MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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viernes, 28 de junio de 2013

LA VICTORIA DE PAVÍA SE OBTUVO GRACIAS A LA INTERCESIÓN DE SAN JOSÉ



EL DESASTRE FRANCÉS DE PAVÍA
CARLOS V CONTRA FRANÇOIS PREMIER

             François Premier Roi de France et de Navarre 



        Me alegró la noticia de que el Papa haya introducido en las oraciones la memoria de San José, no me explico como no se hizo antes, la Iglesia perdió así muchas gracias que podría haber obtenido por su intercesión.

       El mundo actual admira a los elementos de una gran elocuencia y de un gran poder mediático, porque el mundo material necesita ver, oír y tocar para creer y se deja seducir por las apariencias. Pero el mundo espiritual actúa de una manera bien distinta, ya que lo que sostiene a la Iglesia es el mundo contemplativo, dedicado a la oración y a la alabanza a Dios.

           San José representa a ese mundo espiritual, por su manera de ser, mereció ser el protector de la Sagrada familia, y de todas las familias del mundo, solo se necesita implorar su ayuda y protección para experimentar su poder que se extiende a toda la Santa Iglesia que es la familia de Dios.




El Invicto Emperado  Carlos V, vencedor de los Ejércitos Protestantes
alemanes en la batalla de Mulberg


          En el link, publicado al final del Comentario, que he descubierto hace poco, se revela un hecho histórico: El Emperador Carlos V, imploró y obtuvo la protección de San José en la Gran victoria sobre Francisco I, que mantuvo prisionero en Madrid durante un año. El Rey de Francia, era aliado de los turcos, enemigos acérrimos de la Cristiandad, y cosechó una aplastante derrota.

             San José es el Santo que, para el alma que tiene la suerte de serle devoto, es agraciada por él en todo lo que le pide, lo recomendó Santa Teresa de Jesús, diciendo que el que no la creyera, que haga la prueba, y entonces se dará cuenta de la verdad de su afirmación.

           Siendo San Juan de la Cruz Prior en el convento de los Mártires de Granada, se acercó una persona de aspecto venerable en la Plaza Nueva, a unos hermanos que venían a confesar a las Carmelitas, y les preguntó que por qué no eran más devotos a San José, que él les alcanzaría todas las gracias necesarias, avisado San Juan de la Cruz, les dijo. "Teníais que haberos arrodillado, era San José, este aviso es para mí, que no le soy lo suficiente devoto, pero de ahora en adelante lo seré".






La Batalla de Pavía relatada por el celebre
Escritor francés André Castelot en su libro
Drames et Tragédies de l´Histoire de France

1ª/ Preparativos



        Asomada fuera de su carruaje, Madame de Saboya-Louise, Duquesa de Angoulême, madre del rey Francisco 1º - el corazón palpitando, con un nudo en  la garganta, no cesa de atizar a los conductores:
               - ¡Más deprisa!
              Pero las mulas del carruaje no pueden trotar más deprisa…
                 En ese comienzo del mes de Octubre de 1.524, Madame de Saboya desciende por el valle del Ródano “a grandes jornadas, todo lo que se puede”, su hijo está en Aix- en-Provence y se apresta a cometer la locura de cruzar otra vez las montañas, para alcanzar su Ducado de Milán que Bonnivet perdió en combate, al comienzo de este mismo año, a pesar del heroísmo de caballero Bayard. ¡Los Imperiales han sido los más fuertes! Pero el vencedor de Marignan, teniendo vergüenza de mandar a otro en su lugar, quiere hoy colocarse a la cabeza de su ejército. Al ver a los franceses atravesar los Alpes, ¡Que sorpresa se van a llevar las tropas del Emperador Carlos, que se han atrevido a instalarse  en su hermoso Ducado de Milán, el cual es tan querido del corazón del rey François. ¿No está acaso en su casa? Su tío, Orleáns no había heredado el Milanés a la muerte de su madre Valentine Visconti? Y el rey de Francia - mi hijo François que es todo francés”, decía Louise - ¡está obsesionado por esa herencia!
                  ¿Pero no es obrar como un novato, el abandonar hoy el Reino de Francia que está en tan grave peligro? Después de la traición del siniestro condestable de Bourbon, el último feudal, es media Europa que se apresta para “llevar la guerra en las entrañas de Francia”, el Rey hallándose fuera de su Reino con todas sus fuerzas, “sin culpa alguna”, está claro que Francia será “despedazada” ¡antes de poder socorrerle!
                  ¡Qué locura! ¿Llegará Louise a tiempo para evitar que su hijo lo pierda todo por su culpa?
                     ¡Le “romperé” su viaje!
                  El año pasado los Imperiales se habían adentrado en Champaña y los ingleses habían amenazado Paris. ¡Se había visto abrir trincheras del lado de la Porte Saint-Honoré! ¿Acaso, el año 1.525 verá el desmembramiento de Francia, planificado por el felón de Bourbón? Picardia, Ile-de-France, y París entregados al inglés, ¡Borgoña para Carlos V! ¡Poitou, Champagne y Provenza entregados a Bourbón! ¡El reino descuartizado! Y ya se había podido ver al condestable poner sitio a Marsella, después de haber tomado todos los pueblos desde Vence hasta Brignoles, incluyendo Frejús y Draguiñan! Pero habiendo resistido Marsella, Bourbon se vio obligado a levantar el sitio -  el 29 de Septiembre - y a replegarse con toda prisa hacia Italia.
                 La buena noticia había sido entregada a Madame Louise, cuando repostaba en Vienne. Los Imperiales con “sus pobres pies todos agotados y arañados” volvían a cruzar toda la Provenza, dirigiéndose a toda prisa hacia el puerto de Tende, mientras que Madame Louise, sin temor a los saltos y sacudidas, desciende al trote rápido de sus mulas hacia Avignon.
                  - ¡De prisa, de prisa!
                Pero Bourbon ha vuelto a Italia, y va a unir sus fuerzas a las de los imperiales y Madame d´Angoulême se da aún más prisa. En Pont-Saint-Esprit en donde François tenía que presentarse delante de su madre, no apareció. ¿Lo encontrará en Avignon? ¡Madame Louise lo desea con todas sus fuerzas!
                 ¡Pero desconfía de su “César”! ¡Hace ya muchos años que ha temido por su trono! Y esto, desde el día en que una extraña noticia había sobresaltado su pequeña corte de Cognac: El joven rey Charles había tropezado con la cabeza al pasar por una puerta muy baja del castillo de Amboise y había muerto. ¡Bendita puerta baja!, gracias a ello, su primo el duque de Orleáns se proclamaba rey y François, el heredero de la corona, ¡el Delfín de Francia! ¡Ah, que maravillosa mañana de Abril! ¡Nunca la primavera de Angoulême había sido tan radiante! Pero su alegría duró poco: El Invierno siguiente, Louis repudiaba a Jeanne la estéril para casarse con Anne la fecunda. ¿Y entonces?.. ¿Que había sido de su vida?    

