MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

**
****************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************

rep

miércoles, 3 de septiembre de 2014

CARTAS DESDE MI MOLINO

LA MULA DEL PAPA






Palacio de los Papas de Avignon



       De todos los dichos, proverbios o adagios, propios de nuestros aldeanos provenzales, no conozco ninguno más pintoresco ni singular que este. A quince leguas alrededor de mi molino, cuando se habla de un hombre rencoroso, vengativo, se dice: “¡Cuidado con este hombre!...es como la mula del Papa, que guarda su coz durante siete años.”
      He buscado afanosamente de donde podía venir ese dicho, quien era esa mula papal y esa coz guardada durante siete años. Nadie aquí pudo aclararme ese asunto, ni siquiera Francet Mamaï, mi flautista, a pesar de que conoce las leyendas provenzales al pié de la letra. Francet cree, como yo, que esto esconde alguna crónica del país de Avignon; pero solo oyó hablar de ella a través de ese dicho…
      -Solo encontraréis la respuesta en la librería de las cigarras, me dijo el viejo flautista riendo.
    La idea me pareció acertada, y, ya que la biblioteca de las cigarras está al lado de mi puerta, fui a encerrarme en ella durante ocho días.
   Es una maravillosa biblioteca, dispuesta de una manera admirable, abierta a todos los poetas, día y noche, y atendida por pequeños bibliotecarios con címbalos que tocaban su música a todas horas. He pasado ahí unas jornadas deliciosas, y, después de una semana de investigaciones, acabé por descubrir lo que estaba buscando, es decir la historia de la mula y de esa famosa coz guardada durante siete años. El cuento es bonito pero un poco ingenuo, y trataré de contarlo, como lo leí ayer por la mañana en un manuscrito de color del tiempo, que olía a lavanda seca y tenía a grandes devotos de la Virgen María como firmantes.
           Quien no ha visto a Avignon en la época papal, no ha visto nada. Nunca hubo una ciudad semejante por la alegría, la vida, la animación, el trajín de las fiestas. Era de la mañana hasta la tarde, procesiones, peregrinaciones, las calles llenas de flores, forradas de madera, llegadas de cardenales por el río Ródano, con los estandartes ondeantes, galeras engalanadas, los soldados del papa, que cantaban en latín en las plazas, las carracas de los hermanos mendicantes; luego, de arriba abajo, las casas que se apretujaban zumbando alrededor del palacio papal, como abejas alrededor de su colmena, era además, el tic-tac de las labores de encaje, el vaivén de los husillos tejiendo el oro de las casullas, los pequeños martillos de los cinceladores de vinajeras, las mesas armónicas que se afinaban en casa de los músicos, los cánticos de las tejedoras; por encima de todo, el toque de las campanas, y siempre algunos tamborileros que se oían tocar, allá, del lado del puente. 
       Porque nosotros, cuando somos felices, tenemos que bailar, tenemos que bailar; y como en esa época, las calles de la ciudad eran demasiado estrechas para ese menester, los flautistas y los tamborileros se colocaban en el puente de Avignon, bajo el viento fresco del Ródano, y día y noche, se bailaba, se bailaba… ¡Ah! ¡Que tiempo tan feliz! ¡Que feliz ciudad! Alabardas que no cortaban; cárceles de estado en donde se ponía el vino al fresco. No se conocía la hambruna; nunca había guerras… Así es como los Papas del condado sabían gobernar a su pueblo; y ¡He aquí porqué su pueblo los ha echado tanto de menos!...
       Había sobre todo uno, un buen anciano, que llamaban Bonifacio… ¡Oh!, ese Papa, ¡Cuantas lágrimas se derramaron en Avignon cuando murió! ¡Era un príncipe tan amable, tan comprensivo! Como os sonreía de lo alto de su mula. Y cuando os cruzabais con él – aunque fuerais un pequeño artesano o el gran magistrado de la ciudad - , ¡Os daba su bendición con tanta cortesía! Un verdadero Papa de la ciudad de Yvetot, pero de un Yvetot de Provenza, tenía esa finura en su sonrisa, con una brizna de mejorana en su sombrero, y sin el más pequeño antojo… el único antojo que se le había reconocido a ese buen padre, era su viña – una pequeña viña que había plantado él mismo, a tres leguas de Avignon, en los mirtos de  Château-Neuf.
           Cada domingo, al salir de  vísperas, ese hombre tan digno iba a admirarla; y cuando estaba allí arriba, sentado, tomando el sol tan ameno, con su mula al lado de él y sus cardenales alrededor, echados cerca de las cepas, entonces mandaba descorchar una botella del vino de su viña – ese hermoso vino, de color rubí que se llama desde entonces el Château-Neuf de los papas -, y lo degustaba a sorbos, contemplando su viña enternecido. Luego, la botella vacía, al caer la tarde, se volvía a la ciudad con alegría, seguido de todo su séquito; y, cuando cruzaba el puente de Avignon, en medio de los tambores y de los bailes, su mula, animada por la música, cogía la carrerilla de ambulo, saltando, mientras que él mismo, marcaba el ritmo del baile con su birrete, lo que escandalizaba mucho a sus cardenales, pero que animaba a su pueblo a decir: “¡Ah! Que buen príncipe! ¡Ah! ¡Que buen Papa!”
           Después de su viña de Château-Neuf, lo que el Papa quería más en el mundo, era  su mula. El buen hombre estaba loco por ese animal. Todas las tardes antes de acostarse, iba a visitar sus cuadras para ver si estaban bien cerradas, si no faltaba nada en su pesebre, y nunca se hubiera levantado de su mesa sin ver como preparaban un gran tazón de vino a la francesa, muy azucarado y con hierbas aromáticas, que llevaba el mismo, a pesar de las observaciones de sus cardenales… Hay que confesar que el animal merecía esos cuidados. Era una bonita mula negra con manchas rojizas, con el paso seguro, el pelo reluciente, la grupa ancha y firme, llevando con gallardía su cabecita llena de pompones, de nudos, de cascabeles de plata, de perifollos; con todo eso, era de una mansedumbre angelical, con el ojo inocente y dos grandes orejas siempre en movimiento, que le daban un aire de gran mansedumbre… 
        Todo Avignon la respetaba, y, cuando iba por las calles, todos la mimaban; porque todo el mundo sabía que era la mejor manera de ganar la confianza del pontífice y de ser respetado en la corte, ya que con su aire inocente, la mula del Papa había llevado a más de uno a la fortuna, prueba de ello, el Sr. Tistet Védène y su prodigiosa aventura.
     Ese Tistet Védène era, en sus comienzos, un desvergonzado mocoso, al cual, su padre Guy Védène, orfebre, había tenido que echar de su casa porque no quería trabajar y les quitaba la gana a los aprendices. Durante seis meses, se le había visto arrastrarse por todos los riachuelos de Avignon, pero sobre todo por los cercanos al palacio papal; porqué el pillín tenía sus ideas acerca de la mula del Papa, y vais a  ver que era un asunto de lo más sibilino… Un día que Su Santidad se paseaba sola bajo las murallas, con su animal, ha aquí que Tistet lo aborda, y le dice juntando las manos en señal de admiración:
        -¡Ah Dios mío! grandísimo Santo Padre, ¡Que hermosa mula tiene Vd. ahí!... Dejarme que la pueda contemplar… ¡Ah! mi querido Papa, ¡Que bonita mula!... El emperador de Alemania no tiene otra igual.
         Y la acariciaba, y le hablaba con dulzura como a una señorita:
       -Ven aquí, alhaja mía, tesoro mío, mi perla fina…
    Y el bueno del Papa, lleno de emoción, se decía para sus adentros:
        -¡Que buen muchachito!... ¡Como quiere a mi mula!
     Pero al día siguiente, ¿Sabéis lo que ocurrió? Tristet Védène cambió su vieja chaqueta amarilla por una hermosa alba de encaje, un capirote de seda violeta, zapatos con hebillas, y entró al servicio del Papa, en donde solo habían entrado hijos de nobles y sobrinos de cardenales… ¡A eso conduce la intriga!... Pero Tistet no se detuvo ahí.
       Cuando estuvo al servicio del Papa, el muy gracioso, siguió con el juego que le había salido tan bien. Insolente con todos, solo tenía atenciones y cariños para la mula, y siempre se le encontraba en todos los patios del palacio con un puñado de avena o un ramo de hinojo, sacudiendo gentilmente los racimos rosados, mirando hacia el balcón del Santo Padre, como diciendo: “¡Ejém!.. ¿Para quién es esto?...” Tanto y tanto, que al final el bueno del Papa, que se sentía envejecer, llegó a dejarle a su cargo el cuidado de las cuadras y permitió que le llevara a su mula, su tazón de vino a la francesa: lo que no hacía reír a los cardenales.
          Ni tampoco a la mula, que ya no se reía…Ahora, a la hora de su vino, veía llegar siempre cinco o seis pequeños monaguillos, que se revolcaban enseguida de la paja, con sus capirotes y sus encajes; luego, al rato, un agradable olor caliente de caramelo y de aromas se expandía por toda la cuadra, y, aparecía Tistet Védène llevando con precaución el tazón de vino a la francesa. Entonces comenzaba el suplicio del pobre animal.
      Ese vino tan perfumado que le sentaba tan bien, que le calentaba el cuerpo, que le daba alas, tenían la crueldad de traérselo, ahí en su pesebre, para que lo aspirara; luego, cuando se le llenaban las narices, ¡Adiós, hasta la vista! El hermoso licor de llama rosada se iba todo a las gargantas de esos mocosos… Pero si solo fuera robarle su vino; lo peor era que todos esos pequeños monaguillos ¡Eran como demonios, cuando estaban bebidos!... El uno le tiraba de las orejas, el otro del rabo; Quiquet se subía a su lomo, Béluguet le probaba su gorro, y ni uno de esos golfillos se daba cuenta, de que de un riñonazo o de una coz, el buen animal los podía haber enviado a todos, a la estrella polar o aún más lejos… Pero ¡Ni pensarlo! Por algo se es la mula del Papa, la mula de las bendiciones y de las indulgencias… Los chiquillos podían desahogarse, pero no se incomodaba; y solo sentía resentimiento hacia Tistet Védène… Ese si, cuando notaba que estaba detrás de ella, su pezuña le escocía y de verdad, tenía muchísima razón. ¡Ese sinvergüenza de Tistet, le hacía cada pasada! ¡Tenía intenciones tan crueles después de beber!..
