MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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lunes, 29 de septiembre de 2014

EL ÁRBOL DE LA VIDA ETERNA ES JESÚS, EL MANÁ ESCONDIDO Y EL PAN DE LOS ÁNGELES

EL ÁRBOL DE LA VIDA ETERNA



JESÚS ES EL ALIMENTO DEL ALMA





          Está escrito en el libro del Génesis, que a Adán y Eva, se les permitió comer de todo fruto del  jardín del Edén, salvo del fruto del árbol del conocimiento del mal y del bien, también se dice que en ese jardín, estaba plantado el árbol de la Vida, naturalmente, este relato es un discurso expresado en un lenguaje material, ya que estaba destinado a un Pueblo, que aún no estaba preparado para captar el lenguaje espiritual, que solo puede ser entendido por la acción del Espíritu Santo, que para la humanidad manchada por el pecado original, solo puede ser comprendido gracias a la Pasión y muerte de Jesús, que restituye la conexión que existía entre la Humanidad y Dios.

          Acciones producidas por el fruto prohibido:

        -Hedonismo, disfrute desenfrenado de la vida material, que propicia el olvido de Dios, ya que favorece la idolatría, que es adorar a la materia, que es perecedera, y por consiguiente - ya que el amor, como lo dice San Juan de la Cruz, iguala al amador con el objeto amado - el alma, además de faltar al amor de Dios, al que le debe todo, hasta el aire que respira, también falta al amor al prójimo, ya que al ser los  bienes materiales escasos, este es visto como un competidor, y de ahí nace el odio hacia él. El alma incumple pues el primer Mandamiento de la Ley de Dios, que es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.

         “No améis el mundo, ni lo que hay en él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porqué todo lo que hay en el mundo – los apetitos desordenados, la codicia de los ojos y el afán de grandeza humana – no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y todos sus atractivos pasan. Pero el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre.” (1 Jn 2-15,17).

         Jesús es el antídoto al veneno inoculado por Satanás:

          Este antídoto, que es el cuerpo y la Sangre de Jesús es pues el árbol de la Vida plantado en el Jardín del Edén, ya que gracias a su Pasión, nos ha ofrecido su Cuerpo que sigue presente en la Eucaristía, que es el alimento que da la Vida al alma, y su Sangre que  elimina el veneno del fruto del árbol prohibido, estos dos Sagrados Alimentos, son los que nos hacen hijos de Dios, y nos capacitan para amar incondicionalmente a Dios y al Prójimo, condición que se había perdido.

        “Considerad el amor tan grande que nos ha demostrado el Padre, hasta el punto de llamarnos hijos de Dios; y en verdad lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo ha conocido a Él. Queridos, ahora somos ya hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es. (1 Jn 3-1,2)




CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA 18-8-1.943



Dice Jesús:

          “Continúo explicando los pasajes que creo oportunos:
          Está dicho: “Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida…” Y tal pensamiento se ha aplicado a Mí.
           Sí, soy Árbol de la Vida, y me doy a vosotros como alimento en la Eucaristía y mi visión será alimento gozoso de los vencedores en la otra vida. Pero hay otro significado que muchos ignoran precisamente porque muchos que me comentan no son “vencedores”.

           ¿Quién es vencedor? ¿Qué es necesario para serlo? ¿Obras resonantes de heroísmo? No. Entonces serían demasiado pocos los que vencen. Son vencedores los que vencen en sí a la Bestia que quisiera someterles. En verdad, entre el martirio atroz pero breve, ayudado por coeficientes sobrenaturales y naturales, y la lucha secreta, oscura y continua, tiene mayor peso sobre las balanzas de Dios, o al menos, un peso de distinto género, pero precioso, esta última.
         
            No hay mayor tirano que la carne y el Demonio, y los que hacen de la carne un espíritu y del Demonio un vencido, son los “vencedores”.
          Pero para serlo, es necesario haberse dado totalmente al Amor. Totalmente: quien ama con todas sus fuerzas, no reserva nada para sí mismo, y no reservándose para sí mismo, no lo hace ni para la carne ni para el Demonio. Lo da todo a su Dios, y Dios lo da todo a su amador.
         Le da su Verbo. Esto es lo que le da de comer al vencedor, ya desde esta tierra, no podía darle nada mayor. Le da a Mí, Verbo del Padre, para ser el alimento del espíritu consagrado al cielo.

          Mi Palabra desciende a nutrir las almas que se han dado totalmente a su Dios y Señor. Mi Palabra viene para seros sacerdote y guía a quienes buscáis la guía verdadera. Vosotros que habéis entendido la Verdad, sabéis que solo esto es necesario, vivir de mi Palabra, creer en mi Palabra, caminar según mi Palabra.

         ¿Qué pensaríais de uno que quisiera vivir a base de golosinas, licores y tabaco? Diríais que moriría, porque ese no es el alimento que se necesita para vivir sanos. Lo mismo sucede a quien se afana con miles de exterioridades y no se preocupa de lo que es el núcleo de toda la vida del alma: mi Palabra.

          ¿Por qué la Misa, por qué la Eucaristía, por qué la Confesión no os santifica como debería suceder? Porque para vosotros son formalismos, no las hacéis fecundas atendiendo a mi Palabra. Peor aún, sofocáis a mi Palabra, que Yo lanzo desde lo alto del Cielo para llamaros e iluminaros, bajo la tibieza, bajo la hipocresía, la culpa más o menos grave.

          No me amáis, eso es todo. Amar no quiere decir hacer de vez en cuando una visita superficial de cortesía mundana. Amar quiere decir vivir con el alma unida, fundida, encendida, con su último fuego que alimenta a otra alma. Entonces en la fusión se realiza también la comprensión.

          Yo hablo, no ya lejos, desde lo alto de los cielos, sino que hago morada – y conmigo el Padre y el Espíritu, porque somos una sola cosa – Yo hago morada en el corazón que me ama y mi Palabra no es ya un susurro, sino Voz plena, ya no es aislada, sino continua. Entonces, soy el Maestro verdadero. Soy aquel que hace ahora 20 siglos, hablaba incansablemente a las muchedumbres, y que ahora encuentra su delicia en hablar a los predilectos que le saben escuchar y de los cuales hago mis canales de Gracia.

          ¡Cuánta vida os doy! Vida verdadera, Vida santa, Vida eterna, Vida gozosa con mi Palabra que es palabra del Padre y Amor del Espíritu. Si, en verdad, al “vencedor” Yo le doy de comer el fruto del árbol de la Vida. Os lo doy ya en esta Tierra con mi doctrina espiritual que vuelvo a traer entre los hombres a fin de que no todos los hombres perezcan. Os la doy en la otra Vida estando con vosotros para siempre.

          Yo soy la Vida verdadera. Permaneced en Mí, amados míos, y no conoceréis la muerte”.


