "Yo soy Belcebú, Belcebú soy, el Amo del mundo, y no me doblego, ¡Te desafío Cristo!".

            El poseso se inmoviliza de golpe, rígido casi hierático, y mira fijo a Jesús con ojos fosforescentes, apenas moviendo los labios con palabras ininteligibles y haciendo, con las manos llevadas hasta los hombros, los codos flexionados, leves movimientos.

        Jesús también se ha detenido. Ahora tiene los brazos recogidos sobre el pecho. Le mira. También Jesús mueve levemente los labios. Pero no oigo ninguna palabra.
            Los presentes esperan con opiniones contrarias: "¡No lo consigue!", "Sí, ahora Cristo lo consigue", "No. Vence el otro", "Es bien fuerte", "Sí", "No".
             Jesús abre los brazos. Su rostro es un resplandor de imperio, su voz un trueno. "Sal. Por última vez. ¡Sal, Satanás! ¡Lo mando Yo!".

             "¡Aaaaah" es un grito larguísimo, de aflicción infinita. No lo emite así uno que sea traspasado lentamente por una espada. Y luego el grito se concreta en palabras: 
             "Salgo, sí. Me has vencido. Pero me vengaré. Tú me echas a mí, pero tienes un demonio a tu lado y en ese entraré para poseerle, invistiendole con todos mis poderes. Y no habrá orden tuya que me le arrebate. En todo tiempo, en todo lugar, me engendro hijos. Yo, el autor del Mal. Y como Dios se ha generado por si mismo, yo por mi mismo me genero. Me concibo en el corazón del hombre, y este me da a luz, da a luz un nuevo Satanás que es él mismo, y yo exulto, ¡exulto de tener tanta prole! 

       Tú y los hombres, siempre encontraréis estas criaturas mías que son otros idénticos a mí. Voy, Cristo a tomar posesión de mi nuevo reino, como Tú quieres, y te dejo ese trapo de hombre maltratado por mí. Por este que te dejo, limosna de satanás a Ti, Dios, me tomo ahora mil, diez mil y los encontrarás cuando seas un sucio harapo de carne, arrojado como escarnio a los perros; y tomaré otros, en el transcurso de los siglos, millares y millares, para hacer de ellos mi instrumento y tu tormento.

             ¿Crees vencer alzando tu Signo? Los míos lo echarán abajo y yo venceré... ¡Ah! ¡No, no te venzo! ¡Pero te torturo en Ti y en los tuyos!...".
            [...] Pero Jesús, que se ha agachado a tomar la mano del hombre caído, se vuelve, y dice: "¡Venid. No temáis!". Temerosa, la gente se acerca. "Está curado. Traed una túnica". Uno sale a la carrera.
         El hombre vuelve en sí poco a poco. Abre los ojos y encuentra la mirada de Jesús. Se sienta. Con la mano libre se seca el sudor, la sangre y la baba, se echa hacia atrás el pelo, se observa. Se ve desnudo delante de tanta gente y se avergüenza. Se acurruca y pregunta: "¿Qué ha sido? ¿Quien eres? ¿Por qué estoy aquí desnudo?".

              "Nada, amigo. Ahora te traerán ropa y volverás a tu casa".
              "¿De donde vengo? ¿Y tú de dónde vienes?. Habla con voz de enfermo, cansada y blanda.
                "Vengo del mar de Galilea".
              "¿Y como me conoces? ¿Por qué me socorres? ¿Como te llamas?".

