Oración de Madame Elisabeth, en 1793, hermana de Louis XVI Rey de Francia en la Cárcel del Templo, antes de ser guillotinada |
Madame Elizabeth de Francia
Cárcel del Templo
1793
¿Que me ocurrirá hoy Oh Dios mío?, yo lo ignoro. Todo lo que sé, es que no me ocurrirá nada que no hayáis previsto de toda eternidad. Me complacen vuestros destinos eternos, me someto a ellos de todo corazón, los quiero todos, los acepto todos, os los ofrezco todos en sacrificio, y los uno todos con los de vuestro querido Hijo Jesús, mi Salvador, pidiéndoos por su Sagrado corazón y sus méritos infinitos, la paciencia en nuestros sufrimientos, y el perfecto sometimiento que os debemos, para todo lo que queráis y permitáis.
Génesis
15,1-12.17-18.
En aquellos días, la palabra del Señor llegó a Abrám en una
visión, en estos términos: "No temas, Abrám. Yo soy para ti un escudo. Tu
recompensa será muy grande".
"Señor, respondió Abrám, ¿para qué me darás algo, si
yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de
Damasco?". Después añadió: "Tú no me has dado un descendiente, y un
servidor de mi casa será mi heredero".
Entonces el Señor le dirigió esta palabra: "No, ese no
será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti.
Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: "Mira
hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas". Y añadió: "Así
será tu descendencia".
Abrám
creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación.
La Santa Fe en la
palabra de Dios, cuando todos los acontecimientos son contrarios, es el gran
don que proviene de Dios, que está ligado con el misterio de la predestinación,
y que ha coronado a Abrám como Padre de todos los creyentes. Esa Fé es
verdadera precisamente cuando todo parece contradecir la promesa de Dios. Como
dijo Santa Bernardita, la vidente de Lourdes, para el que tiene fe, no hacen
faltas milagros, y para el que no tiene fe, y no quiere creer, los milagros son
inútiles.
Entonces
el Señor le dijo: "Yo soy el Señor que te hice salir de Ur de los caldeos
para darte en posesión esta tierra".
"Señor,
respondió Abrám, ¿cómo sabré que la voy a poseer?".
El
Señor le respondió: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos
ellos de tres años, y también una tórtola y un pichón de paloma". El
trajo todos estos animales, los cortó por la mitad y puso cada mitad una frente
a otra, pero no dividió los pájaros.
Las
aves de rapiña se abalanzaron sobre los animales muertos, pero Abrám los
espantó.
Este relato, que es un lenguaje espiritual, es la típica pregunta que hace un alma a su Dios cuando tiene fe: “Señor, ya que me has hecho salir de Ur, que es la perdición de mi alma, ¿Cómo sabré yo, y que tengo que hacer para conseguir la Vida eterna?
Y el Señor contesta diciendo que tenemos que sacrificar, es decir ofrecer a Dios en holocausto las tres potencias del alma que son la memoria, el entendimiento y la voluntad, que como tan bien lo explica San Juan de la Cruz, tenemos que vaciar de nuestros apetitos para que se llenen de Dios, con la tórtola y el pichón de paloma, que son nuestros dones heredados y el pichón que es nuestros deseos. Las aves de rapiña que simbolizan los espíritus del mal, intentan apoderarse de esas ofrendas, y tienen que estar espantadas por el alma.
Al
ponerse el sol, Abrám cayó en un profundo sueño, y lo invadió un gran temor,
una densa oscuridad. Cuando se puso el sol y estuvo completamente oscuro, un
horno humeante y una antorcha encendida pasaron en medio de los animales
descuartizados.
Aquel
día, el Señor hizo una alianza con Abrám diciendo: "Yo he dado esta tierra
a tu descendencia desde el Torrente de Egipto hasta el Gran Río, el río
Eufrates:
Y aquí aparece el
temor, y la oscuridad, y la presencia del horno humeante y de la antorcha
encendida, cuya misión es transformar las tres potencias del alma, la tórtola y
el pichón de paloma, en Dios mismo, a través de las noches activas y pasivas
del sentido y del espíritu, que son como tan bien los explica San Juan de la
Cruz, los medios que Dios tiene para transformar el ser humano de terrestre a
divino.
Ese temor está
explicado por San juan de la Cruz, cuando explica magistralmente como el alma
en ese estado se ve abandonada por Dios, y le parece tenerlo por enemigo, y se
ve condenada para siempre, son el Purgatorio en la Tierra, con terribles
sufrimientos.
Salmo
105(104), 1-2.3-4.6-7.8-9.
¡Den gracias
al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer
entre los pueblos sus proezas;
canten al
Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas
sus maravillas!
¡Gloríense en
su santo Nombre,
alégrense los
que buscan al Señor!
¡Recurran al
Señor y a su poder,
busquen
constantemente su rostro!
Descendientes
de Abraham, su servidor,
hijos de
Jacob, su elegido:
el Señor es
nuestro Dios,
en toda la
tierra rigen sus decretos.
El se acuerda
eternamente de su alianza,
de la palabra
que dio por mil generaciones,
del pacto que
selló con Abraham,
del juramento
que hizo a Isaac.
Himnos de alabanza a
Dios del alma completamente purificada, y que ha logrado con la ayuda de Dios,
el triunfo absoluto contra sus enemigos naturales que son mundo, demonio y
carne.
Evangelio según San Mateo 7,15-20.
Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.
Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.
El demonio, como lo explica San Juan de la Cruz, nunca tienta bajo el aspecto del mal, porque sabe de sobra que el mal conocido no será nunca aceptado, se presenta entonces como un amigo que quiere prestarte ayuda, o como dice el santo, con una verdad que es como la aguja que permite introducir el hilo de la mentira. Hoy día está la Sociedad tan corrompida, que también se disfraza de Pastor para llevar a pastorear a las ovejas incautas a la perdición.