      








miércoles, 24 de septiembre de 2014

VII/ JESÚS NOS ENSEÑA A MORIR: "TODO SE HA CUMPLIDO"

    
CRISTO MUERTO HA TERMINADO SU MISIÓN EN LA TIERRA.
AHORA SE ESTÁ CUMPLIENDO LA NUESTRA


A la hora de la muerte, el hombre ha perdido su libertad para siempre, ya no puede ni merecer más, ni pecar más, solo puede aumentar su Amor y su felicidad si pertenece a Dios o aumentar su odio y su desgracia si pertenece a Satanás.

"Todo se ha cumplido", palabras pronunciadas por Jesús en la Cruz, poco antes de expirar, y después de haber cumplido con la misión que de toda la eternidad Dios Padre le había encomendado, y que había sido anunciada por todos los Profetas desde Moisés, que era la de traer su Espíritu de Pobreza en esta Tierra, que es el que abre la abundancia en el Cielo, está simbolizado por el humilde nacimiento de Jesús en el Portal de Belén. 

Y también el Espíritu de Misericordia, que es el perdón, fruto del Amor, solicitado a Dios para los que nos han ofendido, es lo que ocurrió en la Cruz, cuando Jesús dijo "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen" esa Justicia hace que se nos perdone a nosotros nuestros numerosisimos pecados. Son las dos llaves que nos transforman por fin en Hijos de Dios, y que abren de par en par las puertas del Cielo.

Estos dos Espíritus, son opuestos y contrarios a los espíritus de Satanás: El hedonismo, que es el disfrute desenfrenado de todos los bienes de la Tierra, que trae la pobreza en el más allá, y el resentimiento, fruto del odio que hace que Dios no nos pueda perdonar, ya que decimos en el Padre nuestro: “Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Estos, el hedonismo y el odio también, son las dos llaves que a su vez transforman a estas almas en hijos de Satanás, Y abren de par en par las puertas del Infierno 

 Y aquí, reproduzco la sorprenda frase de San Juan de la Cruz. Jesús al morir en la cruz, torturado y vilipendiado, abandonado por casi todos sus Apóstoles, hizo muchísimo más que en toda su vida pública durante 3 años de predicaciones, de fabulosos milagros. Y es porque en ese momento, fue cuando reconcilió el Genero humano con Dios.  





            VII/ “Todo está cumplido”.

          Se han cumplido todas las renuncias todos los sufrimientos, todas las pruebas, las luchas, las ofrendas, las pruebas, todo. No queda más que presentarse a Dios. El tiempo concedido a la criatura para convertirse en un dios, y a Satanás para tentarla, se ha cumplido. Cesa el dolor, cesan las pruebas, cesa la lucha. Quedan solamente el Juicio, la amorosa purificación o llega, con la suprema felicidad, la inmediata morada del Cielo. Pero todo lo que es Tierra, lo que es voluntad humana, termina.

           ¡Todo se ha cumplido! Se ha cumplido la palabra de la total resignación del jubiloso reconocimiento de haber terminado la prueba, y consumado el holocausto. No contemplo a los que mueren en pecado mortal, los que me dicen: “todo se ha cumplido”, aunque lo dicen porque eso les parece a ellos, y va acompañado con un grito de victoria y un llanto de dolor, el victorioso ángel de las tinieblas y el vencido ángel custodio.

         Yo hablo a los pecadores arrepentidos, a los buenos cristianos o a los héroes de la Virtud. Ellos, cuyo espíritu es cada vez más vivo a medida que la muerte se apodera de la carne, murmuran o gritan, resignados o jubilosos: “Todo se ha cumplido”. Termina el sacrificio. ¡Tómalo para mi expiación! ¡Tómalo para mi ofrenda de amor!” Así dicen su penúltima palabra los espíritus, ya sufriendo la muerte por ley natural o bien ofreciéndola como voluntario sacrificio como almas víctimas. Más, tanto las unas como las otras, una vez que llegan a liberarse de la materia, reclinan el espíritu en el pecho de Dios, y dicen: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

       ¿Sabes, María lo que significa expirar con esta elevación, verdaderamente viva en el corazón? Es expirar en el beso de Dios. Hay muchas preparaciones para la muerte. Más, cree en mis palabras, ésta en su simplicidad, es la más santa”.

        Jesús me dictó esto a las 12 cuando, una vez terminada la visión que se me presentó en las primeras horas de la mañana, yo creía haber terminado de escribir y, con gran esfuerzo, pero también por necesidad, me había puesto a coser para preparar la ropa de la casa. Dejé de lado el dedal y la aguja y volví a tomar la pluma. Y, dada la suma gravedad de mi estado, recibí como un verdadero y precioso don esta preparación para la muerte.

         
 






martes, 23 de septiembre de 2014

VI/ JESÚS NOS ENSEÑA A MORIR: “TENGO SED"





"TENGO SED"


              Jesús simboliza aquí el estado de las almas santas, después de haberse purificado de sus pecados que la ensuciaban y le impedían la divina unión, y después de haber pedido a Dios su deseo de perdón para sus deudores, para que, si Dios lo estima oportuno se aplique a todos los que le han ofendido.

          Entonces, cuando esas almas se encuentran desnudadas de todos sus apetitos materiales, libres de todo rencor, de toda soberbia y egoísmo, después de haberse visto desposeída de todo, y de haberse presentado como hija de Dios; después de haber sentido el abandono propiciado por su Hacedor, no teniendo el alma ningún rastro de soberbia, lo que le permite ser inmune a los ataques de Satanás, entonces lanza el grito previo al encuentro con el Juez Supremo: “Tengo sed”, que fue el lamento de Jesús en la Cruz.

           Esa sed, es una sed que solo puede apagar Dios, lo que se le ofrece de parte del mundo es como la esponja de vinagre que fue la que le presentaron a Jesús y que probó y rechazó.




           VI/ “Tengo sed”

          Sí, es verdad. Cuando se ha entendido el verdadero valor de la Vida Eterna respeto al falso metal de la vida terrena; cuando la purificación del dolor y de la muerte es aceptada como santa obediencia, cuanto, junto a Dios se ha crecido en sabiduría y en gracia en pocas horas – a veces en poco minutos- más de lo que se ha crecido en muchos años de vida, acomete una sed profunda de aguas celestiales, de cosas celestes. 

         Quedan vencidas las lujurias de toda sed humana. Y llega la sed sobrenatural de poseer a Dios. Es la sed del amor. El alma aspira a beber el amor y a ser bebida por él. Como el agua caída en el terreno y que no quiere convertirse en barro, que quiere convertirse en nube, el alma siente ahora la sed de subir al lugar de donde ha descendido. Están casi rotas las barreras carnales, la prisionera siente las auras del Lugar de Origen y anhela a él con todas sus fuerzas.

           ¿Cuál es el peregrino exhausto que advertir que, tras muchos años, ahora está cerca del lugar natal, no reúne sus fuerzas y prosigue rápidamente, tenazmente, despreocupado de todo lo que no sea llegar allí, de donde partió un día dejando su absoluto y verdadero bien, que está seguro de volver a encontrar y de apreciar aún mejor, ahora que ha experimentado el pobre bien, el que no sacia, el que encontró en el lugar del exilio?

