MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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martes, 19 de febrero de 2013

SUBLIMES Y ÚLTIMAS LECCIONES DE JESÚS RESUCITADO SOBRE LOS SACRAMENTOS, ANTES DE SU GLORIOSA ASCENSIÓN.

Descansar en tu Corazón, Oh Jesús,
esa es toda mi felicidad



Discurso de Jesús a los Apóstoles sobre los Sacramentos, que ha instituido para perpetuar su presencia hasta el fin del mundo, una vez resucitado. Se resalta la importancia del Bautismo, para ser aptos y poder recibir el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, que puede ser asimilado tanto para el más sabio e inteligente de las personas, como para la más inocente y analfabeta, siendo condición necesaria para que actúe, una profunda humildad, que el mismo Jesucristo nos enseñó en el lavatorio de los pies a sus discípulos.

Se enseña que la muerte de Jesús en la Cruz, perdona los pecados gracias a su Sangre, pero que solo el agua de su costado es la que borra la huella dejada por el pecado Original, fuente de agua viva que crea a su Santa Iglesia y que restablece la condición de Adán y Eva antes del pecado Original.

Este hecho está perfectamente simbolizado en el cuadro del Cristo en donde fluye de su costado la Sangre que borra los pecados y el agua que restablece la dignidad perdida por causa del fruto prohibido, por esa razón Cristo es sin duda alguna, el árbol de la Vida del Paraíso de Dios, el antídoto del árbol del conocimiento del bien y del mal, cuyo fruto prohibido es el mismo Satanás.


Del Poema del Hombre Dios de María Valtorta


Dice Jesús:

(...) “Prestarme toda vuestra atención porque os voy a decir cosas de suma importancia. Todavía no las comprenderéis todas, ni todas bien. Pero aquel que vendrá después de Mí os las hará comprender. Escuchadme, pues nadie está más convencido que vosotros de que sin la ayuda de Dios el hombre peca fácilmente, pues es debilísima su constitución, debilitada por el pecado. Sería entonces un Redentor imprudente si, después de haberos dado tanto para redimiros, no diera también los medios para conservaros en los frutos de mi Sacrificio. 

EL SACRAMENTO DEL BAUTISMO

Sabéis que toda la facilidad para pecar viene de la Culpa, que privando de la Gracia a los hombres los despoja de su fortaleza, que está en la unión con la Gracia. Habéis dicho: “Pero Tú has devuelto la Gracia!. No. Ha sido devuelta a los justos hasta mi Muerte. Para devolvérsela a los próximos se requiere un medio. Un medio que no será solamente una figura ritual, sino que imprimirá verdaderamente en quien lo reciba el carácter real de hijo de Dios, cuales eran Adán y Eva, cuyas almas, vivificadas por la Gracia, poseían dones excelsos que Dios había dado a sus amadas criaturas.

Vosotros sabéis lo que tenía el Hombre y lo que perdió el hombre. Ahora, por mi Sacrificio, las puertas de la Gracia están de nuevo abiertas, y el río de la Gracia puede de nuevo descender hacia todos los que la piden por amor a Mí. Por eso los hombres tendrán el carácter de hijos de Dios por los méritos del primogénito de los hombres, por el mérito de quien os habla, vuestro Redentor, vuestro Pontífice eterno, vuestro Hermano en el Padre, vuestro Maestro. Desde Jesucristo, y por Jesucristo, los hombres presentes y futuros podrán poseer el Cielo y gozar de Dios, fin último del hombre.




LA SANGRE DE CRISTO ES LA QUE BORRA LOS PECADOS DEL MUNDO, PERO EL AGUA DE SU COSTADO ES EL ÚNICO MEDIO PARA BORRAR EL PECADO ORIGINAL, FUE ELLA LA QUE PROPICIÓLA SALIDA DEL LIMBO DE LOS JUSTOS MUERTOS ANTES DE LA VENIDA DECRISTO A LA TIERRA


Hasta ahora, ni los justos más justos, aunque estuvieran circuncidados como hijos del Pueblo elegido, podían alcanzar este fin. Dios consideraba sus virtudes, sus lugares estaban preparados en el Cielo, pero este les estaba vedado, y negado les era el gozar de Dios, porque en sus almas, jardines benditos florecidos con toda suerte de virtudes, estaba también el árbol maldito de la culpa original, y ninguna obra por Santa que fuera, podía destruirlo, y no es posible entrar en el Cielo con raíces y frondas de tan maléfico árbol. El día de la Parasceve, el suspiro de los Patriarcas y Profetas y de todos los justos de Israel se aplacó en el gozo de la Redención cumplida, y las almas, más blancas que nieve montana hasta donde alcanzaba su virtud, se vieron libres incluso de la única mancha que las apartaba del Cielo. 

Pero el mundo continúa. Generaciones y más generaciones surgen y surgirán. Pueblos y más pueblos vendrán a Cristo. ¿Puede Cristo morir por cada generación, para salvarla o para pueblo que a Él venga? No. Cristo ha muerto una vez y no volverá a morir jamás en toda la eternidad. ¿Habrá de suceder, pues que estas generaciones, que estos pueblos se hagan sabias por mis palabras pero no posean el Cielo, ni gocen de Dios, por estar heridos por la mancha original? Tampoco. No sería justo, ni para ellos, pues vano sería su amor a Mí, pues por demasiado pocos habría muerto ¿Y entonces? ¿Como conciliar estas cosas distintas? ¿Que nuevo milagro hará Cristo - que ya ha hecho muchos - antes de dejar el mundo para ir al Cielo, después de haber amado a los hombres hasta querer morir por ellos?

Ya ha hecho uno, dejándoos su Cuerpo y su Sangre para alimento, fortalecedor y santificador y para recuerdo de su Amor; y os ha mandado que hagáis lo que Él hizo para recuerdo suyo y como medio santificador para los discípulos y para los discípulos de los discípulos, hasta el final de los tiempos. 

Pero aquella noche, purificados ya vosotros externamente, ¿recordáis lo que hice? Me ceñí una toalla y os lavé los pies. Y, a uno de vosotros que se escandalizaba de aquel gesto demasiado humillante, le dije: "Si no te lavo, no tendrás parte conmigo".

No entendisteis lo que quería decir, ni de que parte hablaba, ni que símbolo estaba poniendo. Pues bien, os lo digo: Además de haberos enseñado la humildad y la necesidad de ser puros para poder entrar a formar parte en el Reino mío, además de haberos hecho observar benignamente que Dios, de uno que es justo, y por tanto puro en su espíritu y en su intelecto, exige únicamente una última purificación - de aquella parte que, necesariamente más se contamina incluso en los justos, quizás solo polvo que la necesaria convivencia con los hombres deposita en los miembros limpios, en la carne - , además de estas cosas, enseñé otra. 

Os lavé los pies, la parte inferior del cuerpo, la que va entre barro y polvo, a veces incluso entre inmundicias, para significar la carne, la parte material del hombre, la cual tiene siempre - excepto en la sin mancha original, o por obra de Dios o por naturaleza divina - imperfecciones a veces tan mínimas que solo Dios las ve, pero que verdaderamente tienen que ser vigiladas, para que no cobren fuerza y se transformen en hábito natural, y deben de ser agredidas para ser extirpadas.

Os lavé los pies, pues. ¿Cuándo? Antes de la fracción del pan y del vino transubstanciados en mi Cuerpo y en mi Sangre. Porque Yo soy el Cordero de Dios y no puedo descender a donde Satanás tiene puesta su huella. Así, pues, primero os lavé; luego me dí a vosotros. También vosotros lavaréis con el bautismo a los que vengan a Mí, para que no reciban indignamente mi Cuerpo y no se transforme en tremenda condena de muerte.

Os estremecéis. Os miráis. con las miradas os preguntáis: "¿Y Judas, entonces?". Os digo: "Judas comió su muerte". El supremo acto de amor no le tocó el corazón. El extremo intento de su Maestro chocó contra la piedra de su corazón, y esa piedra, en lugar de la Tau, llevaba grabada la horrenda sigla de Satanás, la señal de la Bestia.

