MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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martes, 15 de marzo de 2016

LA AGONÍA DE JESÚS EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ. LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD DE LUCIFER, QUE DESPLIEGA TODO SU PODERÍO PARA DESBARATAR LOS PLANES DE DIOS.

EL ÁNGEL DE LA CONSOLACIÓN OFRECIÓ
A JESÚS UN CÁLIZ CON LOS NOMBRES
DE TODOS LOS ELEGIDOS


Detallada descripción de la agonía de Jesús en el Getsemaní, ultima posibilidad para Satanás para evitar la Redención de la Humanidad, aprovechando la debilidad del Hombre-Dios, abandonado por su Padre y por la mayoría de sus Apóstoles, y cargado con todos los pecados de la Humanidad, pasada, presente y futura.

Sublime enseñanza de como Jesús se acuerda de algunas almas desesperadas de una manera misteriosa, con la ayuda de las almas víctimas que saben ofrecer sus sufrimiento para, a ejemplo de Jesús, salvar a sus hermanos de la Condenación eterna.

Explicación de como todos los justos, enamorados de Dios, han estado presentes al pié de la Cruz, debido a la naturaleza Divina de Jesús, para la cual, no existe el tiempo.



REFLEXIONES SOBRE LA AGONÍA DE GETSEMANÍ
(Del poema del Hombre-Dios)


Dijo Jesús:

[...] Y no ha habido un dolor mayor, más completo que el mío. Era uno con el Padre. Él me había amado desde la eternidad como solo Dios puede amar. Se había complacido en Mí y había encontrado en Mí su divina alegría. Y Yo lo había amado como solo un Dios puede amar y encontraba en mi amor por Él mi alegría divina. La inefable relación que une ab aeterno al Padre con el Hijo, no puede seros explicado ni siquiera con mi palabra, porque, si bien ella es perfecta, vuestra inteligencia no lo es y no podéis comprender y conocer lo que es Dios mientras no estéis con Él en el Cielo. Pues bien, yo sentía, cual agua que asciende y presiona contra un embalse, crecer, hora tras hora, el rigor del Padre respecto a Mí.

[...] Yo lo experimenté. Tuve que conocerlo todo, incluso vuestras desesperaciones, para poder, respeto a todo, interceder por vosotros ante el Padre. ¡Oh, Yo experimenté lo que significaba decir: "Estoy solo, todos me han traicionado, abandonado. Tampoco el Padre, tampoco Dios me ayuda ya". 

Y por eso obro misteriosos prodigios de gracia en los pobres corazones destrozados por la desesperación, y por eso pido a mis predilectos que beban este cáliz mío de tan amarga experiencia, para que ellos - los que naufragan en el mar de la desesperación - no rechacen la cruz que ofrezco como ancla y salvación, sino que a ella se aferren y Yo pueda llevarlos a la bienaventurada orilla, donde solo habita la paz.

¡Solo Yo sé cuanto hubiera necesitado al Padre en la noche del Jueves! Era un espíritu ya agonizante por el esfuerzo de haber tenido que superar los dos mayores dolores de un hombre: el adiós a una madre amantísima y la cercanía del Apóstol infiel, eran dos llagas que me quemaban el corazón: una con su llanto, la otra con su odio.

[...] Habrían sido suficientes esas dos llagas para hacer de Mí un agonizante en mi Yo. Pero era el Expiador, la Víctima, el Cordero. El cordero, antes de ser inmolado, conoce la marca incandescente, conoce los golpes, conoce el desnudamiento, conoce la venta al matarife, Lo último que conoce es el hielo del cuchillo que penetra en el cuello y abre las venas y mata. Antes debe dejarlo todo: los pastos donde ha crecido, la madre en cuyo pecho ha hallado nutrición y calor, los compañeros con quien ha vivido. Todo. Yo he conocido todo: Yo, Cordero de Dios.

Por eso vino Satanás, mientras el Padre se retiraba a los Cielos. Ya había venido en el comienzo de mi misión, a tentarme para desviarme de ella. Ahora volvía. era su hora, la hora del aquelarre satánico.

Hordas de demonios estaban esta noche en la Tierra para llevar a cabo la seducción de los corazones y disponerlos a querer el día siguiente que mataran a Cristo. Cada uno de los miembros del Sanedrín tenía el suyo, y el suyo Herodes y el suyo Pilatos, y el suyo cada uno de los judíos que iba a invocar que cayera sobre sí mi Sangre. También los Apóstoles tenían cada uno su tentador a su lado, que los adormilada mientras que Yo languidecía, que los preparaba para la cobardía. Observa el poder de la pureza, Juan, el puro, fue el primero que se liberó de la garra demoníaca, y volvió enseguida con su Jesús, y comprendió su celado deseo, y me trajo a María.

Pero Judas tenía a Lucifer, y Yo tenía a Lucifer: Judas en el corazón, Yo, al lado. Eramos los dos principales personajes de la tragedia y Satanás se ocupaba personalmente de nosotros. Después de conducir a Judas hasta un punto del que ya no podía retroceder, se volvió hacia Mí.
Con su astucia perfecta, me presentó las torturas de la carne con un realismo insuperable. En el desierto, también empezó por la carne. Le vencí orando. El espíritu sojuzgó los miedos de la carne.

Me presentó entonces la inutilidad de mi muerte, la utilidad de vivir para mi mismo sin ocuparme de los hombres ingratos. Vivir rico, feliz, amado. Vivir por razón de mi Madre, por no hacerla sufrir. Vivir para llevar a Dios con un largo apostolado a muchos hombres, los cuales, si yo muriera, me olvidarían, mientras que, si Yo fuera Maestro, no durante tres años, sino por muchos lustros, terminarían identificándose con mi Doctrina. Sus ángeles me ayudarían a seducir a los hombres. ¿No veía que los ángeles de Dios no intervenían para ayudarme? Después, Dios me perdonaría al ver la cosecha de creyentes que le habría llevado. En el desierto, también me había inducido a tentar a Dios con la imprudencia. Le vencí con la oración. El espíritu sojuzgó a la tentación moral.

Me permito aquí hacer un inciso creo que importante, en la tentación de Jesús en el desierto, Satanás indujo a Jesús a tirarse desde el  pináculo del templo, ya que está escrito que "los ángeles te protegerán para que tu píe no tropiece con la piedra", a lo cual Jesús le contestó: "Está escrito no tentarás al Señor tu Dios", lo que quiere decir que no hay que ponerse en situación de peligro, aquí Lucifer sigue otra vez con la tentación de tentar a Dios: y es que rechazar la Cruz, y sustituirla por un largo apostolado, impedía la Salvación de la Humanidad, lo que era tentar en cierta manera a Dios, al imponerle una decisión contraria a su voluntad, que era la Redención del género humano.

Vemos que Satanás nunca tienta directamente ofreciendo el mal, porque sabe que el mal conocido nunca será admitido, siempre aparece como un amigo, que quiere favorecer, ¡Cuanta gente a cazado con esa astucia!

Me presentó el abandono de Dios. Él, el Padre, ya no me amaba. Yo estaba cargado con los pecados del mundo. Le producía repulsa. Estaba ausente, me dejaba solo. Me abandonaba al escarnio de una muchedumbre despiadada. Y no me concedía ni siquiera su divino consuelo. Solo, solo, solo. En esa hora solo estaba Satanás al lado del Cristo. Dios y los hombres estaban ausentes porque no me amaban. Me odiaban y se mostraban indiferentes. Yo oraba para cubrir con mi oración las palabras satánicas. Pero la oración ya no subía a Dios. Caía sobre mí, de nuevo como piedras de lapidación y me aplastaba bajo su cúmulo. La oración, que para mí era siempre caricia hecha al Padre, voz que subía y a la que correspondía la caricia y la palabra paterna, ahora estaba muerta, era costosa, en vano lanzada contra el cielo cerrado.

Entonces sentí la amargura del fondo del cáliz. El sabor de la desesperación. Esto era lo que quería Satanás. Llevarme a desesperar, para hacer de mí un esclavo suyo. Vencí la desesperación, y la vencí solo con mis fuerzas, porque quise vencerla. Solo con mis fuerzas de Hombre. Ya no era sino Hombre. Y ya no era sino un Hombre sin la ayuda de Dios. Cuando Dios ayuda, es fácil mantener elevado hasta el mundo y sostenerlo como juguete de niño. Pero cuando Dios ya no ayuda, hasta el peso de una flor nos resulta fatigoso.