       ¿Cuantos sufrimientos la bretona le había causado con sus perpetuos embarazos, proclamados a bombo y platillo por todo el reino? Para que Dios otorgara un varón a la reina, en todas las Iglesias de Francia, se elevaban oraciones al cielo, como en Saintonge, el humo de las hogueras en el mes de Septiembre. Ocho veces creyó que el trono se le iba a escapar a su hijo. Pero ocho veces también la alegría la había colmado. Hembras - hembras o cadáveres - he aquí todo lo que la reina Anne había podido ofrecer a Francia, llena de ansiedad. Cuando la noticia que le aliviaba su alma le era anunciada en Cognac, Louise podía otra vez fijar su mirada en su “Cesar”, el corazón lleno de esperanza.
                Por fin hace pronto diez años, François había podido subir al trono. ¡1.515! ¡El año de la victoria de Marignan! ¡Una fecha que resuena alta y clara! Pero en el día de hoy, que el Reino está en tan grave aprieto, ¿Su hijo lo perderá todo?
                El 5 de Octubre, Louise alcanza por fin Avignon. Una noticia sobrecogedora la espera. Una noticia que la deja sin aliento. La misma víspera, empujado por Bonnivet, el vencido del año pasado, el rey François después de haber  arengado a sus tropas, dejó Aix y se dirigió a marchas forzadas hacia Briançon…¡Porque no hay que perder tiempo! ¡Es menester llegar antes que Bourbon y los imperiales. Llegar a Milán antes que ellos! ¡Esas son sus órdenes! Charles Terrase lo ha demostrado: El Rey se ha dejado llevar por su mal genio, y su marcha se parece a una retirada. ¡El Rey de Francia huye de su madre como un escolar, para no recibir el azote que se merece!
              La artillería de Galiot de Grenouillac franqueó las montañas “de nieve revestidas”, y el puerto del Monte Genevre, contempló el paso de los pesados cañones de bronce marcados con la salamandra. Todo el ejército se dirige a Torino, Se compone de catorce mil suizos, seis mil mercenarios alemanes llamados lansquenets, diez mil hombres de a pié y mil quinientos infantes - y François, lleno de orgullo, que se cree rejuvenecido de diez años. El rey contempla el extraño espectáculo: Ese torrente de hombres y de caballos revestidos de hierro, ¡Toda ese río que desemboca de los altos valles, y se dirige hacia la vega!
            Carlos de Lannoy ese belga-español, ese virrey de Nápoles, que está al mando del ejército de Carlos V, se encuentra en Milán, pero los milaneses, que en un cuarto de siglo, han cambiado doce veces de amo, se niegan a entrar en combate; les parece más sencillo mandar al rey de Francia las llaves de su ciudad, se intercambia algunos arcabuzazos para salvar el honor, en la puerta de Verceil y solo le queda a Lannoy abandonar la plaza. Se dirige hacia Lodi, pero François “muy mal advertido” se niega a perseguirlo. ¿Por qué no trata de destruir a los Españoles de Lannoy que solo piensan en volver a reencontrar el dulce cielo de Nápoles. Entonces, al rey le bastaría con atacar a las tropas de Bourbón, las cuales en ese momento “están tirando sus armas en las cunetas por no poder ya sobrellevarlas”? En esa misma tierra milanesa, cerca de tres siglos más tarde, un general republicano - Bonaparte - sabrá batir una tras otra a las tropas enemigas e impedir su unión…

       2ª/ Parte Los preparativos de la batalla

                   El destino conduce al Rey François hacia una ciudad de más de 1.000 torres, torretas y campanarios, se trata de la vieja Capital Lombarda, la antigua Ciudad de Teodosio el Grande  y de Federico Barbarroja, que le perteneció hace diez años: Pavía asentada en la ladera izquierda del Tesino y fuertemente defendida por los Españoles.
                  El 6 de Noviembre, los grandes cañones de Galiot abren fuego contra la Ciudad, en donde está atrincherado el enérgico y valiente capitán Antonio de Leyva al mando de cinco mil Lansquenets, cuatrocientos españoles y doscientos lanceros. El día 9, los franceses inician el asalto, pero los defensores repelen el ataque y solo queda poner el sitio ante Pavía, "la bien amurallada". Es precisamente ante esas murallas que el rey, el Bastardo de Saboya, el desgraciado de Bonnivet y el grueso del ejército instalan el campamento formando un grán semi-circulo que va desde la Abadía de San Pedro al Norte, hasta la de San Lanfranc al Oeste.
               Mujeres públicas, vendedores, avitualladoras acuden enseguida. Se forma una Ciudad improvisada que se levanta en la vega frente a Pavía. François va a alojarse en la abadía de San Pablo. Hacia el Sur, el Rio Tesino baña las altas murallas de la Ciudad, mientras que una imponente fortaleza- el castillo- proteje a la Ciudad por el Norte. Montmorency y sus lansquenets se instalan aguas arriba, en la Barriada de San Antonio, situada en una grán isla del Tessino. Las colinas en el meandro de la Vernacola - un riachuelo de pronunciadas laderas - están ocupadas por Jacques II de Chavannes, el valiente marqués de la Palice. El Duque de Alençon, cuñado del Rey, acampa en el Castilllo de Mirabello cuyo parque está rodeado de murallas; es una antigua casa de campo en donde los Sforza "les gustaba venir para ver el pasatiempo de las bestias".
                Se toman los cuarteles de Invierno y las semanas trancurren apaciblemente...Se rompe la monotonía por la llegada de 8.000 suizos del Cantón de los Grisones que vienen a ponerse a las órdenes del Rey. Se observa también una mañana de Enero, el desembarco en el Campamento, de una embajada Turca, con vestidos relucientes. Un espectáculo semejante no se observa todos los días, pero lo que rompe la monotonía, es ver atravesar entre las tiendas carros cargados con balas de cañón, de pólvora y también de sacos repletos de escudos de oro, préstamo del Duque de Ferrara. también se asiste a la partida de 10.000 hombres que François envía hacia el Reino de Nápoles. Se trata de una astucia de guerra, para que los imperiales se lancen en su pesecución. Lannoy está deseoso de hacerlo, y por poco cae en la trampa, pero el Marqués de Pescaire, el más astuto de los Generales de Carlos V se opone.
                        ¡Ud. renuncia a una corona, para ganar un sombrero de Duque, es un cambio de poco provecho!
                     Pescaire tiene razón, ¡Las tropas acantonados en Lodí, tienen otras cosas en que pensar! Muy pronto - el 3 de Febrero - llegarán para reforzar a Pavía seis mil italianos, trece mil alemanes, tres mil españoles, ochocientas lanzas, mil jinetes de caballería ligera, que van a acampar a menos de una milla de la cabeza del ejército francés. Están tan cercanos, que se oyen las cornetas y los tambores de un campamento a otro. Atrapado entre la Ciudad y los soldados de Bourbon, de Pescaire y de Lannoy, François de sitiador se convierte en sitiado.
                      Pero ¿Que harán los Imperiales?
                 "Según la opinión  que siempre tuve de ellos, escribe François a su madre, creo que la última cosa que nuestros enemigos harán, será entrar en combate, ya que en verdad, nuestras fuerzas son muy superiores a las suyas..."
                  El orgulloso François se equivoca, la pequeña diferencia que existe entre los dos ejércitos está a favor de los Imperiales desde la retirada de los 6.000 Grisones, desorganizados a raíz de la grave herida sufrida por su jefe, Juan de Medecis - un arcabuzazo le destrozó la mitad de la rodilla.
              Cada día las escaramuzas se suceden y el Rey "apenas tiene tiempo de oír misa antes de subir a caballo".
               La situación es insostenible, François reúne a sus consejeros. ¿Que hay que hacer? ¿Atacar? ¿Poner fin a ese interminable sitio? Bonnivet opina que sí, pero La Tremoille se rebela:
               -Sire, ¡ el verdadero honor de la guerra es el triunfo. Nunca un fracaso se justifica por un combate!
              François menea la cabeza. Una derrota parece imposible: ¡Los soldados del felón de Bourbón y los imperiales de Lannoy "no se atreverán a iniciar el combate!" 
              En ese mismo momento - era el 23 de Febrero - los Generales enemigos están ellos también reunidos en consejo y muy pronto llegan a un acuerdo: "Darán batalla" la mañana siguiente, 24 Febrero, fiesta de San Matías y aniversario de Carlos V. ¡Que hermoso regalo para los 25 años del jóven Emperador: Liberar a Pavía y aniquilar el Ejército francés! Pero absolutamente nadie llega a imaginar lo imposible: ¡hacer prisionero al rey François!
                  Y el día siguiente verá el desastre de Pavía y el primer día de la cautividad de un Rey de Francia.
                  Dos horas antes del amanecer,  los españoles, "vistiendo cada uno una camisa blanca sobre sus armaduras", para así poder reconocerse entre ellos, se dirigen hacia el parque de Mirabello y empiezan a socavar las murallas para poder practicar en ellas grandes brechas. Muy pronto, tres mil Arcabuceros y cuatro mil Lansquenets "apoyados por dos fornidas tropas de infantería en las alas", se apoderan del parque que está muy mal defendido por las tropas del Duque de Alençon. Desde allí, los atacantes pueden cortar la retirada de las tropas de François hacia Milán, y prestar ayuda a Antonio de Leyva, cuyas tropas hambrientas esperan su liberación en el castillo de Pavía.
                   En el campo francés, se toca la alarma. Cornetas y tambores llaman a la tropa. los soldados "tienen que presentarse de inmediato a sus estandartes y a los emplazamientos que se les indica por la presencia de Bourbón", en el campo de Mirabello.
                   El sol se levanta. Los ejércitos están enfrentados. Los Lansquenets y los 2.000 suizos que permanecieron fieles inician la "batalla" del Rey, ocupa el centro de la línea la Palice está a la izquierda del ejército Real en órden de combate. Alençon, que no pudo defender Mirabello, se encuentra a la derecha "Teníais que haberlos visto luchar con valentía"
                      Pero antes del choque se da la palabra a la artillería. Los cañones españoles están mal emplazados, y las grandes balas de cañón pasan rugiendo por encima de las líneas francesas. Mientras que los cañones de Galiot de Grenouillac hacen "tan gran abundancia de tiros que se veían volar por los aires los arneses de los enemigos, cabezas y brazos de gente de a caballo y de a pié, pareciendo que había pasado un rayo". Pronto se oye gritar: "¡Victoria!, ¡Victoria! la alegría hace palpitar a los corazones de los franceses. El Rey asiste a la escena a caballo, revestido de su pesada armadura, con una pluma blanca en el casco, "Armado en órden triunfante", la enseña de las armas de su casa Real ondeando al viento, teniendo a su lado el heraldo Real con su corneta. Ya están los Lansquenets enfrentados.....

