MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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viernes, 21 de abril de 2017

LA FIRMA DEL ARMISTICIO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL, FUE LA QUE PROVOCÓ 20 AÑOS DESPUÉS LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

EL ARMISTICIO DEL 8 DE NOVIEMBRE
El final de una tragedia
(Del historiador francés André Castelot)



Europa después de la primera guerra mundial


                      


        Relato detallado de la Rendición alemana de la primera guerra mundial, que fue de parte de los franceses que representaban a los aliados, una tremenda humillación para los vencidos, lo que provocó la venganza de los alemanes, 20 años más tarde, con la ascensión de Hitler al poder.

      El Mariscal francés Foch generalísimo, trató de una manera humillante a su interlocutor alemán Erzberger este, obligado por de las fuerzas aliadas, y las revueltas internas de su País, que obligaron al Kaiser a abdicar, dijo:  “¡Esto no es un tratado de paz, es un intermedio de 20 años!”

       Al final de 1.939, terminada la guerra civil española, estando ya mi padre, oficial de la Armada Republicana, exiliado en Francia, año de mi venida al mundo, comenzó la 2ª guerra mundial, como así lo predijo la Santísima Virgen en Fátima a los pastorcillos: Hablando de la primera guerra mundial dijo: “Esta guerra se está terminando, si el mundo no se arrepiente y deja de ofender a Dios, vendrá otra peor, pero por fin mi Inmaculado Corazón triunfará, y Rusia se convertirá, profecías que se cumplieron a raja tabla.

          

             Al alba del  7 de Noviembre de 1.918 – una mañana fría y húmeda – el médico-capitán Artaud fue a buscar al capitán Lhuilier, comandante de un batallón del 171 R.I. cuyo puesto de mando estaba instalado en primera línea de fuego, no lejos de la carretera de  la Capelle a Chimay. Venía a comunicarle que ya no quedaban camilleros: todos habían muerto, estaban heridos, o hechos prisioneros. Ambos se miraron angustiados.

          En ese preciso momento llegó un sobre del Estado Mayor Lhuilier lo abrió y leyó:
         -“Los parlamentarios que vienen a pedir el armisticio se presentarán por la carretera de la Capelle a partir de las ocho. Tomen inmediatamente todas las disposiciones para facilitar su entrada en las líneas francesas.”
         Lhuilier levantó la cabeza, sus ojos brillaban, su corazón latía con fuerza. Por fin, la voz quebrada por la emoción, expresó:
         -“Artaud, de ahora en adelante ya no necesitaréis más camilleros.”

          Esa misma noche, a la una y veinticinco de la madrugada, el comandante Riedinger – nombrado poco después general – ordena mandar el telegrama siguiente:
          El mariscal Foch al alto mando alemán: Si los apoderados alemanes desean encontrarse con el mariscal Foch para solicitar un armisticio, tendrán que presentarse en la primera línea francesa por la carretera Chimay, Fourmies, La Capelle. Se darán las órdenes para recibirlos y conducirlos al lugar fijado para  el encuentro.”
          El cuartel general alemán - entonces situado en Spa – capta a las dos y treinta el mensaje de la torre Eiffel. Por la mañana, Hindenburg se lo remite al secretario de Estado Mathias Erzberger que acaba de llegar en tren de Berlin. El que han escogido para presidir la delegación alemana para las conversaciones del armisticio  es un hombrecillo rechoncho, de cara redonda, cuya nariz estaba cabalgada por unos anteojos, era de presencia mediocre. Diputado del Reichstag, ministro de Hacienda del Imperio, fogoso beligerante, es el hombre de esta declaración, que le perseguirá hasta ese día de 1.921 en que será asesinado:
    
          “No tenemos que preocuparnos por atentar en contra del derecho de los pueblos, ni de violar las leyes de la hospitalidad.”
         Se quedó pasmado, el día 6 al mediodía, cuando se enteró de que lo habían escogido por el gobierno Imperial para entregar la suerte de su País en las manos de los vencedores. Antes, como sus colegas del ministerio, oyó al general Groener “primer Comandante general”, describir la situación en estos términos:
         -En resumen, hay que reconocer que la situación militar se ha deteriorado. Si nuestro ejército no está aún derrotado, es debido a la valentía y a la fidelidad al deber que impera aún en la masa de las tropas.
         La opinión del mariscal Hindenburg, como la mía también, es esta: el peor enemigo contra el cual el ejército tiene que luchar es la falta de ánimo debida a la influencia del interior, es el bolchevismo amenazante. La resistencia que el ejército puede oponer a nuestros enemigos exteriores solo puede ser muy limitada, debido a su superioridad numérica y la amenaza de parte de Austria-Hungría. No podemos indicar de una manera precisa cuanto puede durar esta resistencia, ya que depende solo, de la presión interior, y de otra parte de las medidas tomadas en el ejército, así como del estado moral y material de nuestras tropas.

          Este estado moral, empezaba a ser seriamente conmovido. Desde un mes, desde el 6 de Octubre, día en el cual el canciller Max de Bade había solicitado a Wilson la firma de un armisticio, las tropas alemanas habían sido hostigadas por la contra ofensiva aliada. Los ejércitos del mariscal Hindenburg retrocedían sin cesar. El final era aún más evidente debido a un vendaval de revueltas que soplaba contra todo el imperio alemán.
          En Kiel, los marinos – este mismo 5 de noviembre – se habían amotinado. La revolución que iba a obligar al Kaiser, cuatro días más tarde, a abdicar, había comenzado. “Nadie la detendrá, escribió Hindenburg. Solo será por casualidad si el general Groener, cuando vuelva al Cuartel General, pueda escapar de las manos de los revolucionarios. La fiebre empezaba a sacudir a todo el cuerpo de nuestro pueblo.”

          Solo el consejo de Estado, presidido por el príncipe de Bade, no siente subir esa fiebre. El día 7, se le ve discutir acaladoramente – e interminablemente – sobre la oportunidad del voto de las mujeres, mientras que el Imperio Alemán se encuentra en plena descomposición…
          Ese mismo día en Spa, el mariscal Hindenburg recibe a Herzberger, y le declara:
         -¡Es la primera vez en toda la Historia que los políticos y no los militares pactan un armisticio!
          Esta anomalía parece sorprenderle más que el desastre de su ejército, pero se somete “ya que el Cuartel General no puede dar directivas políticas.”

          -Id con Dios, añadió, ¡Y tratad de conseguir lo máximo que se pueda para nuestra Patria!

         Al mediodía, el secretario de Estado sube en el primero de los cinco coches puestos a su disposición. Va con él el Teniente-General von Winterfeld, antiguo agregado militar en Paris, el embajador conde Oberndorf, un intérprete, el capitán von Heldorff y un dactilógrafo, el doctor Blauert.
           “ Acabábamos de dejar Spa, contará el ministro, cuando tuvimos un accidente con mi vehículo. Al tomar una curva, se precipitó contra una casa. El auto que nos seguía,  colisionó con el mío. A pesar del choque, no ocurrió nada grave, proseguimos el viaje en los coches que quedaban. El viaje fue muy lento, debido a la presencia de las tropas alemanas que se batían en retirada. Al atardecer, llegamos hacia las seis a Chimay en donde el general alemán me mandó decir que era imposible proseguir por ese camino.
       - “Para asegurar  la retirada del ejército alemán, las carreteras han sido cortadas por árboles.”
       “Insistí para seguir con el viaje. Un destacamento de pontoneros limpió el terreno de árboles y de minas… “
        
          En el mismo momento una escena análoga tenía lugar en las líneas francesas. El comandante de Bourbon-Busset escogido para recibir a los parlamentarios, se apresura él también para llegar a la cita de La Capelle. Los alemanes, relatará, al batirse en retirada, habían dinamitado los cruces de carretera para tratar de contener nuestro avance. Mi vehículo con los faros encendidos se detuvo ante un enorme socavón que cortaba el camino. Hay que parar para taparlo, me dijo riendo:
       “Mi comandante, supongo que no intentará seguir adelante, necesitamos aún varias horas de trabajo.
          “Pero tengo que pasar adelante, ahora verá Ud. como lo consigo.
          “Llamé entonces a los pontoneros, y enseñándoles la orden recibida:
        “Tengo que ir a buscar a los parlamentarios alemanes que tienen que firmar el armisticio; si no puedo pasar, eso retrasará el final de la guerra. ¡Apañarosla! "
          Dos grandes traviesas se colocaron con entusiasma debajo del chasis del coche, veinte pontoneros levantaron el coche, el cual en esa camilla improvisada, cruzó sin dificultad el embudo.