          “Tengo sed”, tengo sed de Ti, Dios mío. Tengo sed de tenerte, sed de poseerte, sed de darte, porque en los umbrales que separan el Cielo y la Tierra ya se entiende como hay que interpretar el amor hacia el prójimo y acomete el deseo de obrar para que, por nuestra obra, el prójimo que dejamos reciba a Dios.

           Es la santa laboriosidad de los santos que, como semillas muertas que se vuelven espigas, se difunden en amor para dar amor y hacer amar a Dios por los que aún están empeñados en las luchas de la Tierra. “Tengo sed”. Cuando el alma llega a los umbrales de la Vida, solo hay un agua capaz de saciar: El Agua Viva. Dios mismo.

          El Amor verdadero es Dios mismo. Es un amor opuesto al egoísmo. En los justos, el egoísmo muere antes que la carne y reina el amor. Y el amor grita: “Tengo sed de Ti, y de almas: salvar, amar, morir, para ser libres de amar y de salvar. Morir para nacer; dejar para poseer; rechazar toda dulzura, todo consuelo, porque aquí abajo todo es vanidad y, en cambio, el alma solo quiere arrojarse en el río, en el océano de la Divinidad, beber de Ella, estar en Ella, sin tener ya sed, porque la Fuente del Agua de la Vida la habrá acogido”.

      Hay que tener esta sed para reparar el desamor y la lujuria.



lunes, 22 de septiembre de 2014

V/ JESÚS NOS ENSEÑA A MORIR:¡ DIOS MÍO, DIOS MÍO ! ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?




"¡Eloi, Eloi, lamma sebacteni!"


            Grito desgarrador de Jesús en la Cruz, para enseñarnos como y por qué tenemos que llamar al Padre a la hora de la agonía. Es la llamada de un hijo de Dios, angustiado en la hora tremenda, que Dios permite para que el alma, estando ya vacía de todas las ataduras del mundo, y perfectamente limpia de todos los apetitos que le impedían la divina unión, sea ahora capaz de recibir en sus “profundas cavernas del sentido”, hechas para contener a Dios, y que nunca estarán colmadas y por tanto satisfechas, hasta que estén llenas de Dios, como así lo explica San Juan de la Cruz, esa inmensidad de Dios, solo puede entrar, cuando esas cavernas están limpias, ya que Dios no se une nunca cuando hay suciedad en ellas.
El pecado original de Adán, había sido cometido por un hombre, que había desobedecido la orden dada por Dios, y por eso atrajo las consecuencias desastrosas para toda la humanidad, Ese pecado, por razones de Justicia solo podía ser reparado por otro hombre; Jesús que es Dios y hombre verdadero, tenía que ser abandonado por Dios para que en el momento de la Redención sea solo hombre, Fue el momento que escogió Satanás para tentarlo como hizo con Adán en el Edén, si Jesús caía bajo sus insidias que trataban de convencerle de que su Sacrificio sería vano para salvar a esa Humanidad, entonces la Rebelión de la humanidad no hubiera tenido perdón de Dios y todas las hordas Satánicas serían redimidas de su horrible pecado que se produjo cuando dijeron a Dios "¡Non serviam!".

Fue ese abandono del Padre fue lo que colocó por un momento a Jesús con solo su naturaleza humana y también fue el momento más importante de la Redención ya que derrotó completamente a Satanás, abrió las puertas del Limbo, y sentenció para siempre la derrota eterna de Satanás.  

          

            Dice Jesús:

           A veces nos parece que el Padre nos ha abandonado. Solo se ha escondido para aumentar la expiación y otorgar un perdón mayor. El hombre, que infinitas veces abandonó a Dios, ¿puede lamentarse airadamente por ello? ¿Y debe desesperarse porque Dios le somete a una prueba?

        ¡Cuántas cosas, diferentes de Dios, habéis puesto en vuestro corazón! ¡Cuántas veces habéis sido indiferentes hacia Él! ¡Con cuántos medios le habéis rechazado y apartado bruscamente de vosotros! Habéis colmado vuestro corazón con toda clase de cosas. Luego, lo habéis guarnecido con rejas y cerrojos porque temíais que si entrara Dios, habría podido molestar vuestra apática inmovilidad y purificar a su templo, echando de él a los usurpadores. Mientras fuisteis felices, ¿Qué os importaba tener a Dios? Decíais: “Ya lo poseo todo porque me lo merecí”. ¿Y acaso, cuándo erais felices, no huisteis de Dios, echándole la culpa de todos vuestros males?

            ¡Oh, hijos injustos que bebéis el veneno, que entráis en los laberintos, que os precipitáis en los abismos o en los nidos de serpientes y otras fieras, y luego decís: “Dios tiene la culpa”!, si Dios no fuera Padre, si no fuera un Padre Santo, ¿Qué tendría que responder a vuestros lamentos en las horas dolorosas, si en las horas felices le habéis olvidado? ¡Oh, hijos injustos que, aun teniendo infinitas culpas, queríais ser tratados como no fue tratado el Hijo de Dios en la hora del holocausto!, decid, ¿Quien fue el más abandonado? ¿Acaso no fue Cristo, el Inocente. El que para salvar, aceptó el abandono absoluto de Dios, tras haberle amado activamente siempre? ¿Acaso no tenéis también vosotros el nombre de cristianos? ¿Acaso no tenéis el deber de salvaros a vosotros mismos?

             No hay salvación en la sombría apatía que se complace en sí misma y teme ser molestada acogiendo al Activo. Entonces, imitad a Cristo profiriendo este grito en el momento de mayor angustia. Más, haced que el grito tenga el acento de la mansedumbre y de la humildad, sin tener tonos de blasfemia o de reproche.

          ¿Por qué me has abandonado, si sabes que sin Ti, no puedo hacer nada? Ven, ¡oh Padre!, ven a salvarme, a darme fuerzas para salvarme a mí mismo, porque los estrujones de la muerte son terribles y el Adversario aumenta a propósito su intensidad y silba en mis oídos que Tú ya no me amas. Hazte oír, ¡oh Padre!, no por mis méritos, sino precisamente porque soy un ser insignificante y sin méritos que no sabe vencer si está solo, y que ahora comprende que la vida era trabajo para el Cielo”.

        Ha sido dicho: “¡Ay de los que están solos!”. ¡Ay del que está solo a la hora de la muerte, solo consigo mismo, contra Satanás y la carne!
        Más no temáis si llamáis al Padre, Él vendrá. Y esa humilde invocación expiará vuestras culpables indiferencias hacia Dios, las falsas piedades, los desordenados amores del yo que os transforman en apáticos.