                             3ª Parte el desenlace

                          ¿Qué ocurre entonces?
                     ¿Porqué François, llevedo por una furiosa ganas de combatir, decide abandonar su "ventaja" y atacar a su enemigo atrincherado? Al imaginarse que sus enemigos se retiraban en desbandada, quizá se imaginó que la victoria estaba a su alcance y que era conveniente lanzar a su caballería, liderándola él mismo, pero los cañones de Galiot, si no quieren disparar sus balas sobre el Rey y su "batalla", tienen que enmudecer. Un nudo en la garganta, sobrecogidos por el pánico, ven a los caballos pertrechados desfilar entre ellos y los españoles. Trás la caballería, los infantes de a pié, corren a todo tren, sin lograr alcanzar a los poderosos corceles, cuyo pesado galope levanta una densa polvoreda. El gran comandante de la artillería real y sus subordinados se han vuelto meros espectadores de un intrincado cuerpo a cuerpo.
             A Pescaire, se le ocurrió la idea de colocar arquebuceros entre la caballería. Bien protegidos, dan siempre en el blanco.
              Los primeros, los Suizos, hostigados por los lansquenets de Bourbón, empiezan a ceder, se refugian entonces trás las empalizadas protegidas por la artillería de Galiot. Bourbón se vuelve entonces contra la Palice que está encontrando serias dificultades para contener a Antonio de Leyva y a la guarnición de Pavía. Con su caballo muerto a sus piés, el mariscal sigue combatiendo a pié con furia, a pesar del peso de su armadura. Finalmente, el viejo soldado, se era viejo entonces con cincuenta y cinco años - tiene que rendirsa al Capitán Castaldo. De pronto apareció el "bruto español" Butarzo que lo mata cruelmente de un arcabuzazo disparado a quemarropa sobre la coraza. La Palice entregó el alma.           
                ¡Unos minutos antes, atacaba a brazo partido con la espada!

                    

El Señor de la Palice ha muerto
Muerto ante Pavía
Un cuarto de hora antes de ser muerto
Aún estaba con vida

                          Entiéndase: "lleno de valentía"....
                 El Rey, en el centro de su cuartel venido a menos, combate encarnizadamente, sin tregua arremete y con la lanza, atraviesa a los enemigos que lo rodean por doquier.
                 ¡Victoria! ¡Victoria! claman los Imperiales y los buitres empiezan a sobrevolar el campo de batalla, esos malditos devoradores de cadáveres poseen un sentido agudo de la estratégia...¡Mucho antes que los combatientes, saben que el combate llega  a su fin!
                ¡El pánico se apodera de los vencidos!
                El Duque de Alençon y su caballería abandonan la vega, atraviesan el Tesino y hacen saltar el puente detrás de ellos. Los suizos corren por el camino que lleva a Milán, a pesar de los insultos de su Jefe - el valiente Diesbach - al que solo le queda volver al campo de batalla para morir.
               Pero un heraldo tocando el cuerno, allá, parece pedir socorro. ¡Es la llamada de auxilio del Rey! Los caballeros tratan de acudir para acercarse a su penacho de plumas blancas para socorrer a su amo, pero François está rodeado de enemigos. "No hay memoria de mas gran valentía de Príncipe, ni de mayor resistencia". Bonnivet desesperado, que había tratado de unirse a los Suizos que se escapaban, busca él también la muerte, se le oye murmurar:
                  "¡No podría sobrevivir a este gran desastre y distracción, hay que ir a morir en la contienda!"
                   ¡Y se  deshace de su yelmo para morir más pronto!
                  El heraldo con el cuerno, llama sin descanso. ese sonido particular es conocido por todos. Es un largo y agudo lamento, que atraviesa de una punta a otra todo el campo de batalla. Pero ¿Como ir a socorrer el Rey? por todas partes, la hermosa sangre de Francia se derrama. Yá yacen en el suelo el Bastardo de Saboya, La Tremoille, que tiene setenta y cinco años, Gallias de Saint-Sévèrin, François de Lorraine, los hermanos de Amboise y muchos más. En cuanto al Mariscal de Foix, se hizo llevar moribundo a casa de su bella amante, la Marquesa de Scarfafione.
                    Y el heraldo real sigue llamando...
                    François combate ahora a pié, su caballo murió. Con el pesado mandoble en la mano, se defiende con la energía de la desesperación. Muy pronto no queda ni un solo francés a su lado. El sonido del cuerno se apaga. François, "agotado y sin aliento" se encuentra solo ante la muerte.
                   Infantes de a pié y arcabuceros españoles lo rodéan. Estos prefieren matar al Rey antes de que sus vecinos se apoderen de él. François está herido en el rostro. Bajo su yelmo corre la sangre, mezclada con el sudor. Se tambaléa, una segunda herida le alcanza la pierna. Son los lansquenets de Bourbón que atacan ahora. ¿Rendirse a su desleal  perjurador? ¡Mejor la muerte! De repente, entre las rajas de su yelmo, a través de la sangre que lo ciega, François nota la presencia del Virrey, entonces levanta la visera de su yelmo, y como señal de sumisión, entrega su guante a Lannoy.

