Jesús es la viña, y nosotros los sarmientos |
Esta
parábola de Jesús, no relatada en los Evangelios de la Biblia, se aplica de una
manera real a la situación actual de la Iglesia, y explica perfectamente
las causas de la actual situación de crisis, y el remedio necesario para corregirla,
es decir, cómo hay que extirpar y sacar hasta las raíces, todos los elementos
que han servido para sustentarla, como son los supuestos “teólogos”
progresistas, que quieren imponer su doctrina completamente ajena a las
enseñanzas del Evangelio, y cierta jerarquía, como el caso del Cardenal romano
que dialogó con el Padre Gabriele Amorth, diciéndole: "¡Pero Ud sabe de sobra que el demonio no existe, es un simple símbolo!", a lo cual el famoso exorcista le dijo: "Eminencia, Ud tiene que leer un libro"; "Ah si, ¿que libro, Padre Amorth?", "¡El Evangelio, Eminencia!".
Es también el caso del Arzobispo que fui a ver por consejo de mi Párroco, para llevarle un libro del famoso exorcista español Padre Fortea, titulado "Summa Daemoniaca", me dijo que no se puede asustar a la gente con esos temas, y que además al ser todos hijos de Dios, un Padre no puede mandar un hijo suyo al Infierno, por eso está vacío. Le argumenté con la famosa parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, me dijo que eran interpretaciones mías, borrando de un plumero todas las interpretaciones de todos los Santos desde el comienzo del Evangelio, las Palabras de Don Bosco, de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa, y el mensaje de las apariciones de Fátima en donde la Stma. Virgen María enseñó el Infierno o unos niños que quedaron marcados para toda su vida.
Lo más grave de esta herejía es el hecho de que si por nuestra creación somos hijos de Dios, la Pasión y muerte de Jesús no tiene sentido, es sin duda por esa razón que el Presidente de la Confederación Episcopal alemana dijo que "¡Jesús no había venido para redimirnos, sino para enseñarnos a morir!"
Es también el caso del Arzobispo que fui a ver por consejo de mi Párroco, para llevarle un libro del famoso exorcista español Padre Fortea, titulado "Summa Daemoniaca", me dijo que no se puede asustar a la gente con esos temas, y que además al ser todos hijos de Dios, un Padre no puede mandar un hijo suyo al Infierno, por eso está vacío. Le argumenté con la famosa parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, me dijo que eran interpretaciones mías, borrando de un plumero todas las interpretaciones de todos los Santos desde el comienzo del Evangelio, las Palabras de Don Bosco, de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa, y el mensaje de las apariciones de Fátima en donde la Stma. Virgen María enseñó el Infierno o unos niños que quedaron marcados para toda su vida.
Lo más grave de esta herejía es el hecho de que si por nuestra creación somos hijos de Dios, la Pasión y muerte de Jesús no tiene sentido, es sin duda por esa razón que el Presidente de la Confederación Episcopal alemana dijo que "¡Jesús no había venido para redimirnos, sino para enseñarnos a morir!"
Del Evangelio como me ha sido revelado de María Valtorta
[…] Un agricultor tenía en sus campos muchos
árboles y vides que daban mucho fruto; entre estas, una de la que se sentía muy
orgulloso, de calidad selecta. Un año esta vid dio muchas hojas, pero pocos
racimos. Un amigo le dijo al Agricultor: “Es porque la has podado demasiado
poco”. Al día siguiente, el hombre la podó mucho: la vid dio pocos sarmientos y
de racimos todavía menos. Otro amigo dijo: “es porque la has podado demasiado”.
El tercer año el hombre no la tocó: la vid no dio ni un solo racimo, y muy
pocas hojas, delgadas acartonadas, orinientas. Un tercer amigo sentenció: Muere
porque la tierra no es buena. Quémala”. “Pero ¿por qué, si es la misma tierra
de las otras y la cuido como a las demás? ¡Antes iba bien!”. El amigo se
encogió de hombros y se fue.
Pasó un
desconocido viandante y se detuvo a observar al agricultor que estaba apoyado
con tristeza en el tronco de la pobre vid. “¿Qué te pasa?, le preguntó. “¿Algún
difunto en tu casa?”
No, pero se me está muriendo esta vid. La apreciaba mucho. Se ha quedado sin savia para dar fruto. Un año, poco; al otro menos; este, nada. He hecho lo que me han aconsejado, pero no ha servido de nada”.
