JESÚS PREDICANDO LA PALABRA DE DIOS |
Discurso lleno de enseñanzas en cuanto a la Doctrina de Jesús, que se puede resumir en estas breves palabras: “Amad con gratitud al Señor y no tengáis miedo. Dios da el ciento por uno a quien le ama”. Lección que nos enseña como una oración hecha a Dios por la intercesión de La Virgen María, tiene una respuesta positiva, ya que Jesús nunca rechaza algo que puede hacer feliz a su Madre.
Aquí están explicadas tantas dudas y consideraciones que tienen los creyentes de hoy:
-¿Qué será de los que no atienden a la Ley de Dios?
-¿Qué será de los que conociendo la Ley, reniegan de ella?
-¿Qué será de los que parecen gozar en esta vida de una gran prosperidad, a pesar de que viven una vida disoluta.
-Como da Jesús la bendición que le pide el pueblo.
-Estremecedor relato de como intercede la Virgen María para obtener la inmediata curación de un niño paralítico.
DISCURSO DE JESÚS A LOS VENDIMIADORES
Y CURACIÓN DEL NIÑO PARALÍTICO
Y CURACIÓN DEL NIÑO PARALÍTICO
(Del Poema del Hombre-Dios de María Valtorta)
(…) Jesús sube por
la pequeña escalera que da a un ala: una galería de arcos bajo la cual se
conservan sacos de productos agrícolas y
herramientas ¡Como sonríe Jesús subiendo esos pocos peldaños! Le veo sonreír
entre el ondear de sus esponjosos cabellos agitados por una brisa vespertina. Y
quisiera saber porque sonríe de una forma tan luminosa. La alegría de esa
sonrisa entra en mi corazón (…)
Se vuelve. Se
sienta en el último peldaño, en el punto más alto de la escalera, que se
transforma en una tribuna para los más afortunados oyentes, es decir, para los dueños de la
casa, para los Apóstoles y para María, la cual, siempre humilde, ni siquiera
había tratado de subir a ese puesto de honor, sino que la había conducido a él
la señora. Está sentada justamente un peldaño más abajo de Jesús, de manera que
su cabeza está a la altura de las rodillas de su Hijo y, estando sentada de
lado, Ella le puede mirar a la cara, con su mirada de paloma enamorada. El
delicado perfil de María destaca nítido como un mármol contra el muro oscuro de la rústica galería.
Más abajo
están los Apóstoles y los dueños de la casa. En el patio, todos los aldeanos:
unos en pié, otros sentados en el suelo, otros encaramados en los lagares o en
las higueras que hay en los cuatro ángulos del patio.
Jesús habla
lentamente, hundiendo la mano en un amplio saco de trigo colocado detrás de las
espaldas de María; parece como si estuviera jugando con esos granos o los
estuviera acariciando con gusto, mientras con la derecha gesticula sosegadamente.
Me han
dicho: "Ven, Jesús a bendecir el trabajo del hombre". Heme aquí. En nombre de
Dios lo bendigo. Efectivamente, todo trabajo, si es honesto, merece bendición
por parte del Señor eterno. Pero he dicho esto: la primera condición para
obtener de Dios bendición es ser honestos en todas las acciones.
Veamos juntos
cuando y como las acciones son honestas. Lo son cuando se cumplen teniendo
presente en el espíritu el eterno Dios. ¿Puede uno acoso pecar uno que diga:
“Dios me está mirando. Dios tiene sus ojos puestos en mí, y no pierde ni un
detalle de mis acciones?” No, No puede.
Porque pensar en Dios es un pensamiento saludable y le impide al hombre pecar más
que cualquier amenaza humana.
¿Pero al
eterno Dios se le debe solo temer? No. Escuchad. Os fue dicho: “Teme al Señor
tu Dios”. Y los Patriarcas temblaron, y temblaron los Profetas cuando el Rostro
de Dios o el de un Ángel del Señor se apareció a sus espíritus justos. Y
ciertamente es verdad que en tiempo de cólera divina la aparición de lo
sobrenatural debe de hacer temblar el corazón. ¿Quién, aún siendo puro como un
párvulo, no tiembla ante el Poderoso, ante cuyo fulgor eterno están en actitud
de adoración los Ángeles, rostro en tierra en el Aleluya paradisíaco?