          Pero alrededor del Virrey, es el alalí. Napolitanos y arcabuceros españoles entran en lidia. Todos quieren ser los primeros en apoderarse del Rey de Francia. François tiene que esconderse en un silo de remolachas para escapar a la turba, saldrá de ahí cuando Lannoy haya podido restablecer el órden. El Rey se desviste de los restos de su armadura. Tiene las tres cuartas partes de su cuerpo desnudo y ensangrentado.
                  -Sire, pregunta Lannoy, ¿Está Ud. herido?
                  -¡No...no es nada! 
                El Virrey le coloca a su prisionero un gorro de terciopelo, y hace traer una jaca - un caballito - para el Rey y en ese atuendo, el desgraciado tiene que atravesar todo el campo de batalla en donde yacen los cadáveres ensangrentados de sus compañeros de armas, esos hombres que han preferido la muerte a la retirada. François - reprimiendo las lágrimas - reconoce los cuerpos de Bonnivet, de Bussy d ´Amboise, de François de Lorraine, de La Tremoille, del Conde de Toulouse-Lautrec, de Laval de Bretagne, de Claude de Longueville y de tantos otros...el Duque de Bourbón, al ver al Rey, se apresura a bajar de su caballo y se inclina ante él. Dentro de un momento, en la Abadía de San Pablo, cuando el Rey tome su primera comida, lo servirá con honor.

                     François, antes de comenzar en Madrid una cautividad que durará más de un año, queda encerrado en el castillo de Pizzighettone, en donde hace penitencia, ayuna y reza.
                      El Martes 25 de Febrero, "alrededor de media noche", dos correos a caballo llegan a Lyon y llaman a la puerta del puente del Ródano.
                       -¡Abran al correo de Italia!
                  Se apresuran para ir a despertar a los consejeros que custodian las llaves de la puerta. Unos segundos más tarde, el puente levadizo se baja lentamente, los dos mensajeros - Montpezat y Adríen - espolean a sus agotados corceles, atravesando el puente de madera, galopan a toda prisa hacia el claustro de Saint-Just en donde Madame Louise, regente de Francia espera, angustiada.
                 "Madame, para avisaros como se encuentra el resorte de mi infortuna, le diré que de todas las cosas solo me queda el honor y la vida y para que todas esas noticias os sirvan de alivio, he rogado para que me dejen escribiros."
                  "No hay que preguntar en que estado de pena, lloros y lamentaciones se hayó la dicha buena mujer, madre del rey, después de conocer la triste noticia de que su muy querido, solo y único hijo, estaba puesto bajo las órdenes de su vasallo y de su gran enemigo.  Los Consejeros de la Regente tratan de razonarla "para hacerle ver que esos llantos y lamentaciones no le servirían de nada", pero por toda respuesta, les enseña "los lagrimones que caen de sus ojos en abundancia" y les suplica de tomar en sus manos el gobierno del Reino.
                  - ¡Ya que de mí, estoy tan abatida por las noticias tan desgraciadas, que a duras penas sé donde me encuentro!
                 "La carta cayó en las rodillas de Louise, escribe Madame Paule Henry-Bordeaux en su hermoso libro, por las ventanas en donde el alba se deslizaba, ella adivina el cielo sombrío, el claustro gris, la sombra de los altos muros, las recias torre de vigía que la tranquilizan. Mas allá, la Ciudad descansa apaciblemente. Los lyoneses desconocen aún el nombre de Pavía."
               Se la adivina interrogando a los mensajeros para enterarse de la magnitud de la catástrofe. ¡En su última carta, el Rey parecía tan seguro de su victoria!
                    Tengo buena seguridad, Madame, le había escrito, de ocupar muy pronto Pavía. He tomado todas las medidas, estoy aprivisionando  y he pagado a mis hombres de guerra, no quiero nada que no sea el Estado de Milan y el Reino de Nápoles...

                      Y hoy está vencido, hecho prisionero, habiendo perdido todo salvo el honor............

lunes, 24 de junio de 2013

EL MARTIRIO DE SANTA INÉS EN DIRECTO

Santa Inés Virgen y Mártir




          En este mundo cada vez más hedonista, que busca a toda costa el placer y el dinero, verdadero dios de este mundo, y en donde todo es bueno para alcanzar esa meta: El engaño, la explotación, el robo, el crimen y otros abusos, que se producen siempre hacia los más débiles, por esa razón, nacen tanta soberbia, tanto odio, tanta envidia y tanto sufrimiento.

              Casi todo el mundo vive como si no existiera un más allá, un Juicio final en donde vamos a comparecer todos, ante el ojo escudriñador de Jesús, y en donde se nos va a pedir cuenta hasta de las palabras vanas que hemos pronunciado.

               En contraposición aparece la imagen de los Santos, los cuales viven y mueren con amor hacia el prójimo, incluso hacia sus verdugos, y enemigos y desean ardientemente la muerte para reunirse con su Creador en su Santo Reino de Paz, de Justicia, de Amor, de eterna felicidad.

            Esa noción del Reino de Dios, es  de unas características tales, que aunque no lo hayan visto, Dios le ha infundido un conocimiento tal en sus almas que, sin saber como ni porqué, tienen un deseo tan ardiente que quieren morir cuanto antes, para fundirse con el Abismo de Amor y de Felicidad eternas en el Paraíso de Dios. 
   
            Y esa misma ciencia infusa, locura para el mundo, también les comunica la plena certeza que la sangre derramada les otorgará la Gloria Eterna.


             DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA        
                  Dictado del 13 de Enero

         Dice Jesús:     

       “Está dicho: Dios porque amó infinitamente el hombre, lo amó hasta la muerte.

            Los mas verdaderos entre mis adeptos no son y no han sido diferentes de su Dios y siguiendo su ejemplo y para su gloria, a Él y a los hombres han prodigado un amor inconmensurable que va hasta la muerte.


                 Ya te he dicho que la muerte de Inés tiene, como la de Teresa, un único nombre: amor. Ya sea la espada o la enfermedad la causa aparente de la muerte de estas criaturas, que supieron amar con esa “inmensidad” perfecta de Dios, el único y verdadero agente es el Amor.
                Una sola palabra bastaría como epígrafe para estos “santos” míos. La que se usa para Mí: “Dilexit”. Amó. Amaron la adolescente Inés y la joven Cecilia, amó la fila de los hijos de Sinforosa, amó el tribuno Sebastián, amó el diácono Lorenzo, amó Julia, la esclava, amó el maestro Casiano, amó el carpintero Rufo, amó el Pontífice Lino, amó el cándido cuadro de las vírgenes, el tierno prado de los niños, la dulce fila de las madres, la viril de los padres, y la férrea cohorte de los soldados, y la sacerdotal procesión de los Obispos, de los Pontífices, de los Clérigos, de los Diáconos, amó la humilde multitud de los esclavos, doblemente redimida.