Así pues, os lavé antes de admitiros al banquete Eucarístico, antes de escuchar la confesión de vuestros pecados, antes de infundiros el Espíritu Santo y, por tanto al carácter de verdaderos cristianos reconfirmados en Gracia, y de Sacerdotes míos. Hágase pues, así con aquellos a quien debéis preparar para la vida cristiana.

(...) Y tened estima por el agua... Después de haber expiado y redimido con treinta y tres años de vida fatigosa culminada en la Pasión, y después de haber dado mi Sangre por los pecados de los hombres, fueron extraídos del Cuerpo desangrado e inmolado del Mártir las aguas saludables para lavar la culpa original. Con el Sacrificio consumado Yo os he redimido de aquella mancha.

Si en el umbral de la muerte, un milagro Mío divino me hubiera hecho descender de la Cruz, en verdad os digo que, por la Sangre derramada habría purificado las culpas, Pero no la Culpa. Para esta ha sido necesaria la consumación total. En verdad, las aguas saludables de que habla Ezequiel, han salido de este Costado Mío. Sumergid en él a las almas. Que salgan inmaculadas para recibir el Espíritu Santo, que en memoria de aquel soplo que el Creador espiró en Adán para darle el espíritu y, por tanto, la imagen y semejanza con Él, volverá a soplar y morar en los corazones de los hombres redimidos.

Bautizad con mi Bautismo, pero en el nombre de Dios Trino (...) por lo cual, es cuestión de Justicia y de deber el que todo hombre reciba la Vida por aquellos que ese han unido en querérsela dar, nombrándose al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en el acto del Bautismo, que de Mí tomará el nombre de Cristiano para diferenciarse de los otros, pasados o futuros, los cuales serán ritos pero no signos indelebles en la parte inmortal.


LA SAGRADA EUCARISTÍA ASEGURA LA UNIÓN PERFECTA CON EL REDENTOR, QUE PERMITE LA FILIACIÓN DIVINA GRACIAS A LA ACCIÓN 
DEL ESPÍRITU SANTO


Y tomad el Pan y el Vino como Yo hice y, en mi nombre bendecid, fraccionad, y distribuid; y se nutran de Mí los cristianos. Y haced del Pan y del Vino una ofrenda al Padre de los Cielos, inmolándola después en memoria del Sacrificio que Yo ofrecí y llevé a cabo en la Cruz por vuestra Salvación. Yo, Sacerdote y Víctima, por Mí mismo me ofrecí y sacrifiqué, no pudiendo ninguno, si Yo no hubiera querido, hacer esto de Mí. Vosotros, mis Sacerdotes, haced esto en memoria Mía para que los tesoros infinitos de mi Sacrificio suban impetradores a Dios y desciendan propicios sobre todos aquellos que los invocan con fe segura.

Fe segura, he dicho. No se exige ciencia para gozar del eucarístico Alimento y del eucarístico Sacrificio, sino fe. Fe en que en ese pan y en ese vino que uno, autorizado por Mí y por los que después de Mí vendrán - vosotros: tú Pedro, Pontífice nuevo de la nueva Iglesia; tú, Santiago de Alfeo; tu Juan; tú, Andrés; tú, Simon; tú, Felipe; tú Bartolomé; tú, Tomás; tú Judas Tadeo; tú Mateo; tú, Santiago de Zebedeo -, consagre en mi Nombre es mi verdadero Cuerpo, mi verdadera Sangre; y fe en que quien se nutre de ellos me recibe en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; y fe en que quien me ofrece, ofrece realmente a Jesucristo, como Él se ofreció por los pecados del mundo.

Un niño o un ignorante, me pueden recibir al igual que pueden hacerlo un adulto y una persona docta. Y el Sacrificio ofrecido, aportará a un niño o a un ignorante los mismos beneficios que a cualquiera de vosotros. Basta que en ellos haya fe y gracia del Señor.

(...) Eso sí, con todo mi corazón os conjuro que observéis una vida santa, la cual aumentará de tal manera las luces sobrenaturales en vosotros que llegaréis a leer sin error el corazón de los hombres y podréis con amor y autoridad, declarar a los pecadores, temerosos de declarar sus pecados o rebeldes para confesarlos, el estado de su corazón ayudando a los tímidos y humillando a los impenitentes. Recordad que la Tierra pierde a su Absolvedor y que vosotros debéis ser lo que Yo era: justo, paciente, misericordioso, pero no débil.

(...) Os recuerdo que algunas veces Dios permite también las caídas de sus elegidos; no porque le guste verlos caer, sino porque de una caída puede resultar un bien futuro mayor. Tended pues la mano de quien cae, porque no sabéis si esa caída puede ser la crisis que remedie una enfermedad que para siempre termina, dejando en la sangre una purificación que produce salud, en nuestro caso; que produce santidad.

Sed por el contrario severos con los que no tengan respeto hacia mi Sangre y acabada de lavar su alma por el lavacro divino, se arrojen al cieno una y cien veces. No los maldigáis, pero sed severos. Exhortarlos. Reciban vuestro mandamiento setenta veces siete. Recurriréis al extremo castigo de separarlos del pueblo elegido solo cuando su pertinacia en un pecado que escandalice a los hermanos os obligue a actuar para no haceros cómplices de sus acciones. Recordad lo que dije: "Si tu hermano ha pecado, corrígelo a solas. Si no te escucha, corrígelo ante dos o tres testigos. Si esto no basta, ponlo en conocimiento de la Iglesia. Si no escucha ni siquiera a la Iglesia, condidéralo como un gentil y un publicano".


EL MATRIMONIO HA PASADO DE SER UN MERO CONTRATO A UN SACRAMENTO DIVINO.


En la religión mosaica el matrimonio es un contrato. Que en la nueva religión Cristiana sea un acto sagrado e indisoluble, sobre el cual descienda la Gracia del Señor para hacer de los cónyuges dos ministros suyos en la propagación de la especie humana.

[...] Malo sería que por la dureza de los corazones, se diera en la nueva fe lo que se dio en la antigua: la permisión del repudio y de la separación para evitar escándalos creados por la libídine del hombre. En verdad os digo, que todos deben llevar su cruz en todos los estados, y también en el matrimonial.

[...] Acto serio y santo son las nupcias. Y para mostrar esto estuve en una boda, y allí realicé el primer milagro. Pero ¡ay si degeneran en libídine y capricho! El matrimonio, contrato natural entre el hombre y la mujer; que se eleve de ahora en adelante en contrato espiritual por el cual las almas de dos que se amen y juren servir al Señor en un amor recíproco ofrecido a Él, en obediencia a su imperativo de procreación para dar hijos al Señor.




EL SACRAMENTO DE LA UNCIÓN DE ENFERMOS Y EXTREMA UNCIÓN

[...] La vida del hombre es un camino. La entrada del hombre en la otra vida debería ser la entrada en el Reino. A todo Rey, se le unge y perfuma antes de subir al trono y mostrarse a su pueblo. También el cristiano es un hijo de Rey, que recorre el camino en dirección al Reino a donde el Padre le llama. La muerte del cristiano no es sino la entrada en el Reino para subir al trono que el Padre le ha preparado. 

La muerte - para aquel que, sabiendo que está en su gracia, no teme a Dios - no infunde espanto. Ahora bien, purifíquese de todo residuo el cuerpo de aquel que debe subir al trono, para que se conserve hermoso hasta la Resurrección, y purifíquesele el espíritu, para que resplandezca en el trono que el Padre le ha preparado para que aparezca con la dignidad que corresponde al hijo de tan gran Rey. Aumento de la Gracia, cancelación de los pecados que el hombre tenga pleno arrepentimiento, suscitación de ardoroso deseo del Bien, comunicación de fuerza para el combate supremo: esta ha de ser la unción que se dé a los moribundos cristianos; o, dicho más propiamente, a los cristianos que estén por nacer, porque en verdad os digo que el que muere en el Señor, nace a la Vida Eterna.

