Entrevista de Jesús con los Romanos que ocupaban Palestina, maravilloso discurso, en donde se ve claramente la gran diferencia que existe entre los dioses del Olimpo, verdadera creación humana, y la auténtica Divinidad, que triunfó del panteísmo romano a pesar de una cruenta persecución y que culminará con el triunfo de Jesús con el Emperador Constantino, que declarará el Cristianismo Religión oficial del Imperio Romano.
Vemos igualmente que se ha cumplido la Profecía de Jesús: “Las puertas
del Infierno no prevalecerán”. Todos los intentos de acabar con el Cristianismo
han fracasado estrepitosamente: Las terribles persecuciones del Imperio romano,
los ataques a la verdadera fe de parte de los herejes, secuaces de Satanás. El
marxismo que creía que iba a acabar con la religiosidad del Pueblo, con sus
persecuciones y su adoctrinamiento incesante, en vez de conseguir su objetivo,
ha sido un abono para el renacer de la fe que se creía muerta: y así vemos en
Rusia el jefe del Estado Vladimir Putin, acompañado de la Jerarquía ortodoxa en
las grandes ceremonias estatales.
DIALOGO DE JESÚS CON LOS ROMANOS
(Del Evangelio como me ha sido revelado de María Valtorta)
Dice Jesús,
dirigiéndose a las Romanas:
(…) “Paz a ti,
Juana como ves, he venido”.
“Y yo me
alegro de ello. También mis amigas han venido. Pero ahora tengo la impresión de
que he actuado mal haciéndolo. ¿Cómo vais a poder entenderos? ¡Son
completamente paganas!”. Juana está un poco turbada.
Jesús sonríe.
Le pone una mano sobre la cabeza y dice: “No temas. Nos entenderemos muy bien.
Has actuado muy bien haciéndolo. El encuentro abundará en bienes, como tu
jardín en rosas. Recoge ahora estas pobres flores que has dejado caer y vamos
adonde tus amigas”.
"Rosas
hay muchas” Lo hacía para pasar el tiempo y también porque esas amigas son muy…
voluptuosas…Les gustan las flores como si fueran…no sé…”.
¡A Mí, también
me gustan! Fíjate, ya hemos encontrado un tema para entendernos con ellas. (…)
Caminan hacia
una pequeña pérgola hecha de un trenzado multicolor de rosas. A la entrada hay
tres romanas, mirando de hito en hito. Son Plautina, Valeria y Lidia. La
primera y la última permanecen quietas, pero Valeria se hecha a correr y, en
llegar a la altura de Jesús, se inclina y dice: “¡Salve, Salvador de mi pequeña
Fausta!”.
“¡Paz y Luz a
ti y a tus amigas!”.
Las amigas se
inclinan sin decir nada.
A Plautina la
conocemos ya. Es alta, majestuosa; sus ojos negros son espléndidos, un poco
imperiosos; su nariz, bajo una frente lisa y blanquísima, es recta, perfecta;
boca bien dibujada, aunque un poco túmida; el mentón, redondeado y marcado: me
recuerda a ciertas bellísimas estatuas de emperatrices romanas. Gruesos anillos
lucen en sus preciosas manos; anchos brazaletes ciñen sus brazos, en las
muñecas y por encima de los codos, brazos verdaderamente estatuarios, que, bajo
la corta manga drapeada, aparecen blanco-rosados, lisos, perfectos.
Lidia, por el
contrario, es rubia, más delgada y joven, Su belleza no es majestuosa como la
de Plautina, pero tiene toda la gracia de una juventud femenil aún un poco
inmadura. Bueno, dado que estamos en tema pagano, podría decir que si Plautina
parece la estatua de una emperatriz, Lidia podría ser una Diana o una ninfa de
gentil y dulce aspecto.
Valeria, ahora
que ha superado la desesperación de cuando la vimos en Cesárea, se presenta en
su belleza de joven madre, de formas llenas aunque todavía muy juveniles, de
mirada serena, propia de una madre que se siente feliz de poder alactar a su
hijo, y verle crecer alimentado con su leche; de tez rosada y pelo castaño,
tiene una sonrisa plácida y muy dulce.
(…)
Plautina dice:
“Nuestra buena y sabia amiga, una de las pocas que no se desdeña de tratar con
nosotras y que, al mismo tiempo, no se corrompe con nosotras, te habrá dicho
que nuestro deseo era verte y oírte para juzgarte por lo que eres, porque Roma
no cree en fábulas… ¿Porqué sonríes, Maestro?”.
“Después te lo
digo. Prosigue”.