          Hacia las 17 horas, aparece un oficial alemán a caballo, llevando una bandera blanca y precedido de un corneta: es un teniente del Estado Mayor, en un caballo ajetreado como para una ceremonia y cuya grupa está adornada con un magnífico damero que deja atónicos a los soldados embarrados… Viene para advertir del retraso de los apoderados que solo llegarán por la noche. Es efectivamente hacia las ocho que se oye a lo lejos la llamada de alto el fuego. Enseguida, renqueando sobre la carretera hundida, aparece el convoy alemán con los faros encendidos, atravesando la noche lluviosa y la niebla, se detiene en la prime línea del frente. Cada coche enarbola una bandera blanca, confeccionada con las sábanas de la Señora Keller, una residente de Fourmies. El capitán Lhuillier, se adelanta, sube en el primer vehículo, el cabo-corneta Sellier ocupa el lugar del corneta alemán y al toque de firmes, y del refrán del regimiento, el convoy se aleja despacio hacia La Capelle. Las calles, escribirá Erzberger, llevaban aún indicaciones en alemán. Se podía leer en grandes letras en un imponente monumento: Kaiserliche Kreis. La bandera tricolor francesa ondeaba encima.”

          El convoy se detiene delante de un chalet en donde está esperando el comandante de Bourbon-Busset. El general von Winterfeld, muy abierto, presenta sus compañeros a los oficiales. Erzberger deja estupefactos a todos los asistentes por su aspecto desenvuelto: “Parece un viajero que por una pequeña avería, aprovecha para estirar las piernas.” Varios automóviles franceses acuden. Acompañados por oficiales, los Alemanes se colocan y el convoy arranca despacio hacia San Quintín.

            En el presbiterio de Homblieres, se sirve un frugal almuerzo. “Después de una hora de parada, relata Erzberger, continuamos nuestro viaje por Chauny que estaba completamente destruido. No había ni una casa en pie. Era una colección de ruinas. Bajo la luna, paredes derruidas tomaban formas  espectrales. No había ningún ser viviente alrededor.”
           El convoy arranca otra vez y de pronto, se para en campo raso.
           ¿En dónde estamos?, pregunta Erzberger.
           En Ternier, contesta el comandante de Bourbon-Busset.
           ¡Pero si no hay ninguna casa!
          Efectivamente, había aquí una ciudad. Ha sido sistemáticamente destruida por los soldados alemanes en el repliegue de 1.917, y como lo puede comprobar, no hay ni rastro de casa alguna.
           Erzberger se queda mudo. Unos minutos más tarde, -  en la estación o mejor dicho en su antiguo emplazamiento - se sube en el antiguo coche-salón de Napoleón III, y se repone de sus emociones tomando una copa de coñac. El tren arranca. ¿A dónde nos dirigimos?
          Se niegan a indicárselo.


           El 8 de Noviembre a las siete de la mañana, en una de las ramas de la espiga ferroviaria de selección de vagones, en el medio del bosque de Compiegne, en el cruce de Rethondes, el general Weygand esperaba la llegada del tren alemán. Estaba situado en la ventana del vagón-oficina del Estado Mayor del mariscal Foch, un vagón-restaurante de la compañía de los Wagons-lits. De pronto – me lo contó en ese mismo lugar, cuando lo entrevisté un día entero para un reportaje con Alain Decaux para la televisión – el general vio, moviéndose a través de los árboles, una pequeña luz roja. Es el tren de los apoderados, el cual, lentamente dirigido en marcha atrás, entra en la otra rama de la espiga. Emocionado, se dirigió al coche contiguo en donde estaba el alojamiento de Foch.
          Señor Mariscal, le dije despertándole: “aquí está Alemania y su fortuna.”
          La cita se fijó para las nueve
          Los estaba esperando delante de la puerta del vagón, añade el general Weygand, y los vi llegar en fila india sobre el camino empedrado entre los dos trenes. Los precedí hasta la habitación que utilizábamos como oficina.
         
          “En el salón, escribirá por su parte Erzberger, se había instalado una gran mesa, con cuatro sitios de cada lado. Un poco más tarde apareció el mariscal Foch; era un hombre pequeño, con rasgos enérgicos, y que a primera vista delataba que estaba acostumbrado a mandar. ”
          De un lado de la mesa se colocan el generalísimo, con  el general Weygand  a su izquierda, el almirante sir Rosslyn Wemyss a su derecha, luego el almirante Hope. A los pequeños lados de la mesa se colocan dos intérpretes el oficial-intérprete Leperche y el capitán von Helidorff. La voz de Foch resuena:
            ¿Cuál es el objeto de su visita?
            La delegación, responde Erzberger, ha venido para recibir las proposiciones de las potencias aliadas con el fin de lograr un armisticio.
            No tengo ninguna proposición para ofrecer.
             El conde Oberndorff  interviene entonces proponiendo:
             La palabra “condición” convendría quizás mejor…
            No tengo ninguna condición para ofrecer, contesta el mariscal con impaciencia.
            Hemos venido, replica Erzberger, con referencia a la última nota del presidente Wilson que informa que el mariscal Foch está “autorizado para dar a conocer las condiciones del armisticio”.
             Estoy efectivamente autorizado a daros a conocer las condiciones si pedís un armisticio. ¿Solicitáis un armisticio?
              Es de un tono brusco que Foch  pronunció esas últimas palabras. Con unámina voz y “rapídamente”,  Erzbeterger y Oberndorff contestan:
             Sí, pedimos la conclusión de un armisticio.

         A la orden de Foch el general Weygand se levanta, y con voz tranquila, lee tranquilamente las condiciones que obligan a los Alemanes a retroceder hasta la línea derecha del Rhin, a entregar toda su flota y un importante material militar.
            Caballeros, concluye Foch al terminar la lectura, os dejo el texto tenéis setenta y dos horas para contestar…
         La entrega de gran número de cañones y de ametralladoras aterroriza a Erzberger:
        “Pero entonces, ¡estamos perdido ¿Cómo entonces vamos a poder defendernos del bolchevismo?
            El mariscal hace un gesto evasivo, eso no es de su incumbencia.
           Pero, dice Erzberger con insistencia, no se dan cuenta de que anulándonos todos los medios de defensa contra el bolchevismo, nos destruyen y se destruyen también a sí mismos; les ocurrirá a vosotros también.

             Winterfeld interviene entonces:
             Las condiciones del armisticio que acabamos de conocer necesitan por nuestra parte un examen exhaustivo. Dado que queremos llegar a un acuerdo, ese examen se hará lo más rápidamente posible. Sin embargo, tomará cierto tiempo, sobre todo porque será indispensable  considerar la opinión de nuestro gobierno y del alto mando militar. En esas condiciones, pedimos que el mariscal Foch tenga a bien de consentir, que se fije inmediatamente y en todo el frente una suspensión provisional de alto el fuego.
               El alto el fuego, contesta Foch, solo se puede ordenar después de la firma del armisticio.
               La última solicitud de Erzberger – que los plazos se amplíen de 72 a 82 horas – es igualmente rechazada. Si el 11 de noviembre a las once, los Alemanes no han firmado el acuerdo, la guerra continuará hasta la capitulación del Reich.

               La entrevista ha terminado.
        El capitán von Helldorff debe marcharse inmediatamente para llevar esas condiciones al gobierno alemán. “Se le hizo entrega de algunos bocadillos, me relató el general Riedinger – que era entonces comandante del 11º despacho del estado mayor de Foch. Pero su coche tardaba en llegar, y el capitán desayunó en el tren con sus compañeros. Cuando partió, me pidió si podía “a pesar de todo” llevarse su comida fría. Naturalmente, accedí a ello…

          Y von Helldorff, con sus bocadillos en una mano; el texto de las condiciones del armisticio en la otra, vuelve a dirigirse a La Capelle. Le cuesta mucho atravesar la línea de combate, ya que el duelo de artillería se reanudó y sus compatriotas lo acogen con tiros de fusil. Se toca la corneta, un avión con una bandera blanca sobrevuela las líneas, harán falta varias horas para que los alemanes tengan a bien interrumpir sus cañonazos…
            Von Helldorf llega a Alemania en plena anarquía. A las ocho de la tarde, ese 8 de noviembre, el príncipe de Bade telefoneó al Kaiser:
          “Tu abdicación se ha vuelto imprescindible para cumplir hasta el final tu misión de emperador de la paz… Puede tener un efecto decisivo para las negociaciones y quitará argumentos a los que desean el Acuerdo… Las tropas ya no son seguras. En colonia, el consejo de obreros y soldados ha tomado el poder. A Brunswick, la bandera roja ondea en el castillo. En Munich, se proclamó la República. En Schwerin tiene su sede un consejo de obreros y de soldados. Vamos derechos a la guerra civil. La situación es insostenible. Si no se lleva a cabo la abdicación hoy mismo, mi colaboración se hace imposible… La hora extrema ha llegado. Te aconsejo como pariente y como príncipe alemán.”
          Paro, el “emperador de la paz” trató de retrasar el asunto, sin embargo estará obligado a ello por “el pariente y príncipe alemán” el cual “dimisiona” a su primo, el día 9, a las once y treinta. Guillermo II, solo le queda partir al exilio.

