MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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miércoles, 27 de noviembre de 2013

LOS VEINTE DE JUNIO DEL CONDE AXEL DE FERSEN

DRAMAS Y TRAGEDIAS DE LA HISTORIA DE FRANCIA
(Relato de la fuga fallida de Luis XVI)

Los 20 de Junio del Conde Axel de Fersen
Del historiador André Castelot




Retrato del conde Axel de Fersen



       Trágica historia del Conde sueco Axel de Fersen, amigo íntimo de la Reina Marie Antoinette, esposa de Luis XVI, que ideó la fuga de la familia real, que no pudo llevarse a cabo por muy poco. Reconocidos los reyes en Varennes, fueron guillotinados por la Convención de la Revolución francesa de 1.789.
     El Conde Axel, logró llevarlos hasta el pueblo de Varennes, en un carruaje, pero fueron reconocidos, y arrestados para llevarlos prisioneros a la Torre del Templo, para ser ejecutados, primero el Rey y luego la Reina.
      En este completo relato, se cuenta los últimos días del Conde, que acabó siendo linchado y asesinado salvajemente por sus compatriotas suecos en Estocolmo.




     “Todo me conduce a ti” 
      (María Antoinette) 



     La mañana del 20 de Junio de 1.810, toda la ciudad de Estocolmo está volcada en la calle para ver pasar el cortejo fúnebre del príncipe heredero: El príncipe Carlos Augusto de Holstein Augustenburgo. 

     Suecia acaba de vivir una revuelta de palacio que, casi se transforma en guerra civil. Hace unos catorce meses, el rey Gustavo IV Adolfo había sido depuesto. Batallador, animado de un odio feroz en contra de Napoleón, el rey llevaba su país al desmembramiento. Su política había ya conducido a la pérdida de Finlandia- de “su querida Suomi”. Con toda seguridad, Suecia iba a correr la misma suerte que Polonia. La alianza de Tilsit, ¿No había acaso previsto la partición de Suecia entre Rusia y Dinamarca? Antes de que sea demasiado tarde, el rey había sido forzado a dimitir por un golpe militar de generales y los Estados unidos habían declarado a Gustavo IV Adolfo y a su descendencia, incapaces para reinar. 

     El tío del soberano depuesto, el duque de Sudermania, de sesenta y dos años de edad, había sido elegido rey con el nombre de Carlos XIII. Para sucederle, la Dieta había propuesto al príncipe Carlos Augusto, una especie de aborto acechado por la apoplejía y que vivía entre dos vértigos. 
     Su amor para el trabajo, su sencillez, lo habían hecho muy popular y es con un hondo pesar que el pueblo se había enterado del drama del 28 de mayo. El príncipe había montado a caballo para pasar una revista. De repente, se vio el jinete y su montura arrancar a todo galope. Carlos Augusto se había visto muy pronto tambalearse, y luego caer de su silla. Se le incorporó desvanecido y había entregado su alma, sin recobrar el conocimiento. Con toda seguridad, era un ataque de apoplejía fulminante, la causante de su muerte… pero el pueblo no lo creía así. 

      Medio escuadrón de la guardia montada encabeza el desfile. Luego, con el ruido ensordecedor de los tambores forrados de crespón, desfilan los suboficiales a caballo, algunos altos dignatarios de la corte, por fin, delante del carro fúnebre revestido de crespón, la carroza dorada del gran mariscal de la corte, una suntuosa carroza tirada por seis corceles blancos con arneses rojos. En los sitiales, pajes, con librea blanca engalanada con galones de colores. 
       Solo en el coche, con su gran uniforme con una constelación de condecoraciones, de placas, de cordones, el gran mariscal de la corte: el conde Axel Fersen. 

     ¡Axel! Ese dulce apellido nórdico que Maria Antoinette había dulcemente susurrado con amor. Hace pronto diecisiete años que la echaba de menos, dieciséis veces el 16 de octubre había sido para él “un día de devoción”. Y ese 20 de Junio de 1.810, lleva con él una petaca de oro, en donde está pintado el retrato de la reina asesinada, ese retrato que siempre lleva con él. 

    Enseguida que aparecen el pomposo carroza dorado, los pajes y los caballos blancos, con ese ambiente festivo que contrasta con el oscuro carro fúnebre arrastrado por corceles negros, un silencio hostil planea sobre la muchedumbre. Fersen parece un triunfador arrastrando tras de sí a un enemigo derrotado. 
     Axel es detestado, odiado, vilipendiado. Todo el mundo sabe que es un partidario del antiguo rey – A pesar de haberle juzgado con severidad. Todo el mundo está persuadido de que “trabaja” para el hijo de Gustavo IV Adolfo, destronado por la Dieta. Esa certeza - esa desheredación – le había ciertamente extrañado… ¡Pero de ahí a atentar contra la vida del nuevo príncipe heredero! ¡Porqué se estaba gritando, se estaba afirmando, se escribía: el gran mariscal, ese adversario de las ideas liberales, ese enemigo del pueblo – que para él es solo basura – había matado a Carlos Augusto! ¡Lo había envenenado para que el hijo del rey destronado pueda suceder a Carlos XIII! Tal incongruencia hacía encogerse de hombros a la gente sensata. 

     -Si estuviera en el lugar de Fersen, decía el rey Carlos, me entregaría prisionero y pediría ser juzgado. 
Sin embargo, cuando se le comentaba al soberano los peligros que corría el gran mariscal al encabezar el duelo del príncipe heredero por una ciudad sobrecalentada por la ira, casi sonreía diciendo: 
     -No estaría mal que a ese gran señor orgulloso se le diera una buena lección. Axel fue avisado. Recibió una carta llena de amenazas la misma mañana de los funerales. 
     “¿Es que nuestro viejo país va a perder su independencia y su rango entre los países europeos, debido a la felonía, a la traición y a la ignominia de su nobleza? Puede ser que no, ya que ese Napoleón que has despreciado conoce tus intrigas y, con solo una palabra, puede mandar aplastarte como a un gusano. ¡Has de saber, ser indigno, que cuando vayas a entrar en la ciudad, en toda tu aparente magnificencia, los aldeanos van a burlarse de ti, ya que son más grandes y mejores que tú, miserable soberbio! Que tiemblen tus largas piernas y que sepas que esta carta es la voz de todo el pueblo. ¡Te espera la peor de las venganzas, para castigarte de tus latrocinios y de tus abominables intentos de asesinato!” 

     Pero Axel se niega ano cumplir con su deber… y a la hora indicada, de acuerdo con el ceremonial previsto – no se permitía ni un nudo negro en su atuendo - , se dirigió hacia los restos mortales hasta Lihjeholmbro, situado a las puertas de Estocolmo. El silencio hostil terminó pronto. En la travesía de la plaza Sodermalmstory, empiezan a oírse gritos: 
     -¡Asesino! ¡Asesino! 

    Los soldados forman un pasillo. Pero no intervienen, como tampoco la escolta. No han recibido órdenes… En la Hornsgaten, se tiran violentamente objetos de cobre contra el coche, rompiendo las lunas del coche e hiriendo a Axel en el rostro. Se escupe ahora sobre él… Algo mas adelante, en el mercado de cereales –Kornhamnstory – la muchedumbre tira adoquines sobre la carroza. 
     Sin embargo, está ahí un batallón de la guardia en formación de parada, pero no se estremece. Una pedrada rompe la corona que está encima de la carroza. Otra alcanza al cochero –Jacobo Bauer – en la frente. Fersen guarda su calma. A la entrada de la calle Nueva - Stora Nygatan- los insultos y los alaridos aumentan. Las piedras llueven. 