“Porqué Roma
no cree en fábulas y quiere juzgar con ciencia y con conciencia antes de
condenar o exaltar. Tu pueblo te exalta y te calumnia en igual medida. Tus
obras mueven a exaltarte; las palabras de muchos hebreos, a creerte poco menos
que un delincuente. Tus palabras son solemnes y sabias como las de un filósofo.
Roma se siente muy atraída por las doctrinas filosóficas, aunque reconozco que
nuestros actuales filósofos no poseen una doctrina satisfactoria, incluso
porque su forma de vivir no está en consonancia con la doctrina”.
“No pueden
vivir en consonancia con su doctrina”.
“¿porqué son
paganos, no es cierto?”.
“No. Porque
son ateos”.
“¿Ateos? ¡Pero
si tienen sus dioses!...”.
“Ya ni
siquiera esos, mujer. Te recuerdo a los antiguos filósofos, a los más grandes.
También eran paganos, y, a pesar de todo, ¡fíjate que noble fue su vida!: a
pesar de convivir con el error – porque
el hombre gravita hacia el error - , cuando se encontraron frente a los
misterios más grandes, la vida y la muerte, cuando fueron puestos ante el
dilema honestidad o deshonestidad, virtud o vicio, heroísmo o cobardía, y
vieron que si se volvían al mal sería en perjuicio de su Patria y de los
ciudadanos, entonces, con voluntad de gigante, se deshicieron de los tentáculos
de los nefastos pulpos y, libres y santos, supieron querer el Bien a costa de
cualquier cosa, este bien que no es sino Dios”.
“Se dice que
eres Dios, ¿Es verdad?”.
“Yo soy el
Hijo del verdadero Dios, hecho carne sin dejar de ser Dios”.
“Pero, ¿que es
Dios? A juzgar por Ti, el mayor de los Maestros”.
“Dios es mucho
más que un maestro. No rebajéis la idea sublime de la Divinidad encerrándola en
los límites de la sabiduría”.
“La sabiduría
es una divinidad. Nosotros tenemos a Minerva, que es la diosa del saber”.
“También a
Venus, la diosa del placer. ¿Cómo podéis pensar que un dios, o sea un ser
superior a los mortales, tenga en grado perfecto todos los aspectos denigrantes
de los mortales? ¿Cómo podéis pensar que un ser eterno tenga eternamente esos
pequeños, mezquinos, humillantes placeres de quien tiene una hora de tiempo, y
que a ello reduzca la finalidad de su vida? ¿No pensáis en lo sucio que es ese
cielo que llamáis Olimpo, donde fermentan los más acerbos extractos de la
humanidad?
Si miráis a vuestro Cielo, ¿Qué veis?: lujuria, delitos, odios, guerras, robos, crápula, celadas, venganzas. ¿Qué hacéis para celebrar las fiestas de vuestros dioses?: orgías. ¿Qué culto les dais? ¿Dónde está la verdadera castidad de las consagradas a Vesta? ¿En que código divino se basan vuestros pontífices para juzgar? ¿Qué palabras pueden leer vuestros augures en el vuelo de las aves o en el fragor del trueno? ¿Qué respuestas pueden dar a vuestros arúspices las sangrantes entrañas de los animales sacrificados?
Me acabas de decir hace un momento: “Roma no cree en las historietas”. Y entonces, ¿Porqué creéis que doce pobres hombres, haciendo dar una vuelta en torno a los campos a un cerdo, una oveja y un toro, e inmolándolos después, pueden atraerse a Ceres, si tenéis infinitas deidades, que si se odian entre sí, y además vengativas, según creéis? No. Dios es muy distinto de eso, es eterno, único y espiritual”.
Si miráis a vuestro Cielo, ¿Qué veis?: lujuria, delitos, odios, guerras, robos, crápula, celadas, venganzas. ¿Qué hacéis para celebrar las fiestas de vuestros dioses?: orgías. ¿Qué culto les dais? ¿Dónde está la verdadera castidad de las consagradas a Vesta? ¿En que código divino se basan vuestros pontífices para juzgar? ¿Qué palabras pueden leer vuestros augures en el vuelo de las aves o en el fragor del trueno? ¿Qué respuestas pueden dar a vuestros arúspices las sangrantes entrañas de los animales sacrificados?
Me acabas de decir hace un momento: “Roma no cree en las historietas”. Y entonces, ¿Porqué creéis que doce pobres hombres, haciendo dar una vuelta en torno a los campos a un cerdo, una oveja y un toro, e inmolándolos después, pueden atraerse a Ceres, si tenéis infinitas deidades, que si se odian entre sí, y además vengativas, según creéis? No. Dios es muy distinto de eso, es eterno, único y espiritual”.
“Pero Tú dices
ser Dios, y eres carne”.
