DEL LIBRO DEL ÁNGEL AZARÍAS
Dictado a María Valtorta del 29/12/1.946
LA IGLESIA CATÓLICA, CON SUS SACRAMENTOS ES LA QUE LLEVA LAS ALMAS AL CIELO |
Si es verdad que cualquier hombre de buena voluntad, que cumpla con sus deberes de padre, de esposo, que sea misericordioso, de cualquier religión que sea se salvará, también es verdad que solo permaneciendo en la Iglesia Católica, este es el único camino para con los Santos Sacramentos conseguir la seguridad absoluta de transformarse en Hijos de Dios y triunfar de los tres enemigos del alma que son Mundo, Demonio y carne.
Los Sacramentos tienen sus deberes y sus obligaciones para poder recibir y hacer fructificar la Gracia, si no se cumplen con esas obligaciones, se corta el acceso a la Gracia y de ahí nacen los graves pecados que se traducen en actos escandalosos: la pederastia, el abandono de su vocación al sacerdote o al casado, por el Sacramento del matrimonio, habiendo traicionado sus promesas echas al recibir esos Sacramentos. La condición de esos traidores es mucho peor de las que no han recibido esos Sacramentos, ya que ellos no han hecho ninguna promesa solemne ante Dios, y muchas veces son mucho mejores que los que los han recibido.
Afirma el ángel en este dictado:
Este gozar, este permanecer en paz, esta posesión de la Caridad es ya dicha de los verdaderos siervos de Dios aquí donde os encontráis y que yo, Ángel del Señor, os la auguro cada vez más perfecta; dicha que allí os aguarda. Vuestra es. Es de quienes, contra todo y contra todos, saben llegar a ser y continuar siendo hijos de Dios.
“La palabra de Dios es siempre Juicio y está puesta permanentemente como piedra de contraste ante los hombres. Según sea su metal, así son diversas las reacciones y según sean las reacciones, así es también el Juicio de Dios.
La palabra de Dios, que bajó por primera vez a medianoche en tiempo de la ira, para ser castigo inexorable contra los conculcadores de los siervos de Dios y por segunda vez, a media noche, en el tiempo de la misericordia para ser potentísimo Amor salvífico, continua siendo a través de los siglos, juicio y piedra de contraste de los hombres. Castigo inexorable para quienes se burlan de ella y por su causa persiguen a los que permanecen fieles a la misma. Y por lo contrario, Amor potentísimo que salva y amaestra para los que, con buena voluntad, van en busca de esta palabra y la aman como a esposa muy querida de su espíritu, de la que jamás se apartan por encontrar en ella todas sus delicias.
El descenso de la Palabra sobreviene generalmente en el silencio de las horas íntimas, cuando el hombre se encuentra dentro de si mismo, recordando sus actos, estos actos que realizó durante el día con el deseo humilde de obedecer al Señor en sus preceptos de santidad y de doble amor, o con descarado desprecio de Dios, de la moral y del Amor.
Con dulce y prolongado coloquio del Espíritu Divino con el espíritu del hombre, o con un fulgurante grito de Dios al pecador, la Palabra de Dios, desciende a las horas más impensables eligiendo el momento en que el yo se encuentra solo consigo mismo. Y canta el Amor o ruge la ira, dulce como caricia o temerosa cual chasquido de saeta, promesa de una más grande beatitud o advertencia de un rayo tremendo de Dios. Y, por más que amenace, por más que aterre, es siempre misericordia. Aterra queriendo levantar de nuevo. Fulmina para purificar y ciega para dar visión.
Los caminos de Damasco se repiten para infinidad de criaturas. Y dichosos aquellos que supieron alzarse sobre si mismos con la materia reducida a cenizas por la misericordia de Dios, con sus ojos cerrados a las vanidades del mundo, dispuesto a transformarse de enemigos en siervos de Dios y tanto más dispuestos cuanto más les hace Dios ver lo que han de sufrir por su Nombre.
Y dichosos igualmente aquellos que, habiendo sido siempre amigos de Dios, no se ensoberbecen por la palabra que les ama, antes, con humildad, la obedecen en cuanto les ordena y aconseja y, sin cálculo alguno ni avaricia, la ponen en práctica y la difunden movidos únicamente por el amor, el honor y la gloria de Dios.