     Axel está herido. Su sangre corre abundantemente de varias llagas. Tiene que echarse en el suelo del coche. La sangre lo ciega… ¿Acaso cree que todo está perdido? ¿Qué va a morir ahí? ¿Lapidado? ¿Morirá ese 20 de Junio de 1.810? ¿No es verdad que algunas veces deseó entregar su último suspiro un 20 de junio, ese aniversario de la escapada de Varennes en donde fue detenido Louis XVI y su familia? Desde hace diecinueve años, pensaba en ello. Desde hace diecinueve años, anotaba en su diario íntimo palabras que variaban muy poco de un año a otro: 20 de junio – No dejaba de pensar (que hace tres años) en ese mismo tiempo, en 1.791… 

     Martes 20 de junio de 1.797… No dejaba de pensar que era el aniversario de un día memorable para mí… 
Estaba en el colmo de la felicidad… Todas mis sentimientos estaban colmados… Por desgracia, el sueño duró poco y desde entonces he perdido la felicidad… 

     Miércoles 20. No paré de recordarme todo el día en ese día, hacía siete años… 

     Jueves 20. No dejaba de pensar en esa jornada, hacía nueve años y cuanto me preocupaba su partida. 
Hacía diez años… 

     Hacía quince años… 

     Hacía ahora diecinueve años… 

  Extendido en su carroza, mientras que siguen lloviendo piedras, escupitajos e injurias, mientras que la muerte se le está acercando, ¿Revivirá con el recuerdo ese día del lunes 20 de junio de 1.791 cuando lo había intentado todo, lo había arriesgado todo – incluso su vida – para salvar de la muerte a la que amaba con toda su alma? Para así salvar con ella a la monarquía, prisionera de la Revolución. 

     La tarde del 20 del lunes 20 de Junio de 1.791, Fersen había llegado al castillo. Casi todos los días, desde las jornadas de octubre de 1.789, desde hace año y medio, Axel se encaminaba hacia las Tuilleries y podrá escribir a su hermana: 
“Veo de vez en cuando libremente a mi Amiga en su casa, y eso me consuela de todas las desgracias que tiene que soportar, pobre mujer; su conducta, su ánimo y su sensibilidad son las de un ángel. Nunca se ha podido amar así…” 
O aún: 
  “Llora a menudo conmigo; mirad si no la tengo que querer…” 
     Ese lunes 20 de Junio, María Antoinette “derramó muchas lágrimas”. Volvieron a repasar todo lo que se había planeado para su evasión. Después de la ceremonia que tenía lugar cuando el rey iba a acostarse, - La Etiqueta no quería morir en ese barco que se hundía – los fugitivos saldrían de las Tuilleries en pequeños grupos, por la puerta del apartamento de M. de Villequier, que no estaba vigilada, luego, se unirían con Fersen en un coche de alquiler, que estaba estacionado en la plaza del Petit-Carroussel. Los niños saldrían primero, luego los otros fugitivos, después de haber hecho creer que iban a acostarse. 

   Luego habría que dirigirse hacia la barrera. Fersen abandonaría la familia real en el primer relevo. Quizá el esposo de María Antoinette encontraba poco conveniente el viajar bajo la protección del amante de su mujer… o por lo menos, del que todos consideraban como tal. Los viajeros se dejarían luego solos hasta Châlons – bajo la protección de tres vigilantes disfrazados de correos. Luego en cada posta, y hasta Montmédy, término del viaje, el general de Bouillé colocaría destacamentos de caballería. 

      Este dispositivo tenía sin embargo preocupado a Fersen. Sin duda alguna, Axel estaba de acuerdo con el general en lo que se refiere a las precauciones que había que tener en el trayecto de Paris hasta Chalons “ya que, según escribía, la mejor de todas es la de no tomar ninguna, ya que todo depende de la rapidez y del silencio”. ¿Pero después? “Si no está Vd. seguro de sus destacamentos, decía el sueco con sentido común, sería mejor colocarlos solo a partir de Varennes, para pasar así por la región sin llamar la atención. ¡El rey se colaría entonces tranquilamente!” 
     Más de diez veces, volvió a insistir sobre la cuestión.”No dejaba de repetir: ¡Asegúrese muy bien de los destacamentos o colóquelos solo a partir de Varennes!” 
    Eran cerca de las seis de la tarde, Axel se disponía a retirarse. El rey lo miró con emoción: 
   -Señor Fersen, sea lo que sea lo que me ocurra, nunca olvidaré todo lo que habéis hecho por mí.

Mientras que Marie Antoinette llevaba a pasear a sus hijos al jardín de Boutin, a la Chaussée-d´Antin. Axel volvió a su casa para ordenar sus pertenencias. El corazón le latía con fuerza. A las ocho, fue a esperar al puente Real os de los tres vigilantes: Valory, el cual a penas conocía Paris y Moustier ¡Que tenía la vista tan extraordinariamente mala, que no era capaz de discernir el número de caballos que, al comienzo, fueron enganchados a la berlina! Era alto: medía 5 pies y 8 a 10 pulgadas, de una gran palidez, con los ojos saltones, con una barba en forma de collar, bastante mal dibujada, con los pelos de la misma que sobresalían por encima del cuello. En una palabra, un hombre que era imposible que pasara inadvertido. ¡Que elección tan mala! En cuanto al tercer “correo” – M. de Malden – se había quedado en las Tuilleries, en casa del rey, escondido en un reservado, entre dos puertas. 

     Axel les explicó cual era su cometido: irse con Baltasar, el cochero de Fersen y con cinco caballos para traer la berlina. Cargada de víveres – e incluso con algunas pistolas que no serán utilizadas - el coche había sido entregado esa misma mañana, en el 25, rue de Cliché, en casa de Quentin Craufurd, un amigo inglés, cuya amante, Eleonora Sullivan, se sentía atraída por el irresistible sueco… 
     Los dos guardias y Baltasar tuvieron por tarea de conducir el pesado carruaje en lo alto de la barriada Saint Martin, a la salida de la carretera de Metz. 
     Mientras que los cinco caballos se alejan al trote por la calle de la barriada de Saint Honoré, Fersen se disfraza, se viste con un atuendo de cochero, se sube al asiento del coche y se dirige hacia las Tuilleries… 

     En el patio de los Príncipes, se encuentran las carrozas de los visitantes y de los funcionarios, que habían venido para asistir a la cena y al descanso del rey., o invitados por cualquier oficial del castillo. Fersen con un nudo en la garganta y con el corazón latiendo con fuerza, se pone en fila – es el último – y espera. 
Son las diez menos cuarto… 
     Media hora mas tarde, dejando su asiento, va a situarse cerca de la puerta del apartamento de M. de Villequier. Hacia las diez y cuarenta, la puerta se abre. Fersen reconoce la silueta de la reina. Entra en la habitación, coge la mano del delfín, Madame de Tourzel la de Madame Royale y, seguido por la reina, el pequeño grupo baja las escaleras que conducen al patio alborotado de ruidos de guardias nacionales, de cocheros y de criados.
       Siguiendo la fila oscura de los coches alineados, los fugitivos alcanzan el coche de ciudad que está situado casi en el centro del patio Real también llamado patio de las Tuilleries. Se suben a él Madame de Tourzel y los niños; Fersen se encarama al asiento del cochero, enviando a sus jamelgos alquilados un amplio latigazo y tranquilamente, sale del patio. 
      La reina, en la cual se adivina la emoción y la angustia, mira alejarse la tartana la cual, después de una pequeña vuelta por los andenes y la plaza Louis XV, viene a aparcarse en la rue de l´Echelle, en la esquina de la plaza del Petit Carrousel. 
   Y la espera - la larga espera – comienza. La calle está animada a pesar de la hora tardía. Desde el coche, se puede ver el portón de las cuadras del rey. Cocheros, lacayos, arneseros, palafreneros, ensilladores están charlando… en esa cálida noche de verano, los merenderos vecinos están rebosantes de gritos. 