No, pero se me está muriendo esta vid. La apreciaba mucho. Se ha quedado sin savia para dar fruto. Un año, poco; al otro menos; este, nada. He hecho lo que me han aconsejado, pero no ha servido de nada”.
El desconocido
entró en el campo y se acercó a la vid. Tocó las hojas, cogió un terrón del
suelo, lo olió, lo desmenuzó con sus dedos, alzó la mirada para el tronco del
árbol que servía de apoyo a la vid… “Tienes que cortarlo. Esta vid está consumida
por causa del tronco”.
“¡Pero si es su
apoyo desde hace años!”.
“Respóndeme,
hombre: cuando plantaste esta vid, ¿cómo era ella y como era el tronco?”.
“¡Oh, era un
hermoso majuelo de tres años! Lo saqué de otra cepa mía. Para traerla aquí hice
un agujero profundo, para no dañarle las raíces al sacarla de su terruño natal.
También aquí, había hecho un agujero igual; más grande todavía, para que
estuviera enseguida a sus anchas. Antes había excavado bien con la azada toda
la tierra de alrededor para que estuviera esponjosa, de forma que las raíces
pudieran extenderse enseguida sin esfuerzo. Metí en el fondo grato abono y
coloqué el majuelo con todo cuidado – como sabes las raíces se fortifican si
encuentran inmediatamente algo que las nutra -. Del olmo me ocupé menos. Era un
arbolito cuya única función era de servir de apoyo al majuelo. Por eso, le
puse, casi superficialmente, al lado del majuelo, lo afiancé y me fui.
Arraigaron ambos, porque la tierra era buena. De todas maneras, mientras que la viña crecía de un año para otro – estimada, podada, rejacada - , el olmo crecía con dificultad (¡para lo que servía!…)… pero luego se ha hecho recio. ¿Ves qué hermoso está ahora? Cuando vuelvo, de lejos veo destacar alta su copa como una torre, y me parece la enseña de mi pequeño reino. Al principio la vid la tapaba y no se veían sus hermosas frondas. ¡Ahora, mira que hermosa su copa allá arriba bajo el sol! ¡Y qué tronco! Derecho, fuerte. Podía sujetar esta vid durante años y años, aunque hubiera crecido como aquellas que cogieron los exploradores de Israel en el torrente del Racimo. Sin embargo…”.
“Sin embargo… te
la ha matado. La ha rendido. Todo favorecía su vida: el terreno, la posición,
la luz, el sol, tu forma de cuidarla. Pero este la ha matado. Se ha hecho
demasiado fuerte. Ha atenazado sus raíces y las ha ahogado. Le ha quitado todo
jugo proveniente del suelo, ha estrangulado su respiración, le ha vedado la luz
que necesitaba. Tala inmediatamente este inútil y recio árbol, y tu vid
renacerá.
Y renacerá mejor
aún sí, con paciencia excavas la tierra para poner al desnudo las raíces del
olmo y las siegas, para asegurarte que no echen rebrotes. Se pudrirán en el
suelo con sus últimas ramificaciones: de muerte se transformarán en vida,
porque se transformarán en substancia fertilizante. Digno castigo a su egoísmo.
El tronco lo echarás al fuego, y así te será útil. Una planta inútil y nociva
solo sirve para el fuego, y debe ser arrancada, para que todo el bien lo reciba
la planta buena y útil. Ten fe en lo que te digo y te sentirás feliz”.
Pero, ¿Quién eres
tú? Dímelo para que pueda tener fe”.
“Yo soy el
Sapiente. Quien cree en Mí, estará seguro”. Y se marchó.
El hombre tuvo un
momento de indecisión. Luego se decidió y echó mano a la sierra; es más, llamó
a sus amigos para que le ayudaran.
“¡Qué sandez!,
perderás viña y olmo”. Yo me limitaría a podarle la copa para dar aire a la vid.
No más”. “En todo caso deberá tener un soporte. Es un trabajo inútil”. “¡Quién
sabe quién era! Quizás uno que te odia y tú no lo sabes”. “O quizás es un loco”…
y así sucesivamente.
“haré lo que me
ha dicho. Tengo fe en él”. Y segó el olmo por la base; y, no contento con ello,
en un amplio radio puso al desnudo las raíces de las dos plantas, y segó con
paciencia las del olmo, teniendo cuidado de no dañar a las de la vid. Luego
volvió a tapar el vasto agujero que había hecho. A la vid, que había quedado
sin soporte, le puso al lado una fuerte barra de hierro; luego escribió en una
tabla la palabra “Fe” y la ató a la parte alta de la barra.
