Esta es la verdadera historia de la toma de la Bastilla, previa a la abolición de la Monarquía, contada por el gran historiador francés André Castelot, toma que ahora está considerada por todos los progresistas como la abolición de la terrible explotación del Pueblo por la Monarquía y por la Nobleza. Veremos como esa leyenda, es una sublime mentira, ya que la cárcel contenía solo siete prisioneros, que vivían a "cuerpo de Rey", que llevaban sus muebles a la fortaleza, y se quejaban al Rey de que los pollos no estaban lo suficientemente rellenos.
Los asaltantes, después de prometer a la Guardia de la cárcel, que respetarían sus vidas si no utilizaban los cañones, para poder entrar en la plaza, pasaron a cuchillo a todos los soldados, y pasearon la cabeza del Gobernador de la fortaleza, en una pica por todo Paris, olvidándose de los siete prisioneros.
Quiero aquí denunciar la gran mentira de la justificación del crimen y la violencia, con el pretexto de la opresión del pueblo por la clase dominante, llama la atención en este escrito el escandaloso "droit de fouage", que era un impuesto que tenían que pagar los aldeanos de Draguignan en Provenza, para poder encender el fuego y calentarse, o para llevar a pastar a los animales en los campos del Señor del lugar.
Actualmente, este impuesto que se exigía, existe disfrazado con otro nombre: El recibo de la energía que se paga a las compañías suministradoras, y toda la variedad de impuestos que hay que pagar a las corporaciones locales o estatales. Vemos pues que los nuevos Reyes; nobles y señores, se llaman ahora Jefes de Estado (Decía Louis XIV: "l´Etat c´est moi": El estado soy Yo); banqueros, compañías energéticas, o políticos de todo pelaje, que dicen defender los intereses del Pueblo y que viven pegados a su poltrona, con sueldos y prebendas de Duques, Marqueses, Condes o Barones, verdaderas sanguijuelas, que tienen al Pueblo subyugado por toda clase de impuestos.
Nuevos señores, que son mucho más numerosos que todos los nobles feudales, pero que en vez de actuar, por la Gracia de Dios, actúan por la "gracia" del nuevo dios: "El Pueblo", y que también tienen como los Nobles su porvenir asegurado, ya que al abandonar la política, tienen asegurados unos puestos y unas pensiones vitalicias suculentas.
LA TOMA DE LA BASTILLA
(Por André Castelot)
“La toma de la Bastilla, como así lo escribió Jacques Godechot, no ha sido un trueno en un cielo sereno. Desde hace veinte años en el mundo occidental, ciudades y medios rurales eran el teatro de motines que se renovaban sin cesar, la del 14 de julio de 1.789 de Paris no fue en modo alguno la más violenta. Pero lo que sí le ha dado a la del 14 de julio de 1.789 su carácter casi único, es su epilogo. La toma de la Bastilla ha traído consigo la capitulación del rey ante el pueblo sublevado y, menos de un mes más tarde, la caída del Antiguo Régimen, es decir del régimen feudal que era el que imperaba en Francia desde hace mil años.”
Creemos que, primero es indispensable
tomarle el pulso a la Nación
francesa. Llamemos a la barra de la
Historia algunos autores de los célebres cuadernos de quejas
que estaban dirigidos a los Estados Generales. Empecemos por ese campesino del
pueblo de Asnières del distrito de Civray.
“Nuestros habitantes son
tan pobres, escribe, que todos los años tienen que volver a comprar otra olla
de hierro para poder cocinar un poco de escasa sopa, porque el alguacil les
quita, en el tiempo del pago del impuesto, la que usó todo el año, y la vende,
con el resto de sus míseras pertenencias para poder hacer frente al importe del
impuesto de la taille, si así puede llagar a cubrir su importe.”
Un representante del pueblo,
representado en el parlamento por el Tiers-Etat, originario de
Salmonville-la-Rivière – distrito de Rouen – exclama:
“Todo se dirige y carga sobre el
Tiers-Etat…En todo momento se encuentra sobrecargado, debido al nombramiento de
nuevos nobles… Cuando un nuevo noble aparece, el importe del impuesto, y sus
accesorios, así como los trabajos, recaen de pleno derecho sobre el
Tiers-Etat.”
Un aldeano normando de
Perriers-sur-Andelle recaba:
“En el distrito de Rouen, la
cosecha se ha visto algo mermada, ha disminuido de una quinta parte sobre la
cosecha normal, lo que hace que el trigo tenga un precio excesivo. Mas de la
mitad de esa parroquia, no está ya en medida de poder soportar ningún impuesto,
ya que no pueden ni tener el pan que necesitan.”