     Fersen se pasea alrededor del coche “como un hombre que mira a sus caballos”. Lleva incluso la comedia hasta dialogar con un transeúnte. Le habla con el lenguaje de los cocheros de establo y le ofrece una toma en una fea petaca que trajo a propósito. 
     Los minutos pasan, lentos. El delfín se adormece. Madame Royale, que se había acostado cuando su madre vino a avisarle, no tiene ganas de dormir. Mme de Tourzel, llena de ansiedad, acecha desde la puerta. ¿Qué ocurriría si, ni el rey ni la reina, lograsen salir del castillo? ¿Cómo harían los dos niños para volver a sus aposentos? 

     Angustiado, Axel observa los movimientos de una mujer que da vueltas alrededor del coche y que va a sentarse a dos pasos, en un banco de piedra. Fersen se acerca “con el andar de un paseante”, y se dirige a ella. La mujer se levanta, se incorpora. Era Madame Elizabeth, la cual tranquiliza enseguida a Fersen. 
En el castillo, no se han enterado de nada. Sin embargo, el tiempo sigue transcurriendo lentamente… Por fin – es entonces más de media noche – el rey, con un vestido gris, una chaqueta color verde botella y un sombrero con cinta, encima de un peluquín redondo de un gris rojizo, acude con M. de Malden. 

     Mientras que esperan a Maria Antoinette, Luis XVI explica las causas de su tardanza. La ceremonia de su descanso, que no se atrevió a acortar, se prolongó hasta las once y media. El rey se acostó después en la habitación contigua, luego, aprovechando el instante en que su ayudante de cámara, que dormía en la habitación, iba a desnudarse, Louis XVI había corrido las cortinas de la cama, se había dirigido a la habitación del delfín y el subsuelo de la reina. Disfrazado con su atuendo, había salido tranquilamente por la puerta grande, en la cara de los funcionarios. Habiéndose caído la hebilla de su zapato, se había incluso parado tranquilamente para atarla…
      Pero, ¿Qué hace María Antoinette? 
     “Alguien” - no se sabe quien – tenía que haberla encontrado en la puerta del apartamento de M. de Villequier. Son casi las doce y media y la angustia empieza a apoderarse de Axel. Pero de repente, ve a la querida silueta que se apresura… 
La reina se perdió con su guía en el laberinto de calles y de las calles sin salida que se irradian desde la plaza del Petit Carrousel. ¡Tuvieron que preguntar por el camino a un guardia!... 

     Axel se aleja con rápido trote, pero en vez de dirigirse enseguida hacia la barrera, prefiere ir a la calle de Clichy en donde la berlina se encerró, para asegurarse que el coche se ha dirigido a su cita. Tranquilizado, el coche de ciudad se dirige por fin hacia la barriada de Saint Martin. 
     Son la una y media cuando se alcanza la barrera. Axel se apea y va en busca de la berlina. La busca durante mucho tiempo… tanto tiempo, que el rey va a su vez en busca de Fersen. Por fin, Fersen descubre a la berlina en medio del campo: rápidamente el coche de ciudad viene a colocarse junto a la berlina, tan cerca que la familia real – sin poner el pié en el suelo – se traslada de un coche a otro. 

    Fersen hace volcar el coche de ciudad en la cuneta, enmaraña a los dos caballos en sus aperos y se sube en el asiento al lado de Moustier. No deja a su cochero tiempo para respirar. 
       -¡Vamos, rápido! ¡Arrancad rápido! Le ordena. 
Estamos en la noche más corta del año y dentro de una hora el día empezará a despuntar. A lo largo de la carretera, Axel hace sonar su látigo gritando: 
     -¡Adelante, Baltasar! Tus caballos no están aún a todo tren, más deprisa! 
      En menos de tres cuartos de hora, la berlina alcanza Bondy. Los seis corceles encargados por Valory esperan ya ajetreados delante del correo. Mientras que Balthasar y los palafreneros desenganchan los caballos que pertenecían a Fersen, Axel baja de su asiento, abre la puerta, se inclina diciendo en alta voz: 
     -¡Adiós, Madame Korff! 
     El recambio se lleva a cabo con rapidez y muy pronto Axel, plantado en medio del camino, observa como se aleja el pesado carruaje escoltado por Malden que ha montado un caballo de correo. El ruido de las ruedas rodeadas de hierro de la berlina se apaga en la noche. Fersen mira su reloj. Los fugitivos tienen más de dos horas de retraso sobre el horario previsto…
     Por un camino segundario, Axel llegó a Le Bourget. Ahí, cogió un coche y tomó la carretera que lleva a Bélgica. A las seis de la tarde – el 21 – llegaba a Saint Quentin y doce horas más tarde a Mons. Fue solo al día siguiente – el 23 de Junio – cuando se enteró en Arlon del drama de Varennes. ¡No había podido salvarla! 
      “¡Todo está perdido y estoy desesperado!... Mirad mi dolor y compadeceos de mí…” 

    Al volver a Paris, después de un atroz viaje, María Antoinette le escribía: 
   “Aún estoy viva…¡Cuánto me inquieté por Vos y cuanto os compadezco de todo lo que sufrís por no tener noticias mías!...” 
Luego: 
    “Puedo afirmaros que os amo y que solo tengo tiempo para ello. Me encuentro bien. No os inquietéis por mí. Hacedme saber a quien debo mandar las cartas que podré escribiros, porque ya no puedo vivir sin ello. Adiós, el más amado y el más amante de todos los hombres. Os abrazo con todo mi corazón.” 
Durante los doce meses que le separaron del primer aniversario, Axel solo vivió para tratar de salvarla. Recorrió toda Europa, para tratar de que todos los soberanos se interesaran por la suerte de los prisioneros de la Revolución. Arriesgó incluso su vida al volver a Francia e infiltrarse con un disfraz en las Tuilleries. 
     “Su alojamiento de maravilla”, escribirá en su dietario y añade –por lo menos parece entreverse esas dos palabras bajo las tachaduras: “Que permaneció allí…” Efectivamente, había salido del castillo al día siguiente… Detenidamente, María Antoinette relatará a su querido Rignon – así lo apodaba ella – las peripecias de la Odisea de Varennes. 

       Y transcurrió el primer aniversario. 
    Ese día – el 20 de Junio de 1.792 – ocurrió la repetición general del 10 de Agosto. La muchedumbre invadió las Tuilleries. Con que dolor, había leído Axel las últimas noticias apremiantes de María Antoinette: 
     “Aún estoy viva, pero es un milagro. La jornada del día 20 ha sido horrorosa.” 
   Luego fue la interminable tragedia de quince meses de duración. Desde Bruselas, el “querido Rignon” siguió el calvario de la reina. El 20 de octubre de 1.793, se enteró de que María Antoinette había subido al cadalso cuatro días antes. 
Domingo 20. “No tuve fuerzas para no sentir nada…” 
     Lunes 21. “Que haya estado sola en sus últimos momentos, sin ningún consuelo, sin nadie con quien desahogarse y a quien decirle sus últimos deseos, me causa espanto…” 
      Miércoles 23. “Aumenta mi dolor en vez de apaciguarse” 
     Jueves 24. “¡Dios mío!, ¿porque tuve que perderla y que va a ser de mí?” 
     Sábado 26. “Todos los días me acuerdo de ella y todos los días aumenta mi pena…” 

      Cuatro meses más tarde, Fersen recibió el último mensaje de la reina: la huella de un sello que representaba una paloma volando, símbolo de Axel, adoptada por María Antoinette. Contenía en su parte superior una divisa: Tutto a te me guida (Todo me lleva a ti). Decirle, había escrito la reina, que nunca fue tan apropiada…” 

     ¡Nunca fue tan apropiada! Para volver a encontrarse con María Antoinette, ¿Tendrá que volver Axel a encontrarse – ese 20 de Junio de 1.810 – con una muerte más horrible aún que la suya? 
      El bello Fersen está aún acostado en el suelo del coche. Un granizo de piedras y de lodo sigue cayendo sobre la carroza. El servicio de orden no interviene. Al llegar a la Riddardhastoru, la turba es tan densa que el cortejo tiene que detenerse. Se echan al frente de los caballos de la carroza y los desenganchan. 