Dios atenúa con un piadoso velo el insostenible fulgor de un Ángel, para concederle al ojo humano poder mirarle sin que le queden abrasadas pupila y mente. ¿Qué será entonces ver a Dios?
Dios atenúa con un piadoso velo el insostenible fulgor de un Ángel, para concederle al ojo humano poder mirarle sin que le queden abrasadas pupila y mente. ¿Qué será entonces ver a Dios?
Pero esto es
así, mientras dura la ira. Cuando esta es substituida por la Paz y el Dios de
Israel dice: “He jurado y mantengo mi pacto. He ahí a quien envío, y soy Yo,
aún no siendo Yo sino mi Palabra que se hace Carne para ser Redención”,
entonces el amor debe suceder al temor, y solo amor debe dárselo al eterno
Dios, con alegría, porque el tiempo de Paz ha llegado para la Tierra; la Paz ha
llegado entre Dios y el hombre. Cuando los primeros vientos de la primavera
esparcen el polen de la flor de la vid, el agricultor debe temer aún, dado que
la intemperie y los insectos pueden tenderle al fruto muchas insidias, mas
cuando llega la feliz hora de la vendimia, ¡Ah!, entonces cesa todo temor y el
corazón se regocija por la certeza de la cosecha.
El Vástago de
la estirpe de Jesé, habiendo sido previamente anunciado por las palabras de los
Profetas, ha venido; ahora está entre vosotros. Él es Racimo óptimo que os trae
el zumo de la Sabiduría eterna y no pide sino ser tomado y exprimido y ser así
vino para los hombres. El es vino de alegría sin fin para aquellos que se
nutran con Él.
Pero ¡Ay de aquellos que habiendo tenido a
su alcance este vino lo hayan rechazado, y tres veces desdichados aquellos que,
después de haberse nutrido con Él lo hayan rechazado o mezclado en su interior
con la comida de Satanás!
(…) Hay personas
que trabajan como acémilas, pero sin otra religión aparte de la de aumentar
sus riquezas. ¿Qué se muere de aprietos y cansancio delante de él el compañero
que ha sido menos favorecido por la suerte? ¿Qué se mueren de hambre los hijos
de este miserable? ¿Y que le importa al ávido acumulador de riquezas? Hay otros
todavía más duros, que no trabajan pero obligan a trabajar, y atesoran con el
sudor ajeno. Y hay otros que dilapidan lo que avaramente arrebatan al esfuerzo
ajeno. En verdad, en esto el trabajo no es honesto.
Y no digáis: “Y a pesar de todo Dios los
protege”. No. No los protege. Hoy gozarán de una hora de triunfo pero no pasará
mucho tiempo sin que les alcance la severidad divina que, en el tiempo y la
eternidad, les recordará este precepto: “Yo soy el Señor tu Dios, ámame sobre
todas las cosas y ama a tu prójimo como a ti mismo”. ¡Oh, entonces
verdaderamente, si esas palabras resuenan eternamente, serán más tremendas que
los rayos del Sinaí!
Muchas,
demasiadas son las palabras que se os dicen. Yo os digo solo éstas: “Amad a
Dios. Amad al prójimo”. Son como el trabajo que hace fecundo al sarmiento,
realizado con la vid en primavera. El amor a Dios y al prójimo es como la grada
que limpia el suelo de las hierbas nocivas del egoísmo y de las malas pasiones;
es como la azada que excava un círculo en torno a la cepa para que quede
aislada del contacto de las hierbas parásitas y nutrida con frescas aguas de
riego; es como cizalla que elimina lo superfluo para condensar la energía y dirigirla
hacia donde dará fruto; es lazo que aprieta y sostiene junto al robusto palo;
es, finalmente, sol que madura los frutos de la buena voluntad haciendo de
ellos frutos de Vida Eterna.
Exultáis ahora
porque el año ha sido bueno, ricas las mieses y ópima la vendimia. Pero en
verdad os digo que este júbilo vuestro
es menos que un diminuto grano de arena en relación con el júbilo sin medida
que será vuestro cuando el Eterno Padre os diga: “Venid, fecundos sarmientos
míos insertados en la verdadera Vid. Vosotros os prestasteis a toda operación,
aunque fuera penosa, con tal de dar abundante fruto, y ahora venid a Mí,
cuajados con los zumos dulces del amor a Mí y al prójimo. Floreced en mis
jardines durante toda la eternidad”.
