Extraordinaria explicación de Jesús, que aclara por qué lo que pedimos en la oración, no se cumple: es por nuestra falta de fe, ya que inconscientemente, en el fondo de nuestro espíritu, pensamos: “Dios no me escucha. Dios no puede concederme esta gracia”, sublime explicación sobre los poderes fabulosos de Dios, que ha creado el Universo de la nada y como de una manera misteriosa actúa través de las fases astrales, lejanas a millones de kilómetros, que no están ausentes en la creación de los seres humanos, y que regulan de una manera misteriosa el germinar de las mieses y el florecer de los árboles.
Jesús levanta algo el velo, sobre la simbiosis que es la interrelación que existe entre el Universo creado en el cosmos y la vida en la Tierra, es un asunto que personalmente siempre sospeché, existe unos mecanismos en el Universo como estrellas que rotan a grandísima velocidad y que producen, como si fuera un alternador gigante, una serie de rayos gamma que traspasan gran parte del Universo, y como todo lo creado por Dios tiene un fin específico, está algo aclarado la influencia de los astros, que no tiene nada que ver con la astrología que está tan de moda en nuestros días.
De los cuadernos de María Valtorta
31 de Diciembre de 1.943
Dice Jesús:
Dos reflexiones que hay que hacerse siempre, y aún más ahora que vuestros corazones, bajo el flagelo del demonio, son llevados a vacilar en la duda, primer paso hacia la desesperación. Eso es lo que quiere Satanás. A él no le importan tanto las ruinas materiales que produce, sino los efectos espirituales que éstas tienen en vosotros. Por eso conviene que Yo, Maestro os repita una vez más la lección acerca de comportarse para merecer.
Dice
Marcos 6, 5. “Y no podía (Jesús) hacer algún milagro, y solo curó a algunos
enfermos”.
Con
cuanto amor había ido a mi Patria, solo puede comprenderlo quien piensa en la
perfección del Hombre-Dios, que ha sublimado las pasiones humanas haciéndolas
santas, como convenía a su naturaleza. Dios no niega y prohíbe vuestros
sentimientos cuando estos son honestos y santos, condena únicamente aquellos
que erróneamente llamáis sentimientos, pero que en realidad son perversiones.
Yo,
pues amaba mi patria, y en ella con especial amor, mi pueblo. A Nazaret desde
donde había partido para evangelizar, regresaba mi corazón cada día con
sentimiento de amor y también volvía Yo, porque habría querido socorrerla y
santificarla, a pesar de saber que estaba cerrada y hostil hacia Mí. Si
prodigué por doquier la potencia del milagro, en Nazaret quería que esa
potencia no dejase de resolver ningún caso de enfermedad física, de enfermedad
moral, de enfermedad espiritual, había querido consolar cada miseria, iluminar
cada corazón.
Pero,
la incredulidad de mis paisanos estaba contra Mí. Por eso el milagro les fue
concedido solo a aquellos pocos que se acercaron a Mí con fe y sin soberbia de
juicio.
Vosotros
me acusáis muchas, muchas veces de que no os escucho y no os satisfago. Pero examinaros, hijos. ¿Cómo venís a Mí? ¿Dónde está en vosotros
esa fe constante, absoluta, semejante a la de un niño inocente que sabe que el
hermano mayor, el padre amoroso, el abuelo paciente pueden ayudarle y
contentarle en sus necesidades infantiles, porque le quieren mucho? ¿Dónde está
esa fe en vosotros hacia Mí? ¿Acaso no soy Yo entre vosotros extranjero, como
lo era en Nazaret, porque la incredulidad y la crítica me expulsaban en cuanto
ciudadano?
Vosotros
oráis. Queda aún quien ora. Pero mientras me pedís una gracia pensáis, sin
decíroslo siquiera a vosotros mismos, pero pensándolo en el profundo de vuestro
espíritu: “Dios no me escucha. Dios no puede concederme esa gracia”.