“Hay un altar
sin dios en la patria de los dioses. La sabiduría humana lo ha dedicado al Dios
desconocido, porque los sabios, los verdaderos filósofos, intuyeron que había
algo más detrás del escenario historiado producido por esos eternos niños que
son los hombres cuyo espíritu está fajado por el error. Ahora bien, si esos
sabios – que intuyeron que tras el engañoso escenario había algo más, algo
verdaderamente sublime y divino que había hecho todo cuanto existe y de quien
procede todo lo que de bueno hay en el mundo -, si esos sabios quisieron un
altar para el Dios desconocido, sentido por ellos como el verdadero Dios, ¿Cómo
es que vosotros llamáis dioses a lo que no es dios, y afirmáis saber lo que en
realidad no sabéis? Sabed pues, lo que es Dios, para poderle conocer y honorar.
Dios es Aquel
que con su pensamiento ha hecho de la Nada el Todo. ¿Tiene poder persuasivo
para vosotros la fábula de las piedras que se transforman en hombres?, ¿Os
satisface? En verdad hay hombres más duros y malos que una piedra y piedras más
útiles que ciertos hombres. Valeria, ¿Qué te resulta más dulce, mirando a esta
hijita tuya, pensar: “Es un deseo de Dios hecho vida, creado y formado por Él,
dotado por Él de una segunda vida imperecedera
- de forma que seguiré teniendo a mi pequeña Fausta, y además para toda
la Eternidad, si creo en el Dios verdadero”, en vez de decir: “Esta carne de
rosa, estos cabellos más sutiles que hilo de araña, estas pupilas serenas proceden
de una piedra; o pensar: “ Soy semejante en todo a la loba o a la yegua; me uno
carnalmente como los animales, animalescamente engendro y crío; esta hija mía
es fruto de mi instinto animalesco y es un animal como yo, y mañana, muerta
ella y muerta yo, seremos dos cadáveres que habrán de descomponerse y oler, y
que nunca jamás se habrán de volver a ver”? Dime, tu corazón de madre, ¿Cuál de
los dos razonamientos elegiría?”.
“Desde luego,
el segundo no, Señor. Si hubiera sabido que Fausta no podía corromperse para
siempre, mi dolor ante su agonía habría sido menos cruel, porqué habría pensado:
“He perdido una perla, pero sigue existiendo y la encontraré”. (…)
Volved vuestro
pensamiento (a la belleza de estas rosas) hacia esa realidad, pensad: ¿Quién lo
ha hecho?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?; ¿Qué era este lugar en la noche de los
tiempos? No era nada. Era una agitación informe de elementos. Dios dijo
primero: “Quiero”, y los elementos se separaron para reunirse con familias.
Luego tronó otro “quiero”, y se dispusieron con orden: uno en otro (el agua
entre las tierras); uno sobre otro (el aire y la luz sobre el planeta ya
ordenado). Otro “quiero”, y comenzaron a existir las plantas, y luego las
estrellas y los animales, y luego el hombre. Dios donó sin tacañería las flores
y los astros, cual espléndidos juguetes, para gozo del hombre, su predilecto, y
por último le otorgó la alegría de procrear, no algo que muriese, sino algo que
sobreviviese a la muerte por el don de Dios que es alma. Estas cosas son
expresión de otros tantos deseos del Padre: su infinito poder se despliega en
infinidad de bellezas.
El flujo de mi
palabra encuentra impedimento al chocar contra el compacto bronce de vuestra
creencia. De todas formas, espero que, para ser éste nuestro primer encuentro,
ya algo nos hayamos entendido. Ahora es vuestra alma la que debe trabajar con
cuanto os he dicho. ¿Tenéis alguna pregunta que hacer? Si es así, hacedlas,
estoy aquí para aclarar las cosas. La ignorancia no es motivo de vergüenza; lo
es, si, el persistir en la ignorancia cuando se tiene alguien para aclarar las
dudas”.
(…)
Maestro… no he
entendido porqué has dicho que nuestros maestros no pueden conducir formas de
vida buenas, siendo ateos, creen en un Olimpo, pero creen”.
“Ese creer
suyo no es sino una forma externa. Mientras han creído verdaderamente, como los
verdaderos sabios creyeron en aquel Desconocido de que os he hablado, en aquel
Dios que satisfacía su alma aunque no tuviera nombre, incluso sin conciencia de
la voluntad; mientras han dirigido su pensamiento a este Ente, muy superior,
muy superior a los pobres dioses llenos de humanidad, de baja humanidad que el
paganismo se ha procurado; mientras se han hecho esto, necesariamente han
reflejado algo de Dios; el alma es espejo que refleja, eco que repite”.
“¿Qué,
Maestro?”.
“A Dios”.
“¡Gran palabra
es esa!”.
“Es una gran
verdad”.