“Los pobres de Draguignán, añade
un aldeano de la Provenza,
no tienen ni derecho de encender fuego en sus chozas, para resguardarse del
frío, si no compran costosamente ese derecho a su señor, con una contribución
sobre su subsistencia y la de su familia. Ese derecho inhumano existe en Brovès
y es denominado derecho de fouage. Ahí, el labrador no tiene ni el derecho de
alimentar a su ganado con la hierba que crece en su campo; si lo hace, se le
denuncia, se le castiga con una multa que lo arruina; y el más legítimo derecho
sobre su propiedad está subordinado a la voluntad arbitraria de su señor.
-Soy originario de Montousse,
explica un habitante del Pirineo: solo hay un único y verdadero tirano: el
fisco, que noche y día, se dedica a sustraer el oro de la corona, la plata de
los báculos, el acero de las espadas, el blanco Herminio de los vestidos, el
cobre de los almacenes, el hierro de los arados y el bronce de las campanas.
[...] Con toda seguridad, reina un
descontento general, una desigualdad general, de ahí nace un deseo también
general de todo cambiar, para así poder crear un nuevo orden de cosas. ¡Ya
sabemos lo que costó establecer ese programa! Conflictos entre la Asamblea y el rey,
conflicto entre el Tiers-Etat y las otras dos clases privilegiadas: clero y
nobleza”.
¿Y en Paris?
Abramos el diario el Journal de Hardy: “Muchos panaderos
están a punto de cerrar sus tiendas, otros amasan una tercera parte menos de lo
normal, además, los almacenes están desabastecidos de harina y muchas personas
se aprovisionan de arroz.” Las semanas antes del drama, el ambiente estaba
sobrecalentado: “Me hallaba en Paris, escribe el inglés Young, y puedo
aseguraros que los negocios de vendedores de panfletos progresaban de una
manera increíble. Iba al palacio real para ver las nuevas publicaciones. Cada
hora había una nueva. El 9 de Junio de 1.789 aparecieron trece, el día 8
dieciséis, la semana siguiente noventa y dos.”
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El Rey Luis XVI, fue el que pagó todos lo excesos de Luis XIV fue decapitado con la Reina Marie Antoinette |
En cuanto al Rey, verdadera pompa
de jabón a merced del más pequeño soplo, va a volver a jugar su papel de
déspota, que había abandonado desde la reunión de las tres Ordenes (Tiers-Etat,
Nobleza y Clero). Presionado por la Reina, acepta la idea de un golpe de
Estado. Pero para poder resistir, para poder demostrar su fuerza, para evitar
de usarla, para en su caso poder disolver la Asamblea, hay que
disponer de tropas que sean seguras. Los gardes-françaises y algunas unidades
extranjeras que se encuentran en la capital han dado claros síntomas de sus
sentimientos: están con toda seguridad a favor del pueblo. Hay que desconfiar
completamente de ellas. Por eso se le da la orden al regimiento suizo de
abandonar Soissons. El regimiento de Castela acuartelado en Metz y los hussards
de Lauzun, con residencia en Verdun se dirigen a Paris, mientras que, el 7 de
Julio, Bouillon-Infanterie, viniendo
de Louviers, se encamina hacia Nanterre.
¿De que se componen las fuerzas
del rey? Seis regimientos acampados en Paris y en sus alrededores - lo que conjuntamente
representan treinta mil hombres. Con todo eso, el rey podrá exponer su fuerza.
Mirabeau no se equivoca, y el 8
de Julio, denuncia con violencia en la tribuna de la Asamblea los
“preparativos de guerra de la
Corte”. A su parecer, la concentración de las tropas será
capaz de sacar “a los espíritus más formales fuera de los límites de la
moderación”. Predice que el pueblo cegado se precipitará “hacia excesos, cuya contemplación le haría temblar”.
“Nada puede compararse al terror
que se apoderó de la mente de todos los diputados, a la vista de las tropas y
de los cañones, escribió Rivarol. Inundaron la capital y las provincias con
panfletos aterradores; y pronto, solo se habló de los atentados de la autoridad
en contra de la Asamblea Nacional.
Se decía unas veces que el ministerio había colocado veinte barriles de pólvora
bajo la Asamblea,
otras veces que cien cañones con balas rojas estaban pertrechados contra sus
muros de madera.