IV/ JESÚS NOS ENSEÑA A MORIR, ESTREMECEDORAS PALABRAS: "ACUÉRDATE DE MÍ CUANDO ESTÉS EN TU REINO"



SAN DIMAS QUE MUERE EN GRACIA DE DIOS
AL DECIR : "SEÑOR, ACUÉRDATE DE MÍ"



          Esta súplica fue la que pronunció el ladrón Dimas, cuando estaba en la Cruz a la derecha de Cristo en el Gólgota: "Jesús, acuérdate de mí, cuándo estés en tu Reino", y aquí aparece un alma que pronunció las palabras más extraordinarias de un ser humano: Cuando Cristo estaba en la Cruz agonizando, abandonado allí por muchos, odiado por todo el clan de la Jerarquía judía, empezando por los Escribas, que eran los doctos, los Fariseos que eran las almas más versadas en la tradición judía, y para colmo, condenado por el supremo Sacerdote Caifás, que era la máxima autoridad religiosa.

          San Dimas representa pues a todos los que en la hora de la agonía, han seguido los consejos que recomienda Jesús a la hora de la muerte: Se ha visto su humildad cuando le dijo al mal ladrón, que ellos merecían el castigo, pero que Jesús no lo merecía. Siempre me he preguntado como pudo ser que haya reconocido a Dios en Cristo abandonado, aparentemente vencido y desamparado. 

        ¿Cual es el misterio de la Predestinación, que ha permitido a San Dimas reconocer en ese momento a Cristo, como un Dios que posee un Reino eterno, de felicidad y de  Justicia? En donde reina con poder, ya que pidió que se acuerde de él cuando esté en su Reino, lo que implica su reconocimiento como Señor y Soberano en el otro mundo, ya que sabía que iban a morir.

      El mal ladrón significa todo lo contrario: no reconoce su culpa, y pone en duda la divinidad de Cristo, simboliza a los condenados, que acusan a Dios de sus desgracias, y se presentan con soberbia a la hora de la muerte.    





             Dice Jesús:

            “Acuérdate de mí”.

    Habéis aceptado el cáliz de la muerte, habéis perdonado, habéis cedido lo que era vuestro y hasta a vosotros mismos. Habéis mortificado mucho el yo del hombre, habéis liberado mucho el alma de lo que le disgusta a Dios: del espíritu de rebelión, del espíritu de rencor, del espíritu de avidez. Habéis cedido al Señor la vida, la justicia, la propiedad, la pobre vida, la paupérrima justicia, las propiedades humanas tres veces pobres. Como nuevos Job, os presentáis desfallecidos y privados de todo ante Dios. Entonces podéis decir: “Acuérdate de mí”.

          Ya no sois nada. No poseéis ni salud, ni orgullo, ni riquezas. Ni siquiera os poseéis a vosotros mismos. Sois una oruga que puede convertirse en mariposa o pudrirse en la cárcel del cuerpo por una última y extrema herida al espíritu. Sois barro que vuelve a ser barro, o barro que se transforma en estrella, según prefiráis descender a las cloacas del adversario o ascender al vórtice de Dios. La última hora decide la vida eterna. Recordárlo. Y gritad: “Acuérdate de mí”.

          Dios espera ese grito del pobre Job para colmarle con los bienes de su Reino. Para un Padre es dulce perdonar, intervenir, consolar. Solo espera ese grito, para deciros: “Hijo, estoy contigo. No temas”. Decid esas palabras para reparar todas las veces que os olvidasteis del Padre o fuisteis soberbios.




REFLEXIÓN PERSONAL

Señor, Tu te acuerdas siempre de mí, aunque yo algunas veces me olvido de Tí, en la hora de mi muerte, recuerdame que te diga esas palabras de Salvación: ¡ACUÉRDATE DE MÍ!







domingo, 21 de septiembre de 2014

III/ JESÚS NOS ENSEÑA A MORIR: SEÑOR, HE AQUÍ A TU HIJO




LA PAZ DEL MUNDO NO ES COMO LA PAZ DE DIOS  



III/ “He aquí a tu hijo”.


          Tremenda y angustiosa llamada de un hijo a su Padre ante la próxima separación del alma del cuerpo, y ante la inminente comparecencia ante el supremo Juez, que ha de juzgar todas las acciones del individuo, que retorna a la fuente de donde procedió. 

         Es bueno, recordarle a Dios que somos sus hijos, lo que todo el mundo no puede afirmar, solo lo pueden proclamar los que se han comportado como tal, es decir que han llevado un combate tremendo, y que a pesar de sus numerosas caídas, siempre han mantenido una lucha constante contra los tres poderosos enemigos del alma, y digo poderosos porque esos enemigos los ha tenido ante sus ojos. 

      El mundo con todos sus atractivos: el dinero, que es la llave para el disfrute material, el hedonismo, y el lujo, que es un cebo que atrae a todos, porque es como un señuelo, que vemos a través de los medios de comunicación, más omnipresentes que nunca, y que nos presenta la felicidad terrena como un fin y una meta, diciéndonos que esta vida es breve y que hay que disfrutarla al máximo, al estar convencidos de ello, muchos nos volvemos soberbios y egoístas, y al disfrutar en el pecado, muchos también odian a Jesús, que prohíbe esas cosas, y aman a Satanás, se hacen pues hijos del Príncipe Negro.

          Y aquí aparece el misterio de la predestinación, este mundo es pues una criba, en donde se opera una selección natural, los que prueban el pecado, y que se encuentran a gusto en él y lo prefieren a la Virtud, apagando la voz de su conciencia, puesta por Dios, que clamará hasta la muerte, aunque intenten ahogarla. Y los que una vez probado, lo rechazan y se hacen aptos para recibir la gracia de Dios, porque son humildes y quieren a Jesús, que es modelo perfecto, se hacen pues hijos de Dios.





               Dice Jesús:

          ¡He aquí a tu hijo! Significa ceder lo que se ama, con santo gesto previsor: Significa ceder los afectos y cederse a Dios sin resistencia. Significa no envidiar a quien posee lo que dejamos. Con esa frase podéis confiar a Dios todo lo que más os importa y que abandonáis, y también todo lo que os angustia, y hasta vuestro mismo espíritu.

       Podéis recordarle al Padre, que es Padre. Podéis poner en sus manos el espíritu que vuelve a la fuente. Podéis decir: “Héme aquí, Tómame porque me dono a Ti. No cedo porque me obligan las circunstancias, sino porque te amo como un hijo que vuelve a su Padre”. Podéis decir: “He aquí a mis seres queridos. 

           Te los dono. Estos son mis negocios, esos negocios que algunas veces me hicieron ser injusto, ser envidioso hacia el prójimo, y que me hicieron olvidarme de Tí, porque me parecían de importancia vital para el bienestar de los míos, para mi honor, para la estima que respeto a mí respeto, provocaban a los demás. Quizás fueran así, pero no en la medida en que yo lo creía. También yo creía que solo yo podía tutelarlos. Creí que era necesario para llevarlos a cabo. Ahora veo… que yo solo era un elemento infinitesimal en el perfecto mecanismo de tu Providencia, y que, muchas veces, fui un elemento imperfecto, que malograba el trabajo de tu mecanismo perfecto. 