     Un edecán, el coronel Ulfsparre abre la puerta y aconseja al Gran Mariscal de bajarse. Axel obedece. La turba lo rodea insultándole. 
    -¡Dios mío, ¿Por qué me tratáis así, amigos míos? No os he causado ningún daño. 
        -¡Muere, perro! ¡Muere! ¡Maldito! 
        -En el nombre de Cristo, salvadme, dice el desgraciado. 
Un suboficial logra arrastrarlo hacia una casita amarilla que tenía el número uno de la Stora Nygatan. Aún existe con su fachada amarilla, enfrente de la casa de la Nobleza. Mientras que el cortejo reemprende su camino, Axel es introducido en el primer piso. 
     Era entonces un restaurante lleno de gente, que había acudido para ver pasar el cortejo fúnebre. Los clientes insultan ellos también al Gran Mariscal que logra refugiarse en una pequeña habitación, en donde una alma caritativa empieza a curarlo. 
    Mientras tanto, el general Silfversparre, que volvía de palacio con un teniente y dieciséis hombres, logra proteger la entrada de la casa. El teniente y dos soldados acuden cerca de Fersen. Lo encuentran atacado por un verdadero gentío. 
Siento que tengáis que exponeros por mi culpa, murmura Axel, al verlos colocarse a su lado. 
      ¡Son tres contra cincuenta! Los golpes y los insultos llueven. 
      -¡Has sido el causante de la Revolución francesa, y quieres provocar otra aquí! 
    Os equivocáis, señores, soy inocente. Quería mucho al príncipe heredero. Lloro su muerte tanto como vosotros y la lloraré toda mi vida. 
    ¡Tu vida, grita un cierto Lexov, no ha de durar mucho tiempo, tu vida…!Además eres demasiado mentiroso, estás demasiado acostumbrado a las intrigas de la corte, ¡Eres demasiado bribón para poder decir la verdad! 
Se abalanza sobre el herido y le arranca su cordón azul de la orden de los Serafines. 
     -¡Quítate esa cinta, no eres digno de llevarla! 
    -No, amigo mío, esa cinta me la dio el rey; solo él me la puede quitar. 
    Lexov se adelanta, amenazante. Axel prefiere ceder. Se da paso a las risas: 
     -¡Ahora ya no sois conde; solo sois el señor Fersen! 
La cinta pasa de una mano a otra, se la arroja por la ventana al gentío que sigue vociferando. La Stora Nygatan está llena de gente. Se oyen gritos: 
     ¡Háganle seguir el mismo camino! 
Se le arrancan a Axel las otras condecoraciones y se arrojan a la gente. El general Silversparre, a caballo, trata de dialogar. ¡Nadie le escucha! Toma entonces la decisión de subir al primer piso. En vez de llamar al batallón de la guardia que se encuentra aún en Kornhamhstorg, creyendo que así salvaría a Fersen, el general prefiere declarar a la gente que va a arrestar el Gran Mariscal para encarcelarlo. 
      -¡No nos impidáis el paso! 
    Axel baja la escalera, cogido del brazo por Silfversparre. Apenas el Gran Mariscal y su escolta llegan a la calle, la muchedumbre se abalanza sobre él, desgarrando sus vestidos y arrancándole sus pelos – sus pelos blancos – a puñados. La embestida es horrible. 
    El bello Axel está cubierto de salivazos. Muy pronto, el general ve que le arrancan a su “prisionero” de las manos. Prefiere entonces saltar sobre su caballo y escaparse. Sin embargo, algunos oficiales, así como un francés - Joseph Souplet – ayudante de cámara del duque de Piennes, tratan de socorrer al Gran Mariscal y hacen una barrera con sus cuerpos. 
      Gravemente herido, Axel logra, a pesar de todo, arrastrarse hasta el puesto cerca del Ayuntamiento. Pero la turba va en busca de su presa, arrastrando el desgraciado por las piernas, lo lleva al patio del Ayuntamiento en donde le arrancan sus vestidos. Mientras los golpes llueven, se oye aún a Fersen murmurar: 
       -Os equivocáis, no soy culpable. 
    Se le golpea con bastones y paraguas, se le arrancan sus zarcillos con la mitad del lóbulo. Se le atisba con la punta de los paraguas que se hunden en su cuerpo maltrecho. Está ahora medio desnudo. Finalmente, un gentilhombre finlandés – Johan Tandefeldt – salta a pies juntos sobre el pecho para hundirlo. Otros energúmenos martillean el cuerpo y el rostro del agonizante a taconazos. 
      Por fin, Axel entrega el alma. Hace una hora que la turba se cebaba sobre él. 

      Tutto a te me guida. 

    Era un 20 de Junio – el 20 de junio de 1.810 – diecinueve años, el mismo día, desde la fuga hacia Varennes.

martes, 26 de noviembre de 2013

14 DE DICIEMBRE FIESTA DE SAN JUAN DE LA CRUZ. EMOCIONANTE RELATO DE LA MUERTE DE SAN JUAN DE LA CRUZ, MUESTRAS INCREÍBLES DE PERDÓN Y DE HUMILDAD


Pregunta Jesús: Juan ¿Que quieres por tus servicios?
Señor, padecer y ser despreciado por vuestro amor


En esta breve explicación de Jesús a la gran mística María Valtorta, está relatada de una manera sobrenatural, se ve como el proceder de los Santos desde su comportamiento hasta su martirio, sirve no solo para su santificación, pero sobre todo para que la acción de Dios pueda producirse para convertir y salvar a sus perseguidores, para que logren convertirse y así escapar a las garras de Satanás, es decir para completar la Redención de Cristo con la Humanidad, ya que los Santos de ayer y de hoy son los instrumentos perfectos para alcanzar este fin y, como lo dice San Pablo, completar lo que le falta a la Redención de Cristo Jesús.

Y este ejemplo, lo podemos ver en la vida de todos los verdaderos Santos, que con su humildad lograron aplacar la soberbia de sus hermanos, y a este respeto recuerdo la Vida de San Juan de la Cruz, que siendo Prior le reprochó a un hermano de congregación su comportamiento, que no era acorde con su condición de Carmelita, que es una Orden contemplativa, y a este fraile le gustaba dedicarse a predicar fuera del convento. Cuando San Juan de la Cruz, llegó enfermo al convento de Úbeda, como simple fraile, se encontró a este hermano como superior, el cual estaba  tocado por la soberbia aún latente en su corazón.


VIDA DE SAN JUAN DE LA CRUZ
(Por Fray Crisógono de Jesús Sacramentado)


    (…) Con esta solicitud de religiosos y seglares por aliviar al enfermo contrasta la actitud del Prior, fray Francisco Crisóstomo. Le duelen los gastos que ocasiona la enfermedad, las visitas que se hacen al enfermo, el interés cada día más vivo y general, con que tantos vecinos de Úbeda preguntan por él. No puede disimularlo. (…) Pero la necesidad material de la casa no es en el Prior más que un pretexto: siente verdadera animadversión contra el padre fray Juan. El hermano Bernardo de la Virgen, uno de los que más asiduamente le asisten como enfermero, ha observado que el Padre Crisóstomo, molesta al enfermo en todo lo que puede: prohíbe que le visiten los frailes sin expreso permiso suyo; cuando entra en su celda le dice palabras que le hagan sufrir; hasta le recuerda, como vengándose, cosas pasadas desagradables. 