Se decía que París iba a ser sitiada y ya se contaban los
cañones y las bombas que le estaban destinadas: hasta tal punto que el terror,
en unos, sincero y en otros simulado, se apoderó muy pronto de la capital y de
las provincias. Así, mientras que el rey agrupaba soldados y multiplicaba las
ayudas, La Asamblea
nacional, aunaba los sufragios y multiplicaba los temores. Para decirlo en una
palabra, el Rey y la Asamblea
se disputaban el ejército.”
Por esa razón, la Asamblea vota una nota
rogando respetuosamente al rey de alejar a las tropas de París. El texto hace
además notar que esos regimientos corren el riesgo de contagiarse de la fiebre
revolucionaria que reina en París: “Los soldados, próximos a los centros de la
polémica, indican los diputados, pueden olvidarse de su obligación que los hizo
soldados, para acordarse que la naturaleza los hizo hombres.”
Louis XVI, para demostrarles que
a el también, la naturaleza lo hizo hombre, contesta “a esa gentuza” con este
rechazo:
las tropas solo están destinadas
a reprimir, o mejor a prevenir, nuevos desórdenes, para mantener el orden y el
cumplimiento de las leyes, para asegurar e incluso proteger la libertad que
tiene que imperar en las deliberaciones de los Etats-Generaux.
El rey estima adecuado, el hacerles
sentir a los representantes que, si se toman la justicia por su mano, puede
transferirlos a la provincia. ¿Por qué no, a Compiègne, en donde el inmenso
castillo podría acogerlos? Él también en
ese caso estudiaría dejar Versalles.
-Si, sin embargo, la presencia
necesaria de las tropas cerca de Paris, fuera causa de algún reparo, me
decidiría, a solicitud de los Etats-Generaux a transferirlas a Noyon o a
Soissons y entonces, yo mismo iría a Compiègne, para poder mantener la
comunicación que tiene que existir entre la Asamblea y entre mi persona.
El 10 de Julio los
acontecimientos empiezan a deteriorarse…
“El regimiento de artillería,
escribe Camille Desmoulins, siguió el ejemplo de los gardes-françaises, ha
forzado a los centinelas y vino a juntarse con los patriotas del Palacio Real.
Al parecer, la mayoría de los patriotas siguen su ejemplo. Solo se pueden ver a
gente del pueblo que se juntan con todos los militares que encuentran: ¡Vallamos, viva el Tiers-Etat! Y se los llevan
a la taberna, en donde se brinda a la salud de las comunas.”
El Rey está ahora empeñado – y ya,
nada lo puede detener. Necker está en desacuerdo con las medidas militares que
se tomaron y Louis XVI, acordándose de la actitud de su “principal ministro”,
en el conflicto entre los tres representantes de la nación, decide su cese – lo
que, según opinan algunos, es la única manera de romper las ataduras que unen
al Genovés con la Izquierda
de la Asamblea,
es decir al desorden - El día 11, el rey
ordena a Necker de abandonar en secreto Versalles y de retirarse a Suiza.
“Como lo explicaba tan
acertadamente Rivarol, en la
Corte francesa era tan poco diplomático y peligroso,
separarse de Monsieur Necker, como lo hubiera sido en la Corte de Nápoles, tirar al
mar la ampolla de San Genaro… Al primer rumor sobre la partida de Necker, París
estuvo consternado, el Palacio Real tembló, se cerró la bolsa, se suspendieron
todos los espectáculos y diez mil bandidos armados se desencadenaron por las
calles. A un día de alarma, le siguió una noche aún más espantosa, ya que al
dolor de haber perdido a Monsieur de Necker, se aunaba al temor que inspiraban
esos bandidos. Las campanas tocaban a rebato en todas partes; se iniciaba el
pillaje en varias casas. Los vendedores no se atrevían a abrir sus tiendas, los
talleres estuvieron desiertos y la ciudad era ya inhabitable, cuando los
burgueses, para defenderse, tomaron de golpe las armas, en vez de recurrir al Rey, ese defensor nato del Estado, que no puede negar sus tropas a las ciudades
y cuyas ciudades tampoco pueden negar sus tropas al Rey. Gracias a ese
levantamiento general, Paris, de inhabitable, se volvió inaccesible.”
El domingo 12 de Julio, es mediodía.
En el jardín del Palacio Real, el sol está en su cenit y al reflejarse en el
espejo cóncavo, enciende la mecha del pequeño cañón, que estaba destinado a
indicar cada día la hora a los Parisinos. ¡Un cañonazo que indica el comienzo a
la Revolución!...