        No es acaso verdad, que un día, ¡Se le ocurrió subirse con ella, al torreón del castillo, arriba, arriba del todo, en la otra punta del palacio!... Y lo que os relato, no es ningún cuento, lo han visto doscientos mil provenzales. Imaginaros el terror de esa desgraciada mula, cuando, después de haber girado una hora a ciegas por una escalera de caracol, y subido no se cuantos escalones, se encontró de repente en un rellano deslumbrante de claridad, y que, a más de mil pies debajo de ella, descubrió un Avignon fantástico, las casetas del mercado no más grandes que avellanas, los soldados del papa en sus cuarteles, que parecían hormigas rojas,  y allá, cruzando un hilo de plata, un puentecito microscópico en donde bailaban y bailaban… ¡Ah!, ¡Pobre animal! ¡Que pánico! Del grito que profirió, temblaron todos los cristales del palacio.
         -¿Qué está pasando? ¿Qué le han hecho? Clamó el bueno del Papa precipitándose a su balcón.
         Tistet Védène estaba ahí en el patio, haciendo como si llorara y como si se arrancara los pelos:
        -¡Ah! grandísimo Santo Padre, ¡que es lo que pasa! Pasa que su mula… ¡Dios mío! ¿Qué va a ser se nosotros? Pasa que su mula se subió al torreón…
         ¿¿¿ Sola???
     -Sí, grandísimo Santo Padre, sola… ¡Mirad! Mirad hacia arriba… ¿No veis la punta de sus orejas que asoman?... parecen dos golondrinas…
      -¡Misericordia!, Dijo el pobre Papa levantando los ojos… ¡Pero se ha vuelto loca! Pero se va a matar… ¿Quieres bajar de una vez, desgraciada?...
     ¡Carajo!, claro que hubiera querido bajar… ¿Pero por donde? Por la escalera era imposible; subir esos peldaños, aún si que se podía; pero bajarlos, se hubiera roto más de cien veces las piernas… Y la pobre mula se desesperaba y, mientras, andaba por el rellano de la torre, con sus ojazos llenos de vértigo, se acordaba de Tistet Védène:
     -¡Ah! granuja, si salgo de esta… ¡Que patada, mañana por la mañana!
       Esa idea de la patada, la colmaba de ánimo, sin eso no hubiera podido aguantar… Por fin, se consiguió bajarla de ahí arriba; pero fue una verdadera odisea. Tuvieron que bajarla con un gato, cuerdas, una camilla. Ya me diréis que humillación para la mula de un Papa, el verse colgada a esa altura, meneando las patas en el vacío como un escarabajo en la punta de un hilo. Y con todo Avignon observándola.
      El desgraciado animal se quedó toda la noche sin dormir. Le parecía que estaba aún dando vueltas en ese maldito rellano de la torre, con la gente riéndose ahí abajo, luego, se acordaba del infame Tistet Védène y de la hermosa patada que le iba a prodigar a la mañana siguiente. ¡Ah!, amigos míos, ¡Que patadon! Se vería el humo desde el pueblo de Pampérigouste… Pero, mientras que se le preparaba su aposento en la cuadra, ¿A que no sabéis lo que estaba haciendo Tistet Védène? Bajaba por el río Ródano en una galera papal, cantando, dirigiéndose a la corte de Nápoles, con el grupo de jóvenes nobles, que la ciudad mandaba todos los años a la reina Juana, para ejercitarse en la diplomacia y los buenos modales. Tistet no era noble; pero el Papa lo quería recompensar por las atenciones que había tenido con su animal, y sobre todo por los cuidados que había prodigado en la jornada del rescate.
            ¡Fue la mula la que estuvo decepcionada al día siguiente!  
          -¡Ah! ¡El bandido! Se ha olido algo!... , pensaba, sacudiendo sus cascabeles con furia… ; pero me da igual, ¡Vete, malvado! ¡Te la guardo hasta tu vuelta, esa patada… te la guardo!
         Y se la guardó.
       Después de que Tistet se marchara, la mula del Papa volvió a encontrar su tren de vida tranquilo y sus modales de antaño. Ya no estaban Quinquet, ni Beluguet en la cuadra. Habían vuelto los buenos tiempos del vino a la francesa, y con ellos el buen humor, las largas siestas, y el trote ligero cuando cruzaba el puente de Avignon. Sin embargo, después de su desventura, se la notaba siempre algo rara en la ciudad. Se oía murmurar a su paso; los viejos meneaban la cabeza, los niños reían señalando la campanilla. El mismo bueno del Papa, ya no confiaba tanto en su amiga, y, cuando se adormilaba en sus lomos, el domingo, al volver de la viña, siempre le venía a la mente el mismo pensamiento: “¡Y si me fuera a despertar ahí arriba en el rellano de la torre!”. La mula se daba cuenta de ello, y por eso, sin decírselo a nadie, estaba desanimada; pero cuando pronunciaban el nombre de Tistet Védène delante de ella, sus grandes orejas temblaban, y con una sonrisa, afilaba sus pezuñas en los adoquines…
         Siete años transcurrieron así, pero al cabo de esos siete años, Tistet Védène volvió de la corte de Nápoles. Aún no había terminado ahí su estancia, pero se enteró de que el primer especiero del Papa acababa de morir en Avignon, y, como la colocación le agradaba, había vuelto con mucha prisa, para colocarse en la lista de pretendientes.
         Cuando ese intrigante de Védène entró en el salón del palacio, el Santo Padre no llegó a reconocerlo, porqué había crecido y engordado. Hay que decir también que el bueno del Papa había también envejecido, y que no veía muy bien sin sus anteojos.
       Tistet no se amedentró.
  -¿Cómo puede ser, grandísimo Santo Padre, ya no me reconocéis?... ¡Soy yo, Tistet Védène!...
      -¿Védène?...
      -Pero si, acordaos… el que llevaba el vino francés a su mula.
    -¡Ah! si…si… ya me acuerdo… ¡Un gentil muchachito, ese Tistet Védène!... ¿Y ahora, que es lo que quiere de nosotros?
   -¡Oh! muy poca cosa, grandísimo Santo Padre… Venía a solicitarle… Pero a propósito, ¿Aún tiene Vd. a su mula? ¿Cómo está?... ¡Ah!, ¡Me alegro!... Venía a pedirle mi nombramiento para primer especiero, ya que el anterior acaba de morir.
      -¡Primer especiero, tú!... Pero si eres demasiado joven. ¿Vamos a ver, que edad tienes?
     -Veinte años y dos meses, ilustre pontífice, exactamente cinco años más que su mula… ¡Ah!... Dios mío, ¡Que animal tan bueno!... ¡Si supiera Vd. como la quería a esa mula!... ¡Cuanto la eché de menos en Italia!... ¿Me dejaréis verla?
    -Si, hijo mío, te prometo que la verás, dijo el bueno del Santo Padre, lleno de emoción… Y como quieres tanto a ese bueno de animal, no quiero que estés lejos de el. Desde hoy, te pongo a mi servicio en calidad de primer especiero… Mis cardenales protestarán, pero me da igual, estoy ya acostumbrado… Ven a verme mañana, cuando salga de vísperas, te entregaremos las señales de tu cargo en presencia de nuestro capítulo, y luego… te llevaré a ver a la mula, y vendrás a visitar la viña con nosotros dos… ¡Jé! ¡je! Vamos, ve con Dios…
     Si Tristet Védène estaba contento al salir del gran salón, ya se imaginan Vds. con que impaciencia esperaba la ceremonia del día siguiente. Sin embargo, había alguien en el palacio, que estaba aún más contento e impaciente que él: era la mula. Desde la vuelta de Védène, hasta las vísperas del día siguiente, el terrible animal no paró de atiborrarse de avena y de golpear la pared con sus pezuñas traseras. Ella también se preparaba para la ceremonia…
     Así pues, al día siguiente, después de Vísperas, Tistet Védène hizo su entrada en el patio del palacio papal. Todo el alto clero estaba allí: los cardenales con su hábito rojo, el abogado del diablo vestido de terciopelo negro, los monjes del convento con sus pequeñas mitras, los notarios eclesiales de Saint-Agrico, los capas violetas de los prelados, el bajo clero también, los soldados del Papa en uniforme de gala, las tres cofradías de penitentes, los eremitas del monte Ventoux, con sus rostros feroces, y el pequeño monaguillo que iba detrás agitando la campanilla, los hermanos flagelantes, desnudos hasta la cintura, los monaguillos floreados con hábitos de jueces, todos, todos, hasta los dispensadores de agua bendita, y el que alumbra, y el que apaga… No faltaba nadie… ¡Ah! ¡Esa si que era una magnífica ceremonia! Campanadas, petardos, sol, mucha música y siempre esos infatigables tamborileros que conducían el baile, allá sobre el puente de Avignon…
      Cuando Védène apareció en medio de la asamblea, su presencia y su hermoso rostro hicieron correr un murmullo de admiración. Era un magnífico provenzal, pero rubio, con hermoso cabello rizado en las puntas y con una barbilla locuela, que parecía espolvoreada de polvo de metal caído del cincel de su padre, el orfebre. Los rumores decían que, en esa barba rubia los dedos de la reina Juana se habían paseado alguna vez, y el sire Védène parecía tener el aspecto glorioso y la mirada algo distraída, común a los que las reinas han amado… Ese día para honrar a su nación, había sustituido su vestimenta napolitana por una chaqueta bordada de color rosa a la moda provenzal, y en su gorro, temblaba una gran pluma de íbice de la Camarga.
       Haciendo su entrada, el primer especiero saludó galantemente y se dirigió hacia la elevada estrada, en donde le esperaba el Papa para hacerle entrega de sus atributos: la cuchara de madera de boje y el vestido color azafrán. La mula estaba debajo de la estrada, toda jaezada y lista para dirigirse a la viña… Cuando se acercó a ella, Tistet Védène tuvo una bonita sonrisa y se detuvo para darle dos o tres palmaditas cariñosas en la grupa, mirando de reojo para ver si el Papa lo veía. La postura era la adecuada… la mula cogió carrerilla:
     -¡Toma, trágate esta, sinvergüenza! ¡Hace siete años que te estoy esperando!
     Y le arreó una patada tan terrible, tan terrible que se vio la humareda desde Pampérigouste, ¡Un torbellino de humo rubio en donde revoloteaba una pluma de íbice; eso era todo lo que quedaba del desgraciado de Tistet Védène!...