Vencí la desesperación, y a Satanás, su creador, por servir a Dios y a vosotros dándoos la Vida. Pero conocí la muerte. No la muerte física del crucificado - esa fue menos atroz -, sino la muerte total, consciente, del luchador que cae, después de haber triunfado, con el corazón quebrantado, rezumándole la sangre con el trauma de un esfuerzo superior a lo posible. Y sudé sangre por ser fiel a la voluntad de Dios.

Por eso, el ángel de mi dolor me presentó, como medicina para mi agonía, la esperanza de todos los salvados por mi sacrificio.
¡Vuestros nombres! cada uno de ellos fue para mí una gota medicinal infundida en las venas para devolverles el tono y la función; cada uno de ellos significó para mí vida que volvía, luz que volvía, fuerza que volvía. En medio de las inhumanas torturas, para no gritar mi dolor de Hombre y para no desesperar de Dios y decir que era demasiado severo e injusto para con su víctima.

Yo me repetí vuestros nombres, yo os vi. Os bendije desde entonces. Desde entonces os llevé en mi corazón. Y cuando llegó para vosotros la hora de estar en la Tierra, me asomé desde el Cielo y me incliné para acompañar vuestra venida, exultando ante el pensamiento de que una nueva flor de amor había nacido en el mundo y que viviría por Mí.

¡Oh, benditos míos, consuelo de Cristo agonizante! Mi Madre, el Discípulo amado, las Mujeres pías acompañaban mi morir. Pero vosotros también estabais. Mis ojos agonizantes veían, junto con el rostro acongojado de mi Madre, vuestras caras amorosas, y se cerraron así, felices de cerrarse porque os habían salvado, ¡oh, vosotros, que compensáis el sacrificio de un Dios!" 

¡Emocionantes y estremecedoras palabras de Jesús, que nos ayudan a llevar nuestra cruz, y nos llenan de felicidad, solo Dios puede hablar así, como dijo Jesús, "Mis ovejas reconocen mi voz!". 







sábado, 12 de marzo de 2016

EL SANTO Y SEÑA PARA ENTRAR EN EL PARAÍSO ES: "JESÚS, PERDÓNAME PORQUE HE PECADO; TE AMO CON TODO MI SER"

Expulsó al hombre y puso delante del jardín
del Edén un Querubín, que blandía flameante 
espada para guardar el camino del
árbol de la vida (Gen 3, 24)




La única cosa segura que hay en este mundo es que todos moriremos algún día, y que somos más o menos pecadores, todo lo demás hay que ponerlo en duda, aunque venga alguien a convencernos de lo contrario, y lo confirme con milagros.

Dios nos dará la Vida Eterna si lo amamos, y le pedimos perdón, entonces, nunca nos abandonará; ya que nunca abandona a los que le quieren, muy al contrario, como una madre, siempre nos cuida y nos protege.

La gente se condena cuando deja de amarlo, y se aparta de Él, aún así, en este mundo siempre espera que volvamos, y está dispuesto a perdonarnos si nos arrepentimos, como el padre del hijo pródigo de la parábola.

El único peligro de las ovejas es apartarse del Pastor, porque sin su protección, el lobo se apodera de ellas. Lo mismo ocurre con las almas, fuera de la protección del Hijo de Dios, el Demonio tiene las de ganar, por eso intenta por todos los medios romper el lazo de unión que une el alma con Dios, que es el Amor, y muchas veces lo consigue porque Dios deja libertad absoluta al alma, la cual se aparta de Dios cuando es Orgullosa, Desobediente, Irreflexiva y Ociosa. (O.D.I.O.)

Solo el Amor a Jesús nos dará la Vida Eterna, porque crea un lazo que nos mantiene firmemente unido a Él, que es Todopoderoso. Para que ese Amor sea imperecedero, el alma tiene que ser Amable, Maleable, Obediente y Razonable. (A.M.O.R ) 



Del Ángel Azarías (19/1/1.947)


[…] La concupiscencia de ser semejante a Dios, no porque el deseo provenga del conocimiento de vuestra condición y del amor, que os muevan a conseguir una protección que os haga dioses, sino del orgullo, es la misma concupiscencia de Lucifer. Y como toma la forma y la violencia del Rebelde, toma igualmente su tenacidad.

Os dijo vuestro Maestro santísimo: “sed perfectos como mi Padre”. Por eso no es culpa sino obediencia tender a esa perfección que os asemeja a vuestro Padre. Ahora bien, la perfección comporta justicia y en la justicia hay únicamente amor. En la justicia y en el amor hay siempre humildad y sabiduría, y en la humildad y sabiduría, el deseo de ser semejantes a Dios, que no ha de confundirse con el orgullo ni la ignorancia de quererlo ser en poder y en infinitud, afín de hacer las mismas cosas que Él hace y aún mayores, superándolo, dominándole y destronándole, diciendo: “Yo soy”, como trató de hacerlo Lucifer y como lo dijo, sino que permanece puro y todo amor, nada más que amor, Amor que mueve a los hijos a imitar al Padre y al Hermano divinos para ser perfección en la bondad y en la caridad. En eso y no en la sed de hacer las obras estupendas que hace Dios, Creador y Señor del Cielo y de la Tierra.

[…] Hay otros pecados, precisamente con el pecado de concupiscencia espiritual, que se encuentran (¿cómo no?) entre las filas de los católicos que se creen fervorosos, y lo son a su manera. Lo son más con el injusto fervor y con el desordenado amor. En tiempo de Jesús nuestro Señor, ellos estarían en las filas de los Fariseos. Actualmente se encuentran entre los desordenados en religión.

¡Y son tantos…! Son todos aquellos que – lo son únicamente porque no dejan pasar un día sin ir a la Iglesia, respetan la abstinencia y el ayuno a toda costa, hasta el punto incluso de desatender al marido, a la mujer o a los hijos y, de este modo, fomentar en ellos la libertad, que en un buen católico, debería ser el cuidado de impedir que surja; o, faltando a la caridad con un enfermo, se olvidan que la asistencia al que está enfermo es, por la misericordia practicada, rito de honor y de amor hacia Dios que se oculta en el propio enfermo – son aquellos que, porque hacen esto, tienen para su alma una religión desordenada.

Desordenada por ser egoísta. Desordenada por su sed de alabanzas de los hombres que ven su fervor (exterior) y su diaria oración (externa). Más Dios penetra el fondo de los corazones y de las cosas. Ve el verdadero móvil de tantas prácticas, al igual que las consecuencias de las mismas, todas ellas exteriores. Y no las aprueba, porque Dios es Amor y Orden y quiere, por tanto, orden y amor en todas las cosas.





PROFUNDA EXPLICACIÓN SOBRE EL VALOR REDENTOR DEL SUFRIMIENTO




LA BARRA INFERIOR SIMBOLIZA LA BALANZA
QUE SERVIRÁ PARA JUZGAR A LA HUMANIDAD



Esta cruz ortodoxa representa en la barra horizontal superior la inscripción INRI (Jesús el Rey de los Judíos); la otra barra horizontal es el travesaño donde fueron clavados los brazos de Jesús; la barra inclinada inferior representa en el lado izquierdo la parte más alta a San Dimas, y la más baja, al mal ladrón llamado Gestas.

Esta Cruz simboliza también a toda la humanidad: esa barra inclinada, representa al alma redimida que ha soportado sus padecimientos sin acritud, amando a Cristo, y el réprobo, que ha maldecido a Jesús por los sufrimientos y las pruebas de la vida. y como Dios paga al alma con la misma moneda que ella usó, en el día del Juicio, unas almas serán amadas y salvadas, o malditas y condenadas, como así está escrito en los Evangelios.