Fray Bernardo dice “que eran increíbles las cosas que acerca de esto pasaban”. Incluso prohíbe que lleven a lavar las vendas sucias a casa de María de Molina. El donado las recoge y se va a cumplir el encargo. Pero en el camino se encuentra con el Prior, que le pregunta a donde va. Cuando el hermano le dice que va a lavar las vendas, el padre Crisóstomo le replica que lo deje y no se ocupe de ello. Fray Francisco se lamenta de ello en la celda del padre fray Juan, y el enfermo le dice dulcemente: “No se le dé nada, hermano, encomiéndelo a Dios y tenga paciencia que él nos la dará” (…)

     Pero hay quien levanta la voz de protesta; es precisamente un hermanito lego, su enfermero fray Bernardo de la Virgen, el que duerme en la misma celda por acompañarle y atenderle. El Padre fray Juan se harta por agradecerle cuanto hace por él y de pedirle perdón por las molestias que le ocasiona. El padre Prior, molesto porque fray Bernardo atiende cariñosamente al enfermo, le quita de enfermero con un precepto formal. El hermanito, indignado, no lo aguanta, y escribe inmediatamente al provincial de Andalucía poniéndole al corriente de lo que pasa en Úbeda. 

Es provincial el Padre Antonio de Jesús, el viejo compañero de fray Juan en la iniciación de la Reforma carmelitana en Duruelo. Este corre inmediatamente al lado del enfermo, reprende duramente al Prior su conducta, manda a los religiosos que lo visiten, y volviendo al hermano Bernardo el oficio de enfermero, le encarga que asista caritatívamente al enfermo. Si el Prior se niega a proporcionarle alguna cosa, debe comprarla él mismo, buscando dinero donde pueda, luego le avise, y él lo pagará todo con dineros de la Provincia.

     (…) Es el día 13. Fray Juan conoce que se acaba por momentos, y dice al  hermano Diego que llame al Padre Prior. Cuando lo tiene delante – el hermano está también en la celda del enfermo - , después de haberle pedido perdón al padre Francisco Crisóstomo por las molestias que le ha ocasionado durante la enfermedad, le dice: “Padre nuestro, allí está el hábito de la Virgen que he traído a uso; yo soy pobre y no tengo con que enterrarme. Por amor de Dios, suplico a vuestra Reverencia que me le dé de limosna”. Y le pide la bendición.

 El Prior, compungido, le pide a su vez que le perdone porque no ha podido atenderle como quisiera debido a la pobreza de la casa. “Padre prior – le contesta el enfermo - , yo estoy contento y tengo más de lo que merezco, y no se fatigue ni aflija que hoy esté esta casa con la necesidad que sabe, sino tenga confianza en Nuestro Señor, que tiempo ha de venir en que esta casa tenga lo que hubiere menester”. 

El padre Crisóstomo y se emociona y sale de la casa llorando. Luego le verá el padre Bartolomé de San Basilio hasta tres veces de rodillas ante la cama del enfermo, y termina por pedirle el breviario como recuerdo. “Yo no tengo cosa mía que dar a vuestra reverencia – le dice fray Juan -; todo es suyo, pues es mi Prelado”

Recibida la extremaunción, que él mismo ha pedido, toma en sus manos un crucifijo y le besa los pies repetidas veces, diciendo jaculatorias o versículos de le Escritura. El padre Agustín de San José le dice: “Ya es tiempo que le pague Nuestro Señor a vuestra reverencia sus grandes trabajos”. 

“No me diga eso, padre, que le certifico que no he hecho obra que no me esté ahora arrepintiendo”. 

Y al padre Provincial fray Antonio de Jesús, que le habla, le dice: “Padre, perdóneme, que no le puedo responder, que me estoy consumiendo en dolores”.

     Suenan las doce en el reloj de la iglesia del Salvador. El hermano Francisco sale de la celda del enfermo para tocar a maitines. “¿A qué tañen?”, pregunta fray Juan al oír las primeras campanadas. Cuando le dicen que a maitines, como si le hubieran dado la señal de la partida, exclama gozoso: “¡Gloria a Dios, en el Cielo las iré a decir!” Pone sus labios en el crucifijo que tiene en las manos, dice pausadamente: In manos tuas, Domine, commendo spiritum meum”, y expira.

     No ha habido congojas ni contorsiones de agonía. El rostro, antes trigueño, queda blanco, transparente de luminosidad, y el cuerpo, lleno de llagas, comienza a despedir olor de rosas. Es el 4 de Diciembre de 1.591.






Del libro de “Los Cuadernos de 1.944” de María Valtorta
(Dictado del 20 de Enero de 1.944)

Dice Jesús:-

                Cada una de las penas superadas sin doblegarse aumenta la unión con el Cielo. Recuérdalo. Allí todo se ve con una nueva luz. Aún a esos, a quienes ahora deberíais amar solo por amor mío (pues su conducta te impulsa, dada tu naturaleza, a no amarlos), allí les amarás por amor tuyo, pues los verás cómo los medios por los cuales has obtenido el infinito Tesoro que Yo significo.

                La última oración de los mártires era para sus verdugos, para que estos alcanzaran la Luz. La última oración de los Santos era para sus opresores, para que estos alcanzaran la Caridad.

                No sabes, ¡Oh, no lo sabes!, mas Yo te lo diré. En muchos superiores de los conventos, a pesar del hábito talar que significaba la renuncia a la carne, persistió una naturaleza tal que les llevaba a la soberbia y por lo tanto, hacia la falta de caridad hacia sus subordinados; fueron capaces de arrepentimiento y a través de él, llegaron a un renacimiento espiritual - que es el comienzo del nacer para el Cielo – justamente gracias a las oraciones de un “Santo” de su propio ambiente, que retribuyó sus durezas e injusticias con actos de sobrehumano amor, y rezó y sufrió por la redención de ese corazón que tan escaso amor les dispensaba. 

Ahora, en el Cielo, mis ángeles ven que el oprimido y el opresor están vecinos y no predomina el opresor sino el oprimido qué, como un padre amoroso, mira con júbilo al que salvó y que ahora ha entrado en la Vida eterna gracias a su verdadero amor.

                La luz de estos espíritus que salvaron a sus torturadores es una luz especial y proviene del rayo de mi costado abierto de mi corazón, que en la cruz rezó por quienes lo crucificaron, pues los que rezan por quien les hacen sufrir son semejantes a Mí, que recé por mis verdugos.

              Ten confianza en Mí, que todo lo veo, y paciencia hacia los demás, hacia las cosas que se ensañan contra vosotros. La recompensa es tan grande, que merece todos los sacrificios. Y no tardará en llegar.


      No te abatas. Deja que los demás sean como quieren ser. Tú sé mía y basta. O mejor, reza – que es la caridad más grande – para que los demás sean lo que Yo quiero que sean. Y sé siempre mía. Ve en paz. Te bendigo.






miércoles, 20 de noviembre de 2013

MARÍA LA CORREDENTORA, MEDIANERA DE TODAS LAS GRACIAS DE DIOS; ALABANZAS DE JESÚS A SU MADRE, A LA CUAL NO LE NIEGA NADA DE LO QUE LE PIDE


Virgen Dolorosa de Murillo

  
Este extraordinario relato de los sufrimientos de María en toda su vida, desde que dijo al Arcángel Gabriel que era la esclava del Señor, no están relatados por ningún teólogo, sino por el mismo Jesús. Ella ha sufrido durante los 33 años de la Vida de Jesús, y también sufre ahora mismo por los pecadores en la Iglesia Católica y los "hermanastros" protestantes, que la consideran una mujer cualquiera que tuvo también otros hijos de su matrimonio con San José. 