[...] Y que todo Sacerdote gustosamente, repita en el cuerpo de su hermano moribundo el acto de amor de María para con el Cristo penante. En verdad, os digo que aquello que en aquella ocasión no hicisteis conmigo, dejando que una mujer os llevara la delantera - y ahora pensáis en ello con mucho dolor - podéis hacerlo en el futuro, y tantas veces cuantas sean que os inclinéis con amor hacia un moribundo para prepararle a su encuentro con Dios.

Yo estoy en los mendigos y en los moribundos, en los peregrinos, en los huérfanos, en las viudas, en los prisioneros, en los que tienen hambre, sed o frío, en los que están afligidos o cansados. Yo estoy en todos los miembros de mi místico Cuerpo, que es la unión de mis fieles. Amadme en ellos y ofreceréis reparación por vuestro desamor de tantas veces, y me daréis gran alegría a Mí, y a vosotros os daréis mucha gloria.




EL SACRAMENTO DEL ORDEN SACERDOTAL


Tremenda, tremendísima responsabilidad la de los Sacerdotes, no comprendo el por qué así como en todas las profesiones, en donde hay una evaluación de los profesores, médicos, ingenieros y técnicos de toda clase, se apartan los malos obreros, cuanto más aquí, ya que se trata de la salvación de las almas. Están actualmente campando a sus anchas toda una serie de elementos que se llaman teólogos y que predican una doctrina contraria a la Tradición y al Evangelio, menos mal que el Papa Benedicto XVI ha barrido con todos los pederastas que ha encontrado, pero ¿porqué se dejan en sus cátedras a los Queiruga, Massiás y Kungs, y tantos otros más?, ¡ya que son los abanderados de toda la basura que hay en la Iglesia!

Y considerad que contra vosotros conspiran el mundo, la edad, las enfermedades, el tiempo, las persecuciones. Evitad pues, el ser avaros de lo que habéis recibido, y evitad la imprudencia. Transmitid, por esto, en mi Nombre, el Sacerdocio a los mejores de entre los discípulos, para que la Tierra no se quede sin Sacerdotes. Y que sea un carácter Sagrado concedido después de un profundo examen, no verbal, sino de las acciones de aquel que pide ser Sacerdote, o de aquel a quien juzguéis apto para serlo.




PREDICCIONES SOBRE LA APOSTASÍA 
Y EL FINAL DE LOS TIEMPOS

Estamos asistiendo al preludio de la apostasía final, que se está comprobando por los nuevos Judas de Keriot, que no admiten en modo alguno la Doctrina de Jesús, son los famosos teólogos y Jerarcas disidentes, que predican insistentemente el abandono de todo sacrificio, el matrimonio sacerdotal, la desobediencia al representante de Jesús en la Tierra.

Son los que no admiten abiertamente la autoridad del Papa, y quieren transformar la Iglesia en una democracia adaptada a los tiempos modernos. La Iglesia no se regiría entonces por el Evangelio. sino por la mentalidad de las masas.

El Papa Benedicto XVI, se ha dado cuenta con realismo que es mucho muy importante para la Santa Iglesia la oración contemplativa y mística. Lo oración mística, que es la oración de María a los pies de Jesús es mucho más importante que las labores de Marta, que por muy productiva que fuera, no tendría valor alguno, si ni fuera por las buenas acciones, como lo dice San Juan de la Cruz, buenas acciones que solo se pueden hacer en Gracia de Dios, la cual se obtiene precisamente por la oración con amor a Jesús, autentica figura de Dios.

Ante la crisis actual tan profunda, Benedicto XVI ha preferido como Moisés, retirarse en la cumbre del monte de la clausura, para implorar con los brazos levantados al Cielo, que es la Cruz que dice que le acompaña, para que, como Josué detenga el sol para asegurar el triunfo sobre los Amalacitas, que simbolizan todas las huestes progresistas y relativistas, comandadas por Satanás. 

Pensad en lo que es el Sacerdote; en el bien que puede hacer y en el mal que puede hacer, habéis visto una muestra de lo que puede hacer un Sacerdote venido a menos en su carácter sagrado. En verdad, os digo que por las culpas del Templo esta Nación será dispersada. Pero también os digo, en verdad, que igualmente será destruida la Tierra en cuando el abominio de la desolación entre en el nuevo sacerdocio, conduciendo a los hombres a la apostasía para abrazar las doctrinas infernales. 

Entonces surgirá el hijo de Satanás, y los pueblos, tremendamente horrorizados, gemirán, y pocos permanecerán fieles al Señor, entonces entre convulsiones de horror, vendrá el final, tras la victoria de Dios y de sus pocos elegidos, y descenderá la ira de Dios sobre todos los malditos. ¡Desventura, tres veces desventura para esos pocos, si ya no hay santos, los últimos pabellones del Templo de Cristo! ¡Desventura, tres veces desventura, si para confortar a los últimos cristianos no hay verdaderos Sacerdotes como los había para los primeros!

[...] Pero el bien y el mal futuros tienen raíz en el presente. Los aludes empiezan por un copo de nieve. Un Sacerdote indigno, impuro, hereje, infiel, incrédulo, tibio o frío, apagado, insípido, lujurioso, hace un daño diez veces superior al que provoca un fiel culpable de los mismos pecados; y arrastra a muchos otros en el pecado. La relajación en el Sacerdocio, al acoger doctrinas impuras, el egoísmo, la codicia la concupiscencia en el Sacerdocio, ya sabéis en donde desemboca: en el deicidio. 

Y en los siglos futuros ya no se podrá matar al Hijo de Dios, pero sí se podrá matar la fe en Dios, la idea de Dios. Por lo cual se llevará a cabo un deicidio aún más irreparable, porque carecerá de Resurrección.

Sí, se podrá llevar a cabo, lo veo...Podrá ser llevado a cabo por los demasiados Judas de Keriot de los siglos futuros. ¡Un horror!..

[...] Lo mismo que nos ha sucedido a los de Israel, y aún más profundamente, llegarán tiempos en que el el Sacerdocio creerá - por saber solo lo superfluo, desconociendo lo indispensable, o conociendo solo su forma muerta, esa forma con que ahora conocen los sacerdotes la Ley, o sea, no el espíritu sino el revestimiento, y exageradamente recargado de adornos - creerá digo, ser una clase superior - Vendrá un tiempo en que el Libro será substituido por todos los demás libros, y aquel será usado sólo como lo usaría uno que debiera utilizar forzadamente un objeto, o sea, mecánicamente, como un agricultor ara, siembra, recoge, sin meditar en la maravillosa providencia que hay en esa multiplicación de semillas que sucede todos los años: una semilla arrojada a la tierra removida, que se hace tallo y espiga, luego harina y luego pan por paterno Amor de Dios.

¿Quien al llevarse a la boca un trozo de pan, alza el espíritu hacia Aquel que creó la primera semilla y desde siglos la hace renacer y crecer, distribuyendo con medidas las lluvias y el calor para que germine y se alce y madure sin que se ponga lacia o se queme? Así, llegará el tiempo en que será enseñado el Evangelio científicamente bien, peo espiritualmente mal.

Ahora bien, ¿que es la ciencia si falta la sabiduría? es paja. Paja que se hincha y no nutre. Y en verdad os digo que llegará un tiempo en que demasiados de entre los sacerdotes serán semejantes a pajares llenos, soberbios pajares que se mostrarán arrogantes con su orgullo de estar muy llenos, llenos como si a si mismos se hubieran proporcionado esas espigas que coronaron las cañas, como si todavía las espigas estuvieran en la cima de las cañas, y creerán ser todo por tener toda esa paja en vez del puñado de mies, del verdadero alimento que es el espíritu del Evangelio. 

¡Un montón! ¡Un montón de paja! Pero ¿Puede bastar la paja? Ni siquiera para el vientre del jumento basta, y, si el amo del jumento no vigoriza el animal con cereales y forraje fresco, el jumento nutrido sólo con paja se debilita e incluso muere. 

