MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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miércoles, 3 de octubre de 2012

LAS TERRIBLES CONSECUENCIAS DE LA DESOBEDIENCIA, LA MADRE DE TODOS LOS PECADOS


La Sagrada familia el ejemplo más sublime de Obediencia





Sta Teresita del Niño Jesús es el Ejemplo de obediencia perfecto: "Mon Dieu, je choisis tout ce que vous voulez" (Dios mío yo escojo todo lo que tu quieras). Otro ejemplo de suma obediencia fue el de San José, que siempre obedeció a los mandatos del Señor, sin preguntar, y confiando ciegamente en las directrices transmitidas por el Ángel. La Sagrada familia de Nazaret fue el más sublime ejemplo de obediencia cuando estaban en este mundo: José obedecía a Dios, la Virgen a San José y de niño, Jesús-Dios a la Virgen y a San José.

Este pecado de desobediencia, es común a la mayoría de la gente desde la más alta Jerarquía religiosa, hasta el más humilde pecador, sea hombre, mujer o niño, es un pecado tan sutil y difícil de discernir, que creo sinceramente que casi nadie es inmune a él.

Es por esa razón como un virus, que no se puede combatir con ningún antibiótico, y que solo el tiempo y los “anticuerpos” del alma, que son los dones del Espíritu Santo, atributos creados por Dios, pueden combatirlo y vencerlo.

Esos antídotos, necesarios para evitar la segunda muerte, que es la muerte del alma, son necesarios para "fagocitarlo" y lograr eliminarlo, aportando al alma unas virtudes llamadas humildad y santo temor de Dios, que siempre van unidos entre ellos, son pues la salud del alma, que la libera de ese virus mortal, que es una de las secuelas del pecado original.

La desobediencia que está siempre unida a la soberbia y al amor propio, y es muy difícil de vencer, ya que siempre va envuelta y disfrazada con un manto de una supuesta caridad y de falso amor al prójimo. Se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que el Infierno es la morada de los desobedientes que odian, y el Cielo la de los humildes que aman. El primer desobediente fue el ser que era el más inteligente y sublime de la Creación: Lucifer, que quiere decir “Alférez” de la Luz de Dios, quedó cegado por esa Luz que no era suya, ya que era solo su portador, y quiso para él esa Luz que no le pertenecía.

Ese pecado de orgullo, que es querer arrinconar a Dios, y colocarse en su lugar, y que provenía de un espíritu de un conocimiento y una inteligencia superior a la de los hombres, y que además no cayó por tentación de un ser más inteligente que él, como Adán, sino por “motu-propio”, era una falta abominable e incapaz de toda redención de parte de Dios, porque además era un pecado que nunca tuvo ni tendrá arrepentimiento alguno por parte del ofensor, y por esa razón, tampoco perdón por parte del ofendido. Ese pecado de orgullo y de falta de humildad está en el comienzo de todos los demás defectos, ya que como lo dice la Sagrada Biblia, un abismo de iniquidad llama a otro abismo de pecado y de horror.

Dice San Juan de la Cruz, el Maestro de los místicos: "Más quiere Dios de ti, el menor grado de sujeción y de obediencia, que todas esas obras que quieres hacer". El orgullo engendra el desprecio, el desprecio el odio, y el odio la muerte del alma.


María Valtorta era con la Biblia la lectura de la Madre Teresa de Calcuta, y la del Padre Pío de Pietrelcina que la recomendaba a sus fieles, diciéndoles que debían leer sus escritos.


Dice María Valtorta a su Confesor el Padre Migliorini:

“Siento, con la misma exactitud que si lo hubiera yo vivido, que si la soberbia entrara en mí, todo terminaría. Se lo decía esta mañana. Es una persuasión personal mía, y el Buen Jesús lo confirma diciéndome que “la soberbia mata a todas las virtudes, en primer lugar a la caridad. Conlleva por tanto la pérdida de la Luz de Dios. El soberbio, me explica Jesús, “no trata con sumo respeto al buen Padre de los Cielos, no tiene entrañas de misericordia con los hermanos, se cree superior a las debilidades de la carne y a las reglas de la Ley. Por ello, peca continuamente, y con el mismo pecado que fue la ruina de Lucifer primero, y después de Adán y de la descendencia de Adán. Pero sobre todo mata la Caridad. Destruye por ello la unión con Dios”.


Dice Jesús (29 de Agosto de 1.943)

“Veamos juntos este punto del libro de Samuel: “La obediencia hace más que los sacrificios, mejor la docilidad que la grasa de los carneros. Como pecado de hechicería es la rebeldía y, crimen de idolatría la contumacia (1 S, cap 15º y 22).

La obediencia. La virtud que no queréis practicar. Nacéis y, apenas podéis manifestar un sentimiento, es sentimiento de rebeldía a la obediencia. Vivís siendo desobedientes. Morís aún desobedientes. El Bautismo borra el pecado original, pero no anula la toxina que borra el pecado.

¿Qué ha sido en el fondo el pecado original? Una desobediencia. Adán y Eva han querido desobedecer al Padre Creador, incitados a cumplir ese acto de desamor por el sumo desobediente, el cual se ha hecho demonio rechazando obediencia de amor al Sumo Dios.

Este veneno anida en vuestra sangre y solo una constante voluntad vuestra lo hace incapaz de dañar a vuestro espíritu de manera mortal. Pero, ¡Oh hijos míos!, ¿Qué cosa más meritoria que esta puede ser cumplida por vosotros? Mirad bien.

Todavía es más fácil hacer un sacrificio, una ofrenda, practicar una obra de misericordia, que obedecer constantemente al querer de Dios. Este se os presenta minuto a minuto como agua que fluye o pasa trayendo otras olas de agua, y detrás de estas, otras aún. Y vosotros sois como peces que aún sumergidos en la voluntad de Dios os resbala. Si queréis salir de ella, moriréis, hijos míos. Es vuestro elemento vital. No hay gota de ella que no prevenga de una razón de Amor. Creedlo.

Obedecer es hacer la voluntad de Dios. Esa voluntad que os he enseñado a pedir que se cumpla en el Padre Nuestro y que os he enseñado a practicar con la palabra y el ejemplo, llevado hasta la muerte. No obedecer y rebelarse es cumplir un pecado de magia, dice el libro. En efecto, ¿Qué hacéis rebelándoos? Pecáis Y el pecado, ¿qué produce? Vuestro desposorio con el demonio. ¿No hacéis por lo tanto magia? ¿No os transformáis mágicamente de hijos de Dios en hijos de Satanás?

       No obedecer y no quererse sujetar es como un pecado de idolatría, continúa diciendo el libro. En efecto ¿qué hacéis no sujetándoos? Rechazáis a Dios, rechazando su Voluntad. Lo repudiáis como Padre y Señor. Pero como el corazón del hombre no puede estar sin adorar cualquier cosa en el puesto del Dios verdadero que rechazáis, adoráis vuestro yo, vuestra carne, vuestra soberbia, vuestro dinero; adoráis a Satanás en sus más agudas manifestaciones. He aquí porque os hacéis idólatras. ¿De qué? De dioses de los más horrendos que os tienen esclavos y esclavos desgraciados.