      Las patadas de las mulas no son nunca tan fulminantes; pero esa era una mula papal. Y luego, ¡imaginaros!, se la estaba guardando desde hacía siete años… no existe otro ejemplo tan claro de rencor eclesiástico.

martes, 2 de septiembre de 2014

RELATOS DE ALPHONSE DAUDET


EL ELIXIR DEL REVERENDO PADRE GAUCHER 






Alphonse Daudet (1840-1897)



         Comenzamos a publicar aquí los relatos del celebre escritor francés Alphonse Daudet, que escribe cuentos de su Provenza natal, en su "Cartas desde mi molino" (Lettres de mon moulin) conocidos por todos los franceses, y que relatan cuentos muy divertidos y muy bien relatados por este novelista de la época de Napoleón III.

           - Bébame esto, vecino; ya me dirá Vd. lo que le parece. 
       Y gota a gota, con el minucioso cuidado de un orfebre contando sus perlas, el cura de Graveson me sirvió dos dedos de un licor verde, dorado, chispeante, exquisito...se me encandiló el estomago. 

        - Es el elixir del Padre Gaucher, la alegría y la salud de nuestra Provenza, me dijo el buen hombre con un aire triunfante; se elabora en el convento de los Premostratenses, a dos leguas de su molino... ¿No le parece que es más valioso que todos los licores de los cartujos del mundo?...Y si supiera que graciosa es la historia de ese elixir, pero más bien, escuche.... 

       Entonces, inocentemente, sin ninguna malicia, en este comedor del presbiterio, tan cándido y tan tranquilo, con su Vía-Crucis en cuadritos y sus bonitas cortinas claras y espesas como casullas, el párroco comenzó a relatarme una historieta algo escéptica e irreverente como si fuera un cuento de Erasmo o de d´Assoucy: 

         -Hace veinte años, los Premostratenses, o más bien los Padres blancos como así les denominan nuestros provenzales, habían caído en una profunda miseria. Tenía que haber visto en ese tiempo su convento, le hubiera causado una pena muy grande. 

        El gran muro, la torre Pacôme, se desmoronaban. Alrededor del claustro lleno de hierbajos, las columnitas se agrietaban, los santos de piedra se hundían en sus nichos. No había ni una vidriera intacta, ni una puerta que aguantara. En las marquesinas, en las capillas, el viento del Ródano soplaba como en la región de la Camarga, apagando los cirios, rompiendo el plomo de las vidrieras, sacando el agua bendita de las pilas. Pero lo más triste de todo era el campanario del convento, silencioso como un palomar vacío; y los Padres, por falta de dinero para comprarse una campana, ¡tocaban a maitines con palillos de madera de almendro!... 

         ¡Pobres Padres blancos! Aún los estoy viendo, en la procesión del Corpus, desfilando tristemente con sus capas remendadas, pálidos, delgados, alimentados solo con cítricos y sandías, y detrás de ellos, Monseñor el Prior, que venía cabizbajo, avergonzado de tener que sacar a relucir su báculo descolorido y su mitra de lana blanca roída por la polilla. Las señoras de las cofradías lloraban de pena en sus localidades, y los gordos porteadores de estandartes se reían entre ellos a escondidas señalando a los pobres monjes: los estorninos están delgados cuando van en bandadas. 

       El hecho es que los desafortunados Padres blancos, habían llegado ellos mismos a preguntarse si no hubiera sido mejor echarse a volar por el mundo, e ir a buscarse la vida cada cual por su lado. 

        Pero, un día que esta seria cuestión estaba debatiéndose en el capítulo, vinieron a anunciarle al prior que el hermano Gaucher pedía ser oído en el consejo...Tiene Vd. que saber para su mejor conocimiento, que ese hermano Gaucher era el vaquero del convento: es decir que se pasaba los días merodeando de arco en arco del claustro, empujando delante de el dos vacas famélicas, que rebuscaban la hierba en las rajas del pavimento. Criado hasta los doce años por una vieja loca del país de Baux, que se apodaba tía Bebón, acogido después por los monjes, el desdichado vaquero solo pudo aprender a apacentar a sus vacas y a rezar su Pater Noster; además solo lo sabía decir en lengua provenzal, porque tenía la cerviz dura y el espíritu como una daga de plomo. Además, era ferviente cristiano, aunque algo visionario, ¡Estaba a gusto con su silicio, y disciplinándose con un robusto convencimiento, y con unos brazos!...

        Cuando apareció en la sala capitular, sencillo y rechoncho, saludando a la asamblea con la pierna echada para atrás, el prior, los canónigos, el ecónomo, todo el mundo se echó a reír. Era siempre el efecto que producía cuando hacía su aparición en cualquier sitio, con esa buena cara grisácea, con su barba de cabra y sus ojos algo alocados; por eso el hermano Gaucher no se inmutó lo más mínimo. 

     Mis reverendos, dijo de un tono bonachón, manoseando su rosario de huesos de aceitunas, tienen mucha razón al decir que son los toneles vacíos los que suenan mejor. Imagínense que a fuerza de ahondar en mi pobre cabeza, ya de por si tan hueca, creo haber encontrado la manera de sacarnos a todos de tanta miseria.