Pues bien, os digo que llegará el momento en que los Sacerdotes, olvidando que con pocas espigas instruí a los espíritus en orden a la verdad, y olvidando cuanto le costó a su Señor ese verdadero pan del espíritu (sacado por entero y solo por entero de la Sabiduría divina, expresado por la divina Palabra, noble en su forma doctrinal, incansable en repetirse, para que no se pierdan las verdades dichas, humilde en su forma, sin atavíos de ciencias humanas, sin complementos históricos y geográficos), no se preocuparán del alma de ese pan del espíritu, sino solo del revestimiento con que presentarlo, para hacer ver a las multitudes cuanto saben, y el Espíritu del Evangelio quedará difuminado en ellos bajo avalanchas de ciencia humana. 

Pero, si no lo poseen, ¿como pueden transmitirlo? ¿Qué darán a los fieles estos pajares hinchados? Paja. ¿Qué alimento recibirán de ellos los espíritus de los fieles? Pues lo que no da para más que para arrastrar una mortecina vida. ¿Qué fruto producirán de esta enseñanza y de este conocimiento imperfecto del Evangelio? Pues el enfriamiento de los corazones, el que entren doctrinas heréticas, doctrinas e ideas más que heréticas incluso, en vez de la única, verdadera Doctrina; y la preparación del terreno para la Bestia, para su fugaz reino de hielo, tinieblas y horror.

En verdad os digo que, de la misma manera que el Padre y Creador multiplica las estrellas para que no se despueble el cielo por las que, terminada su vida, perecen, así, igualmente, Yo tendré que evangelizar muchísimas veces a discípulos a los que distribuiré entre los hombres a lo largo de los siglos. Y también en verdad os digo que el destino de estos será como el mío; es decir, la sinagoga y los soberbios los perseguirán, como me han perseguido a mí. Pero también Yo como ellos, tenemos nuestra recompensa: la de hacer la Voluntad de Dios, y la de servirle hasta la muerte en la Cruz para que su Gloria resplandezca y el conocimiento de Él no se apague.

Pero tú, Pontícipe, y vosotros, Pastores, en vosotros y en vuestros sucesores, velad para que no se pierda el espíritu del Evangelio y, incansablemente, orad al Espíritu Santo para que en vosotros se renueve un continuo Pentecostés - no sabéis lo que quiero decir, pero pronto lo sabréis - de forma que podáis comprender todos los idiomas y distinguir mis voces de las del simio de Dios: Satán, y elegir aquéllas. 

Y no dejéis caer en el futuro mis voces futuras. Cada una de ellas es un acto de misericordia mía para ayudaros; y esas voces, cuanto más vea Yo, por razones divinas, que el Cristianismo las necesita para superar las borrascas de los tiempos, más numerosas serán. 

Pastor y nauta en los tiempos tremendos... Tú brújula, el Evangelio. En él están la Vida y la Salvación. Y todo está dicho en él. Todos los artículos del código Santo, todas las respuestas para los múltiples casos de las almas están en él. Y haz de él que no se separen ni los Sacerdotes ni los fieles. Haz que no vengan dudas sobre él, ni alteraciones a él, ni substituciones ni sofisticaciones. 

El Evangelio.... soy Yo mismo el Evangelio. Desde el nacimiento hasta la muerte. En el Evangelio está Dios. Porque en él aparecen manifiestas las obras del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El Evangelio es amor. Yo he dicho: "Mi Palabra es Vida". He dicho: "Dios es Caridad". Que conozcan pues los Pueblos mi Palabra y tengan en ellos el amor, o sea a Dios. Para tener el Reino de Dios. Porque el que no está en Dios no tiene en sí la Vida. 

Porque los que no reciban las Palabras del Padre no podrán ser una cosa con el Padre, conmigo y con el Espíritu Santo en el Cielo, y no podrán permanecer a ese único Redil que es Santo como Yo quiero que lo sea. No serán sarmientos unidos a la Vid, porque quien rechaza en su totalidad o parcialmente Mi Palabra, es un miembro por el cual ya no circula la savia de la Vid. Mi Palabra es savia y hace crecer y fructificar.














  

martes, 12 de febrero de 2013

¿ CUAL SERÁ EL NUEVO RUMBO QUE VA A TOMAR LA IGLESIA CON EL NUEVO PONTÍFICE ?


LA IGLESIA ANTE UNA NUEVA ENCRUCIJADA FUNDAMENTAL PARA TODA LA HUMANIDAD








Después de la renuncia del actual Papa Benedicto XVI, trataremos de entrever cuales son las causas, y las consecuencias que se derivarían para el mundo entero, en caso de una posible deriva hacia el progresismo, o el actual conservadurismo del nuevo Papa.

Naturalmente, la acción del Espíritu Santo en la nueva elección del Pontífice será la que mejor se adaptará a las necesidades actuales de la Iglesia, sin olvidar tampoco que la Justicia de Dios es siempre perfecta, y por eso también, en cierta manera, el elegido es fruto de la mentalidad mayoritaria de la Sociedad en que vivimos que es de donde provienen todos los eclesiásticos.

Este hecho que es de Justicia, puede siempre derivar hacia un camino que es misterioso ya que, según se dice, Dios escribe recto con renglones torcidos, es decir que un Prelado mediocre o poco espiritual, puede traer un cambio en la mentalidad, ya que el Pueblo entero se da así mejor cuenta de lo dañino que podría ser una elección poco adecuada para el gobierno de la Iglesia.

Estamos asistiendo a una relajación moral de la Sociedad, con el abandono de las vocaciones religiosas, el aumento de los abortos, de las separaciones matrimoniales, la bajada espeluznante de la natalidad, fomentada por los partidos políticos de Izquierda, lo que trae como consecuencia el suicidio tanto moral como económico  de la Sociedad, ya que siempre ambos están profundamente ligados.

Del punto de vista Religioso, se ha predicado con insistencia el “mantra” de la Religión “descafeinada”, en donde Dios es el “papaíto” de la barba blanca, que quiere a todo el mundo por igual y a cada persona, tal como es, siendo completamente indiferente al pecado y a la falta de caridad más elemental hacia el prójimo.

Las palabras de Jesús no tienen ya cabida en esta nueva Sociedad, mutilando u ocultando los pasajes del Evangelio que son los más exigentes y en donde Jesús denuncia e impreca a los Fariseos que se han inventado una nueva doctrina adaptada a sus ideas, alejándose de las Leyes y las costumbres impuestas por Yaveh, para crear una doctrina cargada de leyes y de prescripciones inventadas por ellos.

Ahora ha ocurrido todo lo contrario, se ha impuesto una nueva doctrina ideada por ellos, y me refiero a los nuevos teólogos de la secularización, los Queiruga, los Masiás, los Hans Küng, que quieren huir de cualquier sacrificio o prohibición, como la Conferencia Episcopal austriaca, que ha publicado una carta abierta contra el Papa, y que ha establecido una doctrina contraria a la Iglesia; los Obispos que confraternizan con los políticos abortistas, educadores para la ciudadanía, creadores del divorcio exprés, de la libertad sexual para los hijos de más de 13 años, de los suministradores de la píldora postcoitál.

Partidarios de la Eugenesia, llamada cultura de la muerte del alma y del cuerpo, afirmando que “Hay que mimar a todos los políticos sean del color que sean” (sic), como así lo dijo el Cardenal Emérito Carlos Amigo, y tantos otros que siguen la doctrina ideada por ellos mismos para adaptarla a sus gustos y conveniencias, completamente opuesta a la tradición Católica.

Este proceder es exactamente lo contrario al de los Fariseos que añadían miles de preceptos, estos los quitan todos y volvemos al Luteranismo que dice: “Cree, y haz lo que quieras, lo que te justifica es la fe y no las acciones”, y ya no hay ni sacrificio ni pecado, ni camino estrecho: Todo es camino ancho y espacioso que conduce al abismo.