Son dichosos todos ellos, los mismos que caminan hacia la perfección siguiendo la marcha constante de su buena voluntad que aquellos que lo hacen mediante una intervención milagrosa de Dios que les anonada, cuando van por el camino del mal a fin de hacerlos retornar por el camino del Bien, mediante la Palabra, cambiándoles de niños que eran a adultos, dispuestos a recibir la herencia paterna cual corresponde a hijos inteligentes, dignos de llevar tal nombre.
El estar bautizados y ser cristianos por la virtud del Santo Bautismo, habiendo nacido por el a la Luz y perteneciendo a la gran Sociedad de los “vivientes”, es una gran cosa. Más no basta. Bastaría, es cierto si en la infancia espiritual el alma se presentase a Dios reclamada por Él. Nada más se requeriría entonces para formar parte del gozoso Reino de los Cielos. Pero, como todo aquel que nace de mujer, crece en edad, debe asimismo, a semejanza del Primogénito de todos los nacidos y de todos los “vivientes”, crecer igualmente en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres.
La Santa Iglesia, Esposa de Cristo y Madre por tanto, Madre fecunda de sus nacidos, vela y administra los tesoros de su Esposo. Los infinitos tesoros que Cristo acumuló y que con su sacrificio hízolos fuente perenne de Gracia y de Salvación. Y, de esta suerte, las almas pueden crecer y nutrirse, crecer y robustecerse, crecer y alcanzar la edad adulta en la que, de niños que aún no pueden hacerse cargo de la herencia paterna, llegan a ser herederos que toman posesión de los Bienes del Padre.
La Iglesia ofrece al lactante y al chiquitín el alimento que debe tomar. Ahora bien, si este lo rechaza o lo recibe con náuseas, si prefiere mezclarlo con otros alimentos o sustituirlo sin más, en vano la Madre Iglesia, le ofrecerá los alimentos que hacen del chiquitín un adulto espiritual, uno que “vive y que ve”, ya que tiene en si la Vida y la Luz como amigas. El niño en tal caso no crecerá sino que morirá o, cuanto menos, quedará estancado en el infantilismo que, si bien no es culpa, tampoco es santidad heroica y así, mediante una larga expiación, deberá alcanzar la edad perfecta en medio de los fuegos purgativos y misericordiosos. El niño, entonces, el espíritu perezoso, apático y desganado no pasará, a la hora de su muerte, de niño a heredero sino que deberá sufrir por largo tiempo para reparar sus tibiezas, egoísmos y ligerezas hasta alcanzar la edad perfecta.
“En tanto que el heredero es niño, por más que sea dueño de todo, en nada difiere del siervo y permanece bajo tutores y cuidadores hasta el tiempo fijado por el padre”. He aquí contenida en las palabras precedentes la advertencia de que el hombre, siempre niño en la perfección, respeto a la Infinita Perfección, está obligado a permanecer en la tutela y en la obediencia de su Madre la Santa Iglesia, la cual como es, perfecta en las cosas del Espíritu, sabe como conducirle, con que alimentos nutrirle y con que medicamentos curarle para defenderlo de los venenos del pecado original, de la carne, del Mundo y de Satanás. Por más que se borre la mancha, el fomes no desaparece y Satanás sopla en el fuego rastrero del fomes para que, además de serpentear causando quemaduras molestas, se avive produciendo llama que abrase y destruya.
La Santa Iglesia esparce sus bálsamos, sus crismas, sus aguas y la Sangre Divina de Cristo para calmar las tempestades, apagar las llamas, medicinar las quemaduras, hacer incombustible el espíritu para que no sea pasto de las llamas y reconforta con el Cuerpo y la Sangre vivificantes de Jesús Santísimo, al que se ve exhausto de fuerzas por su lucha contra los repetidos asaltos de Satanás y de la carne.