          Ahora que cesan las luces y las voces del mundo, y que todo se aleja, veo… siento… ¡Cuán insuficientes eran mis obras, que incompletas, que deterioradas! ¡Cuán opuestas al Bien! Presumí de ser un gran personaje. En cambio, eras Tú. Tu que prevés, que provees, que eres Santo, quien corregía mis trabajos, y los hacía útiles. Tuve esa presunción. A veces también dije que no me amabas, porque no llegaba a realizar lo que yo quería, mientras que otros – a quienes yo, por mí mismo odiaba – lo lograban. Ahora veo. ¡Miserere por mí!

        Es el humilde abandono, el pensamiento agradecido hacia la Providencia, como reparación por vuestras presunciones, por vuestra avidez y vuestra envidia, por haber sustituido a Dios por las pobres cosas humanas, por la gula de las riquezas diversas.




sábado, 20 de septiembre de 2014

II/ JESÚS NOS ENSEÑA A MORIR; PADRE, PERDÓNALES. DIÁLOGO DE JESÚS CON MARÍA VALTORTA


MARÍA MAGDALENA A LOS PIES DE JESÚS

            Jesús pide para la hora de la muerte, un perdón total hacia nuestro prójimo con el cual hemos convivido, el Divino Maestro reconoce que es dificilísimo perdonar en ciertas ocasiones, porque una persona que ha sido engañada, traicionada, explotada por sus semejantes, destrozándole la vida a ella y a sus seres queridos, siempre, aunque diga “perdono”, tendrá un resentimiento más o menos profundo según la gravedad de la ofensa. Para estos casos, Jesús tiene una solución que me ha impresionado: Dice, como lo veremos:

          […] Pasamos al Padre el cometido de perdonar en lugar nuestro, le damos nuestro perdón a Él, que no es hombre, que es perfecto, que es bueno, que es Padre, para que Él lo depure en su fuego, y, ya convertido en auténtico perdón, se lo dé al que merece perdón.

           Personalmente, al darme cuenta de que los grandes pecadores,  son los que más corren el riesgo de condenarse, habiéndome Dios hecho el favor de comprender el horror de las tinieblas y los terribles sufrimientos de los condenados, mi razonamiento era el siguiente: Esos individuos son unos desgraciados,  porque se dirigen hacia un abismo de horror eterno, y mientras están aún en esta Tierra, tienen la posibilidad de salvarse, hay pues que rezar por ellos, y para eso la mejor manera de evitarles ese horror, es con el perdón y la oración, pero seguía teniendo resentimiento.

          Ahora he comprendido que eso no era perfecto, hay que olvidar ese resentimiento hacia las personas que nos han hecho mucho daño, pero solo se puede ofreciendo a Dios el perdón. Eso es, para que Dios nos perdone a nosotros también, ya que en el Padre Nuestro decimos: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” y,  por eso un resentimiento hacia alguien, hace que Dios, al que hemos ofendido con más o menos gravedad, también se encontrará entonces resentido con nosotros, es pues una razón de Justicia, y Bondad que se llama Misericordia, que es el Espíritu de Jesús en la Cruz, que se inmoló, para darnos a entender cómo tiene que ser nuestro comportamiento, y que nos dio el ejemplo de cómo tenemos que comportarnos, cuando dijo: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

            Están pues muy equivocados los numerosos individuos que dicen: “Perdono,  pero no olvido” por la sencilla razón, de que Dios hará lo mismo con ellos.



II/ PADRE, PERDÓNALES

          “Padre, perdónales”.

           Es el momento de despojarse de todo lo que pesa para volar a Dios más seguros. Solo podéis llevar con vosotros los afectos y las riquezas espirituales benignas. No hay hombre que muera sin tener que perdonar algo o mucho a uno de sus semejantes, por muchas cosas, por muchos motivos. ¿Cuál es el hombre que llega a la muerte sin haber padecido la amargura de una traición, de un desamor, de una mentira, de una usura, de un daño cualquiera, de parte de parientes, de camaradas o de amigos? 

         Pues bien, ha llegado la hora de perdonar para ser perdonados, de perdonar totalmente, dejando de lado no solo el rencor, no solo el recuerdo, pero también nuestra persuasión de que el motivo de nuestro rencor era justo. Es la hora de la muerte. El tiempo, el mundo, los negocios, los afectos terminan, se convierten en “nada”. Ahora existe una sola verdad: Dios. Por lo tanto ¿Para qué llevar más allá del umbral lo que está más acá del umbral?

          Hay que perdonar. Y, dado que para el hombre es muy difícil, demasiado difícil, alcanzar la perfección de amor y de perdón, que significa no decir ni siquiera: “Sin embargo, yo tenía razón”, pasamos al Padre el cometido de perdonar en lugar nuestro, le damos nuestro perdón a Él, que no es hombre, que es perfecto, que es bueno, que es Padre, para que Él lo depure en su Fuego, y, ya convertido en perfecto perdón, se lo dé al que merece el perdón.

          Hay que perdonar a los vivos y a los muertos. Sí, hay que perdonar también a los muertos que causaron dolor. La muerte de estos, limó muchas puntas del resentimiento de los ofendidos, a veces las limó todas. Más el recuerdo perdura. Hicieron sufrir y no puede olvidarse que hicieron sufrir. Este recuerdo pone siempre un límite a nuestro perdón. No, ahora ya no lo pone. Ahora la muerte está a punto de quitar todo límite al espíritu. Se penetra en el infinito. Por lo tanto, hay que quitar también este recuerdo que limita el perdón. Hay que perdonar, perdonar para que el alma no sobrelleve el peso y el tormento de los recuerdos y pueda estar en paz con todos los hermanos que viven o sufren, antes de encontrarse con el Pacífico.

          “Padre, perdónales”. Santa humildad, dulce amor del perdón concedido, que implica el perdón solicitado a Dios por las deudas hacia Dios y hacia el prójimo, que tiene el que pide perdón por los hermanos. ¡Acto de amor! Morir es un acto de amor, es tener la indulgencia del Amor. ¡Felices los que saben perdonar como expiación de toda la impiedad de su corazón y de las culpas de su ira!     
  


viernes, 19 de septiembre de 2014

I/ JESÚS NOS ENSEÑA A MORIR. I/ PADRE, SI ES POSIBLE APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ



lA TERRIBLE AGONÍA DE JESÚS EN GETSEMANÍ


        Importantísima descripción de Jesús sobre la agonía del ser humano, describe de una manera magistral, como ningún ser humano es capaz de  hacerlo,  los temores del alma, por tener que abandonar el mundo material, y da la solución para reconciliarse con Dios, con unas rogativas que no son otras que las palabras que pronunció Jesús en su Agonía en el Getsemaní y  antes de morir en la Cruz. 