     “He aquí como. ¿Se acuerdan Vds. de tía Bebón esa buena mujer que me guardaba cuando era joven? (¡Dios se apiade de su alma, la vieja coruja! cantaba canciones bien feas después de beber.) Como les estaba diciendo pues, reverendos Padres, tía Bebón, cuando vivía, conocía las hierbas del monte tanto e incluso mejor, que un viejo mirlo de Córcega. Miren Vds., hacia el final de su vida, había creado un elixir incomparable, mezclando cinco o seis clases de hierbas que íbamos a recoger juntos en las Alpillas.

      Han pasado ya muchos años; pero yo creo que con la ayuda de San Agustín, y con el permiso de nuestro padre Prior, podría-rebuscando atentamente-volver a encontrar la composición de ese misterioso elixir. Entonces solo tendríamos que embotellarlo y venderlo bastante caro, lo que permitiría a la comunidad enriquecerse tranquilamente, como así lo han echo nuestros queridos hermanos trapenses y los de la Gran...” 

        No le dio tiempo a terminar. El prior se levantó para abrazarle. Los canónigos le cogían la mano. El ecónomo, aún más emocionado que los demás le besaba con respeto el borde raído de su capucha... Luego todos volvieron a su asiento para deliberar; y, en ese acto, el capítulo decidió confiar el ganado al hermano Thrasybule, para que el hermano Gaucher pudiese entregarse por entero a la preparación de su elixir.

      ¿Como consiguió el buen hermano volver a encontrar la receta de tía Bebón? ¿Cuantos esfuerzos tuvo que hacer? ¿Cantas vigilias le costaron? La historia no lo cuenta. Lo único seguro es que al cabo de seis meses, el elixir de los Padres blancos ya era muy popular. En todo el Condado, en todo el país de Arles, no había ni una masía, ni una granja, que no tenía en el fondo de su despensa, entre las botellas de vino cocido y los tarros de aceitunas aderezadas a la picholine, un pequeño frasco de barro oscuro, etiquetado con las armas de Provenza, con un monje en éxtasis en una etiqueta de plata. Gracias al auge de su elixir, el convento de los Premostratenses se enriqueció muy rápidamente. La torre Pacôme se volvió a levantar. El Prior tuvo una mitra nueva, la iglesia hermosas vidrieras labradas; y, entre el fino encaje del campanario, todo un regimiento de campanas y de campanillas se oyó una mañana de Pascua tintineando y carilloneando doblando a rebato. 

        En cuanto al hermano Gaucher, ese pobre hermano lego cuyas rusticidades tanto alegraban el capítulo, no se volvió nunca más a hablar de ello. A partir de ese momento, solo se conoció al reverendo Padre Gaucher, hombre sensato y de gran saber, que vivía completamente apartado de los quehaceres tan pequeños y tan variados del claustro, y estaba encerrado todo el día en su destilaría, mientras que treinta monjes batían el monte, para buscarle las hierbas aromáticas... Esa destilaría, en donde nadie, ni el mismo Prior, podían entrar, era una antigua capilla abandonada, en el extremo del jardín de los canónigos. La sencillez de los buenos padres había hecho de ello algo misterioso y formidable; y, si por ventura, un joven monje atrevido y curioso, agarrándose a las parras trepadoras, llegaba hasta el rosetón del portón, volvía a bajar deprisa al ver al Padre Gaucher, con su barba de necromante, inclinado sobre sus hornillas, el pesa-licor en las manos; luego, todo alrededor, las trompas de gres rosa, los alambiques gigantes, los serpentines de cristal, todo lleno de trastos raros que relucían embrujados con la luz roja de las vidrieras... 

      Al final del día, cuando tocaba el último Ángelus, la puerta de ese lugar misterioso se abría discretamente, y el reverendo se dirigía a la iglesia para el oficio de la noche. ¡Había que ver que acogida tenía cuando atravesaba el monasterio! Los hermanos le abrían paso. Decían: 

     - ¡Silencio!... ¡es el guardián del secreto!... 

     El ecónomo le seguía y le hablaba cabizbajo....En medio de esos halagos, el padre se iba secándose la frente, su tricornio con las alas anchas colocado hacia atrás como una aureola, mirando alrededor   suyo, satisfecho, los grandes patios plantados de naranjos, los tejados azules en donde giraban las veletas nuevas, y, en el claustro deslumbrante de blancura- entre las columnitas elegantes y floridas- , los canónigos vestidos de estreno desfilando por parejas con el rostro sereno. 

     - ¡Todo eso me lo deben a mí! pensaba el reverendo para sí; y cada vez ese pensamiento le hacía subir bocanadas de orgullo. 

     El pobre hombre fue por ello bien castigado. Ahora veréis como... 

       Imagínese que una tarde, durante el oficio, llegó a la iglesia en un estado de agitación extraordinario: todo colorado, jadeando, la capucha atravesada, y tan nervioso que al tomar el agua bendita remojó sus mangas hasta el codo. Primero se pensó que era debido a la emoción por su tardanza; pero cuando se le vio hacer grandes reverencias al órgano y a las tribunas en vez de los saludos hacia el altar mayor, atravesar la iglesia como un vendaval, deambular por el coro mas de cinco minutos para encontrar su sitial, y luego sentado, inclinarse a derecha e izquierda con una sonrisa beata, un murmullo de asombro recorrió las tres naves. Se hablaba en voz baja de breviario en breviario: 

      - ¿Que le pasa a nuestro Padre Gaucher?... ¿Que le pasa a nuestro Padre Gaucher? 

       Por dos veces el prior, impaciente, dejó caer su báculo en las losas para imponer silencio...Allá en el fondo del coro, los salmos seguían oyéndose, pero los responsos decaían... 

      De pronto, en medio del Ave vérum, tenemos a nuestro Padre Gaucher que se cae de su sitial y clama con una voz deslumbrante: 

En Paris hay un Padre Blanco, 
Patatín, patatán, tarabín, tarabánco... 

       Consternación general. Todo el mundo se levanta. Gritan: 
       - ¡Llévenselo...está endemoniado! 
   Los canónigos se santiguan, El báculo de Monseñor se agita...Pero el Padre Gaucher no ve nada, no oye nada; y dos monjes fornidos tienen que llevárselo por la puerta pequeña del coro, agitándose como un exorcizado y siguiendo cada vez más con sus patatín y sus tarabánco. 
     Al día siguiente, al amanecer, el desgraciado estaba de rodillas en el oratorio del prior, y diciendo su culpa entre un río de lágrimas: 

     -Es la culpa del elixir, Monseñor, es el elixir que me ha sorprendido, decía golpeándose el pecho. Y al verlo tan compungido, tan arrepentido, el bueno del prior estaba el mismo emocionado 

     -Vamos, vamos Padre Gaucher, cálmese, todo esto desaparecerá como el rocío bajo el sol...después de todo, el escándalo no ha sido tan grande como Vd. cree. Claro que estuvo esa canción que era un poco...¡hum! ¡hum!...En fin, esperemos que los novicios no la hayan oído...Ahora, veamos, dígame con cuidado como ocurrió el asunto...Fue al probar el elixir, no es cierto? Se le fue la mano...Si, si, lo entiendo es como el hermano Schwartz, el inventor de la pólvora: Vd. ha sido la víctima de su invento...Y dígame, mi querido amigo, ¿Es acaso necesario que tenga que probar personalmente ese terrible elixir? 

      -Desgraciadamente, sí, Monseñor...la probeta me indica bien la fuerza y el grado del alcohol, pero para el acabado, el aterciopelado, solo me fío de mi lengua... 

     -¿Ah! muy bien...Pero escúcheme que os diga...Cuando Vd. prueba el elixir por pura necesidad, ¿Le parece a Vd. bueno? ¿Encuentra Vd. placer en ello? 

   -¡Por desgracia si, Monseñor, dijo el desdichado Padre poniéndose colorado...Hace dos tardes que le encuentro un “bouquet”, un aroma!...Es sin duda alguna el demonio que me ha hecho esa jugada...Por esa razón, he decidido de ahora en adelante usar solo la probeta. Me da igual que el licor carezca de finura, y que no se vuelva ya de color perla... 

       -No se le ocurra, interrumpió con viveza el prior. No hay que exponerse a desagradar a la clientela...Todo lo que tiene que hacer de ahora en adelante, ya que está sobre aviso, es tener cuidado ...¿Veamos, que le hace falta para catar...Quince o veinte gotas, no es cierto?...Pongamos veinte gotas...El demonio tendrá que hilar muy fino para que os pille con veinte gotas...Además para prevenir cualquier incidente, os dispenso de ahora en adelante de ir a la iglesia. Diréis el oficio de la tarde en la destilaría...Y ahora váyase en paz, mi Reverendo, y sobre todo...cuente muy bien sus gotas... 

