En este dictado de Jesús a María Valtorta, la gran mística italiana, se me ha aclarado una duda que siempre he tenido. ¿Cómo Jesús el Todopoderoso ha podido soportar todos los ultrajes que ha recibido de parte de los Fariseos y los Escribas, que eran los teólogos de su época, que para colmo conocían las profecías, habían leído las escrituras, y nunca llegaron a comprender su significado. Jesús explica de una manera clara que la mayoría de la gente que clamaba a Pilato que lo crucificaran, no eran los verdaderos responsables.
Los responsables estaban como siempre ocultos, por eso Jesús no podía fulminar a sus torturadores y a los que prefirieron Barrabás a Jesús, ya que había venido, y sigue viviendo en nuestro mundo como Salvador y Redentor, muchos de los que lo habían repudiado y pedían su muerte se convirtieron, Jesús explica que si los hubiera fulminado, se hubieran condenado por toda la eternidad.
Jesús explica que se sigue hoy día haciendo lo mismo, si castigara a todos los que pecan, que somos todos nosotros, pecado que es una traición, y una herida a Dios, no veríamos nunca el perdón que casi siempre ocurre por todas las pruebas y la acción de Dios para que volvamos por el buen camino, por eso Dios da toda una vida para convertirnos, en la Parábola de los viñadores, vemos que unos trabajaron todo el día y los últimos solo una hora, pero todos tuvieron el mismo salario: la Vida eterna.
Dice Jesús al final del dictado:
¡Oh, hombres!, he aquí el motivo por el cual Yo me hice torturar hasta morir, sin fulminar a nadie. Porque os he amado como sólo Yo podía amar.
Los responsables estaban como siempre ocultos, por eso Jesús no podía fulminar a sus torturadores y a los que prefirieron Barrabás a Jesús, ya que había venido, y sigue viviendo en nuestro mundo como Salvador y Redentor, muchos de los que lo habían repudiado y pedían su muerte se convirtieron, Jesús explica que si los hubiera fulminado, se hubieran condenado por toda la eternidad.
Jesús explica que se sigue hoy día haciendo lo mismo, si castigara a todos los que pecan, que somos todos nosotros, pecado que es una traición, y una herida a Dios, no veríamos nunca el perdón que casi siempre ocurre por todas las pruebas y la acción de Dios para que volvamos por el buen camino, por eso Dios da toda una vida para convertirnos, en la Parábola de los viñadores, vemos que unos trabajaron todo el día y los últimos solo una hora, pero todos tuvieron el mismo salario: la Vida eterna.
Dice Jesús al final del dictado:
¡Oh, hombres!, he aquí el motivo por el cual Yo me hice torturar hasta morir, sin fulminar a nadie. Porque os he amado como sólo Yo podía amar.
DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA
(Dictado del 16-5-1.944)
En
las últimas horas de la tarde, cuando ya las sombras de la extenuación
descienden sobre mí, mi Jesús me obliga a escribir lo siguiente:
Dice
Jesús:
“Has
dicho el rosario meditándolo. Y me has visto en los primeros cuatro cuadros de
los misterios dolorosos. No te he hecho ver la crucifixión porque estabas
demasiado agotada. Me has vuelto a ver otra vez en el huerto, en la
flagelación, en la coronación y en el cuadro del “Ecce Homo” que es presentado
a la rugiente multitud; después me has visto llevando el peso de la Cruz.
Ahora
responderé – y no solo a ti, sino a todos – a una pregunta que me dirigía muy a
menudo. Queréis saber porque Yo, siendo Dios, no hice cenizas, con un milagro
de mi poder divino a mis acusadores y a mis verdugos. ¡Preguntáis por qué! Pues
porque Yo soy redentor y no justiciero.
Desde
el momento del huerto en adelante y hasta el de la muerte, habría podido abatir
- en cualquier instante que lo hubiera querido – al traidor, a los que me
capturaron, a los acusadores, a los torturadores, a los blasfemos, a los que me
crucificaron, a todos. Me lo pedían cuando estaba en la Cruz: “Que Él, que ha
salvado a tantos, baje de la Cruz y se salve”. En efecto, habría podido hacerlo
pues ya mucha Sangre había sido derramada y, por lo tanto, habría sido
suficiente para redimir a los hombres pasados y a los futuros, en tanto que los
del presente habrían mordido el polvo, aterrorizados por el milagro,
aniquilados por mi poder y arrojados al abismo por la eternidad.