La muchedumbre es muy densa. Oradores improvisados se suben a las mesas de los
merenderos y arengan a la gente…
Nuestra ruina está consumada, grita
uno de ellos; fijaros lo que está ocurriendo en los Campos Elíseos: las tropas
están ocupando todo el trecho que se encuentra entre la Etoile de Chaillot y las
Tuilerías, están colocándose en orden de batalla. Ya hemos discutido bastante,
somos más numerosos y seremos los más fuertes: ¡Tomemos las armas, que todos
nuestros ciudadanos se armen!
Los árboles se doblan por el peso de
los que se han encaramado a las ramas para mejor oír la voz caliente y acobrada
de Camille Desmoulins que resuena a su vez:
¡Ciudadanos, ya sabéis que la Nación pidió que Necker no
fuera destituido, lo han echado! ¿Pueden reírse de vosotros de una manera más
descarada? Después de eso se atreverán a hacer cualquier cosa ¡Y para esta
noche, están planeando y quizás disponiendo otra masacre para los patriotas,
como la de la
Saint-Barthelemy!... ¡A las armas! ¡A las armas! Tomemos
todos los escarapeles verdes, color de la esperanza. La siniestra policía está
aquí. Pues bien, ¡Que me vea, que me observe bien! ¡Si, yo soy el que llama a
mis hermanos a la Libertad!
Largas aclamaciones le hacen eco.
-He aquí mi pistola, prosigue. Por lo
menos, no me cogerán vivo y sabrá morir con gloria: Solo me puede ocurrir una
desgracia. ¡Es el de ver a Francia esclava!
Se oyen gritos.
-¡Cerraremos los teatros en señal de
duelo!
-Amigos míos, arranquemos las hojas de
los castaños, prosigue Camille Desmoulins, y hagamos con ellas unos escarapeles
en señal de unión.
-Vallamos al museo de cera, a casa de
Curtius, sugiere alguno, y pidámosle la efigie de Necker. ¡Lo mostraremos por
las calles!
Se añade:
-Un grupo se dirige hacia el famoso
museo de cera.
-Necker, yo lo tengo en mi corazón,
contesta Curtius con la sencillez de la época, pero si estuviera vivo, me
abriría las entrañas para poder ofrecéroslo, solo tengo su retrato, es suyo.
Y el busto, al cual se le adjunta la efigie
del duque de Orleáns, se pasea por todo Paris.
El mariscal de Broglie habiendo sido
nombrado ministro de la guerra, el barón de Besenval está al mando de las
tropas que ocupan la capital. Un emisario del príncipe de Lambesc acude a él
para indicarle que en Place Vendôme, trató sin éxito de dispersar a los
“sublevados”: cinco o seis mil personas precedidas por dos bustos. El coronel
del Royal-Allemand, pide órdenes: los
manifestantes han invadido las Tuilleries y han tirado una lluvia de piedras
sobre los dragones.
-Que el príncipe desenfunde los
sables, ordena Basenval, y que cargue con su regimiento para liberar a las
Tuilleries.
Así se hizo. Pero Lambesc no logró
“limpiar” las Tuilleries. Se repliega hacia la plaza Louis XV. El primero, el
regimiento de Salis-Samade, atraviesa
el Sena con barcazas. La maniobra requiere su tiempo, por eso durante ese
trasiego, la insurrección crece. Los Gardes Françaises, amotinados pactan con
el pueblo y, en las avenidas, los dragones se enfrentan con una lluvia de
tiros. Varios hombres son muertos o heridos – sin contar a los caballos. Paris
huele a pólvora. Paris parece estar sujeta a la anarquía…
En el transcurso de la noche, las
armerías son asaltadas. “Mientras que Monsieur Necker se alejaba tranquilamente
en su coche de correos, nos dice Sebastián Mercier, su despido ha producido el
levantamiento más amplio y más rápido que la Historia haya nunca visto.
¡Que noche, la del lunes al Marte! ¡Patrullas que se suceden y que se cruzan de
quince en quince pasos! ¡Una multitud agitada por el temor, la
incertidumbre y la indignación! Un
murmullo sordo acompañado por golpes que se asestaban sin razón alguna en todas
las puertas y las tiendas! ¡Ese sonido triste, monótono y continuo de todas las
campanas de una inmensa capital! ¡Ese sonido a rebato en medio de las
tinieblas, parecía llamar a la ira y la venganza de un gran pueblo, para
derribar un trono… Que noche!”
De verdad ¡Que noche! Se incendian
cuarenta barreras sobre cincuenta y cuatro, esas barreras en donde se
recaudaban los impopulares derechos de entrada y que estaban unidas entre ellas
por el famoso muro que, “amurallando Paris”, había hecho un “Paris murmurador”.