Como el nuevo Papa que se elija, sea como El Cardenal italiano que ha descrito en su famoso libro “El último exorcista”, el Exorcista oficial del Vaticano Gabriele Amorth, y que le dijo: “¡Vamos, vamos Ud. sabe de sobra que el demonio no existe, y que las palabras de la Biblia son símbolos y no realidades!”, entonces la abominación llegará hasta en los lugares sagrados,  la venida del Antecristo, con la terrible persecución y pasión de la Iglesia y la intervención directa de Dios, el fin del mundo.

Y aquí están también toda la retahíla de los “Sedevacantistas” que están pregonando insistentemente que desde Pio XII, la Iglesia está sin Pastor, tomándose por los elegidos y nuevos profetas, que se han puesto en el lugar de Dios mismo, para censurar todos los Papas que no les gustan, ignorando que Dios en su infinito poder y sabiduría siempre permite un mal por culpa de la Sociedad, y para hacer ver a la gente a donde conduce un camino inadecuado, para así poder hacer volver el que se desvía, al camino equivocado.

Estos soberbios individuos creen que Jesús, tras haber rescatado el género Humano con Sangre, Sudor y lágrimas, va a permitir que el Pueblo Cristiano se quede sin representante en la Tierra, y se creen en su soberbia, que son los que están escogidos por Dios para reparar ese mal que la Divinidad, y todo el cuerpo místico de Cristo son incapaces de remediar.  

Tengo la profunda esperanza de que el Espíritu Santo elija a un nuevo Pontífice, que le de el vigor y la sabiduría necesarias para restablecer la ortodoxia en la Iglesia, y que no tenga miedo de cortar a todos los miembros gangrenados que son un peligro para el resto del organismo sano y vivo en donde circula la sangre de Cristo y su Carne, que Él nos da en la Sagrada Eucaristía, para alimentar a su Iglesia militante, que algún día resucitará triunfante en el Reino de Dios, en donde quedarán excluidos los indeseables:

“¡Dichosos los que lavan sus vestidos para tener derecho al árbol de la Vida y poder entrar en la Ciudad por sus puertas! ¡Fuera, en cambio, los perros, los hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todos cuantos aman y practican la mentira!” (Ap 22-14,15)







miércoles, 6 de febrero de 2013

EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO; MEDITACIÓN MÍSTICA SOBRE LA SAGRADA EUCARISTÍA


El sagrado corazón de Jesús, que se ha encarnado
para que nadie le pueda decir el día del Juicio:
"Tú no sabes lo que es ser hombre"



La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados.

(Catecismo de la Iglesia Católica, 2669)

Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "Es considerado como el principal indicador y símbolo... del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres (Pío XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812).

(Catecismo de la Iglesia Católica, 478)


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Escrito está, que Dios creó el hombre a su imagen y semejanza, y tiene pues que haber una correspondencia absoluta entre el hombre y su Creador, pero esa correspondencia entre un ser material y un Ente espiritual, no puede ser nunca una fotocopia perfecta, existe un significado místico en toda la creación y entre su Creador, de la misma manera que existe una relación entre un pintor y el cuadro que pintó, un experto en arte es capaz de ver quien es el autor del cuadro. De la misma manera en ese cuadro que es el universo, se puede analizar el carácter y la grandeza de Dios, el "Pintor" que lo creó.

Y así, toda la Creación es un libro abierto que, para el que sabe leerlo, que es por definición el contemplativo, puede entrever a Dios, por ese don de discernimiento que le infunde, que hace decir: “Bienaventurado el que ve a Dios en todo lo creado”, es un don que Dios mismo comunica al místico, palabra que quiere decir “enamorado de Dios”, y que se  da en el que cumple el primer mandamiento, que es amarlo sobre todas las cosas, ya que para amar hay que conocer, y ese conocimiento solo se adquiere por el amor, ya que como lo dice San Juan de la Cruz, 

“El Amor verdadero tiene por misión desear y profundizar en las cosas del Amado” 

y al que ama de verdad, como lo promete Jesús, la Santa Trinidad morará en él, y le infundirá la gracia infusa del conocimiento. Pero sin embargo, el que carece de Amor verdadero, nunca podrá conocer, aunque estudie y tenga un doctorado, y sepa hebreo, griego o latín. Y por eso dijo Nuestro Señor: 

"Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has dado a conocer a los sencillos. Si, Padre así te ha parecido bien". (Mt 11-25,27).

Y este proceder de Dios es una cosa admirable y sorprendente, porque si hubiera que conocer lenguas y tener un doctorado para conocerle, le sería mucho más fácil acceder al Reino de los Cielos a los ricos y a los pudientes, mientras que los pobres podrían quedar marginados.

En lo que se refiere a la Eucaristía, que es uno de los misterios más grandes de nuestra Religión, y por ello, ya que como lo dijo San Pablo, las cosas más altas de Dios son las cosas más insensatas para el mundo, por eso se entiende lo que le ocurrió con Jesús, cuando dijo: 

“El que no come mi Cuerpo y no bebe mi Sangre, no puede ser discípulo Mío”.

fueron esas palabras las que hicieron abandonarle a la mayoría de sus discípulos, como así está escrito en el Evangelio.

Materialmente hablando, la sangre humana compuesta esencialmente por los glóbulos rojos que se multiplican en los huesos, tienen por misión llevar oxígeno a todo el cuerpo tomándolo de los pulmones y a su vez, eliminar el anhídrido carbónico. Los glóbulos blancos, que también se forman en los huesos, que espiritualmente hablando, simbolizan la fe, tienen igualmente por misión luchar contra toda clase de germenes nocivos que puedan infectar al cuerpo humano. Las plaquetas son las que tienen por misión coagular la sangre y taponar la herida que se pueda producir en los vasos sanguíneos.

Los alimentos se distribuyen en todo el cuerpo a través del plasma que se encuentra en la sangre en donde flotan todos los elementos que dan vida, eliminan las infecciones y previenen los accidentes.

Por fin, todo el torrente sanguíneo es impulsado en todos los rincones del cuerpo por el corazón que es el motor que da energía y vida al organismo. En donde no llega la sangre se produce una gangrena y el miembro afectado se corrompe y no solo muere, pero llega a gangrenar todos los otros miembros, transmitiendo la muerte a todo el cuerpo.

La analogía con la Sagrada Eucaristía, es ahora bien evidente: el Amor de Dios al hombre que es la respuesta a la entrega del alma a Dios, es el Sagrado Corazón que mueve en el alma la Sangre de Jesús, necesaria para su alimento, que es la que le da la vida, la nutre y elimina las impurezas del pecado, como lo hacen los glóbulos rojos y los leucocitos, que se reproducen en los huesos del esqueleto humano, huesos que simbolizan la santa Fe del alma, y también repara las heridas del pecado, como así lo hacen las plaquetas de la sangre humana.

Se ve pues claramente, la analogía entre el Cuerpo de Jesús: su Sagrado Corazón, y su Divina Sangre que es la condición necesaria para sustentar el alma en esta vida, hasta la entrada en el Reino de Dios, y se comprende igualmente el porque dijo Jesús: 

“Yo os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y no bebéis su Sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré el último día. Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi Carne y bebe mi Sangre, vive en Mí y Yo en él. 

El Padre que me ha enviado posee la Vida y Yo vivo en Él. Así también el que me come vivirá por Mí. Este es el Pan que ha bajado del Cielo; no como el pan que comieron vuestros antepasados. Ellos murieron, pero el que coma de este Pan, vivirá para siempre "  (Jn 6, 53 - 58)

Este Cuerpo y Sangre de Jesús es el Sacrificio perpetuo que se rememora en la Santa Misa, y que sustenta no solo a las almas, y les asegura la Vida Eterna, permitiendo la Resurrección del último día, pero también es el que mantiene el Universo Entero. El día que no se pueda celebrar el Santo Sacrificio, será el fin del Mundo, como así lo dice el Profeta Daniel, y el "faro" de la Iglesia el gran San Pablo.



Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendita sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su Gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José su castísimo Esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.






jueves, 24 de enero de 2013

LA MUERTE DE LOUIS XVI EN LA GUILLOTINA, EL ASESINATO DE UN RUISEÑOR

LOS ÚLTIMOS MOMENTOS DE LUIS XVI 





La última Navidad del rey Louis XVI, traducida del libro del celebre historiador francés André Castelot, (Dramas y tragedias de la Historia de Francia), relata los últimos momentos del rey antes de su ejecución por los revolucionarios, con la célebre guillotina, se trata de un análisis muy profundo y sincero de la mentalidad del rey, de su carácter y de las causas que han desembocado en esa tragedia. Descubrimos a un rey de una inteligencia mediocre, pero de una bondad e inocencia angelicales. Los últimos momentos son un ejemplo de valentía, sacando a relucir los valores cristianos dignos de un mártir. Por esa razón, se comprende porqué, algunos quieren que se inicie su proceso de canonización.
              
Su último testamento dirigido a su hijo, el heredero, es de una belleza estremecedora, sobre todo, para los  creyentes. Como dice el autor del relato, parece que al escribir ese documento, estuvo tocado por el ala de un ángel.

Parece mentira, conociendo el carácter del rey, el cual se va revelando de una manera tan singular y tan precisa, debido a las preguntas procesales y a las respuestas dadas por el rey a través de su defensa que, un personaje de esa mentalidad, haya llegado a escribir un testamento, digno de la pluma de un gran místico católico. Se ve aquí como, por un verdadero milagro, el sufrimiento es capaz de transformar a un individuo de un carácter anónimo y mediocre, en un Santo de una espiritualidad tan profunda.



LA ÚLTIMA NAVIDAD DE LUIS XVI



        
               Pocos días antes de la vuelta de Louis XVIII a Paris, una mujer enjuta, con ademanes severos, vestida de luto, accede a la calle del Templo, al antiguo palacio del Gran Prior, lo atraviesa y baja al jardín. Se detiene de golpe, al no reconocer el lugar. Todo ha cambiado. Antaño se levantaba ahí un alto torreón cuadrado, abrazado de cuatro pequeñas torres con tejados cónicos recubiertos de pizarra.
                 Se trata de la torre del Templo.

           Entre sus lágrimas que deja caer, la mujer observa… y recuerda. Es ahí donde había vivido, cuando niña, de tez anacarada, tan rubia, tan frágil que su madre la había apodado Mousseline… Ahí había sido inmersa en un drama atroz del cual hoy era la única superviviente, arruinada por el dolor, envejecida por sus recuerdos.
           Se arrodilla.

          Era Madame Royale, hija de Marie-Antoinette y de Louis XVI, que volvía al emplazamiento, en donde se levantaba su oscura cárcel medieval.
          Hace solo unos días le han entregado el testamento de su padre, escrito una mañana de Navidad, la mañana de Navidad de 1.792.
          Madame Royale recuerda… Cuantas veces, un nudo en la garganta, había vuelto a leer esas líneas:

          “Confío mis hijos a mi mujer; nunca he puesto en duda su ternura maternal para con ellos; le recomiendo antes de todo, de hacerlos buenos cristianos y hombres honrados, y de hacerles ver que las grandezas de este mundo (si están condenados a probarlas) solo son bienes peligrosos y perecederos, y de dirigir sus miradas hacia la única gloria sólida y duradera de la eternidad…”

            Una mañana de Navidad…
            Eran las seis.
         La mañana del martes 25 de diciembre de 1.792 – la primera Navidad republicana – aún no había comenzado. Se madrugaba muy temprano entonces en Paris, pero las calles se hallaban desiertas. Eran en efecto numerosos los parisinos que habían oído la misa del gallo. Claro que, la víspera, el procurador de la comuna, Chaumette, había ordenado que no se celebrara la misa del gallo, pero los comisarios enviados por el Ayuntamiento, no habían logrado cerrar las puertas de las iglesias. En Saint-Eustache, el empleado municipal Beugnon, de oficio, albañil, había sido tan fuertemente zarandeado por los vecinos del mercado, que dentro de poco subirá a la torre del Templo como guarda, la cara marcada por las uñas de las ciudadanas que estimaban que la libertad, recientemente adquirida, debía permitir celebrar como se quería el nacimiento del Niño Dios. ¿Acaso no se vivía en República desde hace más de dos meses?

              Eran las seis.
            En el segundo piso de la siniestra Torre del Templo, Clery, el mayordomo de Louis XVI, se levantó y, seguido del guardia municipal que había pasado la noche en un camastro atravesado en la puerta, entró en presencia del rey.

            El comisario que, según era costumbre, había entrado de servicio la víspera, a las 10 de la tarde, no había visto aún a Louis XVI, pero durante toda la noche, los ronquidos del prisionero – “un ronquido continuo y de los más extraordinarios”, según contará uno de ellos – lo había tranquilizado acerca de la presencia del detenido. El rey apartó las cortinas de su cama, miró hacia el comisario, de pié en la penumbra y se preguntó si lo había visto antes.
            Clery encendió el fuego, mientras que el rey se colocaba su bata. Parecía haber envejecido, una barba de varios días tapaba sus mejillas hundidas. La piel le ardía y como lo hacía varias veces al día, se echó agua fresca en el rostro. La Comuna le había quitado sus afeitadoras y solo se las devolverá a la mañana siguiente, 26 de Diciembre, para su segunda comparecencia ante la Convención, transformada en tribunal.

             Luis se retiró en su despacho, situado en una de las torrecillas adosadas al torreón. La puerta que había permanecido abierta, permitía al guarda municipal, vigilar al prisionero. Había en esa diminuta habitación, una pequeña estufa de porcelana, que Clery venía de encender, una mesa y tres sillas de cuero. En un breviario que había mandado comprar, Louis, arrodillado comenzó a leer el oficio de Navidad, luego como todas las mañanas, el de los caballeros del Espíritu Santo.

             Se levantó.
           La torre, tan ruidosa de día estaba aún silenciosa. En el piso superior, Marie-Antoinette. Madame Elizabeth, Madame Royale y el pequeño delfín – le habían separado de su padre desde hace quince días – no se habían aún despertado: “No había aún amanecido en las estancias de la reina”, según la bonita expresión de aquel tiempo, en uso en Versalles y en las Tuileries.

            Desde el comienzo del proceso, el rey había sido apartado de su familia, pero gracias a los jóvenes camareros – venían del comedor de las Tuileries – los prisioneros lograban comunicarse. Aún mejor, desde hace unos días, Clery había enseñado al rey, como enviar mensajes desde la ventana de su habitación, con la ayuda de un ovillo de bramante, del cual en el piso superior, Madame Elisabeth tenía sujeta una de las extremidades. Las persianas de madera que en parte ocultaban las ventanas ayudaban a la operación, que tenía lugar por la noche.

            El rey se sentó delante de su pequeña mesa. La Comuna le había concedido unos días antes, plumas, tinta y papel. Con su fina escritura, empezó a escribir:  
        
            “En el nombre de la Santísima Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Hoy, veinticincoavo día de Diciembre, yo, de nombre Louis XVIº, rey de Francia, estando desde hace cuatro meses encerrado con mi familia en la torre del Templo, por los que eran mis súbditos… además, estando  implicado en un proceso, cuyo desenlace es incierto, debido a lo apasionado de la gente y del cual no se halla ningún antecedente ni procedimientos en ninguna ley existente; teniendo solo a Dios por testigo de mis pensamientos y con el cual pueda dirigirme, declaro aquí en presencia suya, mis últimas voluntades y mis sentimientos…”


                ¡Su proceso!
          La primera vista había tenido lugar hace apenas quince días… y en esa mañana de Navidad, al escribir sus últimas voluntades, Louis volvía a revivir con el recuerdo, esa terrible jornada del 11 de diciembre.
           Era un martes, un martes como hoy día de Navidad. Esa mañana había jugado al Siam – una especie de juego de bolos – con su hijo. El niño no había logrado sobrepasar dieciséis puntos.
          -¡Siempre que tengo dieciséis, se había lamentado el niño, no gano nunca!
          El rey recordaba su entrada en la sala de la Convención. Ante todas esas miradas que lo contemplaban, se había sentido algo molesto.