         Venid, venid queridos hijos de mi Amor, venid al yugo paterno que no hace daño, que no oprime, que no degrada, sino que al contrario os sujeta, os guía y os asegura alcanzar el maravilloso Reino donde ya no existe el dolor. El mundo, que quiere desobedecer, no sabe que sería suficiente un acto de obediencia para salvarse. Volver a entrar en el camino de Dios, obedecer, obedecer, volver a encontrar la mano del Padre que bendice y vuelve a sanar, volver a encontrar el corazón del Padre que ama y perdona.

        Pensad, hijos que para volver a daros la gracia perdida, dos Purísimos, dos Inocentísimos, dos Buenísimos, debieron consumar la suma obediencia. La salvación del género humano tuvo en el tiempo, inicio en el “Fiat” de María ante mi Arcángel, y tuvo su término en el “consummatum” de Jesús en la Cruz. Las dos obediencias más dolorosas y las menos obligatorias, porque mi Madre y Yo estábamos por encima de la necesidad de expiar con la obediencia, el pecado.

          Nosotros que no pecamos, hemos redimido vuestro pecado obedeciendo. ¿Y no querréis vosotros, pobres hijos, imitar a vuestro Maestro y obtener misericordia con la obediencia que es prueba de amor y de fe? Más bello y agradable que las mismas iglesias, que me levantáis por voto, es esta flor espiritual del alma, nacida, sobre la tierra, en el corazón del hombre pero que florece en el Cielo, eterna, para vuestra gloria”.





viernes, 28 de septiembre de 2012

SOLO LA CRUZ DEL SALVADOR PUEDE REMEDIAR EL PECADO Y VENCER A SATANÁS , YA QUE NO HAY OTRO MEDIO PARA REDIMIR A LA HUMANIDAD

LA BARRA INFERIOR SIMBOLIZA LA BALANZA
QUE SERVIRÁ PARA JUZGAR A LA HUMANIDAD



Esta cruz ortodoxa representa en la barra horizontal superior la inscripción INRI (Jesús el Rey de los Judíos); la otra barra horizontal es el travesaño donde fueron clavados los brazos de Jesús; la barra inclinada inferior representa en el lado izquierdo la parte superior a San Dimas, y la inferior al mal ladrón llamado Gestas.

Esta cruz simboliza también a la humanidad: en la Parte superior: Cristo el sublime redentor, en la parte superior de la barra inclinada, la humanidad redimida que ha soportado sus padecimientos sin acritud, acordándose de Cristo, y en la parte inferior de la barra, la humanidad réproba, que ha maldecido a Jesús por los sufrimientos y las pruebas de la vida.


De los cuadernos de María Valtorta 
(Dictado del 19 de Agosto de 1.944)
           

Dice Jesús:
         “Escribe:
         “¡Oh, Señor!, sé que en los días que me haces llorar más, me haces ganar más. Por eso te agradezco que me hagas llorar.
          ¡Oh, Señor!, sé que que en los días que me haces sufrir más, me haces aliviar más los dolores ajenos. Por eso, te agradezco que me hagas sufrir.
          ¡Oh, Señor!, sé que en los días que me haces angustiar más porque te escondes, Tú vas junto a un pobre hermano mío que está perdido. Por eso te agradezco esta angustia.
           ¡Oh, Señor!, sé que en los días que vuelcas sobre mí la onda amarga de la desolación, te entrego a un hermano desesperado. Por eso te agradezco esta onda amarga.

           ¡Oh, Señor!, sé que las tinieblas que me enceguecen, que el hambre que me hace languidecer, que la sed que me hace morir por Ti, debido a Ti, sirven para que, como Luz, Fuente, Alimento, vuelvas a darte al que muere por todas las muertes. Por eso te agradezco mis tinieblas, mi hambre, mi sed.
           ¡Oh, Señor!, sé que mis muertes espirituales en tu cruz significan resurrección para otros tantos muertos en tu cruz. Por eso, te agradezco que me hagas morir.

           Porque creo, ¡oh, Señor!, que todo lo que me haces es para mi bien, tiene como fin el bien, es para gloria de Dios, el Bien Supremo; porque creo que encontraré de nuevo todo esto cuando el verte me haga olvidar todo el  dolor que sufrí; porque creo que mi gozo aumentará con cada sufrimiento; porque creo que para las “víctimas” no hay justicia sino solamente Amor; porque creo que nuestro encuentro se concretará en una sonrisa, en un beso, tu beso, Jesús-Amor, que enjugará completamente las huellas de mi llanto; porque creo todo esto, te agradezco por mis innumerables espinas y te amo aún con mayor amor.

          Tú no me has dado el papel de María, que es el mejor, sino tu mismo papel, que es el perfecto, pues es el Dolor.   
         Gracias, Jesús”.
        
           Tienes que decir esto, pero no con los labios, sino con el espíritu persuadido de tal verdad, que te indica quien encarna la Verdad.
            Si para darte un eterno futuro más bello hubiera conocido un camino menos penoso. Lo habría elegido para ti, porque te amo; pero ese camino no existe. Por lo tanto te he dado este por un motivo de infinito Amor.

            Cada lágrima derramada con constante adhesión a la voluntad de Dios, cada lágrima derramada con amor por El que te la pide, cada lágrima que se ha sabido ofrecer, se adorna con el nombre de una obra cumplida por quien llora o de una criatura a la que éste ha llevado a la salvación.

             El llanto no significa culpa. Es un tributo a nuestra condición. La defino “nuestra” porque tu Dios fue también Hombre y lloró y María – la que no albergó miserias por ser inmaculada – lloró porque, siendo Corredentora, tuvo que vivir el dolor que, sin embargo, no le correspondía. Lloraron pues el hombre y la Mujer. Puedes llorar también tú, que eres un alma abrazada a Dios, pero que no eres ni divina ni inmaculada.

             Lo esencial es saber llorar sin que el llanto se convierta en pecado es decir, que sea un llanto sin acrimonia, y haciendo del llanto una moneda para rescatar a los esclavos que Satanás mantiene atados a su galera.
            
            ¡Salva, salva! Y no temas. Dios está contigo”.
        
          
                                       



miércoles, 26 de septiembre de 2012

I/ LA INCREÍBLE PACIENCIA Y MISERICORDIA DE DIOS, QUE LLORA PORQUE ESTÁ INCOMPRENDIDO



NUNCA EN ESTE MUNDO PODREMOS LLEGAR A ENTENDER
LA ENORME DIFERENCIA QUE EXISTE ENTRE
EL PECADO Y LA VIRTUD


Discusión y mal humor de los Apóstoles que se encuentran perdidos en un barrizal, palabras amargas contra Jesús, Paciencia infinita del Maestro, que en su humildad, aguanta todos los reproches.

Encuentro con un individuo que odia a Jesús por lo que ha oído decir de los Fariseos, Él lo amansa al ofrecerse como víctima propiciatoria. 