El alcalde del pueblo de Belleville lo
anota en su informe: “Hacia las ocho, el 13 de julio, llegó gran cantidad de
gente, mal vestida, que encendió un fuego en frente de la susodicha barrera de la Courtille, y arrancaron
y rompieron las tablas de las puertas de dicha barrera, así como las dos
barreras contiguas, arrojado las dichas tablas en el dicho fuego, forzado las
puertas de la casa contiguas a la dicha barrera, que sirve de pórtico a los
empleados de los Cortijos, subieron a las estancias de la dicha casa, tirado en
el fuego las dichas tablas, así como todos los colchones, madera de as camas,
registros, papeles…”
Ese mismo 13 de Julio, se crea una
milicia burguesa compuesta de cuarenta y ocho mil hombres. Las campanas tocan a
rebato. París se asemeja al puente de un barco en el momento de un asalto.
¡París quiere defenderse, pero para defenderse hacen falta armas!
-Hay armas en el ayuntamiento!
Se precipitan. Solo se encuentran
trescientos sesenta fusiles, que se reparten inmediatamente por el Alcalde.
-¡Hay más en el arsenal! Se oye.
-Y en los Invalides, añade alguien.
El amanecer del 14 de julio de 1.789
comienza. Alguien - un miembro de los
Gardes-Françaises, apedillado Labarthe –
grita:
-¡Hay armas en la Bastille!
Un inmenso clamor le contesta:
-A la Bastille! A la Bastille!
Y la muchedumbre – Un millar de
individuos, compuestos de Parisinos y de algunos Gardes-Françaises amotinados –
toma el camino de la barriada Saint-Antoine. ¡Están seguros de encontrar armas!
En efecto, treinta mil fusiles están almacenados allí.
“Se odiaba a la Bastille”, nos dice
Michelet. Sin embargo ¿Es cierto que representaba aún, en la mente del pueblo,
el símbolo del poder arbitrario? Louis XVI solo había enviado ahí una media de
diez y nueve prisioneros cada año, entre los cuales, se encontraban muchos
locos, falsificadores, encerrados ahí para protección o detenidos encerrados a
petición de sus familiares. Los prisioneros recibían visitas, traían sus
muebles y el Rey los vestía y los alimentaba como príncipes. Veremos a un tal
Latude, quejarse de que los capones de la Bastille, no estaban lo suficientemente bien
rellenos y exigir batas forradas, se le satisfizo enseguida…
Ni uno solo de los vociferantes que
suben por la calle Saint-Antoine, se imagina que va a “tomar la Bastille”. Hace años que
se ha decidido de derribar esa inútil fortaleza. Hace ya mas de un siglo que
cantaban:
¿Para
que sirve ese viejo muro en el agua,
será un acueducto, una tumba,
será
una guarida de ranas?
Es la Bastille
según me parece,
ella
misma es, así lo creo
¡Caramba, he aquí algo que
haga
que todos se echen a temblar!
Pero,
amiga mía, admiremos el atino
De ese
castillo sin guardas,
trata
de hacer de cárcel
ya que
no sirve para ser una fortaleza.
Solo se piensa en el almacén de
armas y en los cañones que coronan las grandes torres grises. ¡Los cañones!
Precisamente el gobernador Jourdan de Launay acaba de retirarlos de las almenas
a la solicitud de dos enviados del comité del Ayuntamiento. Los vecinos del
barrio se habían en efecto quejado de tener que contemplarlos apuntando a su
barrio.
El gobernador ha incluso hecho más
de lo que le pedían: Ha decidido no repeler los ataques a los edificios
situados cerca de la fortaleza. ¿Retirarse sin combatir? Sus oficiales se extrañan,
pero tienen que obedecer.
La explicación nos la da Rivarol:
“Quizá la historia no tenga nunca que avergonzarse al observar que el
gobernador de la Bastille
no quiso disparar sus cañones sobre el pueblo, que estaba agolpado del lado del
Arsenal, por temor a deteriorar una casita que había mandado edificar en ese
sitio y que le agradaba mucho.
Y no menos curioso es, que en ese mismo momento,
el señor de Basenval, general del cuerpo de los Suizos, se escondía para no dar
órdenes a su tropa y dejaba tomar los Invalides, por miedo a que si el motín se
agravara, su casa fuese sometida al pillaje, casa en donde había mandado pintar
recientemente un apartamento entero y había hecho construir unos baños
encantadores. ¡Esos son el tipo de
hombres que servían al rey!”
El Señor de Launay, decidió
reforzar solo las defensas interiores.