Los otros se
marcharon meneando la cabeza.
Pasó el otoño y
el invierno. Vino la primavera, los sarmientos enroscados en el apoyo se
adornaron de abundantes gemas (primero apiñadas como en un estuche de
terciopelo plateado; luego entreabiertas, sobre la esmeralda de las nacientes
hojitas; luego abiertas del todo. Y nuevos sarmientos fuertes a partir del
tronco todos ellos un verdadero floreteo de florecillas… y luego todo un
fructificar de granos de uva). Más racimos que hojas. Y estas, grandes, verdes,
fuertes, tan fuertes como los conjuntos de dos, tres o más racimos. Cada
racimo, una densa concentración de granos carnosos, jugosos, espléndidos.
“¿Y ahora qué
decís? ¿Era o no el árbol la razón por la cual mi vid moría? ¿Era acertado o no
lo que dijo el Sapiente? ¿Tuve o no razón cuando escribí en una tabla la
palabra “Fe”? dijo el hombre a sus amigos incrédulos.
“Has tenido
razón. ¡Dichoso tú que has sabido tener fe y has sido capaz de destruir el
pasado y lo que de nocivo se te dijo”.
Esta es la parábola.
[...] Pasado este momento, Jesús continua:
Esta es la parábola.
[...] Pasado este momento, Jesús continua:
"De todas formas, la parábola tiene un sentido más amplio del pequeño episodio de una fe premiada. El sentido es este:
Dios había plantado su vid, su pueblo, en un lugar apropiado, y le había procurado todo lo que necesitaba para crecer y dar frutos cada vez mayores; y había apoyado a su pueblo en los maestros, para que pudiera comprender más fácilmente la Ley y para que fueran su fuerza. Pero los maestros quisieron ser más que su Legislador, crecieron, crecieron, crecieron... hasta hacerse valer por encima de la eterna Palabra. Y así Israel ha quedado estéril.
El Señor ha enviado entonces al Sapiente, para que los israelitas que, con recto corazón, sienten el dolor de esta infecundidad y prueban los remedios que les vienen de los dictámenes o consejos de los maestros - muy doctos humanamente, pero indoctos sobrenaturalmente y por tanto, lejanos del conocimiento de lo que se debe hacer para devolver la vida al espíritu de Israel - puedan disponer de un consejo verdaderamente beneficioso.
El Señor ha enviado entonces al Sapiente, para que los israelitas que, con recto corazón, sienten el dolor de esta infecundidad y prueban los remedios que les vienen de los dictámenes o consejos de los maestros - muy doctos humanamente, pero indoctos sobrenaturalmente y por tanto, lejanos del conocimiento de lo que se debe hacer para devolver la vida al espíritu de Israel - puedan disponer de un consejo verdaderamente beneficioso.
Ahora bien, ¿Qué sucede? ¿Porque no recupera las fuerzas Israel y vuelve a ser vigoroso como en los tiempos áureos de su felicidad al Señor? Porque el consejo es: eliminar todas las cosas parasitarias que han crecido en detrimento de la Cosa santa - la Ley del Decálogo - tal y como fue dada, eliminarlas para dejar aire, espacio, alimento a la Vid, al Pueblo de Dios, y darle un apoyo recio, derecho, que no pueda ser plegado, soporte único, de nombre luminoso: la Fe.
Pues bien, este consejo no se acepta. Por eso os digo que Israel caerá, siendo así que podría renacer y ganar el Reino de Dios, si supiera creer y generosamente corregirse y modificarse substancialmente.
Podéis marcharos en paz. Que el Señor esté con vosotros.
Explicación actual de la Parábola:
-La Vid: El Pueblo de Dios
-El Dueño de la Vid: Dios, el sublime Creador.
-El
Sapiente: Jesús y su Doctrina.
-El Olmo: los teólogos progresistas y rebeldes como son todos los parásitos eclesiásticos, con sus abanderados tipo Massiá; Queiruga, Pagola, y tantos teólogos humanamente doctos y sobrenaturalmente necios.
-La
destrucción del olmo y sus raíces: La eliminación de esta plaga, que quiere cambiar el Evangelio a su antojo.
-La
barra de hierro: La nueva evangelización, basada en la auténtica Fe, transmitida por la Tradición y los Santos Padres, inmutable e imperecedera.