Más,
si les hubiera fulminado con mi poder, ¡Cuántos habrían muerto con el pecado de
deicidio, entre los muchos miles que se agitaban tumultuosamente y que se
habían convertido en asesinos de un Inocente, por una de esas improvisas
locuras de la multitud y por el fenómeno de delincuencia colectiva que siempre
se produce bajo el impulso de un especial fermento de los sentimientos, ¡instigados por los verdaderos culpables y
los verdaderos asesinos, que ocultos en la sombra, excitan a las multitudes para
cumplir sus propios fines! El Eterno quería que fueran condenados solo los
verdaderos malvados y que los pervertidos se salvaran, una vez que la Redención
– cumplida hasta el Sacrificio extremo – hubiera depurado su conciencia, liberándola de los venenos que la hacían delirar.
¡Oh, pobres hombres!, hay momentos en que estáis verdaderamente locos.
Y mi milagro consiste en curar vuestra locura moral.
Por
ejemplo si Yo, ¡oh, pobre María! Te hubiera quitado la vida cuando me lo pedías
a gritos hace un mes, ¿te habría hecho un bien? No, te hubiera hecho daño.
Ahora sí podría quitarte la vida, y no
obraría contrariamente al diseño de misericordia que he tenido siempre para ti.
Ahora está curado el delirio desencadenado por crueles acontecimientos humanos,
por no decir satánicos, porque, como he dicho siempre, esta no es una guerra
entre hombres, sino una guerra de satanás
contra los espíritus. Y no son las únicas víctimas las que perecen en las
batallas o bajo los escombros de una casa. También
son víctimas de la lucha de Satanás contra los espíritus, los que pierden la
fe, la esperanza, la caridad y que, por lo tanto, no pierden la vida de una
hora mortal, sino la Vida eterna, pues mueren para la Gracia de Dios. Las víctimas
son sobre todo ellos.
Ahora
estás curada, has vencido a Satanás. Más lo has vencido porque te he dado
tiempo para volver a alzarte tras el ataque imprevisto y atroz, tras el ataque
imprevisto y burlón del enemigo contra tu espíritu.
Te
acometió como ese león del que habla Pablo, y te maltrató. Pero al final, huyó
porque tú, con el resto de tus fuerzas – apenas vestigios – y con el residuo de
tu voz – apenas un soplo – alzaste la Cruz y repetiste mi Nombre. Repetiste casi
atontada y solo por costumbre, ese gesto que desde hace años, era la expresión
de tu amor. Más tenía que pasar tiempo antes de que pudieras recobrarte,
reconstruirte a ti misma, dado que el que te odia te había hecho jirones. Las
resurrecciones siempre requieren tiempo y te habían golpeado tanto, que eras casi
una muerta.
Más,
la parte más santa de tu espíritu, ese punto tuyo del que habla mi Madre, nunca
ha sido afectada. No podía serlo, María. Esa parte es mía. Es mía, solo tu
voluntad podía quitármela. Pero tú no lo harás nunca. Lo sé. Y justamente esa
parte, como un imán que atrae hacia sí las partículas dispersas, ha atraído y
reunido de nuevo lo que Satanás, exasperado por el odio hacia Mí y hacia ti,
había destrozado.
¡Pobre
de ti, si entonces te hubiera golpeado! ¡Cuán separados estaríamos aún Yo y tú!
Tú no quieres la separación y tampoco la quiero Yo. Quiero que la muerte sea el
momento de la Vida para ti, sin la languidez de la espera.
Ven.
Avanza. Estoy aquí. Besa mis llagas, de las que desciende la Vida para ti. Las
abrí para darte esta Vida, así como las abrí para muchos. Para muchísimos más.
He
aquí mis triunfos de la hora de la Pasión. Éstos son los que fueron salvados por
mi Piedad antes que por mi Sangre. La piedad los dejó vivir para permitir que
la Sangre obrara y los sanara.
¡Oh, hombres!, he aquí el motivo por el cual Yo me hice torturar hasta
morir, sin fulminar a nadie. Porque os he amado como sólo Yo podía amar.
Ahora descansa. Ve en paz”.
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