De los cuadernos de María Valtorta 
(Dictado del 19 de Agosto de 1.944)
           

Dice Jesús:

          “Escribe:
         “¡Oh, Señor!, sé que en los días que me haces llorar más, me haces ganar más. Por eso te agradezco que me hagas llorar.
          ¡Oh, Señor!, sé que que en los días que me haces sufrir más, me haces aliviar más los dolores ajenos. Por eso, te agradezco que me hagas sufrir.
          ¡Oh, Señor!, sé que en los días que me haces angustiar más porque te escondes, Tú vas junto a un pobre hermano mío que está perdido. Por eso te agradezco esta angustia.
           ¡Oh, Señor!, sé que en los días que vuelcas sobre mí la onda amarga de la desolación, te entrego a un hermano desesperado. Por eso te agradezco esta onda amarga.

           ¡Oh, Señor!, sé que las tinieblas que me enceguecen, que el hambre que me hace languidecer, que la sed que me hace morir por Ti, debido a Ti, sirven para que, como Luz, Fuente, Alimento, vuelvas a darte al que muere por todas las muertes. Por eso te agradezco mis tinieblas, mi hambre, mi sed.

           ¡Oh, Señor!, sé que mis muertes espirituales en tu cruz significan resurrección para otros tantos muertos en tu cruz. Por eso, te agradezco que me hagas morir.

           Porque creo, ¡oh, Señor!, que todo lo que me haces es para mi bien, tiene como fin el bien, es para gloria de Dios, el Bien Supremo; porque creo que encontraré de nuevo todo esto cuando el verte me haga olvidar todo el  dolor que sufrí; porque creo que mi gozo aumentará con cada sufrimiento; porque creo que para las “víctimas” no hay justicia sino solamente Amor; porque creo que nuestro encuentro se concretará en una sonrisa, en un beso, tu beso, Jesús-Amor, que enjugará completamente las huellas de mi llanto; porque creo todo esto, te agradezco por mis innumerables espinas y te amo aún con mayor amor.

           Tú no me has dado el papel de María, que es el mejor, sino tu mismo papel, que es el perfecto, pues es el Dolor.   
           Gracias, Jesús”.
        
           Tienes que decir esto, pero no con los labios, sino con el espíritu persuadido de tal verdad, que te indica quien encarna la Verdad.
            Si para darte un eterno futuro más bello hubiera conocido un camino menos penoso. Lo habría elegido para ti, porque te amo; pero ese camino no existe. Por lo tanto te he dado este por un motivo de infinito Amor.

            Cada lágrima derramada con constante adhesión a la voluntad de Dios, cada lágrima derramada con amor por El que te la pide, cada lágrima que se ha sabido ofrecer, se adorna con el nombre de una obra cumplida por quien llora o de una criatura a la que éste ha llevado a la salvación.

         El llanto no significa culpa. Es un tributo a nuestra condición. La defino “nuestra” porque tu Dios fue también Hombre y lloró y María – la que no albergó miserias por ser inmaculada – lloró porque, siendo Corredentora, tuvo que vivir el dolor que, sin embargo, no le correspondía. Lloraron pues el hombre y la Mujer. Puedes llorar también tú, que eres un alma abrazada a Dios, pero que no eres ni divina ni inmaculada.

             Lo esencial es saber llorar sin que el llanto se convierta en pecado es decir, que sea un llanto sin acrimonia, y haciendo del llanto una moneda para rescatar a los esclavos que Satanás mantiene atados a su galera.
            
            ¡Salva, salva! Y no temas. Dios está contigo”.


miércoles, 9 de marzo de 2016

PALABRAS DE JESÚS SOBRE EL FINAL DE LOS TIEMPOS; PALABRAS DEL SANTO CURA DE ARS EN EL CUADRO DE JESÚS CRUCIFICADO DE VELÁZQUEZ

CRISTO JESÚS EN LA CRUZ DE VELAZQUEZ
PALABRAS DEL SANTO CURA DE ARS


Breve explicación dictada por Jesús a María Valtorta, en donde se describe cuales son los signos que indicarán el final de los tiempos; la persecución que suprimirá el sacrificio perpetuo, así como su duración, la conversión de los Judíos, lo que desatará la furia de Satán, la venida del Arcángel Miguel, que  surgirá para salvaguardar el Reino de Dios, y derrotar a Satanás.



De los Cuadernos de María Valtorta (Daniel 12.)

Dice Jesús.:

“El Arcángel que derrotó a Lucifer y que guarda mi Reino y los hijos del mismo, será el que surgirá como signo celeste en el tiempo último. Será el tiempo en que Israel se unirá con la Roma de Cristo y ya no habrá más dos ramos del pueblo de Dios, o sea el bendito y el maldito por culpa de su deicidio, sino un único tronco, llamado de Cristo porque vive en Mí.

Entonces, dado que se habrá completado el número de los salvados vendrá la resurrección de la carne y los muertos, que yacen en los infinitos cementerios, en los desiertos, en los mares, donde quiera que repose uno que fue un hombre, se alzarán para venir a Mí, el Juez supremo, como la multitud dormida a la que despierta el toque del clarín que llama a asamblea.

¡Como te derramarás jubilosamente sobre mis bienaventurados ese día, oh Luz, Tú que eres un atributo mío y que harás relucir como estrellas a los que conocieron la sabiduría y enseñaron y vivieron la Justicia!

El último periodo – tres años y seis meses – será el más tremendo de los vividos por el hombre y en él Satanás, a través de su hijo, consumido por un supremo rencor – porque ya no existirá la división entre los dos ramos del pueblo de Dios, la división que fue causa de tantos males materiales, morales y espirituales -, empleará sus perfectas, pero también últimas astucias, para dañar, arruinar, matar a Cristo en los corazones y matar los corazones destinados a Cristo.

Los sabios comprenderán la artimaña de Satanás, las innumerables artimañas de Satanás, porque el que posee la verdadera Sabiduría está iluminado, y, por su fidelidad a la Gracia se volverán puros e indudables como el fuego, dignos de ser elegidos para el Cielo. Los impíos seguirán el Mal y practicarán el mal, pues no comprenden el Bien, dado que por espontánea voluntad colmaron su corazón de Mal.

Entonces vendrá el tiempo en que la Iglesia, mancillada más que nunca, ya no podrá celebrar el Sacrificio perpetuo y la abominable desolación se alzará en el Lugar Santo y en los lugares santos, tal como han dicho los profetas y como he repetido Yo, que nunca erro.
Dice Daniel: “Esta abominable desolación durará 1290 días. Bienaventurado el que espera y llega a 1335”.

Esto quiere decir que en los tres años y seis meses que precederán el fin, se reservará un breve tiempo para que los fieles se reúnan con el fin de escuchar la última Palabra, que resonará en el espíritu de cada uno de ellos como invitación al Cielo, mientras Miguel con sus ángeles vencerá a Satanás y a sus demonios.

“Bienaventurado el que espera y llega a 1335 días”, quiere decir: “Bienaventurado el que persevere hasta el fin”, pues será salvado.

A ti te digo: “Ve hasta el plazo establecido (De tu tiempo de vida en la Tierra) y tendrás sosiego, y permanecerás en tu suerte hasta el fin de los días”.  







EL 8 DE MARZO DE 2.016 FIESTA DE SAN JUAN DE DIOS, COPATRONO DE GRANADA.

MUY ANTIGUA ESTATUA DE SAN JUAN DE DIOS
 EN SU BASÍLICA DE GRANADA




Este grandísimo Santo, que vivió en Granada, es hoy famoso en todo el mundo, vivió en Granada por los años 1,550, época de oro de España cuando era la Nación más fuerte del mundo conocido, y donde vivían Santos de la talla de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa de Jesús, de San Pedro de Alcántara, de San Juan de Ávila, y tantas almas que no han pasado a la historia, pero que se entregaron a Dios.

Era una época, en donde en otras naciones, como en Francia, Alemania, Inglaterra, se desarrollaba la reforma Protestante, y las terribles guerras de religión, guerras que no se llegaron a ocurrir en España, gracias a la Inquisición, como así lo reconoció el célebre escritor francés Voltaire, que era anticlerical convencido y enemigo acérrimo de la Iglesia. La Inquisición, que por culpa de la Leyenda negra, promovida por Inglaterra y los Luteranos, causó muchos menos muertos en toda su historia que durante el reinado del criminal Enrique VIII y de su fanática hija Elisabeth.