En este escrito están relatados todos los tremendos sufrimientos de la Virgen María que, como Madre de la Iglesia y de la Humanidad, tiene que soportar el doloroso parto espiritual de sus hijos, para poderles alumbrar a la Vida espiritual y eterna, de una manera similar, pero mucho más intensa que lo que sufre una madre para dar a luz a su hijo por culpa del pecado original. 


La Santísima Virgen María ha alumbrado espiritualmente a toda la humanidad, como así lo declaró Jesús en la Cruz, por eso la podemos llamar Madre sublime, porque nuestra madre humana solo nos ha dado una vida material y efímera, mientras que la Virgen María nos da una vida espiritual y eterna, siendo nuestro Padre Jesús, quien sufrió ella su terrible Pasión, porque antes de hacernos renacer espiritualmente, tuvo que redimirnos para arrancarnos del poder de Satanás, y lavar la culpa original con el agua de su costado, que para los que quieren recibirlo amándolo y seguir sus mandamientos, se transformarán en hijos y Coherederos de Dios y por toda la eternidad apagarán su sed en fuentes de agua viva. Estos sufrimientos, como Madre espiritual del Género Humano, así como la lucha de Satanás en contra de sus hijos, está fielmente reflejado en el libro del Apocalipsis:


"Una gran señal apareció en el cielo; una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Estaba encinta y las angustias del parto le arrancaban gemidos de dolor" (Ap 12-1,2)

Maravillosa descripción de la Virgen María, el sol simboliza la pureza de la Inmaculada, y la luna bajo sus pies que sale de noche, indica que es vencedora de las tinieblas, es decir de Satanás, la corona de doce estrellas son los elegidos del Antiguo Testamento: los de las doce tríbus de Israel, y los del Nuevo Testamento los doce Apóstoles, esto demuestra que es la nueva Eva, Madre y Corredentora de toda la Humanidad pasada, presente y futura. 
Los dolores del parto simbolizan también todos los sufrimientos espirituales de la Virgen María, que describe Jesús a María Valtorta, ya que en el nacimiento de Jesús, por la ausencia del pecado original, no sufrió los dolores físicos del parto, común a todas las madres.

"(...) Irritado el dragón por su fracaso con la mujer, se fue a hacer la guerra con el resto de su linaje, a los que observan los mandamientos de Dios y dan testimonio de Jesús. Y el dragón se quedó al acecho junto a la orilla del mar" (Ap 12-17,18).

Y aquí está la prueba de que todos los que observan los mandamientos de Dios y dan testimonio de Jesús, se encontrarán en su camino a Satán, que les saldrá al paso, por eso me maravillo cuando oigo a mucha gente consagrada decir que el Demonio es un mito, y que ¡los fenómenos producidos en los exorcismos son debidos al efecto placebo! Esto demuestra que este tipo de individuos herejes, ni observan los mandamientos de Dios, ni saben dar testimonio de Jesús.





Del Evangelio tal como me ha sido revelado, 
de María Valtorta 
(14 de Febrero de 1.944)


Dice Jesús:

“No he olvidado tampoco este dolor de María, mi Madre. Haber tenido que lacerarla con la expectativa de mi sufrimiento, haber debido verla llorar. Por eso no le niego nada. Ella me lo dio todo. Por eso yo le doy todo. Sufrió todo el dolor, le doy toda la alegría.

Quisiera que, cuando penséis en María, meditarais en esta agonía suya que duró treinta y tres años y culminó al pié de la Cruz. La sufrió por vosotros; por vosotros las burlas de la gente, que la consideraba madre de un loco; por vosotros las críticas de los parientes y de las personas de importancia; por vosotros mi aparente desaprobación: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que hacen la voluntad de Dios”. Y, ¿quién más que ella lo hacía? 


Y una voluntad tremenda, que le imponía la tortura de ver martirizar al Hijo, Por vosotras la fatiga de ir de acá para allá, a donde Yo estaba; por vosotros, los sacrificios: desde dejar su casita y mezclarse con las muchedumbres, al de dejar su pequeña patria por el tumulto de Jerusalén; por vosotros el deber estar en contacto con aquel que guardaba dentro de su corazón la traición; por vosotros el dolor de oír que me acusaban de posesión diabólica, de herejía. Todo, todo por vosotros.

No sabéis cuanto he amado a mi Madre. No reflexionáis en cuán sensible a los afectos era el corazón del Hijo de María. Y creéis que mi tortura fue puramente física, al máximo añadís la tortura espiritual del abandono final del Padre.

No, hijos. También experimenté los afectos del hombre sufrí por ver sufrir a mi Madre, por tener que llevarla como mansa cordera al suplicio, por tener que lacerarla con una cadena de despedidas en Nazaret, antes de la Evangelización; esta que os he mostrado y que precede a mi Pasión, ya inminente; aquella, antes de la Cena, cuando ya la Pasión está desarrollándose con la traición de Judas Iscariote, aquella, atroz en el Calvario.

Sufrí por verme escarnecido, odiado, calumniado, rodeado de malsanas curiosidades que no evolucionaban hacia el Bien, sino hacia el mal. Sufrí por todas las falsedades que tuve que oír o ver activas a mi lado: las de los fariseos hipócritas, que me llamaban Maestro y me hacían preguntas no por fe en mi inteligencia, sino para tenderme trampas; las de aquellos a quienes había favorecido y se volvieron acusadores míos en el Sanedrín y en el Pretorio; aquella, premeditada, larga, sutil de Judas, que me había vendido y continuaba fingiéndose discípulo; que me señaló a los verdugos con el signo del amor. Sufrí por la falsedad de Pedro, atrapado por el miedo humano.


¡Cuanta falsedad, y cuan repelente para mí, que soy Verdad! ¡Cuanta, también ahora, respeto a mí! Decís que me amáis pero no me amáis. Tenéis mi Nombre en los labios, y en el corazón adoráis a Satanás y seguís una ley contraria a la mía.

Sufrí al pensar que en relación al valor infinito de mi Sacrificio – el Sacrificio de un Dios – demasiado pocos se salvarían.

A TODOS – DIGO: A TODOS – LOS QUE A LO LARGO DE LOS SIGLOS SOBRE LA TIERRA PREFERIRÁN LA MUERTE A LA VIDA ETERNA, HACIENDO VANO MI SACRIFICIO, LOS TUVE PRESENTES. Y CON ESTA COGNICIÓN FUI A AFRONTAR LA MUERTE.

Ya ves pequeño Juan, que tu Jesús y la Madre suya sufrieron agudamente en su yo moral. Y largamente. Paciencia, pues si es que debes sufrir: “Ningún discípulo es más que el Maestro”, lo dije.
Mañana hablaré de los dolores del Espíritu. Ahora descansa. La paz sea contigo”.


Nota: Pequeño Juan: es el apodo de Jesús a María Valtorta.





jueves, 14 de noviembre de 2013

VISIÓN DETALLADA DE Mª VALTORTA DE LAS TENTACIONES DE JESÚS EN EL DESIERTO; EXTRAORDINARIOS COMENTARIOS DE JESÚS


Las tentaciones de Jesús en el desierto






Tomo 1º del Evangelio como me ha sido revelado
De María Valtorta

Capítulo 46: Jesús tentado por Satanás en el desierto.
Como se vencen las tentaciones

      (…) Ante mi, la soledad pedregosa que había contemplado a mi izquierda en la visión del bautismo de Jesús en el jordán. (…) Arriba, un cielo despiadadamente azul; abajo, el terreno árido, en torno rocas y silencio. Esto es lo que veo por lo que a la naturaleza se refiere.