       Pero ¡Ay!, el pobre Reverendo aún contando sus gotas...estaba agarrado por el demonio, que ya no lo soltó. 

      ¡Es la destilaría que oyó los singulares oficios! 

     Por el día, aún, todo iba bien. El Padre se encontraba bastante calma: preparaba sus hornillos, sus alambiques, ordenaba sus hierbas con esmero, todas las hierbas de Provenza, finas, grises, con labores de encaje, abrasadas de perfumes y de sol...Pero por la tarde, cuando las hierbas estaban destiladas y el elixir se enfriaba en las grandes tinajas de cobre rojo, empezaba el martirio del pobre hombre. 

       -...¡Diecisiete...diez y ocho...diez y nueve...veinte!... 

      Las gotas caían del recipiente al vaso bermejo. Esas veinte, el Padre las tragaba de un sorbo, casi sin placer. Solo la veinte y unava le llamaba la atención. ¡Oh! ¡Esa veinte y unava gota! Entonces para escapar de la tentación, iba a arrodillarse en la otra punta del laboratorio y se hundía en sus paternóstres. Pero del licor aún caliente salía un tufillo cargado de aromas, que venía a merodear alrededor de él, y muy a pesar suyo lo volvía a traer a las tinajas...el licor era de un bonito verde dorado...volcado encima, las narices abiertas, el padre lo mezclaba despacio, con su agitador, y en las escamas centelleantes que agitaba el río de esmeralda, le parecía ver los ojos de tía Bebón que reían y chispeaban mirándole... 

      -¡Vamos! ¡Solo una gota más! 

     Y gota a gota, el desdichado acababa por tener su copa llena hasta arriba. Entonces, agotado, se hundía en un gran sillón, y, el cuerpo relajado, los párpados medio cerrados, degustaba su pecado a sorbos, diciéndose en voz baja con un delicioso remordimiento: 

     -¡Ah! me estoy condenando...me estoy condenando!... 

     Lo peor de todo, es que en ese elixir diabólico, volvía a encontrar por no se sabe que hechizo, todas las feas canciones de la tía Bebón: Son tres pequeñas comadres que deciden hacer un banquete...,o: La pastorcita de Maese Andrés se va al bosque solita...y siempre la ya famosa de los Padres blancos: Patatín, patatán. 

      Imagínese la confusión por la mañana, cuando sus vecinos de celda le decían con malicia: 

      ¡Ea! ¡ea! Padre Gaucher, tenía Vd. cigarras en la cabeza, ayer noche al acostarse. 

       Entonces venían las lágrimas, las desesperaciones, y el ayuno, el cilicio y la disciplina. Pero no se podía hacer nada contra el demonio del elixir; y todas las tardes a la misma hora, la posesión volvía a empezar otra vez.

       Mientras tanto los encargos llovían en la abadía, lo que parecía una bendición. Los había que venían de Nîmes, de Aix, de Avignon, de Marsella...cada vez más el convento se parecía a una bodega. Había hermanos empaquetadores, hermanos con pegatinas, otros para la facturación, otros para el transporte: el servicio divino perdía es verdad por aquí y por allá algunos tintineos de campana; pero las pobres gentes del país no perdían nada, puede creerme... 

     Pero un hermoso domingo por la mañana, mientras que el ecónomo leía en medio del capítulo su inventario de fin de año, y que los buenos de canónigos le escuchaban con brillo en los ojos y la sonrisa en los labios, he aquí que el Padre Gaucher irrumpe en medio de la asamblea gritando: 

      -Se acabó...ya no lo hago más...devolvedme mis vacas. 

    -¿Pero que le pasa, Padre Gaucher? Preguntó el Prior, que ya se suponía por donde iban los tiros. 

     -¿Que qué me pasa, Monseñor?...pasa que estoy preparándome una bonita eternidad de llamas y de pinchazos de tridente...pasa que bebo, que bebo como un desgraciado...

      -Pero le había dicho que contara sus gotas. 

     -¡Ah! ¡Claro que sí, contar mis gotas! Es por tazones que tendría que contar ahora...Si, Reverendos míos, hasta ahí he llegado. Tres tazones cada tarde...ya entienden que esto no puede seguir así...por eso, mandad hacer el elixir por quien quieran...¡Que el fuego de Dios me alcance si aún me enredo en ello! 

       Son los capitulares que ya no se reían. 

    -¡Pero desgraciado, nos va Vd. a arruinar! Gritaba el ecónomo agitando su gran libro 

      -Entonces, ¿Prefiere Vd. que me condene? 

      Entonces es cuando el Prior se levantó. 

    -Mis Reverendos, dijo extendiendo su hermosa mano blanca en donde brillaba el anillo pastoral, hay un medio para arreglarlo todo...¿Es por la noche, no es así mi querido hijo, que os tienta el demonio?... 

     -Sí, así es señor Prior, de una manera regular todas las noches... por esa razón, ahora cuando veo que se acerca la noche, tengo, mejorando lo presente, unos sudores fríos, como el burro de Capitou cuando veía acercarse el fardo. 

      -Muy bien, tranquilícese...De ahora en adelante, todas las tardes en el Oficio, recitaremos a su intención la oración de San Agustín, a la cual se le atribuye una indulgencia plenaria...Con esto pase lo que le pase, Vd. se encontrará amparado...Es la absolución durante el pecado. 

     -¡Oh, muy bien! Entonces, muchas gracias Señor Prior! Y, sin pedir nada más, el Padre Gaucher volvió a sus alambiques, más ligero que una alondra. 

       Efectivamente, a partir de ese momento, el oficiante al final de las completas, no dejaba nunca de decir: 

      -Oremos por nuestro pobre padre Gaucher, que sacrifica su alma a los intereses de la comunidad...Oremus Domine... 

       Y mientras que en todas esas capuchas blancas, inclinadas en la sombra de las naves, la oración aleteaba temblando como una pequeña brisa en la nieve, allá, en la otra punta del convento, detrás de los ventanales incandescentes de la destilería, se oía al Padre Gaucher que cantaba con fuerza: 

En París hay un Padre Blanco, 
Patatín, patatán, tarabín, tarabánco; 
En París hay un Padre blanco 
Que hace bailar a las monjitas. 
Trin, trin, trin, en un jardín. 
Que hace bailar a... 

 ...Aquí el bueno del señor cura se detuvo lleno de espanto-
¡Misericordia! ¡Si mis feligreses me oyeran!


viernes, 22 de agosto de 2014

EL TREMENDO JUICIO DE JESUCRISTO REY, PRECEDE SU TRIUNFO, PORQUE TIENE LAS LLAVES DE LA MUERTE Y DEL INFIERNO.



JESUCRISTO REY ETERNO  DEL UNIVERSO
VENCEDOR DE SATANÁS










LA ANTÍTESIS DE LAS TRES VIRTUDES TEOLOGALES FE, ESPERANZA Y CARIDAD



             Estas tres virtudes teologales, son la condición necesaria, para llevar el alma de cada ser humano a la Vida Eterna, son el “motor de Dios”, que es el Amor infundido por el Espíritu Santo, por la acción de Cristo Jesús, que se encarnó e inmoló, cargando con nuestros pecados, y para indicarnos personalmente como tiene que comportarse cada ser humano, para poder así llevarnos al Reino de su Padre, el Dios Todopoderoso. 

        Y Jesús se encarnó como hombre, para que en el día del Juicio, nadie le pueda objetar: "Tú no sabes lo que es ser hombre en la Tierra, y estar sometido a toda clase de tentaciones"

          Pero esas tres virtudes teologales, tienen un enemigo, cuya condición necesaria, es su motor, se trata del odio infundido por Satanás, que conduce indefectiblemente el alma a la segunda muerte: la Muerte Eterna, al reino del Príncipe Negro.

           Contra la Fe en un Dios Eterno - cuya existencia proclama el Universo entero, que es una imagen y una irrefutable prueba, que desvela su infinitud, su poderío, su inteligencia, y muchísimos otros atributos, que ningún científico nunca podrá desvelar, porque un simple razonamiento filosófico y matemático, nos dice que lo finito no podrá nunca alcanzar lo infinito. Satanás opone la fe en el mundo material, que no es eterno, porque es una imagen perecedera, o un espejismo, ya que todos los científicos del mundo están de acuerdo en afirmar que el Universo tendrá un fin: El mismo sol consume ingentes cantidades de hidrógeno, y la Humanidad entera desaparecerá en un tiempo que, comparado con la eternidad, es como una gota de agua en todos los océanos del mundo.

           Contra la Esperanza en un mundo perfecto que es armonía y belleza - en donde desaparezca lo imperfecto, que es fealdad, siempre más o menos presente en el alma de cada ser humano, por culpa de las raíces del pecado original, – Satanás opone la sed y la esperanza en el mundo material, que nunca podrá colmar el alma, ya que como está escrito, hay que creer en Dios, porque el mundo material  pasa, pero el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre. 