A San Juan de Dios, Santo de origen portugués, como San Antonio de Padua, Jesús le dijo: "Granada será tu Cruz", y en esta ciudad desarrolló su labor con los más pobres, recogiéndo por las calles, los enfermos y cargando con ellos para llevarlos al hospital. El Señor le ofreció la corona de espinas, que llevó sin acritud, su prédica favorita era pedir diciendo: "Socorrer a los pobres, y le haréis un gran bien a ellos y también a vosotros, porque en el día del Juicio, todo lo que le habréis dado a los pobres, se lo habréis dado a Jesús, porque Él está entre ellos".

San juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, solía relatar en su catecismo, con las lágrimas en los ojos - ya que Dios le había dado el don de las lágrimas, que el Señor otorga a los que tienen un inmenso amor a Dios -  que un día al lavar los pies a un pobre, San Juan de Dios vio en uno de ellos las llagas del crucificado, y le preguntó, con estremecimiento. ¿Pero eres tú, Jesús?

Cuando creció su fama, y que estaba enfermo, se recogió en casa de los Pisas, una noble familia, por orden del Arzobispo, ya que él no quería ir allí. Al sentirse morir, se puso de rodillas al lado de la cama, y así lo encontraron muerto, aún se puede visitar esa casa en Granada conservada como museo.




martes, 8 de marzo de 2016

LA VENERACIÓN DEL SANTO CURA DE ARS A LA SANTÍSIMA VIRGEN: LA INMACULADA CONCEPCIÓN


DIJO LA SEÑORA VESTIDA DE BLANCO A BERNADETTE:
"EU SOY ERA IMMACULADA CONCEPCIOU"



En la Historia del Cristianismo, todos los grandes Santos han tenido una grandísima devoción a la Stma. Virgen María, el Cura de Ars no fue una excepción, en su época, el 8 de diciembre de 1.854, cuando el Papa Pío IX llegó a proclamar el Dogma de la Inmaculada Concepción, que muy pronto sería confirmado por la misma Virgen María en 1858, en sus apariciones en Lourdes  a Santa Bernadette, a la cual, a la pregunta que le hizo la santa, le contestó en el dialecto local, el patois de Lourdes: “Eu soy era Immaculada Concepciou”.




DEL LIBRO DEL CURA DE ARS DE FRANCIS TROCHÚ

Hasta el fin de su vida, los ancianos de Ars han conservado el recuerdo de una fiesta única, en la cual, el párroco Vianney manifestó una alegría extraordinaria, entusiasta. En Noviembre de 1.854, mientras Roma se disponía a celebrar magníficamente  la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, el Cura de Ars, preparaba su humilde  parroquia para tan solemne acontecimiento. Algunos días, antes de la proclamación de esta verdad de fe, cuenta la baronesa de Belvey, oí como el siervo de Dios predicaba un sermón de circunstancias, en el cual recordaba, con transportes de alegría, todo lo que había hecho por María Inmaculada… un escalofrío pasó por todo el auditorio cuando al terminar exclamó: “¡Si para dar algo a la santísima Virgen, pudiese venderme, me vendería!”.

La solemnidad que se acercaba ¿no era para nuestro Santo una ocasión excepcional para testimoniar a Nuestra Señora, un afecto de más de sesenta años? Había amado a María desde niño. Una vez sacerdote, había trabajado con todas sus fuerzas para  propagar su culto. Para convencerse de ello, les bastaba a los peregrinos al ver imágenes de la Virgen en todas las fachadas del pueblo. En cada casa había una imagen en colores de la Madre de Dios, ofrecida por el señor Cura  en la parte inferior de la cual había puesto su firma. En 1.814, el párroco Vianney había colocado una gran estatua de la Inmaculada en el frontispicio de la Iglesia. Ocho años antes, el 1º de mayo de 1.836 “ había consagrado su parroquia a María sin pecado concebida. El cuadro destinado a perpetuar esta consagración, dice Catalina Lassagne, fue puesto en la entrada de la capilla de la Santísima Virgen. Algún tiempo después, mandó hacer un corazón dorado, que todavía hoy pende del cuello de la Virgen Milagrosa. Los nombres de todos los feligreses de Ars, escritos sobre una cinta de seda blanca, están encerrados en este corazón”.

En las festividades de María,  “las comuniones eran cada día más numerosas y la Iglesia no quedaba vacía ni un momento”, por la tarde, la nave y las capillas laterales apenas podían contener tal concurrencia. Es que nadie quería perderse la homilía del párroco Vianney en honor de la Santísima Virgen María; “verdaderamente, era emocionante el entusiasmo con que hablaba de su santidad, de su poder y de su amor”.

Pero cuando se superó, fue el inolvidable del 8 de diciembre de 1.854, cuando el Papa Pío IX definió, “en virtud de la autoridad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y de la suya propia”, que “la bienaventurada Virgen María fue preservada de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción”. A pesar de su cansancio quiso cantar la misa mayor, y usó por primera vez y con gran alegría una magnífica casulla de terciopelo azul bordada en oro, cuyas figuras y finos labores había diseñado el arquitecto Bossan. El coro y la nave lucían sus mejores adornos.

Por la tarde, después de vísperas, “toda la parroquia fue en procesión a la escuela de los Hermanos, donde el señor cura bendijo una imagen de la Inmaculada, regalo suyo, levantada en el jardín”. Por la noche, aparecieron iluminados el campanario, las paredes de la Iglesia y las fachadas de las casas. Se cerró la fiesta con una función religiosa, en la cual, el párroco Vianney tomó la palabra: ¡Que felicidad!, ¡que felicidad!, exclamaba al comenzar la homilía. Siempre había pensado que en medio del resplandor de las verdades católicas, faltaba ese rayo de luz. Era un vacío que no podía faltar en nuestra religión”.

¡Una iluminación! Era una novedad para los feligreses y para el mismo Cura. Antes de salir a contemplar aquella maravilla, el santo en persona, echó las campanas al vuelo; duró tanto el repique, dice Catalina Lassagne “que acudieron de las parroquias vecinas, pensando que se trataba de un incendio”. “El señor Cura paseaba gozoso entre los sacerdotes  presentes y los Hermanos, a la luz de los blandones”. Aquella fiesta fue uno de los días más felices de su vida. Casi septuagenario, parecía haber vuelto a los 20 años. Jamás un hijo se ha mostrado más dichoso de presenciar  el triunfo de su madre. Tan “grande manifestación de júbilo” él mismo la había inspirado y organizado.






  

lunes, 7 de marzo de 2016

ESTREMECEDOR RELATO DEL MARTIRIO DE SANTAS PERPETUA Y FELICIDAD, CUYA FIESTA CELEBRAMOS HOY





Evangelio según San Lucas (14, 25-27):

Como le seguía mucha gente, se volvió y les dijo: "Si alguno viene a Mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo Mío. El que no carga con su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser discípulo Mío".




Dictado 1º de Marzo de 1.944 de los Cuadernos 
de María Valtorta

Están las mártires para entrar en la arena para ser inmoladas. Perpetua, después de escuchar a su padre, que le suplica para que reniegue de su Fe para salvarse ella y su hijo que tenía en brazos, dice:

“Permanezco fiel a mi Señor por el amor que siento por ti y por él. Ninguna gloria terrena otorgará a tu cabeza blanca y a este inocente tanta dignidad como mi muerte. Vosotros alcanzaréis la Fe ¿Entonces, que diríais de mí si, por la vileza de un momento, hubiera renunciado a la Fe? Para triunfar, mi Dios no tiene necesidad de mi sangre ni de tus lágrimas. Pero en cambio, tú tienes necesidad de la sangre y el llanto para alcanzar la Vida. Y también ese inocente los necesita para permanecer en ella. Por la vida que me diste por el júbilo que mi hijo me ha dado, obtengo para vosotros la Vida verdadera, eterna, bienaventurada.

No, mi Dios no enseña el desamor hacia los padres y hacia los hijos. Enseña el amor verdadero. Padre, en este momento el dolor te hace delirar. Pero, luego la Luz se hará en ti y me bendecirás. Desde el Cielo, yo te la enviaré. En cuanto a este inocente, no es que le ame menos ahora que le he dado mi sangre para nutrirle. Si la crueldad pagana no se hubiera ensañado contra nosotros, los cristianos, habría sido para él una madre amantísima y él habría sido la finalidad de mi vida.