         Se componen de los dictados siguientes que iremos publicando y comentando uno a uno.
          

I/ PADRE, SI ES POSIBLE APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ

II/ PADRE, PERDÓNALES

III/ HE AQUÍ A TU HIJO

IV/ ACUÉRDATE DE MI

V/ ¿DIOS MÍO POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

VI/ TENGO SED

VII/ TODO SE HA CUMPLIDO



DIÁLOGOS PREVIOS DE JESÚS CON MARÍA VALTORTA
(19 de Diciembre de 1.945)
      
                 Dice Jesús:
         “Heme aquí para explicarte muchas cosas. No amo las preguntas, y en especial las tuyas. Tienes inteligencia suficiente como para entender las respuestas que te doy a través de los dictados contenidos en las visiones. Pero aquí, ahora que los hechos se han desarrollado como debían, sin influenciar a nadie en ningún sentido, hablaré y explicaré.(...)

         Y aquí me permito recordar lo que dijo San Juan de la Cruz, que me viene ahora a mi memoria selectiva: “El día del Juicio, Jesús reprochará y castigará a ciertas almas que han tenido contacto directo con Él, por los defectos que podía haberse corregido, porqué tenía inteligencia para conocerlos, y por eso no se los advirtió".

         También recuerdo del Evangelio las palabras del rico Epulón sepultado en el Infierno, cuando le pedía a Abraham que le dejara volver a la Tierra para advertir a sus hermanos que se iban a condenar como él, al cual se le contestó: “Tienen las Escrituras y los Profetas, si no los escuchan a ellos, tampoco harán caso a un muerto que resucita”.

           
   CONSEJOS DE JESÚS PARA LA
HORA DE LA MUERTE


         Bienaventurado el que tenga la dicha de leer, y de meditar estas recomendaciones de Jesús sobre cómo ha de comportarse el alma a la hora de la muerte, instantes previos al encuentro con el Juez Supremo y de ponerlas en práctica, ya que según está escrito en la Biblia, Dios  “Escudriñará a Jerusalén - es decir a nuestras almas - con lámparas encendidas”, es decir, que aparecerán ante Él, con una meridiana claridad, todas nuestras virtudes y nuestras faltas, que son las únicas cosas que se pueden llevar al más allá, y se nos retribuirá según estos atributos. Y el Juicio solo tendrá tres sentencias inapelables: Cielo, Purgatorio, o Infierno.

        Los que pongan en práctica todas las siete consideraciones,  que están detalladas en este escrito,  alcanzará sin duda alguna la Vida Eterna, y al leerlas, se comprenderán muchos interrogantes, sobre todo el por qué todos los mártires han perdonado a sus verdugos, asunto que cuesta mucho comprender, porque no es lo mismo la actitud de las almas mártires antes del Juicio, como después de él, por esa razón se oye en el Apocalipsis el clamor de esos mártires:

          Señor Santo y Veraz ¿cuándo nos harás justicia y vengarás la muerte sangrienta que nos dieron los habitantes de la tierra?
Se les entregó entonces un vestido blanco a cada uno y se les dijo: "Aguardad un poco todavía. Aguardad a que se complete el número de vuestros compañeros y de vuestros hermanos que, como vosotros, van a ser martirizados". (Ap 6-9,11)

JESÚS NOS AYUDA A MORIR
(14 de julio de 1.946)

     
          Dice Jesús:
         […] La suprema prueba de amor no consiste en la risa ni en el beso, sino en el llanto y el dolor dados a conocer al amigo. Tú, amiga mía los has conocido cuando estabas en el Getsemaní. Ahora estás en la Cruz y experimentas penas mortales. Apóyate en tu Señor mientras te da una hora de preparación para la muerte.

         I/ “Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz”.
          No es una de las siete Palabras de la Cruz, más ya es una Palabra de Pasión. Es el primer acto de la Pasión que comienza. Es la preparación necesaria para las otras fases del holocausto. Es una indicación al que da la Vida, es resignación, humildad, es una oración en la que se entrelazan la carne, ennobleciéndose, y el alma perfeccionándose, junto con la voluntad del espíritu y la fragilidad de la criatura que es adversa a la muerte.

          “¡Padre!...”. ¡Oh!, es la hora en que el mundo se aleja de los sentidos y del pensamiento, mientras se acerca, como un meteoro descendente, la idea de la otra vida, de lo desconocido, del juicio. Entonces, el hombre que aunque llegue a centenario siempre será un niño, justo como un niño asustado porque ha quedado solo, busca el regazo de Dios.

          Mientras la vida estaba lejos de la muerte, mientras la muerte era una idea oculta entre nieblas lejanas, el marido, la mujer, los hermanos, los hijos, los padres, eran lo único, el todo… Pero ahora que la muerte se asoma bajo el velo, y avanza, se produce una inversión y, por consiguiente, son los padres, los hijos, los amigos, los hermanos, el marido, la mujer, quienes pierden sus rasgos definidos, su valor afectivo, y se desvanecen ante el imparable avance de la muerte. Como voces, que van debilitándose en la distancia, cada una de las cosas de la Tierra pierde fuerza, mientras la adquiere la que está más allá de la Tierra, lo que ayer parecía más lejano… Entonces, un estremecimiento de temor conmueve a la criatura.

          Si no fuera penosa y no inspirara temor, la muerte no sería el castigo extremo y el extremo medio expiatorio que se establece para el hombre. Hasta que no se produjo la culpa, la muerte no fue muerte sino dormición, y donde no hubo culpa no hubo muerte, como ocurrió con María Santísima. Yo tuve que morir porque cayó sobre Mí todo el pecado y así conocí la repulsión de la muerte.

         “¡Padre!”- ¡Oh! Este Dios que tantas veces no fue amado, o que fue amado al final, después de que el corazón había amado a parientes y amigos, o había tenido indignos amores con criaturas viciosas, o había amado las cosas como si fueran dioses; este Dios tan a menudo olvidado, este Dios que ha permitido que se le olvidara, que ha dado licencia para que se olvidara, que ha dado libertad para que esto sucediera; que a veces ha sido escarnecido y a veces maldecido, y otras negado; este Dios resurge en la mente del hombre, y viene a apropiarse de sus derechos.

    
Exclama con voz atronadora “¡Yo soy!” y, para no hacer morir de miedo con la revelación de su poder, mitiga ese potente “¡Yo soy!” con una palabra suave: “Yo soy tu Padre”. Se acabó el espanto el sentimiento que despierta esa palabra es: confiado relajamiento. Yo, Yo que debía morir, que comprendía que significa morir, después de haber enseñado a vivir a los hombres llamando Padre al Altísimo Jehová, también os enseñé a morir sin temor, llamando “Padre” al Dios que resurge entre los dolores de la agonía, o que se evidencia ante el espíritu del moribundo.