           -Estaba muy lejos de imaginarme todas las preguntas que iban a hacerme, había confesado a Cléry, al volver al Templo.
            Esas preguntas lo habían hecho tambalearse y a cada una de ellas, solo había podido contestar:
          No recuerdo nada de lo que había ocurrido en esa época… No tengo ninguna constancia de ello…
          Esa última frase, volvía siempre como un leit motiv a lo largo de esa penosa jornada.
          -¡No tengo ninguna constancia de ello… ninguna!

          Es la palabra celebre: Nada, que encontramos repetido tantas veces en cada hoja del diario íntimo del rey, los días que no iba de caza. Al día siguiente, 26 de Diciembre, día dedicado a la defensa, sus abogados podían decir a los miembros de la Convención, estupefactos:

          “¿Queréis saber, señores, a que labor se dedicaba en junio de 1.792, el acusado que comparece aquí? Mientras que había agitación en toda la capital, mientras que el pueblo de Paris se preparaba para asaltar las Tuileries, mientras que las jornadas febriles se añadían a las jornadas febriles, con su serena escritura de contable, los anteojos en su nariz, el dueño del reino de Francia volvía a copiar un largo informe que le había tenido ocupado varios días. He aquí ese informe:
           “Desde 1.775 hasta 1.791, salí 2.636 veces de mi morada.”
           “Si, señores, ¡Esa era entonces la ocupación del rey! ¿No os basta eso? Entonces, abramos su diario al azar:

                                               1.789
                       
        Julio, 10: Nada, contestación a la diputación de los Estados
        Julio, 11: Nada, partida de M. Necker
     Julio, 12: Vísperas y saludo, partida de los Srs. Montmorin, Saint-Prist y La Luzerne.
       Julio, 13: Nada
       Julio, 14: Nada
                    …………………………………………………………………………
       Julio, 28: El mal tiempo me impidió salir.
       Julio, 29: Nada, vuelta de M. Necker
        Julio, 31: La lluvia me impidió salir.


              ¡Pobrecito! Como decía Marie-Antoinette a sus amigos, adelantando el péndulo del salón, para que el aguafiestas fuera a acostarse antes.
              Un día, su hijo le preguntó:
              -Quería deciros algo. ¿Porqué vuestro pueblo que os quería tanto, está ahora de repente, enfadado con Vos? ¿Qué habéis hecho para que se encolerice tanto?
              ¿Qué que había hecho? ¡Nada, naturalmente! Quizás por exceso de bondad, había abdicado demasiado de su autoridad… Esa autoridad, que le había asustado tanto cuando Louis XV, el cuerpo ennegrecido, hinchado, se pudría en su lecho de agonía. Sin tregua, en este comienzo del año de mayo de 1.774, en esa víspera de su reino, se le había oído repetir:

-Me parece que el Universo se me va a caer encima…
         Luego, cuando la vela, colocada en la ventana de su abuelo se había apagado, había estallado en lágrimas y se había refugiado en los brazos de su mujer. Y ese día, los que habían entrado primero en la habitación, habían podido ver, a ese rey de diecinueve años, y esta joven reina de dieciocho, llorar de rodillas a lágrima partida.
           -¡Dios mío, murmuraban, abrazados, Dios mío, protegednos, somos demasiado jóvenes para reinar!

           Dios no los había protegido. Los había dejado solos en la tormenta. Marie- Antoinette había “conspirado”, pero Louis habría querido ser, con toda sinceridad, el rey de la Revolución, pero una metamorfosis tal, hubiera exigido una mente adelantada a su tiempo. Su emotiva sencillez, su buen corazón, su sorprendente buena voluntad, no habían podido prosperar debido a una inteligencia demasiado pobre, a una sempiterna indecisión, una eterna debilidad, una manera de “escabullirse” según la expresión de un testigo. Su interlocutor tenía la impresión – la imagen es de su hermano Provence – que quería agarrar una inaprensible bola de billar untada de aceite…
          ¡Su debilidad! Quizás, hoy se daba cuenta de ello, de una manera vedada: era la causante de toda la desgracia!

          ¿Qué habéis hecho para que se encolerice tanto?

          En ese amanecer de la Natividad, en la estrecha torre de su cárcel, le va a contestar al hombrecillo de siete años, que levantaba hacia él sus ojos azules.

          “Recomiendo a mi hijo, si tuviera la desgracia de ser algún día rey, de pensar que se debe por entero a la felicidad de sus conciudadanos: que debe olvidar cualquier odio o resentimiento, en lo referente a lo que concierne las desgracias y las penas que tengo; que solo puede dar felicidad a su pueblo reinando según las leyes: pero que al mismo tiempo, tenga en cuenta que, un rey solo las puede hacer cumplir, y hacer el bien que tiene en su corazón, cuando dispone de la autoridad necesaria: y que de otra manera, estando sumido en unas obligaciones y no inspirando ningún respeto, es más perjudicial que útil.”

           Se detuvo un momento… Si, quizás al abdicar de toda autoridad, al escuchar solo todo el bien “que tenía en su corazón”, si, al lo mejor, ¡Había sido más perjudicial que útil! ¿Pero sus subordinados podían acaso habérselo tenido en cuenta? Había accedido a todas sus solicitudes. Salvo, cuando se habían enfrentado a su conciencia de creyente. ¿Podían acaso echárselo en cara, hasta el punto de considerarlo culpable, merecer ser  destronado, ser encarcelado y, ahora hasta querer ser arrastrado a la guillotina?
           Desde hace dos días, le dirá dentro de poco a su defensor:

"estoy ocupado buscando si, en el curso de mi reinado, he podido merecer el mas leve reproche de parte de mis súbditos. Pues bien, Monsieur de Malesherbes, os lo juro, con toda la sinceridad de mi corazón, como hombre que va a comparecer ante Dios, ¡Siempre he deseado la felicidad del Pueblo, y nunca he deseado nada que le sea adverso!"
           Amaba con todas sus fuerzas a su pueblo, cuyos representantes iban a votar su muerte. Amaba a la gente humilde, que tenía sus mismos gustos, se encontraba a gusto con ellos. Tenía un verdadero cariño para el torno de su pequeña cerrajería, le gustaba trabajar el yeso, hasta tal punto, que no podía haber un obrero en el castillo, sin ver acudir el rey, echar una mano y volver a sus aposentos sucio y agotado.

           Incluso en la cárcel del Templo, hace unos días, al ver a un albañil ocupado haciendo unos agujeros, para colocar enormes cerrojos, había sentido el deseo de cogerle el martillo y el cincel de las manos para enseñarle a su hijo la manera de trabajar.
           -Cuando salgáis de esta torre, le dijo el obrero, podréis decir que habéis trabajado personalmente para vuestra cárcel.
           -Maria Antoinette había padecido, por esos gustos de obrero. Joven desposada – ¡una desposada de catorce años! – “fastidios en exceso”, había tratado de curar a su marido, ¡Pero había sido en vano! Sufría por las bobadas y por “la falta de finura en sus modales” de su esposo: su risa era pesada, sus bromas espesas.

            ¿No es acaso cierto, que tenía la ocurrencia de colocarse sobre las rodillas del joven y gordo Narbonne, imitando un bebé que había que acunar? “con la buena intención de ser atento para alguno, nos dirá Madame de Boigne, se acercaba hacia él hasta hacerlo retroceder hasta la pared; si no argumentaba nada, y eso le ocurría a menudo, estallaba de risa, daba media vuelta y se iba.”

           Sin embargo, los latidos de ese corazón, la grandeza de su alma y las cualidades de ese gran creyente que era su marido, habían acabado por tocar los sentimientos de Marie-Antoinette. La caida de la desgracia, poco a poco, a falta de pasión, había provocado en ella una ternura inmensa. Ese bueno de hombre – ese honrado hombre, decía Fersen – había conseguido emocionarla, gracias a todas sus virtudes “sinceras e inertes”, según la expresión de Mirabeau.