Pero Dios es más grande que la carne que ha nacido de mí y el amor que hay que consagrarle es infinitamente mayor. Ni siquiera en nombre de la maternidad puedo posponer el amor hacia Él por el amor de una criatura. No. No eres el esclavo de tu hija. sigo siendo, siempre tu hija, que te obedece en todo menos en esto: en renunciar por ti al verdadero Dios. Deja que se cumpla la voluntad humana. Y, si me amas, sígueme en la Fe. En ella encontrarás a tu hija, y será para siempre, porque la verdadera Fe concede el Paraíso y mi Pastor Santo ya me ha dado la bienvenida en su Reino”.

Aquí cambia la visión, porque veo entrar en la celda a otros personajes: son tres hombres y una mujer muy joven. Se besan y abrazan recíprocamente. También entran los carceleros para llevarse al hijo de Perpetua. Esta vacila como si hubiera recibido un golpe. Pero reacciona...

Su compañera la consuela, le dice: “Yo también he perdido a mi criatura. Pero no está perdida. Dios ha sido bueno conmigo. Me ha concedido que le engendrase para El y su bautismo se engalana con mi sangre como con piedras preciosas. Era una niña… hermosa como una flor. También tu niño es hermoso, Perpetua. Pero para hacerles vivir en Cristo, estas flores necesitan nuestra sangre. De este modo les daremos doblemente la vida”.

Perpetua coge al pequeñuelo, que había acostado en el jergón y que ahora duerme contento y saciado, y se lo da al padre, tras haberle besado levemente para no despertarlo. Luego le bendice, baña sus dedos en las lágrimas que brotan de sus ojos y traza una cruz sobre la frente y otra sobre las manecítas, sobre los piececítos, sobre el pecho. Hace todo esto con tal dulzura, que el niño sonríe en el sueño como si recibiera una caricia.

Luego los condenados salen, los soldados les rodean y les acompañan a una oscura cavea de un anfiteatro a la espera del martirio. Transcurren las horas rezando y cantando himnos sacros y exhortándose recíprocamente al heroísmo.

Ahora me parece que también yo estoy en ese anfiteatro, que ya he visto antes. Está abarrotado de gente de piel oscura, aunque también hay muchos romanos. La multitud rumorea sobre las gradas, se agita. A pesar del velario que han tendido de la parte que da al sol, la luz es intensa.

Me parece que en la arena ya ha habido juegos crueles porque está manchada de sangre; hacen entrar en ella a los seis mártires, van en fila. La multitud silba e increpa. Perpetua está a la cabeza de los seis mártires, que avanzan cantando. Se detienen en medio de la arena y uno de ellos se dirige a la multitud.

“Sería mejor que demostraríais vuestro coraje siguiéndonos en la Fe, en vez de insultar a gente inerme que devuelve vuestro odio rezando por vosotros y amándoos. ¡Oh, embusteros que pretendéis ser civilizados y aguardáis que una mujer dé a luz para matarla luego tanto en el cuerpo como en el alma, porque la separáis de su criatura! ¡Oh, crueles que mentís para matar, porque sabéis que ninguno de nosotros os hace daño y que menos que nadie os lo hará una madre, pues piensa solo en su criatura!

Las varas con las que nos habéis azotado, la prisión, la tortura, el haber arrebatado dos hijos a sus madres, no mudarán nuestro corazón; no lo cambiarán en cuanto al amor a Dios y tampoco en cuanto al amor al prójimo. Tres veces, siete veces, cien veces daríamos la vida por nuestro Dios y por vosotros; la ofreceríamos para que llegarais a amarle. Por eso rezamos por vosotros mientras el Cielo ya se abre sobre nuestras cabezas; Padre nuestro que estás en los cielos…”. Los seis santos mártires rezan de rodillas.

Se abre la puerta baja e irrumpen las fieras; creo que son toros o búfalos salvajes por lo impetuoso de su carrera que les hace asemejar a bólidos. Embisten al grupo inerme como si fuera una catapulta adornada por puntiagudos cuernos. Levantan los cuerpos con sus cuernos, los arrojan por el aire como si fueran harapos, vuelven a estrellarse contra el suelo, los pisotean. Como ebrios por la luz y el clamor, huyen y luego vuelven a embestir.

Con una cornada, un toro alza a Perpetua como si fuera una pajuela y la arroja a muchos metros de distancia. Pero, a pesar de estar herida, se levanta y su primer gesto es de ajustarse las ropas, desgarradas a la altura del seno. Sosteniendo la túnica con su mano derecha, se arrastra hacia Felicitas, que está tendida cara al cielo, con el cuerpo desgarrado, y la cubre, la sostiene haciendo escudo a la herida con su cuerpo. Las fieras vuelven a herir hasta que los seis agonizantes quedan tendidos en la arena. Entonces los bestiarios hacen volver a las fieras a sus cubiles y los gladiadores rematan la obra.

Pero el que le toca a Perpetua no sabe matar; no se comprende si es por piedad o inexperiencia. La hiere, pero no en el punto justo. Con un hilo de voz y una sonrisa dulcísima, Perpetua le dice: “Ven aquí, hermano a que te ayude “. Luego apoya la punta de la espada contra la carótida derecha, dice: “¡Jesús, me encomiendo a Ti! Empuja, hermano, yo te bendigo” y vuelve la cabeza hacia la espada para ayudar al inexperto y turbado gladiador.


Dice Jesús:

“Este es el martirio de mi mártir Perpetua, de su amiga Felicitas y de sus compañeros. Solo era rea de ser cristiana, aunque aún era catecúmena. Más, ¡Cuán intrépido era su amor por Mí! Al martirio de la carne unió el del corazón y así también Felicitas. Si sabían amar a sus verdugos, ¿Cómo habrán sabido amar a sus propios hijos?

Eran jóvenes y felices con el amor del esposo y de los padres, en el amor de su criatura. Más hay que amar a Dios sobre todas las cosas. Y ellas le aman así. Se desgarran las entrañas al separarse de su pequeñuelo, mas la Fe no muere. Ellas creen, creen firmemente, en la otra vida. Saben que solo la logrará quien fue fiel y vivió según la Ley de Dios.

El amor es ley en la ley, ya sea el amor a Dios o el amor al prójimo. ¿Qué amor puede ser mas grande que el de dar la vida por quienes se ama, así como la dio el Salvador por la humanidad que amaba? Ellas ofrecen su vida porque me aman y para llevar a otros a amarme y a poseer, de este modo, la Vida eterna. Ellas quieren que alcancen la vida de mi Reino los hijos, los padres, los esposos, los hermanos y todos aquellos a quien aman - por amor vinculado a la sangre o por amor vinculado al espíritu – y, entre ellos, también los verdugos, pues Yo he dicho: “Amad a quienes os persiguen “. Y para guiarles a mi Reino, trazan con su sangre un signo que va de la Tierra al Cielo, un signo que resplandece, un signo que llama.

¿Qué es sufrir? ¿Qué es morir? Es solo un instante fugaz. En cambio la vida eterna no acaba. Ese instante de dolor no es nada respecto al futuro de gozo que les espera. ¿Qué son las fieras? ¿Qué son las espadas? ¡Son algo bendito, porque dan la Vida!

La única preocupación que les inquieta - pues el que es santo debe de serlo en todo – es de conservar la pudicia. Es el momento del martirio, no se cuidan de la herida sino de las ropas desordenadas pues, aunque no son vírgenes no por eso dejan de ser púdicas. El verdadero Cristianismo lleva siempre a la virginidad del espíritu. Por eso esta sublime pureza se mantiene aun donde el matrimonio y la prole han quitado ese sello que hace ángeles a los vírgenes.