          “¡Padre!”. ¡No temáis! ¡Oh, vosotros que morís, no temáis a ese Dios que es Padre! No se adelanta como vengador armado de registros y de guadaña, no se adelanta cínicamente arrebatándoos a la vida y a los afectos. Por el contrario, viene con los brazos abiertos, diciendo: “Vuelve a tu morada. Ven a descansar. Te recompensaré con creces por lo que dejas aquí. Y te lo juro en mi seno obrarás más valiosamente, en favor de los que dejas aquí, que quedándote aquí abajo, empeñado en una lucha afanosa, no siempre bien remunerada”.

          Más la muerte siempre es dolor, dolor por el sufrimiento físico, dolor por el sufrimiento moral, dolor por el sufrimiento espiritual. Lo repito: debe ser dolor por ser el medio de la última expiación en el tiempo. Como una nave en la tormenta, el alma, la mente, el corazón, en un fluctuar de nieblas que ofuscan y descubren alternativamente lo que en la vida amamos y lo que nos causa miedo en el más allá, pasan de zonas calmas – en las que ya se respira la paz del puerto inminente, cercano, visible, tan apacible que ya causa una serena quietud y una sensación de descanso semejante a la de quien, casi al cabo de una fatigosa labor, saborea el placer del vecino reposo – a zonas en que la tempestad las azota, las golpea, las hace sufrir, temer, gemir.

Es otra vez el mundo, el afanoso mundo con todos sus tentáculos: la familia, las empresas, es la angustia de la agonía, el temor del último paso.. ¿Y después? ¿Y después?... Las tinieblas acometen, sofocan la luz, braman sus terrores… ¿Dónde ha quedado el Cielo? ¿Por qué llega la muerte? ¿Por qué se debe morir? En la garganta, ya borbotea el alarido: “¡No quiero morir!”.

No, hermanos míos que morís porque es justo morir la muerte es santa porque la quiere Dios. No, ¡no gritéis así! Ese grito no proviene de vuestra alma. Es el Adversario que sugestiona vuestra debilidad, para hacer que lo claméis. Mudad el grito vil y rebelde en un grito de amor y de confianza: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz”: Ese grito vuelve a traer la luz y la quietud, como el arco iris después del temporal. Volvéis a ver el Cielo, las santas razones del morir, o sea el regreso al Padre, y entonces comprendéis que también el espíritu, o mejor, que el espíritu tiene derechos más grandes que la carne, porque es eterno y de índole sobrenatural y que, por eso, tiene primacía sobre la carne; y entonces pronunciáis la palabra que es la absolución de todos vuestros pecados de rebelión:

“Que no sea hecha mi voluntad, sino la Tuya”.

He ahí la paz, he ahí la Victoria. El ángel de Dios se estrecha a vosotros y os conforta porque habéis vencido en la batalla, que es la preparación para hacer de la muerte un triunfo.   

             

         




         



           

lunes, 15 de septiembre de 2014

DIALOGO DE UNA HIJA CON SU MADRE EN EL PURGATORIO, COMO SE EXPÍA LA FALTA DE AMOR



LA INCERTIDUMBRE DE LOS SANTOS DE SABER
SI AGRADAN A DIOS





           En este escrito de María Valtorta, aparece un diálogo con su madre en el Purgatorio, persona, que cuando vivía, según lo que leí en su Vida, se comportó como una madre dura de corazón y autoritaria, que tenía en poca consideración a su hija que estaba en la cama con parálisis y grandes sufrimientos por su enfermedad cardíaca y respiratoria.

     Este diálogo es bajo mi punto de vista de una gran transcendencia porque muestra como el alma, para poder entrar en el Paraíso, que es la unión mística del alma con Dios, según lo explica tan bien San Juan de la Cruz, tiene que transformarse, eliminando completamente sus imperfecciones, ya que Dios, la sublime perfección no se puede unir con un alma manchada por el pecado, que es una tara que afea y ensucia el alma. 

        El pecado es siempre un impedimento para la unión con la Divinidad, y la gente espiritual, ya en este mundo, se da cuenta de la gran distancia que existe entre Dios y su alma, lo que le causa una tremenda molestia y sufrimiento, ya que la presencia de Dios en el alma le ilumina sus miserias de una manera tan clara que, al verse tan diferente de su Creador, se siente tan miserable que se ve incapaz de alcanzar esa Divinidad, lo que le consume de tal manera, que le amarga tanto la vida, ya que está pasando el Purgatorio en esta vida, y esa sensación le es más molesta que todos los otros padecimientos físicos o las adversidades del mundo.

Ese sufrimiento, que es como una espada de Damocles, que no se puede quitar nunca de encima y que han padecido todos los místicos, es para algunas personas un verdadero Purgatorio en la Tierra, y tiene el maravilloso efecto de generar en el alma que lo padece, una extraordinario estado de humildad, tan grande, que como lo dice San Juan de la Cruz, no se puede disimular aunque lo quisiera. Está muy bien descrito por lo que sentía el gran Santo de los tiempos modernos: el Santo Padre Pío de Pietrelcina, cuando afirmaba: Tendría en poco todos los padecimientos, si tuviera la seguridad de que Dios estuviera contento con mi manera de ser.

           Y aquí en esta situación de estas almas muy probadas, el sufrimiento mayor, que se añade a todas las persecuciones de parte de sus tres enemigos naturales que son el Mundo, el Demonio y la carne, es la tremenda duda de saber si ante Dios es digno de amor o de desprecio, esto es lo que afirma San Juan de la Cruz: “No es posible saber si uno es digno de Amor o de desprecio a los ojos de Dios”.

           Es lo que explica tan bien en los terribles padecimientos que siente el alma en la Noche oscura, en donde a pesar de todos los discursos sobre la bondad de Dios, se ve rechazada por Él, como si estuviera condenada por sus pecados, que a cualquier persona mediocre le parecen simples imperfecciones, pero que a estas almas, debido a la fuerte presencia de Dios, que alumbra intensamente todas sus imperfecciones para que su alma quede completamente limpia y pura y así sea capaz de ser “fagocitada” por Dios, ya que Dios no puede fusionarse con ninguna imperfección por mínima que sea. 

          Y este estado de cosas es prácticamente imposible de aprehender por las almas mediocres que no han llegado ni siquiera a sospecharlas, aunque sean grandes teólogos, muy al contrario, esta Doctrina es para ellos pura herejía, ya que predican y siguen una Doctrina relativista en donde ya nada es pecado, y en donde Dios quiere a todo el mundo por igual, lo mismo a un sádico pecador que al más grande asceta.

