Nuestra Madre espiritual, Medianera de todas las Gracias de Dios, es la que nos ayuda a conseguir la Corona del triunfo |
Este mundo en que vivimos, que está situado en las entrañas de un Universo infinito, donde existen millones de mundos habitados, es el lugar donde ha nacido nuestra alma, para su gestación, que nos prepara para nacer a una Vida nueva, que será una existencia sin comparación con la de este mundo, ya que como lo dice San Juan de la Cruz, toda la belleza, riqueza y gracia de este mundo, si se compara con el Reino eterno de Dios, es suma fealdad, pobreza y desgracia.
Este renacer del alma, exige una profunda conversión y renovación, ya que esta nació con la tara del pecado original, enfermedad hereditaria, transmitida por Adán y Eva. Esta transformación solo es posible gracias al desagravio hecho a Dios, por la Víctima perfecta que es Cristo Jesús, que al unirnos espiritualmente con Él por amor, borra este pecado, y nos suministra el alimento y la salud necesarios al alma, gracias a los Sacramentos suministrados por su santa Iglesia, con la ayuda de la Madre de Dios y nuestra Madre, la Santísima Virgen María, que es la medianera de todas las Gracias de Dios.
De los cuadernos de María Valtorta
(10-10-1.943)
Dice Jesús:
¡Oh, hombres que os afanáis por conquistar y conservar las riquezas que perecen! ¿Cómo no os afanáis por conservar en vosotros esta inmensa riqueza sobrenatural de la Gracia? De la Gracia que os mantiene en contacto con Dios y os nutre con sus luces como a recién nacidos en el seno de una madre, a través de las fibras que unen a ellas.
En efecto, vosotros sois los recién nacidos a la Gracia del Cielo. No es esta la Vida, esta que vivís en la Tierra en la jornada mortal. Esta es solamente formación de vuestro ser futuro de viviente eterno. La existencia humana la gestación que os forma para daros a la Luz. A la Luz verdadera, y no a la pobre luz sombría de esta tierra.
No os llevo en Mí como Madre que forma a su criatura. Yo mismo os rodeo y reparo, os nutro con mi alimento para haceros nacer inmortales en la hora que vosotras llamáis “muerte”, y que no es sino “pasaje”. Pasaje de una fase incompleta a una completa, de la segregación en espacio limitado a la libertad sin límites, de las tinieblas a la Luz, de las cohibidas caricias, al abrazo absoluto del alma con su Padre.
Esto es lo que vosotros llamáis “morir”. Vosotros, que con vuestro orgulloso saber, aún no sabéis dar el justo nombre a las cosas, y como niños de pocos años llamáis a las cosas con nombres equivocados. Yo quiero enseñaros lo que es la “muerte” y quienes son los “muertos”.
Muerte es separarse de Dios como el que está por nacer y antes de tiempo se separa del órgano materno y se pudre en el álveo que lo expulsa con dolor. Muertos están, quienes, habiendo sido expulsados así, no se diferencian del despojo de un animal que se descompone al sol y bajo la lluvia en una carretera de la tierra, motivo de repugnancia para el que lo ve. Esto es lo que es “muerte”. Esto es lo que significa estar “muertos”.
El pecado es la causa que os separa de Dios y hace de vosotros una putrefacta carne corrompida, alimento de Satanás que os ha envenenado para devoraros, presa de su hambre de devorador de almas y de enemigo de Dios, Creador de las almas.
El pecado es la causa que os separa de Dios y hace de vosotros una putrefacta carne corrompida, alimento de Satanás que os ha envenenado para devoraros, presa de su hambre de devorador de almas y de enemigo de Dios, Creador de las almas.
[…] ¡Oh! ¡día santo y feliz de vuestro nacer al Cielo! ¡Oh! ¡día que Dios Uno y Trino anhela que llegue para vosotros! ¡Oh! ¡beatitud que he preparado para los hombres!
¡Alzáos, dilectos míos! La vida de la Tierra es el tiempo que os dono para crecer a la Vida verdadera y, por cuanto pueda ser largo y penoso, es un instante fugaz respeto a mi eternidad, eternidad que os prometo y que os tengo reservada. Alegría que os he conquistado con mi dolor.
Vivid en Mí y de Mí, hijos que amo. La alegría que os espera es desmesurada como la Gloria de Dios.
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