           Amó esta, mi purpúrea corte, que en medio de los tormentos profesó mi doctrina. Y amaron, en épocas mas serenas, los innumerables consagrados de los claustros y los cenobios, las vírgenes de todos los conventos y los héroes del mundo que, aún viviendo en el mundo, supieron hacer que el amor fuera clausura para el espíritu, de modo que este viviera amando únicamente al Señor, por el Señor y a los hombres, a través del Señor.

            Amó, esta pequeña palabra que, sin embargo, es mas grande que el universo porque en su brevedad encierra la fuerza más fuerte de Dios, la característica mas característica de Dios, el poder mas potente de Dios; esta palabra – cuyo sonido ultraterreno define una vida ya vivida, colma de si todo lo creado y estremece de admiración a la humanidad y de júbilo a los Cielos – es la llave que abre, el secreto que explica la resistencia, la generosidad, la fuerza, el heroísmo de tantas y tantas criaturas que, por edad o ambiente familiar o posición social, parecían las menos adecuadas para tal perfección heroica.

          Pues si no causa estupor que Sebastián, Alejandro, Mario, Expedito, por Cristo hayan sabido desafiar a la muerte, así como habían sabido desafiar por César, causa estupor que seres apenas adolescentes, como Inés, o madres amorosas, hayan sabido despojarse de la vida entre tormentos y hayan aceptado, como primer tormento, el de desprenderse del abrazo de los parientes y de los hijos, llevados por el amor hacia Mí.

             Mas a la generosidad humana y sobrehumana del mártir del amor corresponde la generosidad divina de Dios de amor. Yo soy  El que da fuerzas a estos héroes Míos y a todas las víctimas del martirio incruento pero prolongado y no menos heroico. Yo me convierto en fuerza dentro de ellos. Yo soy el que infunde fuerzas a la adolescente Inés como al viejo decrépito; a la joven madre como al soldado; al maestro como al esclavo; y a lo largo de los siglos, a la que vive en el claustro, como al estadista que muere en la fe, a la víctima ignorada como al adalid del espíritu.

                     No encontraréis en el fondo del corazón de estos mártires y en sus labios mas que esta preciosidad y este sabor: “Jesús”. Yo, Jesús, estoy allí donde irradia la santidad y se difunde la caridad”.

           Es medianoche, Jesús acaba de dictarme este trozo, que asocio a mi visión de esta noche.
               Desde esta mañana resonaba en mi corazón la frase: “Dios porque amó infinitamente el hombre, le amó hasta la muerte". Hasta tal punto  me la repetía, que he revisado todo el Nuevo Testamento para encontrarla. Pero no la he encontrado. O se me pasó o no está allí.

                Casi cegada por el cansancio, me he cansado a suspender la búsqueda, convencida de que Jesús hablaría seguramente de ese tema. Y no me he equivocado. Pero antes de hablarme de ello, mi Señor me ha ofrecido  una dulce visión y albergándola en mi corazón, me he abandonado a mi consabido…. descanso; luego cuando he vuelto a estar entre los vivos, le he encontrado de nuevo con la tersura del primer momento.

                     Me parecía distinguir un especie de pórtico (quizás un peristilo o un foro), un pórtico de la antigua Roma. Lo llamo “pórtico” porque había un hermoso piso de mármol y columnas de mármol blanco que sostenían un techo abovedado, decorado con mosaicos. Puede haber sido el pórtico de un templo pagano o de una casa romana, o la Curia o el Foro. No lo sé.

                    Contra la pared había un especie de trono, formado por un estrado de mármol sobre el que se erigía un sitial. En este sitial estaba un antiguo romano, que llevaba una toga. Mas tarde comprendí que se trataba del Prefecto imperial. Contra las paredes había estatuas de dioses, grandes y pequeñas, y trípodes para el incienso. En el medio de la sala o pórtico, no había más que una gran losa de mármol blanco. En el muro que estaba frente al sitial de aquel magistrado se abría el verdadero pórtico y a través de él se veían la plaza y la calle.                              
                    Mientras observaba estos detalles y la fisonomía grave del Prefecto, tres jovenzuelas entraron en el vestíbulo, pórtico, sala, lo que Usted quiera.

                Una de ellas era muy joven, casi una niña. Estaba vestida completamente de blanco: una túnica la cubría por entero pues dejaba ver tan sólo el cuello sutil y las manos pequeñas, con muñecas infantiles. Tenía la cabeza descubierta y era rubia. Iba peinada de modo muy simple, con la raya en el medio y dos largas y pesadas trenzas sobre los hombros. Pesaban tanto los cabellos que le obligaban a inclinar ligeramente la cabeza hacia atrás y esto le daba, sin querer, un porte real. Jugueteaba a sus pies un corderillo casi recién nacido, todo blanco y con un hociquillo rosado como los labios de un niño.

                   Las otras dos jóvenes  estaban detrás, a pocos pasos de ella. Una parecía casi de la misma edad que la primera, pero tenía un aspecto más robusto y rústico. La otra era mayor: habrá tenido a lo sumo unos 16 o 18 años. También ellas estaban vestidas de blanco e iban con la cabeza cubierta, pero su atavío era más humilde. Parecían doncellas de la otra joven, pues guardaban hacia ella una actitud respetuosa. Comprendí que esta era Inés, que la que tenía su misma edad era Emerenciana y la otra no se  quien era.

                Sonriente y aplomada, Inés se dirigíó a la tarima del Magistrado. Y oí el siguiente diálogo:
                “¿Me deseabas? Heme aquí.”.
          “No creo que, cuando sepas el porqué de mi llamado, seguirás definiéndolo deseo. ¿Eres cristiana?”.
                    “Sí, por gracia de Dios”.
        “¿Comprendes lo que puede significar para ti esa afirmación?”.
                 “El Cielo”.
             “¡Cuidado! La muerte es fea y tú eres una niña aún. No sonrías porque no estoy bromeando”.
                 “Yo tampoco estoy bromeando. Te sonrío porque eres el padrino de mis nupcias eternas y te quedo agradecida”.
          “Es mejor que pienses en bodas terrenas. Eres rica y hermosa. Ya hay muchos que piensan en ti. No tienes mas que elegir para convertirte en una patricia feliz”.

                   “Ya he hecho mi elección. Amo al Único que es digno de ser amado y esta es la hora de mis bodas, este es el templo en que han de celebrarse. Oigo la voz del Esposo que viene y veo a su amorosa mirada. A Él le sacrifico mi virginidad para que la convierta en una flor eterna”.

                     “Si te interesa tu virginidad y también tu vida, ofrece sacrificios a los dioses cuanto antes. Así lo establece la  ley”.
                 “Tengo un único Dios verdadero y a Él le ofrezco sacrificios de buenas ganas”.
                     En este momento me pareció que algunos ayudantes del Prefecto daban a Inés un vaso con incienso para que lo vertiera en el trípode que habían elegido, delante de un dios.
                “No son estos los dioses que amo. Mi Dios es Jesucristo, nuestro Señor: y a Él, a quien amo me sacrifico yo misma”.