           Contra la caridad, que es el amor que le debemos a Dios, por habernos creado y redimido, y por darnos la posibilidad de poseer la Vida Eterna, Satán opone, con el motor del odio, la soberbia, la envidia, la mentira, la lujuria y la impureza, y todas las mezclas de esos elementos, que solo dan infelicidad ya en este mundo y la desgracia y el horror eternos, lo que es la segunda muerte. Y esto ocurre porque, como lo vemos en todos los vicios, el alma siempre quiere más. Como lo dice San Juan de la Cruz, los apetitos son como el fuego, al cual, cuando más leña se le echa, más crece, y son aún mucho peor, ya que cuando se deja de alimentar el fuego, este se apaga, mientras que el apetito aumenta cuando carece lo que ansía, y eso lo vemos en el drogadicto, en el borracho, el lujurioso, el avaro, que siempre quieren más y más.

        



De los cuadernos de María Valtorta
(17 de Agosto de 1.943)


             Dice Jesús:

          “Cuando Yo hago decir por boca del Amado que “también los que me traspasaron me verán”, no pretendo hacer alusión a los que me traspasaron hace ahora 20 siglos.

           Cuando Yo venga, habrá llegado el tiempo del triunfo de mi Reino. Te he explicado cómo será mi Reino y como serán sus súbditos. Será el tiempo del testimonio del espíritu, la parte divina encerrada en vosotros y que os da la imagen y semejanza con Dios. Siendo así, serán las partes espirituales que serán la causa de las decisiones del juicio que separa a los malditos de los benditos. Y en los malditos estarán los que con su espíritu sacrílego, que ha buscado a la Bestia, adorado a la Bestia y prostituido con la Bestia, han traspasado a lo largo de los siglos, el Espíritu divino del Hijo de Dios, después de haber, con los jefes de la serie maldita, traspasado la Carne del Hijo del Hombre.

          (…) La hilera de los que me traspasan es numerosa como arena sobre la playa del mar. No se cuentan sus granitos.

           Todos los delitos, todos los pecados cometidos contra Mí, ahora ya inviolable para el sufrimiento humano, pero susceptible aún a las ofensas causadas a Mi Espíritu, están señaladas en los libros que recuerdan las obras de los hombres.

          Todas las traiciones después de mis beneficios, todas las abjuraciones, todos los pecados contra la Verdad, traída por Mí, todos los pecados contra el Espíritu Santo, que ha hablado por mi boca, y que por mérito Mío ha venido a iluminar la palabra del Verbo, todas esas heridas hechas a lo largo de los siglos por la raza que Yo quise salvar, a pesar de saberla tan reacia al Bien, estarán presentes en el interior de los espíritus reunidos, los cuales, en la Luz fulgurante de Mí refulgir, reconocerán lo que hicieron con su obstinada voluntad de impugnar cuanto fue dicho y hecho por Uno que no podía mentir, ni hacer obras inútiles según la Ley divina de amor.

          Los negadores del Amor son los que me han traspasado, y conmigo han herido a Aquel que me ha generado y a Aquel que procede de nuestro Amor de Padre y de Hijo. Todo Juicio es remitido al Hijo, pero el Hijo juzgará también las culpas cometidas contra el Padre y el Espíritu.

           El portador de Vida, el Viviente eterno y el Eterno Inmolado que el mundo quiso muerto, matado como se mata al delincuente que daña – mientras que Yo era el Santo que perdonaba, el Bueno, que hacía el Bien, el Poderoso que curaba, el Sabio que instruía – es Aquel que abrirá las puertas a la muerte verdadera e introducirá el cuerpo y las almas de sus homicidas. El portador de la Vida que se vive en el Cielo, cerrará las puertas del Infierno sobre el número intocable de los malditos, los cuales han preferido la muerte a la Vida.

         Yo lo haré, porque Yo, Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador y Señor vuestro, Juez eterno, tengo las llaves de la muerte y del Infierno.”
          

          


          

sábado, 9 de agosto de 2014

COMO COMENZÓ LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL


Mapa de Europa antes de la primera guerra mundial



          Extraordinario relato de las causas de la Primera guerra Mundial, cuyo centenario se ha celebrado recientemente, aquí están descritas de una manera magistral, las causas provocadas por los Nacionalismos exacerbados, la soberbia de los gobernantes y su incapacidad para resolver con dignidad los problemas de los pueblos, que son siempre los que pagan las consecuencias de todos los pecados de sus gobernantes.

          La Santísima Virgen, ya había explicado a los pastorcillos de Fátima que esa guerra era fruto de los pecados de los hombres: La triple concupiscencia generada por el misterio de iniquidad, es siempre la causa de todos los males, También les dijo la Stma.Virgen, que si el mundo no se arrepentía, vendría otra guerra aún peor, que fue la segunda guerra mundial, la mayor masacre de la Humanidad.




LAS CAUSAS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

(Relatada por el historiador francés André Castelot)



             El 28 de Junio de 1.914, todo el elegante Paris se reúne en el hipódromo de Longchamp. ¡Es el Grand Prix! Las damas emplumadas, el pecho rebosante y florido, lucen con orgullo sus últimos modelos. En chaquet y sombreros de copa, los señores transpiran bajo el sol. Al día siguiente, se acabará la vida parisina, y cundirá la deshonra  para los que no podrán abandonar la capital… y algunos preferirán esconderse tras sus contras cerradas antes de que adviertan su presencia. Se habla mucho del gran Modista Poiret,  que con sus modelos, acaba de terminar su gira triunfal por toda Europa; se habla de l´Otage de Claudel, que acaba de presentar Lugné-Poe, se habla también de Madame Caillaux que mató el director del diario Le Figaró, y cuyo Juicio ha sido fijado para el 20 de Julio. Se habla sobre todo de Sardanapale, el caballo del barón de Rothschild, que es el favorito para ganar el Grand Prix…

         En la tribuna oficial, los presidentes de la Cámaras y el cuerpo diplomático acogen a Poincaré y a su mujer, el Presidente de la República solo la ha desposado el año anterior, casada dos veces, la italiana Henriette Benucci, antes de ser Madame Poincaré, había tenido una existencia bastante agitada y el futuro Presidente solo había obtenido el consentimiento de su madre, prometiéndole de casarse en un ayuntamiento de Paris.

          -Tendrá lugar en Paris, le prometió y no se enterarán ni vuestros criados.
          La tercera carrera se termina… “La pureza del cielo, relatará Raymond Poincaré, la muchedumbre de los espectadores, la elegancia de los vestidos, la belleza del trazado de las carreras en su inmenso campo de verdor, todo hacía presagiar una tarde encantadora, seguía algo distraído el galopar de los caballos…”
          La cuarta carrera va a dar comienzo.

           En ese momento, un telegrama de la agencia Havas se entrega al Presidente, relatando la noticia que va a barrer todo un mundo: ese mismo día a las once de la mañana, el Archiduque heredero de Austria-Hungría, Francisco - Fernando y su esposa morganática, la duquesa de Hohenberg, han sido asesinados a tiros de revólver en las calles de Sarajevo, en Bosnia, por un estudiante nacionalista serbio Gavrielo Prinzip.

          Inmediatamente, Poincaré comunica el telegrama al conde Seczen, embajador de Austria-Hungría, que empalidece, y pide permiso al Presidente para retirarse. Los otros embajadores al no seguir el ejemplo de su colega, obligan a Poincaré a  permanecer en Longchamp. Como es de suponer, nadie se interesa ya por las hazañas del caballo Sardanapale.

          “Solo se hablaba de ese asesinato, dirá Poincaré, y de las consecuencias políticas que podían acarrear. Unos se preguntan cuál será el porvenir de la monarquía de los Habsburgos, los hijos del archiduque y de su esposa morganática habían sido excluidos anteriormente de la sucesión al trono por voluntad del archiduque; los demás temen por ver de nuevo agudizarse los problemas balcánicos. El Señor Lavhovary ministro rumano, se muestra muy preocupado, teme que ese crimen sea un pretexto de Austria para iniciar un conflicto”.

          ¿No ha anexionado Austria-Hungría, hace solo 6 años a Bosnia-Herzegovina, poblada de eslavos, que no llevan en su alma a sus nuevos amos? ¿Acaso no sueñan esos Austriacos a su pesar, de volverse Serbios? ¿Y Francisco-José no aprovecharía la ocasión para darle por fin su merecido a la turbulenta Serbia”, la cual – los Austriacos van a jurarlo - ha armado los brazos del asesino? Habría que decir de los asesinos, ya que un primer atentado – a las 10 y 25 - se había producido contra el Archiduque: una bomba escondida en un ramo de flores, había sido arrojada dentro del coche oficial, pero Francisco-Fernando había tenido la precaución de arrojar a la acera el artefacto que empezaba a echar humo - Una terrible explosión había herido gravemente a oficiales de su séquito y transeúntes, el asesino Chabinovitch – otro Serbio más – había sido él también detenido. Otros cómplices – todos pertenecían a la asociación revolucionaria, La Mano Negra – habían sido igualmente encarcelados.