          El día 10, los diarios de Paris aparecen en toda la portada con ese  titular: El Kaiser ha abdicado.
          Erzberger y Oberndorff que se pasean delante de su vagón – El señor Augusto Petit, maquinista del tren del mariscal, me ha contado este hecho pintoresco – ven uno de los empleados leyendo el diario y le piden que se lo venda.
             Es mío, contestó el ferroviario con orgullo, rechazando la oferta…
         Ese mismo día, como cada tarde, ambos trenes van cada uno a por agua a la pequeña estación de Rethondes.
           Estábamos cenando en el andén, me contó el general de Mierry – entonces capitán – cuando se acercó el jefe de la estación vino para pedir a un oficial que vaya al teléfono. Paris llamaba al estado mayor del mariscal. Fui, y  me dictaron el texto que acababa de recibir la torre Eiffel:

“El gobierno alemán acepta las condiciones del armisticio que le han impuesto el 8 de noviembre. Firmado: El canciller del Imperio.”

          La sesión empezó a las dos y cuarto de la mañana, relata Erzberger. Traté de obtener nuevos atenuantes a cada artículo. Insistí para que se disminuyan los efectivos de las fuerzas de ocupación, ya que Foch me había dicho que colocaría cincuenta divisiones  en la ladera izquierda del Rhin. Fue el artículo 26, que se refería a la continuación del bloqueo, lo que provocó los debates más acalorados. La lucha duró más de una hora. Expliqué como este artículo era continuar una de las acciones primordiales de la guerra, una política que había consistido para Inglaterra a llevar la hambruna a Alemania. Indiqué que eran las mujeres y los niños que eran los que más sufrirían en el bloqueo.
            “¡Ese procedimiento no es nada fair!” terminó diciendo el ministro.
             Al almirante Wemyss, le sienta muy mal el asunto:
             “¿Nada fair? ¡Recuerde que habéis hundido nuestros barcos, sin hacer ninguna distinción!
       Al final, Erzberger tiene, en parte, alguna concesión. Los Aliados se comprometen a abastecer a Alemania mientras dure el armisticio. Por otra parte, se le dejan a Alemania cinco mil ametralladoras, además de las permitidas.
          Son las cinco y cuarto cuando se puede firmar el acuerdo. Sin embargo se decide admitir las cinco como hora oficial. De esa manera la llamada para el alto el fuego podrá oírse a las once de la mañana – el texto decía, efectivamente, que los combates tenían que terminar “seis horas después de la firma”, “Para ganar un tiempo muy importante, añade el general MIerry, se empezará a redactar el texto por el final.”
       La prisa hizo que el papel carbón para la copia de la máquina de escribir, se colocó al revés, lo que hizo que la copia se reproducía en el dorso del original.

          A las cinco y veinte los apoderados pudieron firmar su firma sobre la última hoja que se refería al armisticio y de su nulidad si las clausulas no se cumplían.”
          Todos se levantan.

        

DIOS DESDE EL PRINCIPIO DE LA CREACIÓN, HA HABLADO SIEMPRE A TODOS LOS HOMBRES DIRECTAMENTE Y A TRAVÉS DE SU CONCIENCIA

DIOS QUIERE SALVAR AL MUNDO ENTERO
(ICONO CRISTIANO COPTO)




Lecciones sobre la Epístola de 
San Pablo a los Romanos Cap. 4º


              Dice el Autor Santísimo:


          Abrahán fue el Padre de todos los creyentes, es decir, de aquellos que por su justicia,  no solo merecen oír resonar en su espíritu la Voz espiritual y Santísima de de Dios, sino que saben comprender las palabras de esta Voz inefable y creer y obedecer tanto a ella como a sus mandatos.

          Esta Voz, no hubo ni habrá quien, en un momento fugaz y único o por repetidas veces y por largo espacio, no la sienta resonar dentro de sí. Es la llamada misteriosa del Señor único y Santo, del Creador universal. Como rayo de sol, cual onda sonora viene y penetra, unas veces dulce, otra severa y otras más, terrible.

           No importa que pertenezca el hombre a la Religión escogida para recibir esta llamada. Dios es el Creador de los hijos de su pueblo lo mismo que del salvaje que desconoce su Nombre Santísimo, y su llamada, al igual que resuena en las Iglesias católicas, en las naciones Católicas y civilizadas, en las otras civilizadas pero no Católicas y en los pueblos de otras religiones reveladas, llena también de si las soledades salvajes y heladas, las zonas aún inexploradas, las islas perdidas, los archipiélagos en donde el hombre se encuentra a nivel muy semejante al de las fieras –hecho de instintos y a menudo de instintos desenfrenados – las cálidas e intrincadas selvas, todavía inexploradas, a las que la civilización no llegó con su progreso y su refinada corrupción. 

Doquiera habla Dios por ser el Creador de todos los hombres.

          Muchas veces el hombre y no solo el hombre inculto, toma la llamada de Dios, sobre todo si esta es de reproche, por la voz de la propia conciencia, por el remordimiento que grita en el fondo de su yo. En ocasiones y en particular al comienzo de los tiempos, el culpable sabía distinguir la voz de Dios de la del propio yo, turbado por el remordimiento. Caín es el ejemplo de estos culpables que saben distinguir. 

      Ahora bien, cada vez más, con el correr de los siglos, se ha ofuscado en el hombre la capacidad de comprender y distinguir - me refiero al hombre de corazón pérfido – porque igual que muro macizo en el cual rebotan la voz y la luz, hallase levantado en el hombre la negación de Dios y ha arraigado en el mismo el desprecio hacia Él.

       El “superhombre”, autocreado tal, es un monstruo, una deformación del hombre, es el bastardo resultante del connubio de la razón humana, creada por Dios y rebelde a Él, con el enemigo de Dios. Apartados de Dios por propia voluntad, el hombre de este siglo, es decir el que se ha formado a si mismo, conforme a las doctrinas humano-satánicas, no puede ni quiere comprender las llamadas de Dios.

        Le faltan todos los requisitos para poderlo, aunque lleve nombre de Católico; más aún, por más que sea practicante; todavía más: aunque lleve hábito sagrado, difícilmente toma por tal la voz de Dios.

         Hartas son las cosas que hay todavía en aquellos que, por su hábito, su misión y la gracia de estado, deberían ser sensibilísimos a la llamada de Dios y la compresión de su palabras para que pudieran comprenderlas. La soberbia mata y turba su razón y ensordece su espíritu. Razón soberbia es razón loca. No hay ya, pues razón. 

         Espíritu soberbio es altar ocupado. Es, por tanto altar al que el Eterno no puede descender a decir lo que quiere. Otro es el que habla, y lo hace con la voz áspera de la concupiscencia. Y si Dios, desde su excelso trono llega a lanzar alguna llamada que al fin penetra, queda anonadado, como así él lo quiere, porque, oírla y despreciarla, parécele demasiado, y así prefiere no oírla. 

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FRASES RELEVANTES 
Del Evangelio tal como me ha sido revelado de Mª Valtorta




¿Y como dar cumplimiento a la Ley si no se creen las verdades reveladas por Dios?, cuando son despreciadas como patrañas tanto el premio como el castigo, la eternidad, el infierno, el paraíso, la resurrección de la carne y el Juicio Divino? (pág.31).



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No hay autoevoluciones sino evoluciones dispuestas por el Creador, por el Eterno Señor Omnipotente (pág. 32).



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El que ama con perfección…. Dentro del límite de la humana relatividad… infunde la perfección, no solo en su Espíritu, sino también en su mente (pág. 53).