                Llegan algunos hombres con una túnica. Se la ofrecen al hombre que ha recibido el milagro, y llega una pobre vieja llorando y aprieta el curado contra su corazón.
                  "¡Hijo mío!"
                  "¿Mamá! ¿Por qué me has dejado tanto tiempo?".
                La anciana llora más fuerte y le besa y acaricia. Quizás iba a decir otras palabras, pero Jesús la domina con sus ojos, y le inspira otras, más compasivas: "¡Has estado muy enfermo, hijo mío! Alaba a Dios que te ha curado, y a su Mesías, que ha obrado en el nombre de Dios".
                  "¿Este? ¿Como se llama?"
                  "Jesús de Galilea. Pero su nombre es Bondad. Besale las manos, hijo; dile que te perdone por cuanto has hecho o dicho.... Cierto que has hablado estando... ".
              "Sí, ha hablado estando con fiebre" dice Jesús para detener las palabras imprudentes. "Pero no era él el que hablaba, y Yo no soy severo con él. Sé bueno ahora. Sé continente". Jesús recalca la palabra. El hombre baja la cabeza confundido.
              
             Pero lo que Jesús ahorra, no lo ahorran los ciudadanos ricos que ahora ya están cerca. Entre ellos están los indefinibles fariseos. "¡Te ha ido bien! ¡Suerte la tuya, que has encontrado a este, amo de los demonios!".
               "¿Endemoniado yo?". El hombre está aterrorizado.
        La vieja reacciona: "¡Malditos! ¡Sin piedad ni respeto! ¡Víboras odiosas y crueles! Y tú también, inútil ministro de la sinagoga. ¿Amo de los demonios el Santo?".
             "¿Y quien quieres que pueda tener poder sobre ellos si no su rey y padre?".
               "¡Sacrílegos! ¡Blasfemos! ¡M... !".

             "Silencio, mujer. Sé feliz con tu hijo. No impreques. A Mí no me causa preocupación ni afrenta. Id en paz todos. A los buenos, mi bendición. Vamos, amigos".
               "¿Puedo seguirte?". Es el curado el que habla.
            "No. Quédate. Sé testimonio Mío y alegría para tu madre. Ve".
           Y, entre gritos y aplausos y cuchicheos de burla, Jesús atraviesa parte de la Ciudad para luego entrar de nuevo en las sombras de los árboles que están a lo largo del río.
              Los apóstoles se pegan a Él. Pedro pregunta: "¿Por qué, Maestro el espíritu inmundo ha opuesto tanta resistencia?".
                 "Porque era un espíritu completo".
                 "¿Qué quiere decir esta palabra?".
            "Escuchadme: Hay quien se da a Satanás abriendo una puerta a un vicio capital. Hay quien se da dos veces. quién tres, quien siete. Cuando uno ha abierto el espíritu a los siete vicios, entonces entra en él un espíritu completo. Entra Satanás el príncipe negro".
                  "Ese hombre, joven todavía ¿Como podía estar poseído por Satanás?".
                    "¡Oh! ¡amigos! ¿Sabéis por qué sendero viene Satanás? Tres son las vías generalmente holladas, y una no falta nunca. Tres: la carnalidad, el dinero, la soberbia de la mente. La carnalidad es la que no falta nunca. Emisaria de las otras concupiscencias, pasa sembrando su veneno y todo florece con floración satánica. Por eso os digo: "Sed dueños de vuestra carne". Que sea este dominio el comienzo de cualquier otro dominio, de la misma forma que esta esclavitud es el comienzo de cualquier otra. El esclavo de la lujuria se hace ladrón y tramposo, cruel, homicida, con tal de servir a su ama. La misma sed de poder está emparentada con la carne.

 ¿No os parece así? Así es. Meditad y ved si me equivoco. Por la carne Satanás entró en el hombre, y feliz si puede hacerlo, por la carne entra de nuevo; él, uno y septipartito, con la proliferación de sus legiones de demonios menores".
           María de Magdalá, Tú lo dijiste, y ciertamente eran demonios de lujuria. Y, sin embargo la liberaste con mucha facilidad".
                 "Sí, Judas, es verdad".
                 "Y entonces?".
                "Y entonces - dices - mi teoría se viene abajo. No, amigo. La mujer quería ya ser liberada de su posesión. Quería. La voluntad es todo