El muro del jardín se dobló, la baranda del puente levadizo se quitó para poder
tirar más fácilmente a los asaltantes al foso. Se da la orden de subir en lo
alto de las torres seis carros de adoquines y de hierros viejos, mientras que
se bajan tres cañones del 8 para colocarlos en batería en frente de la puerta
de entrada.
M. de Launay no se inquieta. ¿No
está París lleno de tropas que vendrán a socorrerle? Y además, la Bastille tiene treinta
mil libras de pólvora… ¡Doscientos cincuenta barriles! Si los parisinos se
acercan, bastará para alejarlos, amenazarles con hacerlo volar todo! ¡A ellos y
a la Bastille! Pero el gobernador está convencido de
que no se llegará a ese extremo. ¡El pueblo no cometerá nunca la locura de
atacar una fortaleza inexpugnable!
Es medio día, el calor empieza a
volverse sofocante.
Precediendo a los asaltantes, otro
enviado del ayuntamiento – o diciéndose tal – el abogado Thuriot de la Rosière, pide audiencia al
gobernador. Habla con voz alta y firme “en nombre de la Nación y de la Patria”. Launay da muestra
de su buena voluntad diciéndole que los cañones han sido ya apartados. Mejor
aún, para demostrar sus pacificas intenciones, paneles de madera tapan ahora
las aberturas.
-Vengo a pedirle más aún, responde
Thuriot: ¡No ofrezcáis resistencia en el caso de que ataquemos!
-¿Qué me dice?, exclama Launay. ¿Me pedís que entregue la fortaleza? ¡La defenderé todo lo que pueda, mi cabeza
responde de ello!
-Me parece inútil derramar la sangre de los
ciudadanos, ¡No se lucha contra la
Nación!
Launay lo repite: es muy a pesar
suyo que abrirá fuego, pero no cederá. Animado por ese sentimiento, él mismo
arenga a la tropa compuesta por noventa y cinco inválidos y treinta y dos
soldados suizos.
Poco a poco, la fortaleza y sus
dependencias están rodeadas por los asaltantes, “la gente más rara de Paris”,
dirá Mirabeau. Más allá una muchedumbre considerable de curiosos observa. Se
encuentran ahí “mujeres ataviadas a la moda”, espíritus avanzados, pero el
duque de Orleáns se encuentra en su pequeña mansión de Monceau, ¡En los brazos
de la rubia Inés de Bufón. No tiene nada que ver con los acontecimientos y la
víspera, estuvo todo el día pescando en
el río Raincy!
Thuriot es vilipendiado cuando
aparece, afirmando que la
Bastille se defenderá, solo si la atacan. Los asaltantes
creen que el abogado fue a buscar las llaves, por eso, un clamor inmenso se
eleva de la gente decepcionada:
-¡Queremos la Bastille!
Se oye también:
-¡Viva el rey!
Dos antiguos Garde-Françaises se
suben al techo de la primera barrera – una especie de cuerpo de guardia – que
precede al primer puente levadizo que Launay ha mandado levantar y que se abre
sobre el patio principal. La guarnición los deja maniobrar tranquilamente. Los
dos hombres logran romper las cadenas a hachazos. La enorme mole se desploma
con estruendo y la muchedumbre irrumpe en el patio.
¿Habrán pensado algunos asaltantes que el
gobernador mandó bajar el puente? Es posible… ¿Qué ocurre entonces? Se les
preguntó a los asaltantes lo que querían, contará un testigo – el teniente de
Flue – el grito general fue que se bajaran los puentes – Se trata de los
puentes levadizos que dan acceso a la fortaleza, se les contestó que no se
podía y que se retiraran, sino se dispararía. Redobló el griterío. “¡Abajo los puentes!” Entonces, se
ordenó a unos treinta Inválidos, que estaban apostados en las almenas, a ambos
lados de la puerta de abrir fuego.”
Parece en efecto cierto que Launay, al ver la
muchedumbre armada invadir el patio de gobierno, ordenó abrir fuego. La
descarga de los mosquetes barre las filas. El motín se detiene, se interroga y
refluye en desorden. La gente atiende los moribundos, retira a los heridos y un
grito terrible se oye:
-¡Traición!
La noticia se propaga como un
reguero de pólvora en la ciudad.
-¡La Bastilla asesina a los
Parisinos!
Nuevos delegados del Ayuntamiento,
que no han podido acceder a la fortaleza, se vuelven para informar al
comandante de la milicia burguesa:
-Hemos realizado varias señales,
tanto con la mano como con los pañuelos, bajo forma de bandera blanca, para
advertir a la guarnición, y consiguientemente al gobernador, nuestro carácter y
nuestro cometido, que estaba además confirmada por nuestro atavío y nuestra
compostura llena de confianza en medio de los peligros. No sabemos si nuestras
señales han sido percibidas y comprendidas, pero los disparos no se detuvieron.
