MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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martes, 9 de febrero de 2021

IMPRESIONANTE IMAGEN DE JESÚS CORONADO DE ESPINAS, POCO ANTES DE MORIR POR NOSOTROS EN LA CRUZ


Este retrato de Jesús me ha emocionado; es así como
lo describe María Valtorta en sus visiones: el cabello
color rubio oscuro; y los ojos azules




María Valtorta era con la Biblia la lectura de la Madre Teresa de Calcuta, y la del Padre Pío de Pietrelcina que la recomendaba a sus fieles, diciéndoles que debían leer sus escritos.



De los cuadernos de María Valtorta
 (20-2-1.944)

Ahora - ya es de noche - dice Jesús:
Has visto cuanto cuesta ser Salvadores. Lo has visto en Mí y en María. Has tenido conocimiento de mis torturas. Has visto con que generosidad, heroísmo, paciencia, mansedumbre, constancia y fortaleza las hemos sufrido por la caridad de salvaros.

Todos aquellos que quieran, que pidan al Señor Dios hacer de ellos "salvadores" deben pensar que Yo y María son el modelo, y que estas son las torturas que hay que compartir para salvar.

La cruz, las espinas, los clavos, los azotes no serán materiales. Serán otros, con otra forma y naturaleza; pero igualmente dolorosos e inmoladores. Y solo inmolándose en medio de estos dolores se puede ser salvador.

Es misión austera, la más austera de todos. Una misión respeto a la cual una vida de monje, o de la religiosa de la más severa regla es como una flor comparada con un montón de espinas. Porque esta es una regla no de orden humana, sino Regla de un sacerdocio y un rito de ingreso en el estado monacal divinos, cuyo fundador soy Yo. Yo soy el que consagra y acoge - en mi Regla, en mi Orden - y los elegidos para ella. Y soy el que les impone el hábito (el mío): el dolor total, llevado hasta el sacrificio.

Has visto mis sufrimientos dirigidos a hacer reparación por vuestras culpas. Nada en mi Cuerpo ha estado exento de ellos, porque nada en el hombre ha estado exento de culpas, y todas las partes de vuestro yo -físico y moral - ese yo que Dios os ha dado con una perfección de obra divina y que vosotros habéis degradado con la culpa del progenitor y con vuestras tendencias al mal, con vuestra voluntad mala - son los instrumentos de los que os servís para cumplir el pecado.

Pero Yo he venido para cancelar los efectos del pecado con mi Sangre y mi dolor; lavando en ellos cada una de vuestras partes físicas y morales, para purificarlas y fortalecerlas contra las tendencias culpables.

Mis manos fueron heridas y aprisionadas, después de haberse cansado llevando la Cruz, para reparar por todos los delitos cometidos por la mano del hombre. Desde los verdaderos actos de sujetar y usar un arma contra un hermano, haciéndoos así Caínes, hasta los de robar o escribir acusaciones falsas o llevar actos contrarios al respeto de vuestro cuerpo o del cuerpo ajeno, o de estar ociosos en una holgazanería que es terreno propio para vuestros vicios. Por las ilícitas libertadas de vuestras manos, he dejado crucificar las mías clavándolas en el madero, privándolas de todo movimiento más que lícito y necesario.

Los pies de vuestro Salvador, después de haberse fatigado y herido en las piedras de mi camino de Pasión, fueron traspasados, inmolados, para hacer reparación de todo el mal que vosotros hacéis con los pies, haciendo de ellos el medio para ir a vuestros delitos, hurtos, fornicaciones. He marcado las calles, las plazas, las casas, las escaleras de Jerusalén, para purificar todas las calles, las plazas, las escaleras, las casas de la Tierra, de todo el mal que dentro y fuera de ellas había nacido, todo lo que había sido sembrado y sería sembrado, en los siglos pasados y en los futuros, por vuestra mala voluntad obediente a las instigaciones de Satanás.

Mi Carne se manchó, recibió contusiones y heridas, para castigar en mí todo el culto exagerado, la idolatría, que vosotros ofrecéis a vuestra carne y a la de quien amáis, por capricho sensual o incluso por afecto, que en sí no es reprobable, pero que lo hacéis reprobable al amar a un padre, a un cónyugue, a un hijo o a un hermano, más que a Dios.

No. Por encima de cualquier amor y vínculo terrenos está, debe estar el amor al Señor Dios vuestro. Ninguno, ningún otro afecto debe ser superior a este. Amad a los vuestros en Dios, no por encima de Dios. Amad con todo vuestro ser a Dios. Ello no absorberá vuestro amor hasta el punto de haceros independientes para con los vuestros; antes al contrario, la perfección tomada de Dios - quien ama a Dios tiene en sí a Dios y, teniendo a Dios, tiene la Perfección - alimentará vuestra perfección hacia ellos.

Yo hice de mi Carne una llaga para extraer de las vuestras el veneno de la sensualidad, del no pudor, del no respeto, de la ambición y admiración por la carne destinada a volver al polvo. No es dando culto a la carne es como se lleva la carne a la belleza; antes bien, es con el desapego de ella con lo que se le da la Belleza eterna en el Cielo de Dios.