      Apoyado en una roca que, por su forma (…) crea un embrión de gruta, y sentado en una piedra que ha sido arrastrada en la oquedad, (…), está Jesús. Se resguarda del sol ardiente. Y el interno consejero me indica que esa piedra, en la que ahora está sentado, es también su reclinatorio y su almohada cuando descansa breves horas envuelto en su manto bajo la luz de las estrellas y el aire frío de la noche. Ahí cerca, está la bolsa que le vi tomar antes de salir de Nazaret; todo su haber, por lo flácida que aparece, comprendo que está vacía de la poca comida que había puesto en ella María.

      Jesús está muy delgado y pálido. Está sentado con los codos apoyados en las rodillas y los antebrazos hacia fuera, con las manos unidas y entrelazadas por los dedos. Medita. De vez en cuando levanta la mirada y la dirige a su alrededor y mira el sol, que está alto, casi a plomada, en el cielo azul. De vez en cuando, y después de dirigir la mirada en torno a si y alzarla hacia la luz solar con vértigo, cierra los ojos y se apoya en la peña que le sirve de cobijo.

     Veo aparecer el feo hocico de Satanás. No se presenta de la forma con que nos lo imaginamos: con cuernos, rabo, etc. etc. Parece un beduino envuelto en su vestido y su gran manto, que se asemeja a un disfraz de dominó. En la cabeza, el turbante, cuyas faldas blancas caen sobre los hombros y a ambos lados de la cara para protegerlos. De manera que, de la cara, puede verse un pequeño triángulo muy moreno, de labios delgados y sinuosos, de ojos negrísimos y hundidos, llenos de destellos magnéticos. Dos pupilas que te leen en el fondo del corazón, pero en las que no lees nada, o una sola palabra: misterio.

    Lo opuesto del ojo de Jesús, también muy magnético y fascinante, que te lee en el corazón, pero en el que tú lees también que en su corazón hay amor y bondad hacia ti. El ojo de Jesús es una caricia en el alma. Este es como un doble puñal que te perfora y quema.
      
  Se acerca a Jesús: “¿Estás solo?”
  Jesús le mira y no responde.
 “¿Cómo es que estás aquí? ¿Te has perdido?”
  Jesús vuelve a mirarle y calla.
 “Si tuviera agua en la cantimplora, te la daría, pero yo también estoy sin ella. Se me ha muerto el caballo y me dirijo a pié al vado, allí beberé y encontraré a alguien que me dé un pan. Sé el camino. Ven conmigo. Te guiaré”.
 Jesús ya ni siquiera alza los ojos.
“¿No respondes? ¿Sabes que si te quedas aquí mueres? Ya se levanta el viento. Va a haber una tormenta. Ven”
Jesús aprieta las manos en muda oración.
   “¡Ah, entonces eres Tú! ¡Hace mucho que te busco! Y hace mucho que te vengo observando. Desde el momento en que fuiste bautizado. ¿Llamas al Eterno? Está lejos. Ahora estás en la Tierra, entre los hombres. Y sobre los hombres reino yo. Pero, me das pena y quiero ayudarte, porque eres bueno y has venido a sacrificarte por nada. Los hombres te odiarán por tu bondad. No entienden más que de oro, comida y sensualidad.

    Sacrificio, dolor, obediencia, son palabras para ellos más muertas que esta tierra que tenemos en nuestro alrededor. Son aún más áridos que este polvo. Solo la serpiente y el chacal pueden esconderse aquí, esperando morder o despedazar a alguno. Vámonos. No merece la pena sufrir por ellos. Los conozco más que Tú”. Satanás se ha sentado frente a Jesús, le escudriña con su mirada tremenda y sonríe con su boca de serpiente. Jesús sigue callado y ora mentalmente.

   “Tú desconfías de mí. Haces mal. Yo soy la sabiduría de la Tierra. Puedo ser maestro tuyo para enseñarte a triunfar. Mira: lo importante es triunfar. Luego, cuando uno se ha impuesto, cuando ha engatusado al mundo, puede conducir a este donde quiera. Pero primero hay que ser como les gusta a ellos, como ellos. Seducirlos haciéndoles creer que los admiramos y seguimos su pensamiento.

     Eres joven y atractivo. Empieza por la mujer. Siempre se debe comenzar por ella. Yo me equivoqué induciendo a la mujer a la desobediencia. Debería haberla aconsejado de otra forma. Habría hecho de ella un instrumento mejor y habría vencido a Dios. Actúe precipitadamente. ¡Pero Tú…! Yo te enseño porque un día deposité en Ti mi mirada con júbilo angélico y aún me queda un resto de aquel amor; escúchame y busca mi experiencia; búscate una compañera. Adonde Tú no llegues, ella llegará. Eres el nuevo Adán, tienes que tener tu Eva.

     Además, ¿Cómo podrás comprender y curar las enfermedades de la sensualidad si no sabes lo que son? ¿No sabes que es ahí donde está el núcleo del que nace la planta de la codicia y el afán del poder? ¿Por qué el hombre quiere reinar? ¿Por qué quiere ser rico, potente? Para poseer a la mujer. Esta es como la alondra. Tiene necesidad de algo que brille para sentirse atraída. El oro y el poder son las dos caras del espejo que atraen a las mujeres y las causas del mal en el mundo.

     Mira: detrás de mil delitos de distinta naturaleza, hay al menos novecientos que tienen raíz en el hambre de posesión de la mujer o en la voluntad de una mujer consumida por un deseo que el hombre aún no satisface, o ya no satisface. Ve a la mujer, si quieres saber que es la vida. Solo después podrás atender y curar los males de la humanidad.


     ¡Es bonita, la mujer! No hay nada más hermoso en el mundo. El hombre tiene el pensamiento y la fuerza. ¡Pero la mujer!... Su pensamiento es un perfume, su contacto es caricia de flores, su gracia es como vino que entra, su debilidad es como madeja de seda o rizo de niño en las manos del hombre, su caricia es fuerza que se vierte en la nuestra y la enciende. El dolor, la fatiga, la aflicción, quedan anulados cuando se está junto a una mujer y ella entre nuestros brazos como un ramo de flores.

     Dice Satanás:

     “¡Pero que tonto soy! Tú tienes hambre y te hablo de la mujer. Tu vigor está exhausto. Por ello, esta fragancia de la Tierra, esta flor de la creación, este fruto que da y suscita amor, te parece sin importancia. Pero, mira estas piedras: ¡que redondeadas son y que pulidas están, doradas bajo el sol que cae!; ¿no parecen panes? Tú, Hijo de Dios no tienes más que decir “quiero”, para que se transformen en oloroso pan como el que ahora están sacando del horno las amas de casa para la cena de sus familiares. Y estas acacias tan secas, si Tú quieres, ¿no pueden llenarse de dulces pomos, de dátiles de miel? ¡Sacíate, Oh Hijo de Dios! Tú eres el Dueño de la Tierra. Ella se inclina para ponerse a Tus pies y quitarte el hambre.

      ¿Ves como te pones pálido y te tambaleas con solo nombrarte el pan? ¡Pobre Jesús! ¿Estás tan débil, que ya no puedes ni siquiera dominar el milagro? ¿Quieres que lo haga yo en tu lugar? No estoy a tu altura, pero algo puedo. Me quedaré falto de fuerzas durante un año, las reuniré todas, pero te quiero servir porque Tú eres bueno y siempre me acuerdo que Tú eres mi Dios, aunque yo me haya hecho indigno de llamarte tal. Ayúdame con tu oración para que pueda…”

      “Calla. No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios”.

      El demonio siente una sacudida de rabia. Le rechinan los dientes y aprieta los puños; de todas formas se contiene y transforma su mueca en sonrisa.