           Y hoy, esa tranquilidad ante la muerte, esa valentía de mártir la emocionaba hasta lo más profundo de su alma. ¿Al lo mejor, en ese día de Navidad, creía que lo amaba?
          
          En cuanto a él, siempre la ha adorado. ¡Ha sido la única mujer de su vida! La amaba a su manera, claro que sí, una manera burda, tosca, torpe, pero la amaba desde esa mañana de mayo de 1.774 cuando, en la orilla del bosque de Compiègne, había visto por primera vez esos grandes ojos azules de porcelana y su sonrisa algo burlona.
          Era al lo mejor, su bonita manera de amar y atender a sus hijos, lo que más había agradado al rey. ¡Sus hijos! ¡La rubia pequeñita Mousseline con su fresca y alegre sonrisa y el pequeño Chou d´amour, que tenía el alma tan limpia!... Tenía para con ellos una ternura maternal ¡Tan rara en los príncipes!


           Ruego a mi mujer que me perdone todas las incomodidades que tiene que soportar por mi culpa, y las penas que he podido infligirle en el transcurso de nuestra unión; también puede estar segura que no le guardo ningún rencor, si ella creyera que tiene alguna culpa que reprocharse… “
           
          Ya ha amanecido. La escalera de la torre empieza a resonar con el ruido del martilleo de los pasos, del chirrido de las puertas, que los carceleros abren con estruendo – hay doce de ellas, cerrando la escalera, entre la planta baja y el tercer piso – de los batidos de los cerrojos, que los encargados de las llaves corren y dejan abatirse con pesadez y siendo la torre tan sonora como el tubo de un órgano, repite el ruido con gran amplitud. Encima, en la morada de la reina, Louis oye el ruido de los pasos. El pequeño delfín, que corre por todo el piso, los encargados de la leña, que guarnecen las hogueras, los aguadores que llenan las palanganas, el encargado de la luz que viene para apagar las farolas. Louis lo adivina. Las tres princesas vestidas con ropa de mañana, con vestimenta blanca, se disponen a tomar asiento en el pequeño comedor…

        Afuera, Paris guarda silencio. Los campanarios de esta mañana festiva enmudecen. No se oye ninguna campana, ni el menor tintineo. Por primera vez desde hace siglos, Paris no festeja la Navidad.
          Louis, siempre tan sereno, está recopilando su testamento… y, esa mañana, parece que “el pobre hombre”, el hombre de las Nadas, el hombre que daba risa, el hombre del cual se burlaban un poco, solo sea un recuerdo. En ese día de Navidad, Louis XVI ha sido rozado por el ala de un ángel. Lo que escribe, con su trazo tan fino, es de una sorprendente belleza. Un soplo divino anima esos renglones, escritos en una cárcel, esa mañana de Navidad, esos renglones, que tienen la emocionante grandeza de una oración:

           “Entrego mi alma a Dios, Creador mío; le ruego que la reciba en su misericordia, de no juzgarla de acuerdo con sus méritos, pero sí por los de Nuestro Señor Jesucristo, que se ofreció en sacrificio a Dios, su Padre para nosotros los hombres, por muy indignos que fueran, y yo el primero…Ruego a Dios que me perdone todos mis pecados; he querido conocerlos detenidamente, odiarlos, humillarme en su presencia…

          “Ruego a todos los que he podido ofender sin quererlo (ya que no recuerdo haber ofendido a nadie a sabiendas), o a los que haya podido dar mal ejemplo o causar escándalo, de perdonarme el mal que creen que le he podido hacer; ruego a todos los que tienen la caridad de unir sus oraciones con las mías para obtener de Dios el perdón de mis pecados…

          Perdono además de todo corazón a mis guardianes, los malos tratos y las molestias, que han creído tener que usar conmigo…”            
       
          Por la tarde, sus defensores – Malesherbes, Tronchet y de Sèze – llegan al Temple y son llevados a presencia de su cliente después de haberles desvestido y haber sido “registrados desnudos hasta en los sitios más secretos”.
          El rey termina su testamento, luego, pálido, el corazón en un puño, entra en la habitación en donde le esperaban los tres hombres.
          -He arreglado mis pequeños asuntos; ahora pueden hacer de mí lo que quieran.

          De Sèze le pide permiso para leerle el discurso que va a pronunciar mañana a la Convention, en el transcurso de la segunda y última jornada del proceso. En la habitación abovedada, se alza la voz del joven abogado: 

          “Louis había subido al trono con veinte años, y con veinte años, dio desde el trono ejemplo de moralidad; no tuvo ninguna debilidad culpable ni ninguna pasión corrupta… fue ahorrador, justo, severo, siempre se portó con el pueblo constantemente como su amigo. El pueblo deseó la abrogación de un impuesto desastroso que le oprimía, lo abrogó. El pueblo pedía la abolición de los siervos, comenzó a abolirla él mismo en sus dominios… es en nombre de ese mismo pueblo que hoy se pide…

           “Ciudadanos, no termino… me detengo ante  la Historia. Pensad que ella será el juez de vuestro fallo y que el suyo será el de los siglos venideros.”
           De Sèze había preparado un final más vibrante, pero el rey le pidió que lo suprimiera.
           -No quiero parecer que quiero enternecerlos.
           Después de que se marcharan, Louis abrió su Tacito y antes de anochecer, volvió a copiar otra vez su testamento:

       “Termino declarando ante Dios, y preparado para comparecer ante Él, que no me acuso de ninguno de los crímenes que se me reprochan.
            “Hecho en dos copias en la torre del Templo, el 25 de diciembre de 1.792”
                Louis

            Transcurrió menos de un mes.
            Es la mañana del lunes 21 de Enero de 1.793
            Louis tiembla un poco, pero es debido al frío. De repente se abre la puerta; el general Santerre seguido de comisarios y de gendarmes, que ordena en dos filas, entra ruidosamente en la habitación.
            -¿Venís a buscarme? Pregunta el rey.
            -Si
            -Os pido solo un minuto.

            Se dirige con rapidez hacia la pequeña torre, hacia la pequeña habitación en donde había escrito su testamento. Su confesor, el padre Edgeworth de Firmont está ahí. Louis cierra la puerta y se pone de rodillas:
            -Todo está cumplido, Monsieur; dadme vuestra última bendición y pedid a Dios que me de fuerzas hasta el final.

             El condenado coge su testamento de encima de al mesa – su mensaje de Navidad – sale de la habitación y lo entrega a uno de los representantes municipales.
           - "Os ruego que se lo entreguéis a la reina, a mi mujer".
          - "No hemos venido para hacernos cargo de vuestros recados, truena el hombre – uno apellidado Roux, un sacerdote juramentado – pero si para conduciros al cadalso.
          El Rey lo observa un momento, y luego contesta con dulzura:
          -"Es verdad."

            Otro agente municipal coge el mensaje, mientras que Louis XVI, da el primer paso hacia el suplicio, empezando a bajar la escalera de piedra. Bajo el retumbar de los tambores, atraviesa el jardín erizado de lanzas y por dos veces se vuelve hacia el siniestro torreón en donde, en el tercer piso, detrás de las persianas de madera dos mujeres y dos niños lloran, acechan y escuchan angustiados.
            Madame Royale, aun arrodillada en el jardín del Templo, recordaba…

            La mañana del 21 de enero de 1.793, encima de la chimenea, el reloj de Marie Antoinette, que representaba a la Fortuna y su rueda, había marcado las nueve.
            A las diez y media, los prisioneros habían oído a lo lejos las descargas de artillería. Enseguida, los tambores de la guardia del Temple empezaron a sonar. La reina que lloraba en su cama se levantó y vino a arrodillarse a los pies de su hijo, saludándole a título de rey.

             Madame Royale comprendió…
           La cabeza de su padre, acababa de rodar en el cadalso de la plaza de la Revolución.