Mi cabeza fue torturada por mil torturas (golpes, sol, gritos, espinas) para hacer reparación por las culpas de vuestra mente. Soberbia, impaciencia, insoportabilidad, falta de aguante, pululan en vuestro cerebro como terreno fungífero. Yo hice de él un órgano torturado, cerrado dentro de un arca decorada con sangre, para hacer reparación por todo lo que brota de vuestro pensamiento.

Has visto la única corona que Yo he querido: una corona que solo un loco o un torturado pueden llevar. Ninguno, que sea sano de mente (humanamente hablando) y que esté en posesión de la libertad, se la impone. Pero a mí me consideraban loco, y loco, sobrenaturalmente, divinamente loco lo era, queriendo morir por vosotros - que no me amáis o me amáis tan poco -, queriendo morir para vencer el Mal en vosotros, sabiendo que lo amáis más que a Dios, y estuve a merced del hombre; y prisionero del hombre, condenado suyo, Yo, Dios condenado por el hombre.

Y en la cabeza, también los ojos tuvieron su parte, y la boca, y la nariz y la lengua. Por hacer reparación de vuestras miradas tan amantes de ver lo malo y tan olvidadas de buscar a Dios; para hacer reparación por las demasiadas y demasiado embusteras y sucias y lujuriosas palabras que decís, en vez de usar los labios para orar, para enseñar, para confortar. 

Y recibieron su tortura la nariz y la lengua para hacer reparación por vuestra avidez gustativa y por vuestra sensualidad olfativa, por las cuales cometéis imperfecciones que son terreno para más graves culpas y cometéis pecados con la avidez de alimentos superfluos sin tener piedad de los que tienen hambre de alimentos que os podéis permitir, muchas veces recurriendo a medios ilícitos de ganancia.

Mis entrañas no quedaron exentas de sufrimiento. Ninguna de ellas. Sofocación y tos para los pulmones, los cuales, por la bárbara flagelación recibida, estaban contusos, y edemáticos por la postura en la Cruz; congoja y dolor en el corazón, que había sido desplazado y estaba enfermo, por causa de la cruel flagelación, y del dolor moral que había precedido a esta, por el esfuerzo de la subida bajo la pesada carga del madero y por la anemia consiguiente a toda la sangre que ya había vertido. El hígado congestionado, el bazo congestionado y los riñones contusos y congestionados.

Has visto la corona de moratones que estaba alrededor de mis riñones. Vuestros científicos, para dar una prueba para vuestra incredulidad, respecto a esa prueba de mis padecimientos que es la Sábana Santa, explican que la Sangre, el sudor cadavérico y la urea de un cuerpo ultrafatigado pudieron, mezclándose con los ungüentos, producir esa pintura natural de mi Cuerpo extinto y torturado.

[...] La sed ¡Qué tortura la sed! Y, a pesar de todo, ya has visto que ni siquiera uno, de entre tantos, que supiera en aquellas horas darme una gota de agua. Desde después de la Cena no tuve ninguna confortación. Y la fiebre, el sol, el calor, el polvo, el desangramiento, producían mucha sed a vuestro Salvador.

[...] Esto respecto al sufrimiento de tu Jesús en su Cuerpo inocente. Y no te hablo de las torturas de mi sentimiento hacia mi Madre y hacia su dolor. Se requería ese dolor. Pero para mí fue la congoja más cruel. ¡Solo el Padre sabe lo que sufrió su Verbo en el espíritu, en lo moral y en lo físico! Y la presencia de mi Madre aunque fue la cosa más deseada de mi Corazón, que tenía necesidad de esa confortación en la soledad infinita que lo rodeaba, infinita, soledad procedente de Dios y de los hombres, fue tortura.

Ella debía estar ahí, ángel de carne, para impedir el asalto de la desesperación, de la misma forma que el ángel espiritual la había impedido en Getsemaní; debía estar ahí para recibir la investidura de Madre del Género humano. Pero verla morir a cada uno de mis estremecimientos fue mi mayor dolor. Ni siquiera la traición, ni siquiera saber que mi Sacrificio sería inútil para muchos - esos dos dolores que pocas horas antes me habían parecido tan grandes que me habían hecho sudar sangre -eran comparables a este.

Pero tú has visto lo grande que fue María en aquella hora. La congoja no le impidió ser más fuerte que Judit. Ésta mató.

María se dejó matar a través de su Hijo. Y ni imprecó, ni odió. Oró, amó, obedeció. Siempre Madre, hasta el punto de pensar, en medio de esas torturas, que Jesús tenía necesidad de su velo virginal para cubrir sus carnes inocentes, para defensa de su pudor, supo al mismo tiempo ser Hija del Padre de los Cielos y obedecer a la tremenda voluntad del Padre en aquella hora. No imprecó, no se rebeló; ni contra Dios, ni contra los hombres: a estos les perdonó, a Aquel le dijo: "Fiat" [...]








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