El arrepentimiento es la única fuerza que vence a Dios |
En mi larga vida, he asistido a una transformación asombrosa de la religiosidad de los fieles y de los sacerdotes. Esta transformación ha logrado cambiar por completo no solo la mentalidad de los laicos, pero lo que bajo mi punto de vista es mucho más grave, la del clero y de la jerarquía católica.
Ha sido una labor muy larga y afanosa, orquestada por Satanás que ya no se disfraza de oveja, para atacar al rebaño, pero se disfraza de pastor, para llegar a convencerlo más fácilmente; ha movido poco a poco a los otros dos enemigos del alma que son la sexualidad y el hedonismo del disfrute del mundo para apartar ese rebaño del camino que conduce a Dios.
El arrepentimiento sincero, sobre todo si está confirmado por las lágrimas, que se produce únicamente en las almas humildes, es lo único que consigue el perdón de Dios, y puede aplacar su Justicia, a condición de ir acompañado por el perdón a los que las han ofendido.
Y es que Dios paga a cada cual con la misma moneda que él empleó en su vida con sus semejantes. Por eso, una persona que cumple con los mandamientos de Dios, todos los cuales se resumen en uno solo: Amar a Dios sobre todas las cosas, un Dios que está escondido en nuestro prójimo necesitado, esa persona tiene la Salvación eterna asegurada.
Es por eso que, en el día del Juicio, Dios no puede condenar a una persona que ha perdonado del fondo del corazón al que le ha ofendido. Por eso dijo Jesús: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". No vale la celebre frase "Perdono, pero no olvido". Solo el humilde puede amar a Dios y a su prójimo, y ponerse en el lugar del necesitado. El humilde tiene el corazón blando, y por eso sufre con el que es desgraciado, al contrario del Soberbio, que es completamente indiferente ante la desgracia ajena, ya que tiene un corazón de piedra y que se toma por el centro del mundo, por eso no puede amar ni a Dios ni a su prójimo.
Eso es lo que les ocurría a los que no creían en Jesús, a pesar de los milagros que hacía a los desgraciados, como curar a los leprosos, devolver la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el movimiento a los paralíticos, y hasta resucitar a los muertos, no podían creer que era el Mesías, porque nunca se pusieron en el lugar de los que sufren, ni compadecerse por sus dolencias, es el pecado contra el Espíritu Santo, es decir contra el Amor compasivo hacia el que sufre que como lo dijo Jesús, no tendrá nunca perdón ni en esta vida ni en la otra.
Eso es lo que les ocurría a los que no creían en Jesús, a pesar de los milagros que hacía a los desgraciados, como curar a los leprosos, devolver la vista a los ciegos, el oído a los sordos, el movimiento a los paralíticos, y hasta resucitar a los muertos, no podían creer que era el Mesías, porque nunca se pusieron en el lugar de los que sufren, ni compadecerse por sus dolencias, es el pecado contra el Espíritu Santo, es decir contra el Amor compasivo hacia el que sufre que como lo dijo Jesús, no tendrá nunca perdón ni en esta vida ni en la otra.
Es el caso del Fariseo del Evangelio, que hace sonar la trompeta cuando practica la caridad, al revés del verdadero humilde, que no quiere que se sepan sus buenas obras, y que las seguiría haciendo, aunque crea que esas obras no sean conocidas ni por Dios, como así lo dice San Juan de la Cruz.
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