Refugio de Jesús y los discípulos en una gruta en donde Jesús queda toda la noche despierto mientras los Apóstoles duermen, ocupándose de calentarlos con una hoguera y llevándoles paja caliente. Recuerdos de la gruta de Belén.

Discurso de Jesús con sus discípulos, en donde se puede apreciar la insondable profundidad del abismo de su amor hacia los hombres.

Encuentro en el camino a una mujer tirada en el suelo, la Rosa de Jericó, con el vestido de leprosa, enferma y desechada, y que tenía una enfermedad venérea provocada por su lujurioso marido que la había repudiado, Jesús le pide el perdón para su marido.

Ejemplos asombrosos de sublima Paciencia, Bondad y Caridad de Jesús-Dios para enemigos y discípulos.



EL MALHUMOR DE LOS APÓSTOLES Y EL DESCANSO EN UNA GRUTA

(Del Evangelio tal como me ha sido revelado de María Valtorta)


La llanura del lado oriental del Jordán, debido a las continuas lluvias, parece haberse convertido en una laguna, especialmente en el lugar en que se encuentran ahora Jesús y los Apóstoles.

      (…) El grupo apostólico está ahora entre los dos últimos torrentes, que además se han desbordado y han ocupado las zonas contiguas a sus orillas, ampliando así su lecho; especialmente el que está al sur, imponente por la masa de agua que trae de las montañas, que rumorea, turbia, en dirección al Jordán, cuyo rumor a su vez, se oye fuerte, especialmente en las zonas en que los meandros naturales – podría decir, los estrechamientos que presenta continuamente – o la desembocadura de un afluente producen una excesiva acumulación de aguas. Pues bien, Jesús está dentro de este triángulo truncado, formado por tres cursos de agua crecidos, y salir de ese pantano, no es cosa fácil.

El humor apostólico está más turbio que el día. Con eso está todo dicho. Todos quieren dar su opinión. Dicen todas las cosas que se les ocurre, bajo la apariencia de un consejo, pero es una crítica. Es la hora de los: “Ya lo había dicho yo”, “si se hubiera hecho como lo aconsejaba”… palabras que tanto hieren para una persona que haya cometido un error, y que por esa razón, ya se encuentra muy abatido.

Aquí se oye: “Habría sido mejor cruzar el río a la altura de Pel.la y luego ir por la otra parte, que es menos dificultosa”, o: “¡Hubiera convenido tomar aquel carro! Si, hemos cumplido, ¿pero luego?...”, y también: “¡Si nos hubiéramos quedado en los montes, no habría este barro!”.

Juan dice: “Sois los profetas de las cosas realizadas. ¿Quién podía prever esta lluvia insistente?”.
“En su tiempo. Era natural” sentencia Bartolomé.
“Los otros años, no ha sido así antes de la Pascua. Cuando fui donde vosotros, el Cedrón no estaba crecido, y el año pasado hemos tenido incluso tiempo seco. Vosotros que os quejáis, ¿no os acordáis de la sed que pasamos en la llanura filistea?” dice el Zelote.
“¡Claro! ¡Natural! ¡Hablan los dos sabios y nos contradicen!” dice con ironía Judas de Keriot.
“Tú, cállate por favor, solo sabes llevar la critica. Pero, en los momentos importantes, cuando hay que hablar con algún fariseo o similar, te quedas callado como si tuvieras trabada la lengua” le dice, inquieto, Judas Tadeo.

“Sí. Tienes razón. ¿Porque no has replicado ni una palabra a esas tres serpientes en el último pueblo? Sabías que habíamos estado también en Yiscala y en Meirón, respetuosos y obsequiosos; y que allí quiso ir Él, justamente Él, que honra a los grandes rabíes difuntos. ¡Pero no has hablado! Sabes como exige de nosotros respeto a la Ley y a los sacerdotes. ¡Pero no has hablado! Hablas ahora. Ahora, porque hay  alguna ironía que hacer sobre los mejores de entre nosotros, y críticas por hacer a las acciones del Maestro” dice, en tono apremiante, Andrés que normalmente es paciente, pero que hoy se manifiesta muy nervioso.

“Calla tú. Judas está equivocado. Él, que es amigo de muchos, demasiados, samaritanos…” dice Pedro.
“¡Yo! ¿Quiénes son? Dime sus nombres, si puedes”.
“¡Sí, si, amigo! Todos los fariseos, saduceos y gente influyente de cuya amistad te jactas. ¡Se ve que te conocen! A mi no me saludan nunca. A ti, sí”.
“¡Estás celoso! Bueno, yo pertenezco al Templo y tú no”.
“Por gracia de Dios soy un pescador. Sí, y me glorío de ello”.
“Un pescador tan necio, que no ha sabido ni siquiera prever este tiempo”.
“¿No? Ya lo dije: “Luna de Nisán mojada, agua a cantaradas” sentencia Pedro.
“¡Ah! ¡Aquí te quería ver! ¿Y tú qué opinas, Judas de Alfeo? ¿Y tú, Andrés? ¡También Pedro, el Jefe, critica al Maestro!”.
“Yo no critico absolutamente a ninguno. Estoy diciendo un proverbio”.
“Que, para quien lo oye, significa crítica y reproche”.

“Sí… pero todo esto no sirve para secar la tierra, me parece. Ya estamos aquí, y aquí debemos estar. Vamos a reservar el aliento para desencajar los pies de este barrizal” dice Tomás.
¿Y Jesús? Jesús guarda silencio. Va un poco adelantado, chapoteando en el lodo, o buscando pedazos de tierra con hierba no sumergidos. Pero también al pisarlos, salpican agua hasta la mitad de las espinillas, como si el pié hubiera pisado una charca, en vez de una mata de hierba. Guarda silencio, les deja hablar descontentos, enteramente humanos, nada más que hombres a quienes la mínima molestia vuelve irascibles e injustos.

Ya está cerca el río más meridional. Jesús, viendo pasar a lo largo del ribazo inundado a un hombre a lomos de un mulo, pregunta: “¿Dónde está el puente?”.
“Más arriba. Yo también tengo que cruzarlo. El otro, aguas abajo, el romano está ya anegado”.
Otro coro de quejas… Pero se apresuran a seguir al hombre, que habla con Jesús.

“De todas formas, te conviene subir hacia las colinas” dice. Y termina: “Vuelve al llano cuando encuentres el tercer arroyo después del Yaloc. Tendrás ya cerca el vado. Pero apresúrate. No te detengas. Porque el río crece cada vez más. ¡Qué estación más horrible! Primero el hielo, luego el agua. Y fuerte como ahora. Un castigo de Dios. ¡Pero es justo! Cuando no se apedrea a los blasfemos de la Ley, Dios castiga. ¿Y tenemos ese tipo de blasfemos! ¿Tú eres Galileo, no es verdad? Entonces, tú conocerás a ese de Nazaret del que todos los buenos se separan porque provoca todos los males. ¡Atrae a las potencias destructoras con su palabra! ¡Los castigos! Hay que oír lo que cuentan de Él los que le seguían.

Tienen razón los fariseos en perseguirle. ¡Qué gran ladrón tiene que ser! Debe de dar miedo como Belcebú. Me vinieron ganas de ir a escucharle, porque antes me habían hablado muy bien de Él. Pero… eran discursos de los de su banda. Todos gente sin escrúpulos como Él. Los buenos le abandonan. Y hacen bien. Yo, por mi parte, no trataré nunca más de verle. Y si coincide en mi camino, le apedreo, como así se debe hacer con los blasfemos”.

Apedréame entonces. Soy Yo, Jesús de Nazaret. No huyo ni te maldigo. He venido para redimir el mundo derramando mi Sangre. Aquí me tienes. Sacrifícame, pero hazte justo”.
Jesús dice esto abriendo un poco los brazos, hacia abajo; lo dice lentamente, mansamente, con tristeza. Pero, si hubiera maldecido al hombre, no le habría impresionado más.  Éste, tira tan bruscamente de los ramales, que el mulo pega una reparada que, por poco si no se cae por el ribazo al río crecido. Jesús agarra el bocado y sujeta el animal, a tiempo de salvar hombre y mulo.
El hombre no hace sino repetir: “¡Tú! ¡Tú!...” y, viendo el movimiento que le ha salvado, grita: “Pero si te he dicho que te apedrearía… ¿No comprendes?”.
“Y Yo te digo que te perdono y que sufriré también por ti para redimirte. Esto es el Salvador”.
El hombre le mira todavía; luego da un golpe de talón en el costado del mulo y se marcha veloz… Huye… Jesús agacha la cabeza…

Los Apóstoles sienten la necesidad de olvidarse del barro, la lluvia y todas las otras miserias, para consolarle. Le circundan y dicen: “¡No te aflijas! No tenemos necesidad de bandidos. Y ese lo es. Porque solo una persona mala puede creer que son verdaderas las calumnias que dicen de Ti, y tener miedo de Ti”.
“De todas formas” dicen también: “¡que imprudencia, Maestro! ¿Y si te hubiera agredido? ¿Por qué decir que eras Tú Jesús de Nazaret?”.
“Porque es la verdad… Vamos hacia las colinas, como ha aconsejado. Perderemos un día, pero vosotros saldréis del pantano”.
“También Tú” objetan.

“¡Para Mí no cuenta! El pantano que me cansa es el de las almas muertas” y dos lágrimas gotean de sus ojos.
“No llores, Maestro. Nosotros nos quejamos, pero te queremos. ¡Si encontramos a los que te difaman!... Nos vengaremos”.
“Vosotros perdonaréis como perdono Yo. Pero dejadme llorar. ¡Al fin y al cabo, soy el  Hombre! Y que me traicionen, que renieguen de Mí, que me abandonen, me causa dolor”.
“Míranos a nosotros, a nosotros. Pocos pero buenos. Ninguno de nosotros te traicionará ni te abandonará. Créelo, Maestro”.
“¡Ciertas cosas no hay ni que decirlas! ¡Pensar que podamos cometer una traición es una ofensa a nuestra alma!” exclama Judas Iscariote.
Pero Jesús está afligido. Guarda silencio. Y ruedan lentas lágrimas por las pálidas mejillas de un rostro cansado y enflaquecido.

Se acercan a los montes. “¿Vamos a subir allá arriba, o solo vamos a ir por las faldas de los montes? Hay pueblos a mitad de la ladera. Mira. De esta parte del río y de la otra” le indican.
“Está cayendo la tarde. Vamos a tratar de llegar a un pueblo. Da lo mismo el que sea”.
Judas Tadeo, que tiene muy buenos ojos, escruta las laderas. Se acerca a  Jesús. Dice: “En caso de necesidad, hay grietas en el monte. ¿Las ves allí? Nos podemos refugiar en ellas. Siempre será mejor que el barro”.
“Encenderemos fuego” dice Andrés queriendo consolar.
“¿Con la leña húmeda?” pregunta con ironía Judas de Keriot.

Ninguno le responde. Pedro susurra: “Bendito el Eterno porque no están con nosotros ni las mujeres ni Margziam”.
Pasan el puente – verdaderamente prehistórico - , qué está justo en los límites del valle. Toman el lado meridional de éste, por un camino de herradura que lleva a un pueblo. Las sombras descienden rápidamente; tanto que deciden refugiarse en una amplia gruta para huir de un violento chaparrón. Quizás es una gruta que sirve de refugio a los pastores, porque hay paja, suciedad y un tosco hogar.

“Como cama no sirve. Pero para hacer fuego…” dice Tomás, señalando los ramajes sucios y desmenuzados que hay por el suelo desperdigados; y helechos secos y ramas de enebro de otra planta similar. Y los arrima al hogar ayudándose de un palo. Los amontona. Prende fuego.
Humo y hedor, junto a olor de resina y enebro, se desprenden del fuego. Y, no obstante se agradece ese calor; todos hacen un semicírculo y comen pan y queso a la luz móvil de las llamas.

“De todas formas se podía haber intentado en el pueblo” dice Mateo, que está ronco y resfriado.
“¡Sí, ya! ¿Para repetir la historia de hace tres noches? De aquí no nos echa nadie. Estamos sentados en aquella leña y hacemos fuego hasta que podamos. Ahora que se ve, ¡Hay leña en cantidad!, ¿eh? ¡Mira, mira también paja!... Es un redil. Para verano o para cuando trashuman. ¿Y por aquí, a donde se va? “Coge una rama encendida, Andrés, que quiero ver”, ordena Pedro, mientras se mueve buscando hacer algún descubrimiento.

Andrés obedece. Se meten por una estrecha hendidura que hay en una pared de la gruta.
“¡Tened cuidado, no vaya a haber algún animal peligroso!” gritan los otros. “O leprosos” dice Judas Tadeo.
          Al cabo de poco, llega la voz de Pedro. “¡Venid! ¡Venid! Aquí se está mejor. Está limpio y seco, y hay bancos de madera, y leña para el fuego. ¡Es un palacio para nosotros! Traed ramas encendidas, que hacemos fuego inmediatamente”.

Debe ser, si, un refugio de pastores: esta es la gruta donde duermen los que están de descanso, mientras que en la otra velan los que, por turno, vigilan el rebaño. Es una excavación en el monte, mucho más pequeña, quizás hecha por el hombre, o por lo menos ampliada y reforzada con palos, colocados para sujetar la bóveda. Una campana de chimenea primitiva se pliega en forma de gancho hacia la primera gruta, para aspirar el humo, que sino, no tendría salida. Contra las paredes toscos bancos y paja; es éstas hay clavados unos ganchos para colocar lámparas y la paja y dice. “Y ahora, un poco cada uno, dormimos y nos turnamos para mantener el fuego vivo. Para ver y estar calientes. ¡Que gracia de Dios!”.

Judas barbota entre dientes. Pedro se vuelve resentido: “Respecto a la gruta de Belén, donde nació el Señor, esto es un palacio; si Él nació allí, nosotros podremos estar una noche aquí”.
“También es más bonita que las grutas de Arbela. Allí lo único hermoso que había era nuestro corazón, que era mejor que ahora” dice Juan, internándose en un místico recuerdo suyo.
“También es mucho mejor que la que hospedó al Maestro para prepararse a la predicación” dice en tono severo el Zelote, mirando a Judas Iscariote como diciéndole: “¡Ya está bien, ¿no?!.

Jesús, por último, abre su boca y dice. “Y es, sin comparación, más caliente y cómoda que en la que hice penitencia por ti, Judas de Simón, el pasado Tébet”.
“¿Penitencia por mí? ¿Por qué? ¡No hacía falta!”.
“Verdaderamente, deberíamos tú y Yo pasar la vida en penitencia para liberarte de todo lo que te grava. Y no sería suficiente todavía”.
La sentencia, muy decidida aunque haya sido dada con serenidad, cae como un rayo en el grupo atónito… Judas baja la cara y se retira a un rincón. No tiene la audacia de reaccionar.
“Yo me quedo despierto. Me encargo del fuego. Dormid vosotros” ordena Jesús pasado un rato.
Y, poco después, a los chasquidos de la leña se une la respiración pesada de los doce cansados, echados entre paja encima de los toscos bancos.

Y Jesús, si la paja se cae y los deja descubiertos, se levanta y vuelve a extenderla encima de los durmientes, amoroso como una madre. Y llora incluso mientras contempla los rostros herméticos de algunos en el sueño, o plácidos o contrariados. Mira a Judas Iscariote, que parece sonreír maliciosamente incluso en el sueño, torvo, con los puños cerrados… Mira a Juan, que duerme con una mano debajo de la cara, velado el rostro con sus rubios cabellos, róseo, sereno como un niño en la cuna. Mira el rostro honesto de Pedro y el grave de Natanael, el virolento del Zelote, el rostro aristocrático de su primo Judas, y se detiene largamente a mirar a Santiago de Alfeo, que es un José de Nazaret muy joven.

Sonríe al oír los monólogos de Tomás y Andrés, que parecen hablar al Maestro. Tapa muy bien a Mateo, que respira con dificultad, cogiendo más paja para que esté caliente; paja que extiende encima de sus pies después de haberla calentado al fuego. Sonríe al oír a Santiago proclamar: “Creed en el Maestro y tendréis la Vida”… y continuar predicando a personajes de sueño. Y se inclina a recoger una bolsa donde Felipe conserva entrañables recuerdos, y se la coloca despacio debajo de la cabeza. En los intervalos medita y ora…

El primero en despertarse es el Zelote. Ve a Jesús todavía cerca del fuego encendido en la gruta ya bien caliente. Y por el montón de la leña, reducido a una miseria, comprende que han pasado muchas horas. Baja de su yacija y se acerca de puntillas a Jesús. “¿Maestro, no vienes a dormir? Velo yo”.
“Ya amanece, Simón. Hace poco he ido allí y he visto que el Cielo se está aclarando”.
“Pero, ¿por qué no nos has llamado? ¡Tú también estás cansado!”.
“Simón, tenía mucha necesidad de pensar… y de orar” y le apoya la cabeza sobre el pecho.
El Zelote, en pie, junto a Él, sentado, le acaricia, y suspira. Pregunta: “¿Pensar en qué, Maestro? Tú no tienes necesidad de pensar. Tú sabes todo”.

“Pensar no en lo que debo decir, sino en lo que debo hacer. Estoy desarmado frente al mundo astuto, porque no tengo ni la malicia del mundo, ni la astucia de Satanás. Y el mundo me vence… Y estoy muy cansado…”.
“Y apenado. Y nosotros contribuimos a ello, Maestro bueno inmerecido por nuestra parte. Perdóname a mí y a mis compañeros. Lo digo por todos”.
“Os amo mucho… Sufro mucho… ¿Por qué tantas veces no me comprendéis?”.
El bisbiseo de los dos despierta a Juan, que es el que está más cerca. Abre sus ojos zarcos, mira a su alrededor extrañado, luego recuerda y, enseguida, se pone de pie, y se acerca por detrás a los dos que están hablando.

Por este motivo, oye las palabras de Jesús: “Para que todo el odio y las incomprensiones se transformaran en una insignificancia soportable, me bastaría vuestro amor, vuestra comprensión… Pero vosotros no me comprendéis… Y esta es mi primera tortura. ¡Es dura! ¡dura! Pero no tenéis culpa de ella. Sois hombres… Será vuestro dolor el no haberme comprendido, cuándo ya no podáis repararlo… Por eso, y porque entonces expiareis las superficialidades de ahora, las mezquindades de ahora, las cerrazones de ahora, Yo os perdono y digo anticipadamente: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, ni el dolor que me causan”.

Juan cae delante y de rodillas, y abraza las rodillas de su Jesús afligido, y ya está para llorar, cuando susurra: “¡Oh, Maestro mío!”.

El Zelote, que sigue teniendo en su pecho la cabeza de Jesús, se inclina a besarle en los cabellos y dice: “¡Y, a pesar de todo, te queremos mucho! Solo que pretenderíamos de Ti una capacidad de defenderte, de defendernos, de triunfar. Nos deprime de verte hombre, sujeto a los hombres, a las inclemencias, a la miseria, a la maldad, a las necesidades de la vida… Somos unos necios. Pero así es. Para nosotros eres el Rey, el Triunfador, al Dios. No logramos comprender la sublimidad de tu renuncia a tanto por amor nuestro. Porque Tú sabes solo amar. Nosotros no sabemos…”.

“Sí, Maestro: Simón ha hablado bien. No sabemos hablar como ama Dios: Tú. Y lo que es infinita bondad, infinito amor, lo interpretamos como debilidad y nos aprovechamos de ello… Aumenta nuestro amor; aumenta tu amor, Tú que eres su fuente; hazle desbordarse como ahora se desbordan los ríos; empápanos, satúranos de amor, como están los prados en todo el valle. No son necesarios la sabiduría, el coraje, la austeridad, para ser perfectos como Tú quieres. Basta con tener amor… Señor, yo me acuso por todos: no sabemos amar”.

Vosotros, los dos que más comprenden, os acusáis. Sois la humildad. Y la humildad es amor. Pero también los otros tienen solo una barrera para ser como vosotros. Y Yo la abatiré. Porque, efectivamente soy Rey, Triunfador y Dios. Eternamente. Pero ahora soy el Hombre. Mi frente pesa ya bajo el suplicio de mi corona. Siempre ha sido una corona torturadora el ser Hombre… Gracias, amigos. Me habéis consolado. Porque esto tiene de bueno el ser hombres: tener una madre que ama y amigos sinceros. Ahora vamos a despertar a los compañeros. Ya no llueve. Los mantos están secos. Los cuerpos descansados. Comed y nos ponemos en marcha”.

Alza la voz lentamente, hasta que “nos ponemos en marcha” es una orden firme. Todos se levantan y manifiestan su contrariedad por haber dormido todo el tiempo, mientras Jesús velaba. Se arreglan un poco, comen, cogen los mantos, apagan el fuego y salen al sendero húmedo, y empiezan a bajar hasta el camino de herradura, que tiene el suficiente desnivel como para no ser un mar de lodo. La luz todavía es poca, porque no hay sol ni el cielo está claro. Suficiente de todas formas para ver.








lunes, 24 de septiembre de 2012

EL REGRESO DE LOS SETENTA Y DOS PROFECÍA SOBRE LOS MÍSTICOS FUTUROS.


FOTOGRAFÍA DE LA GRAN MÍSTICA ITALIANA
 MARÍA VALTORTA

          Extraordinario relato de Jesús con sus discípulos, en donde los 72 le relatan sus peripecias cuando, mandados por Él, fueron a predicar al pueblo de Israel, estos acontecimientos son un “ensayo”, de lo que ocurrirá en los siglos futuros, cuando los misioneros tendrán que enfrentarse sin su presencia material, con los paganos.

Profunda enseñanza teológica acerca de las posesiones: un poseso liberado por Jesús, vuelve a ser poseído sin liberación posible, por no haber hecho caso a sus recomendaciones.

 Demostración de cómo Jesús actuara místicamente en los  siglos futuros, inspirando a las almas de sus predicadores y misioneros, para propagar la Buena Nueva, y de como el ardiente  deseo de las almas de la Palabra de Dios, - “No solo de pan vive el hombre, pero  también de toda palabra que sale de la boca de Dios”- atrae al Espíritu Santo, y esa sed, que infundio Dios en las almas, que fueron creadas para ese fin, trae consigo sus siete dones, que son toda la “potente artillería” necesaria para triunfar de las acechanzas de los tres enemigos del alma que son Mundo, Demonio y Carne, esas armas invencibles son: Ciencia, Consejo, Fortaleza, Inteligencia, Piedad, Sabiduría y Santo Temor de Dios.

Esas siete potentes armas, manejadas por un extraordinario General, que es nuestro Ángel de la Guardia, puesto por el Gobierno celestial de Dios, va empleando cada una de ellas, según las necesidades de cada momento del combate, van siempre unidas entre sí, ya que no se puede tener una sin poseer a las otras, son las condiciones “suficientes y necesarias”, como se dice en la ciencia matemática para solucionar el “teorema” de la Salvación. Sin esta ayuda divina, el alma no tendría nunca la fuerza necesaria para triunfar de sus enemigos, por eso dijo Jesús a la pregunta de ¿Y entonces quien podrá salvarse? “Para vosotros es imposible, pero Dios todo lo puede”

Profecía sobre los místicos futuros, que son los que mantendrán viva a la Iglesia, a pesar de las persecuciones desde fuera, de las herejías internas, y de la apatía de cierta Jerarquía que poco a poco intenta abandonar la Doctrina verdadera, son las traiciones a Jesús de parte de los renegados, los cuales con la ayuda de Satanás, la asaltarán para intentar destruirla.


DEL POEMA DEL HOMBRE DIOS DE 
MARÍA VALTORTA


 En el largo crepúsculo del sereno día de Octubre, regresan los setenta y dos discípulos, con Elías, José y Leví. Cansados, llenos de polvo… ¡Pero, cuán dichosos! Dichosos los tres pastores por poder ya servir libremente al Maestro; dichosos también de estar – después de tantos años de separación – unidos a sus compañeros de antaño; dichosos los setenta y dos, por haber desarrollado bien su primera misión: los rostros resplandecen más que las lamparillas que iluminan las cabañas construidas para este numeroso grupo de peregrinos.

(…) Aislados del runrún de la multitud, después de orar en común, informan a Jesús más ampliamente de cuanto no habían podido hacer antes en medio de unos que iban y otros que venían. Se revelan asombrados y contentos, mientras dicen: “¿Sabes, Maestro que por la fuerza de tu nombre hemos dominado no sólo a las enfermedades sino incluso a los demonios? ¡Qué cosa, Maestro! ¡Nosotros, nosotros, unos pobres hombres, por el solo hecho de que nos habías enviado Tú, podíamos liberar al hombre del espantoso poder de un demonio!…” y narran muchos casos sucedidos en uno y otro lugar. Solo de uno dicen: “Sus familiares, para más exactitud su madre y unos vecinos, le trajeron a la fuerza en nuestra presencia. 

Pero el Demonio se burló de nosotros diciendo: “He vuelto aquí por voluntad suya, después de que Jesús Nazareno me había expulsado, y ya no me vuelvo a marchar de él, porque me ama más a mí que a vuestro Maestro y me ha buscado de nuevo”. Y, de repente, con una fuerza irresistible, arrancó al hombre de las manos del que lo sujetaba y le arrojó por una escarpada. Corrimos a ver si se había espachurrado. ¡Qué va, hombre! Corría como una joven gacela, profiriendo blasfemias y palabras burlescas que ciertamente no eran de este mundo… Sentimos compasión de la madre… ¡Pero él! ¡Pero él! ¿Pero puede hacer eso el demonio?”.

“Eso y más todavía”, dice afligido Jesús.
“Quizás si hubieras estado Tú…”.

“No. A ese hombre le había dicho: “Ve y no quieras volver a caer en tu pecado”. Ha querido. Era consciente de querer el Mal. Y ha querido. Está perdido. El que sufre posesión por su primitiva ignorancia es distinto del que se deja poseer sabiendo que, haciéndolo, se vende de nuevo al demonio. No habléis de él. Es un miembro amputado sin esperanza. Es un voluntario del Mal. 

Alabemos más bien, al Señor por las victorias que os ha dado. Yo sé el nombre del culpable y los nombres de los salvados. Veía a Satanás caer del Cielo como un rayo por vuestro mérito unido a mi Nombre. Porque he visto también a vuestros sacrificios, vuestras oraciones, el amor con que ibais a los desdichados para cumplir lo que Yo había indicado. Habéis obrado con amor y Dios os ha bendecido. Otros harán lo mismo que hacéis vosotros, pero sin amor, y no obtendrán conversiones… mas no os alegréis de haber dominado a los espíritus, alegraos porque vuestros nombres están escritos en el cielo. No los borréis jamás de allí…”.


“Maestro, ¿Cuándo vendrán esos que no van a obtener conversiones? ¿Quizás cuando ya no estés con nosotros?” pregunta un discípulo que desconozco.
“No, Agapo. En todo tiempo”.
“Es decir, ¿incluso mientras nos adoctrinas y nos amas?”.
“Si. Amaros, os amaré siempre, aunque estéis lejos de Mí. Mi amor llegará siempre a vosotros y lo sentiréis”.
“¡Es verdad! Yo lo sentí una tarde que estaba preocupado por no saber que responder a las preguntas de uno. Ya estaba para marcharme avergonzado. Pero me acordé de tus palabras: “No temáis. En su momento se os darán las palabras que habréis que decir”, y te invoqué con mi espíritu. Dije: “Sin duda Jesús me ama, así que pido el auxilio de su amor” y me vino el amor… como un fuego, una luz… una fuerza… El hombre estaba frente a mí, y me observaba y me sonreía maliciosamente con ironía haciendo guiños a sus amigos; se sentía seguro de vencer la disputa. Abrí mi boca y fue como un torrente de palabras que salía con gozo de mi necia boca. Maestro, ¿Viniste realmente o fue una ilusión? No lo sé. Sé que al final, el hombre – y era un escriba – se ha arrojado a mi cuello, diciendo: “Bienaventurado tú y quien te ha conducido a esta sabiduría”. Me pareció una persona deseosa de buscarte. ¿Vendrá?”.

“La idea del hombre es lábil como palabra escrita en el agua, su voluntad se mueve como ala de golondrina que revolotea en busca de la última comida del día. De todas formas, ora por él… Y… si, fui a ti; y como tú, me tuvieron también Matías y Timoneo, Juan de Endor, Simón, Samuel y Jonás. Quien advirtió mi presencia, quien no la advirtió; pero he estado con vosotros, y estaré con quien me sirva en amor y verdad, hasta el final de los siglos”.

“Maestro, no nos has dicho todavía si entre nosotros habrá personas sin amor…”.
“No es necesario saberlo. Sería falta de amor por mi parte indisponeros hacia un compañero que no sabe amar”.
“¿Pero hay? Esto sí lo puedes decir…”.
“Hay. El amor es la cosa más sencilla, dulce e infrecuente que hay; no siempre arraiga, aunque haya sido sembrado”.
“¡Pero si no te amamos nosotros, ¿Quién te puede amar?!”.
Casi hay indignación en los apóstoles y discípulos, que se alborotan descontentos, por la sospecha y el dolor.

Jesús baja los párpados y con sus ojos, vela también su mirada para no señalar a nadie. Eso sí, hace un gesto de resignación, el gesto dulce y triste de sus manos, que se abren con las palmas hacia arriba: “Así debería ser. Pero no es así. Muchos todavía no se conocen. Pero Yo sí los conozco, y siento compasión de ellos”.

“¡Oh! ¡Maestro! ¡Maestro! ¡¿No seré yo, ¿eh?!” pregunta Pedro, mientras se pega literalmente a Jesús, aplastando al pobre Margziam entre si y el Maestro, y echa sus brazos cortos y robustos a los hombros de Jesús, y le agarra y le menea, enloquecido por el terror de ser uno que no ama a Jesús.

Jesús abre sus ojos luminosos, a pesar de estar tristes, y mira al rostro interrogativo y aterrorizado de Pedro, y le dice: “No, Simón de Jonás, tú no eres; tu sabes amar y sabrás amar cada vez más; tú eres mi Piedra, Simón de Jonás, una buena piedra, sobre la cual apoyaré las cosas que más quiero, y estoy seguro de que las sostendrás imperturbable”.
“¿Y entonces?”, “¿yo?”, “¿yo?”. Las preguntas se repiten de boca en boca, como el eco.
“¡Calma! ¡Calma! Estad tranquilos y esforzaos en poseer todos el amor”.

“Pero, de nosotros, ¿Quién sabe amar más?”.

Jesús extiende su mirada (una caricia sonriente) a todos… luego baja su mirada y la posa en Margziam, que sigue apretado contra Él y Pedro y, apartando un poco a Pedro y poniendo el niño de cara a la pequeña muchedumbre, dice: “Este es el que más sabe amar de vosotros. El Niño. No os acongojéis, de todas formas, los que tenéis ya barba en la cara e hilos canos en los cabellos. Todo el que renace en Mí, se hace un niño” ¡Marchaos en paz! Alabad a Dios, que os ha llamado, porque verdaderamente veis con vuestros ojos los prodigios del Señor: Bienaventurados los que vean lo que vosotros veis. Porque os digo que muchos profetas y reyes anhelaron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y muchos patriarcas habrían querido saber lo que vosotros sabéis y no lo supieron, y muchos justos habrían querido escuchar lo que vosotros oís y no pudieron escucharlo. Mas, de ahora en adelante, los que me amen sabrán todo”.
“¿Y después, cuando te vayas, como dices?”.

“Después hablaréis vosotros por Mí. Y luego… ¡Oh, las grandes formaciones de mis pequeños-grandes! ¡Ojos eternos, mentes eternas, oídos eternos! ¿Cómo explicaros a vosotros que estáis en torno a Mí, lo que será este eterno vivir – más que eterno, sin medida – de los que me amarán y por Mí serán amados hasta el punto de abolir el tiempo, y serán los “ciudadanos de Israel” – aunque vivan cuando ya Israel no sea sino un recuerdo de Nación -, los contemporáneos de Jesús vivo en Israel? Estarán conmigo, en Mí, hasta el punto de conocer lo que el tiempo ha borrado y la soberbia ha confundido, ¿Qué nombre les daré? Vosotros Apóstoles, vosotros, discípulos, los creyentes, serán llamados “cristianos”.

 ¿Y estos? ¿Qué nombre tendrán estos? Un nombre conocido solamente en el Cielo. ¿Qué premio tendrán ya en la Tierra? Mi beso, mi Voz, el calor de mi carne. Todo, todo, todo Yo mismo. Yo, ellos. Ellos, Yo. La comunión total… Podéis iros. Yo me quedo aquí a deleitar mi espíritu  con la contemplación de mis futuros conocedores y amantes absolutos. La paz sea con vosotros. 





sábado, 22 de septiembre de 2012

LA BELLEZA Y LA FEALDAD FÍSICAS SON LA IMAGEN DE DIOS Y DE SATÁN



En la Sagrada Biblia, todos los cuadrúmanos son declarados animales impuros.



Comentario de Jesús a María Valtorta, que era la lectura favorita de Teresa de Calcuta, y cuya lectura estaba recomendada por el Padre Pío de Pietrelcina, reflexiones acertadas para la mentalidad actual, las cuales desmontan la teoría darwiniana, que enseña que el hombre desciende del mono, y que quiere hacernos creer que el mono es un ser humano como nosotros, llegando hasta la aberración de algunas personas pidiendo insistentemente para que el chimpancé esté clasificado en la categoría de ser humano, y la sustitución de su denominación actual como simio. Y aquí se antepone la belleza y la armonía del ser humano, creado a la imagen de Dios, a la desfachatez del mono, creado así porque no estaba destinado a contener el espíritu inmortal.

Y esa diferencia entre la belleza del ser humano y la del cuadrumano, es también imagen de la diferencia entre el pecado y la virtud, que hoy día la gente no sabe ya distinguir, y atribuye su gusto a Dios, diciendo que Él no hace diferencia alguna entre esos dos atributos, y que quiere de la misma manera al más sádico pecador como al más virtuoso y abnegado de todos los hombres.

Y este es el mayor triunfo espiritual de Satanas: No hay diferencia entre Judas y Juan, por esa razón no existe ya ni el pecado, ni la Virtud, ni el Cielo ni el Infierno, ni Satán, ni los ángeles, ni la jerarquía angélica ni la humana: Es la teoría marxista que ha causado masacres, sufrimientos, injusticias, atrocidades y que ha llevado a las economías al desastre allí donde se ha implantado.

Y así, la humanidad actual, al no ver diferencia alguna entre el pecado y la virtud, uno de los mayores logros de Satanás, tampoco ve diferencia alguna entre la belleza y la fealdad, conceptos que son imagen y semejanza uno del otro.Y todo esto se ve perfectamente reflejado en todas las obras de arte actuales, las cuales, comparadas con las antiguas, son suma pobreza y fealdad, y reflejan perfectamente la mentalidad espiritual actual, que se traduce en el exterior en la mentalidad material. 

Y aquí está explicada de una manera magistral lo que la mayoría de los maestros espirituales y consagrados confunden: los dos tipos de amor al prójimo: el amor unitivo que hay que tener a los Santos y a las personas virtuosas, y el amor de compasión que tenemos que tener hacia los más siniestros pecadores, porque esa es la única manera que existe para lograr un posible cambio de conducta de un pecador, y además esa es la voluntad de Jesús-Dios. Lo que no llevan a entender casi nadie es porque en este mundo los mártires perdonan a sus verdugos, porque cualquier persona será perdonada de sus pecados en la medida que ellos perdonan a los que les ofenden.

Sin embargo en el Apocalipsis, los mártires piden Justicia a Dios contra sus verdugos, y eso es porque han pasado de este mundo en donde aún existe la Misericordia de Dios, a un mundo eterno, donde se ejerce la Justicia, ya que la Misericordia ya ha tenido lugar y unos la han sabido aprovechar, mientras que otros la han rechazado.

Dice Jesús en este escrito: "Si había algo penoso para Mí, era el contacto con los impuros. Mi ser se alegraba cuando estaba rodeado como una guirnalda por la inocencia. Recordad que había dejado a los Ángeles para descender entre los hombres. Los niños impedían que añorara a los Ángeles. Más Yo había venido para salvar a los pecadores. Pero, ¿cómo los iba a salvar si los despreciaba y rehuía?"



De los cuadernos de María Valtorta 
(30 de Mayo de 1.944)



Dice Jesús:

[…] En el libro de Judit has leído lo siguiente: “…da firmeza a mi espíritu para despreciarle y fuerza para abatirle y ello será un monumento para tu Nombre”. Basta, lo demás no tiene que ver con la lección.
Solo hago observar que para el que persigue un recto fin, se convierte en bueno también lo que, sin ser pecado, implica debilidades que incitan al pecado cuando se las concede al yo para su propia satisfacción.
La belleza es algo bueno, si se sabe valorizar. La belleza es uno de los dones que Dios les ha dado a los progenitores. Ellos reflejaban la Perfección – que era purísimo espíritu – que les había creado. Y aunque el hombre no podía todavía ser totalmente puro espíritu como su Creador, podía testimoniar el origen del que provenía – y, efectivamente, Dios quiso que así fuese – con la perfección de un cuerpo armonioso y bellísimo, un verdadero vaso viviente para contener un espíritu sin mancha alguna de culpa. Con ella se hacía pedazos la teoría según la cual descendía de un cuadrumano.

Venís de Dios y no de una bestia que la antigua ley mosaica definía “inmunda”. Recordad esto. “Entre todos los animales cuadrúpedos, serán inmundos los que caminan sobre las palmas de las manos”.

Por lo tanto, hay que admirar la belleza en vuestro semejante, alabando al que le dio al hombre esas formas hermosas, por encima de todos los animales, y no se debe usar la belleza por vanidad sino para fines buenos como lo hizo Judit. Es culpable adornarse para seducir y pervertir, y también hacerlo únicamente por presunción u ostentación de riqueza. Más, cuando, con el costado torturado por el cilicio y el cuerpo mortificado en la penitencia, saben usarse las formas y las riquezas para un fin recto, entonces el medio se eleva a santidad.

Yo lo he dicho: “Cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro para que no se advierta que ayunes y lo sepa solamente tu Padre. Y así lo he hecho, porque jamás he dicho palabras que antes no hubiera puesto en práctica en toda mi vida. Y habiendo obrado así, fui acusado de amigo de publicanos y pecadoras, amante de los convites y las fiestas.

Si había algo penoso para mí, era el propio bullicio de un convite y la algarabía de una fiesta. Me nutría para vivir. No hacía del alimento “la alegría de vivir”, como hacen muchos. Y mucho más grato que el fastuoso ágape en que la humana curiosidad y el implacable rencor me observaban y me espiaban, era para Mí, el pan comido a lo largo de la herbosa ribera, bañando mis labios en el agua pura del arroyo, sentado en el medio de las flores del campo, a la sombra de un árbol, que era morada para los pajarillos que el Padre socorre, y entre mis amigos-discípulos.

Si había algo penoso para Mí, era el contacto con los impuros. Mi ser se alegraba cuando estaba rodeado como una guirnalda por la inocencia. Recordad que había dejado a los Ángeles para descender entre los hombres. Los niños impedían que añorara a los Ángeles. Más Yo había venido para salvar a los pecadores. Pero, ¿cómo los iba a salvar si los despreciaba y rehuía?

Pues bien, Judit usa y valoriza su belleza y su riqueza con un fin santo. Y, al aumentar sus ocultas penitencias, para agradar a Dios, aumenta el hechizo para agradar al hombre y truncarle “con su misma espada” la sensualidad que fue el arma que mató a Holofernes más aún que su espada de tirano.
María, todas las criaturas tienen su tirano: los sentidos, el mundo, el prójimo, el demonio.
¡Cuántos tiranos se albergan en el prójimo! Están los que oprimen, que envidian, los que condenan injustamente. Y, sin embargo, por amor hacia Mí, hay que amar a este prójimo, aunque sea malvado.

Están los sentidos, como un pulpo que resurge siempre para arrastrar con sus tentáculos al abismo. Está el demonio, verdadera medusa que emplea su mirada para hipnotizar a las criaturas de Dios y perderlas. ¿A quién pedir ayuda contra estos enemigos? Hay que pedirla a Dios: “Da firmeza a mi espíritu para despreciarle y fuerza para abatirle”.

El alma fiel dice: “Yo, por mí misma, no soy nada. Por mi misma nada puedo. Dado que te amo, quisiera agradarte y vencer. Pero soy débil en mis propósitos, débil para luchar. Pero Señor, si Tú me ayudas, sabré resistir y vencer”.
¿Puede negar Dios ayuda a un hijo que se la pide? No; Él se pone a su lado y, justamente porque sois débiles pero fieles, justamente porque sois nada, pero lo reconocéis, os infunde fuerza y firmeza, os inculca a Sí mismo. ¿Qué podéis temer, si Dios está con vosotros?

¿Por qué Dios os ayuda de este modo? Lo hace por amor, esto ante todo. Y lo hace además porque cada victoria del hombre que se encamina en el Bien y se encamina para pertenecer a Dios- Perfección, es un monumento para el santo Nombre de Dios.
Cada hombre que llega a ser santo, es un monumento a la bondad, al poder, a la soberanía de Dios, para que reconozcan que Él es el Potente y que sobre Él no hay nada más grande.
Ve en paz”.