“Valeria,
seducida por el pensamiento de la Inmortalidad, pregunta: “Maestro, explícame
donde está el alma de mi hija; besaré ese lugar como a un sagrario; la adoraré,
dado que es parte de Dios”.
“¡El alma! Es
como esa luz que tu Faustina quiere coger y no puedes porque es incorpórea, pero
que está ahí, como podemos ver Yo, tú y tus amigas. De la misma forma, el alma
es visible en todo aquello que diferencia el hombre del animal. Cuando tu
hijita te diga sus primeros pensamientos, piensa que esa inteligencia es su
alma que se revela; cuando te quiera, no ya con su instinto sino con su razón,
piensa que ese amor es su alma. Cuando crezca a tu lado, hermosa, no tanto de
cuerpo como de virtud, piensa que esa belleza es su alma. Y no adores el alma,
sino a Dios, que es el Creador del alma, a Dios, que de toda alma buena quiere
hacerse un trono”.
“¿Dónde está
esa cosa sublime? ¿En el corazón?, ¿en el cerebro?”.
“Está en el
todo que es el hombre. Os contiene y está en vosotros contenida. Cuando os
deja, sois cadáveres; cuando cae muerta (por un delito del hombre contra él
mismo), sois réprobos, estáis separados para siempre de Dios”.
“¿Entonces,
admites que el filósofo que dijo que éramos inmortales a pesar de ser pagano,
tenía razón?”, pregunta Plautina.
“No es que lo
admita. Voy más allá. Digo que es un artículo de fe.
La
inmortalidad del alma, o sea, la inmortalidad de la parte superior del hombre,
es el misterio más cierto y consolador del acto de creer; es el que nos asegura
de donde venimos, a donde vamos, de quien somos, y disuelve en nosotros la
amargura de cualquier tipo de separación”.
“Plautina
piensa profundamente – Jesús la observa, pero guarda silencio – y al final
pregunta: “¿Tú tienes alma?”.
Jesús
responde: “Sí, ciertamente”.
“Pero, ¿eres o
no Dios?”.
“Soy Dios, ya
te lo he dicho, pero ahora he tomado naturaleza de Hombre. Y, ¿Sabes por qué?
Porque sólo con este sacrificio mío podía resolver los puntos que para vosotros
son inalcanzables; y, tras haber abatido el error, liberado el pensamiento,
liberar también el alma de una esclavitud que por ahora no te puedo explicar.
Por ello, Yo he introducido la Sabiduría en un cuerpo, la Santidad en un
cuerpo: Yo esparzo por la tierra como una semilla la Sabiduría, como polen al viento;
la Santidad se desparramará por el mundo en la hora de la Gracia – como si
fuera quebrada la preciosa ánfora que la contenía - y santificará a los hombres. Entonces, el Dios
desconocido será conocido”.
“Pero si ya
eres conocido… El que pone en duda tu poder y sabiduría es malo o falso”.
“Soy conocido,
pero es como si fuera solo un amanecer; a la meridiana habrá plena cognición de
mí”.
“¿Cómo será Tu
mediodía? ¿Un triunfo? ¿Lo veré yo?”.
“Verdaderamente,
será un triunfo, y tú lo presenciarás porque sientes náusea de lo que conoces y
apetito de lo que desconoces; tu alma tiene hambre”.
“¡Es verdad!
Es de verdad que tengo hambre”.
“Yo soy la
Verdad”.
“Date entonces
a la hambrienta”.
“Basta con que
vengas a mi mesa. Mi palabra es pan hecho con verdad”.
“¿Qué dirán
nuestros dioses si los abandonamos? ¿No se vengarán de nosotros?”, pregunta
Lidia asustada.
“Mujer, ¿has
visto alguna vez una mañana neblinosa? Los prados se pierden detrás del vapor
que los oculta. Viene el sol, y el vapor desaparece, y los prados resplandecen
más hermosos. Pues vuestros dioses no son sino niebla del pobre pensamiento
humano, que ignorando a Dios, pero al mismo tiempo, necesitando creer – la fe
es el estado permanente y necesario del hombre - , se ha creado este Olimpo,
verdadera fábula sin fundamento alguno; vuestros dioses, de la misma forma,
cuando salga el sol, Dios verdadero, desparecerán de vuestros corazones sin
poder causar mal alguno, porque no tienen existencia”.
“Tendremos que
escucharte todavía mucho. Nos encontramos totalmente ante lo desconocido. Todo
lo que dices es nuevo”.
“¿Te da
repulsa?, ¿Te es imposible aceptarlo?”.
Plautina
responde con seguridad: “No. Me siento más orgullosa de lo poquísimo que ahora
sé, y que César no sabe, que de mi nombre”.
“Pues persevera, os dejo con mi Paz”.
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