El cuerpo humano lavado por el Bautismo, es un templo del Espíritu Santo. Por lo tanto no debe ser violado con modas inverecundas, con inverecundos uso. Sobre todo de la mujer que no se respeta a sí misma, no puede engendrar sino una prole viciosa y una sociedad corrupta; de ella se aparta Dios y en ella Satanás ara y siembra sus tormentos, que os llevan a la desesperación”.








viernes, 4 de marzo de 2016

III/ III EL SANTO CURA DE ARS CONDECORADO POR EL EMPERADOR NAPOLEON III COMO CABALLERO IMPERIAL DE LA LEGIÓN DE HONOR





Por este pasillo de su casa, el Cura de Ars se dirigía a la Iglesia a la 1 de la madrugada, para comenzar su jornada confesando a los peregrinos hasta las 6,30 horas, momento en que se preparaba para celebrar la Misa de las 7. Una vez atravesada la puerta que se ve al fondo, tardaba no menos de un cuarto de hora en cruzar la estrecha calle que la separa de la iglesia, porque los peregrinos lo rodeaban apretujadamente.

Hoy día que se habla tanto y tanto de evangelización, de ecumenismo, de diálogo y de acercamiento hacia los renegados que se han separado, ellos o sus antepasados de la verdadera fe, aparece la figura del Santo Cura de Ars, que sin aplicar ninguna de esas recomendaciones, en un país que venía de sufrir una de las más atroces persecuciones religiosas nacidas de la Revolución francesa, logra transformar un pueblo irreligioso, y una nación pagana, solo con su santidad, que ha alumbrado no solo a Francia, pero también al mundo entero.

¿Por qué no se quiere entender que de la misma manera que en una guerra, las batallas se ganan con unos soldados y unos mandos, perfectamente formados, y equipados para luchar contra el enemigo, de la misma manera, la Iglesia tiene que tener unos elementos que llegarán a imponerse a sus enemigos naturales, y a convertir a los indecisos con la Santidad de sus miembros.

Naturalmente, los enemigos de la Iglesia, dirán que los métodos de la época del Cura de Ars, no se pueden aplicar hoy día, eso es lo que decía en la Parroquia de San Juan María Vianney, cura de Ars, de Granada su párroco, "Los métodos del Cura de Ars, no se pueden aplicar hoy día", decía en su homilía, en la cual asistí; con mi familia. Es verdad que los métodos no son inamovibles, pero la Doctrina es la que no puede cambiar, es el mundo que tiene que adaptarse a ella, y no al revés. 




DE LA VIDA DEL CURA DE ARS DE FRANCIS TROCHÚ


El movimiento que arrastraba a las multitudes hacia Ars llegó a interesar a los poderes públicos. El gobierno civil de Ars consideraba al Rdo. Vianney como hombre tan popular como bienhechor. El 30 de junio de 1.855, el subprefecto de Trevoux, marqués de Castellane, escribía al obispo de Belley.

Monseñor:
Tengo el honor de remitiros una copia del informe que acabo de enviar al señor Prefecto, con la intención de que se conceda al Cura de Ars una distinción honorífica. No dudo de que el gobierno del Emperador, deseoso de recompensar el verdadero mérito, tendrá en cuenta los eminentes servicios que presta cada día el Rvdo. Párroco Vianney.

El informe del marqués de Castellane empezaba así:
Señor Prefecto:
En un reducido municipio de mi jurisdicción, cuya población es de 510 habitantes, hay un cura a quien una santidad evangélica y una eminente piedad han acarreado una celebridad europea.
El nombre del Rvdo. Vianney, Cura de Ars, se adivina en las siguientes líneas, por generales que sean.
El municipio de Ars, que era antes el más ignorado entre todos los de mi distrito, ve hoy como afluyen a él multitudes prodigiosas de peregrinos.
Ha sido menester organizar servicios de transportes, y desde hace mucho tiempo, funcionan con regularidad…
Este concurso de gentes que dura desde hace años, y que se debe únicamente a la reputación de santidad de un modesto sacerdote, constituye un hecho verdaderamente milagroso en un siglo que ha heredado doctrinas antirreligiosas y hostiles a la fe cristiana.
La confianza de las gentes en el Cura de Ars es ilimitada; es aquella fe evangélica que transporta las montañas.
Se mencionan infinidad de hechos que sería difícil explicar por causas puramente naturales. Lo limitado de este informe no me permite consignarlos. Baste hacer constar que no hay nada de charlatanismo en la manera de obrar del venerable Cura de Ars.
El párroco Vianney es un segundo San Vicente de Paul, cuya caridad obra milagros…
Finalmente, el subprefecto de Trevoux, después de haber enumerado las obras debidas a la iniciativa del Santo, concluye con estas palabras:
Aún desde el solo punto de vista material, es un hombre eminentemente útil. Por consiguiente, tengo el honor, señor Prefecto de rogar a Ud. tenga a bien proponer, con motivo de la próxima fiesta de su Majestad, que el Rvdo Vianney, cura de Ars, sea nombrado caballero de la Orden Imperial de la Legión de Honor.

Al recibir esta exposición, el prefecto de Ars, conde de Goëtlogon, hizo las gestiones necesarias cerca del señor Fortoul. Ministro de instrucción Pública y de Cultos; y el día 11 de agosto, el señor ministro tenía el gusto de comunicar al obispo de Belley que, por decreto especial del mismo día, la cruz de caballero era otorgada al Cura de Ars.

El nombramiento apareció en los periódicos, y el nombre del párroco Vianney obtuvo un eco de piadosa y simpática curiosidad. El alcalde, señor des Garets, comunicóle la noticia. “¿tiene asignada alguna renta esta cruz?... ¿me proporcionará dinero para mis pobres? – preguntó el santo sin manifestar contento ni sorpresa.
-No. Es solamente una distinción honorífica.
-Pues bien, si en ellos nada ganan los pobres, diga Ud. al emperador que no la quiero”.

Naturalmente, el conde des Garets no se encargó de una misión tan original. Más he aquí que un pintor, pensando que así sería bien recibido, ofreció sus servicios al señor canónigo Vianney, caballero de la Legión de Honor. El pobre artista quedó bien decepcionado. “Quieren de toda manera, escribía el 8 de agosto a la condensa des Garets, hacer el retrato del señor cura. El se niega y dice riéndose: Le aconsejo a Ud. que me pinte con la muceta y la cruz de la legión de Honor, y que abajo escriba: “¡Nada, orgullo!”.

Un sacerdote, aludiendo a estas insignias, le decía bromeando: “Señor cura, todas las potestades de la tierra os condecoran. No dejará Dios de condecoraros en el Cielo.
- Esto es lo que me da miedo, dijo el santo con cierta seriedad: que cuando venga la muerte y me presente a Dios con estas bagatelas, me diga: “Vete, ya has recibido tu recompensa”.

Mons. Chalandon, en su calidad de oficial de la Legión de Honor, recibió el encargo de imponer la cruz al cura de Ars. No sabemos por qué causas fue aplazada la ceremonia hasta noviembre. En este intervalo, el Rvdo. Vianney recibió de la Cancillería un pliego en el cual se le pedían doce francos por el envío del título y de la cruz, ¡Doce francos!... dijo sobresaltado. Pero ¿Acaso no he rehusado?... ¡No, de ninguna manera, prefiero emplear ese dinero en alimentar a doce pobres”. La nota fue entregada al Rvdo. Toccanier, quien sin saberlo el Rvdo. Vianney satisfizo su importe. “Yo no envié el dinero, decía más tarde y, sin embargo, ellos me enviaron la cruz”.

En octubre, el Prefecto, católico practicante, fue en persona a felicitar el nuevo legionario. El encuentro tuvo lugar en la plaza del pueblo. Después de los primeros saludos, díjole el Santo: “Señor Prefecto, le ruego que dé esta cruz a personas más dignas. En lugar de esto, preferiría algo para mis pobres".

-Pero si el Emperador le ha concedido la cruz más para honrar a la Legión que para honrarle a Ud…”
Iba a continuar, cuando el párroco Vianney le interrumpió con esta frase que pronunció con amable sonrisa: “Señor Prefecto, yo ruego a Dios que le conserve mucho tiempo en el departamento del Ain, para que pueda hacer mucho bien con sus buenos consejos y, sobre todo con sus buenas ejemplos”. Y dicho esto, entregó al conde de Coëtlogon una medalla de la Santísima Virgen, le saludó y se metió en el confesionario.