¡No puede! ¿Qué es lo que no puede Dios? Pensad que ha creado el Universo de la nada, pensad que desde hace milenios lanza los planetas en los espacios y regula su recorrido, pensad que contiene a las aguas en sus playas sin barreras de diques, pensad que ha hecho del barro ese organismo que sois, pensad que en este organismo una semilla y unas cuantas gotas de sangre que se mezclan crean un nuevo hombre, que al formarse está en relación con fases astrales, lejanas miles de kilómetros, pero que en cambio no están ausentes en la obra de la formación de un ser, así como regulan, con sus éteres y su surgir y ponerse sobre vuestros cielos, el germinar de las mieses y el florecer de los árboles; pensad que, con su sabio poder ha creado las flores dotadas de órganos apropiados para fecundar otras flores a las que hacen de intermediarios los vientos y los insectos. Pensad que no hay nada que no haya sido creado por Dios, tan perfectamente creado, del sol al protozoo, que vosotros no podéis añadir nada a tal perfección.
Pensad
que su sabiduría ha ordenado, del sol al protozoo, todas las leyes para vivir,
y convenceros de que no hay nada imposible para Dios, quien puede disponer a su
gusto de todas las fuerzas del cosmos, aumentarlas, pararlas, hacerlas más
veloces, con solo pensarlo con su mente. ¿Cuántas veces en el transcurso de los
milenios, los habitantes de la Tierra se han quedado asombrados por fenómenos
estelares de inconcebible grandeza: meteoros de extrañas luces, sol en la
noche, cometas y estrellas que nacen como flores en un jardín, en el jardín de
Dios, y que son lanzados a los espacios como por un juego de niños para
asombraros?
Los
científicos han dado ponderosas explicaciones de disgregación y composición de
células o de cuerpos estelares para volver humanos los incompresibles brotes de
los cielos. No. Callad. Decid solo una palabra: Dios. ¡He aquí al formador de
esas relucientes, rotantes, ardientes vidas! Dios es quien, para advertencia a
los olvidadizos, os dice que Él es, a través de las auroras boreales, a través
de los veloces meteoros, que vuelven de zafiro, de esmeralda, de rubí o de
topacio el éter que surcan, a través de los cometas con sus colas llameantes
similares al manto de una reina celeste que cruza en vuelo los firmamentos, a
través del abrirse de otro ojo estelar en la cúpula del cielo, a través del
girar del sol perceptible en Fátima para persuadiros sobre la voluntad de Dios.
Vuestras otras inducciones son humo de ciencia humana y en el humo se envuelve
el error.
Todo
es posible para Dios. Pero en lo que os concierne, sabed que a vosotros, Dios
exige únicamente fe para actuar. Vosotros detenéis el poder de Dios con vuestra
desconfianza. Vuestras oraciones están contaminadas de desconfianza. No me
refiero además a los que no rezan, sino blasfeman.
"Ungían
con óleo a los enfermos y los curaban”. En la medicina práctica de entonces, el
óleo tenía un papel primordial. No se puede decir que sea más nocivo o menos
eficaz que vuestras complicadas medicinas de ahora. Al contrario, seguro que
era más inofensivo. Pero no era en el óleo donde residía el poder de curación
para los enfermos que eran ungidos por mis Apóstoles.
Yo
lo he dicho: “Quienes creen en Mí, podrán caminar sobre serpientes y escorpiones
y realizar las obras que Yo hago”. Yo no miento nunca, y puedo infundir poder
divino en la mano de un niño que cree y vive en Mí, ¿No está colmada la
historia del cristianismo de estos milagros? Los primeros siglos están
cubiertos de ellos, y su florecimiento ha ido disminuyendo no porque haya
disminuido el poder de Dios, sino porque vosotros sois insuficientes en la
tarea de ser los ministros de Dios.
Tened,
tened, tened fe, Ella os salvará”.
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