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(...) "Son verdaderos teólogos aquellos que son conducidos por el Espíritu Santo, esto es por el Amor” (pág. 55).



lunes, 10 de abril de 2017

EL PERDÓN DE DIOS SOLO SE PUEDE PRODUCIR CUANDO HAY ARREPENTIMIENTO PROFUNDO Y SINCERO, PROPORCIONAL A LA CULPA.


EL ALMA DE LOS DEGOLLADOS POR HABERSE  MANTENIDO
FIELES, SON COMO JESÚS LAS VÍCTIMAS EXPIATORIAS
 DE TODOS LOS PECADOS DE LA HUMANIDAD


     El clamor de los Mártires en el Cielo, pidiendo venganza para sus verdugos, es un acontecimiento que nunca llegarán a comprender la gran mayoría de los fieles y Consagrados relativistas, y "bonistas", que ponen en plan de igualdad al Santo y al sádico pecador. 

     Es verdad que todos nosotros tenemos que perdonar a nuestros enemigos y verdugos, por la sencilla razón, de que si no perdonamos a los que nos ofenden, tampoco se nos perdonarán nuestras faltas, como así lo pedimos en el Padre Nuestro.

     Es verdad que Jesús en la Cruz, nos dio el ejemplo diciendo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Luc 23, 34)", para poder cumplir con la Redención, ya que Jesús, en su naturaleza humana pedía perdón al Padre en nombre de toda la humanidad, pasada, presente y futura, porque estaba cargado con todos sus pecados, ya qué sin estas palabras, no se podría haber producido la Redención.

     Pero no hay que olvidar que en el Juicio contra Jesús, en presencia de Poncio Pilato, este se lavó las manos ante la intransigencia del Pueblo Judío, que pidió la sentencia de muerte para Jesús: "Y todo el pueblo contestó diciendo: Que caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos" (Mat 27,25), lo que provocó la masacre, la esclavitud y la deportación de todos los Judíos, y la diáspora de ese Pueblo, llegando a su culmen con el nazismo.

     Tampoco hay que olvidar que, cuando ciertas mujeres de Jerusalén, lloraban amargamente, cuando Jesús cargaba con la cruz, camino del Calvario, Vuelto a ellas, Jesús dijo: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí; llorad más bien por vosotras y vuestros hijos, porque días vendrán que se dirá: Dichosas las estériles y los vientres que no engendraron, y los pechos que no amamantaron. Entonces dirán a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: ocultadnos, porque si esto se hace con el leño verde, con el seco, ¿que será? (Luc 23, 28-31), Oráculo que se cumplió unos años después, con la destrucción de Jerusalén, la masacre y la deportación de todos los Judíos de Israel.

     Tampoco se pudo cumplir la petición de Jesús que pedía perdón: y es que para qué el Padre perdone, a las almas, estas tienen a su vez que perdonar y los Judíos no pidieron perdón por la muerte de Jesús, por eso ese perdón solicitado no se les pudo ofrecer, ya que para colmo surgió entre ellos un falso profeta que se creía el nuevo Mesías, el enviado, el escogido por Yahvé, para derrotar al Imperio romano. Y el caso más flagrante es el del sumo Sacerdote Caifás, y de toda la retahila de los rabies, fariseos y escribas, así como todo el Pueblo Judío que quiso indultar a Barrabas, y condenar a Jesús. 

       El Evangelio relata que a la hora de la muerte de Jesús, hubo tinieblas, terremotos y que muchos justos resucitaron y se aparecieron a gente en Jerusalén. Caifás que se había desgarrado las vestiduras, cuando Jesús proclamó su divinidad, se tuvo que enterar que a la hora de la muerte de Jesús, el velo del templo que tapaba la esencia de Yahvé, se rajó de arriba a bajo, prueba evidente del abandono de Dios al Pueblo Judío, pero ni él ni todos sus seguidores se arrepintieron, lo que hubiera traído el perdón de Jesús. 

     El Judaísmo pasó entonces  de ser el Pueblo de Dios, a ser un pueblo deicida, que se desgajó como una rama podrida del árbol de Jesé. Los Cristianos son el verdadero Pueblo de Dios, porque han reconocido al Mesías, como había sido profetizado desde el inicio. Jesús le dijo a los Judíos que Abrahám el Padre de todos los creyentes, había visto su nacimiento y se alegró. En la transfiguración, estaban Moisés y Elías, las dos figuras más importantes del Antiguo Testamento   

     La petición de perdón se aplicó y se sigue aplicando solo para los que cumplen con el mandamiento del perdón con un arrepentimiento profundo y sincero, proporcional a la culpa, y eso no se produjo en el pueblo Judío, que aún está esperando el Mesías.



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Evangelio de San Mateo: (26, 33-34; 41)
El Juicio final


   Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: "Venid, benditos de mi Padre a tomar posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo...."

      Y dirá a los de la izquierda: "Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles...".

     Estas últimas palabras las solía repetir el santo Cura de Ars, Patrono de los Sacerdotes del mundo entero, en sus prédicas, con abundantes lágrimas, dejando a sus oyentes con grandísimo estremecimiento y terror. "¡Que horror, malditos de Dios!, ¡Malditos de Dios!, ¡Malditos de Dios por toda la Eternidad.....".



Apocalipsis (6, 9-11) 

     Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los que habían sido degollados por la palabra de Dios y por el testimonio que guardaban. Clamaban a grandes voces diciendo: "¿Hasta cuando, Señor Santo, Verdadero, no juzgarás y vengarás nuestra sangre en los que moran sobre la Tierra?", y a cada uno le fue dada una túnica blanca, y les fue dicho que estuvieran callados un poco de tiempo aún, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que aún habían de ser muertos como ellos.

Dice el que testifica todas estas cosas: Sí, vengo pronto, Amén. Ven Señor Jesús. La gracia del señor Jesús sea con todos. (Ap 22, 20 - 21) 






sábado, 8 de abril de 2017

COMO PUEDE ACTUAR LA EUCARISTÍA, EL SUPREMO DON DEL AMOR INFINITO DE DIOS

LA FUERZA DE LA EUCARISTÍA ES PROPORCIONAL AL GRADO DE FE, ESPERANZA Y CARIDAD DEL ALMA





Descripción de la analogía que existe entre al pan y el vino que es el alimento del cuerpo, con la Sagrada Eucaristía que es el alimento del alma. El primero es un alimento de una presencia real, el segundo es un alimento de la presencia del Cuerpo y la Sangre de Jesús, escondidos.

Ahora bien, los alimentos para alimentar el cuerpo material, no necesitan ninguna virtud teologal para saber que son necesarios para nuestro sustento, sin embargo, los alimentos Eucarísticos necesitan la creencia en la presencia de Dios, para que actúen en el alma. Creencia que se tiene que demostrar no solo por las palabras, como predican los Protestantes que se creen que están justificados por la Fe, pero sobre todo por los hechos de nuestra vida, que son el volver a nacer a una vida espiritual, como así lo explicó Jesús a Nicodemo.

Sin estas condiciones necesarias y suficientes, la Eucaristía nunca actuará en el alma, ni producirá sus frutos que son la salud y la fuerza del alma, para poder luchar y triunfar de sus tres enemigos naturales que son el Mundo el Demonio y la Carne. Por esta razón se ha aplicado desde siempre a la Iglesia el adjetivo de "Militante", precisamente porque tiene que presentar batalla a esos terribles enemigos.

Pero ahora se le ha aplicado a la Santa Iglesia un nuevo atributo: ha pasado de ser militante a llamarse "Iglesia peregrina", como si esta vida fuera un alegre peregrinaje, y en ese caso, no comprendo por qué no  se llaman a esos tres enemigos del alma "compañeros de peregrinaje".



De los cuadernos de Mª Valtorta
18 de Junio de 1.943


Dice Jesús:

"Para mantener las fuerzas físicas hay que nutrir el cuerpo. El indigente que no puede comprar el alimento, lo mendiga a los ricos.Normalmente pide pan. Sin el pan es imposible la vida.
Vosotros sois pobres que necesitáis alimento para vuestra alma. A vuestra pobreza Yo he dado el Pan Eucarístico. El os nutre la médula del alma, da vigor al espíritu, sostiene las fuerzas espirituales, aumenta el poder de todas las fuerzas intelectuales, porque donde hay vigor de vida hay también vigor de mente.

Alimento sano que comunica salud. Alimento verdadero que infunde vida verdadera. Alimento sano que suscita santidad. Alimento divino que da a Dios.