Llegó el mes de noviembre. Mons. Chalandon, delegado oficial para la entrega de la cruz, se acordó de lo que le había ocurrido hace unos tres años la nueva y hermosa muceta del canónigo Vianney. Pensó sin juzgar temerariamente, “que la cruz de la Legión de Honor iría a parar también en el cepillo de los pobres”. Y, ¿valía la pena que el primer pastor de la diócesis se tomase la molestia de ir a entregar al incorregible Cura de Ars una alhaja que sería trocada en moneda quizá por la noche del mismo día? El prelado creyó subdelegar al sucesor del Rvdo. Raymond, al excelente Padre Tocannier.

Este, pues, recibió del obispo de Belley el pequeño estuche sellado con un gran precinto rojo que encerraba la estrella dorada. A eso del mediodía, el Rvdo. Toccanier aprovechó un momento en que el Rvdo. Vianney estaba solo en su cuarto para presentarle el cofrecito con el sello imperial. El hermano sacristán, los Hermanos profesores, Catalina Lassagne y Juan María Chaney, que estaban advertidos, se ocultaban en el rellano de la escalera. Cuando el Rvdo. Toccanier empezó a hablar, los curiosos aparecieron.

“Señor Cura, dijo el joven misionero, tal vez sean reliquias que os envían.” El siervo de Dios no quiso entender la broma, y deseoso de venerar las reliquias, rompió el precinto de cera.
-¡No es más que eso!, dijo al ver la honrosa joya.
-Advierta, señor Cura que esta condecoración remata en una cruz, bendígala Ud. Y cuando con amplio ademán la hubo bendecido, díjole el Rvdo. Toccanier: ahora permítame que la ponga por unos momentos en su pecho.

- ¡Oh, amigo mío!, ya me guardaré bien de ello. Podrían decirme lo que San Benito dijo al escudero del rey Totila que le salió al encuentro con la púrpura real: Quítate estas insignias de una dignidad que no te pertenece.
Y poniendo la cruz de la Legión de Honor en la mano del “subdelegado” episcopal: “Tome, amigo, le dijo: sea tan grande su placer al recibirla como lo es el mío en dársela”.
De esta manera fue condecorado “el pobre Cura de Ars”. No habiendo permitido que le pinchasen la sotana, solo una vez había de ostentar la cruz de caballero: ¡Sobre su ataúd!

¿Cómo explicar, en nuestro Santo, este desprecio de los honores y de los intereses de la Tierra? Se ha dicho de él: Dios le apasionaba el corazón. No podía por lo tanto, hallar alegría y descanso fuera de los pensamientos y de las cosas religiosas. Únicamente amaba las fiestas de la Iglesia.

Lo absurdo de hoy es que hay Prelados como su Eminencia Monseñor Amigo, el Cardenal emérito de Sevilla que reciban condecoraciones y reconocimientos y que alaben los gobiernos que votan leyes que atacan los mandamientos de la Ley de Dios, diciendo, como lo oí personalmente en un canal de T.V. "Hay que mimar a los miembros de los partidos políticos, sean del color que sean".





  


miércoles, 2 de marzo de 2016

II/ III EL SANTO CURA DE ARS NOMBRADO CANÓNIGO DE BELLEY



LA GRANDEZA DE UN SANTO ES SIEMPRE PROPORCIONAL
 A SU GRADO DE HUMILDAD




Dedicado a cierto Prelado, homenajeado en varias ocasiones con múltiples condecoraciones por el Gobierno Socialista de Andalucía, que ha sido el promotor de las leyes sobre el aborto libre y gratuito a las menores de edad, permitiendo las relaciones sexuales con mayores, incluso sin el consentimiento de sus padres, y otras leyes anticristianas, promovidas por la ex ministra Aido, prelado que tuve el “honor” de oír en la Televisión Andaluza, afirmando que “hay que mimar a todos los miembros de los partidos políticos, sean del color que sean”. (Sic)




DE LA VIDA DEL CURA DE ARS DE FRANCIS TROCHÚ


Puede asegurarse sin peligro de error que, hacia el año 1.850, el Rvdo. Jean Marie Vianney, Cura de Ars, era el sacerdote más célebre de toda Francia. Ya hacía diez años que en Paris, lo escogido de la sociedad se congregaba en torno a la catedral de Nôtre-Dame. Pero ya el humilde cura, cuya Iglesia nunca se vaciaba, era más conocido que el elocuente predicador Lacordaire. Sin embargo, una celebridad de tan buena ley no le había valido ninguna distinción. “¡He aquí el santo!”, exclamaba la multitud a su paso. Toda otra gloria parecía perderse en esta. Por esta razón, Mons. Devie, que le tenía en gran estima, juzgó conveniente nombrarle canónigo de la catedral. Además, la costumbre se oponía a que un simple cura recibiera este honor.

Mons. Chalandon, que sucedió a Mons. Devie (25-6-1.852), no tuvo el mismo parecer que su venerable antecesor. Obispo auxiliar desde hace dos años, había tenido ocasión de conocer al Rdo Vianney. Una de sus primeras resoluciones fue dar la muceta, contra toda costumbre al sacerdote más digno de su diócesis.

Tres meses, día por día, después de su elevación a la sede de Belley – el lunes 25 de Octubre – el joven prelado, acompañado de su vicario general, señor Poncet, y del conde Próspero des Garets, apareció en el umbral de la Iglesia de Ars. El Rvdo. Raymond, advertido de la visita, les estaba esperando. El cura de Ars confesaba en la Sacristía.

Le anuncian la llegada de su Ilustrísima. Revestido con la sobrepelliz de manga estrecha, , se apresura a través de la multitud de penitentes, para ofrecer  agua bendita al prelado, según dispone el ritual. Al mismo tiempo, como es la primera vez que le saluda como obispo cree ser deber suyo, ofrecerle un breve discurso… Pero Monseñor oculta algo bajo su muceta. Con un movimiento rápido, el prelado sacó el objeto misterioso: los pliegues de seda negra y roja, adornados  de blanco armiño muestran sus reflejos de tornasol.

El cura de Ars lo ha comprendido: “No, Monseñor, dice rehusando; dad eso a mi vicario; lo llevará mejor que yo.” Protesta inútil. Ayudado de los Rdos. Poncet y Raymond, el obispo impone al cura de Ars la muceta de canónigo honorario; esta queda atravesada y, como el interesado se esfuerza de desasirse de ella, a duras pena puede el prelado abrocharla a la altura de los hombros. Entretanto han entonado ya el Veni Creator. Las últimas palabras de protesta del canónigo Vianney quedan ahogadas por la voz de los cantores, y el prelado entra en la Iglesia.

Nuestro pobre cura, refiere la señora del castillo parecía un condenado a muerte con la cuerda atada al cuello y camino del cadalso. Se refugió en la sacristía. El señor des Garets fue tras él y lo encontró cuando se arrancaba su dichosa muceta. El alcalde no pudo determinarle a que la conservase puesta, sino haciéndole presente que de lo contrario haría injuria al obispo.
Entonces, dice el hermano Atanasio, en lugar de ponerse en el sitio de costumbre, se retiró detrás de la puerta de la sacristía como pretendiendo ocultarse. Le dijo al oído: “Señor cura, no se quede usted aquí: está en plena corriente de aire – estoy muy bien aquí, déjeme Ud”, me respondió.

Se celebró en la Iglesia una breve ceremonia, durante la cual, el obispo de Belley dirigió la palabra al pueblo. Naturalmente el tema fue la promoción  del santo cura al canonicato de honor. El nuevo canónigo, estaba tan desconcertado, que no cuidaba de arreglar su muceta, cada vez más atravesada. “Hubierase dicho, refiere Juan Bautista Mandy, hijo del antiguo alcalde, que el señor cura tenía espinas en la espalda”. Cuando se dirigió de esa manera a la casa parroquial al lado de Monseñor, una de sus parientes que no estaba al corriente de lo que pasaba (Magdalena Mandy Scipiot), “no lo reconoció”; si hay que dar crédito a sus palabras, “tenía el aspecto de un condenado a muerte”. “Aquello fue, dijo la condesa des Garets, la escena más divertida que se puede uno imaginar”.