                      Me pareció entonces que el Prefecto, irritado, ordenaba a sus ayudantes que, visto que desde ese momento se la consideraba rea y prisionera, colocaran las cadenas en los pulsos de Inés, para impedirle la huida o cualquier acto irreverente hacia las imágenes.
                       Mas la virgen se volvió sonriente al verdugo y le dijo: “No me toques. He venido aquí espontáneamente porque aquí me llama la voz del Esposo que, desde el Cielo, me invita a las bodas eternas. No me hacen falta tus grillos ni tus cadenas. Tendrías que ponérmelas solo si quisieras arrastrarme al mal. Y, (quizás) no servirían, porque mi Señor Dios los convertiría en algo más inútil que un hilo de lino en la muñeca de un gigante. No, hermano, tus cadenas no sirven para ir al encuentro de la muerte, del júbilo, de las bodas con Cristo. Te bendigo si  me martirizas. No huyo. Te amo y ruego por tu espíritu”.

            Tan bella, cándida erguida como un lirio, Inés era una visión celestial en la visión…
                El Prefecto pronunció la sentencia, que no logré oír bien. Me pareció que se había producido una interrupción durante la cual perdí de vista a Inés y me distraje debido a las muchas personas que se habían aglomerado en el entorno.

            Luego, volví a encontrar a la Mártir, aún mas bella y gozosa. Ante ella había un trípode y una pequeña estatua de  oro, que representaba a Júpiter: A su lado, el verdugo ya había desenvainado la espada. Probablemente, querían hacer la última tentativa para doblegarla. Más Inés, con una mirada resplandeciente, sacudía la cabeza y con su pequeña mano rechazaba la estatuilla. Ya no estaba a sus pies el corderillo, que ahora se encontraba en brazos de Emerenciana, sacudida por los sollozos.
                  Vi que hacían arrodillar a Inés en el piso, en el medio de la sala, allí donde estaba la gran losa de mármol blanco. La joven se recogió en si misma, con las manos sobre el pecho y la mirada fija en el cielo. Sus ojos, absortos en una dulce contemplación, estaban bañados de lágrimas de gozo sobrenatural. El rostro no había empalecido y en el se reflejaba una sonrisa.

                      Uno de los ayudantes le cogió las trenzas como si se hubiera tratado de una cuerda, con  la intención de tener fija la cabeza. Pero no era necesario.

                     “¡Amo a Cristo!” gritó al ver que el verdugo alzaba la espada; vi que la misma penetraba entre la escápula y la clavícula y hendía la carótida derecha; vi  que la mártir se desplomaba, sin perder la posición arrodillada, hacia el lado izquierdo, como quien se abandona en el sueño, un sueño feliz, porque la sonrisa no se borró en sus labios: solo quedó oculta tras el borbotón de sangre que manaba impetuosamente de la garganta tronchada.

                      He aquí mi visión de esta noche. No veía la hora de estar sola para escribirla y tener el gozo de revivirla en paz.
                       Durante la visión, corrían mis lágrimas  - espero que la penumbra de mi habitación las haya ocultado a los presentes – y yo permanecía con los  ojos cerrados, ya sea porque estaba tan atraída por la contemplación que necesitaba concentrarme, ya sea porqué quería hacer creer que dormía, pues no me gusta que se comprenda…dónde estoy. La visión era tan bella que no logré soportar los trozos de frases comunes y muy terrenas que llegaban a mis oídos y que flotaban como chatarra en medio de la belleza de mi visión. Y por eso dije: “¡Callaos, callaos!”, como si me molestaran los rumores. Pero no era eso. Era que quería quedarme sola para contemplar en paz. Y, en efecto, lo logré.

                      Después Jesús me habló...                    

                       

miércoles, 12 de junio de 2013

CIERTAS DESGRACIAS DE LA HUMANIDAD SIRVEN PARA ALCANZAR LA VIDA ETERNA

La Divina Providencia


"En verdad os digo que la muerte es un don cuando sirve para impedir nuevos pecados y coge al hombre mientras está reconciliado con su Señor”.




          Esta afirmación, para los que niegan la existencia de la Vida Eterna, y de un Juicio de Dios a la muerte de cada ser humano, que lo puede transformar en Hijos de la Luz, y herederos del Cielo, o en hijos de las Tinieblas, y herederos del Infierno para toda la Eternidad, son como lo dice San Pablo una locura, ya que como lo afirma, las cosas de Dios cuanto más subidas, son para ellos más locura, así como las cosas del mundo, cuanto más subidas, son más locura e insensatez para los hijos de Dios.

         En la vida del Santo Cura de Ars, Patrono de todos los Sacerdotes del mundo, relatada por Monseñor Trochú, se puede leer que todos los milagros que hacía los atribuía a Santa Filomena, una mártir del Imperio Romano, cuya existencia parece dudosa, ya que solo se encontró en una catacumba una inscripción con su nombre.

          Cuentan que vino a verle de muy lejos, creo que desde París, una Señorita ciega para implorar su curación, atraída por otros milagros que había hecho el Santo, este le dijo: “Dios puede curarla de su ceguera, pero su Salvación Eterna no sería segura, sin embargo si permanece ciega, tiene asegurada la Vida Eterna”. Naturalmente, la Señorita volvió a París ciega, pero con gran resignación.
         Siendo yo aún escolar en los Maristas, cuando vivía en Francia, contaba un hermano que había venido de Brasil, un hecho ocurrido en ese País: Un avión de pasajeros aterrizó envuelto en llamas, bajaron todos los pasajeros a tiempo, solo se quedó una mujer que estaba de rodillas dando gracias a Dios, por haber salido indemne del accidente.

         En ese momento estalló el avión y murió la mujer. Como era de esperar, toda la prensa de izquierdas que relataba el suceso, aprovechó el incidente para burlarse de los creyentes y negar a Dios. Pero creo sinceramente que, morir alabando a Dios, es en realidad una de las mayores gracias para una persona, porque tiene asegurada la Vida Eterna, este hecho recuerda la promesa hecha por Jesús a San Dimas, personalmente creo que es un seguro de Salvación Eterna.

          Se puede pues afirmar que muchas desgracias o muertes están permitidas por Dios, para asegurar la Salvación a ciertas personas, ya que una vida más larga lo expondría a una condenación eterna. Y así en el otro mundo cuando se descubra la verdad de todos los acontecimientos veremos que las desgracias ocurridas a ciertas personas, que en la Tierra nos parecieron injusticias y abandono de la Providencia Divinas, fueron en realidad una gran misericordia de Dios y una acción de esa divina Providencia. Naturalmente todas estas reflexiones solo se pueden comprender a través de la Fe en Dios, de lo contrario estos acontecimientos son incomprensibles.

        Cuando estudiaba en Francia el Reino de San Luis, se contaba que su madre Blanca de Castilla, le decía a su hijo: “¡Prefiero verte muerto, antes que verte cometer un pecado mortal!” 

        ¡Bienaventurados los que ven a Dios en todas las cosas, creo que de ellos es el Reino de los Cielos!





Del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta
(16 de Julio de 1946)

Una curación espiritual en Guerguesa y lección 
sobre los dones de Dios.