Pero además de pobres, sois enfermos, débiles no solo por la debilidad que produce la falta de alimentos y que cesa con éste. Sois débiles por las enfermedades que os extenúan. ¡Cuantas enfermedades tienen vuestra alma! ¡Cuantos gérmenes os inocula el Maligno para crear estas enfermedades! A quien está débil y enfermo es necesario darle no sólo pan sino también vino.

Yo en mi Eucaristía os he dejado los dos signos de lo que necesita vuestra naturaleza de hombres pobres y vuestra debilidad de hombres enfermos. Pan que nutre, vino que fortalece.

Hubiera podido comunicarme con vosotros sin signos externos. Puedo hacerlo. Pretendéis demasiada pesantez para captar lo espiritual. Vuestros sentidos externos necesitan ver. Vuestra alma, vuestro corazón, vuestra mente se rinden solamente, y aún así con fatiga, ante las cosas visibles y palpables. Es tan cierto que aunque lleguéis a creer en Mí en la Eucaristía y a recibirme en la Hostia, la gran mayoría no admitís la infusión del Espíritu en vosotros, de quien os vienen latidos, luces, impulsos de obras buenas.

Si creyerais con esa fuerza de la que es digna el Misterio, sentiríais, al recibirme en vosotros una vida. El acercarme a vosotros os debería quemar como al acercarse a una caldera ardiente. Mi estar en vosotros os debería sumergir en un éxtasis que os abstraería lo profundo del espíritu en un rapto de Paraíso.

El fundirse de vuestra humanidad enferma con mi Humanidad perfecta os traería salud hasta física, por lo cual, enfermos corporalmente, resistiréis a las enfermedades hasta que Yo dijese "Basta" para abriros al Cielo. Os daría inteligencia para entender rápida y justamente. Os haría impenetrables a los asaltos desenfrenados o a las sutiles insidias de la Bestia.

En cambio puedo hacer bien poco porque entro donde la fe es lánguida, donde la caridad es superficial, donde la voluntad está decaída, donde la humanidad es más fuerte que el espíritu, donde sobre todo, no os esforzáis en reprimir la carne para que emerja el espíritu.

No os esforzáis para nada. Esperáis en Mí el milagro. Nada me prohíbe cumplirlo. Pero Yo quiero de vuestra parte al menos el deseo de merecerlo.

A quien se dirige a Mí gritando que le ayude imitando la fe de las muchedumbres de Galilea, Yo me comunicaré no solo con mi Cuerpo y mi Sangre, sino con mi Caridad, con mi Inteligencia, con mi Fuerza, con mi Voluntad, con mi Perfección, con mi Esencia. Estaré, con el alma que quiere venir a Mí, como estoy en el Cielo, en el seno del Padre del que procedo generando el Espíritu que es Caridad y vértice de perfección".

PROFUNDO ANÁLISIS SOBRE LA MENTALIDAD DEL MUNDO ACTUAL, QUE, COMO ESAÚ HA VENDIDO SU DERECHO DE PRIMOGENITURA A JACOB, POR UN PLATO DE LENTEJAS.


Esaú vendió a Jacob su primogenitura por un plato de lentejas









En este discurso del Padre Willie de la Parroquia de Santa Bernardita de San Juan en Puerto Rico, está descrita de una manera magistral la mentalidad del mundo actual que ha abandonado a Dios, para sumergirse en todos los atractivos del mundo.

Antiguamente hace unos años, en los países de tradición Católica, la Semana Santa estaba relacionada con la Pasión de Jesucristo, y era una ocasión para arrepentirse de los pecados, acordándose de lo que le costó al Redentor la salvación de las almas, lo que era una ocasión para una meditación profunda y sincera, y el deseo de cambiar nuestra vida de pecado para poder alcanzar la posibilidad de volver a renacer, como lo dijo Jesús a Nicodemo, para así poder alcanzar la dignidad de Hijos de Dios. 

Con la mentalidad actual de un mundo relativista, como así lo bautizó Benedicto XVI, esa importante reflexión se ha olvidado, y lo que prima es el disfrute inmediato, por eso la Salvación ha pasado a un segundo plano, o se ha apartado completamente de las inquietudes de las almas de los fieles, ya que como me lo dijo el Señor Arzobispo, todos somos hijos de Dios, y un Padre no puede mandar a un hijo suyo al Infierno. Doctrina herética que está difundiéndose en todas partes, para el gran regocijo del ángel tenebroso, que ha logrado lo que él deseaba: que el mundo se olvide de Dios.

Y ahora la Semana Santa se desarrolla con el olvido de la Ley de Dios, y es una ocasión para la mayoría de la gente, para  irse de vacaciones, llenando las playas, los cruceros, los hoteles, para el disfrute de la vida terrena, olvidándose de lo que costó a Jesús la Redención de las almas, para que podamos alcanzar los bienes celestiales. Es lo que le pasó a Esaú, que vendió a Jacob su derecho de primogenitura por un plato de lentejas.





martes, 4 de abril de 2017

LAS TRES POTENCIAS DEL ALMA, SON LAS TRES CAVERNAS INFINITAS HECHAS PARA RECIBIR A DIOS.


El alma tiene una infinita sed de Dios 
porque fue creada por Él y para Él.










Aquí San Juan de la Cruz explica, de una manera muy profunda, lo que siente el alma ya purificada por las noches activas y pasivas de los sentidos y del Espíritu, cuando tiene ya sus tres potencias que son memoria, entendimiento y voluntad, limpias y aptas para recibir la unión mística con Dios, lo que muy pocos alcanzan en este mundo, aunque sea de una manera mucho más imperfecta que en el Cielo.



El Santo, explica, citando la primera Epístola de  San Pedro, por qué en el Cielo los Ángeles (y también las almas), siempre desean a Dios, y al ser Infinito, siempre las colma, y siempre ellas lo siguen deseando, ya que como lo dice San Agustín, Dios es una belleza antigua y siempre nueva.

Meditando esa infinitud de Dios, cuando se ha apostado todo lo que se tiene para poseerlo, es cuando uno se da cuenta de lo que dice San Juan de la Cruz: Toda la belleza de la Tierra comparada con la belleza de Dios es suma fealdad, toda la gracia suma desgracia, todo la riqueza suma pobreza, y toda la inteligencia y ciencia, suma ignorancia,




DE LA LLAMA DE AMOR VIVA DE SAN JUAN DE LA CRUZ



Las profundas cavernas del sentido


18. Estas profundas cavernas son las potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad; las cuales son tan profundas cuanto de grandes bienes son capaces, pues no se llenan con menos que lo infinito. Las cuales, por lo que padecen cuando están vacías, echaremos en alguna manera de ver lo que se gozan y deleitan cuando están llenas de Dios, pues por un contrario se da luz del otro.
    Cuanto a lo primero, hay que notar que estas cavernas de las potencias, cuando no están vacías y purgadas y limpias de toda afección de criatura, no sienten el gran vacío de su profunda capacidad; porque en esta vida, cualquier cosilla que a ellas se pegue, basta para tenerlas tan ocupadas y embelesadas, para que no se enteren del daño, y se olviden de esos inmensos bienes, ni se percaten de su capacidad.
    Y es cosa curiosa que, con ser capaces de infinitos bienes, es suficiente que cualquier cosilla les impida recibirlos, hasta que se vacíen completamente, como luego diremos.
     Pero cuando están vacías y limpias, es intolerable la sed y hambre de sentido espiritual. Porque, como son profundos los estómagos de estas cavernas, profundamente penan porque el manjar que echan de menos también es profundo, ya que, como digo, es el mismo Dios.

     Y ese sentimiento tan grande, comúnmente acaece hacia el fin de la iluminación y purificación del alma, antes que llegue la unión, donde ya se satisface. Porque, como el apetito espiritual está vacío y purgado de toda criatura y afección de ella y perdido el temple natural, está templado a lo divino, y tiene ya el vacío dispuesto y, como todavía aún no se le infunde lo divino que es la unión con Dios, llega a penar de este vacío y sed más que el morir, mayormente cuando se trasluce alguna noción divina y no se la comunican pero se le hace entrever y aún no se les infunde.


Y estos son los que penan con amor impaciente, que no pueden estar mucho tiempo sin recibir o morir.

     19. Cuanto a la primera caverna que aquí ponemos, que es el entendimiento, su vacío es sed de Dios, y es tan grande cuando él está preparado, que la compara David a la del ciervo no hallando otra mayor a que compararla, que dicen que es vehementísima, diciendo: "Así como desea el ciervo las aguas, así mi alma te desea a Tí, Dios" (Sal 41, 1) Y esta sed es de las aguas de la Sabiduría de Dios, que es el objeto del entendimiento.