          Mientras que Poincaré vuelve al Elysée, el Kaiser se enteraba de la noticia en Kiel, en donde estaba con las regatas, la nota con la noticia se tiró sobre el puente del yate en  la pitillera del almirante Muller que se arrimó lo más cerca posible del barco imperial.

          -¡Tenemos que barrer a los Serbios! Exclamó un poco más tarde.
          […] –Estamos recibiendo de Viena y de Budapest noticias muy alarmantes. La Bolsa es ahí detestable- Todos venden a brazo partido a cualquier precio. Parece que la nota que se va a entregar en Belgrado, será al contrario de lo que se cree en Francia, tan rígida y tan flagrante, que es posible que por sí sola sea capaz de provocar un conflicto.

          Poincaré, a pesar de ello se embarcaba con Viviani en el acorazado France hacia Cronstad y San Petersburgo… con el fin de asegurase del buen funcionamiento de la alianza franco-rusa, la cual según el embajador  Paleólogo, tenía que ser reforzada. El agregado militar de Austria en Rusia tenía toda la razón cuando le decía a un alto funcionario Zarista:

          _ Estamos seguros de su actitud pacifista.
          _ ¿Y eso por qué? le preguntó el Ruso.
        _Pues porque su País no está actualmente capacitado para entrar en guerra. En primer lugar vuestro armamento no está a la altura, y por otra parte, si estallara la guerra en su País, eso provocaría a corto plazo, la revolución. ¡Palabras verdaderamente proféticas! el ministro de la Guerra Soukhomlokov, un hombrecillo regordete, con su barbichuela, su largo bigote blanco, su forma en anchura, sus modales felinos y su falsedad "se parecía a un gato", creía indefectiblemente a la superioridad de la bayoneta sobre la bala de escopeta. Bárbara W. Tuchman en su apasionante Agosto 14, nos da unas cifras elocuentes sobre el Ejército ruso en 1.914. Es así como Rusia empieza sus hostilidades con 850 balas por cañón, cuando los ejércitos occidentales disponían de 2000 a 3.000. La división de infantería disponía de siete baterías de campo, cuando los alemanes tenían catorce. Todo el ejército ruso disponía de 60 baterías de artillería pesada frente a las 381 de los alemanes".

          El Ministro - entre dos tripoteras – alzaba los hombros cuando se atrevían a decirle que las tácticas habían evolucionado desde 1.887 cuando, sable en mano, había hecho sus primeras armas contra los Turcos. 

Francia conocía mal esos datos, cegada por el número aplastante de soldados los cuales – sobre el papel – podían presentar contra los imperios centrales: en total seis millones y medio. Este considerable “potencial humano" tranquilizaba, este “rodillo compresor” hacía olvidarse de consultar un mapa, una simple ojeada hubiera demostrado que, cada soldado ruso tenía que recorrer una media de 1.100 kilómetros para poder alcanzar la frontera, y que la red de los ferrocarriles - cuyo ancho era superior al de los alemanes – tenía una densidad diez veces menor  que la de los futuros enemigos de Rusia.

          Mientras que Poincaré y los soberanos rusos brindaban y proyectaban reuniones futuras para 1.915, los acontecimientos iban progresando.
           - Pero ahora se iban a precipitar.

           […] Pero el 26, Austria que desea el conflicto, rechaza la nota de disculpas de Serbia. ¿Seguirá Alemania a su aliado? Guillermo quería limitar sus instintos guerreros a dedicarse a rizar los ganchos de su bigote, a cambiarse de uniforme varias veces al día, y a montarse para trabajar en una silla de montar completa, con sus estribos, sujeta en un madero con forma de caballo… Pero no está solo.

          El Estado mayor, en su mente, ve rodar hacia la frontera sus 6.010 vagones de ferrocarril por cada cuerpo de ejército, y nada puede ya aminorar el optimismo de los políticos - ¿No se prometió acaso a Austria de luchar con ella, si una acción de castigo contra Belgrado uniría Serbia con Rusia? Julio Cambon, el embajador de Francia en Berlín, trata en vano de demostrar al secretario de Estado de los Asuntos exteriores, que Francia e Inglaterra se verán obligados a declarar la guerra. Lo que el Kaiser iba a realizar era con toda seguridad descabellado:

            No conseguiréis nada y correréis el riesgo de fracasar. Francia se defenderá mucho mejor de lo que pensáis. Inglaterra que cometió en 1.870, con Napoleón III, en la batalla de Sedan, el error de dejarnos aplastar, no lo volverá a hacer, podéis estar seguros de ello […] os vais a encontraros solos contra toda Europa, tendréis como aliado solo un Imperio carcomido.

             El interlocutor de Julio Cambon, había contestado con una risíta:
         -Ud dispone de sus propios informes, nosotros tenemos los nuestros, que son completamente distintos.
          El 28 de Julio, Austria declara la guerra a Serbia, el absurdo juego de las alianzas va a disparar la locura de los hombres.

         -Lo he previsto todo, declaró el octogenario Francisco – José.
          Todo, menos el descalabro del puzle Austriaco....

         [...] La mañana del 4 de Agosto; en Berlín - Un Berlín bajo la lluvia - el emperador, vestido de gala, su casco en la cabeza, sentado en su trono, recibía a sus diputados y declaraba:

           - Desenvainamos la espada con la conciencia limpia y las manos limpias-
          A las tres de la tarde, en el Reichstag, se reúnen los diputados. Aún desconocen la entrada de las tropas alemanas en Belgica.

             Nuestras tropas, anuncia Bethmann - Hollweg, han ocupado el Luxemburgo y están quizás ya en Bélgica (profunda emoción). A decir verdad, Francia había prometido de respetar la neutralidad bel ga, pero sabíamos que se preparaba para invadir a Bélgica... y no podíamos esperar; la necesidad hace ley.

                   A continuación, el canciller añadirá lo que el almirante Tirpitz llamó "la más grande idiotez pronunciada por un Estadista alemán" :

                 Nuestra invasión de Bélgica es contraria al derecho internacional, pero repararemos el daño causado - lo digo francamente - cuando alcancemos nuestros objetivos.
                       "Nunca olvidaré el momento en que leí ese discurso, escribirá el príncipe de Bülow, predecesor de Bethmann - Hollweg, porque he sentido muy raramente una angustia semejante.Entendí lo que la gente y los niños quieren expresar cuando dicen: "Mi corazón se detuvo". Entendí entonces que con esta declaración solemne habíamos quedado desacreditados para todos los asuntos imponderables, que por ese discurso de una estupidez incalificable, poníamos en contra nuestra a la opinión pública del mundo entero.
                 Por la tarde, Bethmann - Hollweg proseguirá con sus "estupideces" al hablar con el embajador de Inglaterra - sir Edward Goschen - y llamará "trapo de papel" la garantía de la neutralidad belga firmada por los principales Estados europeos, incluido Alemania.

       -Estaréis de vuelta antes de que empiecen a caerse las hojas de los árboles, anunciará el Kaiser a sus oficiales.
        Todos se imaginaban desayunando en el café de la Paz  el 2 de Septiembre, aniversario del desastre francés de Sedan-
      Será una tormenta violenta, pero muy corta, predecía Bethmann - Hollweg; cuento con una guerra de tres o todo lo más cuatro meses, y he organizado toda la política en ese sentido.

        En Paris los convoyes partían de la estación del Este, llevando estas palabras trazadas con tiza: "Tren de placer para Berlín". Y los movilizados gritaban: "Volveremos dentro de dos meses... "

        El que tuvo una visión más clara en estos primeros días, fue sin duda alguna el mariscal lord  Kitchener, secretario de Estado británico de la guerra, y que declaró a sus colegas:
          -Tenemos que estar preparados para enviar al frente ejércitos compuestos por millones de hombres y a mantenerlos durante varios años.
     "Nadie supo jamás, escribirá Grey, como, con que razonamiento, llegó a hacer esta predicción sobre la duración de la guerra."

            La vigilia de armas toca a su fin, Los embajadores van a encontrarse en paro. La palabra la tienen ahora los cañones- Pero el primer muerto cayó 32 horas antes de la declaración de la guerra.