         Y desgraciadamente, lo peor es que muchos de esos individuos, muchas veces pertenecientes a la alta Jerarquía, tachan a estas almas que han subido tan alto, como almas enfermas, alejadas de Dios o engañadas por el Demonio. Es lo que ha ocurrido siempre con todos los grandes Santos, desde los grandes místicos como San Juan de la Cruz, que al final de su vida fue perseguido incansablemente por sus hermanos de Comunidad, siendo azotado públicamente todos los viernes durante 9 meses en su cárcel de Toledo, llegando a citar las palabras del Cantar de los Cantares: 

“Mis hermanos se enzarzaron conmigo, y me pusieron a guardar las viñas, ¡Y mi propia viña no la guardé!” (Cant 1-6); 

         Lo que se podría traducir por: “mis compañeros me maltrataron y me ordenaron ocuparme de los cosas del mundo, cuando yo las había abandonado para ocuparme de las cosas de Dios.”

          También ocurrió con Santa Teresa de Avila, tratada de “monja inquieta y andariega”.

       Y más recientemente, como Santa Teresita, que fue despreciada y maltratada por su Comunidad; como el Padre Pio de Pietrelcina, acusado de tener relaciones sexuales con mujeres devotas, y al cual se le prohibió decir misa en público, que fue tratado de farsante por sus “falsos estigmas”, acusado por los Purpurados del Santo Oficio, que dieron la orden de trasladarlo de Comunidad.



DIÁLOGO DE MARÍA VALTORTA CON SU MADRE EN EL PURGATORIO (16 de Mayo de 1.944)


              Veo a mi Mamá.

          ¡Es mi Mamá! Demuestra una apacible tristeza. Su rostro está más sereno, ya no tiene la cerúlea palidez de las primeras apariciones; es el rostro de sus mejores horas y aún más sereno, como suavizado por el reflejo de un alma nutrida de paz… Pero está triste. Me mira con amorosa piedad. Es la mirada que muchas veces yo hubiera deseado que me dirigiera mientras era mi Mamá en la Tierra, una mirada que recibí muy raramente y que, de todos modos, era más débil que la de ahora.

         Me mira… Parece que sufre… Pero ya no se encuentra lejos de mí, en zonas ultraterrenas, como en las primeras apariciones. Está justo aquí, hacia los pies de mi cama y mira a su alrededor, no sé si lo hace por curiosidad o para saludar a sus cosas, que ve en torno a mí. Sonríe a su retrato, colocado cerca de mí, sonríe a su Dolorosa, a mi miniatura, y luego mira a su Jesús que tengo colocado en la cabecera del lecho; su mirada es tan indeleble que no logro describirla. Parece que reza y adora y que se humilla pidiendo perdón… Parece que sufre.

         Pienso que está triste porque hace dos meses que no logro hacerle decir una Santa Misa de sufragio. Antes, desde diciembre, hasta marzo se había calmado, o me parecía que se había calmado, porque ni la veía ni la sentía, como si la Santa Misa mensual le hubiera dado alivio. Le digo: “Tienes razón, mamá. ¡Pero si supieras como me encuentro! De un momento a otro dejarán de ocuparse de mí…”

          Baja la cabeza con gesto de negación…

        Prosigo: “No sé a quién dirigirme para asegurarme que te den alivio con el Santo Sacrificio…”

          Responde: “Yo lo sé, nosotros aquí, lo sabemos. Pero no sufro por mí, sufro por ti. ¡Pobre María, la nunca comprendida, la nunca amada, la nunca feliz!... No lo eres ni siquiera ahora que estás tan enferma y tan necesitada de ayuda. ¡Cuántas culpas tenemos que reprocharnos todos a tu respecto!”.

       “No sufras, mamá. Sabes que estoy acostumbrada a este estado… “. No digo más porque comprendo que mis palabras serían numerosos reproches por los recuerdos del pasado, de su pasado y del mío…

           Responde: “No puedo dejar de sufrir, porque ahora entiendo. Estamos sumergidos en un baño ardiente y luminoso de amor expiativo y, por eso vemos, conocemos y aprendiendo ahora aquí, a amar a nuestro Dios y a nuestro prójimo, que en la vida amamos poco y amamos mal. Los sufrimientos del prójimo aumentan nuestra expiación porque, al caer el egoísmo, sabemos amar y sufrir con él y por él. Pero no te aflijas por eso. Esto nos sirve para llegar más rápidamente al Paraíso. Ten paciencia, María. Solo Dios te ama. Pero te ama muchísimo. Y ahora te ama también muchísimo tu mamá, que aún no puede darte todo lo que quería para reparar.

         Ya ha terminado el primer periodo: el del remordimiento… y ahora estoy en el del amor activo. Pero todavía no puedo hacer más que rezar por ti. Más, quédate tranquila. Tú ya sabes amar y por eso estás protegida por el Amor. Yo aprendo a conocer en cada instante de la eternidad.. Conociendo cada vez más, cada vez más aprendo a amar. Cuando sepa amar como nos ha sido ordenado, terminará la expiación y entonces, podré mucho más. Aquí, como en la Tierra, el Paraíso y el poder se obtienen amando. No llores, chiquilina (ese era el diminutivo con que me llamaba mamá en mi niñez y también cuando ya era grande, en los rarísimos momentos en que se encontraba cariñosa).

          El mal corresponde a los otros. Ellos deben llorar porque hacen el mal. ¡Oh! Si supieras de que modo se expía aquí lo que se ha hecho sufrir al prójimo. Todos ellos lo sufrirán. Es justo que así sea porque no tienen piedad de la criatura ni del medio usado por Dios. ¡Tendríamos que ser muy buenos mientras que se pueda serlo! Sé paciente y ofrece a Dios tu paciencia, como sufragio por tu mamá. Es la ofrenda mejor porque está hecha por ti, solo por ti. 

         Lo que me alivia son tus ofrendas, tus sacrificios porque, entre todos los seres vivientes fue a ti en que en mayor grado negué mi amor… Peppino ya no está entre los vivos… Adiós Mario…” (ese es otro nombre con que me llamaba mamá, porque hubiera preferido tener un hijo en vez de una hija, y me llamaba “Mario” como para consolarse de haber dado a luz a una niña…). Un fresco beso me roza la mejilla mientras la visión va ofuscándose… hasta desaparecer totalmente.

            La llamo: “¡Mamá! ¡Mamá! ¡Dime!... ¿Ahora puedes hablar, mientras antes no podías hacerlo, porque estás más purificada? ¡Dímelo!...” pero se fue sin responderme. También quería preguntarle: “¿En diciembre, cuándo estabas tan angustiada y me llamabas con esa voz llorosa, lo hacías porque veías lo que se me preparaba?”. Y además, quería decirle “Por qué papá no viene nunca? ¿Acaso no está en paz, o por lo contrario lo está, de modo tan definitivo, que obra desde el Paraíso sin necesidad de venir?”. Pero no me dio tiempo para estas preguntas. Me quedo con mis interrogantes, pero al mismo tiempo, siento un plácido consuelo…

                  (Nota de las diez de la mañana). Me he quedado tan serena que tras una noche de continuo sufrimiento que me ha impedido dormir en absoluto, me adormezco dulcemente con el rosario entre las manos porque, después de haber dicho los cien “Requiem” por mamá, había empezado a rezar el Rosario.