Por eso, al tomar el alimento que ofrece la Santa Iglesia Romana. Única, católica y Universal, es, si se quiere vivir y llegar a ser herederos del Reino del Padre, un deber más que una necesidad. Por lo que así no lo hace, acudiendo de continuo a sus tesoros, se expone imprudentemente a los desfallecimientos y a la muerte. Y, asimismo el que asegura no ser necesario todo esto y que la Santa Iglesia es una institución inútil de la que no necesitaron las almas que supieron hacerse espirituales, se expresa de un modo satánico y por su boca habla aquel que odia a la Iglesia en la misma medida que a Cristo, al que, aún antes de que existiese el hombre, se negó a rendirle adoración.
No podéis, os es imposible llegar a ser espirituales sin los auxilios del Espíritu de Dios que os vienen a través de los Sacramentos de la Iglesia.
No podéis, no podéis en manera alguna conservaros espirituales, si es que por la Gracia de Dios y mediante los alimentos que la Madre Iglesia os ofrece llegasteis a serlo, si no continuáis viviendo en Ella, con Ella y de lo que la misma os proporciona.
¡Ojala pudieseis permanecer sumergidos como están los peces en la pecera, en la fuente de siete brazos, sin jamás salir de ella, para que así os vierais libres del mordisco de Satanás! Aquel que dice: “Dios está conmigo y, por tanto, ya no tengo necesidad de la Iglesia”, por este solo pensamiento soberbio, se aparta de la Iglesia y de la Vida y a los ojos de Dios aparece manchado con la baba de la infernal Serpiente.
Tanto más creceréis en Sabiduría y en Gracia, cuanto más viváis obedeciendo y amando a la Santa Iglesia de Cristo. Tanta mayor robustez viril de los fuertes alcanzaréis cuanto más succionéis la Vida de sus santos pechos. Y tanto más estaréis en Dios y con Dios, y tanto más estará Dios con vosotros, cuanto más estéis en la Santa Iglesia Romana, Católica y Apostólica por cuyo cuerpo circula la Sangre Santísima de Jesús, Señor mío y vuestro.
¡Ay de quien de Ella se aparta! ¡Ay, tres veces ay, de quien hace que otros se aparten de la Iglesia! ¡Ay de quien, poniendo a prueba las almas o seduciéndolas, las tienta para que se aparten o relajen sus contactos con ella diciendo: “No acudáis a la fuente ni al granero porque, si es verdad que estáis con Dios y Dios con vosotras, nada importa que dejéis de nutriros con los alimentos eclesiásticos”; o bien: “Mientras Dios esté con vosotras, podéis muy bien dejar de hacer eso”!
Nunca hasta ahora llegó la orden ni el consejo, procedente de la Palabra de prescindir de la Iglesia ni de sus Jerarquías. Y nunca tal sucederá, pues es una Institución eterna contra la que ni Satanás podrá conseguir la victoria. Y por más que ahora, la violencia del Infierno y la avalancha de las herejías y de los pecados del mundo parezcan quererla atropellar, todo ello no pasará de ser un rudo golpe que la hará tambalear y sufrir, pero del que saldrá más hermosa, resultando de biso brillante sus vestidos a los que tantas cosas empolvaron y de púrpura su manto de perseguida. Lágrimas y sangre son necesarias para blanquear el biso y empurpurar el manto de la excelsa Esposa de Cristo que no ha de morir.
Tras la oscuridad viene la Luz. Siempre es así: en la creación del mundo, en el despuntar del día, pasada la noche, y en el sucederse de las épocas y de las eras. La propia corrupción produce de la muerte elementos de vida. De las oscuras fosas de los cementerios se desprenden llamítas danzantes, recogidas, pudiendo suministrar luz y calor. Hasta en los periodos espirituales más tristes en los que, al parecer, la muerte haya de apagar la Vida, las Tinieblas vencer a la Luz y la materia aniquilar al espíritu, la Vida, la Luz y el Espíritu vienen a quedar vencedores.