     20. La segunda caverna es la voluntad, y su vacío es un hambre tan grande de Dios, que la hace desfallecer, según lo dice también David, diciendo: "Codicia y desfallece mi alma en los tabernáculos del Señor" (Sal 83, 3). Y esta hambre es de la perfección de Amor, que ella desea.

      21. La tercera caverna es la memoria, y su vacío es deshacimiento y derritimiento del alma por la posesión de Dios, como lo nota Jeremías diciendo: "Con memoria mucho me acordaré y se derretirá mi alma en mí" (Lam 3, 20). Revolviendo esas cosas en mi corazón, viviré en esperanza de Dios.

    22. Es pues profunda la capacidad de esas cavernas, porque lo que en ellas puede caber, que es Dios es profundo e infinito, y así, en cierta manera será su capacidad infinita, y así su sed infinita, su hambre es también profunda e infinita, su deshacimiento y pena  es muerte infinita. Y a pesar de que no se padece tan intensamente como en la otra vida, se padece una viva imagen de aquella privación infinita, por estar el alma capacitada para ser colmada.

[...] 23. Pero, ¡Válgame Dios!, pues que es verdad que cuanto más el alma desea a Dios con entera verdad, tiene ya al que ama, como dice San Gregorio sobre San Juan, ¿cómo entonces pena por lo que ya tiene? Porque en el deseo, que dice San Pedro, que tienen los ángeles al ver al Hijo de Dios (1ª- 1, 12), no hay ni alguna pena ni ansia, porque ya lo poseen. Y así parece que, si el alma cuanto más desea a Dios, más le posee, y la posesión de Dios da deleite y hartura al alma - como le ocurre a los ángeles, que estando cumpliendo su deseo en la posesión se deleitan, estando siempre hartando su alma con el apetito  sin posibilidad de hartura; por lo cual, porque no hay fastidio, siempre desean, y al haber posesión, no penan - , tanto más de hartura y deleite tendría el alma que sentir aquí en el deseo, pues cuando más tiene a Dios, y no de dolor y pena.

24. En esta cuestión, hay que notar la diferencia que hay entre tener a Dios por Gracia en sí solamente, y en tenerlo por unión. Que lo uno es bien quererse, y lo otro, también comunicarse. Que es tanta la deferencia como la que hay entre el desposorio y el matrimonio....








domingo, 2 de abril de 2017

LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO, EL MAYOR MILAGRO DE JESÚS DESPUÉS DE SU PROPIA RESURRECCIÓN


LA RESURRECCIÓN DE  LÁZARO

       


Este relato del “Poema del Hombre Dios”, de María Valtorta, nos describe la visión del fabuloso milagro, transportándonos al lugar de los hechos, narra los acontecimientos con una maestría tan grande, que da la sensación de estar allí presenciando el milagro, relata detalladamente no solo el sublime milagro, pero aporta además enseñanzas muy valiosas sobre el enfrentamiento abierto, propiciado por Fariseos, Saduceos, Doctores de la Ley, Rabíes y miembros del Sanedrín, en contra de Jesús, lo que precipitó la decisión de sentenciarlo a muerte. 

Explica la importancia de la vida contemplativa, simbolizada por María Magdalena y su preponderancia sobre la vida activa, cuya viva imagen es su hermana Marta, la cual, con  menos oportunidad para amar a Dios, tiene mucha menos fuerza espiritual, y por esa razón está mucho menos preparada para afrontar todos los problemas, las dudas, las pruebas  y las tentaciones  de la Vida. Igualmente explica un hecho bastante difícil de interpretar: el  de  la actitud de Jesús que lloró a la hora de la muerte de Lázaro, hecho sorprendente porque como Hijo de Dios sabía que lo iba a resucitar para mayor gloria de Dios, y también para mayor desprecio de sus enemigos.

Su llanto, como lo veremos, era por el recuerdo de la muerte espiritual al considerar a todos los inconvertibles  réprobos, para los cuales su Pasión y su muerte habrán sido inútiles, y también al pensar en su pasión y muerte que estaban ya próximas, debido al duro enfrentamiento con los Judíos, enemigos acérrimos suyos.



RELATO DEL SUBLIME MILAGRO


        (…) Los judíos le observan. Involuntariamente, se han separado formando grupos bien distintos. Por una parte, frente a Jesús, todos los enemigos suyos, habitualmente divididos entre sí por espíritu sectario, pero que ahora se armonizan para hostigarle. A su lado, detrás de los Apóstoles (a los que se ha unido Santiago de Zebedeo), José, Nicodemo y los otros de espíritu benévolo. Más allá, Gamaliel, que sigue en su sitio y en su postura de antes, y que está solo, porque su hijo y sus discípulos se han separado para distribuirse entre los dos grupos principales para estar más cerca de Jesús.

         Con su grito habitual: “Rabbuni”, María sale de la casa y corre hasta Jesús extendiendo los brazos. Se arroja a sus pies. Le besa sus pies entre fuertes sollozos. Una serie de judíos, que estaban en casa con ella y que la han seguido, unen sus llantos de dudosa sinceridad, al de ella. También Maximino, Marcela, Sara y Noemí han seguido a María, y lo mismo todos los dependientes de la casa. Los lamentos son fuertes y altos. Creo que dentro de la casa no ha quedado nadie. Marta, al ver llorar a María, llora fuertemente también.

          “La paz a ti, María. ¡Álzate! ¡Mírame! ¿Por qué ese llanto, como el de uno que no tiene esperanza?”. Jesús se inclina para decir en voz baja estas palabras, sus ojos en los ojos de María que, estando de rodillas, relajada sobre sus talones, tiende hacia Él las manos en un gesto de invocación; y que, debido a un fuerte sollozo, no puede hablar. “¿No te dije que esperaras más allá de todo lo creíble para ver la gloria de Dios? ¿Acaso ha cambiado tu Maestro, para que hubiera motivo de angustiarse de esa manera?”.

         Pero María no recoge estas palabras que quieren prepararla para una alegría demasiado fuerte después de tanta angustia. Grita por fin, dueña de su voz: “¡Oh, Señor! ¿Por qué no has venido antes? ¿Por qué te has alejado antes de nosotros? ¡Sabías que Lázaro estaba enfermo! Si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano. ¿Por qué no has venido? Tenía que mostrarle todavía que le amaba. Él debía vivir. Yo debía mostrarle que perseveraba en el bien. ¡Mucho angustié a mi hermano! ¿Y ahora? ¡Ahora que podía hacerle feliz, me ha sido arrebatado! Tú podías conservármelo. Podías haber dado a la pobre María la alegría de consolarlo después de haberle causado tanto dolor. ¡Oh! ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Maestro mío! ¡Salvador mío! ¡Esperanza mía!”.

          Y cae otra vez al suelo, con la frente sobre los pies de Jesús que reciben otra vez el lavacro del llanto de María. Y gime: “¡¿Por qué has hecho esto, Señor?! Incluso por los que te odian y gozan de todo esto que está sucediendo… ¡¿Por qué has hecho esto, Jesús?!”. Pero no hay reproche en el tono de María, como la ha habido en el de Marta. María tiene solo esta angustia de quien, además de su dolor de hermana, siente también el de discípula que percibe menoscabado en el corazón de muchos el concepto de su Maestro.

          Jesús, muy agachado para recoger estas palabras susurradas rostro en tierra, se yergue y dice fuerte: “¡María, no llores! También tu Maestro sufre por la muerte del amigo fiel… Por haber debido dejarlo morir...”.

         ¡Oh, qué risítas y miradas de rencoroso júbilo hay en las caras de los enemigos de Cristo! Le sienten vencido, y exultan, mientras que los amigos se ponen cada vez más tristes.

       Jesús dice aún más fuerte: “Pero Yo te digo: no llores. ¡Álzate! ¡Mírame! ¿Crees tú que Yo, que te he amado tanto, he hecho esto sin motivo? ¿Eres capaz de pensar que Yo te he dado este dolor inútilmente? Ven. Vamos donde Lázaro, ¿Dónde le habéis puesto?”. Jesús, más que a María y a Marta – las cuales, llorando ahora más violentamente, no hablan - , pregunta a todos los demás, especialmente a los que han salido de casa con María y parecen los más turbados. Quizás son parientes más mayores, no lo sé.