           La mañana del domingo 2 de Agosto, el teniente alemán Meyer, recibía esta orden: "Pasad la frontera, y mandad observadores en la dirección de Belfort, pasando por Delle, para ver donde se encuentran agrupadas las fuerzas. "La patrulla - como así lo contará un testigo alemán - se llenó de alegría y de deseo de combatir, orgullosa de ser la primera en enseñar al enemigo, la fuerza del jinete alemán".

              En Jonchery, a doce kilómetros de la frontra, delante de la casa del Señor M. Docourt, se encontraba el pequeño destacamento del 44 regimiento de infantería: cuatro soldados a la orden de un cabo: el cabo Peugeot. Pero demos la palabra a la hija del Señor Docourt, la cual, medio siglo más tarde, me contó ella misma la escena:


          - Eran las diez de la mañana, salí de la casa para ir a buscar agua a la fuente que estaba a unos treinta metros de la casa. Repentinamente, vi a una patrulla alemana que atravesaba el campo de trigo y que se encontraba del otro lado de la carretera. Volví enseguida a mi casa gritando: "¡Socorro! ¡ Están aquí los Prusianos! los cinco soldados que estaban en nuestra casa salieron enseguida y oí al cabo Peugeot hacer la llamada reglamentaria de alto...

          

     Pero la patrulla alemana disparó. Peugeot cayó. Estaba gravemente herido pero aún tuvo fuerzas para coger el fusil y disparar; el teniente alemán fue derribado. Vi al cabo Peugeot levantarse; anduvo unos pasos titubeando hacia la casa y cayó ahí, en la entrada de la puerta, en este mismo sitio, señor, en donde nos encontramos ahora mismo.

       La sangre se derramó - la primera sangre de una de las más espantosas matanzas de la Historia.


                           
          


        

     

          

sábado, 2 de agosto de 2014

POR QUÉ LOS MÁRTIRES PERDONAN A SUS VERDUGOS EN LA TIERRA, PERO CLAMAN JUSTICIA EN EL CIELO

TODO EL QUE QUIERE, PUEDE ALCANZAR LA VIDA ETERNA
EN ESTE MUNDO


Mensaje de Misericordia de Jesucristo al mundo actual

(Confiado a Santa Faustina)


965- Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de mi misericordia. Si no adoran a Mi misericordia, morirán para siempre. Secretaria de mi misericordia, escribe, habla a las almas de esta gran misericordia Mía, porque está cercano el día terrible, el día de Mí Justicia.


La Misericordia está compuesta de dos premisas:
          La Justicia: Perdono y es necesario, porque Cristo sabe que yo también soy pecador, y si yo no perdono no seré tampoco perdonado, porque cualquier pecado es una ofensa al prójimo y también a Dios.
          La bondad: Perdono, y es también necesario, porque Cristo sabe que si he sido misericordioso con los demás, Él también lo será conmigo.

En eso consiste el mensaje de Jesús a Santa Faustina: el que no quiere entrar por la Puerta de la Misericordia, es decir el que no se ha acogido a estos dos axiomas, será tratado como él mismo trató a los otros, con Justicia que exige que sea tratado como trató a los demás; y con maldad, que es como también trató a su prójimo, y a esos se aplica la maldición de Dios.

Y la mayor sorpresa de los juzgados será, como lo relata el Evangelio, descubrir que todo el mal y el bien que hicieron a sus semejantes, se lo hicieron a Dios mismo.

Quiero aquí aclarar una discusión con cierto individuo, al que yo citaba las palabras del Apocalipsis, en donde los Santos martirizados pedían a Dios Justicia. Apocalipsis 6, 9-11

"Cuando el Cordero rompió el quinto sello, vi debajo del altar a los degollados por anunciar la palabra de Dios y por haber dado el testimonio debido. Y gritaban con potente voz diciendo:
-Señor Santo y veraz, ¿Cuándo nos harás justicia y vengarás la muerte sangrienta que nos dieron los habitantes de la Tierra?
Se les entregó entonces a cada uno un vestido blanco y se  les dijo: Aguardad un poco todavía. Aguardad hasta que se complete el número de vuestros compañeros y de vuestros hermanos que, como vosotros van a ser martirizados".

Pues la reacción de este individuo fue negar que esto fuera posible, y argumentaba que todos los mártires murieron perdonando a sus verdugos. Y esto me recuerda también las palabras de cierto Profesor, cuando yo estudiaba en la Facultad de Teología de Granada para ser profesor de Religión, y que criticaba nada menos que a Santo Tomás de Aquino, porque ese Doctor de la Iglesia había afirmado que una de nuestras más grandes alegrías en el Paraíso, será ver como se cumplió la Justicia de Dios hacia los condenados.

Estamos pues en presencia de dos comportamientos que a primera vista parecen contradictorios, pero que personalmente creo que son los más adecuados, y que reflejan perfectamente la mentalidad de los hombres, que es necesaria en este mundo, pero que no será así en el Santo Reino de Dios. Y este hecho resulta incomprensible para los modernos teólogos, que son los abanderados de la Teología del relativismo, como Hans Küng, Massiá o Queiruga, fieles seguidores de Satanás que les ha infundido la idea falsa de que no hay diferencia alguna entre el Pecado y la Virtud.

Dice Jesús en las obras de Mª Valtorta: 

"No seas ilusos, en el día del Juicio mi cayado de Pastor se cambiará en un cetro Real, y mi Justicia será inexorable".
"Yo redimiré a todos los hombres que se arrepientan, los impenitentes no tendrán redención".

Basta también recordar las terribles palabras de Jesús dirigidas a los condenados en el Juicio final, relatadas en los Evangelios. En donde Jesús dice textualmente:
"...Apartaos de Mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles..." (Mt 25-41)
Y, a pesar de estas palabras tan claras, que no se prestan a confusión, muchos "Teólogos" no tienen ningún reparo en afirmar, ¡Que no es Dios el  que castiga, que es el alma que se aparta de Él!
La explicación a este problema, creo sinceramente que es bien sencilla: Aún estamos en el tiempo en que el trigo y la cizaña están creciendo, y no vemos muy claro cual es el trigo y cual es la cizaña, esta última no se puede arrancar aún, ya que se puede confundir con la buena semilla plantada por Dios. Pero aquí subsiste otro problema de fondo: Mientras hay vida hay esperanza, lo que quiere decir que Dios y el hombre pueden hacer el milagro de transformar la cizaña en trigo por la Acción de la Gracia, que proviene de Dios, y el hombre con el perdón hacia su semejante, puede dar vía libre a la Misericordia, que proviene de la inmensa fuerza del Amor de Dios, que es el Espíritu Santo. 

De la misma manera, pero a la inversa, el trigo se puede transformar en cizaña por el veneno del Odio inoculado por Satanás gracias al pecado del orgullo, que abre la puerta a todos los pecados, que conducen a la muerte del alma.



Y esto es lo que explicó el Ángel Azarías a María Valtorta:


[...] Nosotros queremos de ti este completo conocimiento (el don del discernimiento de los espíritus) a fin de que produzca un mar de misericordia dulcísima en el que tu puedas purificar los ánimos de tus hermanos absolviendolos, en lo que está de tu parte, de toda culpa y pidiéndole al Dios de la Misericordia que les absuelva. 

Recuerda siempre que tu Señor y mío, te enseñó que la fuerza que consigue el perdón de Dios para un pecador, es el perdón del ofendido. 
Es un trastrueque en la petición de la Oración de Jesús Santísimo: "Padre perdónanos nuestras deudas como nosotros se las perdonamos a nuestros deudores" dice el Padrenuestro. Es la misericordia de su corazón que todo y a todos absuelve diciendo: "No son unos malvados sino unos infelices" y grita asimismo: "Padre, perdona a nuestros deudores puesto que nosotros ya les hemos perdonado todo".  

               [...] Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo."

Y esa es la verdadera explicación del porque los Mártires perdonan a sus verdugos en esta Tierra, y en el Cielo, donde se ha recolectado el trigo y la cizaña, claman Justicia. 

En este mundo, y desgraciadamente en muchos católicos, en donde se ha implantado el relativismo y en donde casi nadie se da cuenta de la gravedad del pecado, que es una ofensa grave a Dios, y un sufrimiento añadido a su cruenta Pasión, esta postura es incompresible. Dice San Juan de la Cruz en los Dichos de luz y amor:

"No sabe el hombre gozarse bien ni dolerse bien, porque no entiende la distancia de el bien y de el mal".

Esto, dicho hace 500 años, en donde se admiraba la Virtud, y se despreciaba el pecado, es en nuestros días, más verdadero que nunca, ya que como lo hemos dicho, el Demonio ha impuesto el relativismo en la Sociedad, y para muchos, el pecado es mejor que la Virtud. Y además, se predica también un Dios relativista que quiere igual a un Santo asceta que a un sádico pecador.