El prelado partió y, una vez pasada la emoción, el canónigo Vianney consideró que le había hecho un buen regalo. Enseguida trató sacar de él recursos para sus obras, y buscó… un comprador.

Acababa de llegar de Villefranche , refiere la señorita Marie Ricotier, y fui a dar cuenta al señor cura de un encargo que me había hecho. “llega Ud. en muy buena ocasión, me dijo, quiero venderle mi muceta. La he ofrecido al señor cura de Amberieux (el Rvdo. Borjou) y se ha negado a darme por ella 12 francos; Ud. me dará por lo menos 15…
-         Es de más precio
-         ¿le parece bien 20?

Puse 25 francos en sus manos, y añadí:” No es todavía su verdadero valor, pero ya me enteraré”. Supe que la muceta había sido confeccionada en el noviciado de las Hermanas de san José de Bourg, y que había costado 50 francos. Dile 25 francos más y le dije: “Su muceta de canónigo es mía, pero el usufructo de la misma es suyo” Se puso el señor Cura tan contento que exclamó: “¡Oh, que Monseñor me dé otra, y sacaré dinero!”.

Quiso empero que me la llevase. “Si en alguna ocasión, replicó, el señor obispo exige que se me la ponga, siempre la encontraré en su casa”.
Y con la conciencia tranquila, escribía diez días después al prelado para hacerle partícipe de su dicha:

Monseñor, la muceta que tuvisteis la caridad de darme, me ha  causado un gran placer; pues no tenía bastante dinero para completar la fundación, y la he vendido por 50 francos. Con este precio, he quedado muy contento.

En adelante, no quiso jamás, a pesar de reiteradas instancias, aparecer vestido de canónigo, ni en presencia de su obispo. El Rvdo. Toccanier le dijo un día: “Pero, señor Cura, por qué no lleva Ud. la muceta?? - ¡Ah!, amigo mío, respondió sonriendo, vea Ud.: soy más listo de lo que se imaginan: se disponían a burlarse de mí, al verla sobre mis hombros, y yo los he cogido a todos.

 -Sin embargo, por atención hacia Monseñor, debía Ud. llevarla. Ud. es el único a quien el nuevo obispo ha querido honrar: después de Ud., no ha nombrado más canónigos.

-¡Oh!, replicó el humilde sacerdote, “es que el señor obispo lo ha hecho con tan poca fortuna la primera vez, que no ha querido repetirlo”.










martes, 1 de marzo de 2016

I /III VIDA DE JEAN MARIE VIANNEY, EL SANTO CURA DE ARS, PATRÓNO DE LOS SACERDOTES DEL MUNDO ENTERO (De Francis Trochú)









Leyendo la Vida del Santo Cura de Ars, nos estamos dando cuenta de la distancia tan grande que nos separa de la santidad, y de lo que es el santo temor de Dios, tan ignorado en nuestros días, en donde se predica insistentemente el dios "merengue", insensible al pecado, puesto en plan de igualdad con la virtud, un dios hecho a medida del relativismo actual, predicado insistentemente por muchos pastores: "¡Hay que estar a gusto con sus pecados!".

Pidamos al Santo Cura, Patrono de los sacerdotes del mundo entero, que nos ayude en nuestros sufrimientos que, como lo dice San Juan de la Cruz, son directamente proporcionales a nuestras imperfecciones y al grado de santidad al cual Dios nos quiere llevar, y que vendrán por los múltiples acontecimientos provocados por todas las personas que nos rodean, para así poder limpiar y desarraigar con fuerte lejía y estropajo, las imperfecciones de nuestras almas, y así lograr infundirle una profunda humildad, atributo necesario para asegurar la permanencia de Dios en nuestro corazón, que es condición necesaria para alcanzar la Vida Eterna.



Los deseos de soledad y
el Santo temor de Dios

¡Ah, decía entre gemidos, no es el trabajo lo que cuesta; es la cuenta que hay que dar de la vida de párroco en el día del Juicio!; le dijo a un predicador que había venido a su parroquia, y que le aseguraba al Cura de Ars su santidad: Ah, amigo mío suspiró el Santo, tomando de repente una expresión grave, casi angustiosa: "Ud. no sabe lo que es pasar de una parroquia al tribunal de Dios".

Le escribió en múltiples ocasiones a su Obispo para que le dejara ir a la Trapa ¡para llorar sus numerosos pecados!, buscaba la soledad que le podría según creía, acercarse más a Dios. Decía en su carta al Obispo: "Que vuestro corazón, Monseñor, me perdone todas las molestias que os he causado... Tengo gran confianza en que vuestra excelencia me concederá esta gracia que le pido. Bien sabéis que no soy sino un pobre ignorante. Este es el parecer de todo el mundo. Firmaba sus cartas: Juan María Vianney, pobre Cura de Ars, la carta no tuvo éxito, más tarde el Obispo recibirá esta petición apremiante:

Monseñor, voy debilitándome de día en día. He de pasar parte de la noche en una silla y he de levantarme tres o cuatro veces en una misma hora. Me desmayo en el confesionario y me pierdo por espacio de dos o tres minutos. A causa de mis achaques y de mis años, quiero decir adiós a Ars para siempre, Monseñor.
Esta vez firma: Vianney, pobre y desgraciado sacerdote.

En 1843, el cura de Ars creyó llegado su fin - ya muy fatigado había escrito, hace más de dos años, su testamento: "Doy mi cuerpo de pecado a la Tierra y mi pobre alma a las tres Personas de la Santísima Trinidad".

El Santo cura sobrevivió a esta grave enfermedad, y diez días después, no había ya lugar a dudas. El Señor alcalde, Conde de Garets fue a visitar al Santo, aún convaleciente. Lo encontró en su cuarto apoyado en su cama y derramando abundantes lágrimas. "¿Pero, qué le pasa a Ud?” le preguntó el señor alcalde. "¡Oh!, respondió el Cura de Ars, nadie sabe las lágrimas que han caído sobre este lecho, después de once años que voy en pos de la soledad... ". Y acabó diciendo entre sollozos. "¡Siempre me ha sido negada"!




LAS IMPONENTES PENITENCIAS DEL SANTO
 CURA DE ARS


[…] Cuando el Rdo. Vianney se ausentó de Ars por espacio de quince días, durante la misión de Saint-Trivier, una terrible noticia conmovió a sus parroquianos. Corrió la voz de que su cura había muerto de fatiga en el confesionario. El rumor que no carecía del todo de fundamento, fue pronto desmentido. Provenía del hecho de que al marchar a Saint-Trivier, había partido en ayunas, se había extraviado entre las nieves y había caído desmayado… Para confesarse con él, acudieron de todas las parroquias vecinas. Muy de mañana se iba a la Iglesia y oía a los penitentes hasta el mediodía. La Iglesia era glacial y le llevaron un braserillo para los pies; él lo aceptó por cumplimiento, pero lo dejó a un lado, sin hacer ningún uso.

En Montmerle, durante el jubileo de 1.826, por falta de lugar en la casa parroquial, se alojó en la casa de la señora Montdésert, que vivía en la calle de los Mínimos, junto a la Iglesia. Apenas instalado en la casa de esta venerable sexagenaria, que ejercía sin ninguna retribución las funciones de sacristana, el cura de Ars pidió en secreto a la criada que le hirviera un puchero de patatas y se lo subiera al cuarto. Acabado el Jubileo, el párroco de Montmerle fue a dar las gracias a la complaciente señora y a abonar los gastos que le hubiera ocasionado su huésped. “¡Ah, señor Cura, por un par de trapillos, no vale la pena….

-   ¿Pero, y la alimentación? En la casa parroquial no ha comido.
-    Aquí, tampoco no ha comido nada – replicó la señora Montdésert. Solamente estaba aquí cinco minutos hacia el mediodía.

Entonces intervino la criada y refirió lo que queda dicho. Subieron a su cuarto y encontraron la olla completamente vacía detrás de la campana de la chimenea. El Rdo. Vianney, durante los diez días que estuvo en Montmerle, sin dejar por decirlo así, la Iglesia, no había comido más que aquellas patatas. El cura de Montmerle hizo una investigación en su parroquia. Su santo colega no había comido ni una vez en casa de persona alguna.