        Y estos responden a Jesús, que está visiblemente compungido: “Ven y velo tú”, y se encaminan hacia el sitio del sepulcro, que está en el extremo del huerto, en un lugar en que el suelo tiene ondulaciones y vetas de roca calcárea que afloran a la superficie.

       (…) Jesús contempla la pesada piedra, que hace de puerta al sepulcro y de pesado obstáculo entre Él y el amigo fenecido, y llora. El llanto de las hermanas aumenta, como también el de los íntimos y familiares.

    “¡Quitad esta piedra!” grita Jesús al improviso, habiendo enjugado antes su llanto.

        En todos se manifiesta un gesto de estupor. Un murmullo recorre toda la aglomeración de gente, que ha crecido con algunos de Betania que han entrado en el jardín y se han agregado a los convocados. Veo a algunos Fariseos que se tocan la frente meneando la cabeza como diciendo: “¡Está loco!”.

      (…) “Maestro, no se puede” dice Marta esforzándose en contener el llanto para hablar: “Hace ya cuatro días que está allí abajo. ¡Y tú sabes de que enfermedad ha muerto!” solo nuestro amor podía cuidarle… Ahora, sin duda alguna, y a pesar de los ungüentos, olerá fuertemente… ¿Qué quieres ver? ¿Su podredumbre?... No se puede… incluso por la impureza de la corrupción y…”.

      “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Quitad esta piedra. ¡Lo quiero!”. Es un grito de voluntad divina…
Un “¡oh!” quedo brota de todos los pechos. Palidecen las caras. Alguno tiembla, como si hubiera pasado por todos un viento gélido de muerte.

   Marta hace una señal a Maximino, y este ordena a los dependientes de la casa que cojan las herramientas que se necesitan para quitar la pesada piedra.

      Ellos se marchan, a buen paso. Vuelven con picos y fuertes palancas, y trabajan: introducen las puntas de los relucientes picos entre la roca y la piedra; sustituyen luego los picos por palancas; en fin, retiran cuidadosamente la piedra haciéndola rodar por un lado para correrla luego cautamente hasta la pared rocosa. Un hedor pestilente sale de la galería obscura y hace retroceder a todos.

       Marta pregunta en voz baja: “Maestro, ¿quieres bajar ahí? Si quieres bajar se necesitan antorchas…”. Pero el pensamiento de tener que hacerlo la pone pálida.

        Jesús no la responde. Alza los ojos al cielo, abre los brazos en cruz y ora con voz fortísima, recalcando bien las palabras: “¡Padre! Te doy gracias por haberme escuchado. Sabía que siempre me escuchas. Pero lo he dicho para estos que están aquí, por la gente que está a mi alrededor, ¡Para que crean en Ti, en Mí, en que Tú me has enviado!”.

     Permanece así unos momentos. Tan transfigurado está que parece raptado en éxtasis. Mientras, sin sonido de voz, dice otras, secretas palabras de oración o adoración, no sé. Lo que si sé es que está tan espiritualizado, que no se le puede mirar sin sentirse temblar el corazón en el pecho. Parece hacerse, de cuerpo, luz; espiritualizarse, crecer en estatura, elevarse del suelo. Aún conservando sus colores de pelo, ojos, piel, indumentos – no como durante la transfiguración del Tabor, durante la cual se hizo luz y blancor deslumbrantes - , parece emanar luz y que todo en Él se haga luz. La luz parece ponerle alrededor una aureola, especialmente en torno al rostro, elevado al cielo y arrobado en la contemplación del Padre.

         Está así un rato. Luego vuelve a ser Él, el Hombre, aunque con una majestad poderosa. Se acerca hasta el umbral del sepulcro, mueve los brazos - hasta ese momento los había tenido extendidos con los brazos en cruz y con las palmas vueltas hacia el cielo - ; los mueve hacia delante, vuelve las palmas hacia abajo: las manos, por tanto, están ya dentro de la galería del sepulcro y su blancor resalta en la negrura que la llena. Él hunde en esa negrura muda el fuego azul de sus ojos, cuyo fulgor de milagro es hoy insostenible; y, con voz potente, con un grito que es mayor que cuando en el lago mandó al viento calmarse, con una voz cual en ningún otro milagro le he oído, grita: “¡Lázaro! ¡Sal fuera!”.


          La voz, por el eco se refleja en la cavidad sepulcral, y se expande, para salir luego a todo el jardín; y retumba en los desniveles de las ondulaciones de Betania: yo creo que llega hasta las primeras lomas que se elevan más allá de la campiña, y desde allí, vuelve repetida y queda, cual imperativo que no cesa; lo cierto es que desde infinitas partes se oye: ¡fuera! ¡fuera! ¡fuera!”

      Todos sienten un estremecimiento más intenso y, si la curiosidad tiene a todos clavados en su sitio, las caras palidecen y los ojos se dilatan, mientras que las bocas se entreabren involuntariamente con el grito de estupor ya en la garganta.

           Marta, un poco atrás y al lado, está como hechizada mirando a Jesús. María cae de rodillas, ella que no se ha separado nunca de su Maestro, cae de rodillas en el umbral del sepulcro, con una mano en el pecho para frenar los latidos del corazón, y la otra agarrada, inconsciente y convulsamente a un extremo del manto de Jesús y se comprende que tiembla, (porque el manto recibe leves vibraciones  de la mano que lo aferra).

          Algo, de color blanco, parece surgir del fondo profundo de la galería. Primero es una casi imperceptible línea convexa; luego se transforma en una forma oval; luego a este óvalo se le añaden líneas más amplias, más largas, cada vez más largas…Y el que estaba muerto, envuelto en su mortaja, va acercándose lentamente, va siendo cada vez más visible, espectral, impresionante.

      Jesús retrocede, retrocede, insensiblemente pero continuamente, a medida que el otro avanza; la distancia entre los dos es por tanto, siempre igual. María debe soltar el borde del manto, pero no se mueve de donde está, la alegría, la emoción, todo, la clavan al sitio en que estaba.

         Un “¡Oh!”, cada vez más nítido sale de las gargantas, cerradas antes por un espasmo de espera; de susurro casi imperceptible, pasa a ser voz; de voz a grito potente.

         Lázaro está ya en el limen. Ahí se para, rígido, mudo, semejante a una estatua de yeso apenas esbozada (por tanto informe); una forma larga, estrecha en la cabeza, estrecha en las piernas, más ancha en el tronco, macabra como la misma muerte, espectral con el blancor de la mortaja sobre el fondo obscuro del sepulcro. A la luz del sol, que incide en él, se ve que la mortaja ya chorrea podredumbre por varios puntos.

Jesús grita fuerte: “Desatadle y dejadle libre. Dadle ropa y comida”.

         “¡Maestro!...” dice Marta, y quizás quería decir más. Pero Jesús la mira fijamente y la subyuga con su fúlgida mirada; dice: “¡Aquí! ¡En seguida! Traed una túnica. Vestidlo en presencia de todos y dadle de comer”. Da órdenes, pero no se vuelve ni una sola vez para mirar a los que tiene detrás y en torno suyo. Sus ojos miran solo a Lázaro, a María que está cerca del resucitado y sin preocuparse del asco que da a todos la mortaja purulenta, y a Marta, que jadea como si le estallase el corazón, y no sabe si gritar su alegría o si llorar…

           (…) Lázaro, cuando le liberan la cara y puede mirar, dirige su mirada a Jesús, antes incluso que a sus hermanas, y mirando a su Jesús, con una sonrisa de amor en los pálidos labios y un brillo de llanto en las profundas órbitas, se olvida y abstrae de todo lo que sucede. También Jesús le sonríe con un brillo de llanto en el lagrimal de los ojos y, sin hablar, dirige la mirada de Lázaro al cielo; Lázaro comprende y mueve los labios en una silenciosa oración.

        Marta piensa que quiere decir algo y que todavía no tiene voz, y pregunta: “¿Qué me dices, Lázaro mío?”.
“Nada, Marta. Daba gracias al Altísimo”. La pronunciación es segura, fuerte la voz. La gente exhala un nuevo “¡Oh!” de estupor.

        (…) La gente toda, grita más fuerte estupefacta. Jesús sonríe, y sonríe a Lázaro, que mira un instante sus piernas curadas, para abstraerse luego mirando a Jesús. Parece no poder saciarse de verle.