     Llegan a los bordes del lago, en los aledaños de Guerguesa, cuando el ocaso rojo se transforma en crepúsculo violáceo y sereno. La ribera está llena de gente que prepara las barcas para la pesca nocturna o que se baña con gusto en las orillas del lago, un poco picado por el viento que lo surca.

    Pronto es visto Jesús y reconocido, de forma que antes de que pueda entrar en la Ciudad, ya se sabe que ha venido, y se produce la afluencia de gente que acude a escucharle.

(…) Una mujer llorando, le llama de entre la multitud, mientras que suplica que le dejen pasar, para ir donde el Maestro.
“Es Arria, la gentil que se ha hecho hebrea por amor. Una vez curaste a su marido, pero…”.
“Me acuerdo. ¡dejadla pasar!”.
La mujer se acerca. Se arroja a los pies de Jesús. Llora.
“¿Qué te pasa, mujer?”.
“¡Rabí! ¡Rabí! ¡Piedad por mí!, Simeón…”.

  Uno de Guerguesa le ayuda a hablar: “Maestro, usa mal la salud que le diste. Se ha hecho duro de corazón, rapiñador, y ya ni siquiera parece israelita. La verdad es que la mujer es mucho mejor que él, a pesar de haber nacido en tierras paganas. Y su dureza y rapacidad le acarrean peleas y odios. Y por una pelea ahora está muy mal herido en la cabeza, y el médico dice que casi es seguro que se queda ciego”.

    “¿Y Yo, que puedo en ese caso?”.
  “Tu…curas…Ella, ya lo ves, se desespera…Tiene muchos hijos, y pequeños todavía. La ceguera de su marido significaría miseria para la casa…Es verdad que es dinero mal ganado…Pero la muerte sería una desventura, porque un marido es siempre un marido, y un padre es siempre un padre, aunque en vez de amor y pan dé traiciones y palos…”.

“Le curé una vez, y le dije: “No peques más”. Él ha pecado más. ¿No había prometido acaso, que no iba a pecar más? ¿No había hecho voto de no volver a ser usurero y ladrón, si Yo le curara, es más, de devolver a quien pudiera lo mal adquirido, y de usar el mal adquirido – en el caso de no poder devolverlo – en favor de los pobres?”.

“Maestro, es verdad. Yo estaba presente. Pero… el hombre no es firme en sus propósitos”.

“Es como dices. Y no solo Simeón. Muchos son los que, como dice Salomón, tienen dos pesos y balanza falsa, y no solo en el sentido material, sino también cuando juzgan y actúan y en su comportamiento para con Dios. Y es también Salomón el que dice: “Desastroso para el hombre el fervor ligero por lo santo y, tras hacer el voto, volverse atrás”. Y, sin embargo son demasiados los que esto hacen… Mujer, no llores.

    Pero escucha y sé justa, pues que has elegido Religión de Justicia: ¿Qué elegirías, si te propusiera dos cosas, estas: curar a tu marido y dejarle vivir para que siga burlándose de Dios y acumulando pecados sobre su alma, o convertirle, perdonarle, y luego dejarle morir? Elige. Haré lo que elijas”.

La pobre mujer se encuentra en una lucha muy acerba. El amor natural, la necesidad de un hombre que bien o mal gane para los hijos la moverían a pedir “vida”; su amor sobrenatural hacia su marido la mueve a pedir “perdón y muerte”. La gente calla, atenta, conmovida en espera de la decisión.

  Al fin, la pobre mujer, arrojándose de nuevo al suelo, abrazándose a la túnica de Jesús como buscando fuerzas, gime: “La vida eterna…Pero ayúdame Señor…” y languidece, rostro en tierra, que parece que muere.
  “Has elegido la parte mejor. Bendita seas. Pocos en Israel te igualarían en temor de Dios y justicia. Levántate. Vamos donde él”.

  “¿Pero realmente le vas a hacer morir, Señor? ¿Y yo, que voy a hacer?”. La criatura humana renace del fuego del espíritu como el fénix mitológico; y sufre y zozobra humanamente…
“No temas, mujer. Yo, tú, todos confiamos al Padre de los Cielos todas las cosas, y Él obrará con su amor. ¿Eres capaz de creer esto?”.
“Sí, mi Señor…”.
“Entonces vamos, diciendo la oración de todas las peticiones y de todos los consuelos”.
Y mientras anda, circundado de un enjambre de personas y seguido de un séquito de gente, dice lentamente el Pater. El grupo apostólico hace lo mismo, y con un coro bien ordenado, las frases de la oración se elevan por encima del murmullo de la muchedumbre, la cual, sintiendo el deseo de oír orar al Maestro, poco a poco va guardando silencio, de forma que las últimas peticiones se oyen maravillosamente en medio de un silencio solemne.

   “El Padre te dará el pan cotidiano. Lo aseguro en su Nombre” dice Jesús a la mujer, y añade, dirigiéndose no solo a ella sino a todos:

  “Y os serán perdonadas las culpas si perdonáis al que os haya ofendido o perjudicado: Esa persona necesita vuestro perdón para obtener el de Dios. Y todos tienen necesidad de la protección de Dios para no caer en pecado como Simeón. Recordad esto”.

     Ya han llegado a la casa y Jesús entra en ella con la mujer, con Pedro, Bartolomé y el Zelote.
    El hombre echado en la yacija, en la cara vendas y paños mojados gesticula desasosegado y delira. Pero la voz, o la voluntad de Jesús, le hacen volver en sí y grita: “¡Perdón! ¡Perdón! No volveré a caer en el pecado. ¡Tu perdón como la otra vez! Pero también la salud como la otra vez. ¡Arria! ¡Arria! Te juro que seré bueno. No volveré a ser violento ni ladrón, no …”. El hombre está dispuesto a todas las promesas por miedo a morir…

    “¿Por qué quieres todo esto?” pregunta Jesús, “¿Por expiar o porque temes el juicio de Dios?”.
   “¡Eso, eso! ¡Morir ahora no! ¡El infierno!... ¡He robado, he robado el dinero del pobre! He usado la mentira. He sido violento con mi prójimo y he hecho sufrir a los familiares. ¡Oh!...”.
    “No miedo, se requiere arrepentimiento, verdadero, firme”.
   “¡La muerte o la ceguera! ¡Qué castigo! ¡No volver a ver! ¡Tinieblas! ¡Tinieblas! ¿No!...”.

     “Si es adversa la tiniebla en los ojos, ¿no te es horrenda la del corazón? ¿Y no temes la del Infierno, eterna, horrenda?, ¿la privación continua de Dios?, ¿los remordimientos continuos?, ¿la congoja de haberte matado a ti mismo para siempre, en tu espíritu? ¿No amas a esta? ¿Y no quieres a tus hijos? ¿Y no quieres a tu padre, a tu madre, a tus hermanos? ¿Y no piensas que no vas a tenerlos nunca más contigo si mueres condenado?”.

     “¡No! ¡No! ¡Perdón! ¡Perdón! Expiar, aquí, sí, aquí… Incluso la ceguera, Señor… Pero el Infierno no… ¡Que no me maldiga Dios! ¡Señor! ¡Señor! Tú arrojas los demonios y perdonas las culpas. No alces tu mano para curarme, pero sí para perdonarme y liberarme del demonio que me tiene sujeto… Ponme una mano en el corazón, en la cabeza… Libérame Señor…”.