Tended a este
eterno goce. Perseguid con fidelidad este bien. Agradecidos, bendecid al
Eterno, que os ayuda a alcanzarlo. Bendecidle por la gracia de su Palabra,
bendecidle por la gracia de la buena cosecha. Amad con gratitud al Señor y no
tengáis miedo. Dios da el ciento por uno a quien le ama.”
Jesús había
terminado, pero todos gritan: “¡Bendícenos, bendícenos! ¡Danos tu bendición!”.
Jesús se
levanta, extiende los brazos y dice con voz de trueno: “Que el Señor os bendiga
y guarde, os muestre su Faz y tenga piedad de vosotros. Que el Señor vuelva a
vosotros su Rostro y os dé su Paz. Que el nombre del Señor esté en vuestros
corazones, en vuestras casas y en vuestros campos”.
La multitud,
la pequeña multitud reunida prorrumpe en un grito de alegría y de aclamaciones
al Mesías, más luego calla y se abre para dejar pasar a una madre que lleva en
sus brazos a un niño paralítico de unos diez años. Ella lo coloca echado a los
pies de la escalera, como si se lo ofreciera a Jesús.
“Es una criada
mía. Su hijo varón se cayó el año pasado desde la terraza y se partió la
columna. Toda la vida tendrá que yacer sobre la espalda” explica el dueño de la
casa.
“Ha esperado
en Ti todos estos meses…”, añade la dueña.
“Dile que se
acerque”.
Pero la pobre
mujer está tan emocionada que parece como si tuviera ella la parálisis. Tiembla
toda y se le enredan los pies en el largo vestir al subir los altos escalones
con su hijo en brazos.
María,
piadosa, se pone en pie y baja hacia ella. “Ven. No temas. Mi Hijo te quiere.
Dame a tu niño. Así podrás subir mejor. Ven, hija. Yo también soy Madre” (y le
coge al niño, el cual sonríe dulcemente). Y sube con el peso de esta
conmovedora carga sobre sus brazos. La madre del niño la sigue, llorando.
Ya está María
ante Jesús. Se arrodilla y dice: “¡Hijo! ¡Por esta madre!” No dice nada más.
Jesús ni
siquiera solicita su consabido “¿Qué deseas que te haga? ¿Crees que pudo
hacerlo?”. No. Hoy sonríe y dice: “Mujer, ven aquí”.
La mujer se coloca justo junto a María.
Jesús le pone una mano sobre la cabeza y se limita a decir: “Alégrate”. Aún no
ha terminado de decir esta palabra y el niño, que hasta ahora había estado
extendido como un cuerpo muerto, colgándole las piernas en brazos de María, se
sienta como impulsado por un resorte y prorrumpe en un grito de alegría:
“¡Mamá!” y corre a refugiarse en el pecho materno.
Los gritos de
hosanna parece como si quisieran penetrar en el cielo completamente rojo del
atardecer.
La mujer, con
su hijo apretado contra el corazón, no sabiendo que decir, le pregunta:
“¿Qué…que tengo que hacer para decirte que soy feliz?”. A lo que Jesús, que
sigue acariciándola, contesta: “Ser buena, amar a Dios y a tu prójimo, educar
en este amor a tu hijo”.
Pero la mujer
no se muestra todavía satisfecha. Quisiera…quisiera…y, por fin pide: “Dadle un
beso Tu y tu Madre a mi niño”.
Jesús se inclina y le besa, y María
también. Y mientras la mujer se marcha feliz, entre las aclamaciones de un
cortejo de amigos, Jesús le explica a la dueña de la casa: “No ha hecho falta
más. Él estaba en los brazos de mi Madre. Incluso sin mediar palabra alguna le
hubiera curado, porque Ella se siente feliz cuando puede consolar una
aflicción. Y Yo deseo hacerla feliz”.
Entonces Jesús y María se intercambian una
de esas miradas cuyo significado es tan profundo, que solo quien las ha visto
las puede entender.
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