ENFRENTAMIENTO ABIERTO DE JESÚS 
CON SUS ENEMIGOS


          Los judíos, fariseos, saduceos, escribas, rabíes, se acercan, cautos para no contaminarse la ropa. Miran bien de cerca de Lázaro. Miran bien de cerca de Jesús. Pero ni Lázaro ni Jesús se ocupan de ellos. Se miran y todo lo demás no cuenta.

      (…) Jesús parece ver solo a Lázaro, pero en realidad observa todo y a todos y, al ver que con gestos de ira, Sadoq, Elquías, Cananías, Félix, Doras, Cornelio y otros están para marcharse, dice fuerte: “Espera un momento, Sadoq, quiero decirte una palabra. A ti y a los tuyos”. Ellos se paran, con facha de delincuentes. José de Arimatea se asusta y hace una señal al Zelote para que retenga a Jesús.

        Pero él está ya yendo hacia el grupo rencoroso, y ya está diciendo con voz fuerte:  “¿Te basta, Sadoq, lo que has visto? Me dijiste un día que para creer necesitabais, tú y los que son como tú, ver que un muerto descompuesto se recompusiera y recuperara la salud. ¿Te ha saciado la podredumbre que has visto? ¿Eres capaz de confesar que Lázaro estaba muerto y que ahora está vivo y tan sano como no lo estaba desde hacía años? Lo sé, vosotros habéis venido aquí para tentar a estos, a crear en ellos duda y mayor dolor. 


     Habéis venido aquí a buscarme, esperando encontrarme escondido en la habitación del moribundo. Habéis venido aquí, no por un sentimiento de amor y por el deseo de honrar al difunto, sino para aseguraros de que Lázaro estaba realmente muerto, y habéis seguido viniendo, cada vez más contentos a medida que el tiempo pasaba. Si las cosas hubieran ido según vuestros deseos – como ya creíais que iban – habríais tenido motivo para estar jubilosos.    



       El Amigo que cura a todos pero no cura al amigo; el Maestro que premia todas las fes, pero no las de sus amigos de Betania; el Mesías impotente ante la realidad de una muerte. Esto es lo que os daba motivos para estar jubilosos. Pero Dios os ha respondido. Ningún profeta pudo nunca reunir lo que estaba deshecho, además de muerto. Dios lo ha hecho. Ahí tenéis el testimonio vivo de lo que Yo soy.



       Hubo un día en que Dios tomó barro e hizo con él una forma y exhaló en él el espíritu vital y el hombre comenzó a ser. Dije Yo: “Hágase el hombre a nuestra imagen y semejanza “. Porque Yo soy el Verbo del Padre. Hoy, Yo, Verbo, he dicho a lo que es aún menos que fango, a la materia descompuesta: “Vive”, y la materia descompuesta se ha vuelto a componer formando carne, carne íntegra, viva, palpitante. 


          Ahí la tenéis, os está mirando. Y con la carne he reunido el espíritu que yacía desde hace días en el seno de Abraham. Lo he llamado con mi voluntad, porque todo lo puedo, Yo, el Viviente, Yo, el Rey de reyes al que están sujetos todas las criaturas y las cosas. ¿Ahora, que me respondéis?”.

    Está frente a ellos, alto, radiante de majestad, verdaderamente Juez y Dios. Ellos no responden.
Él insta: “¿Todavía no os es suficiente para creer, para aceptar lo ineluctable?”.

          “Has mantenido solo una parte de la promesa. Ésta no es la señal de Jonás…”, dice Sadoq en tono áspero.

     “Recibiréis también esta señal. Lo he prometido y lo mantengo”, dice el Señor: “Y otro que está aquí presente, y que espera otra señal, la recibirá. Y la aceptará, porque es un justo. Vosotros no. Vosotros seguiréis siendo lo que sois”.

        Da media vuelta y ve a Simón, el miembro del Sanedrín hijo de Elí-Ana. Le mira fijamente. Deja plantados a los de antes y llegando a estar cara a cara con este, le dice en voz baja pero incisiva: “¡Mejor para ti que Lázaro no recuerde su permanencia entre los muertos! ¿Qué has hecho de tu padre, Caín?”.

            Simón huye lanzando un grito, un grito de miedo, que luego se transforma en un grito de maldición:

        “¡Maldito seas, Nazareno!”, al cual Jesús responde: “Tu maldición sube al Cielo y desde el Cielo el Altísimo te la arroja. ¡Llevas en ti la marca, desalmado!”.

         Vuelve hacia los grupos de gente asombrada, casi asustada. Se cruza con Gamaliel, que se dirige hacia la calle. Le mira, y Gamaliel le mira a Él. Jesús, sin pararse, le dice:”Estate preparado, Rabí. Pronto vendrá la señal. No miento nunca”.

      La gente va desalojando lentamente el jardín. Los judíos están como aturdidos, pero la mayoría de ellos rezuma ira por todos los poros. Si las miradas podrían reducir a ceniza, Jesús hace tiempo que estaría reducido a cenizas. Hablan, discuten entre sí. Se marchan, tan vencidos ya por esta derrota que les han infligido, que ya no saben ocultar bajo una hipócrita amistad el motivo de su presencia ahí. Se marchan sin saludar a Lázaro y a sus hermanas.

       Se quedan atrás algunos que el milagro ha conquistado para el Señor. Entre estos José Bernabé, que se arroja al suelo, de rodillas ante Jesús y le adora. Otro es el escriba Joel de Abías, que hace lo mismo antes de marcharse. Y otros más, que no conozco, pero que deben de ser influyentes.







JESÚS NO PUEDE RESUCITAR A LOS PECADORES
QUE NO SE ARREPIENTEN


Aquí está perfectamente explicada la superioridad del alma enamorada que obra y confía incansablemente, movida por el Espíritu Santo que es la fuerza del amor, El que no ama, tiene siempre impedimentos para obrar, confiar y perseverar porque carece de esa fuerza. Por eso el primer mandamiento de la Ley de Dios es el más importante.


          (…) Jesús mira a su alrededor. Ve humo y rojo de fuego en el fondo del jardín, en la parte del sepulcro. Jesús solo, erguido en medio de un sendero dice: “La podredumbre que es aniquilada por el fuego… La podredumbre de la muerte… Pero, la de los corazones… la de esos corazones, ningún fuego las aniquilará… Ni siquiera el fuego del Infierno. Será eterna… ¡Qué horror!... Más que la muerte… Más que la corrupción… 


        Y… Pero, ¿quién te salvará, oh, Humanidad, si tanto estimas estar corrompida? Quieres estar corrompida. Y Yo… Yo he arrebatado al sepulcro a un hombre con una palabra… Y con un mar de palabras… y uno de dolores… no podré arrebatar al pecado el hombre, a los hombres, a millones de hombres”. Se sienta y se tapa la cara con las manos, abatido…





PREEMINENCIA DE LA VIDA CONTEMPLATIVA
SOBRE LA VIDA ACTIVA

        (…) “¿Y tú, Marta? ¿Tú has aprendido? No. Todavía no. Eres mi Marta, pero no eres todavía mi perfecta adoradora. ¿Porque obras y no contemplas? Es más santo. ¿No lo ves? Tu fuerza, estando dirigida a cosas terrenas, ha cedido ante la constatación de esos hechos terrenos que pueden parecer algunas veces sin remedio, si Dios no interviene. La criatura necesita por eso saber creer y contemplar; necesita amar hasta el extremo de las fuerzas de todo hombre, con el pensamiento, el alma, la carne, la sangre, con todas las fuerzas del hombre, repito. 


     Te quiero fuerte, Marta, te quiero perfecta. No has sabido obedecer porque no has sabido creer y esperar completamente, y no has sabido creer y esperar porque no has sabido amar totalmente. Pero Yo te absuelvo de ello, te perdono, Marta. He resucitado a Lázaro hoy. Ahora te doy un corazón más fuerte. A él le devuelvo la vida, a ti, te infundo la fuerza de amar, creer y esperar perfectamente. Ahora estad contentas y en paz, perdonad a quien os han ofendido en estos días…”.

       “Señor, en esto yo he pecado, hace poco, al viejo Cananías, que te había tomado a burla los otros días, le he dicho: “¿Quién ha triunfado, tú o yo? ¿Tú o Dios? ¿Tu burla o mi fe? Cristo es el Viviente y es la Verdad. Yo sabía que su Gloria refulgirá con mayor fuerza. Y tú, viejo, reconstrúyete el alma, si no quieres conocer la muerte”.

      “Está bien lo que has dicho. Pero no disputes con los malvados, María. Y perdona. Perdona si me quieres imitar… Ahí está Lázaro. Oigo su voz”.