“No puedo hacer dos milagros. Reflexiona. Si te libero del demonio te dejaré la enfermedad…”.
“¡No importa! Sé Salvador”.
“Sea como tú quieres. Te digo que sepas aprovechar mi milagro, que es el último que te hago. Adiós”.
“¡No me has tocado! ¡Tu mano! ¡Tu mano!”.

      Jesús le complace y pone su mano sobre la cabeza y sobre el pecho del hombre, el cual, estando vendado, cegado por las vendas y la herida, palpa convulsivamente para agarrar la mano de Jesús, y una vez que la encuentra, llora sobre ella, y no quiere separarse de ella; hasta qué, como un niño cansado, se adormece, teniendo todavía la mano de Jesús apretada contra su carrillo febril.
     Jesús saca cautelosamente la mano y sale de la habitación sin hacer ruido, seguido por la mujer y los tres Apóstoles.
     “Que Dios te lo pague, Señor. Ora por tu sierva”.
    “Sigue creciendo en la Justicia, mujer, y Dios estará siempre contigo”. Alza la mano para bendecir la casa y a la mujer, y sale a la calle.

     […] Pedro, que estaba preparado, hinca el remo, y la barca se separa de la orilla, empezando así la navegación, seguida por otras dos. El lago, un poco agitado, imprime oscilación a las barcas, pero nadie se asusta por ello, porque el trayecto es breve. Los faroles rojos ponen manchas de rubí en las oscuras aguas, o tiñen de color sangre las espumas blancas.
   Pregunta Pedro, sin dejar el timón, después de un rato: “Maestro, ¿pero aquel hombre se va a curar o no? No he comprendido nada”.

    Jesús no contesta. Pedro hace una muestra a Juan, que está sentado en el fondo de la barca a los pies del Maestro, con la cabeza relajada encima de las rodillas de Jesús. Y Juan repite en voz baja la pregunta.
    “No se va a curar”.
    “¿Por qué, Señor? Yo creía, por lo que he oído, que tuviera que curarse para expiar”.
     “No Juan. Pecaría nuevamente, porque es un espíritu débil”.
     Juan vuelve a apoyar la cabeza en las rodillas y dice: “Pero Tú le podías hacer fuerte…” y parece manifestar un dulce reproche.
    Jesús sonríe, mientras introduce los dedos entre los cabellos de su Juan y, alzando la voz de forma que todos oigan, da la última lección del día:

      “En verdad os digo que en la concesión de la gracia hay que saber también tener en cuenta su oportunidad. No siempre la vida es un don, no siempre la prosperidad es un don, no siempre un hijo es un don, no siempre un lujo es un don, no siempre – si también esto – una elección es un don. Vienen a ser dones y permanecen como tales cuando el que los  recibe sabe hacer un buen uso de ellos, y para fines naturales de santificación. 

    Pero cuando de la salud, de la prosperidad, afectos, misión se hace la ruina del propio espíritu, mejor sería no tenerlos nunca. Y a veces Dios ofrece el mayor don que podría dar, no dando lo que los hombres desearían o lo que considerarían justo tener como cosa buena. El padre de familia o el médico bueno saben que es lo que hay que dar a los hijos o a los enfermos para no ponerlos más enfermos o para evitar que enfermen. Lo mismo Dios, sabe lo que tiene que dar para el bien de un espíritu”.


 “¿Entonces aquel hombre morirá? ¡Qué casa más infeliz!”.
“¿Sería acaso, más feliz viviendo en ella un réprobo? ¿Y él sería más feliz si, viviendo, siguiera pecando? En verdad os digo que la muerte es un don cuando sirve para impedir nuevos pecados y coge al hombre mientras está reconciliado con su Señor”.

        Maravillosas palabras de Jesús, con las cuales se aclara una serie de dudas sobre las miserias humanas, que muchas veces son necesarias para la salvación eterna de las almas. 

 Como así tiene que ser para un creyente, es mucho más importante la Vida Eterna que la vida material, cuya duración, comparada con la Eternidad, es un breve suspiro.

 Unos de los mayores males de la mentalidad actual, es la pérdida absoluta del sentido del pecado, y la negación absoluta de un más allá, donde habrá un Juicio y un castigo eterno y horrendo, que es la ausencia de Dios y la muerte del alma por el pecado que es la desobediencia a la Ley de Dios.

  Satán ha logrado hacer creer a la Sociedad, que Dios es un padre bonachón, indiferente al pecado, e incapaz de mandar a nadie al Infierno, porque todos somos hijos suyos, ignorando que la filiación divina se obtiene por la obediencia a las Leyes, y por un profundo arrepentimiento y temor de Dios, cuando se han transgredido sus mandatos. En este relato, Simeón se salvó por tener bien claros estos conceptos: Todo pecado es una ofensa a Dios, y existe un Juicio y un castigo que es el Infierno eterno.

  Es también muy importante y trascendente, lo que explica Jesús sobre la correspondencia a la Gracia de Dios, cuando no se hace un buen uso de los dones para la Salvación eterna.

   Es lo que ocurre hoy día con los Sacramentos de la Iglesia que exigen una correspondencia a los mismos, con unos deberes y unas obligaciones, que si no se cumplen, anulan la Gracia santificante.





Del poema del Hombre-Dios de Mª Valtorta (3-3-1.945)
Palabras de Jesús a sus Apóstoles sobre la muerte


   [...] Estamos frente a la muerte. Yo lo estoy. Otros también lo están ¿Quienes? ¿Quieres saber quien, Pedro? Todos. La muerte avanza hora a hora y aferra a quien menos se lo espera. Pero es que incluso aquellos que tienen mucha vida que tejer, hora a hora están frente a la muerte, pues que el tiempo es un relámpago frente a la eternidad y en la hora de la muerte hasta la vida más larga se reduce a nada, y las acciones de lejanos decenios, hasta los de la primera edad, vuelven en masa para decir: "Mira: ayer hacías esto". 

    ¡Ayer! ¡Siempre es ayer cuando uno se muere! ¡Y siempre es polvo el honor y el oro que tanto anheló la criatura! ¡Pierde todo sabor el fruto por el que se perdió el juicio! ¿La mujer? ¿La bolsa? ¿El poder? ¿La ciencia? ¿Qué queda? ¡Nada! Solo la conciencia y el juicio de Dios, juicio al que la conciencia va pobre de riquezas, desnuda de humanas protecciones, cargada solo de sus obras.

    "Tomen su sangre y tiñan con ella las jambas y arquitrabe y el Ángel no arremeterá a su paso, contra las casas en que esté el signo de la sangre". Tomad mi Sangre. Ponedla no en las piedras muertas sino en el corazón muerto. Es la nueva circuncisión. Y Yo me circuncido por todo el mundo. 

    No sacrifico la parte inútil, sino que quebranto mi magnífica, pura, sana virilidad, completamente la sacrifico y de los miembros mutilados, de las venas abiertas, tomo mi Sangre y trazo sobre la Humanidad anillos de salvación, anillos de eterno desposorio con el Dios que está en los Cielos, con el Padre que espera, y digo: Mira, ahora no puedes rechazarlos porque rechazarías tu Sangre".

"Y Moisés dijo: "...y luego sumergid un manojo en la sangre y asperjad con sangre las jambas´". ¿No basta entonces la Sangre? No basta. A mi Sangre debe unirse vuestro arrepentimiento. Sin el arrepentimiento, amargo y saludable, inútilmente Yo para vosotros moriré.