Resultan atropellados y quedan ocultos, como sucede con el grano lanzado al surco y cubierto de estiércol durante los tristes meses del invierno. Parece quedar despreciado ese grano sepultado bajo capas de polvo y entre el hedor del estiércol. Parece perdido para el sol y el sol para él. Más, precisamente por estar allá abajo mortificado, apretado y oprimido por el polvo, puede echar raíces y no ser ya granito ligero que el viandante puede triturar con el pie, el viento desplazar a cualquier lugar y el pajarillo engullir, antes llegar a ser una planta estable, galana, útil, prospera, multiplicada de valor y de poder, benéfica y triunfante, bajo el sol de los meses más bellos.
La Luz parece oscurecerse y llegar la Muerte. La corrupción inunda y anega con sus densas ondas. No temáis. Es lo que se necesita para despertar a los adormecidos y hacerles desear las voces de lo alto. La lucha es útil para mantener fuerte el atleta. Las náuseas de la corrupción hacen desear lo que es puro. Las tinieblas impelen a buscar la Luz y el materialismo, llevado a límites pavorosos, engendra impulsos hacia la espiritualidad.
La humanidad, prendida como una pelota por Satanás, pues habíase adormilado en la neblina de épocas sin luchas religiosas y lanzada con escarnio al fango, por la propia reacción del golpe saldrá rebotada a lo alto. Llegará la era del Espíritu tras esta de materialismo. La era de la Luz retornará después del materialismo actual. La era de la Vida retornará después del oscurantismo actual. La era de la Vida sucederá a la casi mortal agonía. Surgirá la era de Dios para prestar fortaleza en la lucha postrera. Y, por último, la era de Dios reinará después de la de Satanás.
¡En pie, Cristianos, con la plenitud de vuestra caridad por Dios, por la Iglesia, por el prójimo y por vosotros! Dios Padre os envió a su Hijo, y Hermano vuestro por la Madre, a fin de que fuera vuestro Maestro y Redentor y vosotros fueseis hijos de Dios. Y, al ser hijos, Dios infundió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones y así El grita por vosotros:” ¡Abba! ¡Padre!
El hombre, aún el más perfecto, nunca sabría rogar con esa amorosa violencia que obtiene el milagro, todos los milagros. Y entonces, he aquí que el Espíritu de Dios ruega en vosotros para vosotros a fin de obtener cuanto os es útil y necesario, y que por santo, sirve para santificaros. Es siempre el Espíritu del Señor el que, encerrado en los corazones de los fieles, suplica y grita con gemidos inenarrables: “¡Abba! ¡Padre!”.
Y lo dice por vosotros: ¿De que teméis, pues, cuando podéis llamar “Padre” a Dios? ¿Cuándo el mismo espíritu de Dios lo dice por vosotros, confesando que podéis llamaros hijos del Padre y que sois hijos de Dios? ¿Cuándo el mismo Espíritu al que Dios ama infinitamente, siendo una misma cosa con Él, ruega y clama por vosotros?
Arriba, pues, y no temáis por las cosas que suceden. No temáis. No sois siervos que pueden ser desposeídos de un momento a otro y carecen del derecho a los bienes del Padre de familia sino que sois hijos, nacidos a la verdadera Vida por los méritos de Cristo y conservados en ella por estos mismos méritos que la Esposa de Cristo maternalmente os ofrece.
Sois hijos, y por ello, no puede seros arrebatada la herencia paterna que, igualmente tampoco puede ser desbaratada, ya que el Reino de Los Cielos es intangible a los elementos disgregadores que en la Tierra, a falta de coraza, dañan y menoscaban. Los rayos de Satanás y las desencadenadas hordas de los ensatanados, las lúgubres hordas del negro Príncipe rebelde, no alcanzan las luminosas playas en las que es completo el gozo de los Santos, donde la Paz se perfecciona y donde es tan sublime la Caridad que solo más allá de la Vida conoceréis su magnitud y su super beatífica dulzura.
Este gozar, este permanecer en paz, esta posesión de la Caridad es ya dicha de los verdaderos siervos de Dios aquí donde os encontráis y que yo, Ángel del Señor, os la auguro cada vez más perfecta; dicha que allí os aguarda. Vuestra es. Es de quienes, contra todo y contra todos, saben llegar a ser y continuar siendo hijos de Dios.
Gloria al Padre; al Hijo y al Espíritu Santo”.
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