La Sagrada familia el ejemplo más sublime de Obediencia |
Sta Teresita del Niño Jesús es el Ejemplo de obediencia perfecto: "Mon Dieu, je choisis tout ce que vous voulez" (Dios mío yo escojo todo lo que tu quieras). Otro ejemplo de suma obediencia fue el de San José, que siempre obedeció a los mandatos del Señor, sin preguntar, y confiando ciegamente en las directrices transmitidas por el Ángel. La Sagrada familia de Nazaret fue el más sublime ejemplo de obediencia cuando estaban en este mundo: José obedecía a Dios, la Virgen a San José y de niño, Jesús-Dios a la Virgen y a San José.
Este pecado de desobediencia, es común a la mayoría de la gente desde la más alta Jerarquía religiosa, hasta el más humilde pecador, sea hombre, mujer o niño, es un pecado tan sutil y difícil de discernir, que creo sinceramente que casi nadie es inmune a él.
Es por esa razón como un virus, que no se puede combatir con ningún antibiótico, y que solo el tiempo y los “anticuerpos” del alma, que son los dones del Espíritu Santo, atributos creados por Dios, pueden combatirlo y vencerlo.
Esos antídotos, necesarios para evitar la segunda muerte, que es la muerte del alma, son necesarios para "fagocitarlo" y lograr eliminarlo, aportando al alma unas virtudes llamadas humildad y santo temor de Dios, que siempre van unidos entre ellos, son pues la salud del alma, que la libera de ese virus mortal, que es una de las secuelas del pecado original.
La desobediencia que está siempre unida a la soberbia y al amor propio, y es muy difícil de vencer, ya que siempre va envuelta y disfrazada con un manto de una supuesta caridad y de falso amor al prójimo. Se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que el Infierno es la morada de los desobedientes que odian, y el Cielo la de los humildes que aman. El primer desobediente fue el ser que era el más inteligente y sublime de la Creación: Lucifer, que quiere decir “Alférez” de la Luz de Dios, quedó cegado por esa Luz que no era suya, ya que era solo su portador, y quiso para él esa Luz que no le pertenecía.
Ese pecado de orgullo, que es querer arrinconar a Dios, y colocarse en su lugar, y que provenía de un espíritu de un conocimiento y una inteligencia superior a la de los hombres, y que además no cayó por tentación de un ser más inteligente que él, como Adán, sino por “motu-propio”, era una falta abominable e incapaz de toda redención de parte de Dios, porque además era un pecado que nunca tuvo ni tendrá arrepentimiento alguno por parte del ofensor, y por esa razón, tampoco perdón por parte del ofendido. Ese pecado de orgullo y de falta de humildad está en el comienzo de todos los demás defectos, ya que como lo dice la Sagrada Biblia, un abismo de iniquidad llama a otro abismo de pecado y de horror.
Dice San Juan de la Cruz, el Maestro de los místicos: "Más quiere Dios de ti, el menor grado de sujeción y de obediencia, que todas esas obras que quieres hacer". El orgullo engendra el desprecio, el desprecio el odio, y el odio la muerte del alma.
María Valtorta era con la Biblia la lectura de la Madre Teresa de Calcuta, y la del Padre Pío de Pietrelcina que la recomendaba a sus fieles, diciéndoles que debían leer sus escritos.
Dice María Valtorta a su Confesor el Padre Migliorini:
“Siento, con la misma exactitud que si lo
hubiera yo vivido, que si la soberbia entrara en mí, todo terminaría. Se lo
decía esta mañana. Es una persuasión personal mía, y el Buen Jesús lo confirma
diciéndome que “la soberbia mata a todas las virtudes, en primer lugar a la
caridad. Conlleva por tanto la pérdida de la Luz de Dios. El soberbio, me
explica Jesús, “no trata con sumo respeto al buen Padre de los Cielos, no tiene
entrañas de misericordia con los hermanos, se cree superior a las debilidades
de la carne y a las reglas de la Ley. Por ello, peca continuamente, y con el
mismo pecado que fue la ruina de Lucifer primero, y después de Adán y de la
descendencia de Adán. Pero sobre todo mata la Caridad. Destruye por ello la
unión con Dios”.
Dice Jesús (29
de Agosto de 1.943)
“Veamos juntos
este punto del libro de Samuel: “La obediencia hace más que los sacrificios,
mejor la docilidad que la grasa de los carneros. Como pecado de hechicería es
la rebeldía y, crimen de idolatría la contumacia (1 S, cap 15º y 22).