     “Comprendo, Tú estás por encima de las necesidades de la Tierra y te da repugnancia el servirte de mí. Me lo he merecido. Ven, entonces, y ve lo que hay en la casa de Dios, ve como incluso los sacerdotes no rehúsan hacer transacciones entre el espíritu y la carne; porque, al fin y al cabo, son hombres y no ángeles. Cumple un milagro espiritual. Yo te llevo al pináculo del Templo, Tú transfigúrate en belleza ahí arriba, y luego llama a las cohortes de ángeles y dí que hagan de sus alas entrelazadas alfombra para Tus pies y te porten así al patio principal. Que te vean y se acuerden de que Dios existe. De vez en cuando es necesario manifestarse, porque el hombre tiene la memoria muy frágil, especialmente en lo espiritual. Tú sabes que dichosos se sentirán los ángeles de proteger tu pié y de servirte de escalera cuando bajes”.

     “No tientes al señor tu Dios”, está escrito”.

     “Comprendes que tu aparición tampoco mudaría las cosas y el Templo continuaría siendo un mercado y un lugar de corrupción. Tu divina sabiduría sabe que los corazones de los ministros del Templo son un nido de víboras, que se devoran, y devoran, con tal de aumentar su poder. Solo los doma el poder humano.

     Ven entonces. Adórame. Yo te daré la Tierra. Alejandro, Ciro, César, todos los mayores dominadores pasados o vivos serán semejantes a jefes de mezquinas caravanas respeto a Ti, que tendrás a todos los reinos de la Tierra bajo tu cetro, y con los reinos todas las riquezas, todas las cosas bellas de la Tierra, y mujeres y caballos y soldados y templos. Podrás poner en alto en todas partes tu Signo, cuando seas rey de reyes y Señor del mundo.

    Entonces te obedecerá y servirá y venerará el pueblo y el sacerdocio. Todas las castas te honrarán y servirán, porque serás el Poderoso, el Único, el Señor.
       ¡Adórame aunque sea solo un momento! ¡Quítame esa sed que tengo de ser adorado! Es la que me ha perdido, pero ha quedado en mí y me quema. Las llamaradas del infierno son aire fresco de la mañana respecto a este ardor que me quema por dentro. Es mi infierno, esta sed. ¡Un momento, aunque solo sea, de gozo, al eterno atormentado! Hazme sentir lo que quiere decir ser Dios, y me tendrás devoto, obediente como siervo, durante toda la vida, en todas tus empresas. ¡Un momento! ¡Un solo momento, y no te atormentaré más!”.

      Satanás cae de rodillas, suplicando.

    Jesús, por el contrario, se ha levantado. Ha adelgazado en estos días de ayuno y parece aún más alto. Su rostro tiene un terrible aspecto de serenidad y potencia, sus ojos son dos zafiros abrasadores, su voz es un trueno que resuena en la oquedad de la roca y se esparce por el pedregal y el llano desolado, cuando dice: 

“Vete Satanás. Está escrito: “Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás”.

    Satanás con un alarido de condenado desgarro y de odio indescriptible, sale corriendo (tremendo ver su furiosa, humeante persona). Y desaparece con un nuevo alarido de maldición.
Jesús se sienta cansado, apoyando hacia atrás la cabeza contra la roca. Parece exhausto. Suda. Pero seres angélicos vienen a mover suavemente el aire con sus alas en el ambiente del bochorno de la cueva, purificándolo y refrescándolo. Jesús abre los ojos y sonríe. No lo veo comer. Yo diría que se nutre del aroma del Paraíso, obteniendo así nuevas fuerzas.


     El sol desaparece por el poniente. Jesús toma su vacío talego y acompañado por los ángeles que producen una tenue luz suspendidos sobre su cabeza mientras la noche cae rapidísima, se dirige hacia el Este, mejor dicho, hacia el Nordeste. Ha recuperado su expresión habitual, el paso seguro. Solo queda, como recuerdo del largo ayuno, un aspecto más ascético en su rostro delgado y pálido y en sus ojos, absortos en una alegría que no es de esta Tierra.


EL COMPORTAMIENTO DE LOS CREYENTES ANTE LAS INSIDIAS DEL ENEMIGO



Vemos claramente que el que no cree en el Evangelio, es porque está hundido en el vicio, y ataca vehementemente a Jesús, y a su Iglesia, porque está en las tinieblas y la Luz de Cristo no puede  alumbrar su comportamiento animal.

“Al principio ya existía la Palabra.
Y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
Ya al principio estaba junto a Dios.
Todo fue hecho por ella
Y sin ella no se hizo nada
de cuanto llegó a existir.
En ella estaba la vida
y la vida era la luz de los hombres;
la luz resplandece en las tinieblas,
y las tinieblas no la sofocaron”.(Jn 1-1,5)

Los incrédulos preguntan a Jesús:

“En esto se le acercaron los Judíos, se pusieron a su        alrededor y le dijeron:
-¿Hasta cuando vas a tenernos en vilo?
Si eres el Cristo, dínoslos claramente de una vez.
Jesús les respondió:
 -Os lo he dicho con toda claridad y no me habéis creído. Las obras que yo hago por la autoridad recibida de mi Padre, dan testimonio de Mí; vosotros sin embargo no me creéis, porque no pertenecéis a las ovejas de mi rebaño. Mis ovejas escuchan mi voz; y yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán para siempre; nadie puede arrebatármelas. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno.” (Jn 10-24,30)

Tomo 1º del Evangelio como me ha sido revelado
De María Valtorta

  En estos comentarios de Jesús sobre su tentación en el Desierto, está explicado de una manera magistral como  tiene que ser nuestro comportamiento, para poder triunfar de las tentaciones de Satán.

Dice Jesús:

 (….)
“Has visto que Satanás se presenta siempre con apariencia benévola, con aspecto común. Si las almas están atentas y, sobre todo, en contacto espiritual con Dios, advierten este aviso que las hace cautelosas y las incita a combatir las insidias demoníacas. Pero si las almas no están atentas a lo divino, separadas por una carnalidad oprimente y ensordecedora, sin la ayuda de la oración que una a Dios y vierte su fuerza como por un canal en el corazón del hombre, entonces difícilmente se dan cuenta de la celada, y caen en ella, y luego es muy difícil liberarse.

Las dos vías más comunes que Satanás toma para llevar a las almas son la sensualidad y la gula. Empieza siempre por la materia; una vez que la ha desmantelado y subyugado, pasa a atacar la parte superior: primero: lo moral (el pensamiento con sus soberbias y deseos desenfrenados); después, el espíritu, quitándole no solo el amor – que ya no existe cuando el hombre ha sustituido el amor divino por otros amores humanos – sino también el temor de Dios. Es entonces cuando el hombre se abandona en cuerpo y alma a Satanás, con tal de llegar a gozar de lo que desea, de gozar cada vez más.

Has visto como me he comportado Yo. Silencio y Oración. Silencio. Efectivamente, si Satanás lleva a cabo su obra de seductor y se nos acerca, se le debe soportar sin impaciencias necias ni miedos mezquinos. Pero reaccionar: ante su presencia, con entereza; ante su seducción, con la oración.

Es inútil discutir con Satanás. Vencerá él, porque es fuerte en su dialéctica. Solo Dios puede vencerle. Entonces, recurrir a Dios, que hable por nosotros, a través de nosotros. Mostrar a Satanás ese Nombre y ese Signo. Rebatir a Satanás únicamente cuando insinúa que es como Dios, rebatirle usando la palabra de Dios; no la soporta.

Luego, después de la lucha, viene la victoria, y los ángeles sirven y defienden del odio de Satanás al vencedor; le confortan con los rocíos celestes, con la gracia que vierten a manos llenas en el corazón del hijo fiel, con la bendición que acaricia el espíritu.

Hace falta la voluntad de vencer a Satanás, y fe en Dios y en su ayuda; fe en la fuerza de la oración y en la bondad del Señor. En ese caso, Satanás no puede causar ningún daño.

Ve en paz. Esta noche te llenaré de alegría.”