El comandante de la milicia ordena
entonces de conducir a la
Bastilla seis cañones tomados en los Invalides.
En ese momento, Hulin, antiguo
sargento de los guardias, el que la víspera, había ya arengado al pueblo en el
Palacio Real, llega el también al Ayuntamiento. En la plaza están formadas
varias compañías de Gardes-Françaises.
-¿No sois vosotros buenos
ciudadanos, valientes Gardes-Françaises, es que no oís esos gritos? Les indica.
¿Es que no veis esos pobres desgraciados que vienen a vosotros y que os tienden
los brazos? ¿Es que no oís los cañones, con los cuales ese sinvergüenza de
Launay está asesinando a nuestros padres, nuestras mujeres, nuestros hijos, que
se encuentran desarmados alrededor de la Bastille? ¿Dejareis que les degüellen, vosotros
que tenéis cañones y que disponéis del poder? ¡Amigos míos! ¡Buena gente!
¡Gardes-Françaises! Están asesinando a los parisinos como si fueran borregos y
¿No iréis a la Bastille?
¿Y esos sargentos tan famosos, porque no se ponen a vuestro frente, para
conduciros allí?
-¡Adelante y os seguiremos! Grita
alguien. Se oye un clamor inmenso:
-¡A la Bastilla!
El asedio vuelve a comenzar desde
las cuatro. Los trescientos Gardes-Françaises, que han venido a apoyar a la
insurrección, disparan contra la muralla – sin alcanzar ningún resultado. Se
colocan entonces dos cañones en el patio de gobierno, en frente del segundo puente
levadizo que da acceso directo a la
fortaleza. En cuanto Launay ve los preparativos, parece perder la cabeza y
contesta con uno de sus cañones cargado de metralla.
Pero, en ese preciso momento, los
Inválidos levantan la culata de sus fusiles: desean rendirse. Launay quiere
hacer saltar por los aires a la fortaleza, dos Invalidos se lo impiden y el
gobernador decide capitular. Uno se sus oficiales – el teniente de Flue – desde
una abertura del puente levadizo, logra hacerse oír:
-¿Se le otorgará a la guarnición los honores
de la guerra?
-¡No!, ¡No!
Launay escribe entonces esta nota:
“Disponemos de veinte mil toneles de
pólvora; volaremos el barrio y la guarnición si no aceptáis la rendición. De
Launay. De la Bastilla,
cinco de la tarde, 14 de julio de 1.789.”
Puesto en
equilibrio sobre un tablón colocado sobre el foso, Maillard – un ayudante de
procurador que volveremos a encontrar en octubre en Versalles cuando el motín
se transformó en revolución – se hace con la nota y va a entregarla al “estado
mayor” de los asaltantes: compuesto por Hulin y de Elie – oficial del
regimiento Reine-Infanterie. Estos
acceden: no se le hará ningún daño a los defensores.
-¡Bajad el puente! Vociferan otra
vez los vencedores.
“Me quedé muy sorprendido, contará
el teniente de Flue, cuando un momento después, observé a cuatro Invalides que
se acercaban al portón, lo abrían y bajaban el puente levadizo.”
La turba se precipita adentro. Unos
segundos después, se produce la masacre. Se mata a los oficiales, se cuelgan
Invalides y Suizos. Se detiene y se arrastra al gobernador de Launay hacia el
Ayuntamiento. En todo el trayecto, se le insulta y recibe varios lanzazos y
heridas de espada. Gritan:
-¡Hay que decapitarlo!
-¡Hay que colgarlo!
-¡Hay que atarlo a la cola de un
caballo!
-Está gravemente herido, suplica
Desnot, decidiremos su suerte en el Ayuntamiento.
-¡No, suplica Launay, dadme la muerte!
“En ese mismo momento, contará un
testigo, un particular le asesta su bayoneta en el vientre, ese golpe fue
seguido por otros más, el Gobernador cae, se le arrastra hacia el arroyo. Se le
asestaron varios golpes más con la bayoneta y la espada y se le remato con
varios disparos de pistola.” Alguien grita:
-¡Es un sarnoso y un monstruo que
nos ha traicionado! ¡Hay que eliminarlo!
Launay muerto, uno de los
vencedores exclama:
-¡La Nación pide su cabeza, para
que la vea la gente!