La obediencia.
La virtud que no queréis practicar. Nacéis y, apenas podéis manifestar un
sentimiento, es sentimiento de rebeldía a la obediencia. Vivís siendo
desobedientes. Morís aún desobedientes. El Bautismo borra el pecado original,
pero no anula la toxina que borra el pecado.
¿Qué ha sido
en el fondo el pecado original? Una desobediencia. Adán y Eva han querido
desobedecer al Padre Creador, incitados a cumplir ese acto de desamor por el
sumo desobediente, el cual se ha hecho demonio rechazando obediencia de amor al
Sumo Dios.
Este veneno anida en vuestra sangre y solo
una constante voluntad vuestra lo hace incapaz de dañar a vuestro espíritu de
manera mortal. Pero, ¡Oh
hijos míos!, ¿Qué cosa más meritoria que esta puede ser cumplida por vosotros?
Mirad bien.
Todavía es más
fácil hacer un sacrificio, una ofrenda, practicar una obra de misericordia, que
obedecer constantemente al querer de Dios. Este se os presenta minuto a minuto
como agua que fluye o pasa trayendo otras olas de agua, y detrás de estas, otras
aún. Y vosotros sois como peces que aún sumergidos en la voluntad de Dios os
resbala. Si queréis salir de ella, moriréis, hijos míos. Es vuestro elemento
vital. No hay gota de ella que no prevenga de una razón de Amor. Creedlo.
Obedecer es hacer la voluntad de Dios.
Esa voluntad que os he enseñado a pedir que se cumpla en el Padre Nuestro y que
os he enseñado a practicar con la palabra y el ejemplo, llevado hasta la
muerte. No obedecer y
rebelarse es cumplir un pecado de magia, dice el libro. En efecto, ¿Qué hacéis
rebelándoos? Pecáis Y el pecado, ¿qué produce? Vuestro desposorio con el demonio. ¿No hacéis por lo tanto magia? ¿No
os transformáis mágicamente de hijos de Dios en hijos de Satanás?
No obedecer y no quererse sujetar es como un pecado de idolatría, continúa
diciendo el libro. En efecto ¿qué hacéis no sujetándoos? Rechazáis a Dios,
rechazando su Voluntad. Lo repudiáis como Padre y Señor. Pero como el corazón
del hombre no puede estar sin adorar cualquier cosa en el puesto del Dios
verdadero que rechazáis, adoráis vuestro yo, vuestra carne, vuestra soberbia,
vuestro dinero; adoráis a Satanás en sus más agudas manifestaciones. He aquí
porque os hacéis idólatras. ¿De qué?
De dioses de los más horrendos que os tienen esclavos y esclavos desgraciados.
Venid, venid queridos hijos de mi
Amor, venid al yugo paterno que no hace daño, que no oprime, que no degrada,
sino que al contrario os sujeta, os guía y os asegura alcanzar el maravilloso
Reino donde ya no existe el dolor. El mundo, que quiere desobedecer, no sabe que sería suficiente un acto
de obediencia para salvarse. Volver a entrar en el camino de Dios,
obedecer, obedecer, volver a encontrar la mano del Padre que bendice y vuelve a
sanar, volver a encontrar el corazón del Padre que ama y perdona.
Pensad, hijos que para volver a
daros la gracia perdida, dos Purísimos, dos Inocentísimos, dos Buenísimos,
debieron consumar la suma obediencia. La salvación del género humano tuvo en el
tiempo, inicio en el “Fiat” de María ante mi Arcángel, y tuvo su término en el
“consummatum” de Jesús en la Cruz. Las dos obediencias más dolorosas y las
menos obligatorias, porque mi Madre y Yo estábamos por encima de la necesidad
de expiar con la obediencia, el pecado.
Nosotros que no pecamos, hemos redimido vuestro pecado obedeciendo. ¿Y
no querréis vosotros, pobres hijos, imitar a vuestro Maestro y obtener
misericordia con la obediencia que es prueba de amor y de fe? Más bello y agradable que las mismas iglesias, que me levantáis por
voto, es esta flor espiritual del alma, nacida, sobre la tierra, en el corazón
del hombre pero que florece en el Cielo, eterna, para vuestra gloria”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario