Pregunta Jesús: Juan ¿Que quieres por tus servicios? Señor, padecer y ser despreciado por vuestro amor |
En esta breve explicación de Jesús a la gran mística María Valtorta, está relatada de una manera sobrenatural, se ve como el proceder de los Santos desde su comportamiento hasta su martirio, sirve no solo para su santificación, pero sobre todo para que la acción de Dios pueda producirse para convertir y salvar a sus perseguidores, para que logren convertirse y así escapar a las garras de Satanás, es decir para completar la Redención de Cristo con la Humanidad, ya que los Santos de ayer y de hoy son los instrumentos perfectos para alcanzar este fin y, como lo dice San Pablo, completar lo que le falta a la Redención de Cristo Jesús.
Y este ejemplo, lo podemos ver en la vida de todos los verdaderos
Santos, que con su humildad lograron aplacar la soberbia de sus hermanos, y a
este respeto recuerdo la Vida de San Juan de la Cruz, que siendo Prior le
reprochó a un hermano de congregación su comportamiento, que no era acorde con
su condición de Carmelita, que es una Orden contemplativa, y a este fraile le
gustaba dedicarse a predicar fuera del convento. Cuando San Juan de la Cruz,
llegó enfermo al convento de Úbeda, como simple fraile, se encontró a este
hermano como superior, el cual estaba tocado por la soberbia aún latente en su
corazón.
VIDA DE SAN JUAN DE LA CRUZ
(Por Fray Crisógono de Jesús Sacramentado)
(…) Con
esta solicitud de religiosos y seglares por aliviar al enfermo contrasta la
actitud del Prior, fray Francisco
Crisóstomo. Le duelen los gastos que ocasiona la enfermedad, las visitas que se
hacen al enfermo, el interés cada día más vivo y general, con que tantos
vecinos de Úbeda preguntan por él. No puede disimularlo. (…) Pero la necesidad
material de la casa no es en el Prior más que un pretexto: siente verdadera animadversión
contra el padre fray Juan. El hermano Bernardo de la Virgen, uno de los que más
asiduamente le asisten como enfermero, ha observado que el Padre Crisóstomo, molesta al enfermo en todo lo que puede: prohíbe que le visiten los frailes sin
expreso permiso suyo; cuando entra en su celda le dice palabras que le hagan
sufrir; hasta le recuerda, como vengándose, cosas pasadas desagradables.
Fray Bernardo dice “que eran increíbles las cosas que acerca de esto pasaban”. Incluso prohíbe que lleven a lavar las vendas sucias a casa de María de Molina. El donado las recoge y se va a cumplir el encargo. Pero en el camino se encuentra con el Prior, que le pregunta a donde va. Cuando el hermano le dice que va a lavar las vendas, el padre Crisóstomo le replica que lo deje y no se ocupe de ello. Fray Francisco se lamenta de ello en la celda del padre fray Juan, y el enfermo le dice dulcemente: “No se le dé nada, hermano, encomiéndelo a Dios y tenga paciencia que él nos la dará” (…)
Fray Bernardo dice “que eran increíbles las cosas que acerca de esto pasaban”. Incluso prohíbe que lleven a lavar las vendas sucias a casa de María de Molina. El donado las recoge y se va a cumplir el encargo. Pero en el camino se encuentra con el Prior, que le pregunta a donde va. Cuando el hermano le dice que va a lavar las vendas, el padre Crisóstomo le replica que lo deje y no se ocupe de ello. Fray Francisco se lamenta de ello en la celda del padre fray Juan, y el enfermo le dice dulcemente: “No se le dé nada, hermano, encomiéndelo a Dios y tenga paciencia que él nos la dará” (…)
Pero hay quien levanta la voz de protesta;
es precisamente un hermanito lego, su enfermero fray Bernardo de la Virgen, el
que duerme en la misma celda por acompañarle y atenderle. El Padre fray Juan se
harta por agradecerle cuanto hace por él y de pedirle perdón por las molestias
que le ocasiona. El padre Prior, molesto porque fray Bernardo atiende cariñosamente
al enfermo, le quita de enfermero con un precepto formal. El hermanito,
indignado, no lo aguanta, y escribe inmediatamente al provincial de Andalucía
poniéndole al corriente de lo que pasa en Úbeda.
Es provincial el Padre Antonio de Jesús, el viejo compañero de fray Juan en la iniciación de la Reforma carmelitana en Duruelo. Este corre inmediatamente al lado del enfermo, reprende duramente al Prior su conducta, manda a los religiosos que lo visiten, y volviendo al hermano Bernardo el oficio de enfermero, le encarga que asista caritatívamente al enfermo. Si el Prior se niega a proporcionarle alguna cosa, debe comprarla él mismo, buscando dinero donde pueda, luego le avise, y él lo pagará todo con dineros de la Provincia.
Es provincial el Padre Antonio de Jesús, el viejo compañero de fray Juan en la iniciación de la Reforma carmelitana en Duruelo. Este corre inmediatamente al lado del enfermo, reprende duramente al Prior su conducta, manda a los religiosos que lo visiten, y volviendo al hermano Bernardo el oficio de enfermero, le encarga que asista caritatívamente al enfermo. Si el Prior se niega a proporcionarle alguna cosa, debe comprarla él mismo, buscando dinero donde pueda, luego le avise, y él lo pagará todo con dineros de la Provincia.
(…) Es el día 13. Fray Juan conoce que se
acaba por momentos, y dice al hermano
Diego que llame al Padre Prior. Cuando lo tiene delante – el hermano está
también en la celda del enfermo - , después de haberle pedido perdón al padre Francisco
Crisóstomo por las molestias que le ha ocasionado durante la enfermedad, le
dice: “Padre nuestro, allí está el hábito de la Virgen que he traído a uso; yo
soy pobre y no tengo con que enterrarme. Por amor de Dios, suplico a vuestra Reverencia que me le dé de limosna”. Y le pide la bendición.
El Prior, compungido, le pide a su vez que le perdone porque no ha podido atenderle como quisiera debido a la pobreza de la casa. “Padre prior – le contesta el enfermo - , yo estoy contento y tengo más de lo que merezco, y no se fatigue ni aflija que hoy esté esta casa con la necesidad que sabe, sino tenga confianza en Nuestro Señor, que tiempo ha de venir en que esta casa tenga lo que hubiere menester”.
El padre Crisóstomo y se emociona y sale de la casa llorando. Luego le verá el padre Bartolomé de San Basilio hasta tres veces de rodillas ante la cama del enfermo, y termina por pedirle el breviario como recuerdo. “Yo no tengo cosa mía que dar a vuestra reverencia – le dice fray Juan -; todo es suyo, pues es mi Prelado”
El Prior, compungido, le pide a su vez que le perdone porque no ha podido atenderle como quisiera debido a la pobreza de la casa. “Padre prior – le contesta el enfermo - , yo estoy contento y tengo más de lo que merezco, y no se fatigue ni aflija que hoy esté esta casa con la necesidad que sabe, sino tenga confianza en Nuestro Señor, que tiempo ha de venir en que esta casa tenga lo que hubiere menester”.
El padre Crisóstomo y se emociona y sale de la casa llorando. Luego le verá el padre Bartolomé de San Basilio hasta tres veces de rodillas ante la cama del enfermo, y termina por pedirle el breviario como recuerdo. “Yo no tengo cosa mía que dar a vuestra reverencia – le dice fray Juan -; todo es suyo, pues es mi Prelado”
Recibida la extremaunción, que él mismo ha
pedido, toma en sus manos un crucifijo y le besa los pies repetidas veces,
diciendo jaculatorias o versículos de le Escritura. El padre Agustín de San
José le dice: “Ya es tiempo que le pague Nuestro Señor a vuestra reverencia sus
grandes trabajos”.
“No me diga eso, padre, que le certifico que no he hecho obra que no me esté ahora arrepintiendo”.
Y al padre Provincial fray Antonio de Jesús, que le habla, le dice: “Padre, perdóneme, que no le puedo responder, que me estoy consumiendo en dolores”.
“No me diga eso, padre, que le certifico que no he hecho obra que no me esté ahora arrepintiendo”.
Y al padre Provincial fray Antonio de Jesús, que le habla, le dice: “Padre, perdóneme, que no le puedo responder, que me estoy consumiendo en dolores”.
Suenan las doce en el reloj de la iglesia
del Salvador. El hermano Francisco sale de la celda del enfermo para tocar a
maitines. “¿A qué tañen?”, pregunta fray Juan al oír las primeras campanadas.
Cuando le dicen que a maitines, como si le hubieran dado la señal de la
partida, exclama gozoso: “¡Gloria a Dios, en el Cielo las iré a decir!” Pone
sus labios en el crucifijo que tiene en las manos, dice pausadamente: “In manos tuas, Domine, commendo spiritum
meum”, y expira.
No ha habido congojas ni contorsiones de
agonía. El rostro, antes trigueño, queda blanco, transparente de luminosidad, y
el cuerpo, lleno de llagas, comienza a despedir olor de rosas. Es el 4 de
Diciembre de 1.591.
Del libro de “Los Cuadernos de 1.944” de María Valtorta
(Dictado del
20 de Enero de 1.944)
Dice Jesús:-
Cada una de las penas superadas
sin doblegarse aumenta la unión con el Cielo. Recuérdalo. Allí todo se ve con
una nueva luz. Aún a esos, a quienes ahora deberíais amar solo por amor mío
(pues su conducta te impulsa, dada tu naturaleza, a no amarlos), allí les
amarás por amor tuyo, pues los verás cómo los medios por los cuales has
obtenido el infinito Tesoro que Yo significo.
La última oración de los
mártires era para sus verdugos, para que estos alcanzaran la Luz. La última oración
de los Santos era para sus opresores, para que estos alcanzaran la Caridad.
No sabes, ¡Oh, no lo sabes!,
mas Yo te lo diré. En muchos superiores de los conventos, a pesar del hábito
talar que significaba la renuncia a la carne, persistió una naturaleza tal que
les llevaba a la soberbia y por lo tanto, hacia la falta de caridad hacia sus
subordinados; fueron capaces de arrepentimiento y a través de él, llegaron a un
renacimiento espiritual - que es el comienzo del nacer para el Cielo – justamente
gracias a las oraciones de un “Santo” de su propio ambiente, que retribuyó sus
durezas e injusticias con actos de sobrehumano amor, y rezó y sufrió por la
redención de ese corazón que tan escaso amor les dispensaba.
Ahora, en el Cielo, mis ángeles ven que el oprimido y el opresor están vecinos y no predomina el opresor sino el oprimido qué, como un padre amoroso, mira con júbilo al que salvó y que ahora ha entrado en la Vida eterna gracias a su verdadero amor.
Ahora, en el Cielo, mis ángeles ven que el oprimido y el opresor están vecinos y no predomina el opresor sino el oprimido qué, como un padre amoroso, mira con júbilo al que salvó y que ahora ha entrado en la Vida eterna gracias a su verdadero amor.
La luz de estos espíritus que
salvaron a sus torturadores es una luz especial y proviene del rayo de mi
costado abierto de mi corazón, que en la cruz rezó por quienes lo crucificaron,
pues los que rezan por quien les hacen sufrir son semejantes a Mí, que recé por
mis verdugos.
Ten confianza en Mí, que todo lo
veo, y paciencia hacia los demás, hacia las cosas que se ensañan contra
vosotros. La recompensa es tan grande, que merece todos los sacrificios. Y no
tardará en llegar.
No te abatas. Deja que los demás sean como quieren ser. Tú sé mía y basta. O mejor, reza – que es la caridad más grande – para que los demás sean lo que Yo quiero que sean. Y sé siempre mía. Ve en paz. Te bendigo.
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