Se le entrega un sable a Desnot el
cual, estando “acostumbrado a trabajar las carnes”, prefiere coger su navaja,
luego se dirigen al Ayuntamiento para asesinar el representante de los
mercaderes Flesselles.
El día se terminará con una fiesta libertina.
Se pasean por la ciudad las cabezas cortadas y paquetes de vísceras
ensangrentadas.
Rivarol lo explicará:
-A eso se reduce la toma de la Bastille, tan aclamada por
la población de París. Pocos riesgos, mucha atrocidad de su parte, y una gran
imprevisión de Launay; eso es todo: solo se trató, en una palabra, de una toma de posesión.
¿Y en Versalles? ¿Como va a
reaccionar el viejo “propietario”? Esa tarde, el Rey se había acostado después
de haber escrito en su diario: "14, nada.” Sin embargo, esa tarde misma, unos
representantes de la Asamblea
habían venido, una vez más para solicitarle, que para calmar Paris, mandara
retirar a las tropas que estaban acampadas en el Champ-de-Mars. Había accedido,
¿Qué riesgo corría? ¡Versalles y los alrededores de Paris, rebosan de soldados!
¡Los guardias personales, tienen puestas las botas desde hace dos días! ¡Madame
de Polignac fue a ofrecer esta tarde, pastas, a los dos regimientos de alemanes
que acampan en la Orangerie!
Los representantes, le habían comunicado también, que el pueblo se dirigía
hacia la Bastille.
¡Muy bien! ¡Ya se defenderá! ¿No tenía M. de Launay sus cañones? ¡A la primera
andanada los asaltantes desaparecerían! Mañana iremos a la Asamblea para disolverla.
El rey se duerme tranquilamente… De repente, se le despierta con sobresalto. El
gran maestre de su guarda ropa – el duque de La Rochefoucauld-Liancourt
– se encuentra ahí a la cabecera de su cama:
-Sire, han tomado la Bastille
¿Tomado? Pregunta Louis XVI aún poco
despierto.
-Si, Sire, por el pueblo. Han
asesinado al gobernador.
Están paseando su cabeza en una pica por toda la
ciudad.
-¿Es una revuelta?
-¡No, Sire, es una revolución!
Pero ¿Que ocurría, mientras tanto
con las “víctimas del despotismo”? Solo se acordaron de ellas por la tarde. Se
tuvo que forzar las puertas de las celdas, porque los vencedores estaban
paseando triunfalmente las llaves, de taberna en taberna. Se descubrieron siete
prisioneros: dos locos que se mandaron enseguida a Charenton, cuatro
falsificadores y el conde de Solanges, encerrado por incesto, culpable, según
su tío “de crímenes atroces”. ¡Era poco importante! Se aumentó la partida
añadiendo un conde de Lorges “viejo, héroe y
mártir”… ¡Que nunca existió! Lo que no impidió a Michelet de
describirnos su barba llegando “hasta la cintura”.
Mirabeau reclamará:
-Si demasiados palacios no
deshonraban a Francia, si el espectáculo más doloroso para un observador
sensible, no fuese el horrendo contraste de las suntuosas mansiones de nuestros
tratantes y de las miserables chozas de nuestros labradores, si hiciese falta
otro monumento en la Asamblea Nacional
para la imperecedera Constitución que debe proponer a la Patria, solicitaría que, en
el lugar en donde la Bastille
insultaba antaño a los derechos humanos, se levantara un monumento para recibir
de ahora en adelante a los representantes de la Nación y que por toda
inscripción, se pueda leer:
Bajo el reino de Louis XVI
Encima de las ruinas de una cárcel de estado,
dedicada A las venganzas
ministeriales
Y
destruida por el pueblo de Paris
La
asamblea Nacional de 1.789
Mil
setecientos ochenta y nueve
Levantó este templo a la Libertad.
¡La leyenda ha empezado!
“Una cárcel dedicada a las venganzas ministeriales”- ¡ Siete prisioneros!
En cuanto a los héroes del día, los vencedores
de la fortaleza, que se irán pavoneando,
revestidos de un hábito bordado con una corona mural, eran seiscientos treinta
y tres, la tarde del 14. Hacia finales del mes de Julio, serán ochocientos sesenta
y tres. Hecho que sorprendió al querido Lenôtre, la cifra se detuvo allí.
¡La verdad es bien
decepcionante! Vale mejor creer en los quince cañones disparando con metralla y
en el magnifico arrojo de todo el pueblo de Paris, asaltando la horrible cárcel,
para salvar a las víctimas inocentes del poder arbitrario. Sigamos creyendo en
la leyenda. ¡Es tan hermosa!
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La "libertad" guiando al Pueblo
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